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a las artes consagradas. José Escofet, por ejemplo, se quejó de que una película basada en la fábula La cigarra y la hormiga de La Fontaine tuviera una moraleja opuesta a la del original: Resulta que la cigarra, que tiene un buen palmito y muy poca vergüenza, se contrata como cupletista y bailarina en un café-concierto, y ¡claro!, hace fortuna. La hormiga, en cambio, pierde sus ahorros a causa de una quiebra que sufre el banco donde los tenía (…) Moraleja: el ahorro es una mala costumbre; hay que cantar y gastar (…) Las pollitas que asisten a las exhibiciones cinematográficas están de plácemes, porque habrán descubierto el camino del triunfo.62
Unos meses después, González Peña escribió, luego de ver anunciada la adaptación de una novela de Teófilo Gautier: Yo me declaro vencido (…) En efecto, ¿para qué leer La novela de la momia si podemos verla de bulto en la película? Vaya noramala Gautier con sus preciosismos de estilo, con sus descripciones, con su literatura. Ni aquél será tan precioso, ni éstas tan vivas como pueden serlo las escenas culminantes del libro, revestidas de un soplo de vida real en medio de su desenfrenada fantasía, gracias a los señores Pathé.63
Los periodistas que habían crecido con la experiencia de las imágenes en movimiento aún eran muy jóvenes y no ocupaban espacios de importancia en diarios o revistas de la capital. Sin embargo, algunos de ellos empezaron a mostrar una opinión distinta. Como hemos visto arriba, José Luis Velasco hizo explícitos en julio de 1910 los términos de su amor al cinematógrafo; alrededor de un año después, publicó una nueva crónica en la que elogiaba una película cuya “fragilidad exquisita” lo había hecho soñar, llorar y reír, “y como estamos cansados y tristes, ¡qué sedante tan consolador resulta el divertimento!”64 62 José Escofet, “Películas”, El Correo Español, 18 de enero de 1911, p. 1. 63 Carlos González Peña, “La conquista del cine”, El Mundo Ilustrado, 10 de marzo de 1912. 64 José Luis Velasco, “Una princesa…”, Revista de Revistas, 10 de agosto de 1911.
Otro periodista, quien firmaba con las iniciales M.C.M., reseñó más adelante la presentación del cromófono Gaumont, aparato que se anunciaba como una “unión perfecta” del cinematógrafo y el fonógrafo, y que permitía mostrar “escenas completas, habladas o cantadas de comedias, dramas, operetas, etc.”65 Para el cronista, el invento tenía el enorme atractivo de hacer disponible al público, por un precio reducido, piezas escogidas del repertorio tradicional interpretadas por artistas contemporáneos como el tenor Enrico Caruso.66 Poco antes, M.C.M. había confesado que una película desarrollada “con exquisito arte” que adaptaba Don Álvaro o la fuerza del sino del duque de Rivas, le había gustado más que la representación teatral, a la que había considerado “un culebrón condenado al olvido”.67 Y en otra nota el mismo periodista declaró haber disfrutado una cinta que merecía “el elogio de su atingencia y de su verdad”, así como de otras como El automóvil gris que le dejaron una “impresión vivísima”, pero que se abstenía de comentar en extenso porque no consideraba que sus lectores estuvieran lo suficientemente dispuestos “para cambiarles la índole habitual de las crónicas teatrales”.68 Velasco y M.C.M. estaban en la avanzada de una nueva generación de periodistas que dejaron de considerar al cine desde la perspectiva moral y empezaron a juzgarlo como un arte. Esto sólo pudo suceder en una escala amplia cuando se exhibieron las primeras adaptaciones largas realizadas mediante una producción costosa e incorporando a actores y actrices que al permanecer más tiempo en pantalla podían desplegar de manera convincente al menos los principales atributos de los personajes que representaban; es decir, sólo pudo suceder cuando aparecieron películas en las que por fin se hacía justicia a las obras narrativas, teatrales u operísticas en que se basaban. Entre esas cintas estuvo La Divina Comedia del Dante, ambiciosa producción de la Milano Film de alrededor de una hora de duración, realizada en 1911 por Giuseppe de Liguoro en colaboración con Francesco Bertolini y Adolfo Padovan. La película, que podía ubicarse en el género fantástico que había puesto 65 66 67 68
“Teatros”, El Mundo Ilustrado, 9 de junio de 1912, p 15. Véase M.C.M., “Semana teatral”, El Diario del Hogar, 24 de junio de 1912, pp. 1-3. M.C.M., “Semana teatral”, El Diario del Hogar, 17 de junio de 1912, p. 1. M.C.M., “Semana teatral”, El Diario del Hogar, 24 de junio de 1912, p. 1.