La llamada del forastero

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Y me dijo unos cuantos deberes para los que yo estaba capacitado perfectamente para llevar a cabo. Pero en el transcurso noté que habían varias habitaciones abandonadas, por las ventanas entraba la feroz maleza que provenía de los arcaicos jardines, el polvo entraba a montones y hacía figuras cristalizadas en los vidrios. El olor a las medicinas caducas era inaguantable y mareador, había empezado a sentir nauseas y me evocó el recuerdo de las peores enfermedades y de miembros gangrenados que son de los soldados de la guerra… “¿Por qué los guardaron?” Ahí me arrepentí por dos segundos, el haber estudiado medicina… …………………………………………………………………………………………………. Ya había caído la noche y Howard y yo tuvimos una muy deliciosa cena que consistía en un pollo rostizado, sopa y de postre; pastel de manzana. Demasiado abundante y poco recomendable para la hora de dormir, pero estaba tan hambriento que parecía que no había comido en días. -Ya conoces el camino a tu habitación Enrich, buenas noches. – Una escueta despedida. Howard se veía con prisa y se encerró en su habitación. …………………………………………………………………………………………………… Al poco tiempo me acomodé perfectamente. Todas mis pertenencias habían llegado, pero tuve que abstenerme de llevar los preciosos retratos que tenía. Hice la oración de la noche e intenté dormir. -Espacio Una habitación desconocida y que había sido ocupada por cientos de extraños anteriormente. De alguna manera se sentían las emociones y experiencias de los otrora ocupantes. En un principio escuché una dulce voz que me hablaba de cerca; era la de la mayor de las diosas de mi creencia, nunca me había ocurrido hasta en ese momento, pero se sentía tan real… era hermosa y cargaba consigo un aurea misteriosa, me perturbaba ver lo enojada que se hallaba. -Enrich, veo que nos has abandonado.- me dijo mi diosa en reproche. -No lo he hecho, fueron ustedes... no sé con qué derecho vienes a aparecerte enfadada, cuando es claro que solo aparecen para que les recemos y sacrifiquemos. -¡Calla mortal! – me dijo – nosotros hemos vivido desde siempre, ninguno de los tuyos debería de atreverse a cuestionarnos. Yo soy quien decide sobre la vida y la muerte (ese era su atributo) y mis hermanas son las que deciden lo que es justo e injusto.

Todo mi respeto hacia ella desapareció por completo en un instante, sentí rabia como jamás la había sentido, así como el valor y arrebato como para desafiarla; 3


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