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Se sirvió vino en Caná

Por Arturo Z Rate Ruiz

es Camino, y ese Camino pasa por la purificante Cruz, la cual, tan les asusta a ellos que le quitan al Crucificado. He allí que a los católicos no sólo nos anima la “sola fe”. Nos anima también la esperanza cristiana, es más, el amor. Benedicto XVI lo explica en Spe salvi: «Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal».

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Lo hacemos inscritos en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Somos nosotros quienes gozamos de Tradición y de Magisterio porque somos Iglesia. No leemos a solas, a capricho, las Escrituras. Por ser su Iglesia, nos asiste unidos el Espíritu de Dios.

Ahora bien, aunque sabemos que la Iglesia es santa, algo que nos distingue a los católicos de muchos protestantes es que nosotros, mientras estamos en este mundo, por fe, esperamos ser salvos, ellos se consideran salvos tras simplemente decir que creen en Jesús. Nosotros nos reconocemos todavía pecadores; ellos suelen sentirse automáticamente justos, sin necesidad de ir a confesarse, y, para probar que ya son buenos, suelen gloriarse en que no beben ni una gota de alcohol, es más, que son tan elegidos de Dios que son ricos. Tienen razón en que Jesús es Vida, pero nosotros sabemos también que

Tal vez nuestra fe no sea “pura”, pero porque no se queda en la mera espiritualidad. Nosotros creemos en Jesús encarnado, por ello también en los sacramentos, en especial en la eucaristía, no mero memorial, sino Jesús mismo, Pasión, Muerte y Resurrección, que se nos da como alimento para la vida eterna en cuerpo, sangre y divinidad. Ésta quizá sea la mayor “superchería” que aborrecen los protestantes, quienes se conforman sólo con el bautismo, y muy disminuido, pues en ocasiones no lo ofrecen a los niños, y, en otras más, ni admiten, como los Testigos de Jehová, la divinidad de Cristo.

Nuestra fe, pues, no es “pura”, sino encarnada porque Cristo se nos da y permanece encarnado. Por ello manifestamos nuestra fe de maneras también muy corpóreas: procesiones, fiestas, penitencias, y, al rezar, nuestros dedos acarician las cuentas del Rosario.

No agua pura, sino vino vigoroso se sirvió en Caná.

Por Raúl Espinoza Aguilera

En 1907 Arnoldo Mondadori, abuelo de Leonardo, fundó Mondadori Editores. Actualmente esta editorial publica periódicos (en papel y digitales). Y tiene una extensa cadena de tiendas relacionada con los medios de comunicación tanto en Italia como en otras partes del mundo. Mondadori se expandió por México al adquirir Editorial Grijalbo. Años después, se constituyó Random House Mondadori. Posteriormente, en 2014, Random House adquirió la mayoría de las acciones y se convirtió en parte de Penguin Random House y eso impulsó a la compañía a extenderse por todo el mundo Deliberadamente quise ubicar en este contexto a Leonardo Mondadori (1946-2002) para comprender mejor que desde principios del siglo pasado pertenecía a una prestigiosa familia de editores. Fue presidente de Editorial Mondadori durante 30 años. Al fallecer fue reconocido por su tarea artística y su notable labor de difusión cultural. Comenta Leonardo que, desde su juventud, era excesivo el trabajo que tenía y estaba metido todo el tiempo en sacar adelante la empresa.

Los que lo trataron en esa época dicen que era un hombre serio, que no sonreía, porque todo el día estaba concentrado en llevar adelante la enorme responsabilidad que tenía. Era el primero en llegar al trabajo y el último en salir de la oficina. Sorpresivamente le apareció un cáncer de páncreas. Fue con el oncólogo quien revisó los estudios con detalle y le dijo que su cáncer era muy agresivo y que le quedaban pocos meses de vida.

Lógicamente entró en una crisis existencial porque no era creyente. Por fortuna era bastante amigo de otro funcionario de su consorcio, miembro del Opus Dei. Le confesó que la raíz de su problemática era que no comprendía el sentido del dolor ni, en general, de esa enfermedad porque él se encontraba bastante contento con su trabajo, así como con los frutos y el prestigio de Editorial Mondadori.

Con ese amigo suyo tuvieron largas conversaciones para poder acercarlo a la fe cristiana. Y quitarle las lógicas resistencias y prejuicios. Entre otros recursos le obsequió el clásico libro “Camino” y él se lo leyó pronto. Cuando lo concluyó, le dijo a su amigo “Y ahora, ¿qué sigue?” Aquel buen amigo se dio a la tarea de darle una intensa catequesis