Encuentro Internacional Cuentistas FIL 2017

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que los francos llamaban francisca; el remolino de los hombres de su clan girando alrededor de su caballo. La razón que lo atraía al seno de la Iglesia era otra: la muerte de sus padres lo había hundido en la impotencia y los ritos para apaciguar a sus espectros lo irritaron en lugar de darle consuelo. Les cubrió los ojos para no mirar esos párpados cerrados y correr el peligro de que se abrieran; fueron cargados en parihuelas casi a ras del suelo para que la Tierra los imantara hacia sí, y fueron llevados lejos, al centro del bosque. Willibrord le había señalado el pequeño cementerio cristiano aledaño a la iglesia. — Los muertos cristianos son arrullados por los cánticos de los monjes que tanto te agradaron, señor —le dijo. ¡Qué diferencia con el estridente ritual en honor a Jul, en el que había tratado de comunicarse con sus padres muertos! En compañía de sus frei, de sus cum panis, con los que había vivido la batalla, el duque trató de beber hasta quedar en trance, en disposición de hablar con los espectros. Sólo recordaba los gritos, el vómito y las lágrimas. Sus padres no acudieron a la cita. Quedó convencido al saber que Cristo había resucitado a la hija de Jairo y a Lázaro. La resurrección de Cristo no lo impresionó tanto: los dioses, se sabe, resucitan. Odín, el dios del norte, permaneció colgado del árbol sagrado nueve días y nueve noches, para volver con sus poderes intactos. Pero Odín no prometía lo mismo a sus adoradores. Saber que él mismo, Radbod el frisón, resucitaría el Día del Juicio lo llenó de alegría. Cuando terminó la memorización del catequismo, el santo decidió fijar una fecha para la ceremonia del bautizo. Convino con el duque en que el ritual se llevaría a cabo puertas adentro en la iglesia, pues Radbod se resistía a desnudarse para que el anciano lo mojara en una ribera, como un porquero que se bañara. La pila bautismal de la iglesia de Sens sería usada por primera vez. Los monjes llenaron la iglesia de flores y el duque pidió a sus vasallos y sus aliados que lo acompañaran. Serían bautizados junto con su señor. Llegó el día; el pueblo acudió con la esperanza de presenciar un milagro. Semejante a un rebaño, ocupó el atrio. Los nobles frisones, cubiertos de pieles, las largas trenzas anudadas a la espalda, entraron a la iglesia y sus espuelas tintinearon sobre el suelo de piedra. Eran atléticos, altivos y ceñudos. Miraron con desconfianza a los monjes que acudieron a recibirlos y alguno escupió. Las mujeres los siguieron, codeándose, riendo y echando las cabezas atrás para ver mejor las bóvedas. Los frisones se

ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2017

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