Esquina Boxeo 14

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La época de oro del boxeo mexicano comenzó a narrarse a partir de las extraordinarias cualidades de un joven de 17 años. ¿Quién era ese tal Young que había noqueado a Speedy Dado y vencido a Juan Zurita y Baby Arizmendi? Su nombre era Rodolfo Young Casanova, el peleador mexicano que vino a cambiar ese mundo llamado boxeo.

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EDITORIAL

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Esquina Boxeo es una publicación mensual de Ediciones La Dulce Ciencia S.R.L. de C.V. Periodo de exhibición: diciembre de 2013. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D. F., CP 03020. Ejemplar gratuito. Prohibida su venta. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 2304 6897 e-mail: redaccion@esquinaboxeo.com Editor responsable: Rodrigo Castillo. Edición: Rodrigo Castillo, Rodrigo Márquez Tizano y Mauricio Salvador. Diseño: Juanjo Güitrón. Formación: Ana Laura Alba. Consejo editorial: Carlos Acevedo, Pablo Duarte, Luis Carlos Hurtado, Luis Felipe Ortega, Hilario Peña y Juan Manuel Vázquez.

ESTA REVISTA SE REALIZÓ CON APOYO DEL ESTÍMULO A LA PRODUCCIÓN DE LIBROS DERIVADO DEL ARTÍCULO TRANSITORIO CUADRAGÉSIMO SEGUNDO DEL PRESUPUESTO DE EGRESOS DE LA FEDERACIÓN 2012.


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a Asociación de Escritores de Boxeo de Estados Unidos (BWAA, por sus siglas en inglés) ha anunciado los premios a lo mejor de la escritura de boxeo durante 2013. Carlos Acevedo, editor de Esquina Boxeo en Estados Unidos y autor de la columna “The Ugly American”, ganó el primer lugar en la categoría de columna con su artículo “Una oscuridad a modo”, publicado en nuestro número 9, en el que discute el difícil tema de la “dementia pugilistica”. La lista de los premiados, que incluye nombres como Springs Toledo, Michael Woods, Chris Mannix, Ron Borges, entre otros, se puede leer en el siguiente enlace

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http://www.bwaa.us/category/writing-awards/


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5 Mauricio Salvador

1932: El comienzo de la época dorada Si tuviéramos que proponer un principio en la historia de Rodolfo Casanova, y por ende de ese maravilloso año de 1932, tendríamos quizá que viajar a diciembre de 1931, cinco meses antes de su debut en la Arena Nacional frente a uno de los hermanos Villa. En ese mes los periódicos recibieron la noticia de que el padre del boxeo mexicano, el promotor y manager Jimmy Fitten, se retiraba del boxeo tras una larga serie de disputas con la Comisión Mexicana de Boxeo. Simbólicamente era el fin de una era, la que el propio Fitten había inaugurado y mantenido durante ocho largos años en los que participó en la vida boxística de México como peleador, promotor, manager y entrenador. Fitten llegó a la ciudad de México en 1922 y de inmediato se convirtió en uno de los caballitos de batalla de promotores mexicanos y extranjeros que montaban funciones en el Cine México, en el Palatino, en el Tívoli y en el Frontón Nacional. Con la creación ese mismo año de la Comisión de Boxeo, el deporte experimentaba un cierto auge y, sobre todo, un mejor orden. Antes de 1922 el boxeo en México podía parear a un muchacho desnutrido con un acabado noqueador en aras del espectáculo; tampoco era raro que un peso mosca enfrentara a un welter o que hubiera toda clase de timos y engaños entre aficionados y boxeadores. Ciertamente, la Comisión fue un progreso, pero el mundo del boxeo en México seguía con un pie en su cuna. Fitten compartía carteleras con nombres que hoy sólo pueden ser convocados como pioneros, como el veracruzano Mike Febles, Jim Smith y Patricio Martínez Arredondo, el fundador, a decir de Salvador Esperón, de la Escuela de la Valentía Mexicana, es decir, la escuela del todo valor y cero defensa que tantos despellejados dejó en los cuadriláteros de la época. El impulso, sin embargo, era evidente. Jack Johnson había visitado México el mismo mes de 1919 en que asesinaron a Zapata, y su vida de dandy y los estragos que provocó en más de un establecimiento fueron bien documentados por los periódicos de la ciudad. Si Zapata había sido un símbolo de la lucha por los derechos colectivos, el elegante Jack Johnson lo era del individualismo más feroz, del que atravesaba prejuicios y convenciones para lograr sus propios fines. Si alguien quería encontrar un argumento a favor del boxeo, ahí estaba un ejemplo viviente. ¿De qué otra manera habría podido Jack Johnson romper las ataduras que querían mantenerlo aprisionado?

ca. 1932, FINAH, CNCA.

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Rodolfo Casanova en el Jordán,

ey, tú. El mejor peleador mexicano vivo sigue siendo Baby Arizmendi. ¿Lo sabes bien, verdad? Acodado en una esquina del gimnasio de Al Lang, en Los Ángeles, Franky García molestaba al muchacho que practicaba en el costal en silencio, apenas esbozando una sonrisa ante las palabrotas del entrenador del gran Baby Arizmendi. Desde temprano un grupo de gente, entre curiosos, periodistas, managers y entrenadores, se había reunido en el gimnasio para ver entrenar al recién llegado. Se había corrido la voz de que el promotor Jimmy Fitten había llegado del sur con una nueva sensación mexicana, un muchacho de apenas 17 años que cuatro semanas antes había noqueado al filipino Diosdado Posadas, mejor conocido como Speedy Dado. Aunque para muchos aficionados todo ese periplo del llamado Young Casanova era de sobra conocido, no por ello carecía de emoción y hasta de esperanza; de emoción porque siempre era excitante estar cerca de un noqueador puro, y esperanzador porque quizás esta vez los miles de mexicanos residentes en Los Ángeles contarían por fin con un campeón de verdad, un campeón que nadie, ni las comisiones ni los periodistas ni los propios aficionados, pondrían en duda. Era un péndulo que entre la esperanza y la decepción alimentaba sin cesar a ese retorcido mundo llamado boxeo. Tal y como los boxeadores mismos, había en los aficionados algo de salvaje masoquismo, de ver una vez más frustradas sus esperanzas sólo para emerger de nuevo con más bríos ante la aparición de una otra promesa, de un representante que conjugara los talentos de un Aurelio Herrera, un Bert Colima, un Bobby Pacho, o un Baby Arizmendi. Porque no era suficiente que naciera un ídolo en la capital de la república; había que trascender allá en el Norte, entre los americanos y los italianos y los judíos, en el mundo donde el boxeo vivía de verdad y que había ofrecido los más grandes espectáculos. Pues Los Ángeles, aunque no se insista demasiado en ello, es la otra e indispensable mitad de lo que hoy conocemos como la época de oro del boxeo mexicano. La pregunta que rondaba el gimnasio de Al Lang era: ¿Cómo un muchacho de poco más de 17 años, con apenas doce peleas en su palmarés, había podido noquear a un contendiente con una experiencia de 101 peleas a sus espaldas? Casanova no sólo había logrado una proeza en su México natal, también había dado lugar a una rareza histórica en el más amplio de los sentidos. Es difícil encontrar un ejemplo semejante, y uno tiene que mirar con suma atención hacia atrás y hacia adelante en la historia para encontrar proezas semejantes. En 1946, por ejemplo, Wesley Mouzon venció a Bob Montgomery noqueándolo en 2 rounds. Con 27 años Montgomery estaba en su mejor momento y tenía la experiencia de 80 peleas a sus espaldas. Mouzon acababa de cumplir 19 años y tenía sólo 25 peleas profesionales. Rodolfo Casanova, por su parte, había necesitado tan sólo 12 peleas para demostrar que se encontraba un escalón por encima de todos los peleadores mexicanos, con la probable excepción, claro está, del mismísimo Baby Arizmendi, cuyo periplo, si bien un poco más accidentado debido a la edad en que había comenzado su trabajo en los cuadriláteros en el norte de México, semejaba en mucho al que ahora comenzaba esta nueva sensación mexicana. Frankie Garcia, quien había sido en su momento una atracción en la costa del Este, no faltaba a la verdad cuando recordaba al muchacho que Arizmendi era el mejor peleador mexicano vivo. Si ahora había docenas de personas reunidas para ver entrenar a Casanova, Arizmendi en cambio reunía a cientos de aficionados en el gimnasio del Main Street Club. No sólo eso: en el papel, ya como parte de la historia, estaban sus victorias sobre Fidel LaBarba, Speedy Dado, Young Tommy y muchos más. —¿A quién ha vencido este muchacho? —preguntaba en voz alta Frankie Garcia—. ¿A Speedy Dado? Dado it’s done. Arizmendi es el ídolo de México en ambos lados de la frontera. No lo olvides, muchacho.


De pie: Carlos Casanova, Arturo Cuyo Hernández y Luis Morales; sentados, segundo de izquierda a derecha, Rodolfo Casanova; de frente el Tío Torres, ca. 1934, Archivo General de la Nación, Fondo Enrique Díaz.

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La visita de Johnson sin duda animó la escena boxística mexicana, tal y como lo haría la visita, en 1926, de otro campeón de los pesados, Jack Dempsey. Jimmy Fitten, que experimentó esta reanimación de primera mano, tenía la información adecuada para saber qué es lo que le faltaba al boxeo mexicano. Arredondo, Febles y Smith eran peleadores valientes que, sin embargo, no podrían competir con peleadores más técnicos o mejor entrenados. Había valor en su experiencia pero pertenecían a una época ya pasada. Para dar el ejemplo, Fitten se encargó de entrenar al Bulldog González con métodos que desafiaban la lógica de los entrenadores mexicanos; y Bulldog González se convirtió en campeón nacional. Lo mismo hizo con otros boxeadores y de esa forma comenzó a convertirse en una figura paternal para muchos boxeadores mexicanos. Fitten no fue un ídolo o siquiera una gran atracción. Esa distinción fue para peleadores como Patricio, primero, y luego para Carlos Pavón y, en cierta manera, Tommy White. La diferencia es que Fitten comprendía mejor el negocio del boxeo y como mexicoamericano hábil en ambas lenguas podía acceder a una gama más vasta de experiencias que la de sus contemporáneos. Por tanto, su retiro como promotor, aquel diciembre de 1931, fue un duro golpe para el boxeo mexicano, aunque no tan duro como para evitar que quienes quedaban quisieran aprovechar su ausencia y armar un buen negocio. *** Con el típico vacilante profesionalismo que caracterizaba a los promotores mexicanos, Baldomero Romero y Valente Quintana se pusieron manos a la obra para promover en menos de un mes una gran función de Año Nuevo de 1932. A Baldomero Romero —también uno de los promotores pioneros del boxeo mexicano— se le ocurrió que su función podría ser un gran éxito si lograba traer a México al gigante italiano Primo Carnera. Hubo negociaciones, pero finalmente los dueños de Carnera decidieron llevárselo a París. Con Baldomero fuera de la jugada, fue Valente Quintana quien pudo capitalizar la función del Año Nuevo, en parte porque tenía bajo la manga el mejor as de todos, un jovenzuelo, tampiqueño como él, llamado Baby Arizmendi. Valente Quintana es una personaje curioso del boxeo mexicano y su valor radicará en haber establecido el antecedente de la llamada

Temporada de Oro de 1932 gracias a la función de Año Nuevo que montó en El Toreo y que atrajo a 15 mil personas con boleto pagado. Si Fitten se había dado por vencido ante las actitudes de la Comisión, Quintana era harina de otro costal, en el sentido más estricto de la palabra. Nacido en Tampico, Tamaulipas, Valente Quintana fue el mejor detective mexicano de medio siglo. Como detective y policía, tuvo a su cargo varias de las investigaciones más importantes de la historia policiaca mexicana. Investigó el atentado y el asesinato de Álvaro Obregón, investigó la muerte de Julio Mella, pareja de la fotógrafa italiana Tina Modotti, y el atentado al tren presidencial que siguió a la muerte del padre Pro, entre muchos otros casos de primer nivel. Y por si fuera poco, era el tutor de uno de los talentos naturales más grandes que hubiera visto el boxeo mexicano, el del inigualable Alberto Baby Arizmendi. Con tales credenciales, y sin falta de ambición, Quintana resolvió hacer de la función de Año Nuevo un auténtico espectáculo. Había buenos peleadores en México, pero nada podría llenar de verdad una arena como una función internacional. Así Quintana telegrafió a tres managers de Los Ángeles a fin de solicitar los servicios de Fidel LaBarba, Bobby Pacho y Tommy Herman, que significaba traer a México a un vencedor de campeones como LaBarba, a un imán de taquilla como Bobby Pacho, y al vencedor del ídolo mexicano David Velasco, el judío de Chicago Tommy Herman. La idea de Quintana era exquisita. Traer a esos tres peleadores extranjeros —a pesar de que Pacho era de ascendencia mexicana y un ídolo de los mexicanos en Los Ángeles— y enfrentarlos a las tres principales atracciones mexicanas del momento: Baby Arizmendi, Alfredo Gaona y Manuel Villa. Si la carrera de Arizmendi estaba por alcanzar cimas no soñadas ni por Gaona ni por Villa, eran estos dos últimos los que daban peso a la función. Después de Carlos Pavón, Gaona, a pesar de sus inconstancias y fallas de carácter, seguía siendo un consentido de los mexicanos, y Manuel Villa uno de los mejores peleadores que hubiera dado el país, mejor que Pavón y Gaona y que todos los que le habían precedido. Villa nunca se robaría el corazón de los mexicanos como lo hizo Gaona, pero jamás experimentaría en carne propia la decepción tal y como la experimentó Gaona. “Gaonita”, escribió el periodista Fray Nano, “fue una figura pasajera en nuestros rings. Una ilusión más que se desvaneció como el humo. Un castillo de naipes que se derrumbó. Una estatua de cristal que


Speedy Dado y Rodolfo Casanova en el pesaje, 1932, Colección particular.

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se quebró al menor impacto. Un sueño de opio. Una cosa muy bonita; pero sin alma.” Y como lo alabó en la victoria, la gente lo abucheó cuando no dejaba el alma en el ring. Gaonita vivía de los aplausos y moría cada vez que lo abucheaban. Nunca tuvo el carácter de un campeón, y sin embargo la gente lo quiso como sólo se quiere a los amores imposibles. La función de Año Nuevo de 1932 fue un éxito para todos los involucrados. La victoria sobre Fidel La Barba convirtió a Baby Arizmendi en una atracción inmediata ante el beneplácito del Sherlock Holmes mexicano Valente Quintana; Villa y Pacho aumentaron sus bonos al ofrecer la mejor y más dramática de las peleas de la noche, y Gaona, si bien con un triunfo deslucido, se reencontró con la senda de la victoria que le permitió volver a pelear en Los Ángeles. Para los managers extranjeros que habían acompañado a sus pupilos, la ciudad de México fue un descubrimiento. Que 15 mil personas hubieran llenado de par en par las gradas del Toreo era una señal clara de que los tiempos estaban cambiando, y que con la adecuada promoción, la ciudad de México podía ser una parte importante del negocio del boxeo. Alentados por esta expectativa, George Blake anunció que se encargaría de llevar a Los Ángeles a Arizmendi y otros peleadores mexicanos. Arregló las cosas, telegrafió a promotores y gimnasios y en poco tiempo Arizmendi, Quintana, Villa y Gaona, así como el welter nacional David Velasco, hacían maletas para viajar y conquistar Los Ángeles. El gimnasio del Main Street comenzó a llenarse de curiosos para dar un vistazo al vencedor de LaBarba. El periodista Ignacio Herrerías, de La Opinión, comenzó a dar un informe detallado de las actividades de Arizmendi. Pocas semanas después su victoria sobre Speedy Dado confirmó las expectativas y pronto todo mundo quería subir al ring con el General, como se le llamaba, simple y sencillamente porque una pelea con Arizmendi, en Los Ángeles, significaba dinero, mucho dinero. Así como Stockton era la ciudad de los aficionados filipinos, en la que peleadores como Dado o Young Tommy tenían las de ganar en caso de llegar a la decisión, la ciudad de Los Ángeles era sin duda el nido de los peleadores mexicanos y en cada pelea se podía esperar que las gradas se llenaran de cientos de mexicanos que con gritos apoyaban a la más reciente promesa. Lo habían hecho antes con Colima, Gaona y Pacho, y ahora estaban dispuestos a hacerlo con Arizmendi y Villa. La animosidad entre filipinos y mexicanos llegó a tal grado que en la pelea de Arizmendi-Dado debió mandarse gendarmes para que aplacaran cualquier alboroto en las gradas del Olympic Stadium. Las actuaciones de Arizmendi, Villa, Velasco, acompañadas de ídolos de taquilla como Bobby Pacho, fue una señal para promotores y managers de que el centro del boxeo se había movido un grado y que en esa balanza los peleadores mexicanos comenzaban a ser un activo de primera necesidad para cualquier promoción. El mismo Jack Johnson, viejo y arruinado, se paseaba por los gimnasios de Los Ángeles en busca específica de mexicanos con aptitudes que le lograran una pequeña fortuna en el corto plazo. En México, donde se recibían noticias de las hazañas de Arizmendi y Villa, no pasaron desapercibidas las señales provenientes de Los Ángeles. Fray Nano, quien conocía el mundo del boxeo mexicano mejor que nadie, conversó con el ex promotor Jimmy Fitten y lo convenció de ayudar en la creación de una temporada sin igual para el boxeo mexicano. Con Arizmendi y Villa a las puertas de un encuentro por el campeonato del mundo, el momento era más que oportuno, pero para ello hacían falta dos cosas, dinero y conocimiento; lo primero lo aportaría el empresario de teatro Carlos Lavergne, por medio de la Arena Nacional, y lo segundo Jimmy Fitten, en su calidad de matchmaker. Como era obvio que ni Arizmendi, Villa o Velasco dejarían sus lucrativos compromisos en los Estados Unidos, Fitten se comunicó con Dutch Meyers para solicitar los servicios de Bert Colima y del peso completo Sandy Casanova. Con Colima y Casanova en la bolsa, Fitten se dio a la tarea de montar peleas con la mayor regularidad posible, y para ello fijó su atención en un puñado de veteranos y en un grupo de muchachos que dieron pruebas de su valentía en las peleas de aficionados. Manuel Luna, Jesús Nájera y Rodolfo Casanova, que ayudaron a Fitten a llenar la cartelera de los Colima, los Villa, los Segura y los González. Nadie en el público, a excepción quizá de Fitten y un puñado más, tenía idea de lo que estaba por acontecer. 1932 sería uno de los años maravillosos para el boxeo mexicano, el año que vería nacer a uno de los más grandes ídolos, Rodolfo Young Casanova.


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Isay Galicia Castillo

Entrevista con Miguel Canto n un sábado caluroso de febrero por la noche en Mérida, Yucatán, acudí a un encuentro de boxeo amateur al sur de la ciudad. Asistí como parte de mi investigación sobre “formación y habitus pugilístico”, con la intención de contemplar el ambiente y comprender las distintas aristas del boxeo a nivel local. Fue ahí que lo vi, en el Centro Estatal de Boxeo Amateur, entre la gente que le gritaba a sus chicos cómo lanzar los golpes. Nacido un 30 de enero de 1948, y con un récord de 61 pelas ganadas (15 por nocaut), 9 derrotas y 4 empates, Miguel Canto estaba acompañado de su esposa; se lo veía contento, y al parecer una buena velada de fin de semana para El Maestro no sólo sería ir a cenar o caminar por el centro histórico de la capital yucateca: el boxeo, aunque sea amateur, es una buena forma de pasarla en familia. No titubeé en acercarme para comentarle sobre mis dudas en torno al boxeo. Canto me escuchaba con atención. Mientras yo hablaba, notaba en su cara el trabajo que los puños de sus rivales moldearon en su mirada triste y su nariz achatada, y que hicieron de aquel hombre el mejor peso mosca del siglo XX (según la Associated Press, junto con el filipino Pancho Villa1) defendiendo en 15 ocasiones su cinturón del Consejo Mundial de Boxeo. Con amabilidad y una extrema confianza Canto me proporcionó sus datos para localizarlo y concordar esta entrevista sobre sus opiniones e historia de vida.

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¿Cómo nació su interés por el boxeo? A mí lo que me gustaba era jugar béisbol, pero tuve un problema con un compañero del equipo y

1 El entrevistador se refiere al boxeador Francisco Guilledo (Filipinas, 1 de agosto de 1901-San Francisco, California, 4 de julio de 1925). Nota de los editores.

nos peleamos. En otra ocasión también me peleé con un compañero del trabajo en el cine Alcázar, donde trabajaba con mi padre. Mi padre me dijo: “¡Ya basta. En todos los lugares a los que vamos te estás peleando. O te dedicas al trabajo o mejor te vas!”. Y le dije: “Está bien, me voy”. Siempre me estaban amolando y a raíz de eso empecé a ir al gimnasio en el Estadio Salvador Alvarado y me dieron ganas de seguir peleando.

¿Usted de niño era peleonero? No, era tranquilo. Después sí lo fui —Canto se refiere a su etapa de boxeador—, pero hasta la fecha soy muy tranquilo. Entré a los 16 años a un gimnasio. A mi papá no le gustaba que peleara, él quería que yo jugara béisbol, pero a mi mamá sí le atraía el box, bueno, sólo cuando yo peleaba y la verdad es que no lo hacía nada mal.

¿El boxeo comenzó entonces como un pasatiempo? La mayoría de los que nos metemos en el boxeo lo hacemos por ganar dinero, no porque uno desee ser campeón. A razón de esto: la economía nunca fue buena en la familia intermedia. Nosotros estábamos por debajo de ésta, por eso trabajábamos todos los días. Antes de este trabajo —en el cine Alcázar— era bolero, boleaba zapatos en el parque de Mejorada, ahí estaba todo el día del domingo. Y en el cine Alcázar, mi papá tenía toda la dulcería, entonces me ponía a vender los refrescos, los dulces y chocolates y yo decía esto: “¡Papas, chicles, churros, chocolates larines y el que no me compre que…! ¡Papas, chicles, churros, chocolates larines…!” —Canto ríe—, es que así lo aprendí. Y otro de los motivos por los que entré a este deporte fue que en ese cine vi una película sobre box que me gustó mucho.

¿Tuvo algún referente en el boxeo como un ídolo o ícono a seguir? No, sólo una de las cosas que me motivó fue esa película, eso es lo que me motivó. Porque yo tenía automáticamente mi forma de pelear, mi estilo y mis movimientos.

Háblenos de cuando fue peleador amateur. Sólo estuve una temporada, porque en el año 1966 gané el campeonato estatal amateur. Pero como leía sobre las peleas profesionales en los periódicos, decidí irme a probar. Entré de lleno al profesionalismo en 1969. Para entonces compaginaba el boxeo profesional trabajando como mecánico y joyero

Miguel Canto, ¿cómo se preparaba para una pelea? Me levantaba a las cinco de la mañana y corría de Mérida al puerto de Progreso, al norte del estado de Yucatán. Así empecé, y claro, me dolían las piernas terriblemente, pero me fui acostumbrando, y qué bueno porque después ya no me cansaba para nada.

Como profesional, ¿cuántas veces peleaba al año en Yucatán? Pues peleaba cada 15 días aproximadamente. Mi reposo era pelear, yo descansaba cuando peleaba. Al contrario, cuando terminaba de pelear me encontraba más que descansado. ¡Me gustaba el box, no te imaginas cuánto!

Los campeonatos De los que recuerdo más fue cuando gané el Campeonato profesional del estado contra el Chamaco Cetina. Después recuerdo el Campeonato


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nacional que le quité a Rocky García y luego gané el Campeonato mundial contra Shoji Oguma en Japón. Esas fueron las peleas más importantes.

¿Usted fue en algún momento entrenador? Sí, pero realmente en esa época los peleadores eran incongruentes, faltaban mucho al gimnasio y no corrían para nada. Y cuando los subía a pelear perdían y pues a mí no me gusta perder, a mi gusta ganar aunque yo no peleé, entonces preferí dejarlo por completo. Ahora pienso que el boxeo despareció en Yucatán por la misma situación de que los jóvenes no quieren entrenar, no quieren hacer ejercicio.

El boom de boxeadores yucatecos y el boxeo actual en el estado. En la época en la que fui campeón surgieron varios campeones del mundo: Lupe Madera, Freddy Castillo, Juan Herrera y Gustavo Espadas. Por eso digo que actualmente ya no hay box en Yucatán, porque ya no se producen campeones. Creo que los jóvenes tienen temor al boxeo, y es de entenderse porque no cualquiera se mete a los puños. Sólo hay dos o tres peleas profesionales al año, pero no como antes.

Después de las peleas usted fecunda la amistad… En mi caso no veía a mis contrincates como mis enemigos, sino como amigos y nunca traté de lastimar a un peleador. Por eso tardaba los quince rounds, sólo buscaba ganar. Y gracias a Dios ganaba por decisión. Hice 5 o 6 nocauts, pero accidentales, por decirlo de alguna forma.2 Hasta el día de hoy soy amigo de todos mis contrincantes. No hay uno al que recuerde más, es decir, a todos los añoro por igual. No hay nadie especial porque en esa época los peleadores eran muy duros. Desde el primero hasta el décimo de los peleadores del ranking. Betulio Gonzalez era un peleador muy duro, peleé tres veces con él. Con Ignacio Espinal también peleé tres veces y no me pudo ganar. Betulio Gonzalez me ha venido a visitar aquí, y muchos me hablan por teléfono.

¿Cuáles son los mejores peleadores a los que ha enfrentado? Mencionaría a Ignacio Espinal, magnifico peleador; Shoji Oguma, Martín Vargas, un peleador muy agresivo; de Mérida el Chamaco Cetina. A nivel nacional Roberto Álvarez pegaba durísimo, como patada de mula, él me tiró y nunca antes nadie me había tirado. De él recibí el golpe más fuerte que me han dado: me di un santo “mameyazo”.

Los peleadores hoy. Es que no hay peleadores del estilo de antes. Hoy se ve que muchos no entrenan lo suficiente, porque los peleadores nacen o se hacen; los que nacen son los que boxean mejor porque ya tienen las ideas en la cabeza, ya viene de naturaleza.

¿Usted qué piensa de sí mismo, nació o se hizo pelador? Creo que nací.

2 En realidad fueron 15 nocauts, consultar: Box Rec, http://goo.gl/gBiPtq.

Después de la conversación le solicité a Miguel Canto que me enseñara sus trofeos y cinturones. Accedió con amabilidad llevándome a un cuarto repleto de estos y contemplé el pasado en fotografías, pinturas y carteles de sus peleas. En una fotografía se encontraba El Maestro de cuerpo entero posando con su cinturón nacional de peso mosca; en los distintos carteles se mostraban las pequeñas caras de sus retadores entre los que se encontraban: Ignacio Espinal, Martín Vargas y Susumo Hanagata; pero entre todo ese universo destacaba una pintura que mandó ampliar y que cubre la altura de su pared, donde se ve a Miguel Canto con calzoncillos rojos portando el cinturón de campeón mundial de peso mosca en la que se puede leer: “El maravilloso Miguel Canto orgullo de México y de Yucatán”. Al observar estas piezas no pude evitar imaginar el impacto que en aquellos años tuvo ese joven proveniente de la Colonia Industrial y quien, sin duda, es el auténtico fundador de la época de oro del boxeo en Yucatán.


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os quedamos de ver con el fotógrafo Gerardo Montiel Klint un viernes 7 de julio de 2013 en la colonia Roma. Días antes habíamos cruzado una buena cantidad de correos electrónicos para invitar a Gerardo a participar en el libro Gimnasios clásicos de boxeo de la ciudad de México, un volumen colectivo de fotografía en torno a los gimnasios emblemáticos del Distrito Federal. Gimnasios clásicos es un libro que muy pronto será publicado por la editorial La Dulce Ciencia Ediciones, el primer y único sello a nivel mundial especializado en boxeo. La serie de fotografías que aquí se presentan son parte de la mirada que Montiel Klint realizó aquella mañana hace casi un año. Este gimnasio ahora techado y ubicado en la delegación Gustavo A. Madero, nació gracias al esfuerzo del maratonista José Luis Macías Luna, mejor conocido como Luiggy. Para 1983 el espacio dejó de ser un basurero para convertirse, primero, en una pista para corredores, y años después en el gimnasio del Camellón Eduardo Molina; aproximadamente en 1988, fue retomado por el mánager Miguel El Ratón González, quien es su actual administrador. Este gimnasio es casa de los campeones mundiales Ana María La Guerrera Torres, Edgar Sosa y Johnny González.

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Alberto Salcedo Ramos

¿Qué es la hombría? La tragedia del boxeador gay esde cuando se calzó los guantes por primera vez, a finales de los años cincuenta, Emile Griffith empezó a dejar tras de sí una estela de rumores. En los círculos boxísticos de Nueva York se insistía en que era homosexual. Griffith no era amanerado, pero sí un hombre apacible fuera del ring. En todo caso, cuando sonaba la campana transpiraba rudeza. Se abalanzaba sobre el rival como un perro de presa, lanzando las manos sin tregua. Además era corajudo: aunque lo golpearan iba siempre hacia adelante, arriesgando el pellejo en cada embestida. A ningún experto le sorprendió que ganara muy pronto el campeonato mundial del peso welter: era el rey indiscutible de su categoría. El 24 marzo de 1962 Griffith se aprestaba a pelear contra el cubano Benny Kid Paret. Por la tarde, durante el pesaje, Paret le espetó una palabra castellana que Griffith no se esperaba. –Maricón. Griffith la entendió perfectamente, pues tenía varios amigos latinoamericanos en el gimnasio de

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Gil Clancy, su manager. Así que cuando subió al ring se encontraba poseído por la ira. En el sexto round estuvo a punto de ser liquidado. Súbitamente empezó a recibir una andanada de golpes, y no fue capaz de oponer resistencia. Si el árbitro, Ruby Goldstein, hubiese sido sensato, tendría que haber parado el combate y declarado ganador a Benny Kid Paret por nocaut técnico. Pero ya en aquel momento la Señora Fatalidad se había adueñado del ring. En el round doce Griffith acorraló a Paret en una esquina y le asestó una lluvia de golpes, todos en la cabeza. Goldstein, el réferi, volvió a ser displicente. Ya desde el momento en que recibió el segundo golpe era claro que Paret estaba noqueado aunque permaneciera en pie. Si Goldstein hubiera detenido el combate en ese punto le habría evitado, por lo menos, una docena de porrazos terroríficos. En su relato sobre el combate Norman Mailer dedicó un extenso pasaje a este momento. Los golpes se Griffith se oían en todo el coliseo y, años

después, seguirían resonando en la conciencia colectiva de los fanáticos del boxeo. Algo irremediable, según Mailer, ocurrió en la psiquis de los espectadores que se encontraban en el Madison Square Garden viendo cómo Paret se desplomaba. El cubano murió diez días después y Griffith perdió desde entonces su instinto asesino. Se volvió mediocre. Tenía apenas veinticuatro años pero quería retirarse. El alivio que le quedaba era la solidaridad de sus amigos boxeadores. Cuarenta años después Griffith admitió, por fin, que es homosexual. No lo reconoció mientras estaba activo –dijo– porque eso habría equivalido a un suicidio laboral. ¿Qué apostador habría arriesgado un peso por él si hubiera sabido que era gay? Al salir del clóset los amigos se le alejaron. Entonces pronunció aquella frase triste: “Cuando maté a un hombre me acompañaron; cuando dije que amo a un hombre me dejaron solo”. La historia dirá, eso sí, que Griffith fue un valiente cuando calló, y que también lo fue cuando decidió contar su secreto.

colaboradores Isay Galicia Castillo Estudiante en la licenciatura de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Yucatán. Esta entrevista forma parte de su trabajo de investigación Formación y habitus pugilístico de los boxeadores en Mérida, Yucatán: Bienestar económico y social a través del boxeo.

Mauricio Salvador El libro más reciente de Mauricio Salvador aborda una década especial del boxeo mexicano, los años treinta. En Rodolfo Casanova y la época de oro del boxeo mexicano (La Dulce Ciencia Ediciones/Conaculta-Inba, 2014) 1932 es el año que cambió la vida del Kid Casanova, y por qué no decirlo, del boxeo mexicano.

Gerardo Montiel Klint Estudió fotografía en la Escuela Activa de Fotografía y en el Centro de la Imagen. Entre sus últimas exposiciones destacan De cuerpo ausente en paraje desconocido (Cartagena, España 2007), De cuerpo presente (Huesca, España 2004), De la pintura en la Fototeca Nacional (Pachuca, México 2003) y Transmigración en Centro de la Imagen (D.F. México 1999). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores y entre otros reconocimientos ha obtenido el Premio de Adquisición de la XI Bienal de Fotografía del 2004. Sus imágenes han sido publicadas en las revistas Letras Libres, Artes de México, Tierra Adentro, Luna Córnea y La Tempestad, entre otras.


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