LA ESFERA ié^^^i í ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ í ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ i ^
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POR LA ESPAÑA
LA POESÍA
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^-m.
PINTORESCA
DE LA
MONTA
Salto de u^iia en las montañas de León
L
A pocsfa no es la btigalelo. pasaliempo de burgfuescs que aspiran al caclieL ó de elegantes que han oído hablar de Grecia..., es acaso el más serio estudio v probablemente de los más transcendenles y útiles por cuanto endulza la \'ida que es ya bastante práctica aplicación. Ad-más, estamos viendo que Iodo el progreso material, derivado de las ciencias experimentales, desde la aviación hasta los proyectores de luz, parece que fueron revelados para meior y más brutal desirucciún de la humanidad. IZn cambio las víctimas de la poesía se cuentan por los dedos... algún adolescente que leyó el suicidio de Werlnr, alguna tiiña soñadora enamorada de la palidez de la Uama de las Caniclias; V de batallas no se hable, pues aun la formidable campaña de clásicos y románticos en el famoso estreno de HernanJ no paró de unos razonables bastonazos. En vista del culto espectáculo civilizador que están dando al mundo las progresivas naciones europeas, resulta que emplearon mejor su tiempo los poetas que los mecánicos; con sonetos, aun siendo malos, no se mala gente ni se destruyen las riquezas de los pueblos. Tolstoi ha vencido; la civilización es un mal, jcl mal mayor!
¡y nosotros, que hemos pasado la vida envidiando el porvenir de Bélgico, la de la manufaclura cxquisiia. la del uliramaquinismo!... Nosotros, debeladorcs de nuestras alegres corridas de loros donde mueren cabalgaduras que se están muriendo y lo explicábamos como resto d barbaria musulmana, sin sospechar que las selectas naciones civilizadas habían de llevar no caballos, sino esclavos, al sacrilicio...; nosotros
no sabíamos que el lin de la cultura era matar hombres para disputarse el .látigo bárbaro y cruel. Habíamos olvidado qué un '¿\-a\-i ingles, Carlyle, düo: «El ideal de la civilización moderna es hacer dinero». ¡Lástima de tiempo que han perdido los tratadistas de Derecho internacional, los conferenciantes de la paz. los que predicaban el humanitarismo, la patria-tierra y el derecho á la vida!... Cultivemos, ¡mes, la santa poesía; y no se diga que no están los tiempos para cantar. Él travador nacional, el del romance tL'l pueblo no se produce, es verdad, en e'pocas de tan bajo relieve como e'sta. pci-o surge la elegía, la más alta forma de la poesía, penetrada de aquellas «melancolías y desabrimientos» que amargaron los últimos días del Hidalgo. Existe, es verdad, algo unánime en toda la nación, y esc algo es el miedo á la muerte delínitiva, pero e'ste tampoco gusta de cantar alias y sonoras estrofas, sino iodo la más un canturreo para espantarlo... y así sale la canción. Nuestro miedo no es siquiera trágico, es sencillamente el de quien, pobre y apaleado, no tiene ánimo para alzar la vista ni levantar la voz. Al fin y al cabo, ni aquí sacudió nuestros nervios una revolución asoladora. ni nos hicieron lo que á fielgiea; nos sustrajeron algo que no sabíamos dirigir ni explotar, eso fué todo; y por eso caímos en el surco y no en el abismo, y por eso es en vano esperar un gran poeta que no encontraría en esta situación r o c j para alzar el vuelo. Ello es lambie'n un rcílelo de la general di5;niniición de las figuras: no hay grandes poetas donde no hay grandes hombres. Pero la poesía es subjetiva, la que cada cual
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®^?S?^=^?^^s.> ^ ^ ^ ^ ^ ^ = ^ ^ = ^ . ^ ^ = ^ ^ ^ . ^ ^ ^ . ^ , ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^
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