MI LUGAR EN EL MUNDO

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MI LUGAR EN EL MUNDO


Ilustración de portada JOSE MARTÍN NAVAJAS


MI LUGAR EN EL MUNDO


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CONSIGNA DEL DOMINGO 16 / MAR / 2014

TU LUGAR EN EL MUNDO A esta altura de la vida, muchos hemos recorrido algo. Hemos comparado, sentido, querido, deseado. Para esta semana, les propongo escribir sobre cuál es su lugar en el mundo, ese espacio en el que te sentís completo, bien, cómodo... o lo sentiste alguna vez. No vale decir “con mi amor” o "con mis hijos", cosas así, sino pensar en un lugar físico, geográfico, bien especifico “la casa de mi abuela en Los Cocos” y contar qué lo hace "tu lugar", aunque ya no lo frecuentes tanto. Como verán, debería incluir descripción (o sea tenemos que poder verlo a través de tus palabras) y narración (algo que explique por qué lo elegís, qué pasó allá, cuándo, etc.). ¡Buen fin de semana para todos!¡

Silvina Scheiner

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María Guerra Alves

Nací apenas pasada la mitad de la década del 60, cuando éste era un barrio nuevo, poco poblado, con gente de trabajo. A metros del casco fundacional de La Plata, Altos de San Lorenzo era una zona olvidada por las autoridades de la gran ciudad. Parecía más un pueblo del interior, que parte de la capital de la provincia de Buenos Aires, no solo por el tipo de viviendas, o calles, sino por la calidez de las personas que vivían aquí. Vecinos con los que se podía contar, tanto o más que con miembros de la familia. Amigos incondicionales, sin importar edades ni condiciones económicas. Con el empuje de parte de sus habitantes, el barrio fue creciendo hasta obtener luz de mercurio, gas natural y algunas calles con finas capas asfálticas. Muchos años después, un intendente se acordó que “el sur también existe” y nos incorporó en el plano. Actualmente, gozamos de todos los servicios, varias líneas de micros, calles muy transitadas y señalizadas, comercios de todo tipo, oficinas públicas y escuelas. Cuarenta y siete años después, sigo aquí, en la misma manzana que me vio nacer. Situaciones inesperadas de mi vida (nada agradables), hicieron que muchas personas me aconsejaran abandonar mi pasado dejando mi casa. Sin embargo, no lo hice, porque sé que éste es mi lugar en el mundo.

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Camilo Lynch

MI LUGAR DE PERTENENCIA. Pertenezco a un partido. A una localidad. No a una casa ni un pueblo. Me siento bien cuando entro a los límites del partido. Como dice la canción, “en el pasé mi infancia y mil recuerdos” y cosas por el estilo. Caminé sus calles y avenidas y compré en locales de todo tipo todo tipo de cosas: comidas, ropa, mapas, relojes, chascos, dólares. Iba al colegio ahí. Me tomaba los colectivos necesarios o iba en bicicleta. Visitaba abuela, primos y amigos. Pateaba naranjas y miraba el río desde la terraza de quinto año. El tema es que este tema me lleva a la nostalgia y no soy amigo de la nostalgia. Digo, me suena a cosa tanguera. Al palenque donde rascarse. Y sí, es así. Cada vez que recorro sus calles, ahora, en auto o caminando con mis hijos, me siento en mi lugar. En mi pago chico. Conozco esas veredas y esas cuadras y sé dónde se come el pancho más rico (se piden dos, de parado, con un licuado de banana). Sé qué atajos tomar para ir desde a hasta b evitando salidas de colegios, zonas comerciales, trancas domingueras. Lo raro es que no se circunscribe a un barrio determinado, sino a varios. El casco, los adyacentes, el bajo y los que están más allá de la panamericana. Es que me los gané a fuerza de patearlos siendo adolescente. A la tarde, a la noche, de madrugada. A la vuelta de una fiesta. Y entonces puedo describirlo todo: en esa escalera, detrás de la catedral, fumaba antes de entrar al colegio; también me robaron unas zapatillas Nike ahí, a la vuelta de gimnasia. En esa plata me di cuenta de que podría convertirme en ludópata sino me controlaba: fue cuando me sacaron todos mis ahorros en una kermese y lo único que saqué de ganancia fue un perro verde de vidrio moldeado tan feo que mi madre me lo agradeció y lo tiró. Desde la orilla del río reconozco los lugares donde navegábamos cuando nos rateábamos del colegio. Todo todo hice por esos lados. Ahí apreté por primera vez con alguien. Ahí vomité por primera vez un 25 de diciembre a la noche (y desde entonces no soporto el licor de menta). En esa casa comía scons con

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dulce de leche. Ahí hice un try. O me tomaba el colectivo. O meaba entre las sombras. Puedo seguir así un rato largo. Pero me suena a nostalgia. Y es falsa. Porque la verdad es que hoy, con cuarenta años, lo sigo disfrutando igual. Porque me siento en casa. Bueno, más o menos ese es mi lugar.

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Antonio Lendínez Milla

Mi lugar en el mundo. Sin duda en dónde estoy, aquí y ahora. Es el lugar dónde vivo. Donde transcurre mi vida. Donde mi consciencia está. Es variable, puede hacer frío, calor, lluvia o el viento soplar. Junto al mar, en la montaña, o metido en la ciudad. Mi pensamiento va a determinar mi estado de ánimo. Estar presente en este instante. Atender a lo que estoy viviendo. Estando conmigo mismo. Sólo o acompañado. En cualquier ambiente, sintiéndolo, y, presenciándolo. El lugar de la mente en dónde me sienta a gusto. Atento, presente, sintiendo con el corazón. Creando y recreando ese espacio tiempo. Ese espacio mental que perfumará todo el aire que estoy respirando. -Es que no tienes enmienda, ya estás con el mismo cuento. Es de un espacio físico del que tienes que hablar. Describir un espacio geográfico, no un espacio mental. -Vale.., está bien, lo voy a intentar. Un lugar con vistas al mar. Puede que en la montaña. Pero, en el que se pierda la vista, se abra la mente a soñar. Viendo el día pasar, con amplios ventanales. Dónde no haya transición entre lo interior y lo exterior. Cocina y salón integrados en una misma estancia; para cocinar y estar con los amigos. Dormitorios aparte para retirarse. Vistas al exterior a un valle o paisaje abierto. A una vista abierta al mar. Éste no muy lejano, para poder pasear. Largos paseos junto al mar. Los ruidos naturales los que la naturaleza pueda dar. Ese canto de los mirlos, que en las mañanas te dan. Si en la montaña, cerca de un arroyo, para sentarse junto a su cauce, a escuchar el agua bajar. Caminar por la montaña, entre los árboles respirar. Sentir el sonido del bosque, escuchar ese silencio hablar. Sentir la fuerza del árbol, poderlo incluso abrazar, recrearse, sosegar. Alejado del mundanal ruido sentirse. La ciudad no muy lejos, para poder tomarle el pulso al ambiente cultural. Podría vivir en la montaña, junto al bosque, o mirando al mar. Donde el paisaje se muestre abierto a la vista para poder soñar. Un clima benigno, no estaría nada mal. Pero un buen fuego en invierno, la vista del fuego en el hogar, no lo voy a despreciar. En la costa de Mallorca en Tramontana no está mal. Un balcón que mira al norte, a la inmensidad del mar, sentir sus atardeceres. Un deleite sin igual. Donde se levante el alba, o, también en el crepúsculo transitar con la vista. Puesta de sol, sin dudar. El momento para disfrutar. Vista abierta al horizonte, expandir la mente, abrirse a lo que hay. Puede ser donde ya estoy, aquí en Málaga, al sur, mirando al mar. Miro a la montaña verde, contemplo

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el azul del mar. No se puede pedir mรกs. Pero no quiero aferrarme a nada, puedo muy bien cambiar, siento la mente flexible, el agua no se puede agarrar. Vivir es a nada aferrarse. Sigo queriendo amar, siento mi libertad, todo lo puedo dejar. Todos los lugares son bellos, muy lindos, si me paro a disfrutar.

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Caro Barba

Mi lugar en el mundo: no lo dudé… me puse a escribir… Las paradas del metro... cada cual con su impronta y su "cada cual". Algunas serenas, otras nerviosas. Unas tormentosas y otras con ganas de algún comienzo. Unas llenas de mis secretos y otras que sigo acunando para que sigan llenas de mí. Un carrito de supermercado con camino incierto... que me observaba mientras yo probaba… cómo era eso de crecer. Un "Fatiga": mi perro, mi hermano, mi primer amigo chileno, mi diario íntimo, mi compañero en los sismos (siempre pensaba que era Fatiga quien movía el sillón hasta que horas más tarde me enteraba del sismo)... gracias “amigo para siempre”... El colorado, La parva y Valle Nevado con el sol cebando sus rayos en la nieve. El quesillo, que acompañaba mis tan ansiadas meriendas (ONCE las llamaban allá), esas once, en las que sumé amigas y ahí supe lo que era no dejar de sumar. Una madre y una hermana mayor, que el tiempo me prestó por unos años. El espejo de aquel ascensor en el que me reconocía cada mañana y el que me sacaba fotos de mis estados de ánimo. Las montañas nevadas que vestían mis mañanas y que siguen siendo parte de mi paisaje hasta en el terreno más llano. Hildegard y sus tortas y mi torta de yogurt... fría, cremosa, mía. Óleos ocres y verdes de mi primera pintura en una tabla de madera con forma de hoja. Los dominicos y su pueblito con su iglesia… sus artesanías, que me pronosticaban en voz bajita que iba ser un poco artista. (Arriba, pa el oriente) el jardín de infantes "Mirasol" donde yo era "la tía Carolina" y papá Noel "el viejito pascuero" y los llantos de mis alumnos eran "las penitas".

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Ese olor a jabón que se repite al ver un bebé recién nacido me hace cosquillas hasta recordarme que tengo ganas de llorar el llanto más lindo y más difícil de explicar. Ese jabón que sólo mis manos podían tocar al lavar la ropa de mi primer hijo... nadie más que yo, nadie mejor que yo. Mi Santiago de Chile fue mi nido (siempre lo será) con el que me enojé muchas veces porque crecer es esa crisis permanente que no nos deja descansar ni un ratito y ese fue el lugar que el destino eligió para mi metamorfosis, de la que nació una mariposa fuerte y lista para cualquier tipo de vuelo y lugar en el mundo.

Mi lugar en el mundo

Caro Barba

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Sanchu De Raedemaeker

Es una frase complicada para mi percepción de vida, ya que de acuerdo a cada etapa, miraba exageradamente a donde me iría. La infancia me prestó olores, y con ellos los rincones indescriptibles de todos los hogares que habité. La adolescencia era el problema de la indispensable partida. Mi adultez la valija que nunca terminaba de armar. De niña dije una frase – No me voy a casar, voy a tener un departamento en Mar del Plata y otro en Nueva York (no conocía más que mi barrio y el extranjero era el Norte). De adolescente – quiero ser azafata, para llorar y reír desde las alturas pensando en Bariloche y también Sud Äfrica ya con un pasaporte listo para seguir a mi papá. Y desde Chile en el ’88, la cordillera era un muro que no me dejaba ver Europa. En Córdoba, pensaba en la Cumbre en el Valle de Punilla. En Rosario, rezaba en Córdoba la mía, la docta. En Buenos Aires, volvía a añorar Chile hasta el 2007, donde Argentina ya no me importaba y dormía en España. Hasta el 2010, que desperté y me vi en Pilar, y sentí que debían mis sueños dejar de traspasar límites, fronteras para volverme a enamorar. Mi lugar en el mundo es mi rincón elegido, para el mate, el trabajo o la pausa. Cada lugar me ha dado lo más importante, la dulzura y el amargo, me ha dado ausencias y nostalgias en el exilio. Creo que la descripción podría ser un testamento, como la línea de la vida en las clases de historia. Ha pasado mucha agua bajo el puente, fresca y turbia como la experiencia.

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Remaba en el Tigre cuando tomé esta foto del viejo celular y me digo, ¡¡qué lindo vivir en una isla!! basta de divagar. Y cuando pienso en ese “lugar en el mundo”, recuerdo la letra de una canción de Facundo Cabral.

Remaba en el Tigre…

Sanchu De Raedemaeker

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Claudia Castañeda

Si hay un lugar en el mundo al que me gustaría volver, seguramente, sería a la casa de “la turca”, mi abuela. Por supuesto que con ella incluida. “La turca” vivía en una casa que era una especie de chorizo. Adelante estaba su almacén - el más antiguo del barrio -. Ahí, todos tenían libretas kilométricas que mi abuela - a pesar de proveedores exigentes y cuenta en rojo, muchas veces - bancaba estoicamente: siempre pudo más su humanidad que los apurones económicos y siempre priorizó a su clientela hasta llegar a comprenderle lo incomprensible. Detrás de la despensa había un comedor inmenso con pisos rojos y azules. Ése era el punto de las reuniones familiares multitudinarias en el que cada uno tenía su lugar asignado en la mesa. Mi lugar era privilegiado: me sentaba a su lado a disfrutar los sabores que ella misma preparaba durante horas que, a veces, se estiraban a madrugadas, en una cocina que seguía al comedor. Una cocina muy grande en la que convivían una cocina a gas y otra a leña que nos regalaba ese calorcito con olor a hogar cada crudo invierno. El chorizo de casa en la que habitaba “la turca” estaba bordeado por un patio alargado en el que madreselvas, malvones y jazmines perfumaron mi infancia, mi adolescencia y buena parte de mi adultez (si es que aprobé el examen de ingreso… a veces, lo dudo). Lo cierto es que cada vez que necesito encontrarme por alguna razón, vuelvo a la casa de “la turca” de alguna manera: muchas veces la sueño. Otras, cierro los ojos y huelo cada aroma. Otras, vuelvo a sentarme en sus rodillas y a pedirle que me cuente el mismo cuento mil veces más.

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David Haskel

Lat. Sur 34.567591, Long. Oeste 58.472337, a unos 35 m. sobre el nivel del mar. Allí hay una silla frente a un monitor de LCD de 24”. En la silla está posado un culo, y fuertemente adherido a ese culo estoy yo. Estamos tan unidos que yo siempre digo que ese es mi culo. Pero el carácter recíproco no aplica en este caso: yo no soy un culo. Soy mucho más que un culo posado en una silla a 34.567591 grados Lat. Sur, 58.472337 grados Long. Oeste y unos 35 m. sobre el nivel del mar frente a un monitor de LCD de 24”. Aunque a veces… a veces tengo mis dudas de ser mucho más que eso. En -34.567591, -58.472337, +35 m. SNM trabajo, chateo, pago mis cuentas, voy de compras, leo los diarios online, hablo por teléfono o por el celular o por skype o por whatsapp con otros seres humanos, bajo y miro películas, leo libros, envío mails de todo tipo, investigo infinidad de cosas, hago facturas digitales, escucho música, escribo cuentos, poesías y muchas pavadas, manejo mi cuenta bancaria, consulto el horóscopo y el pronóstico del tiempo, discuto con mi hijo que está estudiando en otro país, miro a Buenos Aires por la ventana que tengo a unos 40 cm dirección Oeste, juego al sudoku (al igual que el idiota del vicepresidente, sólo que él lo hace en el Senado), medito utilizando un programita que bajé de internet, busco las coordenadas exactas del sitio donde hago todo eso, y tomo algunas de las decisiones más importantes que definirán mi destino. El termo con té o mate cocido está a unos 50 cm al ENE. No doy las coordenadas porque harían falta muchos decimales para fijarlo con exactitud. Baste con decir que estiro mi brazo derecho y sirvo un poco de té o mate. Si estiro el brazo izquierdo unos 43 cm hacia ONO tengo el teléfono de línea montado sobre la pared. Unos 27 cm. en dirección al centro de la Tierra y en las mismas coordenadas del fijo, descansa el celular. Si mágicamente Sarmiento (o cualquier otra persona que haya vivido hace mucho, pero a mí se me antoja que sea Sarmiento y acá el autor de esto soy yo, ¿ok?) volviera a la vida y me observara, con mi capacidad de comunicarme instantáneamente con gente de todo el planeta, enviando y recibiendo texto, voz, imágenes, fotografías y sonido, accediendo a prácticamente todo el conocimiento acumulado por la humanidad a lo largo de los milenios; pudiendo leer los diarios de todo el mundo; realizando visitas a distancia al Louvre, al Museo del

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Prado, al MOMA o al museo que se me cante; e infinidad de cosas más, pues yo creo que le estallaría la cabeza. O le daría un infarto y se volvería a morir. Y con justa razón. A veces me siento como en esas películas de Star Trek (creo que nunca vi una completa, pero vi cachitos y con eso sobra). Entonces ese rincón del universo (-34.567591, -58.472337, +35 m. SNM) se vuelve la cabina de comando de la nave insignia y yo, su capitán, con leves golpeteos en el teclado e imperceptibles movimientos del mouse la voy conduciendo por los más lejanos confines del universo en busca de un nuevo sitio donde pueda habitar la humanidad, porque a este ya lo hicimos pelota. Es un buen trabajo. Sólo desearía que hubieran cargado a bordo yerba de mejor calidad. Con esta cebás cuatro mates y ya se lavó1. En fin, que a veces me siento el capitán de la nave insignia Terra Terricolarum. Muchas otras, un simple mortal más. Y algunas pocas, si estoy muy cansado o algo bajoneado, me pregunto si no seré nada más que un culo sentado en una silla a 34.567591 grados Lat. Sur, 58.472337 grados Long. Oeste y unos 35 m. SNM frente a un monitor de LCD de 24”.

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(N. de la R. para los colegas extranjeros: no se asusten ni intenten llamar al hotline de Emergencias Psiquiátricas. Esto es normal: los argentinos siempre nos consideramos el centro del universo).

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El mundo visto to desde -34.567591, -58.472337, 58.472337, +35 m. SNM:

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Cristian del Rosario

Mi respuesta a la pregunta cuál es tu lugar en el mundo, fue fácil, casi inmediata; explicar los "porqué" se me hace más difícil. Me obliga a ir a lo más profundo de mí, donde encuentro lo mejor y lo peor y donde pocas veces me atrevo a ir. Mi lugar es centenario pero, no solo porque fue construido físicamente antes que yo naciera, sino también porque está hecho de una argamasa ancestral, de muchas generaciones anteriores, formado por dichas y fracasos de una familia inmigrante, trabajadora, en que la casa propia, para criar a los hijos, darles un techo seguro, fue la meta final donde tenían que llegar, de ese esfuerzo, del papá de mi papá, del abuelo de mi abuelo, yo soy el continuador Entonces vuelvo al principio, la respuesta a cuál es mi lugar en el mundo... es fácil, es mi casa actual, donde quiero vivir hasta que no pueda disfrutarla más. Ahí van las razones, las que trataré de explicar: Porque ahí, en ese fondo, "pateo" con mi hijo, esquivando el nogal -al que le asignamos el rol de un estático e inmenso defensor- recreando así, de alguna manera, aquel barrio, que yo disfruté y del cual él se vio privado. Porque está la habitación de mi hija, donde pasé de ser su mejor compañero de juegos a un extranjero sin visa, territorio del que, actualmente, soy diariamente excluido (y que sospecho, en clandestinidad, he sido reemplazado en ese rol lúdico). Porque, cada mate con mi mujer a la mañana, gozando desde un ventanal de pared a pared de la cocina, el que da a ese jardín, es nuestra redención por soportar aquellos departamentos contrafrente, en el que debíamos esforzarnos, asomando la cabeza, para saber si el día era soleado o no. Porque sus pasillos de pisos calcáreos increíbles, sus habitaciones de pinoetas lustrosas, sus puertas y cerramientos de madera trabajadas que desarmamos y armamos -, sus pequeños hogares francesas que limpiamos con minuciosidad de un forense, hasta de su porta rollo de baño, "made in London", que desenterramos -casi azarosamente- y que luciría en cualquier museo colonial como pieza única; o tal vez por sus escrituras originales, las que traducidas al castellano, nos dicen que las

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primeras ventas -allá por el 1800 casi 1900- fueron hechas en Liverpool, entre funcionarios de su majestad , que venían a este paraje cerca de la estación del sud - aún no llamado Temperley - a trabajar en los ferrocarriles; por todo ese bagaje arquitectónico, que se identifica con mi pasión por la historia, me hace parte de ella y del cual asumo ser su celoso guardián, para impedir que desaparezca. Porque reí y rio a más no poder con mis hijos o amigos en sus paredes de 30 cm, excelentes para guardar tanta dicha. Porque en nuestra habitación goce y padecí con mi mujer, noches de insomnio, algunas veces de amor y pasión otras de frustración y desencuentro, y en las que nos ha encontrado el amanecer despiertos y abrazados. Porque tengo mi biblioteca -un lugar exquisito- con libros y recuerdos, que sobrevivieron a mudanzas, olvidos, hurtos y préstamos no reclamados. Porque hay un lugar chiquito en que está mi huerta salvaje - de mínimo mantenimiento - que me recuerda a mi abuelo y su fondo de zapallos, uvas, limones y ciruelos. Porque pende, en el fondo, mi hamaca paraguaya, donde cada tanto me pregunto "de dónde vengo" y "a dónde quiero ir" siguiendo los consejos de un libro que olvidé su nombre. Porque, cerca de esa hamaca, está enterrado "Moro", en el sitio donde le gustaba tirarse a tomar sol y dejarse hacer las cosas más increíbles, por Agus y Mateo, mientras ese Bull mastif, símil pony, los cuidaba como un hermano mayor. Es que con esa casa inglesa centenaria, que apareció en nuestra vidas y nosotros en la de ella, hicimos un pacto de salvarnos mutuamente: a ella de demoliciones modernosas, a nosotros de vivir en un lugar sin identidad.

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

Todo lugar tiene su esencia. Cuando conecto con él vivo en él, me siento en él. Olores, texturas, luces y sombras, sabores y sonidos están en sintonía conmigo. Ese lugar forma parte de mí, aunque esté fuera de mí, conecto con su esencia. Es en este nivel espiritual cuando conexión y desapego son paradójicamente la misma cosa. Es día de fiesta, llevo un vestido nuevo. Estoy en plaza Bib-rambla viendo el teatrillo de marionetas. Aparece el personaje valiente y grito: “¡¡¡Chacolín... chacolín...!!!”. Saboreo un barquillo de canela envuelto en papel de seda. Salgo del colegio y subo a mi árbol; mi lugar. Es un viejo tilo que hay cerca de casa, con unas flores en racimo deliciosas y con un olor especial. Estoy en la Alhambra. Me pierdo en sus bosques, piso las hojas húmedas de los castaños, me entierro en ellas y corro... respiro ese olor a tierra mojada y siento el frio en las mejillas. Qué sensación de plenitud. Entro en el Palacio, llego al Patio de los Leones y saboreo un bocadillo de mortadela subida en un león. Soy una sultana, me acompañan los príncipes árabes con sus túnicas de brillantes colores. Es verano, estoy en Villa Mercedes. Me siento en la butaca del porche de estilo sevillano. Observo la cerámica que decora la pared, sus colores y formas geométricas, siento la armonía de líneas, su color y textura. Traspaso el decorado y veo su historia... hay algo más que formas y colores. Escucho voces... me siento acompañada. Formo parte de el, me veo en él como si fuera un espejo. Es como un mandala que me revela que soy más grande de lo que creo ser y que mi conocimiento es mayor que el que imagino. Sentada en la butaca de casa. Miro el paisaje que veo desde mi ventana, observo la vida de mis vecinos, siento su compañía, estoy dentro de sus salones. Huele a chimenea... a las seis de la tarde cae la noche. Me acompaña el salón de mi casa. Una experiencia sublime sentir mi lugar en el mundo. Despegarse emocionalmente, no prestar atención a las personas que me rodean, percibo el lugar internamente sintiendo lo que pasa. Conecto con su esencia. Siento su luz.

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Porche de Villa Mercedes. Torre del Mar (Mรกlaga).

Carmen Navajas

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Dicky Schefer

Es una casa de dos pisos rodeada de verde, arboles en la calle - casi todos plantados por uno - y un jardín con una morera al costado. Es de ladrillos tapados por mi enredadera, que en otoño se pone bien colorada. No es vieja, pero lo suficientemente añosa como para tener pared doble y persianas. Aún así tiene un diseño moderno, con buena firma. Durante mucho tiempo estuvo viva, y cambiaba y crecía: un año llegó el gas natural, y se terminó el frío (la chimenea a leña nunca se suspendió). Otro año pavimentaron. Otro, plantas nuevas. Un día llegó el agua corriente, pero se acabó el té rico. Después llegaron las cloacas, y luego la ampliación y todo fue más cómodo. A esa casa uno ansiaba volver de los viajes, aún los de vacaciones. Allí crecían los hijos, con sus hamacas y la casita de madera en la morera, venían de visita los viejos, los hermanos, los no tan hermanos, amigos, todo aquello que le va sucediendo a la gente. Para uno, la hamaca paraguaya para echarse a leer, o no; el jardín para ver todo lo verde y el otoño. Todo lo que a uno lo hace sentir afortunado. No está adjunta la foto. Si la quiere ver, lea el diario del sábado.

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Elena Herrero Navamuel

Mi lugar en el mundo fue un Mar de Coral. El tiempo, y los vientos que soplaban en sus valles secaron las aguas y el coral fue convirtiéndose en fuerza negra y poderosa atrapado en la tierras. Encima de él y alimentándose de su poder crecieron bosques infinitos de robles y hayas. De majuetas y maellas. De espino albar y helechos. El poder negro y brillante resultó ser muy interesante para la industria del momento y el hombre abrió sus entrañas para adueñarse de su potencial calorífico. Se abrieron minas, pozos y se estableció toda una industria alrededor del carbón que le dio riqueza al pueblo y lo hizo crecer y multiplicarse. Los bosques permanecieron impertérritos presenciando su mancillamiento con apenas un leve susurro en sus copas. Pero siguieron echando raíces sus robles y extendiéndose hasta las sierras más altas. Continuaron cobijando corzos, águilas, zorros, tejones y osos pardos. Es mi refugio. Mi lugar de encuentro con mis raíces , de reunión con mi familia, de momentos felices, de infancia al aire libre, de excursiones infinitas por los montes, de acampadas bajo la luz de la luna asando unos chorizos a la espeta (cuando aún no patrullaban los del SEPRONA), de armar ramos de flores silvestres, de sabor a miel de brezo y a hogaza con queso castellano. Cuando atisbo a los lejos sus montes altos, mi corazón se expande, respiro hondo y mi mente se agranda, dispuesta a aspirar su aire frío, su olor a chimenea flotando por el pueblo y la sensación de mis pisadas en los caminos de tierra. Y lo retengo, lo almaceno y me nutro de ello hasta que regreso de nuevo como una yonki ansiosa de la paz que Mi Lugar en el Mundo es capaz de regalarme. Como diría Alberto Cortez... " Un corazón sin distancias quisiera....para volver a Barruelo".

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M Pilar López O

No tengo muy claro cuál es mi lugar en el mundo. A los 9 años sabía que la casa de mi abuela, con sus mil recovecos, desvanes llenos de papeles y arcones con libros del XVIII trufados de expresiones curiosas y ortografía a veces extraña. Sentía que mi lugar era el patio lleno de hierba y mis animales correteando por el enorme espacio del antiguo gallinero, el pequeño gorrión que sobrevivió a la caída del nido revoloteando feliz entre conejos blancos, perdices y gallinas enanas. Mi sitio era el campo vacío y el río donde pescábamos con mi madre, y el olor limpio del agua corriente y el croar de las ranas, y la voz hipnótica de los grillos al volver medio a escondidas entre los rastrojos pasada ya la hora legal de recoger los reteles. Ese era mi lugar, con el que soñaba los años de internado y a dónde quería volver cuando nos trasladamos y la vida y las enfermedades se fueron llevando mucha de la limpia alegría de vivir de antaño. Luego, muchos años después, descubrí con enorme sorpresa que la ciudad me gustaba, que disfrutaba con el runrún lejano del tráfico, (como una nana en la duermevela). Y me gustaba pasear mirando tiendas y comprar cosas bellas, hermosas aunque no nacieran de la tierra y florecieran con el sol. Y me gustaba el mar también, parecido a mis ojos al campo verde de trigos mecidos por el viento de Junio, y ponerme unos tacones altos y un vestido ajustado y cantar feliz con otro mar de gente escuchando, (nunca miro las caras, podría quedarme en blanco). Mi casa... no sé, me he trasladado demasiado y tiendo a acumular demasiados trastos, que en el fondo sé que podría abandonar bastante fácilmente. Mi lugar ahora es mi espacio, donde leo ,trasteo con el ordenador, toco el piano, canto, juego con un gato si se deja y miro el mar desde las ventanas, tranquilo, azul, oscuro, pétreo, o blanco y amenazador como hace unos días. Probablemente mi verdadero lugar en el mundo es el espacio que habito dentro de mí misma, fija, cambiante, independiente, aferrada a todo y a nada a la vez. Y de lo que suele uno estar hecho siendo humano ¿ no? Un buen lote de contradicciones perfectamente integradas.

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Liliana Lewinski

Mi lugar en el mundo. Cualquier parte donde haya gente amistosa, amante de las leyes y de la tarea bien hecha. Gente que busque la justicia y la armonía para sí y para los demás. Que reverencien el Eterno. ¿Mi lugar en el mundo? Casi cualquier parte en el mundo... menos aquí.

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Nuria Navajas

Hay un lugar en el mundo que visito frecuentemente. No es un lugar al aire libre, ni tampoco un lugar vistoso o colorido pero si un lugar acogedor y lleno de ternura. Lo frecuento aproximadamente cada cuatro semanas aunque se de él todos los días. Allí se acercan las personas más queridas de mi vida, mi familia. Algunos días acuden tantas que tienen que sentarse en la cama como si fuera un gran sofá que invitase a ello. La decoración es de estilo isabelino, con muebles de madera fuerte y robusta que asemejan a las almas que los compraron, almas hechas de otra calaña y aplomo que supieron aguantar el pasar de los años con elegancia y solera. La habitación está llena de rosarios con diferentes piedras de colores, provenientes de lugares lejanos y recónditos que aterrizaron aquí para romper el blanco gotelé de sus paredes y así, junto a los crucifijos, dar una atmósfera mística y protectora. A diferencia de otros lugares, el dormitorio de mi madre puede visitarse a cualquier hora y día de la semana. Allí se conversa de momentos pasados, de vida vivida, de sentimientos alegres y de sentimientos tristes, de reproches, de soledad, de cosas graciosas y divertidas o simplemente de rutina diaria. Pero de lo que más se conversa es de hechos ocurridos hace muchos años, hechos que renacen y resplandecen como instantes inmediatos apenas pasados. En este lugar no existen las horas, no hay ni noche ni día, ni sábados ni domingos, ni invierno ni verano. Hay agua en calma, transparente y luminosa que refleja los años vividos que no volverán más, todo ello envuelto en una luz tenue y serena. Desde el sillón de este dormitorio observo, escucho y siento la quietud pasar, pero ansío ver aguas más vivas, aguas más revueltas que me arrastren a tiempos pasados en donde todo estaba por ocurrir, por vivir o por contar. Pero la calma llegó a este habitación como mar que acoge la desembocadura de la vida, una vida llena de vivencias bipolares pues recorre de forma enfermiza los grandes extremos del sentir, desde tiempos ricos y estables a tiempos terroríficos de guerra, hambre y orfandad, desde tiempos de alegrías e hijos a tiempos de soledad y viudez. Cada cuatro semanas visito está habitación y me siento en este sillón, desde aquí siento a mi madre, vivo su cariño, ternura, suavidad y fragilidad, y me apego a ella con fuerza, con mucha fuerza pues presiento que pronto abandonará esta habitación, su dormitorio, su pequeño apartamento como ella lo llama, y que desde hace un tiempo acá, es mi lugar en el mundo más profundo y sensible de estos últimos años.

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En este lugar no existen las horas‌

Nuria Navajas

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Roberta Garibotti

No es la casa de mi abuela, ni la estúpida casita de mis viejos (no viven juntos hace 43 años), ni mi vivienda actual, afectada seriamente por complicadas e intrincadas convivencias de los que allí vivimos... o intentamos hacerlo. No es un país, una playa lejana, un bar en la playa lejana... Tampoco es un bar en el que nunca escribí ni leí un libro. ¡No lo encuentro! ¡Nunca existió! Desconozco ese precioso emblemático lugar en mi mundo, en el mundo de mi mundo.

y

Lo que espero, es que este mundo virtual, adentro de esta máquina con teclas, nunca se transforme en eso. Seguiré buscando por afuera. El aire y el cielo siguen prometiendo más.

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Horacio Tort

MI LUGAR EN EL MUNDO Pensé seriamente en no responder a esta consigna ya que no sabría elegir un lugar que pueda llamar de esa manera, al cual darle semejante jerarquía. Para muchos, este título remite inequívocamente a un lugar específico. Para mí no. Tal vez sea porque no le doy importancia a los lugares sino a aquellos con quienes los comparto. Tal vez sea porque no tengo el más mínimo apego por las cosas. Tal vez sean todos los lugares donde viví, porque mas allá de su ubicación en el mapa, todos fueron, lindos, cómodos y bien decorados, todos cumplieron su función y a todos ellos me unen lindos recuerdos de momentos compartidos con mi ex-mujer, mis hijos, novias o amigos. Pero no podría describir a ninguno de ellos con la carga emocional con que otros describen su lugar en el mundo. Pero sí hay dos lugares que sacan una luz sobre el resto. Lugares donde pasé muchos momentos maravillosos y a los que les guardo un cariño especial, sin por ello alcanzar la categoría que da origen a estas líneas. Uno es la casa de mi abuela donde pasé casi todos los veranos de mi infancia. Ubicada conde la calle Alberto Williams termina como en una península rodeada de parque, en el barrio de Saavedra, era una típica casa de clase media si bien tenía un diseño algo extraño, que supongo fue unos de los primeros intentos de duplex en el país. Al abrir la puerta de calle te encontrabas con un pasillo que daba al jardín y con una escalera a la derecha que te llevaba a la planta superior donde había dos cuartos muy amplios y otro pequeño que hacía las veces de escritorio, un living con chimenea, baño, cocina, lavadero y balcón. En el living, al lado de la chimenea y dispuesto en ochava coronando un rincón estaba el combinado de RCA Victor que hoy tengo en mi cuarto esperando ser restaurado algún día. Mesa, sillas, un bargueño y un cristalero eran de diseño español, como es lógico en una familia de ese origen, de esos que llevan laureles firuleteados en algún lado. Los sillones, uno de dos cuerpos y dos individuales, eran cómodos, amplios, con amplios apoya-brazos de madera donde podías hasta sentarte y estampados con cuadros coloridos. Un gran espejo rectangular sobre el barqueño, una mesa de frente de sillón, otra entre los sillones individuales, un par de cuadros y una lámpara de pie era todo lo que completaba el mobiliario. Nuestro cuarto, con dos camas, mesa de luz y un ropero daba al balcón, que tenía dos sillones mecedores que necesitaban un poco de aceite cada tanto para evitar sus chirridos . Allí leíamos con mi hermano las revistas que mi tía nos traía todas las noches (Tony, Dartagnan, Legión

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de Super Héroes). Una casa sencilla, sin ningún encanto particular, pero que brillaba con la presencia de mi abuela y mi tía, con sus mimos, cariño y dulzura. Una casa que asocio con mil aromas, desde el jazmines que provenían del jardín y siempre había en unos violeteros cuando era temporada, hasta los que emanaban las mil delicias que ella nos cocinaba. El otro lugar que podría candidatearse es la casa de la foto. Se llama Solimar, esta sobre la playa, entre La Lucila del Mar y Aguas Verdes y es una casa donde pase infinidad de veranos y fines de semana largos con mi ex-mujer y los chicos, junto con mis cuñados y sus familias y mis suegros. La foto está tomada desde una tranquera que parte una línea de médanos y tamariscos que protegen la casa del viento y el salitre. Al estar alejada de los centros urbanos, la playa es casi exclusiva, y aún en verano es solo visitada por gente de paso que le gusta dar largas caminatas o buscar lugares apartados. El parque que rodea la casa es una cancha de golf con 6 greens y nueve salidas, razonablemente cuidada, con un diseño casero pero divertido que permite despuntar el vicio. También tiene una cancha de tenis de cemento para pelotear un rato. Y todo eso está rodeado de un hermoso bosque de pinos que da gusto recorrer a caballo o caminando y de donde surge la leña y pinocha para las chimeneas de la casa en invierno. En síntesis, un all inclusive familiar a 300 km de Buenos Aires. Construida en épocas de bonanza y hasta opulencia, la casa tiene capacidad para cerca de 40 personas. En el centro y el ala norte están ubicados los cuartos, los distintos livings, comedor, y por supuesto varios baños completos. En el ala sur esta una inmensa cocina, su despensa, un cuarto de juegos que incluye una mesa de pool y una de ping pong y los cuartos que en una época fueron de la servidumbre (horrible palabra si las hay, pero así se decía) y que hoy han sido redecorados para el hospedaje de cualquier visitante. La decoración de la casa es sumamente sobria, sencilla y funcional, en consonancia con los valores y forma de ser de la familia. Desgraciadamente, los necesarios tamariscos obstruyen la vista al mar por lo cual los cuartos del piso superior son los más disputados. El ambiente principal es el que llamamos La Redonda, por su forma semicircular. Sus paredes son bajas, está lleno de sillones y ventanales, lo que lo hace un lugar ideal para tomar el café de sobremesa, leer, escuchar música y hasta para presenciar los "actos" que nuestros hijos creaban y actuaban para nuestro entretenimiento y deleite. En medio de ese clima familiar donde no faltaba nunca alguna pequeña discusión que no pasaba nunca a mayores, jugábamos cartas,

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andábamos a caballo, barrenábamos olas, hacíamos deporte, caminatas por la playa o por el bosque siempre en complicidad o compañía de nuestros hijos, cuñados y sobrinos. Mis suegros disfrutaban de tener todos allí, nosotros disfrutábamos de compartir esos momentos con ellos y todo era buen humor y diversión. Melanie y Dominique, mis dos hijas, son ambas nacidas a principios de Octubre, producto de noches de amor en Solimar. Por eso, por maravillosos recuerdos que tengo de nuestros días allí, este bien podría ser lo más cercano a mi lugar en el mundo.

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Diana Levinton

Mi lugar en el mundo es aquel en el que me encuentro en el momento. La casa de la infancia de la que me fui meses después de haber iniciado la adolescencia, almohada y bolsito de fin de semana en la mano, sin saber que nunca volvería... Las casas de las tías en San Juan, a donde me fletaba mi padre viudo apenas terminadas las clases, única alternativa que veía para sobrevivir las vacaciones con esa hija que a los 12 años medía 1.72mts. y leía a Stefan Zweig. El departamento en la calle Junín al que llegué con esa almohada y ese bolso cuando mi padre se casó en segundas nupcias y hubo que aprender a armar una nueva familia. Mi lugar en el mundo. 10921 Edison Road, Potomac, Maryland, la casa a la que llegué cuando el American Field Service - vía beca - me regaló una familia americana que al día de hoy lo sigue siendo, cuando una escuela me recibió, me dio la bienvenida, me abrió un mundo y una vida que incluyó asistencia perfecta a la escuela dominical de Potomac Methodist Church. Yo, la única judía del barrio en el cual había vivido mis primeros años, era bienvenida en la iglesia metodista. Tan bienvenida que el último domingo me preguntaron cuáles eran los himnos que quería que se incluyeran en el servicio religioso. La pucha, si eso no es un lugar en el mundo... Mi lugar en el mundo. El bar de la vuelta de la facultad al que llegaba luego de un día de oficina ("La independencia empieza por la independencia económica", me había dicho el viejo). El primer departamento, la primera hipoteca, recién casada y sin saber que las papas no se guardan en la heladera. 75 metros cuadrados entre propios y comunes dentro de los cuales transcurrieron los dos primeros embarazos y a los cuales volví con un diploma en la mano que anunciaba que había cumplido los requisitos necesarios para ser una profesional desocupada. El segundo departamento. El que alquilamos amueblado cuando una elección equivocada hizo que perdiéramos lo poco que supimos conseguir en esos primeros años que todavía no llegaban a la treintena. El que le dio la bienvenida al tercer hijo y me vio regresar con los brazos vacíos cuando la primera hija pasó a ser una autopsia que cuenta que era una bebé sana y normal y que no han podido establecerse las causas de su muerte. El que nos vio partir rumbo al lugar en el mundo que habíamos soñado sin realmente creer que sería posible. Allí nació nuestra primera hija y allí se gestó y culminó la separación que se impuso cuando cumplimos el proyecto de familia que nos había mantenido unidos durante 27 años y no hubo uno de pareja para sostener un matrimonio que se había tornado previsiblemente aburrido.

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Lugar en el mundo que dejó de ser viable cuando los hijos se establecieron por su cuenta y sobraron habitaciones, baños, ventanales y paisajes citadinos, todo lo cual venía acompañado de impuestos y expensas que excedían economía y sensatez. Fueron también mis lugares en el mundo Kalundborg y Kolding, ciudades danesas donde amé y fui amada, donde supe que hay momentos en los que sería bueno que la vida tuviera un botón de "Pausa" para detener el transcurso del tiempo y quedarse para siempre en esa conversación, en esa mirada, en ese abrazo que era en sí mismo mi lugar en el mundo. Miro las luces de los coches, las canchas de tenis del Vilas iluminadas, el escritorio con los papeles con los que he trabajando durante el día. La biblioteca me envuelve y hay un vaso con gin tonic a mi lado. Leonard Cohen me dedica una canción. Mi lugar en el mundo mientras lo sea...

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Mauricio Castello

"There's No Place Like Home" Nuestro lugar en el mundo estoy convencido que debe ser el hogar, no ese lugar añorado donde alguna vez se fue feliz o donde pasamos esas vacaciones soñadas sino ese lugar donde uno efectivamente vuelve y permanece, donde las más potentes tentaciones de alejarnos de él se frustran, el hogar. Luego de haber vivido en dos provincias y en la Capital, luego de una decena de mudanzas, hoy puedo decir que no tengo un hogar, pero todavía queda mucho tiempo.

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Andrea Goldberg

Mi lugar en el mundo es la suma de las almas donde he dejado alguna caricia. Unos pares de brazos abrazándome y unos pares de labios abrasándome. Las bahías calmas que son las dos sonrisas de mis hijos. Los desérticos salares de dolor transitados sin cantimplora. Las coloridas fiestas en las que río. Las estrechas cuevas oscuras donde encuentro refugio para encender las fogatas de la esperanza. Las amplias playas en las que avisté lunas y soles gigantes. Los bosques y selvas donde aprendí que sólo soy una parte y muy ínfima de la naturaleza, algún mar turquesa y los ríos que desorientarían a Heráclito y Parménides pero en los que se pueden dirimir sus cuitas con sólo sumergirse desnuda en ellos. Mi lugar en el mundo no existe como tal. Tengo la certeza de dónde será mi lugar en el próximo mundo y sé que allí hará muchísimo calor.

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Mariangeles Soules

No sé si realmente tengo definido cuál es mi lugar en el mundo, aunque sí que siempre he soñado con ir a vivir algún lugar cerca del mar, más precisamente, muchas veces tuve la intención de mudarme al norte de Brasil, Fernando de Noronha, en Recife, por lo que estudié tres años de portugués, ya que quería terminar mis últimos años en un clima cálido, un lugar con poca población, poder caminar durante horas descalza por la orilla del mar y permanecer escuchando el sonido de las olas que vienen y van, eso es algo que siempre me dio mucha paz

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Pero ahora no sé; mis metas cambiaron, mi vida cambió y creo que mi lugar en el mundo es donde pueda compartir días con mi nieta, porque es lo más importante de mi vida actual y no quisiera perder un solo instante de sus cambios, de sus logros, de su conversación. Por eso mi lugar en el mundo es y será siempre el sitio donde y cuando esté Myriam Luz.

Mariangeles Soules y Myriam Luz.

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María Gabriela Failletaz

Mi lugar ideal en el mundo es cualquier ciudad de España que mire al Mediterráneo. Tal vez, en otra vida, me mude para allá... Pero siendo más realista debo decir que mi lugar en el mundo es mi cocina. Mi enorme y luminosa cocina con todas sus virtudes y defectos. Siempre digo que tengo una cocina sobrevalorada y un living desestimado. Cuando reciclé la casa que habito, le dije a mi ex que tener una cocina comedor grande formaba parte de mi filosofía de vida y de mi escala de valores. Él toleraba esas frases célebres mías y me decía a todo que sí, y no porque me reconociera como destacada cocinera, sino porque sabía de mi ilusión de tener un hogar con una mesa larga para ver a mis hijos "hacer los deberes". Soñaba conducirlos en sus aprendizajes y eso incluía los horarios de almuerzo, merienda y cena. De hecho, he disfrutado ejemplificando los cambios de estado de la materia con la pava hirviendo o convertir manzanas y naranjas de la frutera en los planetas del sistema solar. Con mi embarazo a término convertida en un zeppelin me pesó recorrer varios negocios para encontrar las baldosas que me gustaban. Tenían que ser fuertes y grandes como las del living de mis padres porque yo intuía que por años, iban a ser altamente castigadas. Esta cocina ha sido pista de patinaje artístico (con saltos incluidos) salón de fiestas infantiles, gimnasio con colchonetas para piruetas, home theater, cancha de paleta, cybercafé y cybermate, consultorio sentimental de amigas, dormitorio de piyamadas y salón de baile. ¡Ah, tantas veces el repasador o una susex operó de pañuelo en una Zamba! También fue sala de ensayos para mis gritos cantores (los vecinos agradecidos). Tengo dos arañas grandes con muchas luces que cada tanto las miro y me recuerdo que tengo que limpiarlas. En mi cocina también hay un patio interior que siempre amenazo pintar. A las macetitas que cuido y descuido según las ganas, las veo mientras lavo los platos. Tengo incluido el lavadero, con su infinita pila de ropa doblada como parte del mobiliario y junto a ella el costurero y la plancha esperan y esperan... milagros.

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Como les contaba, mi cocina es testigo de alegrĂ­as y carcajadas, de historias amorosas, de grandes discusiones, sollozos incontenibles o tristes silencios prolongados. Me gustan las cortinas color ocre que cubren el sol rajante de las ventanas y otras bordadas por mi mamĂĄ con puntillas de brodery llenas de florcitas de colores. Creo que si un dĂ­a me llegara a mudar, a mi cocina me la llevo conmigo.

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Ofelia Iungman

Mi lugar en el mundo, hoy es Olivos, les contaré brevemente sobre esta Ciudad de calles arboladas, con fragancias alternadas entre jazmines y aromas estacionales, jacarandas, tilos, paraísos y naranjos… el trino de pájaros y el arrullo de las palomas, que aún nos alberga con compasión. Cada año sufre una transformación edilicia importante, y lo soporta con hidalguía. He caminado por sus veredas desde 1982, cómo olvidarlo. Por Corrientes al bajo se encuentra el Puerto, abierto al Río de la Plata, las embarcaciones, acompañan el paisaje con conciertos diarios, cantan sus mástiles que chocan con la brisa y rechinan como espadas embravecidas, según los vientos. Lugar obligado, la plaza, la Iglesia, la biblioteca, el Teatro York, la pequeña placita González del Solar, con el busto de Juan Carlos Altavista, popular cómico y vecino del barrio. El Tren de la Costa, la estación Borges, con su barcito tradicional, que atrae a directores de cine, periodistas y grupo jóvenes de artistas que nos regalan su arte. El árbol centenario de Estrada y Entre Ríos, un Timbo de gran envergadura, donde duendes y fantasmas, siguen regalando historias a los niños, que transitan diariamente en las idas y vueltas de sus actividades escolares. Como definir sin sentir su ángel, no hay nostalgia ni melancolía, hoy sigo disfrutando con mis nietos los mismos paseos que realice con mis hijas!

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Cecilia Gómez Nale

Mi lugar en el mundo. Mi lugar en el mundo es el no-lugar. Las veces que sentí que mi lugar era ése en el que estaba se debió, más bien, a que me pusieron en un lugar que me gustó. Y claro que ese lugar no es un lugar físico. Por lo tanto, sería bastante difícil describir ese lugar. Cómodo, sí. Pero no mucho más para contar. Mi lugar en el mundo fue aquél en el que fui feliz; es en el que soy feliz y en el que seguramente lo seré. Como a este último aún no lo conozco, carece de atributos para ser descrito. Pero en aquellos en los que lo fui y lo soy, me encontraron y me encuentran disfrutando de la felicidad; por lo que detenerme a describir la ambientación sería desperdiciar la vivencia del momento. Calculo que para los próximos instantes de felicidad me va a ocurrir lo mismo. En donde encontré refugio también supo ser mi lugar en el mundo: en ese caso, estaba demasiado ocupada en llorar a llanto vivo, en meditar qué carajo había pasado, en escuchar a quien me aconsejaba o en recibir el consuelo que necesitaba. Así que mis sentidos estaban puestos en otro lugar… que no era ese lugar. Las veces que encontré un lugar que me fascinara por su paisaje, su geografía o su ambiente me tuvieron inicialmente más como espectadora que como protagonista y aquello que pudieran haber despertado a nivel sensorial y emocional, me sumergieron en la película o se precipitaron a formar parte de la mía; un tanto parecido a lo que le sucede a la Cecilia de Woody Allen interpretada por Mia Farrow en La Rosa púrpura de El Cairo, pero sin que mediara galán alguno, fuera persona o personaje. Mi lugar en el mundo también es el “ahora”, con lo que, si me pusiera a describirlo pasaría a formar parte de lo que ya sucedió. Con lo cual, dejaría de ser “ahora”. Concluyo, entonces, que mis lugares en el mundo o bien no existen como tales, o sufren una suerte de fade out a partir de emociones que los desdibujan, o son lo suficientemente poderosos como para absorberme o ser absorbidos sensorialmente. A estos últimos me los guardo y me los llevo: no sé si encontraría palabras para describirlos. Y por último, ¿cómo representar el tiempo como lugar? Sí podría pasarme un buen rato hablando de mi mundo en un lugar. O en varios. Pero esa no era la consigna.

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Mercedes Antón Cortés

El lugar. Sevilla era la casa de mi abuela viuda, de mi abuela discreta y vestida de negro o gris y rara vez malva, que gestionaba su empresa y había sacado adelante y en solitario a sus hijos y participado en nuestra crianza de una forma sutil y firme a la vez. Una persona que desde su severidad emanaba una dulzura especial y que sabía crear un ambiente amable a través de las flores y rosales que ella cuidaba, de sus naranjos y limoneros, del batir de sus palmeras cuyos dátiles comíamos. Mi abuela era ese trasegar por carreteras cada vez más sinuosas donde veíamos pasar tras los cristales de su coche, uno tras otro, cientos de postes, no sé si de la luz o del teléfono, que parecían escoltarnos hasta llegar al campo, a Aramundos. Y entonces el campo y la naturaleza, para mí, eran Aramundos. Aquel lugar, con su alameda, con sus olivos, con los manzanos, los maizales, la huerta, la parra y el invernadero que ella cuidaba con mimo, simbolizaban toda la naturaleza, todos los parajes, todos los árboles. Los animales que allí vivían y se criaban representaron durante muchos años el más importante referente faunístico que tuve. Aquella vida de mi abuela, con sus casas y lugares queridos, con sus viajes, que tantas veces compartí, es un lugar al que siempre, una y otra vez, volvería…, porque ella, su persona, era el auténtico lugar.

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Guillermina Silva D Herbil

Tratando de ver cuĂĄl es mi lugar en el mundo, me di cuenta de lo pequeĂąo que mi mundo es. Ojala pueda darle forma a lo que siento antes del domingo.

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Horacio Petre

MI VIDA EN PERÚ ¡A mí lo que me gusta es ponerme detrás del monitor! Me fascina el calor que desprende y ese sonido imperceptible para los otros… Cuando todos duermen, el padre se queda un rato más en su compu, y a mí me gusta meterme ahí detrás… Pero el tipo no quiere que me meta en ese lugar, y me saca de una pata… Donde duermo es en el lavadero, donde hay un canasto con una manta para mí, cerca de mi comida y mi toilette. ¡Soy feliz acá! No me acuerdo mucho de dónde vengo, hace ya mes y pico que llegué y es como si estuviera desde siempre. El hijo es muy juguetón, y le encanta divertirse conmigo. Habría que explicarle que no soy un perro ni un juguete… pero a mí me gusta igual. Me hizo un par de dibujos, en los que no salí muy mal retratada. La madre es la que más me va. Me mima a veces con comidas especiales y es la que me da más charla, serena y divertidamente. Yo la verdad, mucha pelota no doy, pero lo registro todo, absorbo todo lo que pasa en esta casa… Por la mañana es la madre la primera en levantarse, me saluda, me charla, se fija en mi comida y si dejé algún regalo… después enseguida abre la puerta que da al patio, y allá me voy a disfrutar de los malvones, el pasto, los insectos y pajaritos. Todavía no sé cazarlos, porque soy chiquita, espero algún día lograrlo… Yo los miro a estos tres como viven y me dan mucha curiosidad. Por momentos están todos juntos, casi siempre que comen, y después andan cada uno por su lado. A veces el padre viene a cantar y tocar la guitarra al fondo, entonces yo me voy a la otra punta de la casa… Igual por suerte cuando está en casa se pasa la mayor parte del tiempo frente al monitor. A veces los veo que se llevan bien, charlan animosamente, juegan… otras veces se pelean y se agarran de los pelos.. ¿quién los entiende? Como sea, la paso bien en la casa de la calle Perú… Ya establecí contacto con mis superiores, calculo que algunos años de seguir relevando y enviando datos. Y después a seguir viaje, a renacer quién sabe dónde, en otra veterinaria, otro callejón, otra galaxia… voy por la tercera, me quedan cuatro más.

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Mariasi Cañizal

Es ese lugar que me regocija tanto, por varios motivos, que me lo guardo para mí. Lo atesoro como vivencias de gran felicidad que permanecerán por siempre y que agradeceré eternamente. Mi lugar en el mundo es mi cama. Una cama grande, amplia y con sábanas siempre blancas, bien estiraditas, con olorcito a jabón y suaves. Esa cama en la que mis 3 hijos algunas mañanas de días sin actividades, me las regalan enteras para mí. Que han ido pasando de chiquitos porque se me metían a la noche, por miedos, por sueños, por mimos o porque sí. Siempre supe que eso duraría poco. Que era una etapa de niños chiquitos y así la disfruté. Aún hoy que alguno de los 3 venga a mi cama un rato significa algo hermoso, es para charlar de algo solos, de algo más profundo o de algo personal, tristeza o alegría, dudas o descubrimientos, en la intimidad que brinda la noche. Y es una fiesta un desayuno que me preparen los 3, para mi cumpleaños o el día de la madre, y me lo traigan a mi cama, con la bandeja verde grande, así hay lugar para los 4 desayunos, ¡ninguno se lo quiere perder!. Es todo lío, todo revuelto, todo peleitas de lugares y hablar interrumpiéndose, es cuidados por no volcar, es robarle al otro el dulce de leche, y es el mejor estado de intimidad compartido entre 4. Mi cama es un refugio, es abrazos, es besos, cuentos, llantos, locuras, mimos, días de nanas, masajes, explicaciones, dibujitos en la tele, fiaca y gran cama compartida para cuando yo me voy de viaje. Es sentarse para ver vestida a mi hija que se mira en el espejo. Es recibir el beso de cada uno cuando se van a acostar. Y si no estoy con mis hijos, también es el lugar donde me encuentro con el ratito libre y a la hora que más me gusta para hacer algo relajante y que disfruto, la noche. Leo, escucho música, miro algo en la tele, Lipe, escribo alguna idea suelta, y sobre todo me encuentro a mí. A veces la cama se comparte y es amor, a veces el sueño vino lindo y se aprovecha, a veces sólo me ve salir y a veces desplomarme en mi cama por sólo 5 minutos es la recarga necesaria para volver a hacer. No me puedo quejar de la vista desde mi cama por la ventana de mi cuarto, veo árboles, cielo y si me asomo, mirando para el lado del río, puedo ver la luna cuando sale llena, pero si algún día mágico esa ventana diera al Mar o cercano a un playa, Mi lugar en el mundo se ampliaría…

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Oscar Boán

Mucho se habla de Marbella, de su glamour, de sus personajes famosos. Nada se habla de Marbella, de los que en ella trabajando o en desempleo, día a día pagamos nuestras cuentas con esfuerzo, miramos series y fútbol por TV, leemos, escribimos, queremos una vida sencilla, en este, nuestro lugar en el mundo, entre el mar y la montaña, bajo la luz de un cielo claro.

Casco Antiguo

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Oscar Boán


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Malke Matusevich

Tal vez tendrían que ser “mis lugares en el mundo”, son tantos y no es ninguno; siempre me cuesta decidirme por algo, es que estoy segura de lo que no es pero lo que es… siempre me genera dudas y lo que puede ser muchísimas más. Me identifico con un gato, que va mirando y husmeando hasta que no se sabe bien porqué, escoge un sitio y allí se queda, parece como un sexto sentido que le dice que es allí, y aunque el resto de la gente no entienda el porqué, ese es el sitio y no hay discusión. Durante mucho tiempo pensé que me gustaría volver a Santorini, con ese mar turquesa y esa luz enceguecedora, con el blanco y el azul de sus iglesias, con sus gatos y sus viejos al sol. Ese lugar es la felicidad, ese instante en el que sentimos que eso debía ser “la felicidad”, el placer por sentirla y la pena por saber que en algún momento terminaría. La sensación agridulce de lo efímero, constantemente recordamos esos lugares en los que fuimos felices y tendemos a pensar que volviendo al sitio, volveremos a vivir las mismas situaciones que en su momento nos hicieron felices, pero en el fondo sabemos que no va a ser así; que ese bebé que nos necesitaba ya es un adulto, que esa abuela que nos preparaba la merienda ya no está más que en nuestro recuerdo y la casa no tiene sentido sin ella y que lo que hacía a Santorini un lugar en el que valía la pena vivir eran más que nada mis 25 años y el amor que llevaba a mi lado No sé cuál fue, es o será mi lugar, por lo pronto sigo buscando, me dejo sorprender por nuevos aires, nuevas vivencias, nuevas gentes. Confío en reconocer lo que busco cuando lo encuentre o tal vez el lugar es la búsqueda y todo lo que voy aprendiendo durante el camino, inconformista por naturaleza, viajera empedernida. Como dice Caetano “el mejor lugar es ser felíz”.

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Gustavo Pedace

Brumoso a veces, de mañana. Es allí donde cada tanto relojeo el paso del tiempo. Pasé ratos placenteros y de los otros. Hice recitales en vivo, aprendí de etimologías leyendo la Británica, sané heridas, corté uñas y me desintoxiqué suavemente. Cambié mi aspecto. Me vacuné. Me preparé para salir a casarme y para ir al entierro de mi amigo Juan, mirando largamente el espejo que cubre casi toda la pared. Sí, también hice eso otro. Cada tanto lo hago. Disimulé llantos, tuve ideas brillantes que se desvanecieron al pasar por la puerta, otras pude escribirlas a tiempo. Refugio, última barrera aún para los que más confianza tienen. Sitio de alquimias. Mi baño señoras, mi baño señores, mi baño.

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Cecilia Mosto

En silencio, sobre una tumbona yo, y sobre un pastizal crecido y fino ella. Tan crecido que pueda verlo moverse por el viento con la inclinación del cuerpo exacta que me da la tercera posición de esa tumbona barata. No tan crecido y lo suficientemente fino para que pueda moverse con un viento suave y no se convierta en una dificultad para apoyar, sobre él, mi vaso de vino blanco con hielo de manera tal que no se caiga y que luego sin mirar pueda encontrarlo como lo dejé a través de un solo movimiento, extendiendo mi brazo derecho, sin que sea necesario mover la cabeza para buscarlo que estará sujeta y atenta a las hojas de un libro sostenido por mi mano izquierda. Seguramente leeré algo denso. Probablemente europeo. Un libro que cada tanto deba dejar de leer, apoyarlo en la panza y pensarlo, mientras oigo las hojas de los árboles chocarse una a una y giro sentada en un planeta del cual desconozco el motivo de su existencia y hasta que llegue ese amargo momento en que el vino berreta y también el hielo se acaban.

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Edgardo Talenton

Son ya muchos años que lo frecuento y ciertamente nunca me canso de verlo, estar e ingresar en él. A veces sólo voy para contemplarlo, tratando de seguir comprendiendo su cambiante comportamiento y movimiento, como se aleja, se acerca, o esas veces que parece querer apoderarse de todo. Siempre me brinda algo, desde disfrutar de la armonía de su llanura en tranquilas mañanas, hasta observar la voluptuosa revolución de sus días agitados. Cuando me lo permite, lo incursiono y allí es donde disfruto en plena y natural comunión, la simpleza de mirar hacia adelante y ver sólo una línea recta que separa los elementos, a veces bien definida, otras difusa, lo cual ya es suficiente motivo para trasmutar lo cotidiano por una situación de tintes mágicos. Sus tonalidades bronceadas, cobrizas y los reflejos plateados también saben ocultar algo de misterio. El firmamento y las nubes completan el escenario, mientras el viento escribe en la superficie un idioma dulce que puede tornarse áspero en poco tiempo. Hay que entenderlo y con paciencia aprovechar su energía para trazar con él y en él surcos, rectos o sinuosos -a gran velocidad a veces-, en una adrenalina de saltos en sus ondas de cresta blanca, girando para volver a la firme costa que a la distancia parece maqueta, cuadro o sólo pincelazos verdes según donde observo… Y al poco tiempo quiero volver a este lugar tan anchísimo que parece surreal, para disfrutarlo con mi tabla y vela, o con un remo tal vez. A veces creo que él también espera mi regreso…

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Claudio Beller

Mi lugar en el mundo Pasaporte, paso puertos, paso puertas. Visito pero no vuelvo, en trĂĄnsito, ĂŠse es mi lugar en el mundo.

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Paula Ancery

AMOR A ROMA Hay muchas maneras en que un lugar puede morir: hacerse polvo, como Bizancio; momificarse, como Venecia; o bien lo uno y lo otro a la vez: piezas de museo entre cenizas. Pero Roma perdura, su pasado vive. Vive gente en el teatro de Marcelo; la plaza Navona es un estadio; el Foro, un jardín. Entre tumbas y pinos, la Via Appia sigue conduciendo a Pompeya. Por eso no se termina nunca de descubrir Roma. Etrusca, clásica, barroca, tranquilamente extravagante, Roma une la ternura a la grandiosidad. Por eso su belleza no cohíbe. Ninguna afectación, ninguna languidez; pero tampoco, nunca, solemnidad ni dureza. En sus calles y en sus plazas se encuentran a menudo la tosquedad y el silencio de las aldeas; sin embargo, Roma nunca es provinciana. Se oyen los zumbidos de las vespas, pero también el canto de un grillo. Las voces humanas suben, impetuosas, en el aire donde flota la alegría, a veces frágil, siempre contundente. Un campanario románico está al lado de una torrecita en forma de torta de bodas; entre los dedos de un pie de mármol crecen briznas de pasto; y de esos caprichos nace una armonía. La luz del día hace vibrar la palidez monástica de los rojizos quemados y los ocres que predominan en la edificación; en el aterciopelado cielo nocturno, los techos color de sol agonizante dibujan arriates de estrellas. En el Capitolio se respira un fuerte perfume de pinos y cipreses que da ganas de ser inmortal. Y es que en la ciudad eterna se respiran a la vez del bullicio de hoy y de la paz de los siglos. Roma: un lugar donde es necesario llamar belleza a la nimiedad más cotidiana.

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Carolina Allen

A mi lugar en el mundo se llegaba casi como por teletransportación. Arrancaba en la autopista, casi siempre de noche. En algún momento mis ojos se cerraban y lo siguiente era abrirlos y sentir ese olor mezcla de viejo y siempre cerrado del caserón. Después se oían choques de tazas y platos, y un fuerte aroma a tostadas recién hechas que invitaban a saltar de la cama. El pasillo era largo y repartía las habitaciones. Éramos 10, cuando no 11 o 12. Por fin llegaba al comedor pero lo primordial era abrir la puerta y salir a la galería. Ahí ya no quedaba duda alguna. Estábamos en mi lugar en el mundo. La casa en lo alto de la loma, en medio de las sierras cordobesas. Mi querido Alpa Corral. Un aire que te ensanchaba los pulmones. Olor a verde, a pino, a limpio, a libres. En mi lugar en el mundo se podía andar en bici por cualquier calle de tierra a los 7 años. Se podía ir al río y hacer sapito con las piedras. También se cruzaba el cajón, el cauce furioso del agua, saltando de una orilla a la otra, superando obstáculos como sin fuera el cruce de los Andes. Se andaba a caballo, se hacían carreras en la pistita y se huía rápido a un lugar seguro apenas alguien mencionaba la crecida y el agua empezaba a bajar sucia. En mi lugar en el mundo no había problemas ni sufrimientos así que íbamos a la playa que en vez de arena tenía piedritas puntiagudas. Pero era cuestión de pisarlas un poco para ya no sentirlas más; meterse al agua helada para perder cualquier molestia río abajo. El diario llegaba unos días sí, otros no, de acuerdo a como estuviera el camino de tierra de acceso al pueblo. Para avisar que habíamos llegado bien había que subir la cuesta hasta la telefónica, darle el número a la operadora y esperar a que nos diera la cabina uno o la dos para hablar. Ahora para llegar al que fue mi lugar en el mundo hay una ruta asfaltada. También se puede comprar dos o tres diarios en los almacenes. Hay señal de celular y también hay internet. Donde se veía verde, ahora se ven tejas rojas o maderas brillantes de cabañas a estrenar. Es por eso que ahora más que antes para llegar a mi lugar en el mundo ya no tomo la autopista. Nada más cierro los ojos.

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Daniela Acher

Hileras de carpas, el vendedor y su canasta de pebetes, para mí roast beef con tomate, puedo ir al mar otra vez, dale, mamá por favor, juntamos caracoles con agujeros, los pintamos y de tarde son collares en la vereda, un peso, señora, y se lo lleva. ¿De qué quiere el helado? Arena oscura: chocolate, arena clara: vainilla. Corremos sin parar, pelota, paleta, y al mar otra vez, olas, aguavivas, milanesa de arena cuerpo entero, gran castillo con foso de agua de verdad, mi pozo ya llegó al agua, el tuyo no, seguí cavando, te cubro de arena, sólo la cabeza afuera, se puso fresco, el chocolate, las galletitas, abríguense. Vamos a ducharse que hay que ir a cabalgar. Bronceador, sombrillas, quieren un sandwich, mamá me voy al mar, no se metan muy adentro, el bañero no está, sillita, libros, vino Mariela, vamos a caminar, ponete remera, no vuelvan tarde, otro balneario, mar de chicos, los miramos de lejos, de vuelta mate, facturas, carrera en la arena, lagartos al sol, hablamos sin parar. Me ducho primera que me voy con Mariela a caminar. Pareos en la arena, ¿cuántos somos? Voy a comprar una coca, traigo fiambre, pelota, se olvidaron las paletas, vamos al mar, corré que te alcanzo, ay, el agua está helada, te mato, vení para acá, cuidado, la malla, hoy qué banda toca, hace frío, tomá mi buzo, en qué camping estás. Cola en la ducha que a la noche hay fogón, vamos a guitarrear. Te acordaste del termo, llevá la heladerita, ayudá tu padre, mamá vamos al mar, esperá que termine el capítulo, se quedan con Silvia, nos vamos a caminar, voley, te juego carrera, hay olas para barrenar, campeonato de truco, pirámide humana, mamá, puedo otro helado, vamos al muelle, caipirinha de tarde, se hizo de noche y seguimos acá. Los hombres se duchan después de pescar. En algún momento cierro los ojos: siento el cansancio del sol y el arrullo del mar y sé que estoy en mi lugar.

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Luis Alfonso Martín Delgado

Me preguntan por un lugar. El lugar. Mi lugar. Un lugar que uno sea capaz de sentir como propio, que le pertenece, quizás porque es uno el que realmente pertenece al lugar por haber nacido en él. Una parte del planeta que ha ayudado a hacer que uno sea como es. Mirando al mar y al sol, con un clima benigno y agradable. Un lugar en el que querría uno pasar los últimos años de vida. Un lugar donde tener una casa en la que recibir a la gente que uno quiere, donde puedan sentirse como en la suya propia porque se respire afecto y caricias y caliente el sol en esos días claros y limpios de invierno. Un lugar en el que acoger y ser acogido por dentro y por fuera. En el que la visión de las ventanas sea más atractiva que la de la tele visión. En el que no importen las distancias ni las ausencias porque todos quieran regresar a él. Un lugar en el que no sentirse solo. Un lugar en el que no te importe pasar muchas horas porque no te sientas encerrado sino acompañado. Un lugar en el que tener mi lugar junto al de otros, un lugar para compartir. Mi lugar no es mi lugar, es el lugar de todos. Mi lugar es el mundo, aunque a veces sienta que no hay lugar para mí en este mundo que estamos haciendo entre todos.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 23 DE MARZO DE 2014



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