El diente del vampiro El vampiro, después de algunas noches de sequía, se encontraba bastante sediento. Los vampiros no siempre tienen la oportunidad de hacer su escapatoria nocturna para proveerse de víctimas. A veces llueve mucho por la noche, las víctimas están de fiesta y regresan hasta el día siguiente o, incluso, algunos vampiros despistados olvidan la llave que abre la cerradura de su ataúd. Pero esa noche, por fin, se habían alineado los astros y el vampiro estaba listo para su festín. Este vampiro era bastante mayor: tenía alrededor de tres siglos de edad. Aunque la alimentación a base de sangre lo había mantenido en condiciones razonables, ya la edad le estaba pesando. Sin embargo, pese a tener su tarjeta de descuentos de la tercera edad de los vampiros, aún disfrutaba la metamorfosis a murciélago y el sabor fresco y metálico de la sangre. Algunos días antes ya había localizado a su nueva víctima: se trataba de un hombre joven, oficinista, algo aficionado a los dulces. Por ello, se imaginaba que la sangre que bailaba por sus venas tendría un regusto azucarado que le resultaría apetitoso. Vivía el joven en un edificio de varios departamentos, habitaba el 408, y su cama afortunadamente se encontraba junto a la ventana. Por no ser muy afecto a fiestas ni celebraciones nocturnas, el vampiro estaba seguro de que esa noche lo encontraría
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