Antonio damasio sentir lo que sucede

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SENTIR LO QUE SUCEDE

SENTIR Y SABER

suceder lo siguiente: súbitamente, mientras sostiene una conversación muy razonable, el paciente se interrumpe en mitad de una frase, congela todo movimiento y mira impávido el vacío, su rostro convertido en una máscara inmutable. Pero sigue despierto, y conserva su tonicidad muscular. No cae al suelo ni tiene convulsiones, ni suelta lo que sujeta en la mano. Este estado de animación suspendida puede ser muy breve y durar de dos a tres segundos -período mucho más largo de lo que imaginas si lo estás presenciando- o proseguir por lapsos más extensos, aun decenas de segundos. A mayor duración, más probabilidades de que la ausencia propiamente tal sea seguida por automatismos de ausencia que, a su vez, pueden durar pocos o muchos segundos. Apenas empieza el automatismo, los sucesos se vuelven más raros. La situación es bastante análoga al descongelamiento de la imagen en una película cuando liberas en el vídeo el comando de "Pausa", o en el momento en que el proyector atascado empieza a funcionar de nuevo. El espectáculo continúa. A medida que el paciente se descongela mira en derredor, tal vez no a ti sino a un objeto cercano. Su rostro sigue impasible, sin señales de expresión descifrable. Bebe del vaso en la mesa, lame sus labios, arregla su ropa, se yergue, gira, camina hacia la puerta, la abre, vacila en el umbral, camina por el pasillo. Para entonces te habrás puesto de pie y lo habrás seguido para presenciar el final del episodio. Puede desarrollarse uno de varios escenarios. En el más probable, el paciente se detiene en alguna parte del pasillo, confuso; o puede sentarse en un banco, si hay uno. No obstante, puede ingresar en otro cuarto, o seguir caminando. En las variedades más extremas de tales episodios, conocidas como "fuga epiléptica", puede incluso salir del edificio y salir a la calle. Para un buen observador aparecerá extraño y confundido, pero probablemente no le ocurra nada malo. Al cabo de cualquiera de estos escenarios, en general en cuestión de segundos, rara vez minutos, el episodio de automatismo cesa y el paciente parece consternado, cualquiera sea el lugar donde se encuentre. La consciencia retornó tan súbitamente como había desaparecido, y

deberás explicarle la situación y traerlo de vuelta al lugar donde ambos conversaban cuando comenzó el incidente. El paciente no recordará nada ni sabrá nunca lo que su organismo hizo durante el episodio. Cuando éste concluye, no tiene recuerdo de lo acontecido mientras ocurría la crisis o durante la extensión del ataque de automatismo. Estos pacientes recuerdan lo sucedido antes y pueden evocar los contenidos memorizados, indicación clara de que sus mecanismos de aprendizaje estaban intactos antes del ataque. Aprenden de inmediato lo que sucede después del final de la crisis, señal de que el ataque no dañó permanentemente su capacidad de aprendizaje. Pero los sucesos ocurridos durante el período de crisis no fueron comunicados a la memoria, y si lo fueron, no son evocables. Si durante el desarrollo del episodio interrumpes al paciente, te mira con total consternación, tal vez con indiferencia. No sabe quién eres, espontánea o incluso específicamente si se lo preguntas. Ni sabe quién es ni lo que hace, y tal vez te aleje con un gesto vago, sin mirarte casi. La desaparición de aquellos contenidos que fabrican una mente consciente impide cualquier informe verbal o acto reflexivo. El paciente sigue despierto y lo bastante atento como para procesar el objeto más vecino a su campo perceptivo, pero en la medida en que podemos deducirlo de la situación, eso es todo lo que pasa por su mente. No hay plan ni previsión ni sensibilidad de organismo individual anhelante, pensante, creyente. Tampoco está presente la sensación de self. No es una persona identificable, con un pasado y un futuro predecible: le falta self nuclear y self autobiográfico. En tales circunstancias, la presencia de un objeto induce la próxima acción, que tal vez se adecué al microcontexto del momento: beber de un vaso, abrir una puerta. Pero en el argumento más vasto de circunstancias donde el paciente opera, la acción (y cualquier otra) es incongruente. A medida que observas el desarrollo de la acción, entiendes que el paciente carece de propósito último, y que sus acciones son inapropiadas para un individuo en tal circunstancia.

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