La muerte nos parece, a la mayoría de los seres humanos, un enemigo invencible. Intentamos convencernos a nosotros mismos que hay algo natural en la muerte, que es algo que debemos esperar y que no nos queda más remedio que enfrentarla (más vale tarde que temprano, pensamos). Para muchos este enemigo parece mofarse de nuestros sueños y muchas veces arranca de raíz nuestras más preciadas esperanzas. La muerte retira de nuestros brazos a nuestros seres amados y genera en nuestras mentes desconcierto, pues a veces no estamos preparados para enfrentar la vida sin quien nos ha sido arrebatado por este enemigo.
Si así fuera la vida, solamente estos cortos años en la tierra, parecería que el azar se burla de nuestros anhelos de felicidad y se goza en despedazar nuestros sueños. Para el cristiano, que cree en la vida eterna y que sabe que los suyos le serán devueltos, si fueron fieles, cuando el Señor venga por segunda vez, la perspectiva de la muerte adquiere otro significado.