Valencia Semanal

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LA GUERRA DE LAS GALAXIAS

UN COMIC DEL ESPACIO Casi setecientos millones de pesetas se han invertido en la película más espectacular y taquilleradel momento. La guerra de las galaxias es una hábil y sibilina producción que ha tenido muy en cuenta las necesidades del público, sus déficits y sus angustias.

E

L estreno de La guerra de las galaxias viene precedido en València por una publicidad que, prácticamente, no hace ninguna referencia a la propia película y que carga totalmente las tintas sobre el éxito de taquilla que ha supuesto en otras partes. Éxito económico que inevitable y mecánicamente se reproducirá aquí, a pesar de las críticas adversas o de cualquier intento de mostrar la poca consistencia y el escaso interés de la cinta. Hasta tal punto ha afianzado la publicidad su eficacia que se permie hablarnos de una historia de amor inexistente entre Luke y la princesa Leia. De todos modos, el sufrido espectador que acude y continuará acudiendo al film no se ve defraudado en la medida en que sigue esa otra publicidad que, de boca en boca, nos asegura un espectáculo grandioso, circense y económicamente costoso. No en vano se trata de una superproducción y las superproducciones son la modalidad cinematográfica que ha elegido Hollywood para dar la batalla —económica, ideológica y artística— a los cines de menor presupuesto, a los cines nacionales y, además, aceptando jugar en campo contrario. 2001: EL MEJOR MODELO El film es simplemente un conglomerado de retales que se nos presenta adobado por una escenografía y un vestuario grandilocuente que tiene su mejor modelo en el 2001 de Stanley Kubnck. Prescindiendo de esta "puesta en escena", el resto se reduce a

Pau ESTEVE

denados de antemano a no ser los héroes, a no recibir el aplauso final del rebaño que también acabarán formando los vencedores en la escena final. Aplauso, medallas, y el beso de la princesa que les confiere el diploma de héroes. FUERA DEL ORDEN, LA ANIQUILACIÓN

una película de buenos y malos, en la que los buenos comienzan siendo dos robots —R2D2 y C3P0— ai-servicio de la princesa Leia que, obviamente, cae en manos de los malos —los guardianes del Imperio Galáctico—. La princesa Leia y sus robots defienden el Senado Imperial, la rebelión contra el Imperio y una ancestral e irracional Fuerza. Nada más se nos cuenta acerca de estos tres elementos —Imperio, Senado, Fuerza —aparte de su sola denominación. En contrapartida, los malos no se sabe qué intereses defienden, pero como su propio nombre indica justo es que defiendan el mal y el Mal siempre es lo desconocido. Así pues, mientras la princesa está prisionera sus dos simpáticos y humanizados robots que unen en una misma personalidad la frialdad de la técnica y el agradable calor del sentimiento humano— se dedican a pasearse, a lo largo de toda la primera parte del film, para buscar prosélitos que a título personal ayuden al triunfo de la rebelión. Todo ello enmarcado en un cierto afán por adaptar el funciona-

miento del cómic, a lo Flash Gordon, al cine. De ahí el inicio del film, que nos sitúa mediante dos notas "a pie de viñeta" en el centro de un imperio imaginario ("Hace mucho tiempo en una galaxia lejana, muy lejana... "), las cortinillas que barren de la pantalla las pesadillas que, a modo de prueba, tienen que superar los robots o el carácter plano y absolutamente unívoco de los personajes. De ahí, también, la sabiduría y la tradición en el personaje de Ben Kenobi, el idealismo fogoso y juvenil de Luke, el recatado pudor de la princesa, el pragmatismo —lo hace sólo por dinero, pero tampoco— de Han Solo... Y así hasta llegar al climax final que en nada se diferencia de una película bélica: lo mismo que ocurre en el imperio galáctico podría habérsenos mostrado como sucediendo en el Vietnam. Se trata de una nueva versión americanizada de la lucha del hombre que se sirve de las máquinas —no se sabe muy bien para qué- - contra los hombresmáquinas, los hombres indefinidamente aborregados, el Mal, aquellos que están con-

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No es extraña, sin embargo, la conclusión del film. Georges Lucas, el director y productor de la Guerra de las Galaxias, inició su andadura hollywoodense con una película de ciencia-ficción, THX 1.138, que ya apuntaba la tesis de que fuera del orden sólo queda la aniquilación. THX 1.138 era el relato de un mundo subterráneo cuya existencia se apoyaba en un orden único que nadie podía contravenir. Sin distinción de sexos, los individuos —cabezas rasuradas y vestidos con una túnica blanca— dependían de una autoridad que imponía su ley por medio de unos extraños robots de configuración muy parecida a nuestra policía. El amor y la reproducción estaban prohibidos. Una pareja que no acata la ley es perseguida. La mujer muere y el hombre tras una larga persecución llega a la superficie de la Tierra. El sol le deslumbra y le ciega. Su huida, como la de Curt en American graffiti, no es su liberación, sino la constatación de que dentro del orden no hay salida y cuando la hay, como en La Guerra de las Galaxias, se trata del mismo orden que se pretendía rechazar. Mucho pesimismo para que tanto espectáculo, tanta diversión, no nos remitan a nada utilizable.


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