2C. Construcción de la ciudad. Número 20-21. Terragni. Noviembre 1982

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Perspectiva frontal de la Casa del Fascio. Dibujo de Terragni (F.H.). Se observa la presencia de un porche que conduce desde la plaza del Duomo al edificio.

Perspectiva del vestíbulo de la Casa del Fascio. Dibujo de Terragni. (F.H.)

valor que existe en el destino de tales objetos) es la condición del mercado.) 6. El reconocimiento indiferente de la descualifición que la arquitectura sufre en el paisaje de silenciosos prismas (silenciosos porque en la infinita intercambiabilidad que la indiferencia supone, nada se dice que pueda estar en relación con la esencia de las cosas, nada introduce tonalidades, nada hay que dependa del lenguaje) de aquellos dibujos de Terragni en los que se muestra la Casa del Fascio, queda probado en el desarrollo plano de la malla ortogonal que determina la estructura formal básica de las cuatro fachadas del edificio. Ningún significado ulterior al de las palabras "dos series de líneas paralelas que, al cortarse perpendicularmente sobre un mismo plano, establecen un conjunto de rectángulos" tiene semejante composición, precisamente porque en ellas se encierra, al mismo tiempo que su definición, la razón de su utilidad, entendida, exclusivamente, como posibilidad de provecho. En efecto, ya que tal calidad (la de útil, tan lejana del objeto por ella misma adjetivizado, tan necesitada de un sustantivo contrario al suyo propio para convertirse en efectiva realidad) no viene dada por otra causa que aquélla, implícita en la misma estructura geométrica de la malla, de su virtual infinitud, sin que tal carácter suponga, sin embargo, quiebra de su orden. Pero ese orden, por otro lado, es efecto de una sola regla: la repetición idéntica de su estructura en las dos direcciones normales del plano. ¿Y no es acaso en el interior de ese sistema ilimitado, que determina a su paso un lugar para cada iniciativa, pero, al mismo tiempo, los límites de su originalidad, descritos en la rigidez de un rectángulo sin más atributos que cualquier otro, en el que Terragni descubre el orden de las causas de su arquitectura? En efecto, sólo la abstracción más abierta de la malla, la más inmediata, y, por tanto, la más alejada del pensamiento, es la que se muestra en las fachadas de la Casa del Fascio. Ahí Terragni simplemente selecciona los fragmentos de una red que, virtualmente, prolonga su estructura sobre los planos opacos con los que se definen el resto de paralelepípedos del paisaje por él descrito. La ciudad vuelve a ser, por tanto, un campo abstracto (y, sin embargo, real) en el que nada puede arraigar, puesto que todas las cualidades quedan suspendidas en el no-tiempo de su único valor el cambio sin diferencia. Por eso, las fachadas de Terragni son, al materializarse,

La casa del Fascio en una versión anterior a la definitiva.

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Fotomontaje de la Casa del Fascio con inscripcions de propaganda política debido a M. Nizzoli.

definida con toda precisión en el estricto carácter de mercancía que tiene la ciudad sobre la que él construye. Componer en el interior de un orden en el que no puede darse invención se reducirá, para el arquitecto, al mero exponer los mecanismos que el edificio sigue para llenar enteramente su espacio. Las líneas de mármol blanco que, dibujadas sobre el rosa de las paredes, explican en la Casa Rustid cómo la única ncrma seguida para su composición ha sido, una vez determinado el volumen, la yuxtaposición, una sobre otra, de plantas idénticas (obsérvese, en este sentido, cómo se define una malla sobre las fachadas del edificio en el interior de la cual las ventanas, por ejemplo, ocupan libremente sus puestos) (la excepción de la "villa" construida sobre la última planta, expresada en el puente que, sobre el vacío, une los dos bloques, es un hecho tan singular que no tiene, para mis intenciones, ninguna importancia) son un buen ejemplo de ello. Por otro lado, entre el prisma tan perfectamente establecido y su contenido no existe armonía, sino, al contrario, extrañamiento. No hay más que advertir el profundo corte, el vacío que se produce siempre en los lugares donde la tensión (si la podemos llamar así) del edificio es máxima, para darnos cuenta de ello. La casa Ghiringhelli, por ejemplo, se rompe en dos puntos, multiplicados simétricamente: por un lado, en la rasgadura vertical que separa el cuerpo en voladizo sobre la plaza Lagosta del plano más retrasado en el que se desarrolla el resto de la fachada; por otro, en la fractura que la oscura línea de balcones introduce entre los oblicuos paramentos de las fachadas laterales. Lo mismo ocurre en la Casa Lavezzari, cuyo frente a la plaza Morbegno está surcado de arriba a abajo por la profunda sombra de ese ángulo obtuso sobre el que no ha podido doblarse el muro, sino romperse. Todavía un carácter más violento, puesto que no existe causa aparente para su aparición, tiene la hendidura vertical que divide en dos bloques el volumen prismático de 27 metros de altura levantado sobre el hueco de la estación ferroviaria Farini, de la Casa Rustici-Comolli. La definición de cada uno de estos edificios, contenida en unas reglas anteriores a ellos mismos, sólo admite la dureza como cualidad. La construcción se rompe, se quiebra en pedazos de imposible conexión (tanto como la de las idénticas plantas superpuestas de cada bloque) precisamente en aquellos lugares en los que expone un "uso", suspendido ya en ese volumen cuya opaca densidad se hace extraña al mismo arquitecto, puesto que su intercambiabilidad (y ese es el


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