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Directo al corazón

Ana Mª Sánchez García Presidenta de Escuelas Católicas

La persona en el centro

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Poner a la persona en el centro hace que, para nosotros, la educación no se reduzca a un trabajo, una tarea, sino que sea vocación, misión, pasión que atraviesa toda nuestra vida

Hay una llamada que el papa Francisco está repitiendo insistentemente para distintos campos de la actividad humana: política, economía, sanidad…y también, cómo no, para la educación: “Poner a la persona en el centro”. Al hablar sobre el Pacto Educativo Global, expresa como primera necesidad la de “poner en el centro de todo proceso educativo formal e informal a la persona, su valor, su dignidad, para hacer sobresalir su propia especificidad, su belleza, su singularidad y, al mismo tiempo, su capacidad de relacionarse con los demás y con la realidad que la rodea” (Palabras del Papa en el encuentro sobre el Pacto Educativo Global celebrado en la Pontificia Universidad Lateranense, el 15 de octubre de 2020).

Alguno podrá decir: “¿Y cómo no?” Nosotros, educadores, tenemos la inmensa suerte de trabajar con personas… Pero también tenemos que preguntarnos cómo hacemos para que este “poner a la persona en el centro” sea una realidad.

Poner a la persona en el centro implica mirar y tratar a cada uno de los que se relacionan con nosotros, especialmente a cada uno de nuestros alumnos, como un ser único, irrepetible, infinitamente valioso; celebrar cada uno de sus logros, alentarlo en sus fracasos, abrazar con ternura sus límites y acoger sus sueños.

Poner a la persona en el centro nos lleva a educar de tal manera que el alumno sea protagonista de su propio proceso de aprendizaje, darle las herramientas que necesita para gozar aprendiendo, y acompañarlo respetuosa y desprendidamente en esta aventura.

Poner a la persona en el centro nos pide ofrecer una educación integral, que posibilite el crecimiento en todas las dimensiones que constituyen nuestra humanidad. Dar oportunidades a los niños, adolescentes y jóvenes para que entren en una profunda relación consigo mismos, con Dios, con los demás y con la realidad, para que se sientan parte de una “familia más grande” y se impliquen responsablemente en el cuidado de la “casa común”.

Poner a la persona en el centro tiene que ver con eso que tanto repetimos últimamente: la necesidad de cuidarnos a nosotros mismos y de cuidarnos unos a otros. Hace de nuestras comunidades educativas auténticas familias donde nos sentimos reconocidos, queridos, interconectados entre nosotros y con todos.

Poner a la persona en el centro hace que, para nosotros, la educación no se reduzca a un trabajo, una tarea, sino que sea vocación, misión, pasión que atraviesa toda nuestra vida. Nos lleva a implicarnos, ¡y también a “complicarnos”!, con la certeza de que lo que tenemos entre manos es nada menos que la transformación del mundo, la construcción de un futuro más justo y fraterno.

Desentrañar vitalmente esta expresión es un reto para todos nosotros. En este curso todavía recién estrenado, donde tantas demandas pugnan por atrapar nuestra atención y nuestro corazón, te invito, a ti que me lees, a preguntarte: ¿qué significa para mí y cómo quiero vivir, en mi día a día, este “poner a la persona en el centro”?

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