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INTRODUCCIÓN

LAS MUJERES HAN PARTICIPADO DE LA PRODUCCIÓN DE CONOCIMIENTO DESDE LOS COMIENZOS DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA

Por ejemplo, una investigación en Reino Unido sobre diarios documentó una clara asimetría en la proporción de científicos y científicas que se citaban y en su representación: las mujeres aparecían con mucha menor frecuencia, y cuando se las mencionaba, había un notable énfasis en su apariencia y sexualidad. Otro estudio, en los Estados Unidos, analizó cómo los científicos estaban representados en catorce programas de televisión. El 60 por ciento eran varones que cumplían con el estereotipo de un hombre blanco, inteligente, soltero, sin hijos y con una alta posición en su campo. Algo similar se vio en Brasil tras un análisis de programas de noticias. Los científicos aparecían con el triple de frecuencia que las científicas, y aquí el estereotipo era un hombre maduro (de 60 años o más) y blanco, mientras que las científicas que se presentaban eran mayoritariamente de apariencia joven (hasta 40 años).

Hasta aquí hemos recorrido, muy someramente, algunos de los sesgos y estereotipos de género a los que se nos expone durante nuestra infancia y adolescencia. ¿Cómo podría una niña –que escuchó a su muñeca favorita repetir que las matemáticas eran difíciles, que nunca vio referentes científicas en los dibujos animados o en los textos escolares que leía, que fue desplazada de determinados tipos de juguetes por no ser los “esperables” según su género– elegir un futuro profesional vinculado a la ciencia y la tecnología?

Haciendo visible lo invisible

Si durante los primeros años de nuestra vida aprendemos ciertos patrones de percepción e interpretación específicos de nuestra cultura y género que nos ayudan a estructurar la realidad y a interiorizar un rol, es bastante lógico suponer que una visión limitada de las personas que se dedican a la ciencia desde temprana edad podría restringir las aspiraciones educativas y profesionales de niñas y jóvenes, sesgar su autopercepción de capacidad cognitiva y perpetuar la idea de que la ciencia es algo que solo hacen los varones.

En 1983, David Chambers publicó un interesante estudio basado en dibujos realizados entre los años 1966 y 1977 por casi 5000 criaturas: 51 por ciento de niños y 49 por ciento de niñas. La consigna era dibujar a una persona que se dedicara profesionalmente a la investigación científica (“Draw a scientist”). Solo 28 estudiantes, es decir menos del 1 por ciento, dibujaron una científica. Y los 28 dibujos de científicas fueron realizados por niñas.

Estas representaciones parecen haber ido cambiando poco a poco con el tiempo, aunque no de manera muy drástica. Un nuevo estudio de marzo de 2018 analizó todas las investigaciones del tipo “Draw a scientist” –basadas en el estudio de Chambers– que fueron publicadas entre 1985 y 2016. Un total de 78 trabajos que recogían más de 20.000 dibujos realizados en los Estados Unidos por personas de entre 5 y 16 años. Este análisis mostró que, desde 1985, el porcentaje de científicas dibujadas ha ido aumentando hasta llegar al 28 por ciento.

Pero pese a este primer resultado esperanzador, algunos otros datos que proporciona el estudio son menos alentadores. Por ejemplo, se vio que a partir de los 7 a 8 años el porcentaje de científicos dibujados es mayor que el de científicas, y que a edades más tempranas los científicos aparecen vestidos de diferentes maneras y la tendencia a dibujarlos con guardapolvo blanco y anteojos aumenta con la edad. ¡Estos datos sugieren otra vez que los estereotipos se refuerzan a medida que crecemos!

¿Qué vemos cuando nos vemos?

Los sesgos y estereotipos de género a los que se nos expone durante la infancia no solamente influyen en nuestra concepción de la ciencia y las personas que a ella se dedican, sino, también, en la propia percepción de nuestras capacidades y habilidades.

En el año 2017 se publicó una investigación en la revista Science en la que se analizó a partir de qué edad las ideas preconcebidas que asocian una mayor brillantez intelectual al género masculino empiezan a afectar a las niñas. Los resultados fueron estremecedores: los estereotipos que otorgan una mayor habilidad intelectual a los niños que a las niñas emergen ¡a los SEIS AÑOS! e impactan sobre las aspiraciones profesionales de las mujeres.

Los resultados de esta investigación parecieran tener un vínculo directo con los de otros dos estudios en los que se analizó cómo el estereotipo del “genio” limita las carreras de las científicas.

“The Draw-A-Scientist Test” es el título de un famoso estudio publicado en 1983 por el historiador de la ciencia David Chambers. Esta prueba se diseñó para estudiar las percepciones de niñas y niños sobre las personas que hacen ciencia.

Las conclusiones fueron que las mujeres son menos propensas a cursar títulos superiores en campos que, según la creencia establecida, requieren brillantez intelectual. Es decir que a mayor nivel de inteligencia percibida como necesaria para dedicarse a una disciplina, menor es la cantidad de mujeres en ella.

Estos datos indican que la idea de brillantez está profundamente arraigada en el imaginario popular a la actividad científica, y en tanto vemos que también está arraigada a la idea de masculinidad, puede funcionar como un factor detractor de la vocación científica en mujeres.

Estas percepciones propias se refuerzan cuando el entorno también sostiene que las mujeres somos menos capaces que los varones para la ciencia y la tecnología. Peor aún, cuando el entorno es muy reconocido a nivel académico.

En 2005, el entonces presidente de la Universidad de Harvard, Larry Summers, tuvo que renunciar a su cargo por sugerir que la poca representación femenina en ciencias e ingenierías podía deberse a “su menor aptitud para estas cuestiones”, mientras que Peter Lawrence, biólogo británico, sostuvo en la revista científica PLOS Biology que el éxito desigual entre hombres y mujeres en la carrera científica se podía explicar con el concepto de “masculinidad” definido como un “atributo natural, caracterizado por una mayor agresividad y autoconfianza”. ¿Una más? En 2015, Tim Hunt, Premio Nobel de medicina en 2001, dijo durante una conferencia en referencia a las investigadoras que “tres cosas ocurren cuando uno comparte el laboratorio con ellas: se enamoran de uno, uno se enamora de ellas y cuando se las critica, lloran”.

A esta altura, ya podríamos intuir que la exposición continuada a los sesgos y estereotipos de género desde nuestra infancia tiene un impacto importante en la elección de las mujeres respecto a carreras vinculadas a la ciencia y la tecnología. Veamos los datos.

¿Cuántas somos? ¿Dónde estamos?

En los datos más recientes de los informes internacionales de Unesco sobre ciencia, tecnología y género, podemos ver que, pese a los logros en materia de matrícula en educación y el número creciente de estudiantes mujeres en escuelas primarias y secundarias, la disparidad de género continúa presente en todo el mundo. A nivel global, según datos de 2019, las estimaciones sobre participación femenina en la ciencia se ubican en un 29 por ciento del total del personal de investigación. Esto es ¡menos de un tercio del total!

Ahora bien, ¿cuál es el porcentaje de mujeres trabajando en ciencia y tecnología sobre el total en Europa?¿Y en América Latina? Con un 44 por ciento, América Latina se destaca frente al promedio de participación europeo (32 por ciento) y constituye una de las regiones del mundo más cercana a la paridad. Esto suele llamar mucho la atención.

Dentro de América Latina, la Argentina se ubica cuarta en este indicador, detrás de Bolivia, Venezuela y Trinidad y Tobago. En el Registro Unificado y Normalizado a nivel nacional de los Datos Curriculares del personal científico y tecnológico que se desempeña en las distintas instituciones argentinas (CVar), se ve que en el año 2020 había 59,5 por ciento de mujeres y 40,5 por ciento de varones, dato que se mantiene prácticamente estable desde 2015.

Incluso, en un reporte de la editorial Elsevier hecho sobre un relevamiento de 15 países en el año 2020, la Argentina figura con un 51 por ciento de investigadoras.

Pero más allá de que algunos países, como el nuestro, están prácticamente en una situación paritaria de participación, siguen existiendo limitaciones.

Una de ellas es el “techo de cristal”, la barrera invisible que dificulta el acceso de las mujeres a puestos de mayor jerarquía y decisión. Si analizamos los datos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), el organismo estatal de ciencia y tecnología que nuclea a un gran número de investigadores e investigadoras del país, notamos rápidamente que en las categorías más altas el porcentaje de mujeres es muy bajo y el de varones es muy alto, valores que se invierten con respecto a lo que ocurre en los primeros niveles. Esto se conoce como “efecto tijera”, por la típica forma que toma el gráfico con el que se representan las jerarquías. Según datos de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología, en la década del 90 las mujeres solo representaban al 8 por ciento del total de investigadores en el escalón más alto de la jerarquía en CONICET. Actualmente, según los datos del propio Consejo, alcanzan el 25 por ciento del total.

Las mujeres, en general, también enfrentamos más obstáculos en el acceso a publicaciones en revistas especializadas y a financiamiento para los proyectos que dirigimos. Básicamente, estamos en el sistema, pero no estamos en las mesas de decisiones ni

Elaborado por la editorial Elsevier, el planisferio muestra en número la participación de mujeres y hombres en la ciencia. Si bien, en general, la representación de las mujeres en la investigación está aumentando, la desigualdad persiste.

PESE A LOS AVANCES HACIA LA EQUIDAD, LAS CIENTÍFICAS TODAVÍA ENFRENTAN OBSTÁCULOS PARA SU DESARROLLO PROFESIONAL

siquiera en países en los que somos mayoría de investigadoras. Esto se desprende del “Diagnóstico sobre la situación de las mujeres en ciencia y tecnología”, elaborado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Argentina en 2021.

Al techo de cristal se le suman las paredes de cristal, fenómeno también conocido como “segregación”: las mujeres estamos mayoritariamente en las ciencias sociales y humanas, y en medicina, mientras que el porcentaje de participación en informática, tecnologías, ingenierías y matemática es bajísimo. Según el diagnóstico realizado para el proyecto SAGA en 2017 –una iniciativa de la Unesco para la reducción de la brecha de género en los campos STEM en la que participa la Argentina–, el 18 por ciento de los investigadores y becarios varones registrados en el Sistema de Información de Ciencia y Tecnología Argentino (SICYTAR) investigan en el campo de las ingenierías y las tecnologías, proporción que cae al 10 por ciento entre las investigadoras. En cambio, el 23 por ciento de ellas realiza estudios sobre ciencias sociales, en comparación al 18 por ciento de los varones.

En 2018, un grupo de investigación usó las bases de datos PubMed y arXiv, y estimó el género de 36 millones de autores de más de 100 países que publican en más de 6000 revistas, cubriendo la mayoría de las disciplinas STEM de los pasados 15 años. Luego de analizar los datos, encontró que, a pesar del progreso reciente, la brecha de género continúa y continuará existiendo por generaciones, particularmente en áreas como cirugía, ciencias de la computación, física y matemáticas, a menos que se tomen acciones puntuales para eliminarla.

La disparidad de género no se observa solamente en el porcentaje de participación de mujeres en ciencia y tecnología, en la menor probabilidad de ser promovidas o en la inequidad de distribución por áreas disciplinares. Las mujeres empleadas en ciencia y tecnología también recibimos menor remuneración que los varones igualmente calificados.

Ese sesgo fue puesto claramente de relieve en un estudio en el que se les pidió a profesores de departamentos de ciencias (física, química y biología) de seis universidades de investigación norteamericanas que valorasen la solicitud presentada por un estudiante (John) o una estudiante (Jennifer) ficticios, para ocupar en sus departamentos un puesto jerárquico en un laboratorio. La documentación que evaluaban unos y otros era exactamente la misma. Sin embargo, las solicitudes bajo el nombre de Jennifer fueron significativamente peor valoradas que las que estaban bajo el nombre de John y también se les ofreció una remuneración un 13 por ciento menor.

Contar la otra mitad de la historia

Cuando se analiza la historia de la ciencia desde una perspectiva de género, es fácil comprobar que las mujeres han participado en su desarrollo desde sus comienzos No obstante, sus contribuciones han sido frecuentemente ignoradas por historiadores o, peor aún, deliberadamente ocultas tras las figuras de sus maridos, maestros, padres o hermanos. En otros casos, determinadas mujeres que en su época gozaron de reconocimiento general dentro de la comunidad científica fueron posteriormente desapareciendo en el recuerdo de los historiadores de la ciencia.

No es lo mismo decir que las mujeres han estado ausentes de la actividad científica que explicar que la historia de las mujeres científicas y tecnólogas ha estado plagada de dificultades debidas a los prejuicios, roles asignados y estereotipos latentes en la sociedad.

Tal como señala la Unesco, la ciencia es fundamental para hacer frente a los desafíos que tenemos por delante, desde la mejora de la salud hasta el cambio climático. ¿Por qué es deseable que las mujeres formen parte de la construcción de conocimiento científico? Porque si hay más diversidad, surgen nuevas preguntas, el punto de partida de la ciencia. Recién a partir de formularnos preguntas es que podemos saber qué observar, cómo orientar la investigación. Y son esas mismas preguntas las que condicionan qué aspectos de la realidad corren el riesgo de no ser abordados por nuestras teorías. Es así que necesitamos nuevas y diferentes perspectivas, múltiples talentos y creatividad.

Las páginas que siguen abundan en ejemplos de mujeres que no solo han logrado superar muchas de las barreras que tuvieron que enfrentar, sino que destacan por su pasión, trabajo y dedicación. Las páginas que siguen son páginas repletas de científicas

Fotografía obtenida durante el 103º Congreso de la Sociedad Italiana de Física en Trento como una adaptación de aquella tomada en Bruselas en 1927. Realizada en 2017, es una muestra de cómo ha cambiado la situación de la mujer en la investigación, aun cuando todavía falta un largo camino. En esta foto posan 28 mujeres y un solo varón: el italiano Guido Tonelli, uno de los descubridores del bosón de Higgs en el CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear).

CAPÍTULO 2

PIONERAS DE LAS CIENCIAS EN EL MUNDO

La historia nos ayuda a recuperar los nombres de cientos de científicas infinitamente

inspiradoras. Mujeres que nos condujeron con pasos decididos hasta el espacio, al

interior de las células, a comprender mejor el enigma del ser humano. Irina Podgorny

analiza el devenir de las mujeres interesadas en la ciencia a lo largo de la historia y

profundiza sobre el momento cuando se abren para las mujeres las puertas de las

universidades y del trabajo académico, dando inicio a una nueva era de conocimiento

para el universo femenino. A continuación, Valeria Edelsztein investiga acerca de los

principales logros de las científicas en el mundo, describiendo especialmente los

descubrimientos de aquellas que han sido galardonadas con el premio Nobel. Un

panorama general sobre la situación de las científicas de América Latina y sus aportes a

la ciencia mundial completan este capítulo.