Cuaderno 15

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Los traductores de árabe hablan

yo traté de reflejar cierta extrañeza. También aquí hay un punto interesante en comparación con la traducción catalana y es que celebramos una mesa redonda en Barcelona con los dos traductores de ese libro de Barakat, la traductora catalana, Margarita Castells, y yo, a la que asistió una persona que he lamentado siempre no saber quién era —creo que era una correctora de una de las editoriales catalanas— que dijo que había tenido oportunidad de leer las dos versiones y que le había llamado mucho la atención que en la traducción catalana el vocabulario era muy rico y había términos muy extraños, mientras que en la traducción castellana lo que era extraño era la sintaxis. Parece que yo reflejé ese apartamiento del grado cero del árabe por medio de la sintaxis. En De la niñez no hubo nada especial, nada especialmente trabajoso. En el caso de Estimado señor Kawabata sí hubo una cosa curiosa y era la palabra ‫قهر‬. Me di cuenta de que me costaba trabajo traducirla porque no sabía si quería decir humillación, pisoteo, algo así. La idea es que la vida te va venciendo, que tienes que hacer una serie de concesiones a lo largo de la vida. Había un tono de amargura en todo el libro que gira en torno a esa palabra. Lo curioso es que le pregunté al autor por la palabra y en la conversación me di cuenta de que él no había reparado en la importancia que tenía ese término. Y creo que en ese momento se dio cuenta. La palabra me dio guerra. 7. Un hecho del todo reseñable es que los editores no conocen el árabe. ¿Quién desempeña las labores de revisor y corrector sobre el original? Ellos representaban al lector exigente, y en cierto modo era preferible que desconocieran el árabe, porque podían desligarse de la influencia del original y del proceso de traslación. La editorial trata de ofrecer buenos textos en castellano, y, en realidad, cada vez le doy más importancia a ese aspecto de la traducción. El producto de nuestra artesanía es un texto castellano. Sobre las revisiones, la primera la hacía yo. Luego lo revisaban, primero, Gonzalo y, más tarde, Luis Miguel. Con Gonzalo me reuní, además. Finalmente pasaba por la editorial y eso sí lo recuerdo como un trauma en el caso de El huevo del avestruz, porque cuando envié mi versión me llevé una sorpresa muy desagradable al ver que estaba totalmente lleno de correcciones. Había decenas de correcciones en cada página. La cuestión es que tengo bastante claro que El huevo del avestruz es un texto abiertamente grunge, con esa filosofía de escribir tal y como se te vienen las cosas a la cabeza, dejarte de restricciones, etcétera. El texto es tan caótico, tan anárquico, tan rebelde como el autor, al que apenas le interesa la puntuación. Me llevé la sorpresa de que Inmaculada o Fernando, uno de los dos, había puesto tal cantidad de comas, puntos y comas, puntos suspensivos, guiones, paréntesis… Cuando 54


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