Quisiera mostrarles un lugar llamado Pasoancho, una localidad casi anónima, en donde no tendrán señal para el Internet, sino que sólo para apreciar el entorno, la calidez de su gente, la cercanía con el cerro y los animales. Si ésta obra tuviera algún afán, no sería otro que decir, este es el tío Lucho, arriero de las montañas en busca de la alimentación para su rebaño, oficio milenario perpetuado con su sencillez y tacto. Decir también que ese brazo cruzando las teteras es de la tía Rosa, fuerte mujer criadora de animales y de todos nosotros, porque ella no tuvo hijos, pero ahí está como un puntal a sus 87 años. Ella tiene el secreto del campo para mantenerse con salud, yo los escucho con atención porque admiro su vitalidad.
Fda. Rocío
Nosotros, los sobrinos, aparecemos en el resto. Los visitantes que somos como habitantes, porque amamos ese lugar, crecimos recorriendo sus praderas y sus esteros bajo el bosque nativo, hoy casi extinto por la sequía que produce el monocultivo . Transformar qué, el alma. El alma principalmente, porque aunque la sequía llegue, o el hombre astuto intervenga el medioambiente, el tío Lucho y la tía Rosa se transforman cada día en seres perfectos, en su interior crece el apego con la identidad pura de la tierra donde nacieron, donde aún viven y donde quedará para siempre la huella de ellos y su rebaño.
Veo la transformación así, en una evolución que debería forjarse con el consejo de los ancianos, con el sabio de la tribu como diría el profesor Gastón Soublette, con volver a sentarse a los pies de la experiencia, esa experiencia que siente en los huesos las señales de la lluvia, que observa la luna para plantar, y que se levanta con el gallo a recibir al Sol.
Pasoancho. El pulso de un pueblo,2017 Autora: Fernanda Rocío