la Vida en Trozos y Cuentos

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JESÚS GUADALUPE MORALES

De la que salan al sol, de esa sabrosa, que con solo verla se hace agua la boca. ¡Cecina, mi Güerito, cecina es lo que quiero! ¡Dame cecina de la mejor! Unos dos pesos, por favor, chamaco. Y apúrale que traigo prisa, pues tengo que devolverme y no quiero que me agarre la noche en la vereda. Me voy a ir por la otra banda, quiero visitar a los Leyva, a ver si me tienen un encargo, y se me está haciendo tarde. Así es que apúrale, escuincle pipizque… ¡Ándale!, ¿qué te me quedas viendo, carajo plebe éste? -¡Cálmese amigo, que usted no es miapá, pa´que me regañe! Si quiere que le atienda no me grite, porque nomás y no le vendo; y si no, pues váyase a la porra, ¿qué pues?-contestó enojado el hijo de doña Magdalena Morales. Magdalena Morales, la que había muerto de tristeza y soledad en medio de una pobreza fulminante un par de años atrás, quien ha dejado cinco hijos en la orfandad: Ceferino, Francisco, Manuela, Néstor y Rafael. Muy lejos ha quedado la sierra de Álamos, particularmente el Potrero de Alcántar, de donde había salido huyendo de su fracaso. Magdalena, mujer de buen parecer, que junto con sus hijos fue aceptada por don Jesús Alcántar, un serrano sonorense, quien cautivado en una fiesta popular en San Ignacio, Cohuirimpo, se enamoró de ella, para luego de un breve cortejo la conquistó y se la llevó a vivir con él a aquel lugar inhóspito de la montaña, donde por cierto, por amor, esa dama tenía que arrear burros, ordeñar vacas, atender sus chamacos, lidiar con un nuevo bebé que se movía en el vientre y un soportar a un marido gruñón a quien todo le parecía mal. Por ello, no es de extrañarse que aquello terminara en desesperanza. En la memoria de la vida, se puede observar que un burro viene bajando la sierra y una mujer de buen porte jala el bozal del jumento. En el lomo del animal, en una java hecha de madera de cactus, viene envuelto en muchos trapos y votando, con la cabeza güera, un niño recién nacido. Al lado del pollino, con un palo en la mano cada uno, vienen llorando por el cansancio dos niños de ocho y cinco años respectivamente, Ceferino y Francisco.


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