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Vol 13, No. 8
El Primer Periodico en Español de la Sierra | Publicado los Jueves |
Febrero 22-28 | 2018
Una historia distinta del Camino
Más que naranjas y paella Por Darcie Khanukayev
Al dar la vuelta mientras seguía el camino, me encontré caminando entre naranjos. Son árboles bonitos. A pesar de su pequeño tamaño, las ramas redondas están cubiertas de exuberantes hojas de un color verde intenso, lo que contrasta con las ricas y abundantes bolas de color naranja brillante que las decoran. Estaba descubriendo Valencia: la otra Valencia, la de España. Lo que yo no sabía es que estaba ante sorpresas inolvidables. Valencia, España, fundada hace más de 2.000 años, se encuentra en la costa mediterránea. Las naranjas son una de sus muchas virtudes y también, sus arboledas que rodean los pequeños pueblos y ciudades de la zona. De vuelta al centro, le pregunté a Amelia, mi amiga y colega, sobre las naranjas. ¿Podría cogerlas del campo? Ella respondió: Claro, puedes pillar un par. De hecho, nunca las compres aquí, tengo algunas para ti recién cogidas del árbol. Yo estaba muy emocionada. En Bishop, California, nunca compraría tomates ni melocotones. Una vez que comas frutas y verduras cultivadas en una huerta familiar, no hay marcha atrás. Al día siguiente compré un exprimidor e hice mi primer vaso de zumo de las mandarinas y naranjas que Amelia me había traído. ¡Era un líquido dulce, néctar de los
Dioses! Cuando compartí con entusiasmo mi nueva adicción con Amelia, se sonrió orgullosamente; su tesoro cultural había sido reconocido. Mi orgullo era igual cuando compartía mis melocotones, peras, y manzanas del Valle de Owens. Entonces, ella se detuvo; me miró y me preguntó si alguna vez había probado la paella. Por supuesto, había oído hablar de ella, como todos. La paella, es uno de los platos más conocidos en España. Pero, curiosamente, nunca lo había comido. En los restaurantes generalmente, para que te la hagan, al menos dos personas tienen que pedirlo y habría que esperar unos treinta minutos para que te la sirvan. Siempre había tenido demasiada hambre o estaba impaciente. No, no la he probado, le respondí. Valencia es famosa por ella. Pero los lugareños nunca la pediríamos en un restaurante, tiene que ser casera. Ven y la haremos. Ese domingo, fui invitada a casa de Amelia. Juan, su marido ya estaba frente a la cocina, con una gran sartén redonda con asas, bueno, parecía una sartén, pero no la era. En realidad, se llama una paella. Ya había visto estas sartenes, casi como un wok, pero planas, en las tiendas. Algunas de ellas eran enormes y yo no tenía ni una idea de para qué servían. Es tradición en Valencia, hacer paella los domingos. Me ofrecieron una copa de vino, y empezó la clase. Aprendí que las mejores paellas se cocinan con leña en una paella. Me dijeron que al arroz que es el ingrediente principal y que se le puede añadir cualquier alimento: pescado, verduras. Normalmente el conejo y el pollo son las carnes más utilizadas. Pimiento rojo, judías verdes, garrofón, un tipo de frijol grande, como el frijol lima que sólo se encuentra en Valencia, y los tomates son las verduras tradicionales. Azafrán, una especia que le da un color único, pimiento rojo en polvo, sal y el aceite de oliva fueron los otros in-
gredientes. El arroz es esencial. Mientras escuchaba a Juan explicar la historia y evolución de él, me di cuenta de que el arroz valenciano era tan único como sus deliciosas naranjas. Me dijo que el arroz vino de China hace siglos, pero los valencianos lo perfeccionaron hasta la fama que tiene hoy en día. Hablamos sobre su tiempo crucial de cocción: ni más ni menos que catorce minutos. Me dio una conferencia sobre la descomposición química del almidón: demasiado tiempo en el fuego, se vuelve blando, demasiado poco, duro. El resultado de los esfuerzos culinarios matutinos fue delicioso. Al fin de semana siguiente, Amelia y Juan me invitaron a un club con su familia y amigos. Sacaron una de sus enormes calderos y empezó la magia. Cuando José y Juan, juntos, pusieron la paella en la mesa, nos sentamos todos alrededor de ella y comimos, sin platos, en un caldero común con cucharas, charlando sobre los escándalos y triunfos de la semana. Fue entonces cuando me di cuenta de que esa es la verdadera base de la paella. Está claro que el arroz era único, pero el ingrediente principal era el amor: pasar tiempo con amigos y familiares. La paella fue la excusa. Cuando terminamos con la paella, cuando yo había saboreado el último garrofón; me di cuenta de que aunque la paella tiene mucha fama y está muy buena, lo importante es la gente con la que la compartes. Para mi había sido un honor compartir este momento con mis nuevos amigos. ¿Y para el postre? Dulces naranjas y abrazos.