Ensayo en libro Tragedia del Bosque Nativo

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COLONOS: UNA CRISIS DE DIMENSIONES POLITICAS, ECOLOGICAS, SOCIALES Y CULTURALES Carlos Cuevas

Carlos Cuevas es Ingeniero Forestal de la Universidad de Chile. Ha trabajado por dos décadas en la creación de áreas silvestres protegidas públicas y privadas para el Ministerio de Bienes Nacionales, la Corporación Nacional Forestal y organismos no gubernamentales. Ha participado activamente en el movimiento ecologista de Chile, especializándose en ecología social y centrando su interés en la problemática de los colonos en la Patagonia Occidental chilena. Actualmente se desempeña como Director Técnico del Proyecto Parque Pumalín en la Provincia de Palena.

L a idea de colonizar o poblar cada posible hectárea del territorio nacional y en particular la zona austral de Chile (al sur de los 41 grados, 30 minutos de latitud sur), es el concepto básico que ha servido de sustento a la política nacional de colonización. Es sorprendente ver cómo esta política sigue vigente y sin cambios, a pesar de un siglo de intentos fallidos de poblamiento, con un irreparable daño causado a la naturaleza y a pesar de las profundas transformaciones ocurridas en el país y el mundo que han dejado obsoletas muchas, sino todas- las ideas que se tenían sobre la relación entre poblamiento y desarrollo. Cada vez, más gente se pregunta: ¿es ésta (la colonización) una buena idea y por qué? ¿Cuáles podrían ser las consecuencias de este tipo de política para la sociedad, para la naturaleza, para nuestro futuro? ¿Es la zona austral chilena un territorio apto para mantener altas densidades poblacionales? Desde el punto de vista ecológico, la destrucción histórica del patrimonio natural y la pérdida de los equilibrios en los ciclos biogeoquímicos en la zona austral -por colonizaciones descontroladas- debieran bastar y ser argumentos suficientes para alertar a la mayoría del peligro que existe en realizar colonizaciones sin los conocimientos ecológicos adecuados. La enorme cantidad de kilómetros cuadrados que han sido rozados a fuego, ha producido un daño irreparable, gran pérdida biológica y erosión de suelos, con el consecuente empobrecimiento de las personas. Las provincias de Aysén y Palena ardieron por más de diez años en el período previo a la Primera Guerra Mundial. Así se quemó la mitad de Aysén, la mitad de Palena y la parte alta del Río Puelo. Millones de hectáreas que ni siquiera pudieron ser utilizadas como praderas, ya que después de quemados los bosques se lavaron los suelos, pero además se embancaron los ríos, se plagaron de dunas las costas y se modificó para siempre el paisaje del sur. Actualmente, la erosión abarca el 33 por ciento de la Región de Aysén, el 41 por ciento de la Región de Ibáñez y el 34 por ciento de la Región de Palena. Cuando se estudian las experiencias de colonización en el sur de Chile, cuesta aceptar y justificar el grado de desconocimiento que ha existido o la falta de consideración que se ha dado a las interdependencias entre los recursos naturales y las posibilidades de poblamiento o de desarrollo de una comunidad. Un buen ejemplo de esto lo constituye el caso de la explotación del alerce en el Complejo Forestal de Contao, en la Provincia de Palena, X Región. A fines de 1958, cuando ya no quedaban alerces en Puerto Varas, Calbuco y Maullín y se explotaban los alerzales de Lenca, Chamiza, Hualaihué, Contao y Hornopirén, nace el pueblo de Contao, con el inicio del camino de penetración costera (primer tramo de la carretera


austral), para la mayor explotación a tala rasa de alerce de la que se tenga conocimiento (sociedad formada por la empresa norteamericana Simpson Timber Co. y la nacional BIMA), la que puso a esta especie al borde de la extinción. Al comienzo, la población de Contao creció de 427 personas en 1960 a 1.126 en 1970, para bajar a 978 en 1982 y a 365 en 1992, testimoniando lo que fue el proceso de auge y posterior caída, cuando el recurso fue quedando cada vez más lejos, elevándose el costo de cosecha. Así murió el Complejo Forestal Contao y con ello se acabaron los empleos; los jóvenes emigraron; ya no funciona la planta generadora de electricidad; no aterrizan avionetas y la gente trabaja recolectando a duras penas la leña que necesita para sobrevivir. ¿Alguien imaginó entonces que una situación así podría suceder? Otro ejemplo más reciente de políticas erradas de poblamiento es la colonización dirigida de Aysén, que empezó con la construcción de la carretera austral (1.200 kilómetros) y siguió más adelante con los planes de poblamiento de Melimoyu (1984), Islas Refugio y Yalac (1986), Pitipalena y Guaitecas (1988), para lo cual se desafectó la Reserva Forestal Puyuhuapi, la mejor área silvestre protegida del Estado en Aysén. Se llevaron cientos de familias de las cuales, en la actualidad, alrededor de un 10 por ciento subsiste bajo precarias condiciones y algunas familias de pescadores artesanales (Islas Toto, Puerto Gaviota) que se resisten a abandonar una zona donde la única fuente de trabajo -la pesca de la merluza- ya ha colapsado por sobre-explotación industrial. En este caso, tampoco se tuvieron en cuenta las características naturales de la zona, para seleccionar adecuadamente proyectos de vida para colonos, traídos de la zona central, sin ninguna capacitación ni adaptación al lugar, los que finalmente abandonaron los lotes de terreno que se les habían asignado. ¿A quién podemos responsabilizar de todo lo sucedido? Sin duda no se puede culpar a los mismos colonos, sino a las erradas políticas de colonización, intrínsecamente equivocadas en sus fundamentos, en las cuales siempre han primado las consideraciones sociales (desocupación, presión social) y geopolíticas (conflictos de territorio con países vecinos) por sobre la realidad ecológica. Ahora, este tipo de errores cometidos por ignorancia, por desconocimiento elemental de lo que es el ecosistema austral, no tienen justificación, primero, por el grado de conocimiento que existe en la actualidad y segundo, porque la sociedad le asigna al bosque y a la preservación de la naturaleza un valor que no le daba a comienzos de siglo o hace sólo veinte años. Sin embargo, el Estado todos los años entrega miles de hectáreas a colonos, mediante los Decretos Ley 1.939 y 2.695. Estas personas deben ocupar los terrenos fiscales o privados con la condición de mostrar en ellos “actos de ocupación o mejoras”, que en la práctica, en esta zona, son siempre sinónimo de quemas de bosque. Se produce el absurdo de la existencia de leyes que premian la destrucción del bosque, con la entrega de un título. ¿Por qué no se ha perfeccionado la ley de modo que permita ocupar otros criterios para determinar una ocupación de un terreno por parte de un colono, sin tener que indirectamente inducirlo a la destrucción del bosque? El ecosistema austral es uno de los lugares más difíciles de habitar del mundo y no puede compararse con los ecosistemas que existen en las mismas latitudes en el hemisferio norte. La gran cantidad de lluvias (en la Patagonia Occidental, las precipitaciones fluctúan entre 4 y 8 metros al año), la inaccesibilidad y la escarpada geografía, dificultan sobremanera cualquier intento de ocupación y de explotación tradicional. Esto explica por qué en los últimos años ya no existe gente dispuesta a colonizar, como proyecto de vida, tomar un pedazo de terreno abandonado con la idea de trabajarlo y forjar un futuro para su familia. Actualmente la ciudad representa un gran atractivo para la gente del campo. A Puerto Montt y Temuco llegan a vivir una a dos familias nuevas cada día y a Santiago se trasladan tres personas cada hora. Sin embargo, hay quienes siguen idealizando la condición de vida de los colonos, pero que nunca aceptarían para ellos mismos o sus hijos y, sin embargo, justifican su permanencia, aunque sea en condiciones extremas de pobreza y abandono por parte del Estado, argumentando objetivos de nacionalidad y soberanía. Pero son las mismas condiciones adversas para la vida humana, las que han permitido el mayor grado de preservación ecológica del país. Lo que predomina no son los suelos agrícolas o las praderas (que no alcanzan el 5 por ciento), sino grandes extensiones de altas montañas de cumbres nevadas, ventisqueros, desfiladeros, estrechos valles, ríos de caudaloso flujo, cascadas, estuarios, fiordos y selvas frías. Su valor principal no es la cantidad de madera que pueden producir, sino la exclusividad de sus especies que presentan un alto grado de endemismo, parecido al de muchos ecosistemas insulares, todo lo cual conforma un ecosistema que ha sido catalogado por las organizaciones internacionales, como uno de los más frágiles y con mayor necesidad de conservación del mundo. Para esta zona aislada y descontinuada territorialmente, la aparente desventaja de haberse quedado al margen del crecimiento económico, se ha transformado en su principal ventaja, que es ahora poder contar con una riqueza natural, que está adquiriendo fama mundial como reserva de vida y que permite mantener abierta a futuro la


opción de un auténtico desarrollo sustentable a través del turismo, cosa que ya no es tan clara para el resto del territorio. Quienes suscriben el paradigma tradicional de desarrollo, dirán que el desarrollo industrial es la única alternativa posible; que sólo de este modo se puede aumentar la población para constituir un mercado significativo que estimule la actividad privada. Sostienen que para incorporar la zona al ritmo de crecimiento que ha alcanzado el resto del país durante los últimos años, se necesitan grandes proyectos de explotación y exportación de recursos naturales (mineros, forestales, energéticos) y la introducción de monocultivos forestales de rápido crecimiento. Se dice también que el Estado tiene que cumplir su parte (Plan Austral), poniendo la infraestructura y los servicios de transporte, la promoción a la inversión privada, el fomento a la productividad, a la explotación de recursos, a la comercialización y a la exportación. Frente a esta propuesta industrial, tecnológica, veloz y con seguridad de fuerte impacto ambiental y cultural, la alternativa de una estrategia de desarrollo basada en la conservación de la naturaleza, es una idea que ha comenzado a ser considerada. Es en este punto donde se produce el encuentro entre dos miradas: para unos, el principal motivo para incentivar el desarrollo de la zona austral es valorizar su naturaleza desbordante, su paisaje de bosques, montañas, fiordos, glaciares y archipiélagos; para otros, sólo se trata de recursos forestales, pesqueros, ganaderos y mineros que tienen un precio, cuya explotación no puede esperar. Cualquiera sea la forma de desarrollo que se adopte al final, ésta no puede dejar fuera el concepto de proteger y mantener la biodiversidad, los suelos fértiles, un bosque saludable, diverso y multietáneo, aire y agua limpios y un rico ecosistema marino, para entregar óptimas condiciones de salud a los humanos. En el momento actual de fe ciega en el progreso, parece igualmente prudente e inteligente confiar en biólogos, ecólogos, entomólogos, limnólogos, agrónomos, forestales, sociólogos, cientistas marinos, para considerar detenidamente las realidades ecológicas por sobre las estrategias militares, las abstracciones económicas y los discursos de políticos en busca de votos; para formular un parámetro sensible, donde un plan de colonización podría comenzar a ser efectivo. Después de todo, no habrá economía; no habrá bienestar para los seres humanos ni justicia social en una provincia muerta, en una región muerta, por no decir un planeta muerto. Sustentabilidad biológica, riqueza orgánica de los suelos, ecosistemas forestales en funcionamiento y un balance adecuado de la biomasa marina, son los obvios ingredientes de la salud ambiental, una reserva segura para una segura economía y un futuro ecológicamente sano como región y como nación. A los engañosos planteamientos y falsos dilemas que presentan a la naturaleza y al hombre como realidades antagónicas y que plantean la necesidad de definirse por uno de ellos, es necesario oponer otra visión más complementaria, en la cual las leyes de la naturaleza puedan guiar las leyes de nuestra economía y sociedad. Por todo lo anterior, no parece conveniente continuar promoviendo colonizaciones, mientras no se tenga un adecuado conocimiento y tecnologías de bajo impacto, que permitan mantener las tierras con sustentabilidad biológica y hasta que un adecuado y cauteloso plan sea diseñado, se ponga en marcha y sea capaz de otorgar real calidad de vida. Sólo entonces podremos ver armonía entre asentamientos humanos y nuestro único y precioso ecosistema austral.


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