Blanco y Negro

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Llave Allen de la personalidad

La juventud no está determinada por la edad, sino por la actitud

Hemos hablado de la rebeldía como deber fundamental. Se equivocaría quien entendiese como lo de «deber» como una obligación impuesta desde fuera: como si uno pudiese ser él mismo y…«además», si quiere cumplir con su deber, rebelarse. No. La rebeldía es la primera necesidad fundamental para construir un yo, una herramienta imprescindible para hacerse persona, la llave con la que forjar la propia personalidad. Pero, ¿toda persona tiene su personalidad? La respuesta es que no: unos tienen personalidad y otros tienen «falta de personalidad»; algunos tienen una forma de ser gregaria, no personalizada. La personalidad es la afirmación que cada uno alcanza al dar respuesta a la realidad, al intervenir en la historia. Quien se suma acríticamente a lo ya existente no da respuesta. No se afirma quien afirma lo existente sin más. Quien se hace un elemento anónimo de una maquinaria, es absorbido o conformado por lo que ya es; no aporta nada nuevo, sólo suma cantidad. La juventud es ese privilegiado momento de libertad en el que debo formar mi personalidad. Y la forja es precisamente la rebeldía: afirmación de uno mismo y oposición parcial a lo otro. No por sistema, sino por inadaptación a lo imperfecto.

El yo corrompido Si relacionamos la rebeldía con la juventud es porque a esa edad uno es consciente de entrar en contacto con el mundo viejo. Podemos preguntarnos: ¿cuánto dura el

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privilegio de ser joven?, ¿cuándo muere el espíritu rebelde? La juventud no está determinada por la edad, sino por la actitud. El rebelde muere cuando pierde «la novedad». El rebelde se hace en el choque entre lo noble del mundo interior y lo imperfecto del mundo exterior, y se deshace cuando su mundo interior ha dejado de ser distinto al exterior. Surge entonces el yo corrompido, amigo de componendas y de un pragmático «las cosas son como son, no se puede hacer nada». La juventud –y con ella la rebeldía– no se pierde con el paso de los años, sino con la adulteración de lo propio, con la prostitución de lo personal. Nos jugamos la juventud en mantener la libertad y soltura con respecto al mundo. En el momento en el que uno se «mancha» de modo consciente o abandona algo por ser difícil o complicado, entra a formar parte de las estructuras injustas. No le importará ceder si saca ventajas y beneficios personales. Todos tenemos experiencias de las situaciones a las que me refiero. Cuando se dice de alguien que es un «arrastrao» o que «se vende barata o barato», o que es «fácil de untar», o que es «un gallina que no dirá nada», o «si consigues que ceda en eso, ya lo tienes», o «si saca partido no le importará lo otro», o «con tal de no quedase colgado o de no sentirse raro hará lo que sea»…, se está señalando que en esa persona está naciendo el yo corrompido. El momento en que se pierde la rebeldía –si es que se pierde– es un momento determinante. Sin embargo, no es fácil darse cuenta. No pensemos que exige una declaración formal y solemne de renuncia a la juventud o a la ilusión por vivir. Sándor Márai lo expresa bien en una de sus novelas. Los dos protagonistas se reencuentran después de muchos años. Uno de ellos diagnostica la causa de sus vidas equivocadas. Todo empezó en el momento en que cedieron, se cansaron de luchar, se rindieron, pactaron con la mediocridad, dejaron de esforzarse para que las cosas fueran como deberían ser. Se da cuenta entonces de que ellos renunciaron a amar de forma heroica cuando las circunstancias así se lo exigieron. Esto es, se corrompieron: «Eso no pudo haber sido tan determinante. Lo que sucedió es que tú no querías aceptar ese amor. No trates de defenderte. No basta con querer a alguien. Hay que tener valor para amar de verdad. Hay que amar de una manera tal que ningún ladrón, ninguna mala intención, ninguna ley […] puedan hacer nada en contra de ese amor. Nosotros no nos amábamos con valentía…, ése fue el problema. Y es tu responsabiliBlanco y Negro, 1 de junio de 2008


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