Coloquio del Retrato. Persona y Semejanza

Norma Pati単o Coordinadora

UNIVERSIDAD AUTONÓMA METROPOLITANA Dr. Salvador Vega y León Rector General Mtro. Norberto Manjarrez Álvarez Secretario General UNIDAD AZCAPOTZALCO Dr. Romualdo López Zárate Rector de la Unidad Mtro. Abelardo González Aragón Secreatario de la Unidad Dr. Aníbal Figueroa Castrejón Director de la División de Ciencias y Artes para el Diseño Mtro. Héctor Valerdi Madrigal Secretario Académico de la División de Ciencias y Artes para el Diseño Dr. Jorge Ortiz Leroux Jefe del Departamento de Evaluación del Diseño en el Tiempo

Dr. Gerardo Toledo Ramírez Jefe del Área Semiótica del Diseño Mtra. Norma Patiño Navarro Coordinadora Editorial D.C.G. Jesús Adrián Soto Ruiz D.C.G. Aida Castillo Arroyo Diseño Editorial D.I. Massiel Carolina Hurtado Montoya Apoyo Editorial ©2014, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco PERSONA Y SEMEJANZA, COLOQUIO DEL RETRATO ISBN: 978-607-28-0343-5 Es una publicación del Departamento de Evaluación del Diseño en el Tiempo de la División de Ciencias y Artes para el Diseño Hecho en México / Made in Mexico

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Gritos del silencio; paradojas del tiempo Ana Meléndez Crespo

Con el daguerrotipo llegó la fotografía y, hacia inales del siglo XIX, el retrato profesional y amateur: la imagen de sí mismo, del otro, de los otros; de frente, de peril, de tres cuartos; de rostro, cuerpo entero, de pie o en el asiento. En pose, gesto serio, recargado; un brazo, el otro brazo; en tensión, en acción. Con paisaje en estudio, con paisaje externo. En ambiente urbano, en ambiente rural. En pareja o en grupo.

La foto impresionó al aristócrata, conmovió a la mujer, deslumbró al general, en modelo europeo, como espejo local. La fascinación del relejo se imprimió en papel y adquirió el estatus de objeto de culto: reliquia, mito, magia, por su regio poder de emanar lo ausente o volverlo presente.

Del uno se fue al grupo: el abuelo y la abuela, el papá y la mamá; el hermano, la hermana; los primos y los tíos; genealogía familiar que fue en aumento, dejando constancia del cambio cultural del siglo XX. La cámara, universo digital, el símbolo se impuso y llevó el retrato a ser observador de historias personales y de historia social del otro femenino.

Ofelia García y Serafín Silva

Imagen de sí misma. Agraciada chilapeña en cómoda pose, 1920

Paisaje en estudio. Damas chilapeñas en canoa

Paisaje externo. Armando Salmerón con sindicato redactores prensa, 1938

Imagen en tension. El general Julio Gómez, el Nerón zapatista, 1914

Ana Meléndez Crespo

De nuestros días, traigo aquí a dos jóvenes fotógrafas latinoamericanas con sus dos particulares modos de expresarse: Erika Ewel y Karina Muench.

Por tiempo y espacio, los pasos de Erika Ewel

arbolado. Puede ser una casa de campo. En líneas paralelas, las mujeres jóvenes y niñas están sentadas; las maduras, atrás, de pie. La seriedad del gesto, manos en el regazo o rígidas al lado del cuerpo, pies y piernas cruzadas, revelan el posado retrato de un fotógrafo profesional.

Dos tiempos en un espacio: tiempo antiguo, antigua acción; nuevo tiempo, nueva acción. Otro modo de posar, otro modo de mirar, otro modo de esperar.

El tiempo de aquel ayer, el tiempo de este hoy. Ellas, vistas en conjunto; ella, imagen singular. Lo objetivo es el ensamble; lo subjetivo, la esencia: estar y, a la vez, no estar. En un retrato, el retrato, a modo testimonial.

Un paseo por el pasado con estancia inmaterial y, al mismo tiempo, material. Lo corpóreo recordado, lo transparente presente. Y luego, en tanto registro, el doble tiempo unido será pasado, mañana.

Hábil juego con el tiempo, el espacio, la materia y el discurso, son las imágenes en las que Erika Ewel incursiona en la memoria personal, al modo de ciertas películas, novelas y carteles que han dejado huella en el cine, la literatura y la comunicación visual por su original estructura narrativa. En efecto.

Cada toma de sus Retratos de familia conlleva, por decirlo desde la retórica, una paradoja del tiempo, una antítesis de la igura humana y, a la vez, una comparación y una hipérbole entre los personajes del pasado y el personaje presente.

Un retrato del pasado muestra a un grupo de mujeres, y entre ellas a un varón. Que la escena data de la década de 1920 lo dice la moda de sus sencillas vestimentas y el muro de ventanales corridos, en cuyos cristales se releja, a modo de cromo, un ambiente

Erika Ewel nacida en La Paz, Bolivia

Paradoja y antítesis femenina, ©Erika Ewel 2012

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Gritos del silencio; paradojas del tiempo

En tal escenario se introduce la fotógrafa del siglo XXI, en confrontación y conluencia con la acción pasada. Paradojal sería el siglo de diferencia temporal que convive en un mismo espacio; antítesis de la feminidad, el pantalón y la polera frente a la falda y la blusa, las miradas y la pose de los personajes de antes; y comparación, el lazo que la autora sugiere con sus familiares al sentarse en hipérbole en el primer plano de la escena. Aún más, no mira al conjunto, sino que lo preside de peril.

En contraposición a esa imagen, Erika va a interactuar subjetivamente con dos personajes masculinos del pasado elegantemente vestidos, emplazados por su fotógrafo de época junto al muro de una casa.

Los implementos constructivos indican que pudo ser un patio interior: una puerta de madera y cortinada por dentro, un tubo de desagüe que baja por la pared desde un alero tejado, y una ventana al fondo de la perspectiva, donde se aprecian difusamente los ramajes de un árbol seco. Los hombres posan circunspectos, de brazo caído o doblado.

Paradoja del tiempo antítesis del vestido, ©Erika Ewel 2012

De nuevo, la autora de la fotografía del siglo XXI se introduce en el espacio, esta vez para mirar directamente a los personajes y, por lo tanto, de espaldas al espectador. Además de la paradoja del tiempo —la antítesis de la vestimenta, blanco femenino versus oscuro masculino—, se da la igura retórica de la indicación, dirección o llamada hacia un punto de la imagen. La mirada de la protagonista del presente obliga al espectador a ir al primer golpe de vista a los personajes del pasado. Después a ella y, inalmente, a observar los detalles del ambiente.

Hipérbole y vuelta al pasado, ©Erika Ewel 2012

Ana Meléndez Crespo

Una tercera escena de retrato exterior antiguo convertido en un híbrido reportaje, especie de lash back o de vuelta al pasado desde un presente viviente en la escena pasada, muestra a la artista visual de tres cuartos en primerísimo plano, a punto de salir del encuadre, en casual acción que no mira el espectador porque no quiere mirarlo, pero sí busca que el espectador la vea a ella y, por encima de su hombro, a la mujer lejana que posa en la calle de un pueblo tomado en perspectiva por el fotógrafo, tal vez en los años cuarenta. Los recursos de la paradoja, la antítesis y la hipérbole, esta vez remiten a una visión surrealista de la escena, porque el personaje del primer plano aparece casi mimetizado en las construcciones, en clara alusión a que está anclado a ese ambiente y personaje del pasado.

Retratos de familia, ©Erika Ewel 2012

De los cuerpos maltratados que gritan en silencio Fotografías de Karina Muench Que el silencio signiica, es verdad. El silencio no es ausencia de sonidos. El silencio dice más que mil palabras. El silencio puede agredir y, en contraposición, elevar el espíritu. No en vano el ser humano se aísla del mundo cuando quiere estar consigo mismo para relexionar.

El silencio es valor para cineastas de arte que dejan correr los sucesos sin voces, sin música, sin ruidos. ¿El in? Que el objeto en movimiento sea visto con agudo sentido, libre de interpretación sonora preconcebida. ¿Y acaso puede ser audible una imagen? Sí, cuando lleva acción o expresión: un niño llorando, un relámpago iluminando la noche, un hombre marchando; pero también, por el contrario, cuando una cara o un cuerpo femenino parecen inalterables, pero no lo están en realidad. Son rostros y cuerpos que dicen, que revelan, que gritan sin gritar. O, mejor dicho, que gritan sin ser audibles, aunque sí visibles. Y, entonces, dan sentido a la paradoja: “los gritos del silencio”.

Son gritos del silencio las imágenes de mujeres capturadas por el ojo de la cámara de Karina Muench.

Clic en el instante de un gesto que es permanente: frío, impertérrito, estático. El de esa mujer madura, casi de la tercera edad, de lacia y larga cabellera, de torso envuelto en un paño blanco, que deja al desnudo hombros y brazos. Ese impasible estar y no estar, grita su pasado, un ayer que se adivina sombrío. Su mirar, su gesto facial, son duros y ajenos a la alegría, a la satisfacción. Y una pregunta

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Gritos del silencio; paradojas del tiempo

viene a la mente del que observa: ¿qué sucesos, qué hechos, qué situaciones, qué emociones, pudieron haber dejado semejante huella?

Clic de nuevo. Resultado: fragmento de un rostro moreno, joven, bello, cubierto por un tupido mechón de mil hilos negros que descienden de la cabeza y hacen columpio debajo de la nariz, tapando mentón y cuello, porque una mano los eleva y sostiene a la altura de los ojos, como si fuera un telón teatral. ¿Teatro? Esa mirada, profundamente triste, ese brillo de la nariz salpicado de puntos cafés, ese color canela oscuro de relejantes matices, ese terso brazo alzado bañado de luz, habla, dice, pregona su verdad; la verdad de una indígena joven maltratada, ofendida, burlada.

El silencio dice mas que mil palabras, ©Karina Muench, 2012

Clic otra vez. Y ahora surge el rostro de una mujer avejentada antes de que sea su tiempo de envejecer.

Lo clama la disparidad: un rostro surcado de arrugas y un torso y unas manos que aún poseen piel fresca.

La cara con las marcas evidentes de la crueldad: el ojo derecho semicerrado. La misma cara sostenida por las palmas de las manos, en típico gesto de honda preocupación; la mirada abatidísima del ojo sano. ¿Qué pudo haberle sucedido? Hasta la pregunta ofende. Qué más grito de silencio que el de esta mujer en extremo violentada.

Clic, clic, clic. Una mujer joven, cuya abundante cabellera azabache, fresca, brillante, desciende en cascada de su cabeza literalmente pegada al torso, eleva su doble grito de silencio: ser apenas una adolescente y, haber sido convertida tempranamente en una mujer adulta. Pero no en una mujer feliz, plena

El pregón de la verdad, ©Karina Muench, 2012