Revista Piloto FEMPPA 22

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MUJERESFEMPPA

Por: Roberto Fernández

La dieta de volar A lo largo de las diferentes entrevistas que hemos realizado a las “Mujeres de FEMPPA”, hemos encontrado un profundo respeto y cariño por la aviación de parte de todas ellas, quienes además nos han compartido una serie de anécdotas interesantes. Pero lo que hoy nos dice Lupita Vázquez Ordóñez es algo totalmente nuevo: volar como una manera de bajar de peso. Pero vayamos por partes. Lupita está casada desde 1975 con Rodolfo Soto Abadíe. Han formado un sólido matrimonio bendecido con dos hijos, Ana Lizeth y Luis Rodolfo y con seis nietos, hasta ahora. Novios desde muy jóvenes, Rodolfo piloteaba aviones en Magdalena de Kino, Sonora, lugar de donde ambos son originarios, aunque Lupita se crió en Santa Ana, Son. “Mi suegro, Rodolfo Soto Bartell, era piloto privado, transportaba ganaderos en su avión a ciudades y ranchos, además de vender y dar servicio a plantas de luz en varios estados; también era piloto fumigador, a eso se dedicaba –dice Lupita y agrega con orgullo-, él fue pionero en la aviación en el norte de Sonora; el aeródromo de Magdalena de Kino, lleva su nombre”. Con esos antecedentes, el gusto por la aviación nació en su esposo Rodolfo desde que era niño y fue su padre quien le enseñó a volar. En aquellos días de noviazgo, Lupita fue invitada varias veces por su novio a volar con él y su futuro suegro, pero siempre tuvo miedo de hacerlo. Lupita recuerda que de recién casados, en 1976, vivían en Morelia, Michoacán, pero acostumbraban ir a Sonora cada verano para visitar a la familia. “Mi suegro iba por nosotros en su avión a Hermosillo y por alguna razón el vuelo de una hora entre Hermosillo y Magdalena, a medio día y con los calores de allá, estuvo muy turbulento. Desde entonces se me quitaron las ganas de volverme a subir con él como piloto”.

“Por más que intenté no pude negociar un aumento en el peso, así que… me puse a dieta; me propuse bajar cinco kilos y lo logré… así pude echarle cinco kilos de más dieta de volar en equipaje” La Sin embargo su suegro estuvo relacionado en lo

que podríamos llamar “la dieta de volar” y en la adquisición de un nuevo avión para la familia… Hace unos once años, Lupita y Rodolfo fueron a pasar la Navidad a Sonora, como cada año. Sus hijos ya estaban casados y viajaron solos. Rodolfo tenía entonces un avión Tecnam 2000RG de dos plazas, muy bonito y rápido, aunque medio limitado en capacidad y peso para el equipaje, por lo que al preparar el viaje le puso a su esposa límites de peso en las maletas y triques que quisiera llevar.

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“Por más que intenté no pude negociar un aumento en el peso, así que… me puse a dieta; me propuse bajar cinco kilos y lo logré… así pude echarle cinco kilos de más en equipaje”-, dice Lupita sonriendo. Al llegar al Aeropuerto de Magdalena, el suegro les estaba esperando muy orgulloso de su hijo piloto que por primera vez llegaba en su avión propio. Después de los abrazos y saludos, se dirigió a su nuera con aire severo y le dijo “Oye, Guadalupe -siempre le llamaba Lupita o nuera-, ¿cómo es posible que en tantos años no te hayas subido nunca conmigo a pesar de mi insistencia, pero con “éste”, ahí vienes desde Guadalajara?”. “Después todos nos reímos a carcajadas y Don Rodolfo le dijo a mi marido: cómprate un Cessna 182 para que no andes con limitaciones de peso y pasajeros, ése, todo lo que le quepa por la puerta, lo levanta. Yo inmediatamente animé a Rodolfo para que lo cambiara y poder cargarle todos mis cachivaches. El hecho es que lo hizo así y se compró el “Aguacate”, como le llaman a su C182. Ahora lo cargo de maletas, encargos y regalos cuando vamos a visitar a la familia y de regreso con lo del shopping, lo malo fue que yo… subí los cinco kilos que había bajado”– reconoce resignada.

La familia y FEMPPA

Los hijos de la pareja no han tenido la oportunidad de disfrutar como quisieran los viajes en avión con su papá. Su hija Lizeth se casó hace 17 años y vive en Querétaro y su otro hijo, Rodolfo, se casó hace cinco; ambos tienen hijos pequeños, así que no han tenido mucho tiempo para viajar con su padre. “Nosotros en cambio planeamos todas las salidas, vacaciones o paseos, en el avión. Salvo que sean lugares muy retirados o que la limitante del tiempo o las condiciones meteorológicas nos lo impidan. Ya no tengo ningún temor, le tengo confianza al piloto; es prudente y con experiencia y siempre le da mantenimiento adecuado al avión; pero ante todo, nos ponemos en manos de Dios, así que cuando y donde Él quiera, si allí nos toca pues, ¿qué le vamos a hacer?”- destaca Lupita. El matrimonio Soto Vázquez tiene muy en claro que FEMPPA les ha permitido conocer personas y hacer nuevas amistades. “Me he relacionado con gente buena que comparte nuestro gusto por volar, gracias a los convivios y las asambleas. A todas las esposas de los pilotos de FEMPPA y a mí, nos gusta que nos tomen en cuenta y nos dejen compartir con ellos el gusto por volar”, termina.

De pasajera de

ultraligero… a piloto Laura Olivia González de Martínez está casada y tiene tres hijas. Su esposo, Fernando Martínez, fue quien la introdujo en el mundo de la aviación. Nacida en la Comarca Lagunera, en la ciudad de Torreón, Coahuila, Laura Olivia comenta que cuando tenía 3 ó 4 años de edad un tío les llevaba de paseo a ver despegues y aterrizajes al aeropuerto de la ciudad. “Desde aquel tiempo él sembró en mí la semilla de volar, de subir a la nube y llegar a lo más alto del cielo para sentir el arcoíris: era muy feliz cuando nos llevaba”, recuerda. Años después, mientras vivía en Baja California trabajando como proveedor de alimentos para una compañía de barcos, la empresa decidió mudarse a Brasil, pero ella quiso quedarse en México, luego de obtener una recomendación para colocarse en una aerolínea. “Cuando me preguntaron para qué deseaba trabajar con ellos, cuál era mi meta, les dije que quería ser piloto. Como pasé todos los exámenes pensé que algún día volaría un avión. Tiempo después mis circunstancias cambiaron y me regresé a Cuernavaca en donde residía mi familia. Entré a trabajar a un negocio como gerente de ventas y fue ahí en donde pocos meses después conocí a Fernando”, nos platica Laura. Hablando con su nuevo amigo, se enteró que Fernando construía aviones. Un día él la invitó a volar y aceptó puesto que era algo totalmente nuevo para ella el ver un avión ultraligero, aparato que constaba de un tubo largo, unas alas como de tela de gabardina azul, dos asientos y su buen cinturón de seguridad. Sin embargo, en cuanto subió sintió “mariposas en el estómago”, más aún cuando voló sobre el pueblito de Tepoztlán y cuando pasó sobre la bella pirámide a donde había ido caminando muchas veces, pero sobre la que no había volado nunca. “Con el tiempo Fernando y yo nos casamos, él siguió armando aviones; terminó un Kit Fox, que

podía replegar las alas, volar sin ventanas y patín de cola, mucho más cómodo, tipo avioneta 150, claro siendo ultraligero”, dice Laura, quien nos contó acerca de su primera experiencia como piloto. “Un día subimos a volar, las nubes estaban alcanzables, debajo de los 10 mil pies. Una vez hecho el despegue, volando recto y nivelado, Fernando me dijo “toma el mando y llévatelo”. Yo lo moví a la derecha y a la izquierda por algunos minutos y después él retomó el mando. Hizo un lup, barriles, caídas de alas, salidas de gloria, ¡tremenda adrenalina que traía!; luego lo dejó recto, nivelado, lo desaceleró y guardamos silencio para contemplar el atardecer”-rememora y concluye-, mi esposo es fascinante, volando cada día me enamoro más, porque siempre que volamos es como una única vez, cada vuelo sientes como se llena tu corazón de amor y de querer compartir eso que se siente al estar en el aire”.

La familia en el aire

La esposa del socio de FEMPPA asegura que su vida familiar estuvo marcada por la aviación. Cada semana tenían la costumbre de volar en el área de Chiconcuac, y visitar a otras pistas como Albatroz y Tequez, para después del vuelo reunirse a platicar con amigos y sus familias. “Cuando mis niñas eran más pequeñas nos acompañaban y volaban también, aunque luego crecieron y tomaron otros caminos… ya somos menos en el club”, nos dice. A pesar de todo Laura reconoce que ella y su esposo tienen compañeros de vuelo que se han convertido en parte de su familia: “son gente extraordinaria con quienes hemos viajado muchas veces en grupo”. Contra lo que muchos piensan ella no tiene ningún temor cada vez que acude a volar, sobre todo si, como le dice constantemente su esposo, se siguen las “reglas del juego”: no hay que volar con mal tiempo, no se debe tomar alcohol antes de volar y no hay que hacer locuras en el aire. “En mi caso he tomado cursos en los Estados Unidos acompañando a mi esposo; mi manera de disfrutar el vuelo fue estudiar y volar en la escuela, eso me quitó el miedo aunque sigo creyendo que un poco de temor es bueno para nuestra propia protección”, asegura.

Laura tomó el curso de piloto privado en el 2003 y tiene ya 250 horas de registro en su bitácora de vuelo, pero aún hoy de vez en vez, ayuda a lavar el avión y el hangar de la familia. “Sigo pensando en lo maravilloso que es ser mujer, ama de casa y piloto. Y sigo admirando a mi esposo porque además de volar, construye sus aviones y hace que cada viaje que hacemos juntos sea como una nueva luna de miel”, concluye. PILOTO FEMPPA 11


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