chile
nona fernández Sufro del mal del chileno contemporáneo: se me olvidan las cosas. Los nombres, los rostros, los libros que leí, las situaciones que he vivido, todo se borronea con el tiempo y va a dar al tacho de la basura de mi cabeza, algo parecido al olvido total. A mis 40 años soy candidata segura al Alzheimer, si es que no soy ya una representante de él. A diferencia de muchos de mis compatriotas, mi condición de desmemoriada no me gusta. Escribo para no olvidar, para archivar con cuidado todo lo que me parece importante. Rescato del vertedero los detalles desperdigados que conforman una historia. La mía y la de mi país, que es como lo mismo, porque no sería quien soy, si no habitara el país que piso. Escribí mi primera novela en un departamento de Barcelona, mirando Chile a la distancia, y llenando páginas con interpretaciones descabelladas sobre su historia patria, mientras mi guata crecía con un niño que buscaba espacio. Parí un hijo y terminé un libro al mismo tiempo. Mi hijo se llama Dante. El libro se llamó Mapocho, como el río que cruza mi ciudad, el mismo que ha trasladado basura y muertos desde siempre. Cuando cumplí los 35 me vino la crisis de los treinta o de los cuarenta, aún no lo sé, y me interné en 10 de Julio Huamachuco, la calle santiaguina de los repuestos automovilísticos, buscando las piezas necesarias para rearmar la historia de la adolescente que alguna vez fui. El resultado fue un relato hecho de chatarra, completamente reciclado, que intenta revivir un tiempo de federaciones estudiantiles en contraste con el atomizado y estresado mundo moderno en el que me muevo. Ahora termino la historia de una escritora de culebrones que trabaja una serie de acción ambientada en los años setenta, donde el protagonista es un maestro de artes marciales, un héroe en tiempos de Dictadura, la figura del padre que nunca conoció y que ella inventa en su ficción. La escritora de culebrones es algo parecido a mí, porque esa es otra cosa que hago. Escribo guiones para series, para documentales y por sobre todo para culebrones. Soy actriz también. Del escenario saco la energía y el desparpajo para vivir otras vidas, para escribir historias con la soltura de quien habita sueños o conjura muertos. El resto del tiempo disfruto de mis hombres, mi hijo y mi pareja, y archivo todo lo que vivo con ellos. Lo escribo en libretas, en el computador, en mi propia piel si es necesario, con la secreta fantasía de que, escribiendo, no olvidaré. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA
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