Discurso de Doña Inés Fernández-Ordóñez

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También los étimos latinos elegidos para designar el hogar, el lugar donde se enciende la lumbre, dibujan un diseño similar (mapa 7). Mientras que catalán, gallego, portugués y asturleonés conservan derivados del latino lare (lar, lare, lareira, llareira, llar, allar), castellano, navarro y aragonés optan por derivados de fŏcu (fuego, h(f)ogar, h(f)ogaril, fogón)25. De nuevo la expansión en «cuña» en este caso no fue exclusiva del castellano, sino común con el navarro y el aragonés. Únicamente los extremos gallegoportugués, asturleonés y catalán conservaron derivados del latino lare para denominar el hogar26. La estimación del espacio central como espacio compartido, bien sea con el occidente peninsular, bien con el oriente, puede visualizarse muy bien en los sufijos aumentativos. El área central acepta tanto -ón como -azo con ese valor, pero esa posibilidad resulta del cruce de la doble influencia occidental y oriental27. Si cartografiamos la frecuencia de uso de -ōne 25 El mapa 7 procede de la pregunta del ALPI n.º 682, hogar. No se han cartografiado otras respuestas frecuentes, como lumbre o candela, ni su combinación con lancha, plancha, piedra o losa. Solo se han mantenido los derivados de fornu por presentar más de diez casos, si bien en formulaciones muy diferentes ( fornaleta, fornalha, hornacha, hornilla, hornica). Cf. ALEA, n.º 711, ALEANR, n.º 812, ALECant, n.º 715, ALCyL, n.º 600, ALECMan, n.º 587. Tanto foc como llar son formas antiguas en catalán, ya que se documentan desde los orígenes y desde el siglo xiv, respectivamente (cf. Coromines, DECLC, s. v. foc y llar), por lo que foc en catalán occidental no se explica simplemente por influencia aragonesa. Lar también está documentado desde la Edad Media: véase Machado, DELP, s. v. lar, y Le Men, LLA, s. v. llar. 26 No obstante, lare sí parece haber dejado derivados en castellano para referirse a las cadenas de hierro que penden del cañón de la chimenea y que se emplean para colgar la caldera, los llares. Véase Corominas & Pascual, DCECH, s. v. lar, para una detallada discusión de la etimología de llares, voz de la que no parece probado el origen asturleonés. 27 Aunque la selección del sufijo aumentativo está condicionada por la base léxica, los datos del ALPI muestran que también guarda relación con la geografía. Los mapas 8 y 9 elaboran las preguntas n.º 263 y 266 del ALPI, gatazo y casona. He computado como máxima frecuencia (100 %) el uso exclusivo de uno de los dos sufijos para las dos preguntas; como frecuencia alta, el empleo exclusivo de uno en una pregunta y compartido en la otra (75 %); como frecuencia media, la aparición del sufijo en una única pregunta (50 %) —o en las dos, pero en variación con otros—, y como frecuencia baja (25 %), la aparición del sufijo en una única pregunta, pero en alternancia con otro u otros. Prescindo aquí de otros aumentativos menos frecuentes, como -ote, -aco, -anco, -arro, etc. La incorporación de más preguntas, sin duda, permitirá refinar estos resultados. Unas calas en las preguntas n.º 534b, perrazo (en oposición a perrito, perrucho), n.º 541b, caballazo (en contraste con caballito, caballucho), n.º 432, chaparrón, n.º 634, arañazo y n.º 734, glotón, arroja los siguientes resultados. En León, Zamora y Salamanca, predomina –ón para referirse a un perro grande (perrón, perrancón) frente a perrazo (22 veces frente a 5), predominio aún más acusado en el caso de un caballo grande (25 caballón frente a 1 caballazo). En


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