El cuaderno 76

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Número 76 / Tercera época, nº 1. Primer trimestre 2016

NUEVA NARRATIVA MEXICANA / LAIA JUFRESA

y el crol sin que, como sucedía con mis otras compañeras, lo olvidara a los cinco minutos. Mis otras compañeras, por petición del entrenador, debían mantener en el borde de la alberca, junto a su botella de agua, un ábaco. Pero a diario alguna se olvidaba de traerlo o de pasar las bolitas al término de cada vuelta. Recuerdo que esa noche tuve la precaución de rasurarme para que al día siguiente mi nueva compañera se llevara una buena impresión de mí. Pero la mujer joven no volvió. Ni a la mañana siguiente ni después. La esperé una semana pensando que entraría con el principio del mes siguiente, ya que la secretaria se negaba a fraccionar las quincenas. Pero el mes llegó y la mujer no. Con su ausencia, el aura de la alberca fue opacándose frente a mis ojos. Si la alberca no era suficientemente buena para ella, ¿por qué debía serlo para mí? A la vez reconocía que

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esta obsesión comparativa con una completa extraña no tenía fundamento y, sobre todo, mermaba mi concentración, por lo que resolví seguir nadando hasta que se me pasara. Pero no se me pasó y ya todo fue en picada. Un par de semanas después encontré a la secretaria con todas las fichas desparramadas sobre el mostrador y una flamante computadora frente a los ojos. Sentí despecho cuando me dijo que estaba capturando los datos. Las fichas eran unos rectángulos de cartulina blanca, con rayas azul tenue, llenados a máquina de escribir y con un hoyito por cada quincena que pagábamos, nada más. Pero en la mía, mi nombre estaba mal escrito y yo nunca lo había corregido porque me gustaba tener un nombre distinto en la alberca, como el que obtienen los adeptos en un áshram y que por lo general significa algo grandioso. Como preví, con la captura a la secretaria le vino un ímpetu ortográfico y me despojó de mi identidad secreta, sin la cual, ir a la alberca se volvió un acto tortuoso. De pronto, mi cuerpo quería dormir más y aunque no faltaba me dio por llegar cada día más tarde. El entrenador mostró su descontento; la gorda opinó que me hacía falta descansar. En un intento por recuperar el entusiasmo me regalé un traje de baño. El día que lo estrené —una cosa verde brillante, en alto contraste con mi antiguo traje negro— mi vieja favorita me miró saltar y luego acercármele, como cada mañana. Pero cuando estuve a su lado me dijo: «¡Hola!, ¿eres nueva?». No era caso de mentirle y proba-

El colmo de todo sucedió un día que la directora de la alberca, a la que nunca había visto antes, se apersonó para hacer su inspección anual y decretó que esa pierna no podía estar allí blemente me hubiera reconocido la voz, por lo que confesé de inmediato mi nombre y me puse a nadar. Pero ni el dorso ni el crol me quitaron la desilusión de no ser para la profeta más que un manchón de color, por definición intercambiable. El colmo de todo sucedió un día que la directora de la alberca, a la que nunca había visto antes, se apersonó para hacer su inspección anual y decretó que esa pierna no podía estar allí. A la dueña le dijo que se le iba a mojar y que ella no quería hacerse responsable, pero al salir ese día yo la escuché contándole a la secretaria que la prótesis le había dado «mucha impresión» y que daba «mala pinta» al negocio. Maldita supersticiosa. En adelante, cuando la dueña se había echado al agua, el entrenador colocaba su prótesis en una estantería, entre las tablitas para flotar. Desde allí, sólida y en horizontal, la pierna provocaba la misma reverencia que inspiran las secuoyas caídas. Pero yo nunca pude acostumbrarme al nuevo orden y le perdí el amor a la ceremonia. De pronto, las viejas me resultaron pesadas, el chino pretencioso y el entrenador irresponsable. Un día aproveché un dolor de hombro para faltar una semana y luego otra y ya nunca más volví. Mi pérdida de fe, además, se extendió por el barrio hasta que todo por allí me producía un malestar intolerable y terminé por mudarme. Luego me conseguí un trabajo e ingresé a la porción productiva del mundo, ¡splash! Con mi sueldo de ahora podría pagarme las clases de temprano, pero a esa hora la gente no cree en nada. 


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