Revista Lux | Número Especial Reforma Energética

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Martín Esparza Flores** Segunda parte

Cuando el general Lázaro Cárdenas asumió la Presidencia de la República en 1934, los energéticos se encontraban de forma absoluta en manos de empresas extranjeras; por ello, el crecimiento de la economía y el bienestar del pueblo de México se supeditaban a los caprichos e intereses de los voraces capitales internacionales.

Solapadas décadas atrás por el entreguista gobierno de Porfirio Díaz, las ya poderosas trasnacionales no únicamente imponían sus tarifas y condiciones de venta del petróleo, las gasolinas y la electricidad que consumían los mexicanos; además, se negaban de manera sistemática a pagar los salarios y prestaciones consagrados en el Artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos promulgada en 1917, al imponer, como en el caso de las compañías petroleras, condiciones infrahumanas y de alto riesgo a sus trabajadores. No puede dejar de mencionarse para entender el contexto político y social en que se dieron acciones trascedentes para el futuro del país y la defensa de su riqueza energética que, desde el inicio de su administración, Cárdenas mostró una política de apoyo a los obreros y a los campesinos, tanto en materia legal como de respeto a sus procedimientos para realizar sus demandas lo que, incluso, llegó a provocar fuertes críticas del llamado entonces Jefe Máximo de la Revolución, Plutarco Elías Calles, en cuyo gobierno los trabajadores siempre estuvieron en franca desventaja ante los abusos laborales de los empresarios.

** Secretario General del Sindicato Mexicano de Electricistas.

En junio de 1935, el expresidente declaró en una entrevista que el país requería de cordura, y se lamentaba porque la administración de Cárdenas “toleraba la ola de huelgas” y movilizaciones de las organizaciones obreras en el país. Eran los tiempos en que el fantasma del fascismo recorría el mundo, por lo que no fue casual que tras las declaraciones de Calles los grupos de ultraderecha y simpatizantes de este sistema totalitario y represor buscaran organizarse en contra de las decisiones justas en favor de las clases populares enarboladas por Cárdenas, a través de organizaciones como los llamados Camisas Doradas, que contaban, por supuesto, con el respaldo de las firmas extranjeras, responsables en buena medida de orquestar campañas, desde el anonimato, acusando al entonces presidente de simpatizar con los “comunistas”. Las agresiones que ya se palpaban en todo el territorio nacional contra el general Cárdenas, apadrinadas por Calles, conllevaron a que el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) lanzara una convocatoria a todo el país, el 12 de junio de 1935, llamando a la unidad a las organizaciones obreras con carácter de urgente. Acudieron todas, menos dos: la radical Confederación General de Trabajadores y, por supuesto, la Confederación Regional Obrero Mexicana, aliada, a través de Luis N Morones, al general Calles. Firmaron el histórico documento de unidad los sindicatos de tranviarios, de las Artes Gráficas, la Confederación General de Obreros y Campesinos de México, la Federación de Sindicatos de Obreros del Distrito Federal, los gremios de ferrocarrileros, mineros y telefonistas, entre otros. De esta forma, el 15 de junio de 1935 las mismas organizaciones acordaron constituir el Comité Nacional de Defensa Proletaria (CNDP), también bajo los auspicios del SME, y establecieron entre algunos de sus principales puntos: “se constituye el CNDP ante las amenazas contra los derechos conquistados por obreros y campesinos (…); Quinta: se establece la huelga general ante el asomo de manifestaciones fascistas que ponga en peligro los derechos de los trabajadores”. 23


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