enTERA2.0 | núm. 8 | diciembre 2020 | ASOCIACIÓN ESPIRAL, EDUCACIÓN Y TECNOLOGÍA | ISSN 2339-6903
Esta primera clave supone los cimientos de nuestra construcción pedagógica. La segunda será su estructura y se trata del diseño de un Plan de Innovación. Porque la Innovación no supone la mera aplicación de una metodología didáctica, por muy revolucionaria que ésta sea. Y sí, se llama Plan de Innovación y no Plan TIC, porque la tecnología no es el centro de atención ni de importancia. La tecnología supone una inestimable y decisiva ayuda para la innovación, pero no es la innovación en sí, puesto que entonces la solución sería muy sencilla: comprar muchos aparatos. ¡Cuántos centros con alta dotación tecnológica son inmovilistas y reproducen esquemas del pasado! El Plan de Innovación debe atender a todos los aspectos organizativos y pedagógicos del centro de forma que afecten a lo más profundo, a su cultura propia y así permanezcan. Como después del diseño, hay que llevar el plan a la práctica como dicen González y Escudero, 1987, citado por (Escudero Muñoz, 1987) deben decidirse las fases de su diseño, sí, pero también de su implementación posterior. El establecimiento de fases nos ayudará a tener como objetivos ciertos hitos a lograr que guiarán nuestro camino sin perder el horizonte ni el tiempo. Para ello, el estilo directivo es trascendental y complejo. Veíamos antes cómo un bloqueador puede ser tanto una Dirección gerencialista como una supervisión generosa. Así, el reto directivo estriba en lograr un equilibrio entre contar con la participación sin olvidar la meta, plazos, tareas, etc. Porque jamás se logrará la innovación si el profesorado, que no olvidemos, es su verdadero artífice, no se apropia de ella decidiendo sobre la misma, controlando sus contenidos y desarrollo (Escudero Muñoz, 1987). Pero, por otra parte, si la Dirección no controla los pasos, no gestiona bien el miedo al cambio, o no exige el cumplimiento de tareas y plazos, tampoco se llevará a término.
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La tercera clave es una adecuada evaluación del Plan, creando un “[…] sistema de control y seguimiento de los objetivos para evaluar en qué medida se van cumplimentando” (Fuster Pérez, 2008). Así se garantizará la actuación a tiempo, el logro de los objetivos marcados, la reorientación del plan en caso necesario, etc. En definitiva, su éxito y continuación. Una conjugación de la participación de agentes evaluadores internos y externos en este punto, asegurará una eficiente combinación entre objetividad e interpretación adecuada de los datos y hechos detectados. Pero es fundamental reconocer el valor del fracaso como punto de partida para la mejora, ya que solamente así se evaluará objetivamente y los resultados tendrán su efecto directo en la retroalimentación del plan. Para valorar como positivos el error y el fracaso, para reconocer en ellos la base del éxito, para asumir que antes de un “Eureka” son necesarios muchos previos “Pifia” que nos ayuden a ir descartando alternativas para buscar otras, es necesaria la cuarta y última clave.