Diario de un desenterrador de dinosaurios

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Si tienes suerte todos se juntarán en casa de alguien a jugar o a ver televisión, pero cuando estén más entretenidos, surgirá la segunda maldición, la peor de todas: se irá la luz y entonces sí la cosa ya se amoló. Pero hoy todo estuvo a mi favor, y a pesar de la amenaza que las nubes negras me lanzaron desde el cielo, no llovió, por lo tanto, mi mamá no me gritó para que me metiera y pude encontrar al tiranosaurio. Les cuento: estaba en el parquecito de la esquina de mi casa aventando piedras pequeñas contra una piedra más grande, tan, pero tan aburrido, que hasta me hubiera puesto a resolver quebrados o a buscar el objeto directo de varios enunciados, cuando me acordé de que el próximo sábado íbamos a tener nuestra tradicional carrera de cochecitos y pensé que sería muy bueno fabricar de una vez la pista. Así que, lleno de orgullo por mi gran idea, me fui a trabajar a la parte trasera del jardín, que es mi parte favorita, porque hay una explanada de tierra que cuando llueve se llena de lodo (única gracia de la tonta lluvia), y entonces sientes como si estuvieras en un pantano. En algunas tardes se ve tan misteriosa que piensas que un cocodrilo puede surgir en cualquier momento. Y allí estaba, haciendo un paso subterráneo para los cochecitos, cuando me topé con algo muy duro que no dejaba meter la vara que estaba utilizando como herramienta. Pensé que se trataba de una piedra o una raíz y metí la mano para desenterrarla, pero era inútil: aquel obstáculo estaba como incrustado al centro de la Tierra.

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