La mas densa tiniebla

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cuando karen subió al automóvil decidió que todo tenía que ser perfecto. Naturalmente, pensaba en Ulises, el chico que había conocido en las vacaciones anteriores, pero también (o, mejor dicho, sobre todo) en su propia apariencia. Tenía pensado asistir a la fiesta de cumpleaños con el mejor vestido (había ahorrado para él por casi un año), el mejor maquillaje (su prima Luisa, de quince, le había enseñado cómo hacerlo) y los mejores zapatos (se los había obsequiado su tía Carmela, la más rica de la familia). Nada podía salir mal. Todo tenía que ser perfecto. —¿Estás lista? —le preguntó su papá cuando la vio acomodada en el asiento trasero. Pregunta ociosa. Karen había estado preparada para ese acontecimiento desde hacía varios meses. Ulises había ocupado un lugar en su mente desde que se despidió de él en las últimas vacaciones con la promesa de volver para su fiesta de cumpleaños. Y ahora estaba en camino. La mamá de Karen fue la última en entrar al automóvil. Serían cuatro horas de carretera, pero eso a Karen la tenía sin cuidado. Leería un rato. Jugaría con su celular. Escucharía canciones en su iPod. Tal vez podría dormir y soñar con Ulises. Nada podía salir mal. Y así fue. Al menos en principio. Pues durante el trayecto no ocurrió nada digno de ser recordado. Si acaso, esto: Se detuvieron a cargar gasolina a pocos kilómetros del pueblo en el que vivían sus abuelos. Karen y su mamá se bajaron del coche para pasar al baño y comprar alguna golosina. A Karen se le manchó uno de los zapatos de grasa. Un manchoncito en la punta, cosa de nada. Pero eran los zapatos más caros que jamás había usado en la vida. “¡Qué tonta! ¡No debí ponérmelos con tanta anticipación!”, pensó.

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