Fiestas del agua

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Dirección editorial

Ana Laura Delgado Cuidado de la edición

Angélica Antonio Monroy Corrección de estilo

Ana María Carbonell Revisión de finas

Rosario Ponce Diseño

Julio Torres Lara Ana Laura Delgado Formación

Yolanda Rodríguez Javier Morales Soto © 2012. Caterina Camastra y Héctor Vega, por el texto © 2012. Julio Torres Lara, por las ilustraciones Primera edición, mayo de 2012 D.R. © 2012. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Cerrada Nicolás Bravo núm. 21-1, Col. San Jerónimo Lídice, 10200, México, D. F. Tel./fax (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx ISBN: 978-607-7661-34-4 Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin el permiso por escrito de los titulares de los derechos. Impreso en China • Printed in China


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caterina camastra / hector vega

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julio torres lara ilustraciones



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Un nombre con muchas historias

Tixtla es una ciudad pequeña, de calles que suben y bajan entre casas de techos de teja, iglesitas de colores y, a la vuelta de cada esquina, hermosas vistas de los cerros de alrededor. Se encuentra en el estado de Guerrero, en la Sierra Madre, a un ladito de Chilpancingo. Desde que, en tiempos antiguos, el emperador Moctezuma envió al señor Tzapotecuhtli a que la estableciera, Tixtla se ha vuelto a fundar dos veces más: en el siglo xviii y en 1824, cuando fue nombrada ciudad. La palabra Tixtla viene del náhuatl, y a su alrededor hay muchas historias. Para algunos significa “encima del ojo”, para otros “superficie llena de piedras” o simplemente “nuestro valle”. Hay quienes afirman que la palabra se refiere a un elemento que rodea y atraviesa Tixtla, llenando de vida el valle: el agua. Hablan del teoixtlen, el “espejo de los dioses” o el “templo junto al agua”, por la laguna que está cerca. Se cree que desde el cielo, los dioses podían asomarse a contemplar su propia imagen en ella. Por eso el poeta Ignacio Manuel Altamirano, que allí nació, decía que Tixtla es el “lugar donde abunda la imagen de Dios”. Además de la laguna, Tixtla tiene manantiales, sombreados por ahuehuetes milenarios sabedores de secretos, y coloridas fuentes con cúpulas, que encierran la fantasía de quienes las pintaron. ¡Cómo caben tantas historias en un nombre tan cortito y tanta gente en un pueblo tan chiquito! En Tixtla nacieron famosos personajes como el soldado-artista Margarito Damián y Vicente Guerrero. Por ella pasaron un sinfín de personas que, de las costas o el puerto de Acapulco,


de tierra adentro o la creciente Ciudad de México, iban y venían, rodeándola y enroscándose entre montañas y mares, barcos y ferias, coplas y canciones. Sus caminos eran paso de flores, legumbres y cabezas de ganado, arrieros, mercaderes y merolicos, músicos y más músicos. Tixtla, que hoy en día es un lugar más bien tranquilo y apartado de las grandes carreteras, revive su antiguo bullicio en las fiestas que, a lo largo del año, animan sus numerosos barrios: el Calvario, San Isidro, San Francisco, San Lucas, el Camposanto, Cantarranas, San Antonio... En todos los barrios la gente disfruta de la música. Los músicos tocan muchos géneros, desde el bolero hasta el “chile frito” (música de alientos), marcando el compás de danzas como la de Los manueles o Los tlacololeros. En Tixtla también se le llama “tarima” al son, que es parte de la grandísima familia de los sones regionales mexicanos —terracalentano, planeco, de artesa, arribeño, jalisciense, huasteco, jarocho, istmeño...— y con ellos comparte algunas canciones de su repertorio, así como el nombre de la fiesta en la que se toca: el fandango. Los sones de México son primos hermanos: se parecen y son distintos, son de la misma familia, pero cada uno tiene sus gracias. Dicen que en el pasado los tarimeros o bailadores fueron muy famosos en toda la región del centro y la montaña de Guerrero. Palemón sin Zapatos se ganó su apodo porque bailaba descalzo y golpeaba la tarima, además de con los pies, con los codos y las rodillas. Otros grandes tarimeros fueron Pedro Esperanza Vega y doña Isaura Ramírez, quien aún vive. Ambos bailadores están retratados en el hermoso mural que se encuentra


en el patio del palacio del Ayuntamiento. En los acordes del son tixtleco también resuena el recuerdo de los arrieros que encontraban posada, clientes para su carga y público para su guitarra en esta villa y su verde valle. Las lluvias, portadoras de buenas cosechas, son esperadas y festejadas. Hasta hay palabras especiales para describirlas: los tlapayahutli, por ejemplo, son los cortos temporales de gotas continuas y menuditas que caen entre agosto y septiembre. Los rituales de petición de lluvia, muy concurridos, se realizan a principios de mayo. Uno es en el cerro de Pacho, paxtli, donde la gente acude a darle de comer al aire, justo en el punto, dicen, en el que se entrelazan los cuatro vientos y el rugido del tigre se oye más fuerte, haciendo que vibren las nubes y así caiga la lluvia. La ofrenda es un petate con una cruz de pétalos de tapayola, sobre el cual se alista la mesa para compartir la comida con el viento. Otro ritual es la peregrinación al pozo sagrado de Oxtotempan, que es un cenote, es decir, un manantial profundo, pero tan, tan profundo, que nadie sabe hasta dónde llega dentro de la tierra. La ofrenda más importante que se le lleva es la chita: una vara que los peregrinos cargan en hombros, de donde cuelgan una olla de mole de guajolote, los mejores panes, velas de cera, flores de campo y cadenas de tapayola. Las chitas son regalos para el pozo: la gente se las arroja para que su petición de lluvias sea cumplida, y las cosechas salgan buenas y abundantes. Después de la ceremonia, siempre llueve. Desafortunadamente, entre todas las historias sobre Tixtla hay una que nos habla de la falta de cuidado y cariño por la naturaleza que está haciendo mucho daño a la región. La laguna está cada vez más y más contaminada, los que algún día fueron arroyos ahora son caños, y las aguas negras se han adueñado de varias calles. Cuando hay mal tiempo, la laguna



de repente se desborda e inunda los barrios colindantes, como el Camposanto y Cantarranas. Sin embargo, hay quienes preocupados por esto están luchando para rescatar y cuidar las aguas, y con ellas la vida de todos. Pero vamos ya, querido lector, a empezar nuestro pequeño paseo a través de las calles, las historias y las fiestas de Tixtla, a ver qué nos reserva esta ciudad tan pequeña que a todos tiene algo que contar.


el aguacero 

Ya viene allá el aguacero, allá viene por la falda. ¡Apúrate, compañero! Nos va a refrescar el agua. Ya nos va corriendo el agua por el filo de la sierra. ¡Apúrate, compañero! Vamos a entrar a la cueva. Pobrecito del arriero, cómo sufre en el camino, cómo se enfrenta al destino, abrojos por el sendero. Allá viene el agua, me voy a mojar, va a crecer el río, no puedo pasar, adiós, amor mío, no te pude hablar.



la india ď ł

Para empezar a cantar se necesita primero el saberse acomodar y tener buen segundero, no nos vayan a chiflar como a la mula el arriero. Por vida de mi Dios justo que, cuando voy a cantar, poco a poco pierdo el susto y me empiezo a encarrilar: los versos salen por dentro como agua del manantial.




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Las mujeres del agua

En muchas partes de méxico se cuenta la leyenda de la llorona, el fantasma de una mujer vestida de blanco que se aparece cerca de los ríos con su famoso grito lastimero: “¡Ay, mis hijos!”. Tixtla también tiene su llorona, pero ¿qué creen?… es de guasa. Se cuenta que hace muchos, muchos años, ya casi dos siglos, vivió en Tixtla un muchacho ocurrente y burlón que se llamaba Atiliano Alcaraz. Por esos tiempos se acostumbraban las lunadas: cuando había luna llena, los tixtlecos salían a pasear por las calles del pueblo. Las muchachas montaban caballos o burros, sus novios andaban jalando las riendas y todos iban paseando entre risas, charlas y canciones. Fue al final de una lunada cuando el travieso Atiliano le propuso a sus amigos jugarles una broma a los habitantes del pueblo.Y dicho y hecho, todos buscaron, en la oscuridad, un escondite, cada uno en un barrio distinto, y empezaron a gritar: “¡Ay, mis hijos!”. Al día siguiente, los burlones se aguantaban la risa entre dientes al oír a la gente contar, llena de espanto, que la Llorona ya había llegado hasta el pueblo y que se habían acabado las noches tranquilas. Son otras, en Tixtla, las leyendas que hablan sobre las mujeres de la noche y el agua. Según se cuenta, en la Alberca, un lugar donde grandes ahuehuetes dan sombra a manantiales y pequeños arroyos burbujean entre la hierba, habitan las cihuatatayotas. Desde la época prehispánica, la gente acude a este sitio a bañarse, refrescarse, descansar y disfrutar de la abundante sombra de los árboles. Pero de noche rondar por la Alberca se vuelve peligroso, especialmente para los hombres solos. Se





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