El que es de Santa Marta vive enamorado de ella y quien viene por primera vez se va con la promesa de revisitar su historia, su gente, calles, playas y cerros.
Como pasa en las ciudades del Caribe, aquí la vida es sencilla y alegre. La gente aún conserva su espíritu de vecindad y al amanecer mientras las comadres intercambian el café de la mañana, los que apenas despiertan disfrutan del fresco que por la noche parece hubiera bajado directo desde los nevados
a cobijar la ciudad.