Medusainmortal
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Primera edición: 2023
ISBN: en trámite
DR @ 2023, Cor Meum, S.A. de C.V.
Av. Eugenio Garza Sada 2501 Sur, Tecnológico, 64849. México, Nuevo León.
Impreso y hecho en México
Imagen de cubierta: © Guillaume Meurice
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El café estaba frío. Había pasado el viento, llevándose la amargura. El tiempo, con su usual altanería, le sopló una, dos veces. Seguía habiendo unas notas del sabor, la remembranza de su esencia, pero ya no parecía café. Ni se podía endulzar esa carencia de olor, sólo cambiar el color de un marrón a un suave abismo que lenta, lentamente, danzaba en círculos en sí mismo. Si le agregabas crema, se borraba su carácter; se volvía un híbrido entre leche y chocolate, ente de la ubre, el deseo de beberlo y, al final, no hacerlo. Si lo intentabas hervir, el recuerdo de las brasas era insoportable, te quemaba. El pan no estaba mal, pero era un simple complemento; un extranjero que no podía descifrar el lenguaje oculto del cafeto.
El café estaba frío y, sin embargo, era el mismo de antes. Había sido, era, y sería café. En ocasiones, podías observar que se transformaba en otra bebida, lágrimas perdidas, un residuo, insípido. Y tan fuerte era la imagen que uno no hacía más que volver al original, al cierto. Otras ilusiones se filtraban por la ventana. Una rosa se postraba vacilante en una orilla, un beso que se desvanecía. Unos labios se dibujaban en el pensamiento, como la primera vez, como ayer.
El café estaba frío, pero seguía siendo café.
He olvidado las palabras. Se quedaron en mi boca, agonizantes. Aquella tarde cuando me diste tus ojos, día lunes, ¿o era martes? Ese fue el momento en que las letras partieron a tu lado y con ellas todas las páginas de los libros que no acabamos.
Te encontrabas en el parque, buscando una nueva flor. El suelo se acomodaba a tu presencia, moldeabas la tierra; tus zapatos se hundían por el peso de tus alas. Refinadas, tibias, al tacto tu nombre pronunciaban. Estabas vestida como las estrellas que nos observaban; brillante, de mirada osada. Estoy segura que sonreímos al amanecer, que tus manos abrazaban las hojas de los lirios, del abeto; que la nieve y los frutos tiernos caían alrededor tuyo. El aire se llenaba de un olor dulzón, semejante a las frases pretenciosas de los viejos enamorados, de los jóvenes como nosotros.
¿Verdad que caminamos hacia el río, al mar, hacia tu casa? Puedo ver otra vez cómo el agua nacía en los brazos de tu madre, y el polvo, que se amontonaba en los redobles de tu falda. Si me esfuerzo, puedo oler la sal y el ensueño, sentir tu piel, aludir al silencio. Había una nota agria en el aire que se transformó en recuerdo. Sellamos nuestro compromiso al pie de tu ventana, un muérdago impropio, una sonata. Sé que solo fue un dibujo grabado en la arena, borrado por tu dolor, por la marea.
Me gusta pensar que, al mirarme, una inocente idea cruzaba tu mente. Pero algo en ti me decía que era diferente. Que a tus ojos era sólo un destello en la infinidad de tu estela, una presencia más, Casiopea.
Las palabras que me robaste se pierden en mi memoria. Lo único que recuerdo es que eras feliz, que eras tú, ¿o era yo?
Es difícil salir de las cuevas, pues la oscuridad parcial me deja verte, sentirte. De ti, se desprende tu perfil, tus límites. Adentro puedo escuchar el eco de tus sueños y pedirle a tu sombra que me entierre, que me abrace. Que se quede aquí, donde todavía es posible amarte. Es tu voz la que no se hace ver, una ilusión inerte, frágil. Me fío de tu sombra, porque eres tú y lo que he dibujado encima de ella: un lienzo, una casa, una vela. Fuego de armas y fieras, calidez de tu piel o, al menos, su espera. Me veo eclipsada por tu silueta. Me arropa, se esparce por mi cuerpo. En un instante, soy ella. Sin embargo, se aleja. Y de repente, sólo soy nada, no soy, nunca. Noto que sigo atada a los grilletes de tus promesas, a las esposas de tus enamorados, a la piedra de tu mausoleo.
Alguien a mi lado se ha liberado, y cuenta historias de luz, de milagros. Como si la gloria fuera un mísero viaje al otro lado. No le creo, no puedo. ¿Qué sentido tendría entonces haber esperado tanto?
Sé que en algún punto tendré que salir. Que mi cuerpo tendrá que ser sometido por la esperanza y la fe. Pero no estoy segura de que pueda replicar a la luz otra vez.
Hay una línea fina que lo divide en dos, el lado izquierdo y el derecho. Un brazo y el otro; en una parte el corazón, luego un pulmón. Una recta que cruza todos los umbrales de su ser, lo abre, lo deshace. Es una simple flecha sin punta, es su diana. Una frontera a otra, auricular quieto, expectante.
En el frío de la cabina lo ilusiona una voz distante. Abriga la esperanza de unas cartas sin escribir, hoja albina, inicios sin fin.
Tiembla porque cree en el poder de las cuatro palabras, los tres lamentos: perdón, óyeme, lo siento. Espera que sean suficientes. Mientras, la nieve se acumula en los rincones de su mente.
Sólo es el blanco: monótono, gélido, intacto. La pureza de la partida, la simetría de los años. Pétalos de lluvia caen con vehemencia; símbolo de los siglos en los que había sido negligente, sin experiencia.
El sonido de la interferencia corta el hielo de su tormento. Y se queda ahí: el teléfono en su mano y la línea, que no ha cortado.
Partí hace mucho tiempo atrás. Dejé mis maletas allá en la tierra, y decidí ser nuevo, brillante, ajeno. El día se desvanecía en una exótica estrella que quemaba mi rastro. Tranquilamente, deposité las cenizas de mi viejo ser en una urna de plástico.
Sé que llegué al fin del mundo cuando tenía tu edad, que la juventud era una mentira que me vendieron como verdad. Pasabas de niño a mocoso y, entre el bullicio de los domingos, se suponía que ya nada era un encanto. Las sorpresas del mañana se marchitaban en vano. No existía un manual que te diera los pasos correctos para avanzar. Sólo llegabas al final del pasillo, al cerco de lámina y vidrios rotos. Construías un camino que nadie más recorría, una vereda de tulipanes, algunas nubes sin guía. Eras el único habitante de la villa y los surcos que habías inventado, el vecino de un pueblo sin nombre, sin pasado.
No había otra forma de hacer las cosas. Todo lo que quedaba eran los pliegues que se crearon a partir del monte, las dunas, los años. La gloria de las historias sólo existía al derramar las tazas de peltre, evocar otro horizonte, perderte. Tenías que cambiar las cuerdas por unas hebras de seda; abandonar el sonido por un rumor de estilo, de belleza.
Hoy los chicos lo tienen fácil. ¿De qué se quejan? Yo jamás rechacé la ventura. Yo, que afirmé mi nombre en el púlpito de mi calvario. Yo, el del pesar extraordinario, el inmaculado.
Yo, que di la vida para validar mis hazañas, sigo viajando con mis zapatos gastados.
A ti, que te conocí, que cavilas en mis sueños. Las estrellas que suspiraste, tus ilusiones, toda ha salido huyendo. Pero tus reproches y tus sonrisas permanecen en mí.
Te mantengo como un misterio, oculta entre mis sábanas. La tierra que tocaste, tus caricias, aquella tarde: guardo todo en la cama. En un frasco queda el destello, la esperanza.
Cuando tengo que irme, ese contenedor secreto se abre, vuelves a escapar. Y con nuestra prolongada ausencia, los contenidos del tarro se rebelan. Tus dibujos, tus soles, nuestra indiferencia. La felicidad parte hacia la ventana, en donde nunca más podrá ser oculta, ni mancillada.
Es mejor que sea así, porque si no nunca podría salir.
He obtenido lo que siempre he querido: una casa nueva, sin paredes. Tres pisos, con balcón, todo incluido. Sin embargo, escucho el rumor de su penuria, la omisión del brío. No puedo aceptar. Tú lo entenderías. Falta el sillón hundido con el peso de nuestros atardeceres, toda la gravedad que nos atrae al Sol y su partida; sentados en una orilla, parsimonia. La sala está en paz como quería y, aun así, carece del rastro idílico de tus ojos, el resplandor de tu mirada, lavanda. La comida no sabe igual si no estás ahí, ante la mesa cubierta de huecos, donde escurren las tardes y el té de limón, los paseos. El jardín es fértil, lo es, mas ninguna de nuestras flores podrá asentarse en él.
Hay un exceso de espacio que no me permite descansar. Me consume la duda, la novedad. ¿Qué podré poner en esa esquina?
¿Con qué otro retrato puedo nublar el vacío? La respuesta es ninguna, imposible.
Falta todo lo que siempre he tenido, y esa carencia del destino no me deja soñar.
Una medusa tiene una umbrela, tentáculos, a veces brazos. Es un animal de mar abierto, de cultos y fanfarria. Carente de cerebro y corazón, castrada e inepta. Era antes un pólipo, un tumor. Los científicos no logran explicar que de un saco nazca un error. Que de ella solo haya penas, tinta y sal. Han hecho pruebas por todo el continente. La han esterilizado, la privaron de su forma. Convertida en piedra, tallada invivo . Se extrae con una pizca de encino; su rostro, indiferente. Aguijón de hierro, de celosas serpientes. Dermis de agua, fluye, se acaba. Comprueban que atrapa a su presa, la envenena. Aguamala del Pacífico, tóxica y molesta. Parásito sin lugar a dudas; si la miras, te sepultan.
La academia ha llegado con su veredicto: la medusa es una emulsión de mar. Se agota, se suspende; se adapta y baila bajo el yugo de la gente. ¿Qué importa si no es sustancia? De lo que ella fue, no queda nada. Luego de la inspección, el expediente se sella. Liberan a la medusa a su suerte, una baba mandada al exilio. Odiada y hermosa; reprimida, luminosa. Medusa, tierna y esencia. Medusa, égida, tristeza.
Todavía no he aprendido a coser. Mamá dice que es un ejercicio vital para toda mujer, todo género, toda feminidad. Armar desde los cimientos, reparar la oquedad. Es el deber de la maternidad, el oráculo. Sin embargo, remendar o crear, ambas son inútiles en mis manos. No importa cuánto intente recoger el alfiler, la máquina de las horas, nada funciona. Y es difícil observar cómo las pertenencias se quiebran, desaparecen. A la muñeca de mis primaveras se le ha caído un brazo, no tiene piernas; ojos de botones, piel fruncida. La almohada se deshace en ovillos disidentes, pesadillas. La camisa del trabajo está planchada, pero los hilos que lo forman se van escapando lentamente.
Creo es el miedo que me impide aprender. ¿Qué sucederá si destruyo su médula, sobrepaso el margen? No habrá retorno a lo que era antes. Los parches de la sabiduría, la niñez encubierta; quedarían sólo vestigios de una realidad sincera. Por ello no quiero educarme. Quiero mi muñeca de trapo, nacida en el descanso, envuelta en amor.
Permanece la promesa que te hice.
Mantengo tu secreto en mis abrazos, pues ahí nadie te hará daño. A cambio, me empapo de tus dramas, de la vitalidad, de tus pérdidas. ‘Te quiero’ es una exageración, no son las palabras idóneas. Y aun así son las únicas que recuerdo, las correctas.
Entre los restos de lo fuimos, puedo comprender que así somos, así nacimos. Tú y tus mentiras, yo con los mías.
Te gusta decir que no soy tuya, que me has abandonado. Pero te he entregado una parte de mí: retazos de nuestras sonrisas, la inocencia de mis hallazgos. Todo ello se evapora, se vuelve vaho.
Aunque quiera, las lágrimas no vuelven a los ojos. Se secan en las mejillas y se olvidan del porqué llegaron. Necias y prematuras; plegarias sin tinte, sin rumbo.
Con frecuencia, como un sueño, quiero desaparecer.
Deseo sin solución, una herida a flor de piel.
La vida, desnuda.
Las nubes se confunden con las olas.
La ilusión de los días, ceguera de la caída.
Las llamas del mundo siguen creciendo.
A través de los escombros, un pájaro.
Volar sin la ayuda del viento.
Cada vez recuerdo menos.
Almas afligidas, cuerpos que parten.
Decadencia.
Falta una bola de fuego.
Alguien me perdonó.
Azulejos.
Debí haber actuado mejor.
Alas de papel levitan frente mío.
Manos en alto.
Agradezco.
A falta de pronombres, un algo.
Amortal, amoral.
Quiero dormir con esa música en mi altar. Descansar ante el mañana, el arrullo de la desesperación. De mis manos ya se está escapando el tiempo; entre mis dedos, se deslizan las horas. El ritmo persiste, con devoción.
Quiero creer que así es como termina. El corazón sin ser escuchado, inerte. El receptáculo sin ejercer más esfuerzo, sin energía. La música consume mi ser, me confunde, me reclama. De repente, una calandria se posa en mi ventana. Comienza con otro sonido.
¿Cómo es que les he mentido? Al final, solo puedo escucharla. El carmín de mi pecho se desvanece, deja de existir. Quizás mis heridas son sólo el preludio para estar aquí.
Y aquí estamos en nuestros paisajes, en la casa que siempre amaste. Los pastizales se extienden a la vista, y nuestras risas se mezclan en una tierna melodía. Las flores nos susurran sus nombres, la identidad de sus callos, de sus roces. Las últimas hojas bailan al unísono, anhelando un nuevo comienzo, otro otoño.
La fantasía de este amor es pasajera. Sé que, en cualquier momento, tu mano dejará de ser una con la mía. Que la eternidad se perderá en la laguna de nuestros cerezos; transparente, extinta.
En ese momento, por favor, no te preocupes de mí; puedo quedarme. Crea tu universo, realza tus logros. Haz tus primaveras, imagina otro entorno.
Aquí estaré, esperándote.
Contenemos multitudes en un susurro.
Estamos construidos por partes, de madera, cedro, arce, caoba. Hálitos de luz, unción de los mares.
Iridiscencia.
De la clara luna, al trayecto de las estrellas. La oda del cielo, nuestra presencia. Regresamos a la divina gracia del nacimiento. Honramos la memoria, perecemos. La resistencia del hábito, lo normal, el destino. Creamos las cunas de nuestros ancestros, la memoria del perdido.
Ínfula.
Nos perdemos en la tierra, oblicua. Exigimos la edad, el incienso. La adversidad crece en la bahía de los pensamientos. Ámbar de guerra, perdón de los pecados. Grito de la noche, retoños pardos. Por razones inciertas, el tiempo se ríe. Vida creada, de polvo a nada. Pasamos de ser un faro a una lágrima callada.
Infalible.
Inmarcesible.
Somos momentos, efervescentes, quietos. Somos la calma de una gota, el rocío en flor, la lágrima que se enternece. Somos la callada niebla de las ciudades, incandescente. Somos la puntada exacta del tejido, tornasol de los días. Somos la dicha que nos consume, los miércoles y la melancolía. Somos la bruma, la soledad, la naturaleza. Somos el ayer que no ha terminado, tinta seca en hoja. Somos el impávido, el más afortunado. Somos la clarividencia en persona, el sereno, las noches nostras. Somos el lamento de los inocentes, la historia de las víctimas, la comida del mendigo. Somos lo que no queremos, la amnesia del viejo. Somos los frutos del invierno, la paradoja del atardecer, proverbio. Somos momentos.
Medusa inmortal de Elisa R. Nieto se terminó de imprimir en septiembre del 2023, en los talleres de Cor Meum S.A. de C.V., Av. Eugenio Garza Sada 2501 Sur, Tecnológico, 64849. México, Nuevo León.
En esta edición se utilizó tipo Baskerville Maquetación y cuidado editorial: Elisa R. Nieto
La edición consta de un ejemplar único.
Vivimos en un constante ciclo entre vivencia, memoria y olvido. El pasado es enigmático, un pequeño misterio.
¿Qué significa la edad? ¿De qué estan hechos los recuerdos?
Los poemas aquí presentes presentan un camino para contestar estas preguntas. A través de las etapas de vida de una medusa, se explora la nostalgia, el amor, la familia.
De breves composiciones humanas, una obra de juventud átonita y simple. Entre líneas, quizás puedas encontrar una respuesta.
O tal vez, en esta ocasión, no. La lectura lírica es así; no puedes exigirle. Implica desorden, revelar un constante cambio. Pues la poesía, como nosotros, se transforma: fluye en el tiempo, vive y renace.