Innumerables recuerdos de un viaje perpetuo

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INNUMERABLES RECUERDOS DE UN VIAJE PERPETUO Biografía de una mercancía

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“ La vida es como un cuento relatado por un idiota; un cuento lleno de palabrería y frenesí, que no tiene ningún sentido”.

N

o recuerdo con certeza de que lugar provengo, desconozco las manos que con gran delicadeza me forjaron, simplemente...lo olvide. Así lo intente, así me esfuerce, el primer recuerdo que poseo, ese adorable momento, cuando un inmenso rayo de sol me cubrió en totalidad y me salvó de la oscuridad en la que me mantuvieron prisionero por tantos años. 2



¡Qué bella ocasión!, por primera vez logré descifrar los violentos berridos que atravesaban la valija que me asignaron como envoltorio. Vendedores, un mercado frío y vulgar donde los amantes de la nostalgia acudían en busca de artilugios que saciaran su inmensa curiosidad

Lo recuerdo como si fuera ayer, con la desmedida delicadeza con la que un cirujano opera, me observó, me limpió y me admiró. Con gran certeza supe que bajo su manto podría estar seguro, me acomodó en sus ojos y con una colosal sonrisa murmuró... ¡Perfecto! El júbilo fue indescriptible, bajo su inmensa gabardina retiro la faltriquera que su madre amarteladamente le había tejido. Sin una pizca de agobio ni aflicción propuso un cautivador acuerdo al que fue mi dueño, un trueque mano a mano por mi propiedad. No lo entendía, ¿por qué confiaba con tanta peripecia en mis capacidades? ¿Que impulsaba tan arriesgada 4



Más aún, un colosalacción? silencio retumbó a los oídos sordos de los demás comerciantes. ¿Pero qué clase de mal aqueja a este hombre? ¿Qué encantamiento o maldición debe cargar sobre sus hombros para insinuar tal barbaridad? Una copia original de Romance Gitano, escrita en 1928 por el puño del mismo Federico García Lorca, esa era su más preciada posesión, la cual cedió sin ninguna incertidumbre….por mí. Aun así, el perspicaz individuo al cual serví con gran fidelidad, no mostró titubeo, con gran avidez me enfundo en un viejo joyero y me entrego. “Dios te cuide y te guie por los caminos del edén... Miguel” susurro mientras que afanoso recibía la invaluable obra en retorno. Así pues, tuvo inicio un sinfín de acontecimientos y peripecias en las que fui la fiel compañía de Miguel, ese era su nombre, mi querido Miguel...un valeroso marinero que con gran osadía liberaba los aprietos que se le presentaban, ni el vaivén de mil vendavales era capaz de detenerlo. 6


Por supuesto, como aquellos que con admirable brío deciden adjudicar su vida al mar, Miguel padecía de la fiebre que solo los poemas y novelas románticas pueden curar. Orgullosamente, una vasta colección que tomaba reposo en su salón, producía gran regocijo a sus pupilas en cada ocasión. Más aún, Romance Gitano era la cereza que decoraba la cima de su romántico pastel literario. Esa mañana, esa fría mañana de 1934, Miguel recordó que debía zarpar al finalizar el día en una gran travesía por las costas europeas. Se ducho, desayuno y salió...sin embargo, algo lo detuvo, el redondel de su amada bicicleta se fracturó, ocasionándole una fuerte caída. Caída que, afortunadamente nos unió, allí en la Plaza Catalunya, Miguel se detuvo a apreciar las reliquias que por obra del destino, terminaron en un mercado. 7


Así, junto a su brújula, Miguel nos convirtió en las herramientas guía de su camino, sobre su cuello descanse por meses mientras recorrimos la inmensa lejanía de las aguas que nos seducían. Tenerife, Mallorca, Lanzarote. Cada día un destino nuevo nos aguardaba. Miles de lugares, climas y personalidades, mí querido Miguel tenía la fuerza para navegar durante días sin vacilar, hasta ese día, ese terrible día. Un quince de mayo, mientras escarbamos la insaciable marea con la que las aguas panameñas nos azotaban, Miguel sintió que algo no estaba bien, algo se sentía incorrecto, la vieja madera de su embarcación se retorcía en cada brazada. Más aún, las blancas velas escapaban de su mástil a medida que Miguel las ajustaba, ¡vaya calamidad! Ni el gran Poseidón hubiera podido prever tal devastación, con 10 metros de alto, una feroz oleada devoró y derrumbó la tan añorada embarcación, el gran impacto dejó en mí ser una marca imborrable. 8


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Timorato, aturdido, 24 horas después y aun no logro entender... ¿por qué el?,¿por qué?, ese doloroso último recuerdo, sus aletargadas pupilas liberaron una lágrima mientras se aferraba de mi torso con el último suspiro que contuvo su espíritu. En ese instante la inmensa irracionalidad líquida le arrebató la vida, fui testigo de su muerte, su cuerpo se sumergió en las profundidades mientras me alce por los insolentes aires. 24 horas después y como lo extraño. Oigo un ruido, alguien se acerca… ¿es un mono?, no...no logro distinguir a precisión. Gracias a dios, es un hombre, un grupo de hombres, me recogen, me observar, no entienden mi naturaleza, parecen curiosos por mi apariencia, el feroz vendaval deshizo en gran proporción el muelle que solía mantenerme en equilibrio, las dolorosas astillas que el fuerte vendaval lacero en mí, cortan las manos de los hombres que con 10


gran cortesía socorrieron a mi desgracia. Pudo haber sido un pirata, pudo haber sido un ladrón... pudo haber sido, cualquier malintencionado ser que quisiera corromper mi destino e intercambiarme por viles monedas de oro, pero no. Qué curioso destino que pone frente a mi tan curioso sujeto, Jean, infortunado músico de 23 años. Ahora bien, qué dispar acontecimiento que representaba Jean. Invadido por los relatos aventureros que se oían por los aires en su tierra natal Italia, desasistió al venidero porvenir que le aguardaba en la multinacional petrolera propiedad de sus padres, se aferró a la carcomida valija que heredó de su abuela y zarpó a aguas americanas. 15 años después, en una soleada tarde, Jean se dirigía al muelle junto al grupo de limosneros que asaltaban con felices instrumentos a los desprevenidos turistas. Súbitamente, divisó a la lejanía el brillo intenso que provocan los rayos solares 11


que percutían sobre mí. De esta suerte, nuestros caminos se enlazaron. Que extraños sentimientos me surgieron, mi querido Miguel debió retorcerse al presenciar que sus amados y ahora destrozados binoculares estaban prestando sus servicios a un joven pordiosero que tomaba mis capacidades a servicio de su más grande pasión, persuadir y engatusar a bellas damas que visitaban la costa panameña. Sin ir más lejos, como usanza, cada viernes Jean ascendía por las empinadas cimas panameñas para situarse en el punto más alto de Cerro Ancón, donde presenciaba el espectáculo de llegada de cientos de embarcaciones provenientes de suelos americanos, a través de mis lentes distinguía y seleccionaba a su posible nuevo amorío, para después, atacar. Tantos meses, tantas horas, tantos minutos en los que fui cómplice a tan romántico crimen, aprendí de primera mano el arduo arte de la conquista y descifre la esencia del éxito. Hasta que, sin 12


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ningún indicio, sin ninguna advertencia, Jean fue atrozmente capturado, recluido y enjaulado por las autoridades panameñas, las cuales con grandes ansias reclamaban que Jean fue autor de 224 robos. A decir verdad desconozco la veracidad de los hechos, las víctimas, siempre bellas y acaudaladas jóvenes declararon haber sido engañadas y seducidas con falsas ilusiones, mientras eran robadas de sus más preciadas posesiones, relojes, cadenas de oro y demás. Por lo tanto, nuevamente mi destino cambiaba, temía ser enjaulado por años en oscuros cuartos de evidencia. En este instante, la verdad relució y la honorable justicia panameña impuso con gran severidad, una condena de 35 años de cárcel; con gran tristeza…tuve que despedir a Jean. Por mi parte, fui considerado como un bien robado, el cual era parte del botín de riqueza que Jean muy descaradamente robo.

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No lo sabía, ¿cómo iba a saberlo?...mientras que Raúl, un detective panameño me inspeccionaba a gran detalle con la esperanza de encontrar alguna pista que revelara mi origen, halló una interesante descripción que cuidadosamente se encontraba tallada en mi estropeada madera. “Hasta donde los sueños te lleven, allí estaré” seguido de -Valencia Gandia, Sant Rafael-. No lo entendía, no recuerdo haber sido tallado en algún punto de mi existencia, ¿cómo iba a saber que esta inscripción se encontraba allí? Acto seguido, fui transportado y enviado por la aduana panameña a aquella locación ubicada en la ciudad de España, no podía creerlo, prontamente volvería a casa. Finalmente arribamos y el desconcierto que experimente no tuvo descripción, aquel que me recibió fue Antonio, el achacoso vendedor que me entrego al cuidado de mi querido Miguel. Para mi sorpresa, este pintoresco anciano me recibió con extrema delicadez, me limpio y durante meses curó cada una de las heridas e imperfecciones que la tormenta que arrasó con la 15


vida de Miguel me provocó. Nuevamente fui feliz, me sentí valorado y querido, recibía el cuidado que decía merecer, era perfecto…...hasta que un día, limpio el sudor que se posaba sobre su frente, acomodo su impecable corbatín y murmullo...”hoy es el día, ya estás listo”. En este instante me dio como envoltorio la seda más perfecta y reluciente que se pueda imaginar, salimos de casa y allí, todo comenzó. Escucho pasos, pasos fuertes… ¿quién será? ¿a dónde nos dirigimos? Por mi mente mil pensamientos retumbaban, con gran tristeza sabía que nos dirigíamos a una subasta de antigüedades donde posteriormente sería vendido, no lo sé, no quiero irme de aquí. De repente el crujido de un antiguo portón alerta de nuestra llegada, una voz familiar retumba en la lejanía. Era ella, ¡Margarita!, la esposa de Miguel. Que encantador instante, de mi mente se habían extraviado las memorias de su existencia. Llegando a este punto, el llamativo anciano reveló el motivo de tan imprevista reunión; este se había 16


enterado que Miranda, la hija de Miguel, recién cumpliría cinco años. Así, retiró el gran bolso que lo acompañaba y de él me entrega a Margarita, que con gran comprensión, consagración y entrega incondicional, había protegido todo aquello que le recordaba a su querido esposo Miguel, como su hija, la pequeña de rizos rubios como el oro.

Sin embargo, antes de retirarse, el enigmático anciano advirtió a Margarita sobre la maldición que sobre mí recae. Con gran coraje la joven doncella respondió ¿maldición? ¿eso fue lo que me arrebato a mi Miguel?. Sí…le dijo, me temo que sí. Si quieres comprobar la cruel verdad, déjame contarte. Así pues, el anciano con aire dramático empuño un cigarrillo, lo encendió y junto con la primera bocanada de blanco humo, suspiro… “Hace tantos años que sucedió, tantas muertes dios mío”, enseguida, Margarita fue testigo de las atrocidades que junto a mi peregrinaban. 17


Acto seguido, fui transportado y enviado por la aduana panameña a aquella locación ubicada en la ciudad de España, no podía creerlo, prontamente volvería a casa. Finalmente arribamos y el desconcierto que experimente no tuvo descripción, aquel que me recibió fue Antonio, el achacoso vendedor que me entrego al cuidado de mi querido Miguel. Para mi sorpresa, este pintoresco anciano me recibió con extrema delicadez, me limpio y durante meses curó cada una de las heridas e imperfecciones que la tormenta que arrasó con la vida de Miguel me provocó. Nuevamente fui feliz, me sentí valorado y querido, recibía el cuidado que decía merecer, era perfecto…... hasta que un día, limpio el sudor que se posaba sobre su frente, acomodo su impecable corbatín y murmullo...”hoy es el día, ya estás listo”. En este instante me dio como envoltorio la seda más perfecta y reluciente que se pueda 18


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imaginar, salimos de casa y allí, todo comenzó. Escucho pasos, pasos fuertes… ¿quién será? ¿a dónde nos dirigimos? Por mi mente mil pensamientos retumbaban, con gran tristeza sabía que nos dirigíamos a una subasta de antigüedades donde posteriormente sería vendido, no lo sé, no quiero irme de aquí. De repente el crujido de un antiguo portón alerta de nuestra llegada, una voz familiar retumba en la lejanía. Era ella, ¡Margarita!, la esposa de Miguel. Que encantador instante, de mi mente se habían extraviado las memorias de su existencia. Llegando a este punto, el llamativo anciano reveló el motivo de tan imprevista reunión; este se había enterado que Miranda, la hija de Miguel, recién cumpliría cinco años. Así, retiró el gran bolso que lo acompañaba y de él me entrega a Margarita, que con gran comprensión, consagración y entrega 20


incondicional, había protegido todo aquello que le recordaba a su querido esposo Miguel, como su hija, la pequeña de rizos rubios como el oro. Sin embargo, antes de retirarse, el enigmático anciano advirtió a Margarita sobre la maldición que sobre mí recae. Con gran coraje la joven doncella respondió ¿maldición? ¿eso fue lo que me arrebato a mi Miguel?. Sí…le dijo, me temo que sí. Si quieres comprobar la cruel verdad, déjame contarte. Así pues, el anciano con aire dramático empuño un cigarrillo, lo encendió y junto con la primera bocanada de blanco humo, suspiro… “Hace tantos años que sucedió, tantas muertes dios mío”, enseguida, Margarita fue testigo de las atrocidades que junto a mi peregrinaban. Sinceramente, parece poco razonable.. no 21


poseo recuerdo que compruebe la veracidad de su historia. El anciano expuso mi tan anónimo origen, fui producto de la guerra, fui un regalo de la dinastía Romanov en el año 1917 al primogénito Nicolás, el cual años después sería cómo conocido como el zar ruso más despiadado y sanguinario de la historia. Por ser esta una ocasión especial, 10 kilogramos de pesada y preciosa madera virgen fueron talados de la más exclusiva reserva de sándalos, el árbol más valioso de toda indonesia. 4 kilos de Rodio, el metal más preciado e inasequible en el planeta, fueron extraídos de los suelos más inhóspitos, 150 diamantes rosas fueron tallados en las minas del sur del áfrica. Todo esto, en conjunto forjó mi singular complexión y torso, con un valor de 5 millones de rublos, fui la ofrenda apta para el nuevo miembro de la realeza. Desconsuelo, eso sentí. A mí, llegaron 22



vagos recuerdos que revivieron lo que con desesperadas ansias desee olvidar, miles de muertes que salpicaron de sangre mi interior. Contra mi voluntad, fui usado, me convertí en una herramienta de caza, me obligue a usar mis capacidades para rastrear y ubicar vilmente a los que desearon acabar la opresión del dominio. Aun así, permanecí pasmado cuando en un gris 23 de octubre el zar fue asesinado frente a mí, un proyectil calibre 22 atravesó el costado de mi torso, dirigiéndose a su frente; un impacto sordo y certero que terminó descubriendo el interior de sus sesos. Así, fui

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maldito, con la maldición del que debió morir pero no lo hizo, y ahora, está obligado a ver morir a los que lo rodean. Jean...Miguel..fui yo, fue mi responsabilidad. El anciano concluyo su relato y se despidió de Margarita que aún pasmada en escalofríos me enterró con furia en el jardín de su casa. Fueron 30 años en los que desconocí el sentir del aire, del sol, de alguna interacción humana; aun así, no la culpo, fui yo aquel que trajo la muerte a su familia, a cientos de familias con las que se cruzaron mi destino, con gran tristeza debo aceptar mi porvenir, está prisión acordaba seguridad para ambos. ...Esperen ¿qué está sucediendo? ¡Escucho un tremendo estruendo!. Momentos después logró descifrar lo que ocurre, el jardín estaba siendo demolido para darle paso a otra vivienda, sentimientos amalgamados venían a mí, 25


ciertamente deseaba retornar a la superficie pero...no debía hacerlo, mi conciencia no puede cargar más muertes. De repente, una dulce y bella joven, se acercó con gran curiosidad al reflejo que proyectaba mi interior. ¡Qué gran regocijo!, era Miranda, ahora una mujer de 35 años. Mi querido Miguel se sentiría orgulloso de ver que su hija es una preciosa doncella. Me tomó, me limpio y me atesoro, inconcebible fue el instante cuando percibí que a la lejanía, en una silla de ruedas se encontraba Margarita, ahora envejecida, débil y senil. El temor se apoderó de mí, supe que en el momento en que percibiera mi retorno, me condenaría a un destierro que no soportaría ser humano. Aventurado porvenir que me permitió la estadía prolongada, Margarita padecía aguda demencia pugilística, causado por un golpe que firmemente arrasó cualquier rastro de capacidad cognitiva y memoria de su sensatez. 26



Quizás..ya no estoy maldito...si, quizás. Anhele un nuevo porvenir donde junto a Miranda podría alcanzar tan añorada felicidad, ella sería el prodigio que expelería la sombra de muerte y destrucción que recae en mi presencia. Ciertamente lo fue, durante dos primaveras me repose sobre su regazo entregándome a sus gentiles cuidados. Circunstancialmente, fueron los días más felices; Miranda me convirtió en su compañero, el confidente a cientos secretos que ningún otro era digno de escuchar. Fugazmente me transporte, la mortandad de la guerra quedó atrás, Miranda me convirtió en su cómplice, con el que por horas podía apreciar la belleza de las aves que se posaban en los muelles a deleitarnos con sus hermosos cantos. Más aún, éramos inseparables. Las románticas y solitarias 28


caminatas nocturnas, se convirtieron en afición y deseo. Deambular lentamente por aquellas antiguas librerías y cafés bajo la calidez directa que brindan los focos, que soberbia experiencia. No puedo ser desleal a mí mismo, un crimen sería afirmar que anhelaba marcharme de allí, me es imposible negar el tan intenso amor que padecía ante Miranda. Maldito poder omnipotente que nos obliga a tal fatalidad. El vicio de su compañía me encegueció en ira, cuando aquella tarde, aquel 12 de enero, mientras deambulamos por los nostálgicos muelles, contemplando las dolorosas despedidas de los osados marinos que prescindieron de la comodidad citadina. Cuando, de repente una bocanada de viento nos 29


golpeó con la intensidad pura del odio, el chal que cubría el cuello de mi amada Miranda se elevó por los aires enredándose en un mástil corroído. Así fue, de esa manera ocurrió, en este instante, sus detestables palabras emergieron…”Señorita, ¿se encuentra bien? Algunos afirman no creer en el amor a primera vista, yo sí... lo he atestiguado. Como un cielo estrellado, los ojos de mi amada se tornaron de un brillo incomparable, sus dilatadas pupilas y enrojecidas mejillas me trasladaban a aquellas ingenuas damiselas que seducidas por apasionadas tonadas interpretadas por el pícaro Jean, le entregaban su casta inocencia. Sin embargo, y con gran equivocación, conocía que mi amada no caería en tal vil engaño, imagine 30


que su cuerpo la engañaba y expresaba erróneos sentimientos. Que equivocado estaba, momentos después, Miranda salió a sus brazos interpretando la más débil damisela, Joaquín, un joven almirante Colombiano había logrado su cometido. Faltaron horas para que este par de tortolos elaborarán un plan de escape, con destino a una desolada isla donde pudieran darle libertad a su apasionado amor. Los días pasaron y su amor se consagra desmesuradamente, debo admitir que fui víctima del abandono, que mal afortunado suceso que me relego de encantadores paseos junto a las aves, a la oscuridad del olvido. Las cosas pasan por algo y ciertamente pasan por algo, como maravilloso prodigio, Margarita recuperó el raciocinio que juro haber extraviado, que acertada tesitura, mientras que mi amada 31


Miranda peinaba con gran anhelo el cabello de su madre, le recitaba las poesías que el joven Joaquín le cantaba al oído, con gran pasión le narraba a los oídos sordos de su madre las maravillosas aventuras que tendrían en el barco que la llevaría a conocer lugares inaccesibles. Cuando de repente, como iluminada por un feroz trueno de cordura, Margarita pataleo “Que desgracia, un marinero posee el corazón de mi hija”. Dominada por la ira que atiborraba sus arterias, Margarita exclamó…”Hija mía, no profanes la estirpe que te aguarda, a esta familia solo ha llegado la muerte de la mano de los hombres de mar, te lo pido hija mía, no quebrantes mi tan anhelada voluntad”, tan pronto como culminó vocablo, su obeso torso desplomó en silencio, finalmente se encontraría con su amado, Margarita habría muerto.

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Intuyo que fui yo, yo la asesine. Con gran aflicción y desconsuelo, mi amada Miranda degusto la amarga embocadura que acarrea la soledad, varios recuerdos la atormentaban, asegurándole el suicidio como un dulce descanso; lo considero, lo planeo, sin embargo, no se lo permitió. No le faltó motivo, sus debilitadas articulaciones no eran idóneas para atravesar su propia carne. Estaba sola, estaba perdida, el amor que la escoltaba desapareció como bocanada de humo, su fallecida madre y su prohibido príncipe azul. ¿Pero que ocasiona tal estruendo? Como feroz rugido, Joaquín reclamaba con gran urgencia la presencia de su amada. Junto a su puerta, un majestuoso ramillete de claveles la esperada. La 34


confusión de miranda desatendió las intenciones de Joaquín, ¿cuál era su cometido?, de repente, hizo la pregunta. “Amada mía, cásate conmigo, escapemos, seamos libres, ¿lo deseas tanto como yo?, pregunta que no tuvo respuesta, Miranda pasmada y su respiración indispuesta provocaron cierta exacerbación en el marinero. No fue fácil, nunca lo fue. Miranda, debió recuperar el valor que nunca dijo tener para confesarle de tan sincera forma, que su amor era imposible, debían darle olvido a aquellos besos fugaces que mágicamente los transportaban al mismo edén. Joaquín no lo entendió, su naturaleza le indicaba persistir ante la adversidad que eventualmente conduciría a la victoria. Este no era el caso, ¿cómo iba a traicionar a la voluntad de su madre, que en tan paranormal evento le restringió su amorío? Con gran furia, Joaquín 35


abandona su valerosa voluntad, y en busca de consuelo se adentra en las profundidades de una olvidada taberna, allí, a punto de desfallecer, resuelve zarpar esa misma noche al Magdalena, su tierra madre. Extraviado, aturdido y despistado reúne los pocos bienes que lo acompañaron en su labor, avistando a Jaime, el contramaestre cucuteño que se encontraba abrillantando el mástil del “Lucero”, la embarcación que partió a España en busca de las minas del oro que se encontraban al oriente, pero que sin embargo, nunca encontraron. Así, a las 11:30 de la noche, extendieron velas y liberaron el ancla que los ataba al suelo. De repente, ahí estaba yo. A decir verdad, presentí una fatal tormenta acercarse vertiginosamente a la calma de mi estadía, Miranda, tan apasionada y decidida no doblegaría con tan facilidad a sus pasiones.

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No estaba equivocado, pero desee estarlo. Con el más puro gesto de amor, mi amada Miranda lo beso en la mejilla mientras a tempo le recito en su oído, “no existe aquella barrera geográfica que pueda desmoronar nuestro anhelado amor”, por favor, te pido que aceptes el obsequio que con gran fervor deseo entregarte. A decir verdad, retemblé de cólera antes tal desleal acto, Miranda me tomo y con gran cariño me llevo a sus labios, labios que marcaron en mi anverso la figura de un tierno beso teñido de carmesí. Como Judas, me beso y me entrego a mi hostil adversario, junto con la promesa de que algún día estarían juntos, a través de mis lentes Joaquín podría visitar a Miranda, aun en la lejanía. Nuevamente, fui yo. 37


Nostálgica noche en la que nos embarcamos con destino a suelos Colombianos. Joaquín, aun embriagado bajo los efectos del orujo de uva, me suspendió en el mástil de su embarcación, durante días compartí morada junto a otros binoculares que lo guiaron en previas ocasiones, sin embargo, ninguno de estos tenía el mérito propio del amor que yo poseía, después de todo, yo le recordaba a su amada y eso basto para que este se deshiciera de los demás. No obstante, como el más aliciente anzuelo fuimos devorados, devorados por Lorenzo de Jacome, temible pirata del puerto de Veracruz, que embestía embarcaciones con el anhelo de hurtar el oro y las riquezas que 38


fueron extraídas del viejo mundo. La calma, complicado estado mental. Insensato, desorientado y malherido se encontraba Joaquín, la terca testarudez que invadía sus huesos lo obligo a enfrentar a tan cruel villano, que sin titubeo alguno libero el tambor de su revolver en el corazón del joven almirante. Faltaron segundos para que la incontenible charca de su sangre, inundara el suelo de la embarcación. Los nervios de Jaime, el joven contramaestre no sobrellevaron tan sanguinaria desdicha y vertiginosamente desmayo. Dos días después, el aire de vida retorno a sus pulmones, se encontró desolado y desnudo en la orilla del río Caquetá. Desnudo y solo, pero vivo. Quebrantándose, el joven contramaestre amedrento los frutos naturales, en un desesperado intento de calmar su sed, fabrico una elaborada embestidura con el conjunto 39


de hojas y ramas que se atravesaron en su camino. Cuando, por obra del destino, observo a la lejanía un radiante brillo que emergía de un pequeño objeto; sin deseo alguno, Jaime socorrió a el naufragio en el que me encontraba. Aquellos bravíos piratas me desecharon por la proa al no encontrar valor en mi esencia, las piedras preciosas que me acompañaron alguna vez y que perdí a través de mis travesías, me hubieran condenado al servicio de aquellos grotescos seres. ¿Qué fue de su destino?, absorto por recuerdos estupefactos de su fallecido compañero, Jaime se orientó al centro del Caquetá, con ansias buscaba una taberna donde pudiera ahogar las penas que tanto aquejaban su existencia. La fragua, un desdeñado establecimiento lo recibió, brindándole los servicios que necesitase, claro...a cierto precio. Precio el cual no estaba en capacidad de pagar, solo 40



lo acompañaban sus tristezas melancólicas y el retumbar de la muerte en sus oídos. No tuvo otra opción, lo entiendo. Nuevamente mi porvenir era inseguro, por un barril de deleitoso y vigoroso aguardiente fui intercambiado a modo de trueque. Héctor, el propietario del establecimiento vio en mi gran aptitud. Más aún...la desdicha es llevadera. Héctor, radiante y afortunado tabernero me acogió en su dulce morada, ignorando mi pomposo origen decidió restaurar y restituir mi quebrantada madera; gran novedad presentaba poseer un objeto de madera virgen española, sería un crimen no socorrerla. Esmeradamente aplicó el vino tintó barniz que guardaba en el sótano de su recinto, repuso las desgastadas bisagras y pulió mis delicados lentes. 42


Con un halo de vida, me brindo una segunda oportunidad, o tercera, o cuarta, o quinta ¿Quién lleva la cuenta? ¡Vaya sorpresa!, la tan diligente labor que Héctor realizo en mí, tenía gran intención, su hijo Luis Alberto alcanzaba diez años de edad, mi cometido era alegrar al curioso niño que fascinado por el artesanal obsequio, estrecho con un fuerte y emotivo abrazo a su padre. Por quince primaveras habite en el corazón de padre e hijo, cada noche, bajo la luna estrellada, Héctor dedicaba horas de su tiempo para narrar elaboradas y heroicas historias que nutrían la curiosidad imaginativa de Luis Alberto. No obstante, ningún ser puede abstenerse al paso del tiempo. Con los años, Luis Alberto creció y emprendió una travesía 43


hasta Bogotá, ciudad que se convertiría en el hogar donde eventualmente formaría una bella familia. Mientras que, como feroz tormenta, Héctor pereció. Día a día, hora a hora, Héctor empeoraba, una extraña enfermedad lo acechaba, penetraba sus huesos y devoraba sus intestinos. Su contaminada sangre fluía con dificultad, causándole dolorosos colapsos que con soberbia trataba de ocultar del conocimiento de sus exitoso hijo. Hasta que, de manera inesperada, Luis Alberto recibió una histérica llamada de su madre Lucia, rogándole por su presencia, urgentemente debía dirigirse al Caqueta. Él lo sabía, la agitación de sus huesos se lo decía. Espantado, Luis Alberto se dirigía al hospital, en su interior presagiaba lo peor, pues... ¿que otro suceso pudo provocar tan ansiado desespero en la calma de Lucía?, así lo fue. Una habitación absorbida en la penumbra 44



del deceso lo recibió, su padre, tendido y moribundo reflejaba una abrumada sonrisa ocasionada por su presencia. Tratando de calmar sus ansias, Lucero lo estrecho con un cálido abrazo… “lo siento” murmuraron sus labios. Lágrimas brotaron de sus ojos. Desesperanzado, Luis Alberto se inclinó al costado del poltrón que resguardaba a su moribundo padre. Padre… ¿qué está pasando? ¿Qué mal te aqueja de esta manera? Susurro Luis Alberto. Segundos después, su padre, reuniendo los restos de voluntad que aún residían en su cuerpo le enunció…”Hijo mío, la suciedad de las aguas a las que tanto hemos huido nos alcanzaran en un momento, no quise asustarte, meses antes desarrolle el mal del hepatitis, tu sabes…hijo mío, no poseo más de lo que ves, no tuve como hacerme a una medicina, ahora, me resigno a mi destino y no 46


tengo otro remedio que morir. Aún estás a tiempo, ¡Sálvate!, esa es mi voluntad hijo mío. No cometas los desaciertos que este costal de huesos perpetró. Hijo mío, cumple mi voluntad, ve y vive la vida que no pude darte, la felicidad que no logre enseñarte. Toma esta llave, abre la gaveta izquierda del armatoste de esa esquina, ábrela y recibe aquello que con gran devoción atesore para ti. Para su sorpresa, Luis Alberto se encontró con un deslucido cofre, cuya función recaía proteger a cabalidad la más consagrada de sus posesiones., el soberbio par de prismáticos con 47


los que padre e hijo cautivaron a infinidad de astros. No padre, decorosamente me niego a recibir tal precioso presente, anunció. ¡No! ¡Lucha por favor!, Luis Alberto escapó de aquella mazmorra, ensimismado de nostalgia, sus sentidos lo traicionaban, golpeando cual objeto cruzado por su frente. ¡Oh! Insuperable fatalidad, Luis Alberto conocía como, recibir el presente de su padre significaba de igual forma aceptar su muerte, con fuerte severidad se negó a aceptar ese acuerdo. Tristemente, Héctor falleció dos días después de su incierta reunión, Luis Alberto se vio obligado a aceptar aquellos antiguos binoculares que impulsaron la curiosidad que formó al hoy reconocido astrónomo, Luis Alberto se vio obligado a aceptarme. Hogaño, soy contemplación. Luis Alberto sublevó la potestad de su padre, no encontraba las osadas agallas que son necesidad al 48


emprender aventuras por el largo de la tierra, en su cabeza no contenía la posibilidad de estropear y extraviar la única conexión material que poseía de su padre. Por esto, finalmente aglutino los ahorros que a lo largo de su vida muy fervientemente había adquirido, se dirigió pues, al dispensario más lujoso de Bogotá, donde adquirió el que sería mi contenedor, un bello relicario italiano que reposa ahora en el centro de su salón, ganando las miradas curiosas de inesperados visitantes. Serví a la guerra, a la naturaleza, a la educación y a el amor; me encontré cubierto de diamantes, polvo y sangre, fui intercambiado, vendido y obsequiado, fui contemplado, odiado y destruido; ahora, con la salvación que la devoción pudo brindarme, espero en esta cómoda valija a Esteban, el legítimo heredero, el cual con gran esperanza pueda brindarme la libertad que finalmente me guíe a casa, junto a mi querido Miguel. 49


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Juan Diego Gomez Pabรณn Esteban Mauricio Ruiz Comunicaciรณn 4 Universidad de los Andes 51


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