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como hecho y como artificio
Finalmente, una perspectiva a veces de tendencia economicista está presente en algunas de estas interpretaciones, como en las que enfatizan únicamente el cambio del modelo de acumulación (del fordismo más centralizado hacia el posfordismo más flexible). Muchos, sin embargo, abren un amplio espacio para la introducción, también, de cuestiones políticas y culturales. El campo de las representaciones o de las imágenes moldeadas sobre la región, destacado por Allen et al., por ejemplo, trae a la superficie, más de una vez, la discusión en torno de las identidades regionales y del regionalismo –este, aunque enfocado ahora mucho más en un sentido económico, pudiendo ser releído a través de la perspectiva de la lucha por autonomía dentro de la esfera nacional-global, como enfatiza John Agnew–.
4. ENTRE REALIDAD EMPÍRICA Y CONSTRUCCIÓN INTELECTUAL: LA REGIÓN COMO HECHO Y COMO ARTIFICIO Como vimos en la discusión sobre las distintas concepciones de región, hablar de región es también, concomitantemente, involucrarse con los diversos procesos y/o métodos de regionalización; ya sea priorizando el campo epistemológico, como un procedimiento operacional o instrumento de análisis propuesto por el investigador, ya en una perspectiva más realista, como un “hecho” o, de forma más matizada, como un proceso efectivamente vivido y producido por los grupos/sujetos sociales. De otra forma, podemos afirmar que el concepto de región y, por extensión, los procesos de regionalización que lo acompañan, epistemológicamente hablando, son moldeados dentro de un amplio espectro, desde la visión más racionalista que percibe la región como mero constructo de nuestro intelecto, especie de artificio o instrumento que permite el entendimiento de las “partes” del espacio geográfico (a través de principios generales de diferenciación/homogeneización), hasta abordajes más realistas en torno a fenómenos socioespaciales efectivos, tanto en el sentido más objetivo y/o funcional, que se refiere a la organización de espacios económicos a partir de su incorporación en la división interregional del trabajo, como en el sentido de las realidades inmateriales, simbólicas, a través, por ejemplo, de la manifestación de identidades regionales en el contexto de nuestros espacios vividos. Agnew (1999) propone trabajar el debate regional a partir de un contrapunto entre lo que él denomina “regiones en la mente” y “regiones de la mente”, en otras palabras, posiciones “realistas” y “constructivistas”, como si la región pudiera simplemente “estar allí” y, como tal, debiera ser reconocida; o como si fuera un mero producto de la mente del investigador, en una clara tensión entre la idea de que algo es efectivamente “real”-objetivo o, simplemente, es “construido”/ajustado subjetivamente. De esta forma, este autor parte de la distinción entre
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[...] aquellos que reivindican el manto “real” para sus regiones y aquellos que ven todas las regiones como meras invenciones de un observador cuyas definiciones dicen más sobre la posición político-social del observador que los fenómenos que las regiones mantienen para clasificar. Así, tenemos conflictos entre realistas y constructivistas, empirismo y posmodernismo [...]. (Agnew, 1999: 92; traducción libre)
En sus extremos, estas posiciones corresponderían de forma bastante genérica a una contraposición entre regiones que simplemente estarían en lo “real” (y a partir de allí pasarían a ser “reflejadas” o reconocidas por nuestra mente) y regiones que serían producto solo del propio intelecto, de la propia razón o de la subjetividad del investigador. De otro modo, proponemos denominar estas dos perspectivas de la región como hecho, evidencia “real” y, así, susceptible de ser objetivamente reconocida y/o producida, y la región como artificio, como instrumento, medio o constructo moldeado por el sujeto (en una perspectiva epistemológica o intelectual del investigador). 47 El primer significado para “artificio” que aparece en el Diccionario Novo Aurélio es “proceso o medio para obtener un artefacto o un objeto artístico” (p. 205, énfasis propio); le sigue “habilidad, ingenio, mecanismo” o, simplemente, “aquello que es artificial”. Esto no quiere decir, obviamente, que por ser solo un medio, un mecanismo “artificial” –o, en otras palabras, algo que puede ser visto como una especie de “ardid”, falso o superfluo, negativo– él se contrapondría a lo no-artificial, a lo “natural”, a lo evidente que, en una perspectiva empirista, sería entonces lo “verdadero” y por extensión, en cierto sentido, también lo “bueno”, lo “útil”.
Tal como en el debate más amplio sobre las “representaciones” que, por lo menos en su lectura más tradicional, podrían ser vistas también, en cierto sentido, como “artificios”, la región, aunque mero artificio analítico, obviamente no deja de tener su relevancia en cuanto indicadora/viabilizadora de caminos (“direcciones”, tal como lo expresa su etimología) y estrategias (políticas, obviamente). Esto nos
47 En una perspectiva un poco distinta, Ribeiro propone la región como hecho y la región como herramienta, la primera asociada “a los juegos dinámicos de la disputa de poder, inscritos en las diferentes formas de apropiación (construcción y uso) del territorio” (2004: 195), independientemente de la “acción hegemónica del presente” (2004: 194), la segunda ligada a la planificación y a los “movimientos del presente”, objeto de disputa del Estado, de las corporaciones y de los movimientos sociales (2004: 197). A nuestro entender, esta “región como herramienta” se aproxima más a lo que aquí vamos a considerar como una tercera perspectiva, más normativa y pragmática, distinguiendo así el sentido de la región como “herramienta” o instrumento analítico, intelectual, y en las acciones de efectiva transformación, especialmente aquellas ligadas a la planificación.
recuerda el famoso cuento de Jorge Luis Borges en el que un rey, fascinado por el “rigor de la ciencia” (título del relato) encomienda el mapa más perfecto de sus dominios. Al coincidir con el mismo tamaño del reino, el mapa pierde toda su razón de ser –“despedazado”, pasa a servir como abrigo para animales y mendigos (Borges, 1999)–.
El mapa o la representación cartográfica tiene su razón de ser, justamente, en el hecho de que es una simplificación, una representación, capaz –por las opciones que elija el cartógrafo– de orientar nuestra localización y nuestros desplazamientos. De la misma forma que nuestras regionalizaciones son vistas como meros recursos analíticos o representaciones (en sentido simple), sus “recortes” (o “aglutinaciones”) pueden revelarse indispensables para una serie de procedimientos prácticos. Es imprescindible, sin embargo, que tengamos plena conciencia de la condición (metodológica, en este caso) en que estamos utilizando el concepto. Así, la región, por un lado, se puede concebir como un hecho o una realidad –sea en el ámbito materialista, a partir de organizar relaciones materiales o naturales del espacio, sea en la perspectiva idealista de las representaciones y símbolos que se construyen y comparten a través de ella (un “fenomenólogo” podría afirmar que, insertando allí un “espacio [efectivamente] vivido”, estaríamos superando la díada materialismo-idealismo)–. Por otro lado, en un ámbito más estrictamente epistemológico, la región puede ser vista como un artificio o mecanismo social-intelectual, necesario para la comprensión y, de forma más amplia y pragmática, para la propia producción de una nueva realidad. En verdad, si las escalas –y la propia región– son construidas y contingentes, como afirma Moore (2008), también son objeto de disputas sociales y políticas continuamente repuestas –por ejemplo, a través de las propias iniciativas de composición de “regiones-plan” promovidas por órganos estatales de planificación–.
Podríamos, entonces, agregar otra perspectiva, aquella que proyecta la concepción de regionalización no como acción efectiva de la multiplicidad de sujetos sociales (y, para algunos, también, de procesos naturales) que la producen, ni solo como recurso o convención analítica para el discernimiento de la diferenciación espacial, sino como instrumento para proposiciones concretas de transformación, o sea, a través de la región vista como instrumento de análisis pero, sobre todo, de acción/intervención –una especie de “región por construir” o ideal–, en un abordaje que adquiere un carácter normativo. De cierta forma se trata aún de un enfoque de la región como “artificio”, pero con la importante diferencia de que aquí es un artificio moldeado no exactamente para la comprensión de lo que es la región (o, de forma más compleja, de cómo la región viene a ser lo que es), sino mucho más para proyectar lo que ella debe(ría) ser.