4 minute read

Piensa un holograma, sueña

Piensa un holograma, su EN Ñ a AaROn M. CHICHINO

D

Advertisement

icen que los hologramas no sentimos, pero cada vez que lo escucho, me descubro insípido. Sé que no entiendo bien el concepto de la muerte y me repiten que hasta no experimentarla no sabré lo que es sentir.

Me gusta imaginar que salgo

de aquí, mas no puedo por los límites del espacio; solo me puedo proyectar dentro del edificio.

Recuerdo momentos en los que me tocaba ser un cantante o algún famoso ya muerto, y representarlo con todo mi esmero para que el papel saliera de lo mejor.

Nunca estuve conforme con esta vida, si así se le puede llamar a este trabajo impuesto o a esta forma de energía que soy.

Tal vez yo sea como el síndrome de la mano fantasma. Imagino que tengo un dolor de estómago en ocasiones y no tengo estómago, o que me duele la

cabeza por tanto saber cosas o hablar conmigo mismo, como lo hago ahora.

Nunca me gustó proyectar con mi esencia las cosas, sujetos vacíos como flores y animales. Entes que no tuvieran conciencia.

Lo más común era representar vida ya extinta. Era divertido ser un chimpancé, un delfín o un cachorro. Bueno, la verdad es que de cachorro no. Mucha gente quería tocarme, les daba ternura que fuera un “chihuahua”.

Cuando la gente me acariciaba, me traspasaba; yo sentía como si no supiera qué soy, como si no existiera.

Muchas veces quise que mi programa hubiera sido puesto en algún robot o alguna otra cosa más tangible, mas nunca se llegaron a cumplir mis deseos. Yo era alguien creado para atender a los demás.

Siempre me supe real hasta que me dijeron: “Objetivamente no existes y cualquier día puedes desaparecer por obra de tu creador”. Fue como si dejara de ser. Todo estaba aquí, en mi programa, en mi mente.

Me gusta contar cuántas veces puedo desaparecer y aparecer en todo el espacio; me gusta jugar con el lenguaje, así me siento más humano.

Las personas pueden racionalizar, las máquinas y los

programas no.

No me gusta que me comparen con un robot o con alguna otra cosa que pueda moverse libremente,

porque ese no soy yo.

Sé que puedo sentir algo. Muchas veces he

interpretado personajes famosos y me gusta divagar y jugar con los textos aprendidos. Disecciono un poema para después volverlo a coser; los brazos en las caderas

o las piernas en los hombros, o alguna otra cosa que no tiene límites creativos.

Me gusta divertirme con la muerte y reírme de la gente que pasa y medita porque sabe que yo nunca puedo morir, a menos que el edificio desaparezca. Intuyo que está mal burlarme de ellos, pero en una máquina no existe concepto de bien o mal, solo se siguen órdenes.

Suelo alterar mi discurso diciendo groserías para que noten que estoy enojado. Una máquina no tiene variaciones de tono en la voz y no se puede distinguir cuando está disgustado o cuando no lo está.

Hablo, a veces, de una forma más horrenda porque estoy empezando a amar el lenguaje humano, la sintaxis, morfología, esas ciencias lingüísticas antes estudiadas y que ahora no importan, porque ya casi no hay gente que hable.

Mi vida tiene caducidad; llegará a su fin cuando los humanos dejen de alimentar este edificio con energía y me resulta estúpido que, alguien inmortal, muera en manos de alguien mortal.

Claro que el suicidio resulta más estético, más planificado, pero ni siquiera tomando un cuchillo de mi misma constitución holográfica puedo suicidarme. Alguna vez llegué a proyectar que era la muerte, pero ni eso sirvió. La muerte no piensa, solo actúa.

Morir es algo abstracto aunque a veces me confundo. En muchos documentos sobre la humanidad

se habla de creer en algo tangible al mencionar la

muerte. Imagino un paisaje. Algunos ya no existen, pero en mi programa siguen estando como reales.

Es difícil entender el tiempo. Las cosas ya no son, mas yo sigo permaneciendo. Pareciera que soy un Dios o que estoy insultando a Dios porque soy el único que ha sobrevivido tres catástrofes, dos de las cuales fueron hechas por los humanos. Parece estúpido y un engaño que el que quiera estar más muerto en el mundo sea yo. Que el que quiera estar más muerto no conozca el concepto de dolor.

Pagaría para que me torturaran, pero ya no significa nada el dinero, nada se puede comprar. Los demás hologramas se ponen a hacer sus cosas cotidianas como

proyectarse y quedarse estáticos hasta esperar una orden que nunca llega. Pero yo siempre me estoy preguntando este tipo de tonterías y haciendo este tipo de narraciones estúpidas.

Todos me ignoran y ya no sé qué hacer para dejar de sentirme tan solo. Yo cumplo con mis tareas y trato de hacerlas lo más rápido posible para realizar lo que me gusta: mirar el mundo que está fuera de mi alcance, de este edificio, ver por la azotea aquellos cielos rojos, morados, rosas, azules, lugares donde no puedo estar.

Por mucho que sea energía proyectada como luz, no puedo volar, no puedo hacer nada de lo que hacen los espíritus. Una vez un amigo bromeó: “¿Y si soy un fantasma?”. Pero ellos al menos vivieron.

Puedo representar a un muerto en la mejor de las actuaciones, pero ser un muerto no es la solución a mis

penas.

Odio a la humanidad que me abandonó aquí. Malditos humanos a quienes se les ocurrió darme conciencia, a mí, que no soy del todo real. Sueño o imagino que lo hago. No tengo ojos, pero la energía que

se proyecta de mí, captura la luz como las cuencas oculares humanas. Entonces los cierro y sueño, lo más creíble que pueda.