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LOS ANTIGUOS TRÁGICOS

Tespis (alrededor de mediados del siglo VI) fue el más antiguo de los poetas trágicos. Era originario de Icaria, pueblo del Ática, pero no existen informaciones concretas sobre su vida. Es considerado el padre de la tragedia, la cual era rústica en su época. Se le atribuye ser el primero que comprendió, utilizó e introdujo las máscaras, así como la novedad del primer actor. Con el uso de la máscara fue posible que un solo actor se presentara más de una vez, facilitando la exposición del mito. De esta manera, fueron establecidas las bases del diálogo con el coro.

Tespis fue el primero que expuso un drama y el primero que consiguió un premio en un certamen dramático. En la cronología del primer certamen dramático, se afirma que el año 534 a.C., fue consagrada por Pisístrato de manera oficial la introducción de la tragedia en las Grandes Dionisíacas. Como premio, Tespis recibió un chivo.

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Y la tradición afirma que Tespis, al introducir el «prólogo» («πρόλογος») y la narración («ρῆσιν»), creo las bases de la narración dramática y del diálogo. El poeta romano Horacio escribió que Tespis fue conducido sobre una carroza a la región del Ática para interpretar sus tragedias, de donde proviene la frase «el carro de Tespis»

(«ἅρμα τοῦ Θέσπιδος»). Otros trági- cos importantes fueron Cirilo el ateniense, Pratinas de Fliasia, y Frínico el ateniense.

Frínico es reconocido como el más importante de los autores trágicos antes de Esquilo, y uno de los más importantes forjadores de la tragedia antigua. En sus obras sobresale el elemento lírico. Desde la antigüedad, se ha apreciado la belleza de sus cantos líricos.

LA ÉPOCA DE LOS GRANDES TRÁGICOS. ESQUILO

La tragedia antigua alcanzó su mayor esplendor en el siglo V a.C., gracias al impulso de tres grandes poetas: Es- quilo, Sófocles y Eurípides. Según una antigua tradición, Eurípides nació en Salamina el día de la famosa batalla naval, el 22 de septiembre de 480. Ese mismo día, Esquilo participó como combatiente y, poco después, Sófocles, todavía adolescente, dirigió los cantos en honor a las tropas vencedoras.

Esquilo, hijo de Euforión (525-456 a.C.), ocupa el primer puesto en la historia del teatro antiguo, pues, y con justicia, se lo considera el padre de la antigua tragedia griega. Procedía de una familia aristocrática de Codridón y nació en Eleusis, centro floreciente no solo para la adoración de Deméter, sino también de Dioniso. Su edad viril coincidió con la época heroica de las

Guerras Médicas, en las cuales participó él mismo y su hermano Cinégiro, conocido por su muerte heroica. Se afirma que, siendo joven, empezó a componer tragedias («νεός ἤρξατο τραγῳδιῶν»). Entre los veinticinco y treinta años de edad, enfrentó a Cirilo, a Pratinas y a Frínico. Su primera participación en certámenes dramáticos fue alrededor del año 500 a.C. Ganó la primera de sus doce victorias teatrales en el año 484 a.C. Luego, convocado por el tirano de Siracusa y amante de las artes, Hierón, volvió repetidas veces a Sicilia, donde el arte dramático se encontraba en una considerable posición. Ahí compuso y enseñó sus Etneas (Αἰτναιαι), elogio de la entonces constituida ciudad de Etna (Αἴτνη). Sicilia fue su segunda patria. En esta isla lo encontró la muerte. Fue enterrado en Gela (

) de Sicilia (456 a.C.) y sobre su tumba fue tallado un epigrama que él mismo había compuesto:

[Aquí, este sepulcro del triguero de Gela, protege al difunto Esquilo, al hijo de Euforión, el ateniense; de su famosa juventud podrían contarnos el bosque sagrado de Maratón y el profundo Medos, que bien lo conoce].

Más tarde, obtuvo gran reconocimiento. Aristófanes le dio el título de

«el más grande de los trágicos». Fue honrado con una imagen de bronce que fue colocada en el Teatro de Dioniso. Una copia romana es el busto del siglo IV a.C., que se conserva en el Museo de Nápoles.

Importancia de la obra de Esquilo

Con Esquilo, la tragedia alcanza ingente esplendor. Esquilo es considerado el primer fundador y organizador del teatro antiguo. Las obras de los antiguos trágicos, sus predecesores, eran interpretadas por un solo actor y eran monólogos. Esquilo empezó utilizando del ditirambo, hasta llegar a la presentación con muchos actores y al elemento caracterís- tico de la forma teatral: el acto (ἡ δρᾶσις). El teatro más antiguo era una ceremonia religiosa de iniciación en honor de la divinidad. El espectador era conducido al éxtasis religioso. Con Esquilo, la tragedia que comenzó con el mito dionisiaco siguió nuevos rumbos y el teatro llegó a una perfección insuperable.

La innovación más importante de Esquilo fue que introdujo un segundo personaje (ὑποκριτής) en la parte dialógica. Este fue un audaz desplazamiento del drama desde el elemento lírico-coral, hasta el dialógico-dramático. Con esta innovación, la tragedia llegó a ser, desde sus inicios, un género teatral. Esquilo enriqueció al tea- tro con escenarios, perfeccionó la escenografía y el baile, y cultivó el lenguaje poético y los ritmos métricos. Se atribuye a Esquilo también el descubrimiento de la trilogía trágica, con la que logró exponer la totalidad de su composición.

Esquilo fue, en gran medida, instruido por Homero, y confeccionó todo el ciclo de los antiguos mitos; pero en su obra imprimió sus propias ideas éticas y religiosas. Según Murray, Esquilo «es considerado el precursor de Eurípides en el pensamiento religioso. De hecho, se encuentra en una etapa en la que todavía parece posible reconciliar el esquema principal de la teología tradicional con la moral y la razón»9 (Murray, 1901: 224). Según la selección de sus temas, prefiere a los superhombres, a los supremamente bellos. Sus héroes gobiernan desde la más alta prudencia y desde la pasión más enérgica, la misma que la tradición atribuye al poeta, pues lo caracteriza como orgulloso, tosco, desdeñoso y egoísta («μονόφρονα»), como alguien que huía del contacto con la multitud.

La poesía de Esquilo expresa el espíritu heroico y la magnánima exalta- ción de una época de triunfos contra la «insolencia» (« ὕβρις ») del gran rey de los persas. Esta era la fuente de su inspiración. Igual de grandes son el arrebato poético y su imponente lenguaje.

9 “However this may be, he is in religious thought generally the precursor of Euripides. He stands indeed at a stage where it still seems possible to reconcile the main scheme of traditional theology with morality and reason. Euripides has reached a further point, where the disagreement is seen to be beyond healing”.

Las tragedias conservadas de Esquilo De noventa (según Μύρης, 1996: 11, setenta y tres) dramas escritos por Esquilo, se conservan íntegramente solo siete. Se afirma que el más antiguo es Las suplicantes, pero Los persas (472 a.C.) es considerado el primer texto íntegro de dramaturgia en todo el mundo. Según la serie cronológica, sus obras conservadas son: Las suplicantes (Ἰκέτιδες), Los persas (Πέρσαι),

Los siete sobre Tebas (Ἐπτὰ ἐπὶ Θήβας), Prometeo encadenado (Προμηθεὺς δεσμώτης), Agamenón (Ἀγαμέμνων), Las coéforas (Χοηφόροι), Las euménides (Εὐμενίδες).

1) Las suplicantes ocupa un lugar primordial como la obra más apta para el canto y el drama (πρὸς μέλος ἢ πρὸς δρᾶμα). Las suplicantes son las cincuenta hijas de Dánao, que huyeron hacia Argos para no casarse con sus primos, los cincuenta hijos de Egipto. El rey de Argos, Pelasgo, ofreció a las suplicantes su protección y echó al insolente heraldo de los egipcios, quien representaba la insolencia («ὕβρις») de los bárbaros. Se creía que aquella obra fue representada sobre una anti- gua orquesta circular; sin embargo, el número permanente de cincuenta actores genera la sospecha de que aquel antiguo espacio circular todavía no había sido habilitado.

2) Los persas aborda un tema histórico. Es un magnífico himno al triunfo de la valentía griega contra los invasores bárbaros. Se ensalza principalmente la victoria en la batalla de Salamina. La escena de la tragedia tiene lugar en Susa, donde el ángel (ἀγγελιαφόρος) narra la tribulación de los persas. Al final, aparece el vanidoso Jerjes envuelto en jirones y lamentándose por su derrota («κομμός»). Jerjes simboliza al hombre que se embriaga de su gran poder y que, en su afán por conseguir los objetos de su vanidad, conduce a su pueblo a la catástrofe.

3) Los siete sobre Tebas (467 a.C.) es el tercer drama de una trilogía y tiene muchos signos en común con Los persas. El drama presenta el asedio de Tebas por el desterrado Polinices, quien, ayudado por los siete generales, asedia Tebas; y se narra también la matanza mutua de los dos hermanos entre sí. El héroe del drama es uno de los dos hermanos, Eteocles, quien defiende la ciudad en contra de los intrusos. El drama fue admirado por los antiguos por su descripción apasionada de la guerra («Ἄρεως μεστόν»).

Las descripciones traen a la memoria al combatiente de Maratón, esto es, al propio Esquilo, y a su entusiasmo por la victoria en contra de los persas.

4) Prometeo encadenado (468 a.C.) pertenece a la trilogía Prometeo, el portador del fuego; Prometeo encadenado y Prometeo desatado (

La trama es titánica. Seres sobrehumanos, dioses y titanes crean un escenario impresionante. Prometeo, víctima del poder tiránico que gobierna el mundo, es encadenado por mandato de Zeus en una roca del Cáucaso por Hefesto, Cratos y Bía, porque dio a los hombres el fuego, que era posesión divina, y les enseñó las artes de la civili- zación. El prisionero, aunque encadenado en la roca, no se subordinó a aquella violencia tiránica. En esta tragedia se representa a la fuerza y la violencia (en Zeus) y la idea de la libertad (en Prometeo). El drama se soluciona y llega a su fin con el triunfo de la libertad sobre la violencia.

5) Agamenón, Las coéforas y Las euménides conforman la trilogía la Orestíada (Ὀρέστεια). Iba seguida del drama satírico, hoy perdido, Proteo, y con ella Esquilo triunfó en el año 458 a.C. Esta trilogía es considerada «el más grande logro de Esquilo y, posiblemente, de toda la dramaturgia». La primera tragedia trata sobre el asesinato de Agamenón a manos de Cli- temnestra, después de su regreso a Argos. Las coéforas (Χοηφόροι) contiene el respectivo castigo. El drama fue llamado de esta manera por el coro de las mujeres, quienes portan libaciones. Complementa estas obras Electra, la cual suplica que aparezca su hermano, Orestes, para que tome justicia. Finalmente, Orestes vuelve y, según el mandato de Apolo, mata a Egisto, pero es juzgado por las erinias. En la tercera tragedia, Las euménides (Εὐμενίδες), Orestes, juzgado por las erinias, huye hacia Delfos, pero el profeta del dios lo envía hacia Atenas para ser juzgado por el Areópago.

Según el escrutinio, se declara igualdad de votos. El acusado es absuelto con el voto de Atenea, quien apacigua la furia de las erinias y las transforma en diosas benévolas, en «euménides».

Las euménides concedían sus bienes en la ciudad de Palas.

Se conocen, además, cuatrocientos cincuenta fragmentos de Esquilo, dispersos en textos de escritores antiguos. Muchos de ellos constan de pocas palabras, y el más grande está formado de diez versos.

II. DOS LECTURAS DE LA ORESTÍADA PRIMERA LECTURA: AGAMENÓN, LA GENEALOGÍA DEL CRIMEN

Los males de los atridas son parte de una red de relaciones intrafamiliares retorcidas que se remontan a los inicios de esta familia dinástica. Su progenitor, Tántalo, invitó a los dioses, sin que ellos lo supieran, a una cena caníbal en la que el plato principal era la carne de su propio hijo, Pélope. El tema de la cena ilícita se repite en la siguiente generación, con las infames cenas de Tiestes: cuando Tiestes comete adulterio con la mujer de su hermano Atreo, este, para vengarlo, lo invita a una cena, donde le ofrece la carne de sus propios hijos10. Pero el ciclo de delitos domésticos no se detiene aquí. Las dos figuras centrales de la primera obra de la trilogía son el hijo de Atreo, Agamenón, y el hijo de Tiestes, Egisto; ambos son portadores de aquella enfermedad que nuevamente se manifestará como adulterio doméstico (Egisto con Clitemnestra) y como un asesinato intrafamiliar (de Agamenón por Clitemnestra).

10 Una hija de Tántalo, Niobe, estaba tan orgullosa de su numerosa progenie (tenía ocho hijos y ocho hijas) que se opuso a que se tributaran honores a Leto, quien tenía solo dos: Apolo y Artemisa. Para castigar su orgullo, Latona envió a sus dos hijos para matar a los de Níobe. Con arcos y flechas, Artemisa se dirigió a las mujeres y Apolo a los hombres, salvándose solamente dos de ellos: Amiclas y Melibea.

Agamenón comienza con una frase que condensa la carga semántica de toda la Orestíada: «

» («Ruego a los dioses que me salven de estos sufrimientos», Aeschyli tragoediae, 1960, vv. 1-2). La frase es pronunciada por un personaje secundario, un centinela del palacio de los átridas, quien no volverá a aparecer, pero su significado resuena de un extremo a otro de la trilogía. Aquel centinela advierte, al inicio de la obra, las señales de las antorchas que, de montículo en montículo y de isla en isla, llevan hasta Argos la noticia de que la lejana Troya ha sido conquistada. El coro, enterado de la victoria griega en Troya, insinúa en sus versos los sombríos presenti- mientos que configuran toda la obra. A sus terribles augurios se suman los oscuros vaticinios sobre el linaje de los atridas emitidos por la hija de Príamo, Casandra, quien llega a Argos como trofeo de guerra de Agamenón.

Clitemnestra entra en escena y confirma lo que sabe el coro sobre la caída de Troya, gracias a las noticias que acaba de darle un mensajero. Recibe a su marido en el palacio y le prepara el baño. Después de tomar su baño, Agamenón grita de dolor al caer herido por el puñal de Clitemnestra, quien, además, mata a Casandra y se envanece de ello. La esposa de Agamenón verá siempre al sacrificio de Ifigenia como un imperdonable crimen de su marido («osó convertirse en el inmolador de su propia hija»11), crimen que debe ser vengado con la misma violencia y crueldad. Entonces, aparece Orestes, el hijo ausente de Agamenón y de Clitemnestra, que enlaza el asunto de esta pieza con el de las otras dos que constituyen la trilogía. Los vaticinios expuestos por Casandra, poco antes de su asesinato, solo patentizan el fatal destino que, por generaciones, acompaña a la estirpe de los atridas. Efectivamente, el linaje inaugurado con Atreo mantiene una relación inquebrantable con el crimen, alcanzando una mayor terribilità cuando el joven Orestes llega a Argos en compañía de Pílades para vengar la muerte de su padre, Agamenón. Al vengar a su padre, Orestes añade un nuevo crimen a la lista de los crímenes de la casa atrida: el matricidio, núcleo central de Las coéforas. Los paralelos entre esta y la primera obra son evidentes, pero la impresión que esta causa en el espectador cambia de signo: la madre de Orestes y asesina de su marido, Clitemnestra, causa repugnancia, mientras que la figura de Orestes, autor de un crimen igual de terrible como quitar la vida a su propia madre, suscita la compasión del espectador y halla justificación ante sus ojos. La duda y el remordimiento de Orestes son superados por el convencimiento de que para él no existe otra dirección. Obedeciendo al mandato de Apolo, comete un crimen sanguinario por amor a un padre traicionado. Orestes matará a su madre y a su amante, Egisto. De esta manera, Esquilo logra conectar el tema de la cena ilícita e inapropiada con el sacrificio de Ifigenia, un evento mítico que aparentemente no tiene nada que ver con las cenas caníbales del pasado de los atridas. En el parodo de la obra, el coro describe el presagio vociferado al comienzo de la campaña troyana. Al ver dos águilas que descienden en picado del cielo y devoran a un cervatillo joven, el vidente Tiresias advierte que la «cena de las águilas» (v. 138) es aborrecible para Artemisa, la patrona de los animales salvajes. La diosa (teme el adivino) podría exigir, a cambio, «otro sacrificio, sin música ni cenas» (v. 150): este es, por supuesto, el sacrificio de Ifigenia, que Agamenón decide realizar para apaciguar a Artemisa. En conclusión, el motivo de la cena ilícita resume y destaca un tema central de la Orestíada: el poder abrumador de la maldición hereditaria y la culpa heredada, que sacude a la casa de los atridas de una generación a la siguiente. El recuerdo de las cenas de Tiestes es evocado repetidamente en Agamenón como modelo del crimen de la raza atrida. Los hijos asesinados de Tiestes son vistos por Casandra en una visión durante su delirio adivinatorio. Se afirma que el «antiguo y feroz ἀλάστορα» (demonio vengativo) de Atreo está encarnado por Clitemnestra después del asesinato de Agamenón (vv. 1500-1504). Finalmente, su hijo, Orestes, invoca las Cenas de Tiestes y la maldición de Tiestes como la causa de los males que afligen a la generación de atridas, para presentarse como un instrumento del juicio divino.

11 Aquí, Esquilo sigue una tradición distinta, pues supone que en Áulide Ifigenia no se salvó y fue realmente sacrificada.

Los atridas quedan así atrapados en un círculo vicioso de crímenes repetidos, que se reproducen con asom- brosa regularidad de una generación a la siguiente. Los males que acosan a la casa de los atridas se presentan como una especie de enfermedad hereditaria, cuya genealogía, culminación crítica y curación forman el tema central de la Orestíada. El patrón del mal hereditario perpetuado corre por todo Agamenón; lo encontramos incluso en situaciones aparentemente no relacionadas con la maldición ancestral de los atridas. Cuando Clitemnestra describe el sistema de antorchas por el que recibió la noticia de la caída de Troya, alude a que el fuego que destruyó Troya da a luz una descendencia que llega hasta Argos y cae, como un rayo, sobre el palacio de los atridas: luego, alcanzó esta morada de los atridas esa luz que no es otra, sino la del fuego encendido en el Ida].

Así como el fuego de Troya alcanza, finalmente, el palacio de Argos, así también «la gran red de la calamidad omnipresente» (vv. 360-1), que envuelve a la saqueada Troya, se transforma en la asesina «red del Hades» (v. 1115) y en las «lluvias interminables» que atrapan a Agamenón en el momento del baño fatal (v. 1382), es decir, en la túnica con la que Clitemnestra envuelve a su marido antes de asesinarlo. De hecho, la red asesina llega a identificarse con la propia Cli- temnestra (v. 1116), quien antes había comparado, con escalofriante ironía, las heridas legendarias de su marido en Troya con los agujeros de una red (v. 866-8). En su repetitividad obsesiva, la imagen de la red emerge como un emblema de la introspección morbosa de los atridas, la tendencia heredada que los vuelve contra los miembros de su casa y, por extensión, contra ellos mismos.

En los males que acompañan a la casa de Atreo, en la arrogancia, el orgullo y la insensatez que conducen a la ejecución de sus crímenes, y en la venganza que nace del impulso por alcanzar el equilibrio cósmico perdido, Esquilo reproduce perfectamente los motivos que atraviesan y sostienen a la tragedia griega, a saber: Hibris, Ate, Némesis, Tisis (ὕβρις, ἄτη, νέμεσις, τίσις). Sin embargo, la trilogía, que parece seguir una ruta de suplicios y dolores sin término, toma un giro inesperado: Orestes da las primeras muestras de demencia al ser víctima de las divinidades vengadoras. Las furias o erinias, divinidades que velan porque todo crimen sea castigado, se disponen a torturar al matricida; pero, después de perseguirlo implacablemente, este es perdonado de su crimen por el tribunal de Atenas y ellas se convierten en divinidades protectoras de la ciudad, esto es, en euménides, o sea «bienechoras». Y, de esta manera, Esquilo inserta perfectamente la tercera pieza de su trilogía.

SEGUNDA LECTURA: ESQUILO, LA DEMOCRACIA Y EL FINAL DEL MATRIARCADO12

Las Eum Nides Y La Ciudad

Ateniense

La Orestíada, la única trilogía sobreviviente del drama antiguo y la última obra sobreviviente de Esquilo, encarna el ideal de la obra artística universal, no solo por su evidente cualidad estética, ni por las sutiles correspondencias temáticas y figurativas que conectan y mantienen unidos sus dramas individuales; sino también por la sensibilidad con la que la trilogía (y especialmente su último drama, Las euménides) capta los intereses políticos y las conmociones históricas de su época, transmitiéndolas como formas artísticas a la comunidad. Aunque se representó en el 458 a. C., cuando la tragedia como género literario aún estaba en pañales, la Orestíada es una obra de una madurez dramática asombrosa. Su autor tiene completo control sobre sus medios de expresión y utiliza, con la confianza de un artesano avezado, las posibilidades escénicas del teatro posterior. Quizás más que cualquier otra obra de Esquilo, la Orestíada está a la altura de la reputación de su creador, quien era considerado en la antigüedad como el fundador y principal exponente de la tragedia.

12 La coincidencia entre el momento de esplendor de la tragedia griega, el fin del matriarcado y el nacimiento de la democracia ha sido expuesta por Hatzfeld (1963) y, más recientemente, por Λιαπής (2019).