En un país lejano

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PREMIOS EMISIÓN 14-2012

EN UN PAÍS LEJANO, LOS JÓVENES BUSCAN SOLUCIÓN

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EN UN PAÍS LEJANO, LOS JÓVENES BUSCAN SOLUCIÓN Sobre una acera del mismo tamaño de la calle, en una silla de madera, bajo la sombrilla que cumple dos funciones: tapar el sol y la lluvia, se encuentra Gloria Laverde tomando un café con leche mientras observa cómo las personas atraviesan el parque, esperan que los semáforos peatonales pasen a verde o aprovechan que no viene ningún vehículo para cruzar las calles con él en rojo. Ella observa en el centro del parque, sobre una base de cemento en forma de pirámide invertida inclinada, al militar José María Córdova montando su caballo con las dos patas delanteras levantadas, como símbolo de una muerte en batalla. Y a su espalda, donde además habita la bulla de los carros y el semáforo peatonal cambia cada 95 segundos a verde, se ve la catedral de San Nicolás, con su reloj en el centro que le indica a Gloria estar esperando durante quince minutos.

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Mientras siente las primeras gotas caer del cielo de manera fuerte, que rebotan sobre el pavimento, recuerda su llegada hace unos años a Rionegro, cuando su madre pasó el concurso que realiza el magisterio para dar puestos a los profesores en diferentes instituciones. Pero ella permaneció estudiando en Medellín, la verdad era que no pretendía venir a la región, puesto que su carrera no estaba en ninguna universidad cercana. Después de veinte minutos su amiga llegó, y sentadas esperando que aquel reloj marcara las seis y media, hablaban acerca de cuando Gloria por no haber pasado a Comunicación Audiovisual en la Universidad de Antioquia, se presentó a Comunicación Social-Periodismo en la Seccional Oriente. Gracias a eso, ahora ellas dos podían estar compartiendo los vasos desechables rebosantes de café. Unas compañeras de clase les habían contado días antes que para su estrategia de comunicación podrían utilizar a un grupo de jóvenes que se reunían los jueves a las seis y media de la noche, en un bar de rock con nombre Iberia. Fue así como Eliana y Gloria, al pararse de las sombrillas del parque, conocieron a Nueva Gente Nueva Cultura y se enamoraron de sus reuniones, eventos y charlas. Nueva Gente Nueva Cultura Detrás de la iglesia, pasando la calle empedrada peatonal, al lado del supermercado, en la confusión de dos puertas cafés un poco desgastadas que llevan a los segundos pisos de unos almacenes comerciales. La primera, en la que al fondo oscuro de sus escalas se alcanzan a vislumbrar dos nuevas puertas, la de la mitad y la del lado izquierdo que por el espacio visible lleva a un tercer piso. Al

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subir y entrar a la de la mitad, se puede a primera vista observar una barra con los estantes llenos de licor, sin ninguna persona que la atienda. Al lado izquierdo, un sitio lleno de mesas y sillas en diferentes estilos, en disposición de estar apenas preparadas para recibir a las personas que bajo las luces verdes tenues van a beber algún licor, dialogar, bailar o escuchar música. Pero ese día, un jueves, un día antes de comenzar el fin de semana a las seis y media de la noche sobre un sofá en un rincón, estaban reunidos su dueño y ocho jóvenes en forma circular hablando del próximo evento, del que eran partícipes de la organización y a la vez con el que compartían el mismo gusto musical: Rock al Río. Sentado en la mitad de los ocho, Diego, su moderador y líder, comenta que el grupo está conformado desde el 8 de diciembre de 2002, y que siempre los jóvenes que en él participan oscilan entre los 17 y los 30 años, que es la edad de él, asienta con su cabeza jocosamente. Entre sus charlas, mirando a Anita, una de las integrantes, propone la idea de simbolizar el descontento con la reforma a la ley de educación, quemando una universidad pública hecha en cartón en el marco del evento Rock al Río. A la vez, discuten el guión para un documental que será presentado a una ONG y siendo los ganadores les darán recursos para llevar a cabo documentales, libros, eventos que les permitan participar de la cultura de Rionegro y abrirles espacio a los jóvenes que como ellos gustan del rock. Rock al Río

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Desde las diez de la mañana del sábado el cielo de Rionegro pinta oscuro, las personas permanecen en sus casas o en los locales porque el viento hace sentir más fuerte el aguacero sobre la piel; sin embargo, en una calle cercana al parque principal, varios jóvenes sin importar el resfriado que les puede dejar estar mojados, trabajan para que a las once el evento Rock al Río pueda comenzar como todos los noviembres. La fila para ingresar parece ser rápida. Cada joven, en su mayoría vestido de negro y con capas lleva en sus manos una bolsa con tres cuadernos nuevos o un juguete; están dispuestos a desafiar el agua hasta las once de la noche, hora en la que la última banda del día se despide. Reggae, metal, punk, rock, entre otros, son los géneros que por 24 horas los jóvenes de Rionegro y de la región presencian, cantan, y cerca a la tarima con la adrenalina que les produce el metal, brincando con los ojos cerrados, sin saber quién está al lado, con un brusco movimiento de cabeza, sintiendo las melodías en la sangre y levantando sus pies al ritmo de la música, se arman los pogos. Entre las cabezas y el cielo se ven las pelotas o los plásticos en forma de bolos, lanzados tan sincronizados que logran un espectáculo llamativo, al que obligatoriamente hay que mirar. Y continuando la vía cerrada desde la tarima hasta la entrada, otros jóvenes en sus patinetas sobre barras y separadores, brincan a la vez que el movimiento de sus manos les brinda estabilidad. Otras personas permanecen paradas o sentadas dialogando con sus amigos, mientras

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que las agrupaciones siguen sonando sus melodías en las guitarras, baterías, trompetas y demás instrumentos. Cada tres pasos se encuentra una persona con una camiseta roja o negra con un pez en la mitad, quienes por medio de un radio y de la típica frase “le copio” se están comunicando con los demás para mantener el orden del lugar. Cada uno corre, busca los cables, toma fotografías, se encarga de poner los sellos, llevar el agua a los cantantes; trabaja con la convicción de abrir espacios culturales para los de su edad, así como por defender su género musical preferido, sin retribución económica, pero llevando al frente el nombre de sus organizaciones; algunas de las cuales son: Colectivo Pánico Escénico y Nueva Gente Nueva Cultura.

Los cuenteros Es viernes veinte y tanto, en todo caso el último del mes, y en el barrio El Porvenir, ubicado a media hora caminando desde la catedral del parque principal o a diez minutos en transporte público o particular; al frente de otra iglesia, esta vez un poco más pequeña, se encuentra el Parque de Banderas, con sus bancas en cemento en forma de media luna y en medio de ellas las astas que en otros tiempos izaban las telas de colores. Faltando diez minutos para las ocho de la noche, algunos jóvenes están sentados con sus manos en los bolsillos contenedores de calor, y se escuchan los susurros de decisión, qué escala y desde qué ubicación preferirán ver y escuchar las historias de amor, de actualidad, literatura, humor, contra el gobierno o demás que

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los cuenteros de Pánico Escénico tienen preparadas para esta noche, este fin de semana que ha comenzado. Al frente, con el frío que amerita un municipio ubicado a 2 mil 130 metros sobre el nivel del mar, con sacos en lana, pantalones, una que otra vez con pasamontañas o gorritos calurosos, concentrando sus fuerzas en la proyección que la voz necesita para ser escuchados por cerca de 250 jóvenes; están parados los cinco y seis chicos contando que “a Pepito lo mató su hermana porque su madrastra no lo quería, y él en forma de pájaro comenzó a buscar la venganza” historia precedida por, “en un país muy lejano los del común le piden al rey león que retire la reforma a la educación” Al lado izquierdo de las bancas, en la última escala, José Benítez, Carlos Bedoya y Alejandro Muñetón acomodan su espacio de acuerdo a los charcos dejados por una posible lluvia en horas de la tarde. A la vez, José les dice a sus dos amigos que en la marcha del día anterior en contra a la reforma de la educación se había encontrado los cuenteros, y mientras lo escuchan aplauden al chico o la historia que acaba de terminar. En este momento ellos no están pensando en sus estudios ni en sus trabajos, lo más cercano a sus pensamientos es el compás y las notas que pueden sacar con sus instrumentos para acompañar las historias. Sentados, entre espacio y espacio, toman con la mano derecha la cerveza en lata que los acompaña en la fría noche. Carlos casi a modo de protesta por el tono alto de su voz, menciona que ya llegaron los policías a molestar, mientras que los hombres uniformados le dan una

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vuelta al lugar. El olor a la mari, como se refiere Carlos a la marihuana, desaparece, todos al parecer ignoran los hombres que sin lugar a dudas los están vigilando, pero ellos saben que el espacio lo han sudado y ahora no lo perderán.

Hace un poco más de 20 años, por finales de los 80, a solo una cuadra de este Parque de Banderas donde ahora queda un colegio, existía una gran manga, lo suficiente amplia para que el hoy profesor de filosofía Ubeimar Ríos, jugara con sus amigos al fútbol después de una semana de estudios. El mismo barrio que hoy escucha en las noches a los jóvenes cuenteros, en aquel tiempo presenciaba las largas horas de diálogo de varios chicos que sentados en las aceras pensaban el amor, el humor, la vida, su música. Y en las casas después de las seis de la tarde se comenzaban a escuchar los LP del rock que llevaban a Ubeimar y sus amigos a bailar, sin importar como quedara su largo cabello, y hasta de pronto terminaban con los ya conocidos pogos. Ubeimar agarraba con sus dos manos la rama de un árbol, dejaba colgar su cuerpo y de un fuerte impulso cruzaba al otro lado de la quebrada. Allí, sentado sobre la grama, mirando el cielo, la naturaleza y las luces que adornan las noches, pasaba su mano de arriba abajo agarrando la barba y le buscaba junto a sus amigos la solución a los problemas del país. A las once de la noche los cuenteros agradecen a los “pelaos por estar hoy sentados en este hijueputa frío, el calor de ustedes es suficiente para nosotros”, recogen sus bolsos y a la par con otros jóvenes caminan por los senderos tirando

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las piedritas con los pies, tomando un vinito en búsqueda de otra acera un poco seca en la que se puedan sentar, hasta que por su estado etílico, cansancio, frío o porque sus padres los regañarán, regresan a casa. Por la misma calle del Parque de Banderas, después de tomar una curva, se observan cientos de jóvenes que asisten a establecimientos de comidas, rumba, o están sentados en las sillas de las aceras cubiertas por carpas que vacilan entre el blanco, el verde y el café. En las tres cuadras rectas se dejan ver personas que sonríen, caminan, toman un trago, los sonidos se mezclan, y los colores verdes y blancos de las autoridades demuestran que esta noche que acaba de terminar para algunos jóvenes, apenas comienza para otros.

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