Tesis sobre la Internacional situacionista y su tiempo

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TESIS SOBRE LA INTERNACIONAL SITUACIONISTA Y SU TIEMPO GUY DEBORD / GIANFANCO SANGUINETTI Publicado originalmente en La véritable scission dans l'Internationale, Paris, Champ Libre, 1972, traducción de Juan Fonseca publicada en DEBATE LIBERTARIO 2 Serie Acción directa - Campo Abierto Ediciones Primera edición: mayo 1977. -------------------------------------------------------------------------------------------1.- La Internacional Situacionista se ha impuesto en un momento de la historia universal como el pensamiento del hundimiento del mundo, hundimiento que acaba de comenzar ante nosotros. 2.- El ministro del Interior Francés y los anarquistas italianos federados experimentan idéntica cólera: ningún proyecto tan extremista, declarándose en una época aparentemente tan hostil, había arruinado en tan poco tiempo su hegemonía en la lucha de ideas, producto de la historia de la lucha de clases. La teoría, el estilo, el ejemplo de la I.S. las adoptan hoy millares de revolucionarios en los principales países desarrollados pero, más profundamente, es el conjunto de la sociedad moderna el que parece haberse convencido de la verdad de las perspectivas situacionistas o bien para realizarlas o bien para combatirlas. Libros y textos de la I.S. se traducen y se comentan por todas partes. Sus planteamientos se discuten tanto en las fábricas de Milán como en la Universidad de Coimbra. Sus principales tesis, de California a Calabria, de España a Escocia, de Belfast a Leningrado, se infiltran en la clandestinidad o se proclaman en la lucha abierta, los intelectuales que comienzan en este momento su carrera se ven obligados a manifestarse como situacionistas modernos o como semi-situacionistas, aunque sólo sea para demostrar que son capaces de comprender el último momento del sistema que los emplea. Si se puede denunciar por todas partes la injerencia difusa de la I.S. se debe a que la I.S. es sólo la expresión concentrada de una subversión histórica que se encuentra por todas partes. 3.- Lo que se denomina "ideas situacionistas" no es otra cosa que las primeras ideas del período de reaparición del movimiento revolucionario moderno; lo que hay en ellas de radicalmente nuevo corresponde precisamente a los nuevos caracteres de la sociedad de clases, el desarrollo real de sus triunfos pasajeros, de sus contradiciones y de su opresión. Por todo lo demás, se trata evidentemente del pensamiento revolucionario nacido en los dos últimos siglos, el pensamiento de la historia que se ha revuelto sobre las condiciones presentes como las propias; no "revisado" a partir de sus posiciones ambiguas legadas como un problema a los ideólogos, sino transformado por la historia actual. La I.S. ha triunfado porque simplemente ha explicado "el movimiento real que suprime las condiciones existentes" y ha sabido "expresarlo": es decir ha sabido hacer que se oyera la parte subjetivamente negativa del proceso, a su lado malo, su propia teoría desconocida, la que


crea ese lado de la práctica social y que ella no conoce. La I.S. pertenece a ese "lado malo". Finalmente no se trata, por supuesto, de la teoría de la I.S. sino de la teoría del proletariado. 4.- Cada momento de ese proceso histórico de la sociedad moderna que realiza y abole el mundo de la mercancía, y que contiene igualmente el momento antihistórico de la sociedad constituida en espectáculo, ha llevado a la I.S. a ser todo lo que ella podría ser. En lo que se convierte la práctica social, en el momento que se manifiesta ahora como una nueva época, la I.S. debe reconocer su verdad; saber lo que ella ha querido y lo que ella ha hecho y como lo ha hecho. 5.- La I.S. no ha previsto solamente la subversión del proletariado moderno; ha llegado con ella. No la ha anunciado como un fenómeno exterior, por extrapolación guía del cálculo científico: había ido a su encuentro. No liemos colocado en "todas las cabezas" nuestras ideas, por una influencia exterior como sólo puede hacerlo, sin un éxito duradero, el espectáculo burgués o burocrático totalitario. Hemos declarado las ideas que estaban forzosamente en las cabezas de los proletarios y declarándolas hemos contribuido a activarlas, a criticarlas en actos teóricamente, y a hacer del tiempo su tiempo. Lo que se haya censurado en primer lugar en el espíritu de las gentes está también censurado en el espectáculo, si ha podido expresarse socialmente. Esa censura se ejerce seguramente hoy sobre casi la totalidad de los proyectos revolucionarios y del deseo revolucionario en las masas. Pero ya la teoría y la crítica en actos han creado una inolvidable brecha en la censura espectacular. La acción negadora de la crítica proletaria ha salido a la luz; ha adquirido una memoria y un lenguaje. Ha emprendido el juicio del mundo y, no


teniendo las condiciones dominantes nada para defender su causa, la sentencia sólo plantea el problema que ella puede resolver: el de su ejecución. 6.- Tal como había sucedido en los movimientos pre-revolucionarios de los tiempos modernos, la I.S. ha proclamado abiertamente sus fines, y la mayoría de las gentes han creído que se trataba de una bufonada. El silencio a este respecto de los especialistas de la observación social y de los ideólogos de la alienación obrera durante una decena de años -período muy corto en la escala de tales acontecimientos-, aunque perturbado hacia el final por el estruendo de algunos escándalos, considerados equivocadamente como periféricos y sin futuro, no había preparado la falsa conciencia de la intellegentsia sometida sin enterarse de nada de lo que ha estallado en Francia en el 68, y desde entonces no ha hecho otra cosa que profundizarse y extenderse. Es a partir de la demostración aportada por la historia, y de ninguna manera por la elocuencia situacionista, lo que ha revelado, sobre este punto y otros más, las condiciones de ignorancia y de seguridad ficticia mantenidas por la organización espectacular de las apariciencias. Sólo se puede probar dialécticamente que se tiene razón manifestándose en el momento de la razón dialéctica. El movimiento de las ocupaciones, desde el momento que ha encontrado partidarios en las fábricas de todos los países, se ha presentado a los señores de la sociedad y a sus ejecutivos intelectuales tan incompresible como terrorífico. Las clases propietarias tiemblan todavía, pero lo comprenden mejor. A la conciencia oscurecida de los especialistas del poder, esa crisis revolucionaria se ha presentado de entrada bajo la figura de la pura negación sin pensamiento. El proyecto que enunciaba, el lenguaje que mantenía, no era traducible para los gerentes del pensamiento sin negación, empobrecido hasta los últimos extremos por largos decenios de monólogo maquinal; donde la insuficiencia se impone a sí misma en tanto que non plus ultra; donde la mentira ha llegado a no crear sino en sí misma. A quien reina por el espectáculo y en el espectáculo, es decir, con el poder práctico del modo de producción que se ha "separado de sí mismo" y se ha edificado un imperio independiente en el espectáculo, el movimiento real que ha permanecido exterior al espectáculo y que lo interrumpe por primera vez, se presenta como la irrealidad misma realizada. Pero lo que ha hablado tan alto en Francia en ese momento sólo era ese mismo movimiento revolucionario que había comenzado a manifestarse calladamente en otros lugares. La rama francesa de la Santa Alianza de los poseedores de la sociedad ha visto en ese oleaje su muerte inminente; luego se ha creído definitivamente salvada; después ha vuelto de esos dos errores. Para ella cono para sus asociados ha comenzado otra época. Se descubre que el movimiento de las ocupaciones tenía desgraciadamente algunas ideas y que se trataba de ideas situacionistas: los mismos que las ignoran determinan sus posiciones a partir de ellas. Los explotadores esperan contenerlos todavía, pero desesperan de olvidarlas. 7.- El movimiento de las ocupaciones ha sido el esbozo de una revolución situacionista, pero no ha pasado de ser el esbozo de una


revolución y de la conciencia situacionista de la historia. Fue en ese momento cuando una generación, internacionalmente, ha comenzado a ser situacionista. 8.- La nueva época es profundamente revolucionaria y sabe que lo es. A todos los niveles de la sociedad mundial no se puede ya y no se quiere continuar como antes. En las alturas no se puede gestionar tranquilamente el curso de las cosas, ya que se descubre en ellas que las primicias de la superación de la economía no están solamente maduras: han comenzado a pudrirse. En la base no se quiere ya sufrir lo que sucede y es la exigencia de la vida lo que se ha convertido actualmente en un programa revolucionario. La resolución de hacer cada uno su historia, ese es el secreto de todos "las salvajes" e "incomprensibles" negociaciones que ridiculizan el orden nuevo. 9.- El mundo de la mercancía, que era esencialmente inhabitable, lo ha llegado a ser visiblemente. Ese conocimiento lo producen dos movimientos que reaccionan el uno contra el otro. Por una parte el proletariado quiere poseer toda su vida y poseerla como vida, como la totalidad de su realización posible. Por otro, la ciencia dominante, la ciencia de la dominación, calcula ahora con exactitud el crecimiento cada día más acelerado de las contradicciones internas que suprimen las condiciones generales de la supervivencia en la sociedad de la desposesión. 10.- Los síntomas de la crisis revolucionaria se acumulan por millares y son de tal gravedad que el espectáculo está obligado ahora a hablar de su propia ruina. Su falso lenguaje choca a sus enemigos reales y a su desastre real. 11.El lenguaje del poder ha llegado a ser furiosamente reformista. Muestra la felicidad por todas partes en vitrinas y vendida al mejor precio. Denuncia los defectos omnipresentes del sistema. Los poseedores de la sociedad han descubierto de repente que todo tiene que cambiar a corto plazo, tanto la enseñanza como


el urbanismo, la manera como se vive el trabajo y las orientaciones de la tecnología. En resumen, este mundo ha perdido la confianza de todos sus gobernantes; se propone entonces disolverlo y construir otro. Observan, sin embargo, que están ellos más cualificados que los revolucionarios para emprender una transfomación que exige tanta experiencia y tantos medios; que son ellos quienes los poseen y quienes están habituados a utilizarlos. Son entonces -las cosas claras- los ordenadores quienes adquieren el compromiso de programar lo cualitativo y los gerentes de la polución quienes se dan como tarea prioritaria dirigir la lucha contra la propia polución. Pero el capitalismo moderno se presentaba anteriormente ya, frente a los fracasos antiguos de la revolución, como un refonnismo que había triunfado. Se pavoneaba de haber conseguido la libertad y la felicidad de la mercancía. Acabaría igualmente un día con sus esclavos asalariados; y si no con el salario, al menos con los abundantes residuos de privaciones y excesivas desigualdades heredadas de su período de formación -más exactamente de esas privaciones que reconocía como tales-. Promete hoy liberar, además, de todos los peligros y malestares nuevos que está precisamente a punto de producir masivamente, como característica esencial de la mercancía más moderna tomada en su conjunto; y es la misma producción en expansión, tan alabada hasta ahora como el correctivo último de todo, la que se va a corregir a sí misma, siempre bajo el control exclusivo de los mismos patronos. La derrota del viejo mundo aparece plenamente en ese ridículo lenguaje de la dominación descompuesta. 12.- Las costumbres mejoran. El sentido de las palabras participa de ello. Por todas partes se ha perdido el respeto a la alienación. La juventud, los obreros, las gentes de color, los homoxesuales, las mujeres y los niños quieren todo lo que les estaba prohibido; al mismo tiempo que rechazan la mayor parte de los miserables resultados que la antigua organización de la sociedad de clases permitía obtener y apoyar. No quieren ya jefes, ni familia, ni Estado. Critican la arquitectura y aprenden a hablarse. Y enfrentándose contra cien opresiones particulares, rechazan de hecho el trabajo alienante. Lo que quieren ahora es la abolición del asalariado. Cada parcela del espacio social, cada día más manipulado por la producción alienada y sus planificadores, se convierte en un nuevo terreno de lucha, desde la escuela primaria a los transportes comunitarios, los asilos psiquiátricos y las prisiones. Todas las iglesias se descomponen. Sobre la vieja tragedia de la expropiación de las revoluciones obreras por la clase burocrática, que se ha convertido en los veinte años precedentes en simple comedia exótica, el telón cae con un estadillo de risa general. Castro se ha convertido en reformista en Chile, poniendo en escena la parodia de los procesos de Moscú, después de haber condenado en 1968 el movimiento de las ocupaciones y la revuelta mejicana, mientras aprobaba con todo calor la acción de los tanques rusos en Praga; la burlesca unidad bicéfala de Mao y de Lin Piao, en el mismo momento en que sus últimos fieles espectadores occidentales, burgueses o gochistas, señalaban al


fin el remate de su triunfo en la larga marcha que divide a los explotadores de China, cae en el desorden terrorista de esa burocracia rota en pedazos (no se trataba de negociar o negarse a negociar con los Estados Unidos, sino de saber quién recibiría a Nixon en Pekin y a su séquito). Si la humanidad se puede separar gozosamente de su pasado, se debe a que la seriedad ha vuelto al mundo con la historia misma, que lo reunifica en su verdad. Sin duda la crisis de la burocracia totalitaria, en tanto que parte de la crisis general del capitalismo, reviste caracteres específicos, tanto por los modos sociojurídicos particulares de apropiación de la sociedad por la burocracia constituida en clase como a consecuencia de su evidente retraso en el desarrollo de la producción de mercancías. La burocracia ocupa su lugar en la crisis de la sociedad moderna, principalmente porque es el proletariado quien va a abolirla. La amenaza de la revolución proletaria, que domina desde hace tres años toda la política de Italia, tanto de la burguesía como de los partidos stalinistas, y conduce a la asociación abierta en función de sus comunes intereses, pesa igualmente sobre la burocracia soviética; retrasar el levantamiento de los obreros de Rusia constituye el verdadero proyecto de su estrategia mundial -que lo temía todo del proceso checoslovaco y nada de la independencia burocrática rumana-, y el de sus polícias y sus psiquiátricos. Ya a lo largo de las costas del Báltico los marinos y los estibadores han vuelto a comunicarse sus experiencias y sus proyectos. En Polonia, en la huelga insurreccional de diciembre del 70, los obreros han logrado quebrantar a la burocracia y reducir el margen de maniobra de sus economistas: el aumento de los precios se ha retirado, los salarios han aumentado, el gobierno ha caído, la agitación ha permanecido. Pero la sociedad americana se descompone igualmente, hasta en su ejército en Vietnam, transformado en el ejército de la droga, que es necesario retirar porque sus soldados no quieren batirse: se batirán en los Estados Unidos. Las huelgas salvajes recorren Europa, desde Suecia a España, y son actualmente los directores de industria o sus periodistas quienes les leen la cartilla a sus obreros para intentar persuadirles de la utilidad del sindicalismo. En esas "bacanales de la verdad donde nadie permanece sereno", la revolución proletaria no fallará esta vez; podrá alimentarse de la guerra civil que se inicia con la cuestión irlandesa.


13.- En los explotadores y en muchas de sus víctimas que han renunciado definitivamente a su propia vida dando al orden reinante una aquiescencia neurótica, la decadencia y la caída de ese orden se presienten con angustia y furor. Esas emociones se traducen a un primer nivel por un miedo y un odio a la juventud, que llevado a tales dimensiones no tiene precedentes. Pero en el fondo solo tienen miedo a la revolución. No es la juventud, en tanto que situación pasajera, lo que amenaza el orden social; es la crítica revolucionaria moderna, en actos y en teoría, que se amplifica cada año, a partir de un punto de salida histórico que acabamos de vivir. Comienza en la juventud de un momento, pero no envejecerá. El fenómeno no tiene nada de cíclico; es acumulativo. La juventud no producía escalofríos a nadie, cuando su agitación parecía limitarse todavía al medio estudiantil; y es en ese medio donde se recluta el gochismo neo-burocrático, que solo es la institutriz del viejo mundo, donde se disfraza con la panoplia de algunos héroes-papás, que se cuentan entre los fundadores de la sociedad existente. La juventud ha empezado a ser temible cuando se ha constatado que la subversión había ganado a la masa de los jóvenes trabajadores; y que la ideología jerárquica del izquierdismo no conseguía recuperarla. Es esa juventud a la que se encarcela y la que se amotina en las prisiones. Es un hecho que la juventud, aunque le queda mucho por comprender e inventar, y aunque conserva, sobre todo entre los diferentes tipos de aprendices revolucionarios-profesionales, numerosas trabas, nunca fue tan inteligente ni tan resuelta a destruir la sociedad establecida (la poesía que está en la I.S. puede ser leída actualmente por una muchacha de catorce años, cumpliéndose así los deseos de Lautréamont). Quienes reprimen a la juventud quieren en realidad defenderse contra la subversión del proletariado con la cual se la identifica ampliamente, y que ellos identifican todavía más; y aquellos que realizan los amalgama se dan cuenta que están condenados. El pánico ante la juventud, que se quiere enmascarar con tantos análisis ineptos y exhortaciones pomposas, se funda sobre el siguiente cálculo: dentro de doce años o quince años los jóvenes serán adultos, los adultos serán viejos, los vicios habrán muerto. Los responsables de la clase en el poder tienen en pocos años que invertir necesariamente la baja tendencial de su tasa de control sobre la sociedad; y se dan cuenta de que no la invertirán. 14.- Mientras el mundo de la mercancía es rechazado por el proletariado con una profundidad que no había alcanzado nunca, y que es la única que conviene a sus fines -una crítica de la totalidad-, el funcionamiento del sistema económico ha entrado por sí mismo, por su propio movimiento, en el camino de la autodestrucción. La crisis de la economía, es decir del fenómeno económico completo, crisis cada día más patente en los últimos decenios, acaba de traspasar un dintel cualitativo. Hasta la antigua forma de la simple crisis económica que el sistema había conseguido superar, se sabe que reaparece, durante el mismo período, como una posibilidad de porvenir inmediato. Se trata del efecto de un doble proceso. Por una parte, el proletariado, no solamente en


Polonia también en Inglaterra o en Italia, bajo la figura de los obreros que escapan al encuadramiento sindical, imponen reivindicaciones de salarios y condiciones de trabajo que perturban gravemente las previsiones y las decisiones de los economistas estatales que dirigen la buena marcha del capitalismo ntrado. La negación de la actual organización del trabajo en las fábricas es ya una negación directa de la sociedad que se fundamenta sobre esa organización; y en ese sentido algunas huelgas italianas han estallado inmediatamente después de que los patronos hubiesen aceptado todas las reivindicaciones procedentes. Pero la simple reivindicación salarial, cuando es frecuentemente renovada y siempre que fija un porcentaje de aumento suficientemente elevado, muestra claramente que los trabajadores adquieren conciencia de su miseria y de su alienación sobre el conjunto de su existencia social, que ningún salario podrá nunca compensar. Por ejemplo, habiendo ordenado el capitalismo como quiso la "ecología" extra-urbana de los trabajadores, estos tendrán que exigir que se les paguen las horas insufribles del transporte diario porque de hecho son un verdadero tiempo de trabajo. En todas esas luchas en las que se reconoce el proletariado, el capitalismo se acepta todavía; sin embargo solo se acepta en tanto que forma aparentemente mal adaptada y perpetuamente desbordada. Pero los sindicatos no pueden durar indefinidamente en tal coyuntura sociopolítica; se dan cuenta de que se gastan. En los discursos de los ministros burgueses y de los burócratas estalinistas, el mismo miedo encuentra palabras idénticas: ¿Es que otra vez va a pasar lo del 68? No, eso no debe volver a ocurrir". (Declaración de Marchais en Strasburgo el 22 de febrero de 1972). Por otra parte el proletariado de la sociedad de la abundancia de mercancías, como consumidores que gozan de miserables "bienes semi-duraderos" con los que han sido saturados ampliamente, crea amenazadoras dificultades para el desarrollo de la producción. De forma que el único fin confesado del desarrollo actual de la economía, y que es efectivamente la única condición de la supervivencia de todos en el cuadro del sistema que reposa sobre le trabajo-mercancía, la creación de nuevos empleos, se enfrenta con la dificultad de crear empleos que los trabajadores ya no quieren desempeñar; con el fin de producir esos bienes que no quieren comprar. Pero es a un nivel mucho más profundo donde es necesario comprender que la economía mercantil, con esa tecnología precisa cuyo desarrollo es inseparable del de esa economía, ha entrado ya en la agonía. La aparición reciente en el


espectáculo de una ola de discursos moralizadores y promesas de remedios detallados a propósito de lo que los gobiernos y sus medios de comunicación de masas llaman la polución, quiere disimular y revelar simultáneamente esta evidencia: el capitalismo ha presentado la prueba de que no puede desarrollar por más tiempo las fuerzas productivas. No es cuantitativamente -algunos lo habrían comprendido entoncescomo se habrá mostrado incapaz de proseguir ese desarrollo, sino cualitativamente. Sin embargo, aquí la cualidad no es una exigencia estética o filosófica: es una cuestión histórica por excelencia. La de las posibilidades de la continuación de la vida de la especie. Las palabras de Marx: "O el Proletariado es revolucionario o no lo es" encuentran actualmente su verdadero sentido; y el proletariado que llega ante esa alternativa concreta es efectivamente la clase que realiza la disolución de todas las clases. "Las cosas han llegado a un punto en que los individuos deben apropiarse la totalidad de las fuerzas productivas, no solamente para poder afirmarse a sí mismas, sino también, en suma, para asegurar su existencia" (Ideología alemana). 15.- La sociedad tiene todos los medios técnicos para alterar las bases biológicas de la existencia sobre la tierra y es esa sociedad igualmente la que, por el mismo desarrollo técnico-científico separado, dispone de todos los medios de control y de previsión matemáticos indudables para medir exactamente por adelantado hasta qué grado de descomposición del medio humano puede llegar -y hacia qué datos, según una prolongación óptima o no- el crecimiento de las fuerzas productivas alienadas de la sociedad de clases. Ya se trate de la polución química del aire respirable o de la falsificación de los alimentos, de la acumulación irreversible de la radioactividad por el empleo industrial de la energía nuclear o de la deterioración del ciclo del agua, desde las bolsas subterráneas a los océanos, de la lepra urbanística que se instala de manera creciente en el lugar donde estaban las ciudades y el campo o de la explosión demográfica, de la progresión de los índices de suicidio y de las enfermedades mentales o del dintel peligroso por la nocividad del ruido, por todas partes los conocimientos parciales sobre la imposibilidad, según los casos más o menos urgentes o más o menos mortales, constituyen, en tanto que conclusiones científicas especializadas que permanecen meramente yuxtapuestas, un cuadro de la degradación general y de la impotencia también general. Ese lamentable esbozo del mapa del territorio de la alienación, poco antes de su hundimiento, se efectúa naturalmente a la manera como ha sido construido el territorio mismo: por sectores separados. Sin duda esos conocimientos parcelarios se ven obligados a saber, por la concordancia desgraciada de todas sus observaciones, que cada modificación eficaz y rentable a corto plazo sobre un punto determinado repercute sobre la totalidad de las fuerzas en juego y puede entrañar posteriormente una pérdida decisiva. Sin embargo, tal ciencia, sirvienta del modo de producción de las aporías del pensamiento que la ha producido, no puede concebir una verdadera transformación del curso de las cosas. No sabe


pensar estratégicamente, lo que por otra parte nadie le exige; y no posee los medios prácticos de intervención. Solo puede discutir por tanto del plazo y de los mejores paliativos que, si fueran aplicados firmemente, la harían perder terreno. Esta ciencia muestra también hasta la caricatura, la imbecilidad del coronamiento sin utilización y la nada del pensamiento no dialéctico en una época dominada por el movimiento del tiempo histórico. Así el viejo slogan "La revolución o la muerte " no es hoy la expresión lírica de la conciencia revuelta, es la última palabra del pensamiento científico de nuestro siglo. Pero esa palabra sólo la puede decir los otros; y no ese envejecido pensamiento científico de la mercancía, que descubre las bases insuficientemente racionales de su desarrollo en el momento en elque todas las aplicacionesse despliegan en el poder de la práctica social plenamente irracional. Se trata del pensamiento de la separación, que no ha podido incrementar nuestro dominio material más que por las vías metodológicas de la separación, y que encuentra al fin esa separación realizada en la sociedad del espectáculo y en su auto-distribución. 16.- La clase que acapara el beneficio económico, no teniendo otro fin que conservar la dictadura de la economía independiente sobre la sociedad, ha debido hasta hoy considerar y dirigir la incesante multiplicación de la productividad del trabajo industrial como si se tratase siempre del modo de produccion agrario. Ha perseguido constantemente el máximo de producción puramente cuantitativa, a la manera de las sociedades antiguas que, incapaces realmente de hacer retroceder los límites de la penuria real, tenían que recoger en cada estación todo lo que podía ser recogido. Esa identificación con el modelo agrario se traduce en el modelo pseudo-cíclico de la abundante producción de mercancías en la que se ha integrado científicamente la usura a los objetos producidos, así como a sus imágenes espectaculares, para mantener artificialmente el carácter estacionario del consumo, que justifica la incesante aceleración del esfuerzo productivo y mantiene la proximidad de la penuria. Pero la realidad acumulativa de esa producción indiferente a la utilidad o a la nocividad, indiferente a su propio poder, que prefiere ignorar, no se ha dejado olvidar y vuelve bajo la forma de la polución. La polución es entonces una desgracia del pensamiento burgués que la burocracia totalitaria solo puede imitar pobremente. Es el estadio supremo de


la ideología materializada, la abundancia efectivamente envenenada de la mercancía y la lluvia miserable del esplendor ilusorio de la sociedad espectacular. 17.- La polución y el proletariado son actualmente los dos polos concretos de la crítica de la economía política. El desarrollo universal de la mercancía se ha verificado enteramente en tanto que culminación de la economía política, es decir en tanto que renuncia a la vida. Cuando todo ha entrado en la esfera de los bienes económicos, hasta el agua de las fuentes y el aire de las ciudades, todo se ha convertido en el mal económico. La simple sensación inmediata de los ruidos y de los peligros, cada trimestre más opresores, que golpean a todos y principalmente a la gran mayoría, es decir a los pobres, constituye ya un inmenso factor de revuelta, una exigencia vital de los explotados, tan materialista como la ha sido la lucha de los obreros del siglo XIX para poder comer. Ya el remedio para el conjunto de las enfermedades que crea la polución, en este estadio de su riqueza mercantil, es demasiado caro para ella. Las relaciones de producción y las fuerzas productivas han alcanzado un punto de incompatibilidad radical, porque el sistema social existente ha ligado su suerte a la consecución de una deterioración literalmente insoportable de todas las condiciones de vida. 18.Con la nueva época aparece esta admirable coincidencia: la revolución es deseada bajo una forma total en el mismo momento en que solo puede realizarse bajo una forma total y cuando el funcionamiento de la sociedad se ha hecho absurdo e imposible fuera de esa realización. El hecho fundamental no es tanto que existan todos los medios materiales para la construcción de la vida libre de una sociedad sin clases; se trata más bien de que el ciego subempleo de esos medios por la sociedad de clases no puede ni interrumpirse ni ir más lejos. Jamás tal conjunción ha existido en la historia del mundo. 19.- La fuerza productiva más importante es la clase revolucionaria. El desarrollo más importante de las fuerzas productivas actualmente posible es simplemente el uso que puede hacer la clase de la conciencia histórica, en la producción de historia como campo de desarrollo humano, dándose los medios prácticos de esa conciencia: los futuros consejos revolucionarios en los cuales la totalidad del proletariado tendrá que decidirlo todo. La definición necesaria y suficiente del Consejo moderno -para diferenciarlo de sus débiles tentativas primitivas destruidas antes de haber podido seguir la lógica de su propio poder y por eso conocerlo- es el cumplimiento de unas tareas mínimas, que son la regulación práctica definitiva de todos los problemas que la sociedad de clases no consigue hoy resolver. El derrumbe brutal de la producción prehistórica, tal como solo puede conseguirlo la revolución social de la que hablamos, es la condición necesaria y suficiente para el comienzo de la época de la gran producción histórica; la tarea indispensable y urgente de la producción del hombre por sí mismo. La amplitud de las tareas actuales de la revolución proletaria se explica precisamente por la dificultad que experimenta para conquistar los primeros medios de la formulación y la


comunicación de su proyecto: organizarse de manera autónoma y, desde esa organización determinada, comprender y formular explícitamente la totalidad de su proyecto en las luchas que mantiene ya en estos momentos. De esa manera caerá igualmente el monopolio espectacular del diálogo social y de la explicación social. El mundo entero se parecerá a Polonia: cuando los obreros se reunen libremente y sin intermediarios para discutir sus problemas, el Estado comienza a disolverse. Se puede también descifrar la fuerza de la subversión proletaria que crece por todas partes desde hace cuatro años por este hecho negativo: va más allá de las reivindicaciones explícitas que han podido afirmarse otras veces desde movimientos obreros que iban menos lejos y que creían conocer sus programas, pero que los conocían en tanto que programas menores. El proletariado no ha llegado a ser en ninguna parte la "Clase de la conciencia" por algún talento intelectual o alguna vocación ética, ni mucho menos por el placer de realizar la filosofía, sino simplemente porque no tiene otro camino que el de apoderarse de la historia en la época en la que los hombres se encuentran "obligados a considerar con ojo desengañado las condiciones de su existencia y sus relaciones recíprocas" (Manifiesto Comunista). Lo que hace a los obreros dialécticos no es otra cosa que la revolución que van a hacer por primera vez ellos mismos. 20.- Richard Gombin, en Los orígenes del izquierdismo, señala que las sectas marginales en cualquier situación adquieren el aspecto de un movimiento social, con lo cual se ha demostrado indirectamente que el marxismo-leninismo organizado no es ya un movimiento revolucionario. En lo que Gombin designa bajo el término, poco adecuado, de izquierdismo se niega a colocar a las neoburocracias, desde los numerosos trotkismos a los diferentes maoísmos. Aunque se muestra de lo más acogedor para algunos semicríticos balbucientes de la inteligencia sometida de los últimos treinta años, en los orígenes del nuevo movimiento revolucionario solo encuentra, con excepción de la tradición pannekoista del comunismo de los consejos, a la I.S.. Aunque "sus inmensas ambiciones merecen ya el que se hable de ella", la subversión actual no es probable evidentemente, según Gombin, que la convierta en dueña de la sociedad


mundial. Considera que lo contrario podría producirse, a saber el perfeccionamiento absoluto de la "era de la dirección", de manera que esa subversión no apareciera ya históricamente sino como el último sobresalto de la vana revuelta contra un universo que tiende a la organización racional de todos los aspectos de la vida". Pero como es fácil constatar, tanto en el libro de Gombin como en otros lugares, ese universo, a pesar de sus bellas intenciones y de sus engañosas justificaciones, no ha hecho otra cosa que seguir los caminos de la irracionalización galopante que culmina en su asfixia actual, y la alternativa que formula ese sociólogo no tiene ninguna realidad. No se puede, sobre tales asuntos, ser más moderado que Gombin; y solo la desgracia de los tiempos ha podido obligar a la sociología a preocuparse por su estudio. Y sin embargo Gombin llega, por torpeza, a no dejar a sus lectores otra conclusión posible que una audaz seguridad sobre la inevitabilidad de la revolución. 21.- Cuando cambian todas las condiciones de la vida social, la I.S., en el centro de ese cambio, ve cómo las condiciones en las que ha actuado se han transformado más velozmente que todo lo demás. Ninguno de sus miembros lo ignoraba, ni pensaba negarlo, pero de hecho muchos no querían tocar la I.S. No pretendían conservar las actividades situacionistas pasadas, sino su imagen. 22.- Una parte importante del éxito histórico de la I.S. le provenía de ser a su vez contemplada, - y en tal contemplación la crítica sin concesiones de todo lo que existe se apreciaba positivamente por un sector muy extendido de la impotencia convertida en pro-revolucionaria. La fuerza de lo negativo puesta en juego contra el espectáculo la admiraban también servilmente como espectadores. La conducta pasada de la I.S. había estado dominada enteramente Por la necesidad de actuar en una época que, primeramente, no quería oír hablar de ella. Rodeada de silencio, la Internacional Situacionista no tenía ningún apoyo y elementos de su actividad se les recuperaba constantemente contra ella. Era necesario esperar el momento en que pudiese ser juzgada, no por los aspectos superficialmente escandalosos de algunas manifestaciones por las cuales aparecía, sino por su verdad esencialmente escandalosa (I.S. Nº 11 octubre 1967). La afirmación tranquila del extremismo más general, como las numerosas exclusiones de situacionistas ineficaces o indulgentes, fueron las armas de la I.S. para ese combate; y no para llegar a ser una autoridad o un poder. Así, el tono de fiereza cortante, tan utilizado en algunas formas de expresión situacionistas, era legítimo, por la enormidad de la tarea y porque ha llenado una función permitiendo la continuación y el triunfo. Pero ha dejado de convenir desde que la I.S. se ha hecho reconocer por una época que ya no considera el proyecto situacionista como inverosímil; precisamente porque la I.S. había triunfado, su tono se había puesto, al menos para nosotros, fuera de moda. Sin duda la victoria de la I.S. es tan discutible como pueda serlo la que el proletariado ha alcanzado por el mero hecho de que ha recomenzado la lucha de clases -la parte visible de la crisis que emerge en el espectáculo no tiene medida con su profundidad- y al igual que


esa victoria, estará en suspenso hasta que los tiempos prehistóricos hayan terminado. Pero para quien sabe escuchar "el latido de la hierba", esa victoria es indiscutible. La teoría de la I.S. ha pasado a las masas. No se la puede ya liquidar en su soledad primitiva. Es seguro que puede también falsificarse, pero en condiciones muy diferentes. Ningún pensamiento histórico puede confiar por adelantado en que no va a sufrir incomprensiones o falsificaciones. Como no pretendía aportar un sistema definitivamente coherente y terminado, todavía menos podía esperar presentarse por lo que ella es de una manera tan perfectamente rigurosa que la estupidez y la mala fe dejaran de funcionar en cada uno de los que tienen que ver con ella; y de tal forma que una lectura verdadera, y una sola, se impusiese universalmente. Semejante pretensión idealista no se sostiene si no es por un dogmatismo abocado al fracaso; y el dogmatismo es ya la derrota desde el comienzo de tal pensamiento. Las luchas históricas que corrigen y mejoran toda la teoría de este tipo, son también el terreno de los errores de interpretación reductores como, frecuentemente, rechazos interesados de la admisión del sentido más unívoco. La verdad solo puede imponerse convirtiéndose en fuerza práctica. Manifiesta que ella es verdad en que necesita de fuerzas reducidas para aniquilar a otra mucho más poderosas. De forma que si la teoría de la Internacional Situcionista todavía no es comprendida o se traduce abusivamente, como ha sucedido a veces a la de Marx y a la de Hegel, sabrá volver en toda su autenticidad cada vez que suene históricamente su hora, comenzando por hoy mismo. Hemos salido de la época en que podíamos ser clasificados o arrasados sin apelación, por lo que nuestra teoría se beneficia ahora, para lo mejor como para lo peor, de la colaboración de las masas. 23.- Ahora que el movimiento revolucionario está decidido a intentar hablar seriamente de la sociedad , es en sí mismo donde debe encontrar la guerra que antes llevaba, unilateralmente, sobre la periferia lejana de


la vida social, apareciendo en primer lugar como complemento extraño a todas las ideas que esa sociedad podía entonces enunciar sobre lo que creía ser. Cuando la subversión invade la sociedad y extiende su sonrisa en el espectáculo, las fuerzas espectaculares del presente se manifiestan también en el interior de nuestro partido -"partido en el sentido eminenetemente histórico del término"-, porque ha debido tomar efectivamente a su cargo la totalidad del mundo existente, comprendiendo también sus insuficiencias, sus ignorancias y sus alienaciones. Hereda toda la miseria, y también la miseria intelectual, que el viejo mundo ha producido; pues en último término la miseria es su verdadera causa, aunque le haya sido necesario sostener tal causa con dignidad. 24.- Nuestro partido entra en el espectáculo como enemigo, pero como enemigo conocido. La antigua oposición entre la teoría crítica y el espectáculo apologético "ha sido elevada al elemento superior victorioso y se presenta bajo una forma clarificada". Los que contemplan solamente las ideas y las tareas revolucionarias de hoy, y en particular las de la I.S., con el fanatismo de una pura aprobación desarmada, manifiestan con ello sobre todo que cuando el conjunto de la sociedad está obligado a convertirse en revolucionario, un amplio sector no sabe serlo todavía. 25.- Espectadores entusiastas de la I.S. han existido a partir de 1960, pero al principio en número muy reducido. En los últimos cinco años se han transformado en multitud. Ese proceso ha comenzado en Francia, donde se les ha atribuido el apelativo popular de "prositus" pero ese mal francés ha triunfado en otros países. Su cantidad no multiplica su vacío: todos hacen saber que aprueban íntegramente la I.S. y no saben hacer otra cosa. Apareciendo numerosos, son idénticos entre sí: quien ha visto o leído a uno, les ha visto o leído a todos. Son un producto significativo de la historia actual, pero no la producen de ninguna manera. El medio pro-situ figura aparentemente la teoría de la I.S. convertida en ideología -y la ola pasiva de semejante ideología absoluta y absolutamente inutilizable confirma por el absurdo la evidencia de que el papel de la ideología revolucionaria se ha terminado con las formas burguesas de las revoluciones- pero en realidad ese medio explica la parte de la contestación moderna que todavía sigue siendo ideología, prisionera de la alienación espectacular e instruida según sus términos. La presión de la historia hoy ha crecido tanto que los portadores de una ideología de la presencia histórica se ven obligados a permanecer completamente ausentes. 26.- El medio prositu solo posee buenas intenciones y quiere consumir ilusoriamente las rentas, bajo la forma exclusiva del enunciado de sus vacías pretensiones. Ese fenómeno pro-situ ha sido aprobado, en la I.S., por todos, en tanto que se veía como una imitación subalterna exterior, pero no ha sido comprendido por todos. Debe ser reconocido no como un accidente superficial y paradójico, sino como la manifestación de una alienación profunda de la parte más inactiva de la sociedad moderna convertida vagamente en revolución. Nos era necesario conocer esa alienación como una verdadera enfermedad infantil de la aparición del nuevo


movimiento revolucionario- primeramente porque la I.S., que no puede de ninguna manera ser exterior o superior a ese movimiento, no habría podido seguramente mantenerse por encima de esa especie de deficiencia y no podía pretender escapar a la crítica que ella necesita. Por otra parte, si la I.S. continúa imperturbablemente, en circunstancias diversas, actuando como en ocasiones precedentes, podía convertirse en la última ideología espectacular de la revolución y garantizar semejante ideología. La I.S. hubiera entorpecido el movimiento situacionista real: la revolución. 27.- La contemplación de la I. S. no es otra cosa que una alienación suplementaria de la sociedad alienada; pero ya el hecho de que sea posible expresa negativamente la posibilidad de que se construya actualmente un partido en lucha contra la alienación. Comprender a los pro-situ, es decir combatirlos en lugar de limitarse a despreciarles abstractamente por su nulidad y porque no tenían acceso a la aristocracia situacionista, era para la I.S. una necesidad primordial. Nos era necesario comprender cómo se había podido formar al mismo tiempo la imagen de esa aristocracia y la capa inferior de la I.S. que podía satisfacerse dando de sí misma, hacia el exterior, esa aparicencia de valorización jerárquica que solo le venía de un título: esa capa sería la nulidad enriquecida por su pertenencia a la I.S.. Y tales situacionistas, no solo existían, sino que revelaban que no deseaban otra cosa que preservar en su insuficiencia diplomada. Comunicaban con los pro-situs, aunque autodefiniéndose como jerárquicamente distintos, en esa creencia igualitaria según la cual la I.S. podía ser un monolito ideal donde cada uno piensa sobre todo como los otros y actúa a la perfección: los que en la I.S. no pensaban ni actuaban, reivindicaban tal estatuto místico y es a ese estatuto al que ambicionaban acercarse los espectadores pro-situs. Todos los que desprecian a los pro-situs sin comprenderlos -comenzando por los pro-situs mismos, entre los cuales cada uno querría afirmarse superior en todos los sentidos a los otros- esperan simplemente y hacerse creer, que se han salvado por alguna predestinación revolucionaria, que les dispensaría de la prueba de su propia


eficacia histórica. La participación en la I.S. fue su jansenismo, como la revolución es su Dios oculto. Así, resguardados por la praxis histórica y creyéndose liberados por no se sabe qué gracia del inundo de la miseria de los pro-situs, no percibían en esa miseria más que la miseria, en lugar de ver también en ella la parte irrisoria de un movimiento profundo que arruinará a la vieja sociedad. 28.- Los pro-situs no han visto en la I.S. una actividad crítico-práctica determinada que explicaba o se adelantaba a las luchas sociales de una época, sino solamente ideas extremistas; y no tanto ideas extremistas como la idea del extremismo; y en último análisis, no la idea del extremismo, sino la imagen de héroes extremistas reunidos en una comunidad triunfante. En "el trabajo de lo negativo" los prositus rechazan lo negativo y también el trabajo. Después de haber prebiscitado el pensamiento de la historia, siguen secos porque no comprenden la historia ni tampoco el pensamiento. Para acceder a la afirmación que los tienta, de una personalidad autónoma, no les falta más que la autonomía, la personalidad y el talento para afirmar cualquier cosa. 29.- Los pro-situs, en su masa, han aprendido que no pueden existir ya estudiantes revolucionarios y permanecen como estudiantes en revolución. Los mas ambiciosos experimentan la necesidad de escribir, y hasta de publicar sus escritos, para dar cuenta abstractamente de su existencia abstracta, creyendo por eso que le dan consistencia. Pero en ese dominio para saber escribir es necesario haber leído, y para saber leer es necesario saber vivir: esto es lo que el proletariado tendrá que aprender de una sola vez en la lucha revolucionaria. Sin embargo, el pro-situ no puede percibir críticamente la vida real porque toda su actitud tiene como fin precisamente escapar ilusoriamente a su aíligida vida, buscando enmascararles, y sobre todo intentando vanamente comprometer a los otros por ese camino. Debe postular que su conducta es esencialmeiite@buena, por lo tanto radical, y ontológicamen te revolucionaria. En relación con esta garantía central imaginaria, le parecen naderías mil errores circunstanciales o cómicas deficiencias. No los reconoce, en el mejor de los casos, sino como el resultado que ha generado su detrimento. Se consuela y se excusa afirmando que no cometerá más esos errores y que por principio, no cesará de mejorar. Pero está indefenso igualmente ante los errores subsiguientes, es decir ante la necesidad práctica de comprendei- lo que hace en el momento mismo de hacerlo: evaluar las condiciones, saber lo que se quiere y lo que se elige, cuáles serán sus consecuencias y cómo dominarlas de la mejor manera posible. El prositu dirá que quiere todo porque en realidad, desesperado de alcanzar el más mínimo fin real, no quiere nada más que hacer saber que lo quiere todo con la esperanza de que alguien admire su seguridad y su hermosa alma. Necesita una totalidad que, como él, no tenga ningún contenido. Ignora la dialéctica porque, negándose a mirar su propia vida, se niega a comprender el tiempo. El tiempo le da miedo porque está hecho de saltos cualitativos, de elecciones irreversibles, de ocasiones que no volverán a presentarse. El pro-situ disfraza el


tiempo de simple espacio uniforme que atravesará, de error en error y de insuficiencia en insuficiencia, enriqueciéndose constantemente. Como el pro-situ teme siempre que se aplique a su propio caso, detesta la crítica teórica cada vez que se mezcla con los hechos concretos, por lo tanto cada vez que adquiere una existencia efectiva: todos los ejemplos le producen escalofríos, porque sólo conoce el suyo propio, que es el que quiere ocultar. El pro-situ querría ser original reafirmando lo que ha reconocido, lo mismo que tantos otros, como demasiado evidente; no ha pensado jamás lo que haría en diferentes situaciones concretas que siempre son originales. El pro-situ, que se mantiene en la repetición de algunas generalidades, calculando que sus errores serán menos precisos y sus autocríticas inmediatas más fáciles, trata con predilección del problema de la organización, porque busca la piedra filosofal que produzca la transmutación de su merecida soledad en "organización revolucionaria" utilizable para él. Como no sabe de lo que se trata, el pro-situ solo reconoce los progresos de la revolución en la medida en que ésta se ocupe de él. De manera que cree que conviene generalmente decir que el movimiento de Mayo ha refluido posteriormente. Pero también repite que la época es cada vez más revolucionaria para que se piense que es como ella. Los pro-situs erigen su impotencia y su impaciencia en criterios de la historia y de la revolución -, y de esa manera no ven progresarcasi n ada fuera de su invernadero bien cerrado, donde realmente no cambia nada. A fin de cuentas todos los pro-situs están deslumbrados por el éxito de I.S. que para ellos es verdaderainente algo espectacular y que envidian agriamente. Evidentemente todos los pro-situs que han tratado de acercársenos han sido tan mal tratados que se ven obligados a revelar, subjetivamente, su verdadera naturaleza de enemigos de la I.S.; lo que no importa demasiado pues tampoco permanecen en esa actitud demasiado tiempo. Esos dogos sin dientes querrían descubrir cómo la I.S. ha podido actuar, y si no sería la culpable de haber suscitado semejante pasión; y entonces utilizaría la receta para su provecho. El pro-situ, carterista sin medios, se ve obligado a anunciar de golpe el triunfo total de sus ambiciones, alcanzadas el día en que se ha entregado a la radicalidad: el más simple foutriquent asegurará que conoce perfectamente, desde semanas, la fiesta, la teoría, la comunicación, la dialéctica; no le faltará más que una revolución para disfrutar de la felicidad.


Allí arriba espera la llegada de un admirador que se hace esperar. Se debe hacer notar aquí la forma particular de la mala fe que se revela en la elocuencia por la cual esta banalidad se pavonea. Primeramente, allí donde es menos práctica es donde más habla de revolución; donde su lenguaje está más muerto y es más correoso pronuncia con más frecuencia las palabras "vivido" y "apasionante" y donde manifiesta más fatuidad y vanidoso arribismo tiene siempre en la boca la palabra proletariado. Todo ello quiere decir que la teoría revolucionaria moderna, habiendo tenido que hacer una crítica de la vida entera, no puede degradarse, en los que quieran volverla a tomar sin saber practicarla, más que en ideología total, que no deja ya nada verdadero en ninguno de los aspectos de su pobre vida. 30.Mientras que la I.S. ha sabido burlarse despiadadamente de las dudas, las debilidades y las miserias de sus primeras tentativas, mostrando a cada momento las hipótesis, las oposiciones y las rupturas que han constituido su historia misma -principalmente poniendo ante los ojos del público en 1971 la reedición íntegra de la revista Internattionalle Situationniste, donde se encuentra consignado ese proceso- es por el contenido como un bloque que los pro-situs, absolutamente divididos entre sí, han pretendido constantemente emular la I.S. Se cuidan de entrar en detalles, por todas partes legibles, de los enfrentamientos y de las elecciones, para limitarse a aprobar completamente lo que ha ocurrido. Y actualmente cuando son de alguna manera funcionalmente vaneigenistas tiran por tierra atrevidamente a Vaneigen, olvidando que no han dado pruebas nunca ni de una centésima de su antiguo talento y escupen ante la fuerza que no comprenden mejor. Pero la menor crítica real de lo que son disuelve a los pro-situs, explicando la naturaleza de su ausencia, porque ellos han demostrado continuamente su ausencia tratando de hacerse ver: no han interesado a nadie. En cuanto a los situacionistas que no fueron sino contemplativos -o, para algunos, principalmente contemplativos-- y que pueden alegrarse de suscitar un cierto interés en tanto que miembros de la I.S., han descubierto, al salir de la I.S., la dureza de un mundo donde ahora tienen que actuar personalmente; y casi todos adquieren, al enfrentarse con condiciones idénticas, la insignificancia de los pro-situs. 31.- Cuando la I.S. ha decidido subrayar el aspecto colectivo de su actividad y presentar la mayor parte de sus textos en un relativo anonimato, era porque, realmente, sin esa actividad colectiva nada de nuestro proyecto hubiera podido formularse ni ejecutarse y porque era necesario impedir entre nosotros la designación de algunas celebridades personales que el espectáculo hubiera podido manipular contra nuestro fin común: eso se ha logrado porque ninguno de los que tenían los medios de adquirir una celebridad personal, al menos en tanto que miembros de la I.S., lo han querido; y porque quienes podían quererlo no tenían los medios. Pero entonces se han puesto las bases para la constitución ulterior, en la mística de los simpatizantes situs, del conjunto de la I.S. en vedette colectiva. Esa táctica fue acertada, sin embargo, porque lo que ella nos ha permitido


alcanzar tenía infinitamente más importancia que los inconvenientes que ha podido favorecer en el estadio siguiente. Cuando la perspectiva revolucionaria de la I.S. sólo era aparentemente nuestro proyecto común, resultaba imprescindible defender sus posibilidades de existen cia y de desarrollo. Hoy que se ha convertido en proyecto común de tantas gentes, las necesidades de la nueva época van a encontrar, más allá de la pantalla de las concepciones irreales que no pueden traducirse en fuerzas -y tampoco en frases- las obras y los actos precisos que la lucha revolucionaria actual debe apropiarse y verificar; y que sobrepasará. 32.- La causa de la desgracia de los espectadores de la I.S. no tiene nada que ver con lo que I.S. haya hecho o dejado de hacer; la influencia de algunas simplificaciones, estilísticas o teóricas, del primitivismo situacionista sólo juegan un papel escaso. Los prositus y vaneigenistas son más bien el producto de la debilidad y de la inexperiencia generales del nuevo movimiento revolucionario, del inevitable período de contraste agudo entre la amplitud de su tarea y la limitación de su medio. La tarea que se les da, desde que se ha comenzado a aprobar la I.S., es en sí misma anonadante; pero para los simples pro-situs, lo es absolutamente, por lo que enseguida la desbandada. Es la longitud y la duración de ese camino histórico lo que crea, en la parte más débil y más pretenciosa de la actual generación prorevolucionaria, la que, con otras palabras, no sabe todavía más que pensar y vivir según los modelos fundamentales de la sociedad dominante, el milagro de una especie de atajo turístico hacia sus fines infinitos. Como compensación de su inmovilidad real y de su sufrimiento real, el pro-situ consume la ilusión infinita de estar no solamente en ruta, sino literalmente a la entrada de la Tierra Prometida de la reconciliación feliz con el mundo y consigo mismo, allí donde su mediocridad insoportable se transfigurará en vida, en poesía, en importancia. Lo que significa decir que el consumo espectacular de la radicalidad ideológica en la esperanza de distinguirse jerárquicamente de los vecinos, y en su permanente decepción, es idéntica al consumo efectivo de todas las mercancías espectaculares, y como él condenado.


33.- Quienes describen el fenómeno, verdaderamente sociológico, de los pro-situs, como algo inaudito, que no se podía imaginar antes de la pasmosa existencia de la I.S., demuestran ser muy ingenuos. Siempre que ideas revolucionarias extremas han sido reconocidas y retomadas por una época, se ha producido en una cierta juventud una alianza entusiasta, principalmente entre intelectuales o semiintelectuales deselasados que aspiran a un papel social privilegiado, categoría que la enseñanza moderna ha multiplicado al mismo tiempo que rebajaba todavía más su calidad. Sin duda los pro-situs son claramente más insuficientes y desgraciados, porque hoy las exigencias de la revolución son más complejas y la enfermedad de la sociedad más espantosa. Pero la única diferencia fundamental con los períodos en los que se han reclutado blanquistas, los marxistas social-demócratas o los bolcheviques, reside en que antes ese tipo de gentes estaban encuadradas y empleadas en una organización jerárquica, mientras que los I.S. han dejado a los pro-situs masivamente fuera. 34.Para comprender a los pro-situs es encesario comprender su base social y sus intenciones sociales. Los primeros obreros afiliados a las ideas situacionistas, generalmente llegados del ultraizquierdismo y en consecuencia marcados por el escepticismo de su larga ineficacia, inicialmente muy aislados en sus fábricas y relativamente sofisticados por sus conocimientos sin ninguna utilidad, aunque a veces bastante sutil, de nuestras teorías han podido frecuentar, no sin desprecio, el medio infra-intelectual de los pro-situs pero generalmente los obreros que descubren entonces colectivamente las perspectivas de la I.S. en la huelga salvaje o en cualquier forma crítica de sus condiciones de existencia, no se hacen prositus. Y por lo demás, fuera de los obreros, todos los que han emprendido una tarea revolucionaria concreta o que han roto efectivamente con el género de vida dominante, no son tampoco pro-situs: el prositus se define primeramente por su huida ante tales tareas y ante semejante ruptura. Los pro-situs no son sólo estudiantes que persiguen realmente una cualificación cualquiera a través de los exámenes de la presente subuniversidad; y no son sólo hijos de burgueses. Pero todos están ligados a una capa social determinada, bien porque se propongan adquirir realmente el estatus de la misma, bien porque se limiten a consumir por adelantado sus ilusiones específicas. Esta capa es la de los cuadros. Aunque sea seguramente la más aparente en el espectáculo social, permanece desconocida para los pensadores de la rutina izquierdista, que tienen un interés directo en mantenerse en el resumen empobrecido de la definición de las clases del siglo XIX: o bien quieren disimular la existencia de la clase burocrática en el poder o intentando el poder totalitario, o bien, y con frecuencia simultáneamente, quieren disimular sus propias condiciones de existencia y sus propias aspiraciones en tanto que cuadros privilegiados en las relaciones de producción dominadas por la burguesía actual. 35.- El capitalismo ha modificado continuamente la composición de las clases a medida que transfoma el trabajo social global. Ha debilitado o recompensado, suprimido ocreado,


clases que tienen una función secundaria en la producción del mundo de la mercancía. Sólo la burguesía y el proletariado, las clases históricas primordiales de ese mundo, continúan jugando entre ellas el destino, en un enfrentamiento que sigue siendo el mismo. Pero las circunstancias, la decoración, las comparsas y hasta el espíritu de los protagonistas principales, han cambiado con el tiempo, habiéndose llegado al último acto. El proletariado según Lenin, cuya definición corregía de hecho la de Marx, era la masa de los obreros de la gran industria; los más cualificados profesionalmente se encontraban en una situación marginal sospechosa, bajo la noción de aristocracia obrera. Dos generaciones de estalinistas y de imbéciles, apoyándose en ese dogma, han rechazado a los trabajadores que han hecho la Comuna de París, trabajadores todavía bastante próximos al artesanado o a los talleres de la pequeña industria, su plena condición de proletarios. Los mismos pueden también preguntarse sobre el ser del proletariado actual, perdido en múltiples estratificaciones jerárquicas, desde el obrero especializado de las cadenas de montaje y el peón emigrado hasta el obrero cualificado y el técnico o el semi-técnico; y así se llega a la pregunta bizantina sobre si el conductor de la locomotora produce personalmente plus-valía. Lenin tenía sin embargo razón en que el proletariado de Rusia entre 1890 y 1917, se reducía esencialmente a los obreros de la gran industria moderna que acababa de aparecer en ese mismo momento, con el reciente desarrollo capitalista importado en ese país. Fuera de ese proletariado no existía en Rusia otra fuerza revolucionaria urbana que el sector radical de la intelligentsia; mientras que todo era diferente en los países donde el capitalismo, con la burguesía de las ciudades, había conocido su maduración natural y su aparición original. Esa intelligentsia rusa buscaba, como en otros lugares las capas homólogas más moderadas, conseguir el encuadramiento político de los obreros. Las condiciones rusas favorecían un encuadramiento de naturaleza directamente política en las empresas: las uniones profesionales estuvieron dominadas por una especie de aristocracia obrera que pertenecía al partido social-demócrata y a su fracción menchevique y no a la bolchevique, mientras que en Inglaterra, por ejemplo, la capa equivalente de las trade-unions permanecía apolítica y reformista. Que el pillaje del planeta por el capitalismo en su estadio imperialista le permite mantener un


mayor número de obreros cualificados bien pagados, es una constatación que, bajo un velo moralista, no tiene mayor importancia para la evaluación de la política revolucionaria del proletariado. El último "obrero especializado" de la industria francesa o alemana de hoy, aunque sea un inmigrado maltratado e indigente, se beneficia de la explotación planetaria del productor de caucho o de cobre en los países subdesarrollados y no deja de ser un proletario. Los trabajadores cualificados, disponiendo de más tiempo, de dinero, de instrucción, han dado, en la historia de las luchas de clase, electores satisfechos con su suerte y respetuosos de las leyes, pero también revolucionarios extremistas, en los espartaquistas y en la FAI. Considerar como aristocracia obrera sólo a los partidarios y empleados de los sindicatos reformistas significa enmascarar bajo una polémica seudoeconomista la verdadera cuestión económicopolítica del encuadramiento exterior de los obreros. Los obreros, para su indispensable lucha económica, tienen necesidad inmediata de cohesión. Comienzan a saber cómo pueden adquirir por sí mismos esa cohesión en las grandes luchas de clase, que son al mismo tiempo siempre, para todas las clases en contlicto, luchas políticas. Pero en la lucha cotidiana -el primun vivere de la clase, en lo que parecen solamente luchas económicas y profesionales, los obreros han obtenido primeramente esa cohesión por una dirección burocrática que, en ese momento, se reclutaba en la clase misma. La burocracia es una vieja invención del Estado. Apropiándose del Estado, la burguesía ha tomado a su servicio la burocracia estatal y ha desarrollado luego la burocratización de la producción industrial por gerentes, siendo esas dos formas burocráticas las suyas propias, para su directo servicio. En un estadio ulterior de su reinado la burguesía utiliza también la burocracia subordinada, y rival, que se ha formado desde las organizaciones obreras, llegando a servirse, a escala de la política mundial y para el mantenimiento del equilibrio existente en la actual división de las tareas capitalistas, de la burocracia totalitaria que posee en propiedad la economía y el Estado en muchos países. A partir de un punto de desarrollo general de un país capitalista avanzado, y de su Estado-providencia, hasta las clases en liquidación que, al estar constituidas por productores independientes aislados, no pueden darse una burocracia, por lo que envían a sus hijos a los grados inferiores de la burocracia estatal -campesinos, pequeños burgueses, comerciantes confían su defensa, ante la burocratización y la estatalización general de la economía moderna concentrada, a alguna burocracia particular: sindicatos de "jóvenes agricultores", cooperativas campesinas, uniones de comerciantes. Mientras tanto los obreros de la gran industria, de quienes Lenin se alegraba francamente porque la disciplina de la fábrica les hubiese condicionado, de manera mecanicista, a la obediencia militar, a la disciplina de cuartel, camino por el cual entendía que triunfaría el socialismo en su partido y en su país, esos obreros que han aprendido dialécticamente todo lo contrario, son seguramente, sin ser todo el proletariado, su


centro: porque asumen lo esencial de la producción social y pueden interrumpirla en cualquier momento y porque están mejor capacitados que nadie para reconstruirla haciendo tabula rasa de la supresión de la alienación económica. Cualquier definición puramente sociológica del proletariado, bien sea conservadora o izquierdista, oculta de hecho una elección política. El proletariado solo se puede definir históricamente por lo que puede hacer y por lo que puede y debe querer. De la misma manera, la definición marxista de la pequeña-burguesía, que tanto se ha utilizado luego como estúpida charlatanería, es también una definición que reposa sobre la posición de la pequeña burguesía en las luchas históricas de su tiempo, pero reposa, al contrario de la del proletariado, sobre una comprehensión de la pequeña burguesía como clase oscilante y dividida que solo puede querer sucesivamente fines contradictorios, y que no hace más que cambiar el campo con las circunstancias que le empujan. Separada en sus intenciones históricas, la pequeña burguesía ha sido también, sociológicamente, la clase menos definible y la menos homogénea de todas: podía reunir a un artesano y a un profesor de universidad, a un pequeño comerciante próspero y a un médico pobre, a un oficial sin fortuna y a un funcionario agresivo, al bajo clero y al patrón de pesca. Pero hoy, y seguramente sin que todas esas profesiones se hayan fundido en bloque con el proletariado industrial, la pequeña burguesía de los países económicamente avanzados ha abandonado la escena de la historia por los corredores donde se debaten los últimos defensores del pequeño comercio. Solo tiene una existencia de museo, como maldición ritual que cada burócrata obrerista lanza gravemente contra los que no militan en su secta. 36.- Los cuadros son hoy la metamorfosis de la pequeña burguesía urbana de productores independientes que se ha convertido en asalariada. Esos cuadros están, también, muy diversificados, pero la capa real de los cuadros superiores, que constituye para los otros el modelo y los fines ilusorios, mantiene múltiples lazos con la burguesía y se integra casi siempre con ella. La gran masa de los cuadros se compone de cuadros medios y de pequeños cuadros, cuyos intereses reales están mucho menos alejados de los del proletariado que lo estuvieran los de la pequeña burguesía -porque el cuadro no posee su instrumento de trabajo-, pero cuyas concepciones sociales y aspiraciones de promoción se enlazan firmemente con los valores y perspectivas de la burguesía moderna. Su función económica enlaza esencialmente con el sector terciario, con los servicios, y en particular con la rama propiamente espectacular del comercio, del


mantenimiento y del elogio de las mercancías, incluyendo entre estas el trabajo mercancía mismo. La imagen del género de vida y de las gentes que la sociedad fabrica expresamente para ellos, sus hijos modelos, influye ampliamente sobre las capas más pobres de funcionarios o pequeño-burgueses que esperan su reconversión en cuadros; y también sobre un sector de la burguesía media actual. El cuadro dice siempre "de un lado, del otro lado", porque se sabe desgraciado en cuanto a trabajador, pero quiere creerse feliz en tanto consumidor. Cree de manera ferviente en el consumo, precisamente porque está lo suficientemente pagado para consumir un poco más que los otros, pero las mismas mercancías en serie: raros son los arquitectos que habitan los rascacielos que construyen, pero numerosos los vendedores de comercio de semilujo que compran los vestidos que ellos mismos propagan por el mercado. El cuadro representativo se sitúa entre ambos extremos; admira el arquitecto y es imitado por el vendedor. El cuadro es el consumidor por excelencia, es decir, el espectador por excelencia. El cuadro está inseguro y decepcionado siempre, en el centro de la falsa conciencia moderna y de la alienación social. Aspira siempre a más de lo que es y que no puede ser. Pretende y al mismo tiempo duda. Es el hombre enfermo, nunca seguro de sí mismo, Pero disimulándolo. Es el hombre absolutamente dependiente, que se cree capaz de reivindicar la libertad misma idealizada como consumo semi-abundante. Es el ambicioso constantemente revuelto hacia su porvenir, por lo demás miserable, mientras duda hasta de ocupar su lugar presente. No es por azar (De la miseria en el medio estudiantil) que el cuadro sea siempre el antiguo estudiante. El cuadro es el hombre a falta de: su droga es la ideología del espectáculo puro, del espectáculo de nada. Para él se cambian hoy la decoración de las ciudades, para su trabajo y su descanso, desde los mastodontes de despachos hasta la cocina insulsa de los restaurantes donde se habla alto para que los vecinos oigan que se ha educado la voz junto a los altavoces de los acreopuertos. Llega con retraso, y en masa, a todo, queriendo ser el único y el primero. En resumen, según la reveladora acepción reciente de una vieja palabra del argot, el cuadro es al mismo tiempo el plouc. En lo que precede hemos dicho "hombre" para conservar la simplicidad del lenguaje teórico. El cuadro es al mismo tiempo, y hasta en su mayoría, la mujer, que ocupa su misma función en la economía y adopta el estilo de vida que le corresponde. La vieja alienación femenina, que habla de la liberación con la lógica y las entonaciones de la esclavitud, se refuerza con toda la alienación extrema del fin del espectáculo. Tanto que se trate de su oficio o de sus relaciones los cuadros fingen siempre que han querido lo que han tenido y su angustiosa insatisfacción oculta los lleva, no a querer algo mejor, sino a tener más, de la misma "privación hecha más rica". Siendo los cuadros fundamentalmente gentes separadas, prolifera en su medio el mito de la pareja feliz, aunque desmentido, como los demás, por la realidad más inmediatamente agobiante. El cuadro recomienza esencialmente la triste historia del pequeño-burgués, porque él es pobre y querría hacer creer que


es recibido en las casas de los ricos. Pero el cambio de las condiciones los diferencia diametralmente en muchos puntos, que están en el primer plano de su existencia: el pequeño burgués se quiere austero mientras el cuadro debe mostrar que lo consume todo. El pequeño burgués estaba estrechamente asociado a los valores tradicionales, mientras el cuadro debe perseguir las pseudo-novedades semanales del espectáculo. La sosa tontería del pequeño-burgués se fundaba en la religión y en la familia; la del cuadro se licúa en la corriente de la ideología espectacular, que no le deja nunca en reposo. Puede seguir la moda hasta aplaudir la imagen de la revolución -muchos han favorecido la atmósfera del movimiento de las ocupaciones- y algunos creen todavía hoy que apoyan a los situacionistas. 37.- El comportamiento de los pro-situs se inscribe totalmente en las estructuras de esa existencia de los cuadros y en primer lugar, como para estos, esa existencia les pertenece mucho más en tanto que ideal reconocido que como género de vida real. La revolución moderna proviniendo del partido de la conciencia histórica, choca directamente con esos partidarios y esclavos de la falsa conciencia. Debe primeramente desesperarlos, haciendo su vergüenza todavía más vergonzosa. Los pro-situs está a la moda, en un momento en que no importa declararse partidario de crear situaciones sin retorno, y en el que el programa de un visible partido socialista internacional se propone audazmente cambiar la vida. El prositu, y nunca temerá decirlo, vive de las pasiones, dialoga con la transparencia, rehace radicalmente la fiesta y el amor, de la misma manera que el cuadro encuentra en el campo el buen vino que embotellará él mismo o hará excursiones a Katmandu. Para el prositu, como para el cuadro, el presente y el porvenir están ocupados por el consumo que se ha hecho revolucionario: aquí, se trata ante todo de la revolución de las mercancías, del reconocimiento de una incesante serie de putschs por los cuales se sustituyen las mercancías prestigiosas y sus exigencias; allí se trata ante todo de la prestigiosa mercancía de la revolución misma. Por todas partes se da la misma pretensión de autenticidad en un juego cuyas condiciones, agravadas además por la fullería impotente, prohíben absolutamente en el punto de partida la menor autenticidad. Es la misma mentira del diálogo, la misma pseudocultura contemplada con rapidez y de lejos. Es la misma pseudoliberación de las costumbres que no encuentra otra cosa sino la misma espantada del placer: Sobre la base de la misma radical ignorancia, pero disimulada, se enraiza y se


institucionaliza, por ejemplo, la perpetua interacción trágicocómica de la tontería masculina y de la simulación femenina. Pero más allá de todos los casos particulares, la simulación general es su elemento común. La principal particularidad del pro-situ es que él sustituye por puras ideas el camelo que el cuadro consume efectivamente. Es el simple sonido de la moneda espectacular, lo que el pro-situ cree que puede imitar más fácilmente que esa moneda; pero está alentado en esa ilusión porque esas mercancías que el consumo actual finge admirar hacen mucho más ruido que placer. El pro-situ querría poseer todas las cualidades del horóscopo: inteligencia, coraje, seducción y experiencia; y se extraña, cuando no ha pensado en conseguirlas ni en utilizarlas, de que la práctica más simple sustituya su cuento de la lechera por ese triste azar que no ha sabido ni siquiera disimular. El cuadro no ha convencido nunca a ningún burgués ni a ningún cuadro, de que estaba por encima de un cuadro. 38.- El pro-situ, naturalmente, no puede desdeñar los bienes económicos de que dispone el cuadro, puesto que toda su vida cotidiana se orienta por los mismos gustos. Es revolucionario porque querría tenerlos sin trabajar; o más bien tenerlos enseguida "trabajando" en la revolución antijerárquica que va a abolir las clases. Engañado por la facilidad con que se consigue pequeñas becas de estudio, por medio de las cuales la burguesía actual recluta sus pequeños cuadros en diversas clases -pasando fácilmente a las pérdidas y ganancias la fracción de estos subsidios que sirven durante algún tiempo para el entretenimiento de gentes que dejaron la fila- el pro-situ piensa secretamente que la sociedad actual debería darle toda suerte de facilidades, aunque no trabaje, no tenga ni dinero ni talento, sólo porque se declara revolucionario. Le parece que se le debe reconocer como revolucionario porque ha declarado que permanecía en estado puro. Esas ilusiones se las llevará el viento: su duración está limitada a dos o tres años durante los cuales el prositu puede creer que un milagro económico le salvará, sin saber cómo, en tanto que privilegiado. Muy pocos tendrán las energías, y las cualidades, para esperar de esa manera la realización de la revolución, que les decepcionaría parcialmente. Irán al trabajo. Algunos se convertirán en cuadros y la mayoría se conformará como trabajadores mal pagados. Muchos se resignarán. Otros se convertirán en trabajadores revolucionarios. 39.- Cuando los situacionistas debían criticar algunos aspectos de su propio éxito, que al mismo tiempo les permitía y les obligaba a marchar más lejos, se encontraban, particularmente mal conformados y poco aptos para la autocrítica. Muchos de sus miembros se descubrían incapaces hasta seguir participando en la simple continuación de sus actividades precedentes: estaban mejor dispuestos para magnificar las realizaciones pasadas, ya inaccesibles, que para asignarse, sobrepasándolas, tareas todavía más difíciles. Fue necesario, a partir de 1967, la presencia en lugares donde comenzaba la subversión política que buscaban nuestra teoría y, principalmente a partir del otoño de 1968, la actuación para dar a conocer en el extranjero, como eran en Francia, la experiencia y las


principales consecuencias del movimiento de las ocupaciones. Ese período incremento el número de miembros de la I.S. pero no su calidad. A partir de 1970 lo esencial de ese movimiento se había reiniciado felizmente y extendido por medio de elementos revolucionarios autónomos. Los partidarios de la I.S. se han encontrado, casi por todas partes, allí donde comenzaban las luchas obreras y extremistas, en los países donde fue mayor la agitación. Seguían siendo, sin embargo, los miembros de la I.S. quienes tenían que asumir las responsabilidades de la posición de la I.S. y sacar las conclusiones necesarias de la nueva época. 40.- Muchos de los miembros de la I.S. no habían conocido el tiempo del que decíamos que "curiosos emisarios viajaban por Europa y más allá"; encontrándose portadores de increíbles instrucciones (I.S. nº 5, diciembre de 1960). Ahora que tales instrucciones no son ya increíbles, pero se hacen más complejas y más precisas, esos camaradas se comportan mal en casi todas las circunstancias donde es necesario arriesgarse. Junto a quienes, de hecho, no habían entrado nunca en la I.S., un par de miembros que habían conseguido algún mérito en años más pobres pero más tranquilos, completamente gastados por la aparición de la época que habían deseado, se habían salido de hecho de la I.S., pero sin querer reconocerlo. Era necesario constatar entonces que muchos situacionistas no sabían lo que significaba introducir ideas nuevas en la práctica y recíprocamente reescribir las teorías con ayuda de los hechos; y eso era lo que la I.S. había realizado. 41.- Porque algunos de los primeros situacionistas hayan sabido pensar, hayan sabido arriesgarse y hayan sabido vivir, o que, entre todos que han desaparecido, muchos hayan acabado suicidándose o en los hospitales psiquiátricos, no por eso se podía transmitir hereditariamente a los últimos en llegar el coraje, la originalidad, ni el sentido de la aventura. El idilio más o menos vaneigenistas -Et in Arcadia situ egocubría con el formalismo jurídico de la igualdad abstracta la vida de quienes no han probado sus cualidades ni con su participación en la I.S. ni en nada de su existencia personal. Reincorporando esa


concepción todavía burguesa de la revolución, solo eran ciudadanos de la I.S.. Se comportaban, en todas las circunstancias de su vida, realmente como los hombres de la aprobación; estando en la I.S. se han creído salvar colocándose bajo el signo de la negación históricas pero esa negación misma se habían contentado con aprobarla dulcemente. Los que no decían nunca yo y tu, sino siempre nosotros y se hallaban frecuentemente por debajo de la militancia política, mientras que la I.S. había sido, desde los orígenes un proyecto mucho más amplio y profundo que un movimiento revolucionario simplemente político. Coincidían dos milagros; que les parecía que se originaban en el mundo en su atonía discreta: la I.S. hablaba y la historia la confirmaba, la I.S. tenía que serlo todo para los que no hacían nada; y que por otra parte no llegaban a ninguna parte. Así por creencias muy diversas y hasta opuestas se apoyaban recíprocamente en la unidad contemplativo fundada en la excelencia de la I.S.; y la I.S. se obligaba a garantizar también la excelencia de lo que había de más mediocre en el resto de su existencia. Los más tristes hablaban de juego, los más resignados hablaban de pasión. La pertenencia, aunque solo fuera contemplativa, a la I.S. debería de bastar para probar todo eso, que de otra forma nadie se hubiera creído. Aunque muchos observadores, políticos o lo que fueran, denunciando la presencia directa de la I.S. en cien empresas de agitación que se desarrollan sin ayuda de nadie por todo el mundo, hayan conseguido dar la impresión de que todos los miembros de la I.S. trabajaban veinte horas por día para revolucionar el planeta, es necesario subrayar la falsedad de esa imagen. La historia registrará por el contrario la significativa economía de fuerzas con la que la I.S. ha sabido hacer lo que ha hecho. De manera que, cuando afirmamos que algunos situacionistas hacían verdaderamente demasiado poco es necesario comprender que aquellos no hacían literalmente casi nada. Además hay que añadir un hecho notable que verifica la existencia dialéctica de la I.S.: no hubo ningún tipo de oposición entre teóricos y prácticos de la revolución o de cualquier otra cosa. Los mejores teóricos han sido siempre también los mejores prácticos y los que hacían peor papel como teóricos eran también los más indefensos ante toda cuestión práctica. 42.- Los contemplativos en la I.S. eran los pro-situs consignados, porque veían su actividad imaginaria confirmada por la I.S. y su historia. El análisis que hemos hecho del pro-situ y de su posición social, se aplica plenamente a ellos, y por idénticas razones: la ideología de la I.S. está dirigida por todos los que no han sabido conducir la teoría y la práctica de la I.S.- Los "garnautins" excluidos en 1967 han representado el primer caso del fenómeno pro-situ en la I.S.; pero se han extendido luego mucho. A la inquietud envidiosa del pro-situ vulgar, nuestros contemplativos la sustituyen aparentemente con el gozo tranquilo. Pero la experiencia de su propia inexistencia, en contradicción con las exigencias de la actividad histórica que se dan en la I.S. -no solamente en su pasado, sino multiplicadas por la extensión de las luchas actuales- les producía una ansiosa disimulación; les llevaba


todavía a encontrarse más molestos que los pro-situs exteriores. La relación jerárquica que existía en la I.S., era de un tipo nuevo, invertido; quienes la sufrían, la disimulaban. Esperaban, con temor y temblor el final que les amenazaba que durará lo más posible, en el falso atolondramiento y la pseudo-inocencia, porque muchos se creían a punto de alcanzar algunas recompensas históricas; y no las han tenido. 43.- Estamos aquí para combatir el espectáculo, no para gobernarlo. Los más astutos de los contemplativos creían sin duda que el afecto de todos exigiría que se limitase su número o, en uno o dos casos, su reputación. En esto como en muchas otras cosas se han engañado. Ese "patriotismo de partido" no tiene apoyo en la acción revolucionaria real de la I.S. "Los situacionistas no forman un partido distinto... No tienen intereses separados de los del proletariado" Llamada de atención al prolelariado italiano, sobre las actuales posibilidades de la revolución social, 19 de noviembre de 1969. Y la I.S. no ha sido algo que haya sido necesario dirigir; y mucho menos actualmente. Los situacionistas se han dado libremente, en un mundo demasiado áspero, una regla de juego muy dura; y la han sufrido naturalmente. Era imprescindible expulsar a esas bocas inútiles, que sólo saben hablar para mentir sobre lo que eran y para reiterar promesas gloriosas sobre lo que nunca podrán ser. 44.- Si se ha llegado a contemplar a la I.S. como la organización revolucionaria en sí, como una existencia fantasmal de la pura idea de organización, habiéndose convertido para muchos de sus miembros en una entidad exterior, a la vez distinta de lo que la I.S. había realizado efectivamente y distinta de su norealización personal, pero abarcando desde arriba esas realidades contradictorias, es evidentemente porque los contemplativos no habían comprendido, ni querido saber, lo que puede ser una organización revolucionaria, y lo que había podido ser la suya. Esta comprensión la produce la incapacidad de pensar y actuar en la historia, y por el derrotismo individual 11 que reconoce vergonzosamente semejante incapacidad y querría, no remontarla, sino disimularla. Aquellos que, en vez de afirmar y desarrollar sus


personalidades reales en la crítica y la decisión sobre lo que la organización en todo momento hace Y podría hacer, elegían perezosamente la aprobación sistemática, no han deseado otra cosa que ocultar esa exterioridad por su identificación imaginaria con el resultado. 45.- La ignorancia sobre la organización es la ignorancia central sobre la praxis; y cuando se trata de ingnorancia querida, solo expresa la intención perezosa de mantenerse fuera de las luchas históricas, yendo a pasear, los domingos y los días de fiesta, como espectadores advertidos y exigentes. El error sobre la organización es el error práctico más importante. Si es voluntario, trata de utilizar a las masas. Si no lo es, significa un error completo sobre las condiciones de la práctica histórica. Es por lo tanto error fundamental en la teoría misma de la revolución. 46.- La teoría de la revolución no surge solamente del dominio de los conocimientos propiamente científicos y mucho menos de la construcción de una obra especulativa o de la estética del discurso incendiario que se contempla a sí mismo en sus propias alabanzas líricas, y encuentra que ha hecho ya algo caliente. Esa teoría no tiene existencia efectiva sino es por su victoria práctica: "es necesario que a los grandes pensamientos les sigan grandes efectos; es necesario que sean como la luz del sol que produce lo que ella ilumina". La teoría revolucionaria es el dominio del peligro; el dominio de la incertidumbre; le está prohibida a gentes que prefieren las certidumbres somníferas de la ideología, comprendida hasta la certidumbre oficial de ser los firmes enemigos de toda ideología. La revolución de la que se trata es una forma de las relaciones humanas. Forma parte la existencia social. Se trata de un conflicto entre intereses universales concernientes a la totalidad de la práctica social y es precisamente por lo que difiere de otros conflictos. Las leyes del conflicto son sus leyes, la guerra es su camino, y sus operaciones son comparables más a un arte que a una investigación científica o a una enumeración de buenas intenciones. La teoría de la revolución se juzga por un único criterio: su saber debe llegar a ser un poder. 47.- La organización revolucionaria de la época proletaria se define por los diferentes momentos de la lucha donde, cada vez, tiene que triunfar; y les es necesario en cada uno de esos momentos lograr no convertirse en poder separado. No se puede hablar de la las fuerzas que pone en juego aquí y ahora, ni de la organización revolucionaria haciendo abstracción de acción recíproca de sus enemigos. Cada vez que sabe actuar, une la práctica y la teoría, que proceden constantemente la una de la otra, pero nunca piensa que esa unión se pueda realizar por la simple proclamación voluntarista de la necesidad de su fusión total. Cuando la revolución está todavía muy lejos, la tarea más difícil de la organización revolucionaria consiste en la práctica de la teoría. Cuando la revolución comienza, su tarea más difícil consiste, de manera cada vez más acuciante, en la teoría de la


práctica, pero la organización revolucionaria se ha revestido entonces de otro ropaje. En la situación primera, pocos individuos son vanguardia, y deben probarlo por la coherencia de su proyecto general y por la práctica que le permite conocerlo y comunicarlo; en la segunda situación, las masas trabajadoras están en su tiempo y debe atenerse en él como sus únicos poseedores, dominando la totalidad de sus armas teólicas y prácticas y rechazando principalmente toda delegación de poder a una vanguardia separada. En la situación primera, una decena de hombres eficaces pueden bastar en los comienzos de la autoexplicación de una época que contiene en ella una revolución que no conoce todavía y que se le aparece ausente e imposible; en la segunda situación se necesita que la gran mayoría de la clase proletaria retenga y ejerza todos los poderes, organizándose en asambleas permanentes deliberativas y ejecutivas, que no dejen subsistir nada de la forma del viejo mundo y de las fuerzas que lo defienden. 48.- Allí donde se organizan como la forma de la sociedad en revolución, las asambleas proletarias son igualitarias, no porque todos los individuos hayan alcanzado el mismo grado de inteligencia histórica, sino porque han de hacerlo todos juntos y porque solo juntos tienen los medios. La estrategia total de cada miembro es su experiencia directa: tienen que comprometerse en ella todas sus fuerzas y soportar inmediatamente todos los riesgos. En los éxitos y en los fracasos de la empresa común concreta donde se han visto obligados a poner en juego toda su vida, la inteligencia histórica se muestra en ellos como un todo. 49.- La I.S. no se ha presentado nunca como un modelo de organización revolucionaria, sino como una organización determinada, que se ha dedicado en una poca precisa a tareas también precisas; y hasta en eso no ha sabido decir todo lo que era y no ha sabido ser todo lo que ha dicho. Los errores de organización de la I.S. en sus propias tareas concretas los han causado insuficiencias objetivas de la época precedente y también por insuficiencias subjetivas en nuestra comprensión de las tareas de tal época, de los límites afrontados y de las compensaciones que muchos individuos se crean en función de lo que


querrían y de lo que pueden hacer. La I. S., que ha comprendido la historia mejor que nadie en una época antihistórica, ha comprendido sin embargo demasiado poco la historia. 50.- La I.S. ha sido siempre antijerárquica, pero no ha sabido ser casi nunca igualitaria. Ha tenido razón al sostener un programa organizativo antijerárquico, y al seguir constantemente reglas formalmente igualitarias, por las cuales a todos los miembros se les reconocía el mismo derecho de decisión y recibían toda suerte de presiones para ejercerlo en la práctica; pero se ha equivocado rotundamente por no haber visto ni haber dicho los obstáculos, parcialmente inevitables y parcialmente circunstanciales, que ha encontrado en ese dominio. 51.- El peligro jerárquico, presente necesariamente en toda vanguardia real, tiene su verdadera medida histórica en las relaciones de una organización con el exterior, con los individuos o con las masas que esa organización puede dirigir o manipular. Sobre este punto la I.S. ha conseguido no llegar a ser una forma de poder: dejando fuera, obligando frecuentemente a la autonomía, a centenares de partidarios declarados o virtuales. La I.S., como se sabe, no ha querido admitir nunca más que a un pequeño número de individuos. La historia ha mostrado que esto no basta para garantizar en todos sus miembros, en el estadio de una acción avanzada, "la participación en su democracia total el reconocimiento y la auto-apropiación por todos de la coherencia de su crítica en la teoría crítica propiamente dicha, y en la relación entre esa teoría y la actividad práctica" (Definiciones mínimas de las organizaciones revolucionarias). Pero esa limitación debería servir para garantizar a la I.S. contra las diversas posibilidades de mando que una organización revolucionaria, cuando triunfa, puede ejercer en el exterior. No es pues en tanto que antijerárquica por lo que la I.S. se ha limitado a un pequeño número de individuos iguales a todos los efectos; es más bien porque la I.S. no ha querido comprometer directamente en su acción nada más que a ese pequeño número que ha sido efectivamente anti-jerárquica en lo esencial de su estrategia. 52.- En cuanto a la desigualdad que tan frecuentemente se ha manifestado en la I.S., y más que nunca cuando ha producido su reciente depuración, por una parte recae en lo anecdótico, puesto que los situacionistas que aceptaban de hecho una situación jerárquica eran precisamente los más débiles: descubriendo en la práctica su nada, hemos combatido una vez más el mito triunfalista de la I.S. y confirmado su verdad. Por otra parte, es necesario deducir una lección que se aplica generalmente a los periodos de actividades vanguardistas -de los que comenzamos a salir-, períodos en los que los revolucionarios están obligados, aunque quieran ignorarlo, a jugar con el juego de la jerarquía y no tienen como lo ha temido la I.S., la fuerza de no quemarse en ella; la teoría histórica no es el lugar de la igualdad; los períodos de comunidad igualitalia son las páginas en blanco. 53.- Actualmente los situacionistas están por todas


partes, y su tarea también. Todos los que piensan serlo tienen simplemente que hacer la prueba de la "verdad, es decir la realidad y el poder, la materialidad" de su pensamiento, ante el conjunto del movimiento revolucionario proletario, allí donde comienza a crear su internacional; y no solamente ante la Internacional Situacionista. No somos nosotros quienes tengamos que garantizar que tales individuos son o no son situacionistas; porque nosotros no tenemos necesidad ni tampoco nos gusta hacerlo. Pero la historia es un juez más severo que la I.S. Podemos sin embargo garantizar que ya no son situacionistas los que han abandonado la I.S. sin haber encontrado lo que habían dicho encontrar -la realización revolucionaria de ellos mismos y que sólo encontraron la estaca para golpearse. El término situacionista no ha sido utilizado más que para hacer pasar, en la reanudación de la guerra social, unas perspectivas y unas tesis: ahora que eso se ha hecho, esa etiqueta situacionista, en un tiempo en que todavía se necesita de etiquetas, podrá seguir en la revolución de una época, pero de otra manera. Como, además algunos situacionistas se asociarán directamente entre ellos -y en primer lugar para la tarea actual de pasar del primer período de los nuevos slogans revolucionarios recogidos por las masas a la comprensión histórica del conjunto de la teoría y a su desarrollo necesario-, esto es lo que las modalidades de la lucha práctica, y ningún otro apriorismo organizador, determinarán. 54.- Los primeros revolucionarios que han consagrado escritos inteligentes a la reciente crisis de la I.S. y se han acercado a una comprensión de su sentido histórico, han descuidado hasta ahora una dimensión fundamental del aspecto crítico de la cuestión: la I.S. posee efectivamente, a causa de todo lo que ha hecho, un cierto poder práctico, que no ha utilizado más que para su autodefensa, pero que podía evidentemente, cayendo en otras manos, llegar a ser nefasta para nuestro proyecto. Aplicar a la I.S. la crítica que había aplicado con tanta justicia para el viejo mundo, no es sólo asunto de la teoría, para un terreno donde nuestra teoría no tenía adversarios: es una actividad crítico-práctica precisa la que se ha realizado destruyendo la I.S. Un pequeño número de arribistas, por ejemplo, consiguiendo la fidelidad


rutinaria de algunos camaradas honrados, pero inclinados por su debilidad a mostrarse poco clarividentes y poco exigentes, hubiesen podido conservar durante algun tiempo el control de la I.S., al menos como objeto de un prestigio negociable. Aquellos que están desarmados y desprovistos de importancia, tenían en esa apropiacion su única arma y su única importancia. Solo la conciencia del exceso de su incapacidad les retenía; pero podían sentirse obligados en cualquier momento. 55.- El debate de orientación del año 1970, así como las cuestiones prácticas que era necesario resolver simultáneamente, habían mostrado que la crítica de la I.S., que en todos recibió una inmediata aprobación de principio, no podía convertirse en crítica real sino era llegando hasta la ruptura práctica, porque la contradicción absoluta entre el acuerdo siempre reafirmado y la parálisis de muchos en la práctica -comprendida la más mínima práctica de la teoría era el centro mismo de esa crítica. Nunca había sido tan previsible una ruptura en la I.S. Y esa ruptura se había convertido en urgente. A lo largo del desarrollo de este debate los que constituían la mayoría de los miembros de la I.S. -mayoría por otra parte informe, sin unidad, sin acción y sin perspectivas se vieron maltratados por una minoría; y con justa razón. No era posible estar de acuerdo con esas gentes sobre nada. Y ya se sabe que "los hombres deben ser tratados con mucho cuidado, o eliminados, porque se vengan de las ofensas ligeras, y las graves no las soportan". 56.- Bastó con declarar que era imprescinble una escisión. Cada quisqui tuvo que escoger su campo y cada quisqui tuvo su oportunidad, puesto que la cuestión a resolver era infinitamente más profunda que la brillante insuficiencia de este o aquel camarada. El que esa escisión forzada no haya producido del otro lado ningún escisionista que pueda sostenerse no cambia en nada su carácter de verdadera escisión; pero confirma su contenido. En la I.S., a medida que el número se encogía, las capacidades de maniobra de todos los que hubiesen querido conservar el status quo disminuía. El que esa escisión haya tenido por programa prohibir el confort precedente de los "situacionistas" que no cumplían nada de lo que afirmaban o refrendaban, hacía cada vez más difícil a los otros perserverar en el mismo tipo de bluff sin que se hubiesen sacado las conclusiones. Los que no tienen los medios de lucha por lo que quieren o contra lo que no quieren, esos nunca pueden hacer número sino por muy poco tiempo. 57.- Al contrario de las depuraciones precedentes que, en circunstancias históricas menos favorables, debían reforzar la I.S. y la han reforzado siempre, ésta pretendía debilitarla. No existen salvadores, y nos incumbía a nosotros hacerlo patente. El método y los fines de esa depuración han sido aprobados naturalmente por los elementos revolucionarios exteriores con quienes estábamos en contacto, sin ninguna excepción. Pronto se comprenderá que lo que ha hecho la I.S. en el período reciente en el que ha guardado un relativo silencio, y que ha explicado en estas tesis, constituye una de sus más importantes contribuciones -al movimiento revolucionario. Nunca se nos ha visto mezclados en los asuntos, en las


rivalidades y en los cenáculos de los políticos más izquierdistas o de la intelectualidad más avanzada. Y ahora que podemos pavonearnos de haber adquirido entre esa canalla la mayor celebridad, nos vamos a hacer todavía más inaccesibles, todavía más clnadestinos. Cuanto más famosas sean las tesis, más escondidos permaneceremos. 58.- La verdadera escisión en la I.S. ha sido la misma que debe operarse en el amplio e informe movimiento de la contestación actual: la escisión entre, por una parte, toda la realidad revolucionaria de la época, y, por otra, todas las ilusiones a su respecto. 59.- En vez de arrojar sobre los ojos toda la responsabilidad de los defectos de la I.S., o de explicarlos desde las particularidades psicológicas de algunos situacionistas desgraciados, aceptamos al contrario tales defectos como formando parte de la operación histórica que ha guiado la I.S. El fuego no estaba en otro lugar. Quien crea la I.S., quien crea a los situacionistas, ha creado también sus defectos. Quien ayuda a su época a descubrir lo que puede, no está protegido contra las taras del presente ni es inocente de todo lo funesto que le pueda suceder. Reconocemos toda la realidad de la I.S. y, en suma, nos alegramos de que sea así. 60.- Que se nos deje de admirar como si fuesemos superiores a nuestro tiempo; y que la época se aterre admirándose por lo que ella es. 61.- Quien considera la vida de la I.S., encuentre en ella la historia de la revolución. Nada ha podido hacerla mala.


---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------1972 Guy Debord. Gianfanco Sanguinetti Documentos situacionistas sobre los consejos obreros. archivo situacionista. documentos situacionistas.



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