




La leyendas, expresión literaria por excelencia de la tradición popular, recorrió en México dos grandes periodos identificados con la época prehispánica y la que se desarrolló del perio do colonial en adelante, es parte importante de la historia de México. Así pues, mitos y creencias surgieron a través de los años, a lo largo y ancho del país, han pasado de gene ración en generación hasta llegar al presente, por medio del lenguaje oral y escrito.
Nos hablan de las creencias de nuestro pueblo, de sus costumbres y temores. Casos sorprendentes que ocurrieron a la luz de la luna, en una carretera oscura, en algún puente lejano, pueblo, ciudad o la soledad del camino. Impactantes apariciones que se hacen presentes, dejándonos saber que nos falta mucho por conocer del mundo, que hasta los más escépticos se llevan sorpresas y a veces son éstos los más aterrados al momento de enfrentarse a manifestaciones del más allá.
Finales trágicos de amores, desamores, asesinatos, fortunas perdidas, animales espectrales y apariciones de ultratumba fueron experiencias que vivieron personas como tú y como yo en determinado momento que marcaron sus vidas para siempre.
Historias dificiles de creer pero tan impactantes que rebasaron la línea del tiempo para convertirse en le-yendas. Probablemente habrás ya escuchado de alguna, como el caso de la ley enda “La Matlazihua ”.
Pero, ¿sabes todo lo que se dice acerca de ella o de las “Bolas de fuego”? Esta es una buena oportunidad para que conozcas más acerca de estas espeluznantes historias en Las Leyendas de Puebla. Asómate y déjate llevar por los umbrales de lo desconocido.
Presuroso y sin saber a ciencia cierta el destino del criminal, Don An astasio fue al encuentro de Doña Simonita, con quien regresó a su casa por el Puente de Ovando, evitando pasar por el lugar del fatal acontec imiento y llegando justo a tiempo para que la partera ayudara a recibir a los gemelos de Don Anastasio y su esposa, Doña Juliana Domínguez. Al finalizar la labor de la partera, Don Anastasio la llevó de vuelta a su casa, oportunidad que aprovechó para saber qué había ocurrido con el hombre del callejón. Al llegar, vio que el destino del ladrón había sido la muerte y que un grupo de curiosos se encontraban rodeando el cuer po rogando por su alma. Desde entonces, los lugareños comenzaron a referirse al sitio como “el Callejón del Muerto”.
el año de 1875 cuando, en una madrugada dominada por una fuerte lluvia, Don Anatasio Priego, el acaudalado dueño del Mesón de Priego, se vio obligado a dejar su casa en búsqueda de Doña Simonita, la mejor partera del barrio de Analco, pues su esposa estaba a punto de dar a luz. A pesar de las condiciones climáticas y de la insistencia de sus sirvientes por que aceptara ir acompañado, Don Anastasio decidió emprender camino por su cuenta, sin importarle los peligros a los que pudiera enfrentarse. Así, con sombrero, capa y espada, dejó su hogar y se adentró en la oscuridad de las altas horas de la madrugada.
Don Anastasio se dirigió a la Parroquia de Analco, que en aquel entonces también era un panteón, y cruzó hacia la calle de Santo Tomás. Una vez que llegó al antiguo callejón de Yllescas, un malhechor se interpuso en su camino de forma tempestuosa y amenazó con arrebatarle la vida si se negaba a entregarle todo su oro. Por desgracia para el asaltante, Don Anastasio era conocido por ser uno de los mejores esgrimistas de su época y no dudó un segundo en defenderse; lleno de destreza, el hombre que estaba por convertirse en padre desenfundó su espada y en un dos por tres atravesó el corazón de su atacante, dejándolo tendido en aquel callejón.
Fue así que se comenzó a contar que todo aquel que pasara por dicho lugar a altas horas de la noche se encontraría con el alma en pena del asaltante, por lo que se colocó una cruz blanca en el sitio y Don Marcelino Yllescas mandó a oficiar misas por su descanso; no obstante, el es píritu continuó apareciendo. Tiempo después, un hombre le rogó al pa dre Francisco Ávila, Panchito, como la gente le llamaba cariñosamente, que lo confesara en el Templo de Analco. Aunque el sacristán estaba a punto de cerrar las puertas, el padre accedió a entrar al confesionario. Cuando el sacristán regresó, no pudo encontrar ni al sacerdote ni al misterioso hombre.
La mañana siguiente, el padre Panchito no se presentó a oficiar la misa de las siete de la mañana, por lo que el sacristán y el párroco del templo fueron a buscarlo directamente a su casa, encontrándolo gravemente enfermo de tifo y con los nervios alterados. Cuando el párroco confesó al sacerdote, éste afirmó que había absuelto de sus pecados a un hombre que había muerto hacía mucho tiempo y que estaba buscando el perdón de Dios para que se alma pudiera descansar. El hombre jamás volvió a aparecer en el lugar donde fue abatido, pero la leyenda continúa hasta nuestros días en el Callejón del Muerto.
Mientras caminaba de regreso a su casa, escuchó el fuerte cacareo de una gallina, al verla, su miedo se convirtió en hambre, ya que empezó a imaginarse una deliciosa cena por lo que decidió perseguirla. A pesar de que la gallina no se oponía para ser atrapada, el hombre fue incapaz de alcanzarla, y esta lo llevó hasta uno de los extremos del puente.
El hombre estaba completamente asustado, ya que conocía las historias de ese lugar, desesperadamente decidió cruzar el puente a toda veloci dad, sin embargo, estando justo a la mitad del camino, sintió que la estructura se venía abajo.
En el municipio de Tehuacán estado de Puebla, hay un puente de piedra que fue construido para que los pobladores atravesaran el río sin mojarse y llevaran el cargamento de sus carretas con seguridad.
Se cree que en el puente habitan unos pequeños duendes que arrastran a las personas, sin importar su sexo o edad. Las personas que son ar rastradas bajo este puente difícilmente pueden volver a salir. Solo una persona ha logrado escapar de tan terrible lugar.
Cuenta la leyenda que hace tiempo existió un señor que acostumbraba irse de fiesta con sus amigos todos los fines de semana, este hombre bebía enormes cantidades de alcohol, y regresaba a su casa ya muy noche y pasado de copas.
Al llegar a su casa, como era muy de madrugada, sintió mucho frío, por lo que decidió ir en busca de leña para encender una fogata.
La leña que se encontraba muy cerca del Puente de los Duendes, y ya sabiendo de los rumores que se le atribuían, el señor se apresuró a rec oger un par de leños y se marchó.
En contra de su voluntad se encontraba en la oscuridad del puente, donde comenzó a escuchar risas malvadas y ruidos escalofriantes. Alca nzó a ver cómo la gallina se convertía en un pequeño hombre que lo veía con ojos de terror, este ser comenzó a arrastrarlo hacia abajo del puente.
El hombre empezó a rezar, “Padre nuestro, si mi carne es para los demo nios, al menos deja que mi alma esté contigo en el paraíso.” Al escuchar estas oraciones el duende lo soltó y comenzó a hacer un ruido muy fuerte y alejarse poco a poco.
Al ver su oportunidad para escapar, corrió despavorido hasta perder el conocimiento. A la mañana siguiente, el hombre se encontraba tirado sobre el campo pensando que todo había sido un mal sueño, hasta que se percató de que su ropa estaba cubierta de plumas blancas bañadas en sangre.
Se dice que después de ese día dejó de beber y se mudo a otra ciudad, sin embargo, hasta la fecha la gente del lugar asegura ver y escuchar seres extraños en aquel puente durante las noches.
Como respuesta, el varón poblano de clase media intentó llegar has ta su espada; pero el noble Ovando fue más rápido y con una daga de cinto, le cortó el cuello. Varios días de luto riguroso llenaron a la casa de la familia Ovando, cuyo hijo no pisó la cárcel al establecerse que cometió un “crimen de honor”; pero no escapó a la muerte, porque tiempo después, fue encontrado tirado en un callejón, se dice que los responsables habían sido los familiares del joven enamorado de la chica Ovando. Nadie pudo comprobarlo.
tuvo dos hijos: un fuerte y valiente varón, y una hermosa mujer, que, llegada a los 16 años, comenzó a creer en un amor que rebasaría los estándares sociales. Fue así como la joven se enamoró de un poblano de clase media y enfrentó a su padre, que amenazaba con desconocerla. -Pero yo lo amo-, decía la doncella. -¿Qué tiene que ver el amor con el matrimonio?-, respondió el enfurecido patriarca. -Primero muerto, antes que verte pedir limosna en un puente-, desconsolada ante la actitud de su padre, la joven lloraba por el amor que sentía hacia el joven poblano y pensaba cómo remediar la situación.
Así, llegó a la conclusión de que, al perder su virginidad con su en amorado, su progenitor no le quedaría más remedio que aceptar la unión para escapar de la deshonra. Para lograr su objetivo, los jóvenes aprovecharon un viaje de negocios del patriarca Ovando y en la misma cama que le vio nacer, la doncella se entregó de la forma en que sólo quien está realmente enamorado sabe hacerlo, sin embargo, la pareja no advirtió que dentro del armario de la joven se escondía su hermano, quien al ver la escena, empuñó su pistola y gritó: “¡Tú!”, enfurecido, el disparó al hombre que había deshonrado a su familia; pero su hermana se interpuso y recibió en su pecho, la bala que le hirió de muerte.
Para el padre, la tristeza por la muerte de su amada hija creció con el fallecimiento de su ya único heredero y lleno de desdicha, se entregó a la bebida. Solía cruzar su puente a altas horas de la madrugada, una de esas noches, llovía copiosamente mientras el patriarca cruzaba el puente y justo en la entrada, vio a una mujer que le dijo: – Señor, por la sangre de Cristo, deme una moneda –, el hombre la reprendió – ¿Qué horas son estas de pedir limosna a la entrada de mi puente? –.
Entonces, con una voz de ultratumba, la mujer le dijo: - ¿No me reconoces padre? Pido limosna y la pedirá a toda tu descendencia hasta el fin del mundo; porque a manos de mi propia familia he muerto ––¿Quién eres?”–, dijo el hombre –“¿Acaso eres un ser del mal?”–, re spondió la mujer: – Mírame bien, soy tu hija –, respondió la mujer.
Horrorizado, el noble Ovando trató de escapar, negándose una y otra vez lo que acababa de ver; pero una inexplicable crecida del río le atrapó y su cuerpo fue encontrado sin vida varios días después. Mucho tiempo después, aún se contaba entre los lugareños que esta misma silueta se paseaba por el Puente de Ovando a la media noche y si uno entregaba la limosna, podía pasar libremente; pero si no, se corría el mismo final del patriarca
La legendaria “china poblana” fue un personaje histórico que vivió en la época colonial y cuya vida se pierde entre la realidad y la fantasía de una época en donde los milagros y las visiones estaban a la orden del día.
La historia de la “china poblana” comienza cuando hacia 1621, el virrey marqués de Gélves expresó su deseo de tener a su servicio una joven chinita que fuese tan exótica en palacio como un papagayo en su jardín. Un mercader que trajinaba entre Acapulco y Manila, enterado de este capricho trajo en la Nao de China a una niña hindú de unos doce o ca torce años. Sin embargo el mercader no entregó la joven al virrey sino que la vendió como esclava al rico capitán Miguel de Sosa, que vivía en Puebla de los Ángeles casado con Margarita de Chávez, y quien pagó diez veces más de lo que pagaría el marqués de Gélves. Gracias a la pareja Sosa llegó a conocerse el pasado de la muchacha.
La “chinita” se llamaba Mirra y había nacido princesa en las remotas tierras del Gran Mogol o Mogor, o sea la India. Así que aunque todos le decían “china” cariñosamente, porque así se usaba entonces decirle a la servidumbre femenina y joven, Mirra no era china sino indostana o india. En su tierra natal, cuando Mirra tenía diez años de edad, sus padres tuvieron que abandonar su ciudad y se fueron a vivir a un puerto cerca de los portugueses. Un día arribaron los piratas y la niña fue raptada y despojada de sus ricos vestidos y joyas y encerrada en una bodega. Así, de princesa pasó a ser esclava.
Al llegar a Cochín, un estado al sur de la India, evangelizado por Francisco Javier, Mirra logró escapar y refugiarse en un misión de padres
jesuitas que la cristianizaron y bautizaron con el nombre de Catarina de San Juan. Años más tarde, regresaron los piratas al subcontinente indostánico y, al reconocerla, volvieron a capturarla y la vendieron en Manila como esclava donde la entregaron al mercader que la llevó a la Nueva España.
El matrimonio poblano no tenía hijos y compraron a la chinita para adoptarla como hija, aunque siguió siendo esclava. Así, quedó en casa de los Sosa entre ahijada y sierva. Mirra (o Catarina) era bellísima, aprendió con sus padres adoptivos a hablar el español, a cocinar y a hacer primorosas labores de aguja, pero se negó a aprender a leer y a escribir. Catarina se hizo muy popular por su belleza y manera muy peculiar de vestir, a la usanza hindú. Cuando salía a la calle siempre llevaba un manto que le cubría la cabeza y parte de la cara y doblándolo de mil formas distintas, como el sari de las mujeres en la India. Desde esta época, Catarina gozó de la piadosa estimación de buena parte de la sociedad poblana y contó con el apoyo de la prestigiada Compañía de Jesús así como con la de otros clérigos.
Don Miguel Sosa murió en diciembre de 1624 y en su testamento dio la libertad a Catarina quien se quedó, propiamente, en la calle. La recogió el clérigo Pedro Suárez y vivió en la pobreza haciendo vida ascética y siempre vestida con su indumentaria de saya, manto y toca. Desde ese momento, comenzó a revelarse una nueva faceta de la “china” Catarina, empezó a tener visiones místicas. Decía que jugaba al escondite con el niño Jesús, que veía a ángeles y a la Vírgen, que una escultura de Jesús Nazareno le hablaba largamente y que los demonios la acosaban. Si al principio la consideraban loca, con el tiempo fue respetada y hasta llegó a ser venerada. Cientos, miles de personas veían en Catarina a una profetisa y entre esos miles se contaban desde el obispo de Puebla hasta los sacristanes de la Compañía de Jesús, pasando por todos los jesuitas de la época.
Catarina vivió 82 años y murió el 5 de enero de 1688. La muchedumbre que fue a su velorio la besaban y arrancaba pedazos de su mortaja para conservarlos como reliquia. Tal fue la veneración que inspiró Catarina, que desde 1691 el tribunal de la Santa Inquisición tuvo que prohibir la reprducción de sus retratos para que no se le adorara como santa. El sepulcro de Catarina de San Juan se conserva en la sacristía de la iglesia de la Compañía de Jesús en Puebla bajo una lápida de azulejos.
montaña humeante”.Pudicatem dolupta int re nonem volupta nonsequi omnis que volor rerchit atemporeceat laborempero il ea volorere, quis escit quam, cupta doloribusam qui omnim se conseri
qui doluptatur apit a eaque debit millaborrum nos volupta netum et la dolor sequasp erepelitio tecus maximai onseriatur, siminciusae ommos aceruptate que sim et et harum este maximi, omnis renimus, omni con non pro essimus ullorestore qui quis maximaionsed quam voluptus ra tur audam, ideles sam, quisit ulluptae. Itamus iminctur?
La leyenda de los volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuatl narra la his toria de dos amantes. Se dice que hace miles de años en medio de una de las tantas peleas entre los aztecas y los tlaxcaltecas, uno de los guerreros más valientes de Tlaxcala, Popocatépetl se enamoró perdidamente de Iztaccíhuatl, la hermosa hija del gran monarca. Cuando el aceptó el matrimonio con la condición de que fuera a luchar contra sus enemigos y volviera victorioso. Conseguir esto parecía casi imposible ya que a esas alturas la guerra había durando demasiado. Dispuesto a todo, Popocatépetl partió para cumplir su destino y volver a encontrar a su amada. Durante su ausencia, el falso rumor de su vida. Sin estar al tanto de esto, el joven volvió con la misión cumplida y se enteró de la terrible noticia. El guerrero veló el cuerpo de su amada hasta que él mismo se rindió a su tristeza para siempre. Los dioses cu brieron sus cuerpos para que permanecieran cara a cara, juntos por la eternidad y entonces se convirtieron en montañas.
car la historia del centro de México.: también nacieron sus nombres en náhuatl. Iztaccíhuatl significa “la mujer dormida” y Popocatépetl, “la
iliqui ullab imagnatibust pra cusaperiatur assunti doluptaque postio blab ius, odit, aperspieni nihic tem fuga. Ma quaestio omnis apiet pe rumen tionseq uatemposam reptamus volut doloribus, solessim sus et ut voloreres demporio. Borum faccus del inus dolupieni auta saerunt ionetur? Ectatius est re prem res ditionectur, cus mod magnimenda rectam et vollor sinveniam, eiur? Riam endit et, ut excearc hicabo. Ut lam etus esciis endem inctatiIhitis etur, quis quiaten isquia volorup tatisqu ibusdam et quas dolupic tem aspis ipidusae por sam inctem nonecto tem aspe estis experfe
José Antonio, evidentemente, nunca hizo caso hasta que un día se en amoró perdidamente.
Un día perdido entre las copas, sin recordar nada, a eso de las 3 de la madrugada, se le apareció una mujer muy bonita, igual a su novia, vestida de blanco.
Pensando que era ella, la fue siguiendo sin pensar que esa mujer era la Matlazihua o la bandolera.
Hasta la borrachera se le quito del susto al percatarse que era la muerte, empezó a gritar desesperado.
Se dice que en Oaxaca hubo un joven llamado José Antonio al que le gustaban mucho las mujeres, no le importaba cómo fueran.
Él era alto, blanco y garboso, cargaba un bigote espeso bien recortado, todo un macho bragado, de la sierra donde el gozo del macho era tener muchas mujeres.
Bebía el mezcal por garrafas y hallaba valor para enfrentarse a la muerte. Cuando faltaba el dinero, vendía un ganado de los de su padre, quien siempre le advirtió que algún día Dios lo iba a castigar por engañar a las mujeres.
Su padre era rudo trabajador de la ganadería, cuando veía a su hijo en problemas le decía con tono muy fuerte “Algún día José Antonio, Díos te va a castigar por engañar a las mujeres”.
“Por ese vicio, nunca estas en casa, ni atiendes el trabajo, pero un día, te vas a llevar un terrible susto”, le advertía el anciano, sin que existiera aún la leyenda de la Matlazihua.
Los gritos despertaron a los trabajadores de la hacienda, quienes part ieron en la búsqueda de José Antonio.
Notaron que los gritos provenían de un alto peñasco saturado de espinas y magueyales,
Subieron hasta la cima, para encontrarse al enamoradizo hombre desnudo y cubierto de profundas heridas.
La Matlazihua no tomó su vida para dejarlo como testigo de su existencia y como advertencia de lo que le espera a los hombres como José Antonio.
montaña humeante”.Pudicatem dolupta int re nonem volupta nonsequi omnis que volor rerchit atemporeceat laborempero il ea volorere, quis escit quam, cupta doloribusam qui omnim se conseri
qui doluptatur apit a eaque debit millaborrum nos volupta netum et la dolor sequasp erepelitio tecus maximai onseriatur, siminciusae ommos aceruptate que sim et et harum este maximi, omnis renimus, omni con non pro essimus ullorestore qui quis maximaionsed quam voluptus ra tur audam, ideles sam, quisit ulluptae. Itamus iminctur?
La leyenda de los volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuatl narra la his toria de dos amantes. Se dice que hace miles de años en medio de una de las tantas peleas entre los aztecas y los tlaxcaltecas, uno de los guerreros más valientes de Tlaxcala, Popocatépetl se enamoró perdidamente de Iztaccíhuatl, la hermosa hija del gran monarca. Cuando el aceptó el matrimonio con la condición de que fuera a luchar contra sus enemigos y volviera victorioso. Conseguir esto parecía casi imposible ya que a esas alturas la guerra había durando demasiado. Dispuesto a todo, Popocatépetl partió para cumplir su destino y volver a encontrar a su amada. Durante su ausencia, el falso rumor de su vida. Sin estar al tanto de esto, el joven volvió con la misión cumplida y se enteró de la terrible noticia. El guerrero veló el cuerpo de su amada hasta que él mismo se rindió a su tristeza para siempre. Los dioses cu brieron sus cuerpos para que permanecieran cara a cara, juntos por la eternidad y entonces se convirtieron en montañas.
car la historia del centro de México.: también nacieron sus nombres en náhuatl. Iztaccíhuatl significa “la mujer dormida” y Popocatépetl, “la
iliqui ullab imagnatibust pra cusaperiatur assunti doluptaque postio blab ius, odit, aperspieni nihic tem fuga. Ma quaestio omnis apiet pe rumen tionseq uatemposam reptamus volut doloribus, solessim sus et ut voloreres demporio. Borum faccus del inus dolupieni auta saerunt ionetur? Ectatius est re prem res ditionectur, cus mod magnimenda rectam et vollor sinveniam, eiur? Riam endit et, ut excearc hicabo. Ut lam etus esciis endem inctatiIhitis etur, quis quiaten isquia volorup tatisqu ibusdam et quas dolupic tem aspis ipidusae por sam inctem nonecto tem aspe estis experfe
El guardián nocturno de la construcción de la Catedral se quedó dormido. Al despertar al día siguiente se sorprendió al ver a los trabajadores haciendo comentarios de la desaparición de la campana y, ¡oh, sorpresa! al elevar la mirada hacia la torre, la campana ocupaba ya su lugar. Entonc es, el guardián exclamó: “Ahora recuerdo que entre sueños vi dos ánge les que descendían del cielo, tomaban la campana y la elevaban hasta la torre”. Y en ese momento empezó a escucharse el repicar de la campana.
Terminar la construcción de la Catedral que se realizó después de 8 años y 8 meses, para concluir la construcción les falta ba el campanario donde se tenía que instalar la monumental cam pana a la que llamaron María, pero en ese tiempo no se contaba con los adelantos para subir la campana, para esto se ideo un ter raplén que venía a lo largo de la avenida 5 oriente hasta llegar al campanario y se usaron unos troncos a manera de rodillos para poderla deslizar hasta la parte donde se colocaría la campana.
Se cuenta que se pasaron los días enteros y solo se avanzaban escasos metros y así transcurrieron algunas semanas, el maestro de la obra esta ba desesperado porque entre más gente se unía a la causa parecía que no avanzaban los trabajadores quienes empezaron a ir de la obra por el tem or ya que se contaba que en la escalera de acceso a la torre se aparecía un ser diabólico que no los dejaba pasar y uno de esos días cuando la cam pana estaba a medio camino la dejaron en ese lugar con el temor que se fuera a rodar cuesta abajo ese día, pero a la hora del rosario se oró porque la misión terminará pronto, dicen que fue tal el fervor de los presentes los ángeles bajaron y fueron quienes subieron la campana hasta su lugar.
Se dice que la escalera que estaba obstruida esta ya libre y en uno de los escalones de esta quedo la huella de una pezuña, cabe mencionar que la escalera es de cantera sólida. El templo se consagro el 18 de abril de 1649, fue dedicado a la Inmaculada Concepción. Posteriormente se termino las portadas y fachadas, entre estas la puerta del Perdón, que se acabó en 1664, la lateral de san Cristóbal, que se encuentra al norte se terminó en 1690.
Por esto se le da el nombre de Puebla de los ángeles, la campana se toco en el rezo del Angelus a la 12 del día y a las 6 de la tarde, en recuerdo a este hecho alrededor del atrio de la Catedral se colocaron ángeles de bronce.
Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaban, le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate.
La princesa lloró amargamente. Dejó de comer y cayó en un sueño pro fundo, sin que nadie pudiera despertarla.
Tiempo después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de ver a su amada. A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl. Entristecido con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que decidió hacer algo para honrar su amor y que el recu erdo de la princesa permaneciera en la memoria de los pueblos. Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para for mar una enorme montaña.
«Hace ya miles de años, cuando el Imperio Mexica estaba en su esplendor y dominaba el Valle de México, como práctica común sometían a los pueblos vecinos, requiriéndoles un tributo obligatorio. Fue entonces cuando el cacique de los Tlaxcaltecas, acérrimos enemigos de los Aztecas, cansado de esta terrible opresión, decidió luchar por la libertad de su pueblo.
El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la princesa más bella y depositó su amor en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo.
Dice la leyenda que el emperador veía con agrado el matrimonio de su hija con aquel joven guerrero. Cuando Iztaccíhuatl y Popocatépetl iban a celebrar su boda, los ejércitos enemigos decidieron atacar. El emperador reunió a sus guerreros y confió a Popocatépetl la misión de dirigirlos en los combates.
Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl.
El padre accedió gustoso y prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si regresaba victorioso de la batalla.
El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su cora zón la promesa de que la princesa lo esperaría para consumar su amor.
Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la gran montaña. El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su amada, para velar así, su sueño eterno. Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo. La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo. Por ello hasta hoy en día, el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.»