TIS A R
G
Vol 12, No. 38
El Primer Periodico en Español de la Sierra | Publicado los Jueves |
Una historia distinta del Camino
Los pájaros y las abejas, y cerveza
—Un estadounidense me preguntó el otro día si realmente sirven la cerveza caliente en Inglaterra, —proclamó Alan, de Inglaterra, con más de una pizca de sarcasmo—. Cuando lo oí, tuve visiones del camarero poniendo la cerveza en la estufa para calentarla. Se rio entre dientes al decirlo. Sonreí al escucharlo; yo había regresado recientemente a la Sierra Nevada Oriental, de vuelta de España. Pensé en las tardes calientes de la región de Extremadura (en el sur de España) y la cerveza: después de montar en bici o jugar al tenis, disfrutar de una caña, una cerveza pequeña, bien fría, servida en vasos helados, ¡fue el colmo de la felicidad! ¡No sólo era refrescante para el cuerpo, sino para reanimar el espíritu! Continuó hablando mientras dejé que la brisa fresca me bailara el vals con el pelo; estábamos tomando un descanso durante un trekking desde North Lake. Tenía curiosi-
dad por escuchar las perspectivas de Alan sobre el tema sagrado de la cerveza y de la cultura que justificaría sus comentarios. —¿Y por qué tan fría? ¿Es que tienen miedo de degustar una cerveza de buen cuerpo y bien elaborada? ¿Por qué carajo tienen que congelarla? ¿Puede ser que su cerveza no tenga sabor? Preguntaba Alan sarcásticamente con su acento inglés encantador. Hizo una pausa y apartó la mirada de la dramática vista tallada por el glaciar que se extendía por debajo de nosotros y se centró en mí. Podía ver que él quería un apoyo fervoroso o, por lo menos, una explicación justificable al extravagante comentario del estadounidense acerca de la «cerveza caliente». —Te entiendo, Alan, me gusta tomar mi agua tibia, así que puedo beberla de golpe, sin embargo...
Me miró más de cerca, dándose cuenta de que yo no iba a ser una aficionada de la cerveza tibia. Tuve que pensar en alguna explicación si iba a salvar nuestra amistad. Así que, con un suspiro, dejé mi ensueño de pinos olor tan dulce, y esa bella vista salpicada de árboles nudosos y brillantes flores silvestres, y me acerqué al tema lo mejor que pude para darle una respuesta justificable. Curiosamente, parece que cuando viajo fuera de los Estados Unidos, la gente del extranjero da por hecho de que soy una experta cultural de todo ello. ¡Parece que piensa que si tuviera una pregunta, tendría yo la respuesta! Como ahora; Alan suponía que era una experta oficial de la cerveza. Pero en realidad, no lo soy: Prefiero el vino y soy de California. Necesitaba más tiempo para pensar porque sabía que tenía algo dentro de mí que
Septiembre 21-27 | 2017 quería salir. Mientras hablaba Alan de su cerveza robusta, «sin helar», me vino un recuerdo que tenía de hace unas semanas de la cerveza en Alemania. Era un agosto fresco, y para no enfriarme, llevaba una gorra de lana con una bufanda incorporada. ¡Este «verano» en el norte de Alemania hacía un contraste enorme con los veranos ardientes de España y los del Valle de Owens! En ese clima fresco, apreciaba la cerveza fuerte, oscura, no-tan-fría. Era un tipo de cerveza reconfortante, nutría el alma. De vuelta a Mérida, España, después de visitar Alemania, le hice un comentario a mi amigo, Ramón, sobre la cerveza. Estuvimos a finales de agosto e íbamos al lago para nadar y escaparnos de un calor sofocante. Me respondió: —¡Cerveza caliente! ¡Qué asco! ¡de qué sirve la cerveza si no es refrescante y estimulante! —Proclamó Ramón de España, con la misma convicción acerca de su cerveza que Alan de Inglaterra de la suya. —¿Sí? —preguntó Alan, sentado sobre una piedra de granito enorme—. ¿Venga…, qué? Esperó mi respuesta. Me tomaba algo de tiempo antes de continuar; miré las coloridas flores silvestres y las abejas felices zumbando a su alrededor. Miré hacia arriba a algunos pájaros saboreando sus perchas en las viejas ramas de los árboles retorcidas. —¿Puede ser que las tradiciones de cerveza en distintos países son como las aves y las abejas? Su cara se contorsionó dudosa, intrigado por el giro de mi pregunta «profundamente filosófica». —Las abejas, —continué—, aman sus flores nutritivas, que aportan néctar y consuelan al alma, mientras que los pájaros aman sus perchas inspiradoras que levantan el espíritu. Su cara se contrajo aún más. Así que continué mis postulaciones: —Es muy similar al rol que juega cada tipo de cerveza en las regiones donde se disfrutan, ¿no? —Entonces, —preguntó Alan—, ¿estás diciendo que en el Norte somos como las abejas y en el Sur, son como los pájaros? —¡Exactamente! —exclamé, sintiéndome especialmente encantada por el «buen ambiente energético» que sentía en nuestra mutua comprensión por el tema delicado. —De hecho, —respondió Alan con ironía—, ¿Así habla todo el mundo de California?