CARLOS MAYOLO, hacia el gótico tropical
Caliwood En los años setenta se desenvuelve en Cali una actividad cultural bastante intensa, que ya venía forjándose desde varias años atrás, convirtiendo a esa ciudad en un polo cultural como no lo había sido antes. Entre 1961 y 1970 el Club Cultural La Tertulia realizó los Festivales de Arte de Cali y alentó la actividad creadora, estableciendo entre otras cosas un museo. Las universidades, por su parte, pusieron lo suyo en el fomento de las actividades intelectuales y artísticas. El Teatro Experimental de Cali (TEC), dirigido por Enrique Buenaventura, se convirtió en uno de los más importantes y avanzados a nivel regional y lo siguió siendo por un buen tiempo. Precisamente, Carlos Mayolo se formó en el TEC, aunque más adelante su participación actoral sea muy fugaz. Pero la influencia que Buenaventura y el TEC ejercen sobre él es indudable.
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Con esos antecedentes inmediatos, en la década del setenta se perfila una nueva generación en la que se combinan intereses variados: la literatura, la música, el arte en general y, en lo que toca directamente a nuestro personaje, pero también a todo ese ambiente de la época, el cine. En 1971 se funda el Cineclub de Cali que se convierte muy pronto en un espacio de encuentro de quienes contribuirán desde esa ciudad a darle por primera vez a Cali un claro protagonismo en la actividad fílmica del país. El Cineclub de Cali es fundado y dirigido por una figura capital en la vida cultural de esos años, el muy joven Andrés Caicedo, de personalidad magnética, quien fallecerá en 1976 a los 25 años, después de una etapa muy agitada dedicada al cineclub, a la crítica de cine, a la escritura novelesca y de guiones y, sin duda, a una vida “acelerada”, consciente de que sus plazos eran perentorios. En torno al Cineclub y a Caicedo, aparecen de inmediato Carlos Mayolo y Luis Ospina, entre otros amigos cinéfilos como Ramiro Arbeláez.
Aún cuando Mayolo y Ospina participan con firmeza en el cineclub y acompañan a Caicedo en la creación de la revista Ojo al Cine, que publicó sólo cinco pero influyentes números, ellos se decantan muy pronto por la realización, sin dejar de ser muy cinéfilos, que es uno de los rasgos que en mayor medida los va a identificar en su recorrido posterior. La actitud ya no independiente, sino provocadora y crítica del grupo frente a la realidad del cine del país y al establishment cultural fue bastante notoria. Ellos hacen de la actividad cultural y de su propia vida una amalgama difícilmente separable y comparten un “espíritu de época” en que el cine, el rock, la salsa naciente, la droga y las amistades entrañables se entremezclan
CARLOS MAYOLO
Ellos hacen de la actividad cultural y de su propia vida una amalgama difícilmente separable ~
Según Katia González Martínez en su libro Cali, ciudad abierta. Arte y cinefilia en los años setenta1, “tanto en Carlos Mayolo como en Luis Ospina son claves las corrientes del cine negro , la ‘nueva ola’ francesa, el cinéma vérité, así como las filmografías de Ingmar Bergman, Billy Wilder, Federico Fellini y Luis Buñuel, entre otros”. De más está decir que esto no había sido ni era tampoco en ese entonces muy común en el ambiente colombiano y menos aún en esos años en los que el cine de “urgencia” se imponía casi como una consigna tanto en Colombia, como en varios otros países, especialmente los sudamericanos. Son los años de ese nuevo cine latinoamericano, identificado con las posiciones de izquierda, con el cual no se sentían identificados los cinéfilos caleños, de raíces más anarquistas, pese a que Mayolo había militado en el Partido Comunista de su país.
Mayolo-Ospina Entre 1971 y 1978 la dupla Mayolo-Ospina estará ligada en varios proyectos fílmicos que hacen de Cali, además de la ciudad de la movida cultural cinéfila, una ciudad que aporta obras fílmicas como no había ocurrido antes, al menos no con la misma notoriedad. No es que se produzca una obra amplia ni mucho menos, porque, si no los únicos que hacen películas en esa ciudad, Mayolo y Ospina son, ciertamente, los más activos y conocidos, pero lo que realizan se reduce al campo del cortometraje. Aún así, se trata de cortos que van a trascender los límites de la ciudad, especialmente el último de ellos, Agarrando pueblo, (1978) de 27 minutos. Los tres primeros son Oiga vea (1972), de la misma duración del anterior, Cali: de película, de 14 minutos, y Asunción, de 15 minutos, el único abiertamente de ficción entre los cuatro, pues Agarrando pueblo está un poco a caballo entre la ficción y el documental. 1
Editado por el ministerio de Cultura de Colombia en el 2012.
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