p e r s p e c t i v a
Cuando lo irrazonable marcó la diferencia La llamada telefónica del superintendente de Cuba no tenía sentido. Me informó que Dios estaba dirigiendo a un evangelista amigo suyo a celebrar campañas evangelísticas en nuestra capital, San Salvador. Mientras escuchaba al superintendente en aquella llamada telefónica de larga distancia, pensaba: “Esto es irrazonable”. Sería un milagro que pudiéramos celebrar campañas, cuando el país está en guerra. Todas las noches había toque de queda y no había transporte público. Sólo pude prometer que oraríamos. Pasaron los meses, y la peligrosa situación en el país no menguaba. Sin embargo, el evangelista se mantuvo firme en la convicción de que Dios le había dicho que celebrara las campañas. Poco antes de comenzar una campaña, obtuve un permiso para usar un campo de fútbol de la localidad. Después levantaron el toque de queda, y la gente pudo ir a las reuniones, aunque no hubiera servicio de autobuses. Llegó el evangelista, y comenzamos la campaña. Sólo unos pocas centenas de creyentes se aventuraron a salir para aquellos cultos vespertinos. El evangelista predicó como si hubiera habido millares de personas sentadas en aquel estadio. Una noche, alguien llevó a una mujer y a un hombre en silla de ruedas y los empujaron al área de la pista que estaba frente a las graderías; obviamente no era posible subirlos a las gradas mismas. Antes de comenzar su primer mensaje, el evangelista miró al hombre y le dijo: “¿Quieres andar?” El hombre lo miró sorprendido, sin saber qué decir. Pero el evangelista le dijo: “En el nombre de Jesús, puedes andar”. El hombre estaba todavía sin entender. Entonces, alguien que había venido con el evangelista bajó de la plataforma y ayudó al hombre a pararse de la silla de ruedas. Un poder sobrenatural comenzó a fluir por sus extremidades, y el hombre corrió de un lado a otro de la pista. Después, el evangelista dijo a la mujer: “¿Quieres andar?” Ella demoró menos en responder. La siguiente noche, el estadio estaba repleto; la gente acudió a oír que Dios podía hacer lo imposible. También estuvo presente una personalidad de la televisión de El Salvador que se declaraba ateo. Pero había oído acerca de la reunión y que una vecina suya que por mucho tiempo había estado confinada a una silla de ruedas, iría a la reunión (esta no era la misma persona que había sido sana en la primera noche). Durante el culto, cuando el evangelista comenzó a orar, y se unieron en oración otras ochenta mil personas, comenzó a suceder algo extraordinario en aquel estadio. Él no cerró los ojos porque quería ver qué sucedería con su vecina. Repentinamente, vio que la mujer se paraba de la silla de ruedas y andaba por primera vez en muchos años. Y comentó: “Damas y caballeros, no tengo otra manera de explicar lo que sucedió: Dios estuvo ayer en el estadio”. Una maravillosa proclamación acerca de la presencia de Dios obrando en su pueblo, que salió de los labios de un ateo. Tal vez las circunstancias parecen muy difíciles. Quizá piense que no hay solución alguna para su situación. Las palabras de Jesús no han perdido su validez: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7). L. John Bueno
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evangelio
invierno • 09-10
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