Experpento abril mayo 2014

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contextos

EL LECTOR DE JULIO VERNE

Textos de R. M. Sierra

NIEBLA Miguel de Unamuno

Almudena Grandes

Mi relación con Almudena Grandes empezó cuando a los 17 años, en la investigación de lo prohibido leí Las edades de Lulú y quizás a destiempo descubrí que había cosas que me asustaban, otras que nunca entendería y que Platón era un flipado. Ella es quizás la autora que mejor soporta y narra lo humano. Una sinvergüenza, que dirían los rancios, que en la España de los 80, cuando todos alucinaban con el pecho de Sabrina, se lanzaba valiente y sin red a lo turbador. Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, Los aires difíciles, Castillos de cartón… son grandes libros rebosantes de ternura (y de lo opuesto) y a salvo de ñoñerías. Almudena Grandes te enamora hasta las trancas de la Literatura. Las películas no suplen la lectura, porque no creo que haya nadie que escriba mejor que ella. Con el nuevo siglo, a la autora, quizás víctima de la madurez, le dio por indagar en un pasado en el que no crecimos pero que pesa como una losa sobre nuestras chepas. Los episodios de una guerra interminable comenzaron con El corazón helado y hasta la fecha Las tres bodas de Manolita es la última entrega. El penúltimo capítulo fue El lector de Julio Verne, que ahora sale en bolsillo. Nos enfrenta al momento en el que todo crío descubre que su padre no es un dios. Nino es el protagonista, y la diferencia entre él y nosotros es que su mundo se desmorona en la postguerra. Pepe el Portugués pondrá patas arriba su realidad. El niño aprende a asumir que a veces, hacer lo mejor no siempre consiste en hacer lo bueno3

Mi perro se llamaba Niebla por Heidi y leí Niebla por mi perro. Con 14 años me enfrenté, como una panolis, a una de las dudas que me corroerá hasta que me muera, si es que me dejan morir. ¿Existo o soy el producto de la imaginación de alguien? Sin manera de descubrirlo, sigo viviendo, lo que no me libra de sentir muchas veces un escalofrío. El lanzamiento de la colección Austral básicos (clásicos en papel a menos de tres euros) ha puesto en mis manos de nuevo este ensayo de terror psicológico –te obliga a pensar y pensar puede ser terrible– disfrazado de novela… o nivola. Miguel de Unamuno inventaba

El huevo de oro Donna Leon

Debo de ser una excepción mundial. Nunca había oído hablar ni de Brunetti, ni de su madre literaria Donna Leon y mi primera incursión –que no la última– en esta saga literaria ha tenido lugar con El huevo de oro. Y esto a pesar de que hay tantos títulos de la autora en la web de Planeta que ni he intentado contarlos. Lo positivo de mi ignorancia es que ahora tengo una buena lista de libros que me apetece leer. El huevo de oro comienza con un juego lingüístico y literario que debe de ser habitual en el seno familiar del comisario italiano. Padres y vástagos se dedican a inventar historias folletinescas mientras cenan, siempre pendientes de la corrección gramatical. Entre líneas pode-

un nuevo género, en el que la ficción trastornaba los límites de la realidad. De ahí el título. Se dice que este texto no fue más que un desahogo de Unamuno. No hace falta sumergirnos en la España de principios del siglo xx para comprender sus miedos. El determinismo, la inmortalidad o el auténtico significado del albedrío le obsesionaban. Unamuno habla de un creador, y para él el auténtico castigo es que Dios deje de soñarnos. En Niebla jugó a ser Dios. Pero a él la criatura se le revela. De principio de un siglo, a principios de otro siglo, han cambiado las formas, pero no el fondo de la angustia… ¿Eres de pastilla roja o eres de pastilla azul? Algunos vimos vagabundear por Matrix al pobre Augusto, cuyo epitafio, por cierto, es obra de Orfeo (sin m)… su perro3

mos entender un mensaje que la autora lanza las masas. Que no nos engañe su fecundidad creativa, Donna Leon se niega a hacer mala literatura. O lo que es lo mismo, escribe libros como quien fríe churros, pero los escribe bien. La trama es sencilla. Un joven sordomudo se ha suicidado. Ahí podría acabar la investigación si no fuera porque Paola, la esposa de Brunetti lo conocía y pide a su marido que meta la nariz, movida por el remordimiento de no haber prestado mayor atención a aquel hombre que ayudaba en la lavandería de la que es clienta. Y a partir de ahí descubrimos una Venecia "tupperware". Nadie dice ni pío, y menos a la policía. El hermetismo de las gentes será el caballo de batalla del investigador, que no reniega de introducir en su modus operandi ciertos usos ilegales, si estos le sirven para resolver el caso. El final es muy interesante3


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