C Andamios Agustín Labrada
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Contra la mediocridad educativa
uando Carlos Joaquín González triunfó en las urnas como gobernador, en las pasadas elecciones, la comunidad quintanarroense apostó por una época de cambio en todos los sentidos, en cada rubro y en cada resquicio por el que se pueda vislumbrar un porvenir. Uno de ellos, quizá el de mayor importancia, a corto y largo plazo, es la educación. El gobernador ha situado frente a la Secretaría de Educación y Cultura a la doctora Marisol Alamilla Betancourt, quien tiene ante sí (en lo que queda de sexenio) un largo quehacer que requiere de compromiso y profesionalismo, teniendo en cuenta que una de cada tres personas mayores de quince años, en Quintana Roo, se halla en rezago educativo. De acuerdo con la Encuesta de los Hogares 2015, en la entidad el veintiocho por ciento de los quintanarroenses de quince años o más no terminaron su educación básica obligatoria: la secundaria. El estado se ubica así en el séptimo lugar del país, según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, que padece esta epidemia del subdesarrollo. El pasado año también se supo que México se encuentra en el último peldaño de las naciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, luego de que fue medida la calidad del sistema educativo, según se refleja en el informe del Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos (PISA), aplicado por este organismo. ¿Existe una diferencia de calidad entre los frutos de una escuela pública y una escuela privada? La respuesta es ambigua, porque en ambas opciones son frágiles las estrategias de enseñanza y aprendizaje; y porque al final de esa experiencia pesa mucho el interés individual del estudiante y el contexto familiar que favorece o no el autoestudio. La mayoría de los maestros que enseñan en escuelas públicas, amparada por un sindicato que se preocupa por los intereses del gremio, pero no por los educandos, muchas veces imparte sus lecciones por inercia y con lagunas. No le importa si aprenden o no los niños, ni sembrar con calificaciones fraudulentas el germen del analfabetismo funcional. Los maestros de las escuelas privadas ganan bajísimos salarios, aunque a los padres de