




04 Editorial John Estrada
07 Páramo el Verjón Sidney López
09 Un viaje a 40 grados y peces dorados Paula Andrea Ávila Espinel
Muchas historias, muchos territorios. 12 Comunidades ancestrales Ángela Ospina
14 La vida y el territorio Sidney López
Arenas de los Andes 16 Manuel Pachón
Territorio del agua. Exposición digital 17 Daniel Camilo Osorio Torres
Un pueblo en reconstrucción 20 Sara Gutiérrez
Oikos, formación en artes desde y para el territorio 22 Rolando Franco
El multiverso que configura el trabajo pedagógico del laboratorio es una de las apuestas más atractivas que, tiempo de por medio, fortalecen el quehacer del proceso y nos permite enrutarnos por inhóspitos parajes metodológicos y didácticos. Cada estrategia es un universo complementario que potencia las posibilidades del trabajo con las y los estudiantes.
La Grieta irrumpió en positivo y dispuso el resultado de su trabajo para nutrir la semana de las memorias de 2022 y nuestra publicación, Flor de Andén. Hacia dentro de la estrategia - La Grieta - y fruto de escenarios de disertación y creación colectiva, aparecen palabras e intenciones: territorio, cuerpo, memoria, comunidad, género, arte, Suba.
El equipo compuesto por Paula, Laura, Andrés y su servidor, en un primer momento, diseñamos la ruta metodológica y pedagógica. Fue claro para nosotras y nosotros la necesaria interlocución entre el proceso de creación por nacer y la revista. Los lenguajes convocados: la fotografía, la escritura y la ilustración.
El paso a seguir consistió en convocar un equipo de profesionales que, desde metodologías alternativas, procesos de creación híbridos y la apuesta por un trabajo colaborativo, hicieran equipo junto con la comunidad del Gonzalo, el Laboratorio, la corporación colectivo Creacción y la editorial Benkos.
Durante seis meses, con un promedio de 30 chicas y chicos, nos dispusimos a pensar, repensar, redirigir y crear posibilidades para las palabras que nos convocaron en un primer momento. Sin embargo, dichas palabras tuvieron la posibilidad de ser interpretadas de diversas formas. En unas ocasiones, nos pensamos desde la técnica del collage; otras tantas, la fotografía y sus diversas formas de creación. Dibujamos. Nos dibujamos. Escribimos desde los olores que componen nuestra corporalidad.
En fin, no hubo una sola narrativa, un solo frente de creación. Y fue inevitable, al interior del universo de La Grieta, que los dos
ciclos de trabajo propuestos se encontraran, dialogaran y entenderían que no hay compresión de lo territorial, de las memorias, sin lo más íntimo de la subjetividad. Inevitable es que nuestros cuerpos se configuran a partir de la historia de familias, barrios y legados culturales.
En este tercer número, que dialoga cercanamente con la edición número dos, esos nexos dialógicos se ponen en evidencia. Territorios interconectados, físicos y virtuales, cuerpos interpelados por los rincones de la ciudad que habitan y visitan ocasionalmente. La raíz ancestral que interpela a los más jóvenes. En las siguientes páginas encontrarán fragmentos de un proceso poderoso. Este volumen tres de nuestro proyecto editorial es pieza fundamental para la comprensión del universo pedagógico de La Grieta y el multiverso creativo del laboratorio.
Es preciso, importante, no cerrar esta editorial sin agradecer el trabajo comprometido, en equipo y vital de Paula Ávila Espinel (coordinadora), el profesor Andrés David Rivera y la línea de comunicación del colegio, la docente Laura Rodríguez, Rolando Franco, Vannessa Jiménez, Leonardo Ramírez, Angie Rodríguez, Diego Romero, Gloria Saenz, Daniel Osorio, Ángela Ospina, la cátedra abierta de construcción de paz John Alexander Idobro del semillero Eirene de la Universidad Santo Tomás, Vivían Campos, la Comisión de la Verdad, Estampando Conciencia, Jean Sáenz, Javier Borda, Martha Aldana y la Secretaría de Educación Distrital.
Capítulo aparte, en esta saga del multiverso, las y los chicos que nos acompañaron, nos permitieron pensar una escuela distinta, llevaron sus reflexiones a otros lugares y se permitieron crear junto con nosotros. Para ellas y ellos, sus familias, gracias.
Alerta de spoiler: el tercer capítulo de los resultados del proceso de La Grieta, será una exposición pública con algunos trabajos de las y los chicos. Los invitamos a estar pendientes de nuestras redes sociales.
30 de julio del año 2022.
Algunos estudiantes, egresados y profesores del colegio Gonzalo Arango de la localidad de Suba, pertenecientes al Laboratorio de Derechos Humanos y Ciudadanos, y su estrategia “La Grieta”, decidimos aventurarnos en una travesía: realizar una caminata, aproximadamente de cinco horas, por el Páramo “El Verjón”, ubicado entre Bogotá y Choachí; con una extensión de 10 kilómetros.
Salimos del colegio aproximadamente a las 6:40 de la mañana, listos y emocionados por llegar pronto para emprender nuestro camino. Para llegar allí, atravesamos Bogotá de occidente a oriente, hasta estar a unos kilómetros de Choachí. Llegamos aproximadamente a las 9 de la mañana al páramo, dónde nos encontramos con un frío inigualable, pero también una ansiedad enorme por conocer. Paco, uno de los guías, para romper el hielo, soltó un chiste al saludarnos: “bueno, por favor, háganse cerca, y todos en bola”, a lo cual todos los asistentes quedamos atónitos y nos miramos entre sí para después Paco aclarar, “¡todos hagan una bola!”. Como dato curioso, antes de entrar al páramo, nuestros guías: Paco y Camila, se presentaron y nos enseñaron que para poder entrar debíamos pedirle permiso a los guardianes del páramo. El ejercicio consistió en recoger una piedra que nos llamara la atención, en un minuto, en silencio hablarle y decirles a los guardianes invisibles que nos dejaran entrar y nos cuidaran en el recorrido, para finalmente devolverles la piedra en una planta cercana.
La caminata inició, y a unos diez metros más o menos encontraron el primer frailejón, al cual llamaremos: Ernesto Pérez, como la
canción. Paco nos enseñó qué existen más de 90 especies de frailejones y que Ernesto en particular era el conocido como frailejón orejas de Burro, ya que sus hojas son grandes y suaves. También nos comentó que “los abuelitos del páramo” crecen tan solo un centímetro al año. Más adelante encontramos un abejorro, Paco nos contó que en ese clima tan frío las abejas no podían vivir, pero que el abejorro en particular, sí lograba hacerlo.
A unos cuantos metros más, adentrados en el páramo, se empezaron a ver frailejones más seguido. En la mitad del recorrido, Paco nos dio la oportunidad de tomar un descanso y comer algo para recargar energías. Pero antes de hacerlo, explicó sobre la paepalanthus o roseta que se encontraba allí, la cual al espicharla con las palmas de las manos y especial cuidado, suelta un tipo de agua babosa que tiene algunas propiedades parecidas al del bloqueador solar. Nos explicó cómo hacerlo y nos invitó a intentarlo; luego de ello, a pesar del frío, todos se sentaron a descansar y a admirar sonrientes la inmensidad de montañas y neblina que los rodeaba. En medio de las onces, mona, uno de los caninos que nos acompañaron, por su historial de canequera, esperó a que una de las visitantes se distrajera y le “robó” la empanada que se estaba comiendo.
Pasados alrededor de unos 30 minutos, la caminata se retomó, a unos 10 metros aproximadamente se encontraba un lugar pantanoso por el que debíamos atravesar el páramo. Contrario a lo esperado, todos empezaron a quitarse los zapatos y medias para atravesar descalzos, logrando así, en mi opinión, una conexión más profunda con la naturaleza. A pesar de lo fría que estaba el agua, todos pasaron. Algunos se hundían al
pisar mal, otros lograron salvarse de caer y mojarse totalmente, pero, eso sí, no se salvaron del disparo de las cámaras que las fotógrafas en formación estaban lanzando. Los gritos y risas se alzaron en el silencio del páramo. Al otro lado, nos esperaba Paco con una sonrisa en su rostro al haber logrado su cometido, algo que yo llamaría: una conexión pies-naturaleza.
Al salir ya no importaba si estábamos sucios o no, seguimos nuestro camino a pie “limpio”, logrando tal vez una mejor estabilidad o, por lo contrario, caer más rápido. Llegamos a un lugar bastante alto desde donde se veía una cantidad inigualable de frailejones que en esta ocasión sí se parecían a Ernesto Pérez, el de Señal Colombia. Llegamos entonces a una cascada: “la de la abuela”. Para llegar a ella debíamos bajar unas escaleras de metal, adentrarnos totalmente en el agua. Nos sorprendió que fuese mucho más frío de lo esperado. Pero, aun así, todos metieron los pies para sentir en ellos el correr del agua y limpiarse un poco. Uno de ellos, fue más arriesgado y sin importarle las posibles consecuencias, se metió totalmente en la cascada, no una vez sino tal vez, tres o cuatro. Quince minutos después reinició la caminata, pero está vez todos nos pusimos los zapatos para seguir.
Para salir de la cascada debíamos subir un poco en la montaña, oportunidad en la que algunos se cayeron y otros rieron. Ya no faltaba casi nada de recorrido, pero sí una experiencia final. Casi culminando el recorrido, Paco nos pidió que nos sentaremos y nos pusiéramos cómodos, cerramos los ojos y mediante ejercicios de respiración 3-6-9, nos relajamos y escuchamos la música que él iba a interpretar para nosotros. No solo se escuchaba la música, sino también el sonido del páramo: el viento chocando contra los árboles, las aves y, como no, los ladridos de mona. Se llegó a una conclusión interesante, nuestro cuerpo es el primer territorio que habitamos y al igual que lo cuidamos a él, debemos luchar por cuidar un territorio de naturaleza, como lo es el páramo. Saliendo del páramo muchos agradecieron a Paco y a Camila, agradecieron en español, otros en muysca y otros en muinane: mikuno. El broche de oro fue la esperada caída de una de las visitantes, y Paco fue protagonista en ello.
Hace tanto calor que siento que me deshago, pierdo toneladas de agua. Los hombres en una esquina juegan dominó, esperan al atardecer y el ruido del motor del bus que trae a las mujeres al pueblo, esas que a la madrugada se subieron una a una con sus sueños en la cartera, ellas que van a trabajar y dejar su vida en una casa bonita en Barranquilla.
Ese viaje en bus a Barranquilla representa dos horas de viaje, viajar en lancha es más rápido, pero más caro. Claro, ese lujo solo se da los días de paga y lo hacen las mujeres que no le temen al Magdalena. Saltan en sus aguas con chalecos salvavidas que salvan todo menos la vida.
El ritmo de dominó y el tinto hirviendo hace de todo un oasis poco creíble.
Este pueblo es una imagen fugaz de un álbum familiar de alguna casa, en una parte tiene un malecón hermoso junto al Magdalena rodeado de calles polvorientas, en la escuela los niños estudian bajo 40 grados, un niño llora, se le ha perdido su cuaderno y el lápiz, tiene miedo, no porque no pueda aprender, tiene miedo de la golpiza que le espera en su casa, acá se castiga al noble, al que no es vivo y se deja robar.
Ingenuamente en un salón atestado de niños y niñas preguntó sin sentido qué quieren ser cuando estén grandes, un niño de cabello hermoso responde: quiero ser motosierra. Quedé inmóvil, todo se congeló, el profesor cambió el tema y me llevaron a otro salón.
En la noche estaba con la señora de la casa viendo televisión, me contaba cómo su hijo trabaja en la ciudad y había progresado
fuera de ahí, ella vivía sola, me había hospedado en su casa, en este pueblo no habían hoteles, mientras veíamos la televisión me sonó el teléfono y la señora saltó de su silla, estaba aterrada, al preguntarle por qué estaba tan nerviosa, me dijo que los paramilitares le tenían prohibido usar el celular en las noches, las luces de su casa se debían apagar a la 7 pm, no supe qué decir.
Luego me mostró el cuarto donde me iba a quedar, el cuarto no tenía ventanas, me dio claustrofobia o angustia de estar ahí, o de los recuerdos que me contaban, de las improntas que dejó la guerra.
Al día siguiente íbamos a Nueva Venecia, a la ciénaga, yo no sabía nada, solo que iba en la parte de atrás de un camión con un montón de mujeres, todas tan bellas, alegres y amables.
El puto camión se varó a una cuadra del pueblo, nos bajamos, empujamos, y no fue suficiente. Pero nada impediría esa salida, ni el sol, ni la lluvia, ni los malos recuerdos.
Llegaron unas motos a salvar el viaje, la vía era un mar de lodo denso, que no nos dejaba avanzar, pero los pilotos eran arriesgados. Pasamos los árboles de mango, las antiguas ladrilleras y los terrenos santos donde muchos fueron masacrados.
Llegamos a la ciénaga, nos subimos a una chalupa, el miedo me colmó, tenía susto de ahogarme, los rolos pobres no aprendimos a nadar, nunca fuimos al club. Esa lancha rústica se movía de lado a lado, ellas cantaban, estábamos felices, nada logró arrebatarnos este encuentro.
Era mágico navegar entre el manglar, en un punto del trayecto se juntaron las aguas de la ciénaga con el mar, los peces dorados y brillantes saltaban sobre nosotros, decidí congelar este recuerdo en mi mente.
Llegamos a la escuela, en un salón los niños eran separados por cursos, con un armario feo y viejo que las profesoras habían decorado, los sonidos de cuarto grado se intercambiaban con los de segundo grado. En otro salón estaba bachillerato, un grupo de 15 estudiantes, todos jóvenes. No había profesor fijo, ellos resolvían las tareas que les dejaban en cada ronda que hacía el profe, que hacía las veces de directivo, rector, orientador, todo a la vez. Me dijeron que la ruta escolar era una chalupa que venía de otros caseríos entre palafitos.
En otro salón, de la nada, salió un niño que cantaba vallenato inflando sus pulmones que eran más grandes que él. Una de las señoras que iba en el viaje al escuchar al niño se puso a llorar, pensaba que era la emoción. Le pregunté a la profe por qué lloraba y me dijo al oído que ese niño era idéntico a su hija, bueno, una niña que le había adoptado a un circo que la abandonó, ella creía que era su hermano.
En este pueblo, antes de aprender a hablar, se aprende a morriar. Morriar es navegar en esa chalupa, abrirse camino entre aguas para ir a la tienda, para ir a la escuela, para ir a pescar, para ir a la iglesia. Este es un pueblo de pescadores. En este punto del viaje nos separamos, mi misión era buscar niños que no estuvieran estudiando, eran muchos, en cada casa había un niño llorando por el hambre, otros desenredando la atarraya.
La psicóloga me llevó morriando de casa en casa, ella nació en este pueblo, tenía a su familia aquí, vivían en una de las casas más grandes, la que tenía tienda. Antes de llegar me contó su historia, me contó cómo una noche los paramilitares llegaron en la madrugada, antes de que los pescadores salieran a buscarse el diario. Los sacaron de su casa uno a uno, se los llevaron, a su papá también, los hicieron arrodillarse en la plaza principal frente a la iglesia, les pegaron tiros de gracia.
Ella, desde ese día no había regresado al pueblo, se puso a llorar. Solo pude escuchar sus sollozos.
Luego, llegamos a su casa. Nos recibió su hermana, una mujer con una sonrisa hermosa, me mostró su sala, era muy acogedora, me prestó su baño que estaba más limpio que cualquiera. Me despedí con un abrazo, ellas también se abrazaron.
Continuamos con la cita del almuerzo, era en la casa del lanchero que nos llevó de Sitio Nuevo a Nueva Venecia, un hombre sonriente, simpático. Él también tenía una pista de baile en medio de la ciénaga, en broma me decía que los borrachos cansones se tiraban al agua. El menú lo haría su mamá: un pescado frito con patacones y arroz, un manjar, siempre he amado el pescado.
Él nos contó cómo tuvieron que irse para Barranquilla, cuando les pusieron un rótulo en sus cabezas que decía guerrilleros. El pueblo quedó hecho un pueblo fantasma. Nunca se pudo adaptar a Barranquilla, por eso regresó.
Luego de comer y contar historias, las señoras se reunieron en un círculo, yo solo escuchaba atentamente y hacía notas mentales, ellas hablaban de cómo bailaban cumbias y otros ritmos tradicionales, uno de los pasos solo lo sabía la mayor, la mamá del lanchero, en un instante dijo se los voy a mostrar. Les enseñó a las demás su paso y cerró el movimiento diciendo “hace diez años no bailaba, hoy rompí mi duelo”.
Ya era hora de regresar, ese día debía volver a Bogotá, sobre el tiempo llegué corriendo a la casa recogiendo mi desorden, todas las personas me ayudaron a alistar mis maletas. Llegó la mototaxi, una señora le dijo al señor que me iba a llevar, que yo era su sobrina, la cachaca, que me cuidara y me llevara rápido.
Aún no salía mi vuelo y ya me hacían falta. Los vi un par de días, pero siempre los llevo conmigo.
El taller, en el marco del proceso de formación “La grieta”, lo vivimos en tres
momentos:
Primer momento: por medio de mi propia experiencia con personas y vivencias que marcaron mi vida, llevo a los chicos a un viaje por la comunidad indígena Embera, les cuento cómo los conocí, sus historias, dónde habitan en Colombia, sus muchos años resistiendo frente a problemáticas políticas, sociales, ambientales, convirtiéndose en el grupo indígena más numeroso y firme en la lucha de su territorio y de su grupo étnico. Hablamos de la forma en que se organizan sus costumbres y cultura.
Segundo momento: por medio de un ejercicio de interiorización “Sé como José”, nos acercamos a los sentimientos de un joven Embera, que después de vivir una vida feliz y en armonía con la montaña, el agua, la tierra y su familia, es desplazado de su territorio, de sus raíces, de forma violenta y forzada. Llega a Bogotá a vivir por meses en unos cambuches desprotegidos, en pleno centro de la capital: hostil y agresiva, donde la historia no termina.
Tercer momento: compartí, para trabajar desde sus celulares, un documento guía para el ejercicio práctico. Un mapa de Colombia que bajamos de manera digital e intervenimos con color y pinceles. Les mostré el lenguaje
gráfico y pictórico de la comunidad y fotos de la situación específica de desplazamiento y toma del Parque Nacional en Bogotá.
Sobre cartulina blanca, los pigmentos, acetatos y los elementos que teníamos, sensibles, racionales, visuales comenzamos a transmitir y crear libremente en la superficie. Se generó un espacio de experimentación con diferentes materiales y pigmentos. A partir de la intervención digital, realizada en el celular, y la intervención de acetatos, reflexionamos sobre cómo las cosas que nos pasan en la vida nos afectan, mientras intentamos abordar algunas cuestiones sobre ilustración digital.
Terminé el taller muy contenta de trabajar con un grupo numeroso de chicos sensibles, curiosos, interesados en el saber, abiertos al conocimiento y a experimentar. Chicos, en su mayoría, críticos, inquietos por estos temas que marcan la historia y construyen la memoria de nuestra cultura, de lo que somos.
Son chicos interesados en saber más sobre nuestros ancestros, sus luchas, sus vidas. Chicas sensibles ante las problemáticas sociales y políticas que han afectado y afectan nuestra historia. Surgieron composiciones bellas e interesantes que pueden llegar a exponerse en diferentes escenarios.
La trayectoria está dividida en dos momentos, la vida y la muerte. Una forma común de verlo es en nuestro territorio, el ciclo inicia cuando el frailejón nace, empieza a crecer lentamente, pero con cada año de vida, su función es igual de importante que el día anterior. Al pasar muchos años crece, grande y fuerte, pero como todo, su ciclo en algún momento debe llegar a su fin, cuando muere de forma natural, el abuelito del páramo, se cae. Al igual que este, muchas otras especies cumplen su ciclo, con la diferencia de que sus hojas son quienes caen, en el caso de los árboles o flores.
Mediante el arte, se puede evidenciar este ciclo. En un taller de cianotipia (forma de fotografía caracterizada por usar elementos secos, químicos y aprovechamiento de la luz solar. Se imprime una silueta en un papel), se logró representar de alguna manera dicho ciclo, se recogieron algunos pétalos, hojas, y ramas que habían caído al suelo en el brazo del humedal junto a nuestro colegio. Con los pétalos a un lado representando la vida, y con las hojas secas al otro, representando el fin de todo, el territorio nos ayudó a representar, tanto a él como a nosotros.
Aldario Arenas era reconocido por defender el páramo, sus animales, sus plantas, sus paisajes. Sucede que uno defiende lo que ama.
Por dos alas espesas volando bajo en el cielo de su frente amigos y viajeros solían llamarlo “Cejas”.
Sus manos señalaban flores, árboles, pájaros… Su voz alta y pausada, sus ojos diestros en escrutar el cielo sabían sembrar en otros el amor al cóndor de los Andes.
Aldario caminaba la ruta de ese gran volador y revelaba su presencia a quienes querían verlo y venerarlo.
Como el cóndor de los Andes, Arenas pertenecía a una especie amenazada: era líder social y ambientalista.
Aldario y todos los de su especie, tienen los mismos enemigos. Un día, los que matan el páramo, el bosque, el agua y el cóndor, también a él lo asesinaron.
Manuel PachónMi intención, con este ejercicio, fue poder compartir herramientas para la creación y materialización de cualquier idea a través de una representación bidimensional. La imagen se creó desde un objeto, personaje o espacio que pasara a habitar un espacio virtual. En éste se encuentran contenidos todos los trabajos seleccionados por el grupo para habitar el nuevo territorio, que reúne las experiencias individuales y colectivas de los integrantes de La Grieta, partiendo de la identificación del territorio físico en el que nos encontramos ubicados y su historia.
Los insumos utilizados permitieron el diálogo entre referentes teóricos y representación visual para comunicar desde la imagen, de manera clara para los y las participantes, en relación con los territorios. Los resultados más que interesantes. Logramos construir un territorio virtual y colectivo en el que confluyen las experiencias de los participantes, basándonos en el reconocimiento del territorio físico que habitamos y su historia.
Logramos entonces la construcción colectiva de territorio digital llamado: “Territorio del agua”, habitado por las creaciones de los participantes en el taller. Territorio del agua fue llevado al espacio web a partir del reconocimiento y representación libre de objetos, personajes y espacios por parte de los asistentes.
Construimos colectivamente un espacio virtual que se compone de las experiencias de los participantes, plasmadas en dos dimensiones y digitalizadas en una experiencia simultánea de espacio.
Una de mis intenciones con este encuentro, fue el ampliar la noción de territorio, motivar la preservación de la historia y cultura
originaria del territorio que habitamos, a través de la comunicación y circulación de experiencias en internet, usando herramientas que están al alcance de los participantes. Esto les permite involucrarse con tecnologías y herramientas que pueden ampliar el alcance, materialización y desarrollo de ideas que comienzan, dibujando y plasmando historias.
A continuación, por medio de sus dispositivos móviles y escaneando el código QR, podrán acceder a la exposición digital “Territorio del agua”.
Zhyca Sara gue, Cha suba gue quyca muiscague, guecha cabildo muisca suba gue
Mi nombre es Sara, nativa de Suba, soy guardiana indígena del cabildo muysca de Suba soy. Es lo que encuentran, en lengua ancestral y tradicional del territorio, al iniciar este escrito. Desde muy pequeña pertenezco al cabildo y la verdad, no le prestaba mucha atención y me daba pena reconocerme como indígena, ya que me daba miedo decirlo y ser discriminada por serlo. A través de los años fui comprendiendo que ser diferente no es malo, sino que no era igual, en múltiples sentidos, a las demás personas. Aprendí a salir de mi zona de confort e inicié a reconocer más sobre nuestras creencias y costumbres como pueblo indígena. Empecé a entender mi cuerpo como mi territorio sagrado, gracias al empoderamiento del consejo de mujeres del cabildo. A través del tejido, por ejemplo, contamos la historia y es nuestra historia, que tarde o temprano vamos a poder compartir con las siguientes generaciones.
Todo inició un sábado de 2018, a las 9 a.m., se nos convocó a los jóvenes en la plaza fundacional de Suba para hacer una jornada de limpieza en el territorio sagrado. Desde ese momento, los jóvenes amamos la actividad que se llevó a cabo ese día. El cabildo empieza a crear espacios pensados para nosotros.
En el 2020 se dio un espacio el cual fue nombrado Guardia Indígena Muisca de Suba, el cual consiste en que, desde los jóvenes hasta los sabedores de la comunidad, ayudemos a la madre tierra y sus elementales: el viento - fiba -, el agua - xie -, el fuego - gata -, la tierra - hicha -. A partir de lo anterior, comenzamos a recorrer el territorio sagrado, no solo en Suba, sino en otras comunidades de la ciudad.
Por ejemplo, los jóvenes que fueron en pagamento a la laguna de Iguaque, me les quito el sombrero, porque aparte de ser parados, tanto a nivel cultural, como a nivel político, la están rompiendo, ya que son los que van a tomar muy pronto los saberes sobre la medicina propia, la importancia de las huertas, etc.
Son los que están recuperando el territorio sagrado, el cual ha sido urbanizado a través de los años. Es muy importante que los jóvenes permanezcan unidos en la defensa de
la madre tierra y el cabildo. Nos mantenemos firmes y no nos rendimos, a pesar de que el proceso de recuperación sea largo y tedioso, no estamos dispuestos a rendirnos nunca. En la fuerza está la unión.
Los jóvenes hacemos comunión entre pueblos que nunca pierden comunicación, ya que es muy importante no dejar que mueran procesos como estos, puesto que se pueden salvar humedales que se quieren llenar de cemento y acabar con lo sagrado y con la historia. El agua, así como es tan “vieja”, tiene historias por contar.
Dejando mi palabra hasta aquí, agradezco por la lectura que se dé a mi escrito y me despido como lo solemos hacer en mi territorio: miis ichoscua. Significa, yo los abrazo en muysccubun.
Desde su origen, la Casa de la Cultura de Suba ha sido un importante referente cultural de la localidad y la ciudad. Queremos conocer, visibilizar y ayudar a difundir el trabajo que realiza este espacio y a partir de algunas preguntas, conocer las apuestas y puesta en escena de artistas locales, además develar algunos asuntos respecto a la formación en artes en nuestra localidad.
Flor de andén conversó con Marcela Pardo (artista, danzaría y gestora cultural), en un ejercicio de diálogo informal, que tuvo como intención descubrir los procesos relacionados con la cultura, en una de las localidades más grandes de la ciudad. El escenario, la casa de la cultura de Suba; en una presentación desde el arte y la formación en un territorio ancestral e inmenso de Bogotá. Ella, desde una energía única y su sonrisa que acompaña, comenta del esfuerzo inmenso que involucra el manejo y mantenimiento de un sueño, como es la creación, la difusión, la formación artística y el ofrecer una agenda cultural al alcance de la comunidad. Comenta de su experiencia administrativa, la gestión cultural y política, además de las posibilidades de manutención, casi simbólica, que significa la labor titánica de la cultura en la ciudad.
En la antigüedad las personas se sentaban alrededor del fuego, allí nacía la palabra. En la casa de la cultura, renace un nuevo oikos, un hogar, donde se reproduce la cultura; una chimenea que calienta la ilusión, los sueños y el arte de una comunidad. La corporación Casa de la cultura, nace y se reconstruye constantemente en procesos desgastantes desde lo administrativo, y velados alrededor de lo polí-
tico. Son referentes para la ciudad de personas que desde los estertores del anonimato, luchan constantemente para poder brindar un espacio de refugio a los artistas. Además de la presentación de una oferta cultural que favorece a niños, jóvenes y personas en general de los barrios aledaños.
En su momento, antes de la pandemia, más de 400 estudiantes se formaban en distintas áreas artísticas: cuerpo y danza, teatro, música, inglés y literatura, artes manuales, artes plásticas y artes visuales; ahora, en momentos de pandemia y pospandemia, cerca de 250 personas en diferentes talleres desde una metodología remota, brindan algo de continuidad a los procesos educativos que ofrece la casa y sus asociados.
Los caminos que conducen a la casa son variados, las personas acuden de barrios como: Berlín, Villa Cindy, La campiña, Pinar, El Rincón, entre muchos otros. Muchos de sus asistentes a experiencias artísticas o sus talleres, son habitantes de la comunidad local de los estratos socioeconómicos 2 y 3, jóvenes estudiantes, la mayoría, que ven en el arte, no solo una forma de entretenimiento, sino la posibilidad de desarrollar un talento que la escuela “tradicional”, en muchas ocasiones, no tiene las herramientas para desarrollar o simplemente no tiene presente.
“La cultura es un río, que desborda los muros rígidos de la indiferencia estatal” menciona Marcela. Los espacios de la cultura brotan en los lugares menos pensados, y la casa, aunque estática, “habitan” personas que movilizan la cultura, mucho más desde el amor al arte y la pasión, que desde el reconocimiento y buen recaudo, que no existen en estos espacios designados a salvar el espíritu, el disfrute de las mentes y las posibilidades inmensas que ofrece la variedad de la estética. Un espacio que revive gracias a ofrecer un ágora a los artistas del sector, un escenario de ensayo y muestra de sus creaciones, además de ofrecer cursos y talleres de formación a una juventud anhelante de experiencias que liberen la realidad y ofrecen posibilidad de lenguajes y significados que anuncien desde la imaginación, formas otras de percibir y disfrutar el mundo.