Escritura terapéutica I- Relatos Argentina 2021- Cuidando a los que cuidan

RELATOS Y DIÁLOGOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA (Argentina, 2021) Coordinadoras • Dra. Mónica Bruder • Dra. Amelia Zerillo 33

Escritura terapéutica. Dra. Mónica Bruder y Dra. Amelia Zerillo

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Colección dirigida por Mónica Bruder y Amelia Zerillo

Escritura terapéutica: Cuidando a los que cuidan

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Del coronavirus a la escritura terapéutica

Relatos y diálogos en tiempos de pandemia (Argentina 2021)

********* Yamila Alcaraz Peñafort/Jorgelina Clarens Laura Eirey/Mercedes Menéndez/Patricia Rodríguez Liliana Schvarzman/Patricia Wald

Escritura terapéutica: Cuidando a los que cuidan

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Bruder, M. y Zerillo, Amelia (Comp.)

Cuidando a los que cuidan. Del Coronavirus a la Escritura Terapéutica. Relatos y diálogos en tiempos de pandemia (Argentina 2021) Buenos Aires, Argentina, agosto de 2022

La publicación no está inscripta en el registro de propiedad intelectual. Se autoriza la reproducción de los relatos citando autor, título, publicación y compiladoras.

Ilustración digital: Javier Méndez, IG @fuegofatuarte Otras ilustraciones: https://pixabay.com/ Diseño de tapa: Lic. Mireya Pallota Composición y edición de materiales: Amelia Zerillo

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INDICE

Prólogo│7 Coordinadoras│9 Naty, la maestra lumiosa El miedo, la esperanza y el recuerdo de Emilio El abrazo prohibido Mercedes Méndez│11-16 La abuela de Julia Diálogo entre el miedo y la esperanza Liliana Schvarzman│17-18 El documento Una carta a los proyectos Una tarde como todas Laura Eirey │19-22 Diálogo entre el miedo y la esperanza Yamila Alcaraz Peñafort│22 El viejo tren La tormenta Patricia Rodríguez │23-24 Mi mamá anda por los 80 Patricia Wald│25 Mabel y sus monstruos Jorgelina Llorens│27

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Prólogo La pandemia del Coronavirus (2019) despertó viejos y extraños sentimientos en la población mundial. Además del miedo a la enfermedad, la angustia por el aislamiento y la rebeldía ante las normas, la empatía y la solidaridad vinieron a reafirmar nuestra humana sensibilidad.

Así, incitados e incitadas por el deseo de vivir, recuperamos remedios olvidados. “Cuídate a ti mismo”, decían los antiguos, y como antes lo hiciéramos en el 2009, durante la gripe porcina, quienes amamos la palabra y conocemos el poder terapéutico de la escritura, nos propusimos escribir para acompañarnos y sentirnos mejor.

Entonces fue El nuevo Decamerón1, blog en el que docentes, escritores, estudiantes y vecinos desarticularon la rutina del encierro escribiendo cuentos bajo la inspiración de Bocaccio. En esta oportunidad, la escritura animó el espíritu de Sherezade con una fortaleza diferente.

Absolutamente convencidas de que estábamos frente a un hecho extraordinario y conmovidas por el tremendo dolor que nos provocaban las muertes de nuestros familiares, amigos, vecinos; las escenas de hijos despidiéndose de sus allegados por videoconferencia; las expresiones de desconcierto frente al futuro; y la labor incansable de médicos, enfermeros, maestros y ciudadanos -que daban la vida por sus semejantes-, decidimos hacer algo por ellos y organizamos talleres de escritura terapéutica para CUIDAR A QUIENES NOS CUIDAN. De estos encuentros, surgió este libro de relatos que constituye un testimonio de la enorme valía de escribir en tiempos difíciles, y de los desafíos que nos convirtieron en sobrevivientes, y en héroes y heroínas a muchos de nuestros semejantes.

Dra. Mónica Bruder y Dra. Amelia M. Zerillo

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Disponible en https://influenzacuentos.wordpress.com

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Dra. Mónica Bruder

Dra. en Psicología, licenciada en Psicopedagogía, profesora de Enseñanza Primaria, especialista en Escritura y Cuento terapéutico.

Referente argentino de James Pennebaker en Argentina, pionero de la escritura terapéutica en EE. UU. Participó como especial invitada en el último congreso de la fundación Elisabeth Kubler Ross en México, en la sección de Cuidados Paliativos, presentando un caso clínico de cuento terapéutico en tratamientos de “muerte digna”.

Como investigadora, su trabajo se centra en poblaciones de sujetos individuales y grupales que vivieron situaciones traumáticas. Fue profesora de posgrado en diferentes maestrías y doctorados.

Dra. Amelia Zerillo

Profesora y licenciada en Letras de la UBA. Magister de la UBA en Análisis del Discurso. Doctora de la UBA en Lingüística. Profesora de lectura y escritura en los distintos grados universitarios (1996 a 2021).

Investiga las prácticas de escritura terapéutica y en especial aquellas destinadas a reparar la imagen social dañada en grupos en situación de vulnerabilidad: sufrientes mentales, mujeres víctimas de violencia familiar, sobrevivientes de violencia política, comunidades carcelarias (escritura reparadora, Ubacyt).

Fue coordinadora del Taller de Letras del Frente de Artistas del Borda (2001-2005).

Organiza talleres de escritura terapéutica y dicta seminarios de formación desde una perspectiva discursiva.

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Mercedes Méndez Enfermera Cuidados Paliativos Pediátricos.

Ilustración digital: Javier Méndez, IG @fuegofatuarte

Naty, la maestra luminosa

Al final, ¿qué importa más: vivir o saber que se está viviendo?

-Clarice Lispector-

El relato está atado a la fragilidad de la memoria y de la emoción, que a veces no permiten recordar las cosas tal como son y en otras –aunque queramos- no permiten el olvido.

Era un sábado, mi día de descanso. Pasado el mediodía tal vez nueve, diez años atrás. Me encontraba viajando en el colectivo 15, iba al encuentro de compañeras/os de la Carrera de Reflexología que ya había terminado, Técnica Complementaria que utilizo mucho a diario en la asistencia de mis pacientes pediátricos que se encuentran en Cuidados Paliativos.

Como me suele pasar –no soy muy sociable que digamos y le escapo a los encuentros, con más de tres personas- recuerdo que iba en ese colectivo mentalmente protestando o auto reprochándome: -Ay, ¿para qué me habré comprometido a venir?… ¿Por qué no me quede en casa?... Tenía cosas para hacer, además estoy cansada, y ahora seguro que hay mucha gente más… Y así. ¡Cuánto nos picotea la mente para hacernos dudar de algunas decisiones!

En ese momento estaba atendiendo una niña de unos diez años aproximadamente, bella, maestra ella, como todas las niñas y todos los niños, más aún cuando se encuentran gravemente enfermos.

Su enfermedad seguía sin control, y a pesar del tratamiento y cuidados que le ofrecíamos su calidad de vida no era la mejor. Aunque hiciera un esfuerzo, creo que nunca podría imaginarme qué limitada era. Desde hacía un tiempo su pronóstico de vida era acotado y su libertad para vivirla también.

Dolores difíciles de aliviar, edemas, la necesidad de una silla de ruedas, cuando no la cama, e incluso últimamente portaba una sonda vesical.

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Más allá de sus internaciones en las que nos veíamos casi a diario, lo más indicado para su estado y también deseado por ella, era permanecer en su casa el mayor tiempo posible. Y ese sábado, estaba en su casa, con su familia.

Volviendo a mi viaje y ya casi por llegar a Parque Centenario, lugar del encuentro, ese del que venía rumiando, renegando y arrepintiéndome mentalmente, recibo un mensaje que en ese momento era en un celular muy precario –aunque nunca tuve grandes aparatos- era de texto, no sé si ya había WhatsApp o yo todavía no usaba. Sentada en un asiento individual, al lado de la ventanilla que permitía entrar toda la luz y entibiar el ambiente, abro el celu y leo el mensaje de Naty -así se llamaba la niña de la que hablé- que tenía mi número para comunicarnos cada vez que ella quisiera o, simplemente, tuviera algo importante que quisiera compartir.

El mensaje escueto y directo al corazón -al mío- decía: -¡Hola, Mechi! ¿Viste que hermoso día de Sol es hoy?

Fue increíble, un torbellino de cosas, ideas e imágenes se me vinieron en un segundo y las lágrimas claro que aparecieron de inmediato, sin importar que hubiera gente alrededor en ese colectivo de la línea 15.

Diez palabras. En esa breve frase, Naty, la inmensa maestra, me dejo para la eternidad uno más de sus regalos, para que pueda echarle mano, como recurso sanador, cada día de mi vida en que los nubarrones intenten nublar mi existencia.

Siempre agradezco el haberme cruzado a Naty en el camino de sus Cuidados. En este tiempo que nos toca vivir de tanta incertidumbre, desconsuelo, sufrimiento, despedidas y tristezas, recordar sus palabras y el modo de enfrentar su Vida, me equilibra, me ayuda a percibir y apreciar pequeños detalles y recordar que un simple rayo de Sol –sencillamente como lo hacia ella en la peor adversidad- nos puede reconectar para poder seguir disfrutando, volviendo ese momento único e irrepetible, e invitándonos placenteramente a sentir y tal vez, por qué no, a recomenzar, aún cuando parezca que todo se derrumba.

Gracias Naty, eterna maestra, por regalarme tu luz, esa que seguirá acompañándome e iluminando mi vida, para recordarme la importancia de apreciar las simples cosas, como disfrutar un hermoso día de Sol. Escritura terapéutica: Cuidando a los que cuidan

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El Miedo, la Esperanza y el recuerdo de Emilio Si, desde hace casi dos años, todo parece transcurrir entre el miedo y la esperanza.

Desde que esto apareció en nuestras vidas, el miedo, que por momentos pareció invadirlo todo: desde el aire que respiramos, la superficie que tocamos, la televisión, la radio, los periódicos, el vecino o la vecina todo nos trasmitía o transmite, por momentos miedo.

Ese miedo que paraliza, que asusta, que desestabiliza, que inquieta, que enmudece, que aísla.

Y si, vivimos momentos en que nos sentimos tironeados, porque la Esperanza tampoco se dio por vencida, y si lo hacía era por momentos breves en los que parecía que todo se derrumbaba y que el fin estaba a la vuelta de la esquina.

En mi caso, la empecinada Esperanza, tal vez heredada de mi viejo – Emilio- peluquero por elección y optimista por nacimiento, me indica a menudo que no todo está perdido que basta con mirar hacia arriba, observar las estrellas, las flores o apreciar el canto de los pájaros en las mañanas para saber que, aunque el miedo quiera acecharme, la Esperanza tiene fundadas muestras que tarde o temprano la Vida siempre reverdece luego del invierno.

Echar mano a ese recuerdo me ayuda a ahuyentar miedos fantasmagóricos y aferrarme más fuertemente a la esperanzada Vida.

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El Abrazo Prohibido Lo conocí aproximadamente en enero de 2020, fecha en que la pandemia era apenas una noticia de un mal muy lejano que parecía nunca llegaría a estas tierras.

Me convocan para asistir a Tomas, un preadolescente, con un tumor severo en su pierna.

El mal lo acorralaba de cerca desde hacía unos pocos meses -a diferencia de la lejana pandemia- y a semejanza del virus que luego nos visitara para quedarse, le cambio su vida para siempre a él en primer lugar, a sus padres separados, a sus hermanitos más pequeños, a su hermanastra mayor.

La interconsulta era porque se estaba complicando un poco su asistencia.

“Chico difícil” es un mote un tanto común cuando el enfermo se resiste a su manera –enojo, gritos, insultos, indiferencia- a tratamientos, internaciones, aislamientos, dolores… como si hubiera un manual explicativo con formas para ser un “buen y equilibrado paciente”. ¿Cuál es la manera adecuada de afrontar una enfermedad tan avasallante, cuando tenés la vida por delante y de pronto se te trunca? Siempre me lo pregunto cuando la palabra “difícil” o similar aparece en la escena ante la atención de un paciente o su familia. ¿Cómo actuar ante lo desconocido, lo atemorizante, ante lo inesperado, lo incierto? Me sigo preguntando.

A poco de conocerlo, pudimos vincularnos. Junto a un equipo interdisciplinario, algunos con más llegada a Tomas que otros, pudimos ir trabajando, entre recursos farmacológicos y otros complementarios, en la aceptación, el alivio y sobre todo el acompañamiento.

Como enfermera, considero que la presencia, el tacto a menudo, la comunicación verbal, no verbal, la escucha atenta entre otras cosas, son indispensables para llegar, o al menos para acercarnos, a buen puerto. Llegar a buen puerto en Cuidados Paliativos a menudo es lograr un buen control de síntomas, tanto físicos como emocionales o espirituales, acompañamiento y confort antes de morir.

Al poco tiempo de atenderlo ¿un mes, dos? Se instala de este lado del océano la pandemia y todo cambia, también para nosotros, los agentes de salud.

Nadie sabía mucho, más precisamente era poco o casi nada.

Más allá de las medidas del confinamiento general, había que trabajar, salir, exponerse igual, nos decían que éramos “esenciales”, nos aplaudían.

De pronto había que protegerse, los elementos eran pocos y malos, había que reclamar, además de todo. Y contener, y seguir. Y cuidarse y cuidar a la familia, a los amigos, a los afectos. Y viajar en colectivo. Y el alcohol, y la

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lavandina. El alcohol y la lavandina que –especulación mediante- fueron escondidos y no se conseguían tampoco. Y no tocarnos. Y estar distantes.

Las nuevas directivas de asistencia: Uso de EPP -equipos de protección personal- que constaban de camisolines, pantallas o antiparras, guantes, barbijos, gorros, botas…distancia de metro y medio, dos. Claro, era cumplir esas directivas o el riesgo de contagiar o contagiarse ese virus que no sabíamos de qué se trataba, pero metía mucho temor. Los estragos por donde había pasado eran reales.

Y había que seguir atendiendo. Atendiendo a Tomas en este caso y su familia.

Pero… ¿Cómo vincularme a dos metros de distancia, con un niño y su familia próxima a perderlo? ¿Cómo escucharlos con una pantalla que no me lo permitía? ¿Cómo vincularme, aunque sea de manera visual, con antiparras que se empañaban a la primera exhalación? ¿Cómo no tocar piel a piel, con los beneficios que sé, produce el tacto? ¿Cómo no abrazar, no solo en casa, sino allí en la asistencia?

Así, de manera artesanal, entre miedos, lagrimas, incumplimiento de medidas de protección, como quitarme las antiparras para limpiarla, lograr ver, hablar a 30 o 40 cm de distancia para poder escuchar y no hacer repetir frases que eran únicas, delicadas y por su contenido difíciles de pedir que fueran pronunciadas nuevamente, fui andando, hasta ese día. El ultimo de Tomás.

Ese día, permanecí en la habitación el tiempo que fue necesario para que Tomás pudiera morir, a pesar de todo lo que afuera acontecía, de la manera más cuidada y aliviada posible, si es que hay una manera “aliviada” para que un niño muera.

En presencia de ambos padres que lo habían acompañado por separado, en ese momento, tras constatar junto a los médicos el final, luego de estar presente durante un tiempo más del “recomendado “en una habitación, por todos esos expertos internacionales que poco sabían aun al respecto, haber realizado los cuidados post mortem de ese cuerpo tan castigado, casi sin aviso, su mama se me abalanza y me da un tremendo (y prohibido) abrazo, solloza, se afloja y agradece por todo lo hecho por Tomas, que aun yacía ahí en la cama a nuestro lado. Por supuesto fue un momento tremendo, fuerte –como suelen ser las muertes infantiles- atravesado además de todo ese contexto que invadió toda mi vida de una emoción incontenible.

Ese abrazo prohibido que fue apretado, con palabras afectuosas mutuas, al oído, de mi parte también de contención y reconocimiento de todo el cuidado que le ofreció a Tomas, fue de las situaciones más fuertes, tristes, pero a la vez

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ambiguamente energizantes y reparadoras que me ha tocado vivir en toda esta locura que hace casi dos años estamos viviendo y trastoca nuestras vidas.

Instantes después, por varios días, y aun hoy me pregunto: ¿quién abrazó a quién? ¿Quién necesitaba dar ese abrazo?

Dicen que la manera en que una persona muere interfiere o afecta el después de los que lo sobreviven para elaborar ese duelo.

Hace pocos meses hizo un año -ya un año- de esta escena que en pocas líneas y con mucha emoción, narro aquí.

Por esos días, en estados de su celu vi que la mama, sí la del abrazo prohibido, lo recordaba a Tomy. Lo rememoraba hermoso, como había sido antes de ese huracán que se llevó su vida, con imágenes y palabras muy vivaces, como él había sido siempre, cuando la enfermedad aún no había atravesado todo como un rayo.

Crucé unos mensajes con ella y percibí que no se había quedado encerrada solo en esa etapa triste y final.

Pensé entonces que haber sorteado de la mejor manera esa incertidumbre y miedo –el mío- evadiendo algunas indicaciones, en función de que siguiera prevaleciendo el cuidado y el afecto por “ese otro”, valió la pena para que la despedida de Tomy ocurriera de la manera más aliviada y acompañada posible en medio de todo este lio que aún perdura y lograr así que su familia pudiera lograr un después con recuerdos de sonrisas y no solo de llantos en su proceso de duelo.

Sentí entonces que, a pesar de todo, fue una misión cumplida.

Nada más, pero nada menos.

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Liliana Schvarzman Terapeuta

La abuela de Julia Era abril del 2020.

Me llamó la madre de Julia; alumna de una de las escuelas donde trabajo; muy angustiada.

Su madre había fallecido por COVID; no se había podido despedir de ella y no sabía cómo decírselo a Julia; que tenía seis años.

Le dije que cuando se sienta capaz le diga a Julia que su abuela estaba sufriendo mucho por la enfermedad; que siempre se acordaba de ella y que había muerto. Que le permita llorar. Que le conteste sus preguntas. Que la escuche. Que la abrace. Que si quería hablar conmigo me avise.

Al día siguiente me volvió a llamar y me dijo que habló con Julia; que estaba muy triste; que ya sabía que si abuela había muerto porque no la llamó más y que quería hablar conmigo.

Hablamos. Con mucha emoción y su voz entrecortada por el llanto Julia me dijo que quería despedirse de la abuela. Le propuse recordar algo que vivieron juntas y que la hizo feliz. Estuvo de acuerdo. Buscó las canciones que cantaban juntas. Le hizo un dibujo. Me mandó fotos en las que estaba con su abuela. Recordó momentos familiares compartidos.

Esos momentos y ese amor entre ambas no se terminan con la muerte; la seguirán acompañando toda la vida. Los que perdimos seres queridos nos sentimos cuidados y amados por ellos. Estén donde estén. Y para siempre.

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Diálogo entre el miedo y la esperanza Miedo: ¡Esta pandemia no se termina más! ¡Con la cepa Delta todo se complica!

Esperanza: Si; pero al conocerla la podemos prevenir y combatir. Y cada vez hay más gente vacunada.

Miedo: ¿Y qué hacemos mientras tanto?

Esperanza: Cuidarnos. Acompañarnos. Comunicarnos. Aclarar dudas y que no se difundan mentiras Miedo: Es muy peligroso salir y contagiarnos.

Esperanza: Con cuidados y vacunas podemos hacerlo cada vez más.

Miedo: Sos demasiado optimista.

Esperanza: SI, lo soy. Estamos mucho mejor que antes. Y estaremos cada vez mejor si nos unimos; nos cuidamos entre todos y nos apoyamos cada cual desde su lugar.

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Laura Eirey Profesora de Lengua y Literatura

El documento El documento decía que se ejecutaría sobre él y su casa en UBA en caso de no pagar los mil dólares atrasados.

Nosotros vimos por primera vez las sierras con otros ojos. Queríamos vivir allí. Yo vi a mis hijos correr por el campo y llegué a pensarme en una escuela rural. También lo vi a mi compañero dando clases y subido a una camioneta vieja, de esas que hay que arreglar y le gustan tantísimo.

Averiguamos. Pensamos en vender un auto y sacar un crédito.

- ¿Y la antigüedad?

- ¡¿Cómo la pasás?!

- ¿Y ya te jubilás?

Y. Y. Y. No te podés ir.

Yo me quiero ir. Esto de la Pandemia llegó para quedarse y acá no se banca más. El AMBA es un monstruo grande y pisa fuerte.

-Sabés, Laura, me separé definitivamente. Estoy bloqueado en todos los teléfonos de la familia de ella. ¿Me puedo quedar unos días en tu casa?

-Sí, obvio. ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

-Entré a la casa de los padres y saqué plata. Era nuestra. Era se la había dado a la madre para guardarla, pero yo te juro que era nuestra.

El tema es que quedé filmado.

- ¡Ay, noo! En serio… ¡Ay…no puedo creer…! ¿Los chicos lo saben?

-No. Tenía que pagar el documento…y el taxi no da…

- ¡Pero era una deuda de los dos, le tenías que decir… ¿El tipo te apretó?

-No, pero era mi parte.

- Vendo el auto, saco un crédito y se lo devolvés. Urgente.

-No. ¿Y tu terreno en Córdoba?

-No sé, será para la próxima Pandemia. No podés quedar en ese lugar.

Vos no sos el malo de la película.

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Una carta a los proyectos Querido espacio-tiempo otro: Sé que llegarás porque el tiempo no para y el futuro decanta. Además, ya no creo que todo tiempo pasado fue mejor, sino que somos tiempo y cuando todo se termina lo que más se anhela es el tiempo.

Así que acá estoy viviendo el tiempo, y lo que más miedo me da es que pase desapercibido, tener tiempo muerto, tiempo no vivido …

Entonces, Proyectos de siempre y Proyectos nuevos, aquí voy una vez más con energía, con deseo y con TIEMPO, porque es nuestro tiempo, porque es mi momento.

Voy a construirte con crianza, con lecturas y escrituras y conmigo.

Sí, conmigo también y esencialmente.

Un abrazo y como dice María Elena Walsh por un infinito tiempo no apurado para toda la humanidad.

Tuya, Laura.

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Una tarde como todas

SIMÓN: - Está buenísimo trabajar con Discord. ¿Viste mamá? ¿Querés que te enseñe?

MAMÁ (yo): - ¡Ay…no Simón!... Comé que en diez entrás a Zoom y te voy a conectar desde acá ¿Te gustó estar con Pablo? ¿Tal vez, cuando volvamos a la normalidad, lo podamos invitar? ¿Qué pensás?

SIMÓN: - Sí…no sé si presencial, ahora lo voy a invitar a Roblox.

MAMÁ: - ¡Ah, buenísimo! Un amigo más que ya conocemos. Preguntale la clave así lo aceptamos.

SIMÓN: - Si yo ya lo acepté. Estoy re-contento, tengo un montón de amigos que ya conozco.

MAMÁ: - ¡Ay, Simón! Yo espero que algún día puedan jugar en el patio.

SIMÓN: - ¡Ay, mamá! ¡¡¡No seas dramática!!! Yo espero que algún día te instales Discor y veas lo genial que es.

MAMÁ: - Dios mío, dame el plato y prendé la compu.

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Yamila Alcaraz Peñafort Profesora de Lengua y Literatura

Diálogo entre el miedo y la esperanza Miedo y esperanza circulaban en uno de sus acostumbrados debates Miedo: No puede hacerlo.

Esperanza: Otra vez con tu cantinela de siempre. A ver… dime ¿por qué no puede hacerlo?

Miedo: No está preparada, ese no es su entorno y la presión será demasiado sobre sus espaldas. Eso provocará resentimientos con su pareja y tendrá que dejar de lado muchas cosas para lograrlo.

Esperanza: Pues como siempre mi querido amigo, en todo lo que dices encuentro sus fortalezas. Dices que no es su entorno, pues conocerá gente nueva que enriquecerá su vida. Planteas que la presión será demasiada, sin embargo, es en ella en donde brilla porque le da motivos para superarse. Lo de provocará resentimientos con su pareja, pues si lo hace debería cambiarla. Y finalmente, lo de dejar de lado muchas cosas, bueno, eso puede ser verdad, pero es su elección y todos debemos tomarlas para construir nuestro propio camino.

Miedo: Ya imaginaba que ibas a hacer todo tan fácil. Tu eres la que le mete en la cabeza todos estos proyectos, y debe ser yo el que la haga notar los posibles peligros de tus locuras.

Esperanza: Por eso somos un gran equipo.

Miedo: (dando vuelta sus ojos) Y si no lo logra, ¿sería un fracaso que le afectaría mucho? No hay cosa peor que los fracasos.

Esperanza: Muchas veces cuando nos caemos, lo primero que hacemos es intentar levantarnos. Quizás nos duele el golpe, pero de ahí aprendemos a caminar y evitar eso que nos tiró abajo. Allí estaremos para ayudarla.

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Patricia Rodríguez Bioquímica, docente universitaria

El viejo tren Iba a verlo llegar,” humo lacio que a lo lejos se divisa” dijo el poeta.

Todos los días el mismo ritual.

Imaginaba yo que venía de lejanos sitios para mí desconocidos.

Se anunciaba con su típica bocina.

En plena adolescencia el viejo tren era la excusa para ir a la estación que yo imaginaba similar a la de York u Oxford.

Su llegada marcó el final de la infancia y el ingreso a la rebelde juventud, refugiada en bancos con techos que protegían del sol del verano y del rigor del invierno.

Por allí pasaron amores que yo consideraba los amores más amorosos del mundo.

La frescura y a veces la soledad llenaron de melancolía mi transitar.

Quizás el tren hoy esté desvencijado o quizás no. Dejó de importarme.

Quizás la que esté un poco desvencijada sea yo. O quizás no.

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La Tormenta (abril 2012) Ringo empezó a llorar y a temblar. Antes de poder preguntar qué le pasaba a mi perro, se desató sobre la casa la lluvia más violenta que pueda recordar.

Se cortó la luz, así que, nos fuimos a dormir temprano.

La mañana siguiente amaneció soleada anticipando un bellísimo día otoñal, es el otoño sin duda es la estación que prefiero.

El alivio duró poco, descubrimos que las entradas de la casa estaban bloqueadas por árboles y plantas, la plaza de enfrente devastada y sus árboles centenarios arrancados de la tierra con sus viejas raíces expuestas a nuestros incrédulos ojos.

Eso fue como ver una película.

Los vecinos del pueblo, pueblo convertido en ciudad hace décadas pero que en un intento de identidad y cierta diferenciación separatista seguíamos y seguiremos llamando pueblo deambulaban mudos y cabizbajos sin siquiera saludarse entre ellos.

No había palabras para describir aquello. ¿podríamos reconstruir ese desastre?

Siempre que llovió paró, decía mi abuelo y esa fue la esperanza que nos condujo a limpiar y ordenar, pero en silencio. Nadie hablaba.

El huracán sorprendió a mi pueblo y nos dejó sin palabras.

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Valeria Wald Traductora literaria y técnico científica en inglés.

Actriz. Escritora

Mi mamá anda por los 80 Mi mamá anda por los 80, vive lejos y tuvo cáncer. Población de riesgo por donde la mires. No sé cómo es en Gualeguay, donde vive, pero la empleada doméstica sigue yendo a su casa. “Y qué querés, nena, me deprimo si tengo la casa sucia”. El otro día se le escapó que fue a tomar mate con una amiga (espero que cada una con su mate). Yo no le digo nada. Pero mi silencio, cada vez que la escucho, grita. Por otro lado, la entiendo: vive sola, y nosotros, sus hijos, vivimos lejos. Pero no puedo evitar acordarme de lo que se quejaba de mi abuela, que hacía lo que se le cantaba también. Yo le decía que la dejara en paz, que la dejara disfrutar sus últimos años. Ella se quejaba de que todo bien, pero que después se tenía que ocupar ella de su madre si se enfermaba.

Tenía que hacerse unos estudios en Buenos Aires, que fue postergando, porque no tenía ganas, y la pandemia se interpuso definitivamente. Cuando le dije que le preguntara al médico cuál era el mal menor, me contestó: “sentido común, nena”. Claro, sentido común. Por supuesto, el de ella. No hubo forma de que le explicara que quizás tenía razón, que no viajar a hacerse estudios importantes era lo mejor, en estas circunstancias, pero que lo decidiera el médico. Ayer me contó, con voz de triunfo, que el médico le dio la razón.

Yo respiré tranquila. Aunque hoy tengo mis dudas de si no me mintió. Porque además miente. Ella nunca lo va a admitir, pero miente.

Mi hijo estuvo en las vacaciones. Un adolescente que duerme hasta las 3 de la tarde, si lo dejás. Yo no lo voy a despertar, nena. Tampoco lo mandaba de vuelta, porque no quería que su nieto piense que no la quería, o algo así. No termino de entender muy bien qué le pasa, nunca. Y por qué le cuesta tanto decir: te quiero mucho, pero quiero estar tranquila en mi casa. Hasta que finalmente, tomó la decisión, y decidió decirle la verdad: que nosotros queríamos que vuelva (?). Mis ojos saltaron como dos huevos fritos y mi mandíbula cayó como en los dibujitos animados.

Le digo: “¿por qué no le decís la verdad?” “Ay, yo no le puedo decir eso, nena”.

Cuando mi hijo está viajando para acá, me llama y me dice que ya le dijo que para ella era tiempo suficiente (todos estábamos de acuerdo con eso, que tenía Escritura terapéutica: Cuidando a los que cuidan

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todo el derecho del mundo de querer estar tranquila en su casa, que ya había tenido al nieto bastante tiempo; menos mi hijo, claro, que la estaba pasando bomba sin que nadie lo controlara, pero que entiende perfectamente los límites).

Así que me pongo contenta, sobre todo por ella, que haya podido decir lo que le pasa, ser ella misma, sin problemas. Mi hijo llega enojadísimo con nosotros por hacerlo volver, y yo no entiendo nada. Le pregunto: ¿no te habló la abuela? No, me dice. Aclaramos el malentendido, se ríe y dice, refiriéndose a mi mamá y con un cariño que no puedo transmitir: vieja mentirosa.

En estos días me tuvo que hacer un envío por un muchacho que viaja para Buenos Aires y que hemos contratado muchas veces. Me llama y me dice que ya se lo dio, pero que no le pudo preguntar a qué hora calculaba estar en mi casa, porque “no estaba tan simpático como siempre y estaba con barbijo”.

Cuando llega el envío, el pibe estaba re macanudo. Con barbijo sí. Me dio el envío de lejos y nos reímos haciendo como si cada uno tuviera peste bubónica.

Pero lo que pasó me confirma que mi vieja no le está dando ni cinco de pelota al aislamiento. Debería enojarme, pero la verdad es que me da mucha ternura. Y no sé si en su lugar yo no haría lo mismo. No lo creo, porque yo soy como mi hija de 9 años cuando se enteró de que no podía salir después de haber estado haciendo su barbijo: “tengo muchas ganas de salir, pero no quiero meterme en problemas”.

Espero que esto pase pronto y poder volver a verla. Espero que no le pase nada, porque la sola idea me corta la respiración.

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Jorgelina Clarens Arteterapeuta. Psicóloga Social. Acompañante Terapéutica Danzarina-Narradora-Poeta

Mabel y sus monstruos Mabel caminaba con los monstruos, había aprendido a ignorarlos de pequeña.

Algunos la esperaban en los pasillos de las instituciones donde trabajaba, a veces se le metían en algún taller, sobre todo en los talleres que había música y danza, parece ser que a los monstruos les gustaba bailar.

A principios del 2020 cada vez los veía menos, tal vez se escondían pensó, vaya una a saber, o puede ser porque de a poco los talleres se fueron cerrando y a las personas con las que había compartido, risas, llantos y abrazos, las fueron trasladando.

No porque les dieran el ALTA, no, eso se convertía en una gran fiesta donde ningún monstruo faltaba. De un día para el otro desaparecían. ¿Y Mari?... No Mari no está, la llevaron a una institución geriátrica… ¿Y Juan y Pablo, que eran tan unidos…? Los separaron, pero no sabemos a dónde fueron. Parece ser que afuera había un monstruo mayor que se llevaba todo, un monstruo tan grande que comenzaba a decirnos, que los saludos estaban prohibidos, que se tenían que medir las distancias de los cuerpos, que los grupos serían reducidos. Nadie entendía lo que había que hacer con este Monstruo.

Mabel amaba a “sus viejas” con las que hacía ese taller tan lindo después de la merienda, tardes de lectura, música y anécdotas, tal como lo define Alfredo Moffatt : “las viejas y los viejos son la BIBLIOTECA NACIONAL”. No pudo despedirse.

Y así…Mabel se encerró en su casa. Al principio notó que en los placares que limpiaba con frenesí, había guardado algunos monstruos viejos, que con la polvareda correteaban por la casa en búsqueda de monstruos nuevos. Mabel fingió no verlos, pero era tanto el alboroto y algunos daban miedo, por sus dientes filosos y ojos desorbitados; otros fueron creciendo y la casa en menos que canta un gallo se llenó de monstruos.

Mabel decidió pedir ayuda. Hace meses que habla de ellos sin parar, y alguna que otra noche habla con ellos sobre posibles reglas de convivencia. Sabe que no está sola para enfrentarlos y que, si bien los monstruos no se van a ir del todo, está aprendiendo a lidiar con ellos y, por qué no, a amigarse

Escritura terapéutica: Cuidando a los que cuidan

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ESCRITURA TERAPÉUTICA

Escritura terapéutica La escritura terapéutica ayuda a elaborar vivencias traumáticas. Escribir cambia la forma en que la gente piensa y organiza su mundo interno; exige detenerse sobre la experiencia, reevaluar sus circunstancias, hasta que se alcanza una nueva representación en el cerebro. Es un proceso que implica reinscribir las emociones en un nuevo formato (James Pennebaker, La Nación, 2010) En el caso del cuento o relato escrito por un sujeto a partir de la situación traumática es importante darle un final “feliz” o “positivo” para que la situación dolorosa se resuelve satisfactoriamente (Mónica Bruder, Implicancias del cuento terapéu-

tico en el bienestar psicológico y sus correlatos, 2004).

Cuando la escritura busca tratar la imagen social o subjetividad dañada, hablamos de escritura reparadora (Amelia Zerillo, La escritura en comunidades en emergencia social, 2007,2018)

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