La industria de la novela en España

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resultan ser camiones de basura; que lucha por hacer ver la gran estafa que representa llevar al éxito las novelas de Almudena Grandes, Muñoz Molina, Rosa Montero, Javier Marías, Maruja Torres, Rosa Regás, Millás, etcétera; que lucha contra la industria cultural, que ha hecho de los productos culturales una mercancía; que lucha por la literatura grande, como la que se hacía en el siglo XX, antes de que arramplara con ella el mercantilismo… Decido continuar: quiero ser una mártir. Quedan dos páginas de esta segunda parte y, en ellas, Almudena Grandes me brinda varias frases rotundas para ponerle colofón: “-Pues de puta madre, pero de puta madre, o sea…” [Los tres se echan a reír. Jaime, en medio de la habitación], “con una de esas erecciones brutales de las suyas”. (Sobra “de las”). [Jaime, arreglando las cosas en un periquete,:] “-Lo que vamos a hacer es echar un polvo”. “Dos semanas después, empecé a tomar la píldora”. “Cuando se acabó el curso, aquélla era ya la primera y la única historia seria, intensa, verdadera, que yo había tenido en mi vida”. Cada una tiene su escala de valores. Tercera parte: El amor La obsesión de Almudena Grandes por la comida y el sexo es realmente única: ese mérito hay que reconocérselo. A propósito de su hedonismo de baja definición –ni el mar, ni el aire de la alta montaña, ni el perfume de las flores, ni el néctar ni la ambrosía entran en la lista de sus apetencias-, a propósito de su hedonismo pedestre, iba a decir, se podría hablar, no ya de concupiscencia de la carne, sino de carne concupiscente y con buen apetito. Digo esto a propósito de que la tercera parte, en cuya primera página ya encontramos una frase hecha y otra carente de significado – respectivamente, “nunca entendieron lo que se les venía encima” y “cuando eran medio hippies”. ¿Qué significa ser medio hippy o hippy entero?-, promete tratar sobre el amor y temo que Almudena Grandes lo ignore todo sobre el tema. Pág. 93.- “Follábamos mucho, todos los días, siempre después de comer (con las sales de fruta, presumo), a veces también por la noche, antes de separarnos. Follábamos los tres juntos, a nuestra propia manera…” ¡Qué personajes más huecos! ¡Qué autora más vacía! Por otro lado, he de decir que esos verbos tan explícitos, esos sustantivos tan burdos para designar los órganos sexuales, que hasta me molesta escribir aquí, a pesar de las comillas que los hacen suyos, no los he visto nunca en una página de Frank Harris, Miller, Durrell, Reage, Sade, Allan Watts, Eliade, Bataille, Arsan, Miomandre, Bodineau, Remy de Gourmont, Blasco Ibáñez, Pirandello, D’Annnunzio, Pierre de Mandiargues… ¿Quién se imagina a uno de estos auténticos artistas escribiendo algo así como “me folló con su polla acojonante”? Los críticos deberían saber que, como he dicho, toda crítica ha de ser crítica comparada. Por comparación, Almudena Grandes es de tercera división, o menos, y, además, ignora qué quiere decir erotismo. Pese a lo cual, aquí le dieron un premio de novela erótica, por una que era de costumbrismo sexual y grandemente casposo. Págs. 93-95.- Véase en estas páginas por qué y de qué se ríe el terceto de seres excepcionales. Y cómo, con la complacencia de la autora, el personaje femenino se degrada hasta la situación de mujer-objeto-sexual en manos de los dos machos que, espiritual e intelectualmente, no valen mucho más que ella. No valen nada. Págs. 95-96.- Entre expresiones convencionales que acentúan el obsoleto costumbrismo del relato –“A mí me pareció una idea estupenda”, “Desde que me


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