Revista literaria: Ofertorio

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Compilación de textos escritos por estudiantes piuranos con gran pasión por la literatura.

Más de 30 textos entre poemas , narrativa y artículos.

Diversas temáticas: costumbristas, regionalistas, filosóficas y de experiencias vividas.

Sobre OFERTORIO

Primera edición

diciembre 2022 Piura-Perú

Dirección general

Javier Cobeñas Jorge Merino Jorge Gonzáles

Redacción

Ariana Huamán Álvaro Torres Jesús Valladolid Jorge Merino Pablo Huamán Angie Navarro Britney Yajahuanca Jorge Gonzales Sheylinn Quispe Emerson López Iosif Huamán Efraín Zea Javier Cobeñas

Edición gráfica

Javier Cobeñas Rut Girón

Agradecimientos

Universidad Nacional de Piura

Queda expresamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografía y el tratamiento informático.

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PRESENTACIÓN

Todo sea por amor a las letras

Un susto en medio de una noche silenciosa, una mente embriagada de fantasía, unas manos que recomponen tus pensamientos y te calman los nervios, unos brazos abiertos que te sostienen firmes cuando no tienes adónde ir… Aquellos y una infinidad de efectos diversos nos produce la literatura. No tiene mucha ciencia, se trata de dejarse arrastrar por historias inverosímiles, de permitirse ser engañado de la manera más bella, y, definitivamente, de resultar transformado en otro, porque pasar por este arte significa mutar, evolucionar interiormente, un lector es un hombre nuevo al que era antes. Sin embargo, por encima de esto, vale decir que la Literatura no debe significar un mecanismo complejo, ese altar al que solo un grupo de calificados pueden acceder. A diferencia de la Democracia tan hablada en un país, la literatura sí lo es porque otorga los mismos derechos a TODOS de enfrascarse en un libro, de perderse, de reconciliarse consigo mismo, de vivir más vidas, de deslumbrarse ante la anchura del mundo que nos proponen las letras. Quizás el consejo de Borges sea muy oportuno para los nuevos lectores, o para los que en algún momento nos

estancamos: lea usted lo que le guste, no por imposición ni por recomendación forzada. Aquí seguramente se abre la propuesta de encauzar la manera en cómo las escuelas ponen un libro en la mano de un niño. ¿Qué les gustaría leer?, ¿te agradaría un poquito de terror o de fantasía?, y así viajar junto con ellos en el camino de la lectura, conversar sobre la historia de manera participativa, dinámica, con un lenguaje a su nivel, ¿para qué complicarse? La lectura debe ser un dulce para los niños. Por otro lado, se cree necesario resaltar la importancia de acercarnos al arte local. Es alentador saber de los lectores de ilustres figuras regionales, así como fanáticos del dibujo y la pintura, de la música piurana, de las cumananas, del cine local cuyas buenas producciones, y producciones en general, se espera que con los años vayan cuesta arriba, y de todas aquellas formas del arte, el mismo que, según un acertadísimo personaje, representa la única prueba irrefutable de que el planeta es habitado por humanos y no por otra especie.

La revista literaria digital “Ofertorio” se lanza con el objetivo de presentar al público las voces de un grupo de jóvenes con un apego por la escritura, y evidentemente por la Lite-

ratura, sin ser escritores, aún. Así, en la sección de Poemas tenemos a: Javier Cobeñas, Angie Navarro, Britney Yajahuanca, Jorge Gonzales, Sheylinn Quispe Emerson López, Iosif Huamán y Efraín Zea. Por su lado, en Narrativa contamos con los textos de Ariana Huamán, Álvaro Torres, Jesús Valladolid, Jorge Merino y Pablo Huamán. En el caso de Breves ensayos, tenemos la doble presencia de Jesús Valladolid Y Jorge Merino. En la sección de Novela breve Jorge Merino García. Asimismo, agradecemos la colaboración en esta revista de Álvaro Alatrista, Emerson López y Iosif Huamán, así como la de Jean Pierre Cordalupo, Carlos Armando Vásquez y Houdini Guerrero. Agradecemos a la encargada de la sala de conferencias la Mg. Victoria Magaly Apón Palacios. Así mismo a Javier Cobeñas Timana y Rut Girón por ser lo editores de esta revista. Dedicamos esta primera publicación a todas las personas que día a día se esfuerzan por un objetivo artístico: si bien no caemos en el romanticismo de asegurarles el éxito, estamos seguros de que cada vez están más cerca de conseguirlo. ¡Confiar y esperar!, como nos enseña el Conde de Montecristo; y jamás bajar los esfuerzos, añadimos nosotros.

Por: Jesús Valladolid Ruidias

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Poemas

SIN RUMBO

En el vaivén de tu amor Navego sin rumbo Y daña lo que vivo Hace que caiga de nuevo Que ría sin gracia Que respire sin ganas Y vuelva al frenesí de tu amor El corazón me estorba Y ya no lo quiero.

FUGAZ

Al cielo se fue nuestro amor No lo pude evitar Del cielo cayó Me pego en la cabeza Y al cielo volvió Recorrimos el mundo Ahora mis días son años Mis horas meses Y tú no llegas.

HA CAÍDO

Pero ha caído la noche Y el fuego baila en lo oscuro Las brasas arden Y el viento susurra El sol ha caído Y el cielo se estremece Las nubes se van Y ahora surjo yo

RECLAMO

No quiero verte Si tu mirada me somete No quiero escucharte Si tu voz me hipnotiza No quiero tocarte Si al final no puedo parar No quiero tenerte Siento que te odio Siento que te desprecio Pero al final… ¡SIENTO QUE TE AMO!

Javier Cobeñas Timaná (Septiembre 2003, Piura)

Realizó sus estudios primarios en I.E. Nuestra Señora del Tránsito y secundarios en I.E. San Miguel. Actualmente cursa el segundo año de la especialidad de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Piura. Director del grupo literario “El club de la pluma”, tiene proyectos próximos a publicarse: poemarios, entre otros.

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VIENTO

El sol fue protagonista de aquel día cauteloso, Las nubes fueron cómplices del dulce caramelo de tus besos. El paisaje dio por finalizada nuestra velada. Y el amor continuó en nuestras miradas. Tiempo después, el invierno tocó su puerta El viento de esa noche susurraba a sus oídos Diciéndole que se quedara, pero él, como el amanecer se fue sin avisar, dejando como recuerdo un follaje solitario.

TUTUNDÁ, TUTUNDÉ, TUTUNDÁ.

Domingo mediodía, bailaban lomeños a orillas del río. Domingo mediodía, respondían los cholos al desafío. “Comenzaron los tutunderos”.

Como costumbre del alborozo bebían, bebían, bebían caña en Churrusco para’l gozo bailaban, bailaban, bailaban, un negroide los tutunderos.

Tutundá, tutundé, tutundá, bailaban en grupo con fervor. Tutundá, tutundé, tutundá, con trapo en mano pa’l sudor.

FIN DE LA HISTORIA

Juntos fuimos y juntos estaremos, por aquí por allá.

En las risas y sonrisas de nuestro rostro al mirar. Conociendo mis peores demonios, logrando ver mi secreto más profundo lograste que te amara, siendo no correspondida desnudaste mi alma sabiendo que te ibas a ir revolcaste nuestra historia en un para siempre sin final feliz.

Por los bongós peleaban dos viejos, para tocar, Cumanano y Alitá. Por horas se escuchaba a lo lejos un tutundá, tutundé, tutundá.

Angie Navarro Estrada

(Abril de 2002, Piura).

Reside en la ciudad de Piura y es la tercera hija de Edgardo Navarro Ipanaque y de la señora María Elena Estrada Torres. Actualmente es estudiante del tercer año de la carrera de Lengua y Literatura en la Universidad nacional de Piura. Es apasionada por los libros, en especial las novelas de Charles Dickens, siendo Oliver Twist uno de sus favoritos. Encantada por la temática de este escritor porque plasma lo que sucede en la sociedad, describiendo y defendiendo la realidad de las familias de bajos recursos, niños huérfanos y ancianos. la especialidad de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Piura. Director del grupo literario “El club de la pluma”, tiene proyectos próximos a publicarse: poemarios, entre otros.

Britney Yajahuanca

Gonzales (junio de 2004, Piura)

Estudiante de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Piura e integrante del Club de la Pluma. Dentro de su vida universitaria, asiste a un taller de danza a motivo de tener interés en las artes escénicas desde su niñez. Forma parte del Club de la Pluma a razón de complementar su gusto por la literatura y facilitar el acceso a la cultura en la sociedad. Actualmente es expositora y participa en guiones teatrales. “No me entiendo ni yo, me vas a entender tú, que además eres imbécil” Arthur Schopenhauer.

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PAJARITO DE LOS CERROS

Chilalo, chilalo tú que de tu pico sale el canto y la ofreces a la Pachamama, tú que te paseas entre los cerros y sobre sus faldas anidas en él.

Intercede por mí, y que la Pachamama me proteja del maligno con miedo del espíritu volador.

El mal acecha mi alma y entre los cerros se esconde mi ángel, mi chilalo guardián que me protege con sus alas protector.

En una batalla contra el mal los ovnis mal hirieron a mi guardián y entre el miedo, tristeza y en la tristeza mi Chilalo.

ORCCOSUPA

Orcco, ¿Orcco por qué?, ¿porque tus manos tintaste, de sangre pura y ajena? ¿Qué no ves que la paz ha sido perturbada?.

¿Cómo ha sido posible, que tu vanidad sea más grande que el amor a tu sangre? No puedo, ni consolarte ni darte el perdón divino.

Como venganza te acechará el alma en pena de tu hermano, al que frívolamente mataste y rompiste con la ilusión, de un pueblo en equidad.

La conciencia delata y mortifica a los que en paz cometieron pecado y a la paz no han devuelto porque en los cerros aterra como un alma, como un espíritu el demonio de los cerros.

UNA HERENCIA DIVINA

La batuta pronto voy a heredar ese ganau´, mío será guiaré como Poliodro ha guiau´, para que pueda descansar en paz.

Esa chichita, en limeta que mea dau´ es como el viejito Poliodro a más viejito, más gustoso es el sabor porque la paciencia, es esencia de vida.

Guiar a mis chivitos, me dice el viejito, son desobedientes como el cojito, y tengo que cargarlo, para que no se aleje qué sería de mí si me faltara este.

Rosendito, Rosendito decir que soy su retoñito y me protege de la perversidad.

Esa la mejor herencia La protección contra el mal.

DESTINO INOCUO

Me moriré solo, como aquel día nací y mi madre cantó la más dolorosa pena y no habrá consuelo, porque no existe discípulo sin maestro.

Me moriré solo y nadie enterró al padre y el hijo no lloró sus penas porque no existe último sin primero y todos acompañan al féretro oscuro, vacío y ligero pero no llenan de sangre el músculo.

Me moriré solo y no hay más remedio me moriré y no quiero recordar ya mi soledad.

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LA PRIMAVERA

Tenía medio centenar de primaveras cuando moría por seguir viviendo Se fue …

Tenía medio centenar de primaveras cuando se marchita de este mundo, De mi lado …

Tenía medio centenar de primaveras cuando conocí el frío de la soledad

Efraín Gabriel Zea Rueda (Abril 2004, Lima)

Es estudiante del primer año de la escuela profesional de Lengua y Literatura, Facultad: Ciencias Sociales y Educación. Actualmente reside en Piura y es Integrante del Club de la Pluma al cual agradece por acogerlo, y a la ciudad de Piura por darle un motivo de vida.

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COPLA I

Y en esta taberna piurana, donde predomina el tesoro infinito de la tan majestuosa caja de Pandora. Los grillos y las lombrices crujen a cualquier hora de la noche.

Y en esta taberna piurana, también bailan y se embriagan dos sargentos abandonados, pues su brújula está rota y su caja no se mueve.

Y en esta taberna piurana, se curan todas las heridas del corazón y del alma, también se ayuda a olvidar a las bellas malquerida.

Las mismas que se regocijan como una caja de Pandora, unos grillos, unas lombrices, una brújula rota y una caja de cerveza que a nuestros dos clientes les hizo perder la cabeza.

Y en esta taberna piurana, donde los muertos están muertos, donde los vivos mueren, donde predomina un tesoro infinito; tristemente te envío treinta coplas, te mando treinta besos, te doy treinta abrazos y como despedida te regalo un enorme y de todo corazón: ¡Buena suerte amada mía!

Si es que se trata de plagiar, tomaría de ejemplo a tus ojos y, copiaría todo lo que han querido decir desde el primer momento que nos conocimos. Pues podrás mentirme y fingir que no sientes nada por mí, pero ellos no.

Muchos argumentan con una severa confianza que el silencio dice más de mil palabras, yo diría que tu mirada pronuncia más de dos mil.

Y que estás son las suficientes para soñar con un futuro juntos.

Aún no hemos tenido la oportunidad de platicar, sin embargo, creo que el silencio y el juego de nuestras tímidas miradas, endulzan un poco más nuestro retraído romance.

No es que no te quiera hablar, sino que cuando estás al frente mío se me olvidan las palabras. Además, me siento más seguro mirándote de lejos y de cerca. De lejos cuando vas a comprar el pan con tu madre y de cerca cuando vas con tu hermana.

Si esto fuera un confesionario debería decir que a todo lo que diga tu mirada fija, la mía acepta sin represalias y se somete a tu absoluta dominación.

Única y exclusivamente de ti depende como acabe este juego de miradas calculadoras, silenciosas, tímidas y llenas de amor.

Es un poeta, escritor y dramaturgo peruano. Actualmente radica en Piura donde realiza estudios en la Universidad Nacional de Piura- Lengua y Literatura. En el 2015 en la localidad de Jambur-Paimas-Ayabaca escribe sus primeros escritos, con apoyo de su primo Luis Correa Abad inicia su primer poemario “Libretas Moradas”. Además, escenificó su obra teatral “Pelea por una cerveza” en el Complejo Educativo Jambur. En 2019, logra publicar “Pensamientos exóticos de un adolescente” (libro de dieciséis cuentos, ambientados en América Latina y Europa; en los que resaltan: Pelea por una cerveza, ¿Quién robó en El Niño? y Gemidos o aullidos. De esta colección se prevee una segunda parte para el 2023. En 2020 durante la trágica pandemia del COVID-19, aprovechó la cuarentena para escribir: “Entre aulas Exitinas” (Novela), “Treinta coplas de un juglar” (Poemario) y “Cartas a Elislani” (Poemario).

Por el momento el joven escritor se encuentra trabajando en sus proyectos literarios como podcasts, entrevistas y documentales. Los cuales están disponibles en el canal de YouTube de Codeba Entertainment. Sabemos, por fuentes cercanas, que su nueva novela se titula “Relatos de Chicho el primo”.

COPLA II
Iosif Huamán Abad (marzo de 2003, Lima)
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Emerson Fabián López

Mayo 2004, Piura)

Estudiante del segundo año de Lengua y Literatura, Facultad: Ciencias Sociales y Educación, Integrante del Grupo Literario “Ataraxia” del Instituto de Arte y Cultura de la UNP. Ha colaborado en la revista literaria Letra Azul no. 03 (2021) y 04 (2022), así como también en la plaquette Ataraxia n° 02, 03 y 04.

HABÍA

Había nubes por el suelo al caminar en tu mirada, había rosas por el aire al respirar en tu sonrisa, había sueños de algodón al dormir en tu recuerdo.

Había… Hoy solo queda tu retrato que envejece con el tiempo a la espera del momento para empolvarse en el olvido.

EL JARDÍN DE TU MIRADA

Encontré en ti unas rosas que mueren y renacen cada día, entusiasmadas en el jardín de tu mirada. ¡Vaya!, sería un deleite morir entre las flores que llaman a mis ojos cada que te observo. Creo dormir entre las nubes, donde sueño con tus rosas para ver cómo florecen y sentirme parte de ellas.

¡Vaya!, es un deleite lo percibo en mis visiones cuando siento que acaricio tus flores dormitadas. Mientras tanto, hoy lo sueño con un anhelo apasionado porque sí es un deleite ver el jardín de tu mirada.

LA SANGRE

La sangre del hombre es vida, glorias y muerte. La sangre de un pueblo construye la historia. La furia mordaz que vierte La gente en son de victorias Derrama la sangre de niños y ancianos, Causando furia y angustia en las sienes. ¡nada de dolor hermanos!

El hombre derrama la sangre del hombre Por poder, dinero, ambición y placer. El avaro engaña al pobre El ambicioso sin merecer, Sosa la fortuna a espaldas de humildes. El poderoso pierde el alma de humano ¡abajo siempre los viles!

En la guerra el suelo se baña con sangre. Sangre de inocentes que no tienen culpa. Se levanta triste el hombre Y todo lo bueno trunca. ¡Dios mío! La guerra es sangre, sangre es la guerra La guerra es mortandad, es llanto partido. ¡la guerra, señor que muera! Todos los hombres estrechamente unidos debemos luchar por la paz y la amistad. Para que los tiempos idos Se revistan con bondad, Ternura y amor en los confines del mundo Y las guerras con sangre y crueles se olviden En un ¡hasta Dios! Profundo.

RECLAMOS SOBRE LA TIERRA

La tierra lampea su seno Sin angustia y sin seviteo. Ya no lampea en su eje natural, Ya no mea su atmósfera vital La tierra está rebelde, vesánica. No come, esta pesarosa y sola. No hay nadie quien apague su llanto Se desborda en desiertos, en sequías. La tierra mastica el acné humano Y revierte su angustia en temblores Y se perfuma en ozono inerme, suardo. Está en tinieblas y retumba a borbotones, ¿Quién la salva? ¿Quién llora por ella?

¡NO SE HAGAN INOCENTES!, toquen sus manos. Toquen sus parpados y conviértanse. Toquen su vientre y muévanse en su dolor, Y hagamos que siga mirando al sol eternamente.

Reside en Tambogrande, Estudiante del II Ciclo de la carrera Lengua y literatura en la Universidad nacional de Piura, con 19 años de edad. Agradecida por poder formar parte de este equipo del Club de la Pluma, y con el compromiso de crecer juntos. Tiene siempre presente que el estudio te hace libre, para ello siempre el esfuerzo y la dedicación en cada paso que da. Perseverar y ser recipiente para alcanzar el éxito.

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Sheylinn Marlluriht Quispe Sosa (Mayo 2002, Piura)

LA MUSICALIDAD DE MIS VERSOS

La Musicalidad de mis versos La musicalidad de mis versos son verdades que se olvidan resaltando la tristeza y rechazando la alegría.

Son mis poemas falsedades de aventuras vividas, de amores que me amaron y lugares que no olvidas.

No creas lo que escribo, no es mi vida la que cuento; son mentiras estas rimas pues no sabrás de mí en la musicalidad de mis versos.

NUESTRA RUPTURA

Termina lo interminable, no comiences lo indefinido. Somos sujetos chocantes, sujetados por recuerdos escondidos.

No me niegues tu mirada, sabes que tu sonrisa te delata; somos divergentes al destino Individuos atípicos, críticos de lo vivido.

La simpleza te espanta, vas en busca de aventuras; yo comparto tu dictamen pero rechazas que te acompañe.

Siempre cuestionamos la simpleza, juntos intentamos vivir una aventura; me da pena este poema.

TORMENTA DE 18

Enfurecida tormenta del 18, destructora de pensamientos y sueños. No me quites la ilusión, no me dejes solo de nuevo.

¡Oye tú! Ladrona de esperanzas, tormenta demente que miente y escapa escucha mi desesperado ruego, apiádate de mí concede mi deseo

Por qué esa simpleza criticada fue motivo de nuestra ruptura.

LEYENDO

Leyendo mil versos me encuentro, esperando sacarte de mis pensamientos.

Sabiendo que aún vives en ellos, leyendo mil cuentos me encuentro.

Yo te observo y no dices nada.

Fin del verso, me destruye tu mirada.

CIUDAD DEL SOMBRÍO

Ya florece la tristeza en una tarde soleada, ya se sienten lo azotes de un alma atormentada.

En las calles se percibe la tranquilidad de la muerte, dando paso a la melancolía con la triste melodía de la gente.

La alegría se esconde en las calles del olvido, ya no existe la esperanza en la ciudad del sombrío.

TE QUIERO SIN DECIRLO

¿Es necesario decirte te quiero? Yo diría que no.

Pero es difícil admitir que el destello de tus ojos me encanta, escuchar tu voz angelical me hechiza.

Entonces... ¿Te quiero? Solo sé que tenerte me calma.

Aun así, dime, si no te quiero ¿Por qué te siento cerca cuando estás tan lejos?

Estudiante de la escuela profesional de lengua y literatura en la Universidad Nacional de Piura. Es miembro del grupo literario “El Club de la Pluma”. Tiene como objetivo seguir aprendiendo y crecer con el grupo; también demostrar y difundir lo bello y extraordinario de la literatura.

Jorge Miguel Gonzáles Chávez (noviembre de 2002, Piura)
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Narrativa

El sacrificio de IMA

Esto me lo contó mi abuela, ella solía decir que era descendiente de Pachacútec, un soberano del imperio incaico, se basaba en este parentesco para confirmar que era una fuente fidedigna. El Inca Pachacútec, llamado hijo del sol estaba expandiendo el imperio incaico, con la conquista de muchas etnias y estados, de la mano de su mejor guerrero Manco. En este contexto estaba la protagonista de nuestra historia: Ima Sumac, una mujer tan bella como Cleopatra que vivía en la ciudad del Cuzco junto a su padre, un Villaq Umu. Desde pequeña admiraba la habilidad de este para realizar ritos sagrados y celebraciones fúnebres para el Inca. El más grande sueño de Ima Sumac era ser como él, aunque las leyes se lo prohibieran por su condición de mujer.

Cuando paseaba por la plaza del Cuzco, varios hombres le profesaban su amor, pero ella solo podía corresponderle al Dios Wiracocha, por lo que no dudaba en rechazar a cada pretendiente que intentará pedir su mano o ganar su corazón. Incluso se frotaba carbón en la cara para que nadie la mirará ni mucho menos la deseara, pero sus esfuerzos eran en vano pues parecía que cada día su belleza se acrecentaba. A todo esto, había un varón en particular que perseveraba en conquistarla, este era Manco, un guerrero real y mano derecha de Pachacútec, conocido por poseer a las mujeres más bellas después del Inca, pero Ima no pensaba ser otra más de sus conquistas.

En una tarde en la que el ocaso tenía tenues tonos naranjas y el viento soplaba a su favor, Manco, conducido por su amor obsesivo logró su cometido y la hizo suya, la agarró por la fuerza mientras la desnudaba lentamente, en su mente perversa las lágrimas de Ima eran de felicidad, logro penetrarla mientras frotaba sus pezones redondos para sí y cuando se sintió complacido la dejo a la deriva, sin sueños, sin ilusiones y sobretodo sin amor. Ima solo pensaba en la deshonra que significaba esto para ella y para su padre, por un momento considero el suicidio, pero no fue capaz de hacerlo, no tenía las agallas suficientes y tampoco iba a dejar que alguien más le arruinará su vida.

Luego de pensar, decidió regresar a su casa con su padre, él no notaría nada inusual en ella, solo ella sabría que se le había arrebatado una parte de su alma. Y aunque trataba de que está situación no afectará su vida, pronto sabría que sería imposible. Dos semanas después de aquel crimen, empezó a sentir mareos y vómitos. Su ciclo menstrual era regular, sin embargo, por primera vez no le había llegado el día pactado. Fue con un Chamán para confirmar sus sospechas y en efecto, estaba embarazada de alguien a quién no amaba y que la había forzado a hacer algo que ella jamás hubiera accedido.

Lloró, lloró hasta quedarse sin aliento, lloró hasta darse cuenta que su estado de ánimo podría dañar el bebé… porque después de todo había decidido tenerlo. No quería meter a su padre en este asunto, por más comprensivo que él fuera, sabía que vivía en una sociedad machista que lo único que haría sería juzgar su deshonra. Por lo que mientras su padre estaba dormido, salió de su habitación y prometiéndose no mirar atrás, dejó su hogar. Llegó tan lejos como pudo a un lugar habitado por los Chancas, un pueblo rebelde que aún no había sido conquistado por Pachacútec. Allí consiguió trabajo ayudando a elaborar y vender remedios, lo cual se le facilitaba, pues había pasado la mayor parte de su vida, ayudándole a su padre a realizar estos para la panaca real.

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Con el tiempo se empezó a esparcir el rumor de que una bella mujer vendía remedios capaces de curar cualquier enfermedad y de paso robarte el corazón. Ima no le prestaba mucha atención a esto, pues sabía que, estando embarazada, muy difícilmente alguien se fijaría en ella. Esto hasta que se desató el combate entre Incas y Chancas, hubo muertes de parte de ambos bandos, pero finalmente Pachacútec salió vencedor junto a Manco, en cuanto esto paso pidió que todos se sometieron a su poder. Dado que lo único que quería el Inca era esparcir su dominio territorial, visitaba todos los días aquel pueblo, y en un día poco usual, se le acercó a Ima Sumac a comprarle uno de sus famosos remedios, normalmente él no iba al mercado, para eso tenía vasallos, sin embargo, quería confirmar los rumores. En cuánto la miró fijamente, quedó flechado por ella y aunque estaba embarazada, no dudó en hacerla la más amada de sus esposas. Ahora Ima Sumac vivía junto al Inca y el resto de coyas, en cuanto al embarazo, Pachacútec no tuvo problemas en decir que el hijo que esperaba era suyo y hacerlo parte de su panaca. Al enterarse de lo que le había hecho Manco a su esposa, este fue ejecutado en la plazuela Cuzqueña. Finalmente Ima Sumac podía vivir en paz, al regresar a Cuzco se reconcilió con su padre, que nunca dejó de amarla y junto a Pachacútec y su hijo Túpac Yupanqui formaron una familia que vivió feliz por un largo tiempo.

Ariana Huamán Silupu (octubre de 2005, Piura)

Actualmente vive en La Arena. Es estudiante de último año de secundaria de la I.E.P “Niño Jesús de Praga”, cursará sus estudios superiores en la Universidad Nacional de Piura para la carrera de Ciencias de la Comunicación. Además, es finalista del concurso de afiches “El Norte Inspira” organizado por la Universidad Privada Antenor Orrego. Decidió formar parte de este club porque su amor por las letras es tan grande como su talento. De niña era una voraz lectora y acompañada de las historias de su abuela, se acrecentó su interés por esta faceta y después por el arte, que en su opinión se complementan muy bien.

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Último detalle

Apenas el letargo se había disipado de su rostro, se apresuró en limpiar el departamento de segunda con un afán atípico, sufriendo en la nariz el polvo que se desprendía de las esquinas. Al terminar, dispuso románticamente los sillones —ligeramente añejados— y una mesita circular hacia la mampara que aún dormía envuelta en cortinas. Aquella vista daba al mar. Padeció en sus carnes el agua fría de la ducha y salió corriendo de ella creyendo haber escuchado el timbre en dos ocasiones. Se vistió con sus mejores ropas —adquiridas en algún remate—, bajó los seis pisos del edificio e indicó al conserje el nombre de una señorita. Al regresar, preparó un fino desayuno y repasó con minucia el lugar que debían tener los

cubiertos y las tazas. Por fin, recostado en un sillón, agotado, pero manteniendo una ilusión de mar en los ojos cerrados, esperó la tan ansiada visita. Minutos después, aquella señorita cruzaba la puerta con un aire severo y delicado, observando con detenimiento la habitación entera. Finalmente sonrió. Él, con un toque de nerviosismo evidente, le señalaba el lugar preparado cuando se percató de que las cortinas seguían intactas. Temblando, las abrió de par en par y buscó tras ellas el fulgor de las olas muriendo, tan dulcemente, en la arena, pero por mucho que achinó los ojos no logró ver más que la niebla matutina riéndose a carcajadas de él.

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Álvaro André Torre Alatrista (Marzo de 2004. Piura) Estudiante del segundo año de la especialidad profesional de Lengua y Literatura, Facultad: CCSS y Educación. Presidente del Grupo Literario “Ataraxia” del Instituto de Arte y Cultura de la UNP. Ha colaborado en la revista literaria Letra Azul n° 01, 02, 03 y 04 (2022), así como en la plaquette Ataraxia n° 01, 02, 03 y 04

uando la luna ya se había levantado y alumbraba la ciudad soñolienta, mi padre y yo charlábamos en la cama. Los temas hurgaban lo político, la eterna corrupción y… en fin, acerquémonos a la historia que aquella noche me contaba, alternando el timbre y gesticulando muy a gusto mío. A saber, relataba: Hace ya, ¿qué te digo?, yo estaba churre, de unos diez años, mi abuelo Filo nos contó que allá en Huancabamba había un cerro donde aparecía un hombre de negro que mataba a los chacareros, a cualquiera que pasara por ahí de noche. Y a la mañana siguiente corría la novedad que a tal cholo lo habían hallado atravesado en los cercos de las chacras, con sangre negra por los codos, bañado en sangre el hijo de su madre. Los velaban, pues, la lloradera... Pero si ya sabían que no debían pasar de noche, ¿por qué seguían con eso?, pregunté algo embravecido. Eran viejos, de esos que no le tienen miedo a nada. Pasaban borrachos. Cuando el caballo se metía en el hueco ese, ¡ah!, porque en realidad ese negro pendejo aparecía en una intersección entre dos cerros, ¿una hendidura? Sí, sí, claro. La luna no alumbraba ese pedazo, me hice la idea. Varias mujeres enviudaron, me decía. Ja, ja, ja, los caballos se perdían, se iban por los campos a buscar yerba, pobrecitos, hijos de Dios, hijos de nadie terminaban siendo cuando se perdían. ¿Pero los viejos esos no aprendieron nunca? Espérate, pues. Tuvo que venir la lluvia, torrenciales, ¡no te imaginas! Barrían ganado, chacras enteras; las plantas grandazas de mango, limón, rebalsaban en el río. ¡Ahh! Pero carajo, siempre había buenos nadadores, viejos calatos que se metían de cabecita, ¡zum!, al agua, carajo. Vio mi cara de asombro y añadió: lo que pasa- y extendió ambos brazos como si sostuviese a un bebé ya grandecito- es que un buen nadador, y esos eran viejos, sabían bien- se rascó la cabeza, afinó la garganta- te decía, esos viejos se lanzaban de cabeza sino la corriente los arrastraba, luego cuando salían a flote se dejaban llevar, despacio nomás. ¿Qué tal si impactaban con una roca? Ponían las piernas, pues; ya ellos sabían- y aquí elevó su voz enfatizadora. Nada que los salvavidas de ahora que van bien equipadasazos, les pesa la ropa más bien; acá curuchos, más ligeros. Estaba el viejo Meca, el serrano Silvio Serrano, los Calles, esos eran brujos, se metían a salvar todo el ganado que podían. Varias veces rescataron ovejas, pobrecitas, se estancaban en los chopes. Hizo una pausa. Uf, me imagino, así como el río de acá que se salió hace unos años-, aproveché para comentar. Che, eso no es nada. Coju’, la gente se quedaba sin casa. La temporada de lluvias llegó, pues, y los chacareros no podían pasar por el cerro donde mataba el negro porque el camino estaba resbaloso y la tierra estaba débil, cualquiera se desguaracaba y solito se mataba. Ah, o sea no pasaban no porque no quisieran sino porque no podían. Fatales las lluvias. Sí, ahora ya hay pista. ¿Y ahora sigue matando ese negro? No, lo mató mi abuelo. Deja que te siga contando. Ya eran las ocho de la noche, Filo venía con sus burros, cargadito de yerba, yuca, y sin una gota de chicha, lo más arrastrándose de cansáu. En eso se desata un burro y se mete al hueco ese. Carajo, el burro, ¿cómo se dice? Inoportuno, inoportuno, exacto, se clavó ahí el animal bandido. Mi abuelo, son huevadas, decía, cuando le habían hablado de ese negro que mataba. ¿Filo había tenido intenciones de pasar o no? Ahí sí no me dijo, pero seguro que sí. Ahí llevaba su chaveta y la dominaba bien- enfatizando esto último. Bien lo que es bien, pues, que quede bien claro. Entró también, se fue con los burros. Cualquier cosa me abrazo a los burros, decía. Ja, ja, ja. Me reí también, esperando que prosiga. ¡Carajo!, al entrar, cierto pues, salió el hombre fatal de detrás de una roca. Tú de aquí no pasas, le dijo. ¡¿Cómo?!, le contestó Filo. ¿Que no te han dicho que por este cerro gobierno yo? Qué nombre le diría, ¿nombre del cerro? Sí pues, le dio un nombre. Tú estás bien huevón, negro de mierda, quita quita que mis burros los traigo con un hambre pa’ su diablo. Ahorita los suelto pa’ que te coman si sigues así, so pendejo. Sacó el hombre su machete, lo desenvainó como se dice. Parecía un humano, de carne y hueso, solo que vestido de negro, con un sombrero alto y botas bien lustradas. Todo un galán, un galán asesino, pensé por cuenta propia. Filo también manejaba la chaveta, la sacó y dejó aparte a sus burros. Frente a frente. Era pelea a muerte. Filo o pasaba o ahí nomás quedaba. Se agarraron. Espadazo tras espadazo. Al principio no se daban, pero después de quince minutos, ¡che!, bañaditos de sangre… Y de sudor- dije yo, y de sudor, claro- me respondió. Media hora, ninguno caía. Qué hombres pa’ peliadorazos. Llegó un momento, y esto lo cuenta el propio Filo, que a los dos les temblaban las canillas, ya no tiraban tan fuerte la chaveta. Nos dimos un descanso, me decía Filo. Uno nomás. Ya los burros estaban echados, cesando de sed, también. Como cuarenta, cincuenta minutos duró el combate hasta que, carajo, ¡¿qué?!,

C
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El diablo Huancabambino

medio grité, el negro este se corrió, no daba más, en realidad ninguno de los dos duraba de pie ni un minuto más, y el hombre aprovechó sus últimas fuerzas para largarse. Como sea la cosa, pero después de dos noches la novedad en los chicheríos que el hombre ese de negro había desaparecido. Es cierto que todavía no mandaban a pastar a las ovejas solitas, así sea con el perro

Soñé que te besaba

Antes si quiera de haber bajado del camarote mis ojos soñolientos la habían alcanzado: caminaba descalza sobre el frío mármol del balcón otoñal. Hola, ¿eres tú?, me le acerqué inclinando mi voz hacia sus oídos. Ligeramente giró la cabeza, como cuando jugábamos a las escondidas y se hacía la sorprendida al ser descubierta, es decir con cierta ternura callada y una dosis de entera compasión de mi parte. Hola, ¿cómo has estado?, me dijo con su voz finita, como de hilo invisible, como de mar que acaba de salir de su embravecimiento atroz y ahora respira algodones. Desde ahí supe que había venido a buscarme, en sus ojos se reflejaba un deseo de fábrica de robarme un beso. Antes de que aparecieras en mi sueño esta noche, he de decirte la verdad, como siempre, además, había ligado con una chica de mi pueblo. Es guapa, sabes, más flaquita que tú, más débil de brazos y con una voz dulcísima casi como la que tienes ahora. ¿Y tú cómo has estado?, le pregunté al ver su silencio, lo miré en el fondo de sus ojos, ahí donde se ven los diablos internos, en sus labios marchitarse. Ante todo, informarle lo necesario, me excusé solito y en silencio como sus ojos y sus labios, vaya a ser que otra vez… Antes de haber pronunciado esta pregunta aprecié también y sin voluntad cómo sus cejas se encogían decepcionadas, sus ojos se apagaban, su respiración se hundía en un pozo siniestro lleno de gemidos de dolor. Sin embargo: ya sabes la respuesta, yo solo he venido a por ese beso que me prometiste en el sueño de anoche. Me dijiste que cumplirías la promesa que hicimos cuando éramos la persona favorita del otro: darme el beso más largo de nuestra historia. Me atreveré, dije desconociéndome totalmente, embargado de adrenalina, ¿pero aquí, en este balcón que está a la vista de todos? Tranquilo, yo solo soy visible para ti, no te preocupes por la vecina del frente. Vaya vieja chismosa sigue siendo, se animó un poco. Ya se había girado completamente, me acerqué fijando la mirada en sus dos bordes sensuales, tus labios son un brevísimo pañuelo, todavía marchitos, y cerré los ojos para disfrutar del encuentro. ¡Plop!, cuando los volví a abrir su figura se había esfumado y al costado mío tenía la alarma reventándome las orejas. No voy a mentir que bajé apresuradamente los pisos del camarote y la fui a buscar al balcón, tal como lo sospechaba, no se hallaba allí, mas encontré algo que me dejó atónito: una corbatita roja que una vez me olvidé en su morro pequeñito el día de la última fiesta a la que fuimos juntos. Me la pasé por el cuello y le sonreí en el balcón, murmurando en voz baja: ¿me ves guapo? Hey, tranquila, tú solo eres visible para mí, nadie más te distinguirá al frente. Yo sí te veo… “Aquí estoy”, escuché un gemido lastimero a mi lado, y sentí su abrazo rompiéndome los huesos de ternura y amor.

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El ladrón de los versos

Era un domingo temprano, el sol derrochaba su fuerza sobre la Plaza de Armas de Piura, y las carpitas estaban bien puestas y poca gente merodeaba de una a otra, con gorro algunas, y a paso rápido. Entre ellos Javier, que no se iría hasta hallar el stand de Literatura regional. Soy bien hueverto, se dijo, cuando, ¡Sietevientos, oh, sí!, le alcanzaron a ver las achinadas vistas desde la cadena donde se había sentado a tomar agua. Brincó desde ahí y se acercó casi violentamente al puestito de la sonriente joven librera que atendía. Guapa, además. ¿Qué desea, joven? ¿Tendrá Ciudad Acuarela de José Lalupú? Justo me quedan los últimos dos. Uf, ya me venía recorriendo puesto por puesto y hasta que al fin. Dígame, ¿es la edición actualizada? Sí, amigo- me dijo entusiasmada de ver que la venta estaba casi resuelta, solo era cuestión de intercambiar las pertenencias. Le pagué los quince y en vez de abrir la reciente adquisición, hojeé un poemario que descansaba a la vista de todos. Recorrí la mirada cansinamente, con la presión imperdonable del sol a mis espaldas y, ¡zas!, los ojos se me abrían más y más a medida que leía los versos primeros del poema que inauguraba la compilación. Lo releí dos o tres veces y mi estupefacción empezaba a ser notoria para la señorita que tenía la ligera fe de que también se lo gastase, a juzgar por su mirada de reojo, cómo que no me voy a dar cuenta. Si no hubiera girado el rostro hacia otro lado me hubiera preguntado y yo le hubiera confesado mi excitado presentimiento.

Los versos que acababa de leer eran míos y los había escrito, clarito lo tenía en la cabeza, la vez aquella en que caí dormido con el pecho mojado de lágrimas y húmeda la libreta. Cerré el libro, estudié la pasta y me dirigí a la banquita de atrás, abierta a mi disposición, por el sol nadie se sentaba, ya sé, pero disponible al fin y al cabo. Mis pensamientos eran imágenes veloces que me ponían delante de los ojos escenas cada vez más precisas de lo que quería recordar. Sabía que lo siguiente resultaría raramente sospechoso, pero no me permití otra opción. Volví a caminar en dirección a la chica con una pregunta breve y restándole apuro a mi voz: ¿este autor es piurano?, le señalé el poemario. Ah, sí, sí, se apuró en responder, justo aquí al frentecito va a presentarlo en unos minutos, me respondió la joven con las esperanzas encendidas. Acomodado en la segunda fila de sillas, veía con sagacidad cómo las tres personas al mando de la mesa presentadora intercambiaban comentarios sí. Escuché con atención el comentario del que dijeron era el autor: “y ahora le cedo la palabra al poeta que llora por las calles, quien después de todo es la persona más importante de esta presentación”. ¡Vaya espantosa interpretación había hecho de mis versos! Terminé en la cola para que me firmara el libro- al final lo adquirí-, y cuando lo tuve al frente le extendí la página en blanco, la de respeto, el mismo que le guardaba, o sea, nadita, donde le había dejado una nota: sabes, hubieras dejado mejor que la gente goce TU poemario sin explicar el sentido. ¿Por qué dices eso?, quiso averiguar. Porque en realidad yo nunca quise decir eso, le respondí. Rápidamente su rostro palideció y se apuró en garabatear lo que supuse era su firma e hizo el ademán de apartarme. “Siguiente”, dijo, y me echó, el hijo de su madrecita que culpa no tiene, y conmigo se fue, después de todo, el orgullo de tener un poemario mío enterito a nombre de un pobre diablo que más tenía de crítico, y malo obviamente, que de artista. Y me largué calle abajo en busca de un buen almuerzo que me ayude a pasar el nudo que me obstruía la garganta.

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Breve biografía sobre Alejandra Pizarnik

Alejandra también sufría de insomnio, se sentía cansada de la vida, había entrado en depresión. La muerte de su padre se erige, como para empezar a tratar las causas de su fatal estado, como una de las razones; luego, su obsesión a las pastillas que había venido ingiriendo desde niña por su estado enfermizo, ahora en más altas proporciones; y después, dispensadmecomo se diría en Las mil y una noches, si hay más, sus amores contrariados, faltos de correspondencia. Me dilataré un poco en este último.

Existe una carta dirigida a Silvia Ocampo, entonces pareja de Bioy Casares, a quien le escribe en términos excesivamente íntimos, a veces graciosos, sobre los sentimientos que guarda por ella. Le pide, casi anhelando, que le haga un espacio en su corazón, le cuenta de un accidente que le ha dejado el cuerpo dolorido y que si tan solo ella la tocase ese sufrimiento físico se esfumaría (parafraseado de la carta). Resulta sexi y espontáneo, resulta una Alejandra literariamente desnuda y atraída por Silvia. Pero no quiero hablar solo de esto; para zanjar el tema, sin embargo, quiero decir que en lo leído nunca vi el nombre de un caballero a quien Alejandra pretenda. Pero también puedo informar que varias partes de sus diarios quedarán inéditos por siempre, nunca se publicarán, por tanto, cabe la posibilidad de que eso haya sido posible. Esta poeta argentina escribía para sobrevivir, padecía una honda depresión, ya lo dije, lo sé, pero era tan que ahoga de pena y compasión hasta al mismo lector. Los versos y testimonios dan fe de ello. Se podría imaginar que mayormente se avocaba a la faena literaria en las madrugadas, ojo: por pura necesidad, que era cuando el cielo parecía descender y oprimirla del cuello y había ella de vomitar palabras para mantenerse viva; podríamos decir eso, pero su lector estaría seguro de que tanto mañana, tarde y noche significaban un sepulcro, un enterito y maldito padecimiento, con visiones cercanas a la muerte. En una de sus cartas decía que una noche sintió tanto miedo de volverse loca que se arrodilló para pedir a Dios clamor, compadecimiento, y que mil veces prefería seguir viviendo en este mundo que odiaba, a formar parte (morir) del que había soñado desde su niñez (contradicción esta que no la dejaba vivir, en una palabra; deprimida, en otra). Dicho sea de paso, de niña sostuvo pugnas desmotivadoras con su madre. La comparaba con su hermana mayor, unos tres años más, porque ella era obediente, se portaba bien en el colegio y hacía cosas que daban un buen concepto de sí; en cambio la pequeña Alejandra era subversiva, tenía problemas de comunicación por su tartamudez y también se ganaba conflictos con sus profesores. Esta falta de concordancia con lo que la sociedad espera la llevó hasta la tumba. En la Universidad cursó primero la carrera de Filosofía a la cual renunció para unirse a Periodismo, tampoco la concluyó pues se marchó a estudiar Pintura. Siempre se sintió cómoda no quedándose en el mismo sitio, fue hasta cierto punto inquieta, y de la mano con esto fue forjando su espíritu artístico. Esta inquietud, sin embargo, terminaría por encerrarla en sí misma y llevándola al borde de la locura, o quizá fue la locura misma la que volcó en sus relatos de prosa y verso.

Inicié este texto con la frase “Alejandra también sufría de insomnio” porque quería hallar una razón que completen el rompecabezas de razones, seguramente incompleto todavía, que le hacían imposible la paz cuando llegaba la noche. “Las madrugadas me oprimen”, como diría un anónimo. Claro, no menosprecio de ninguna manera los suficientes efectos que la depresión ya le infundía.

En cuanto a su proceso de creación, aunque impensable, Pizarnik tenía espacio para detalles estéticos; en la introducción de Andrea Ostrov, en un libro que publicó donde compila las cartas de Alejandra con su psicoanalista, León Ostrov, saca a relucir los cuidados en el armazón de unos versos alejandrinos (dando tributo a su nombre); además que en sus propios diarios menciona al lenguaje como una de sus preocupaciones, con el cual luchaba, pese a que muchas veces “las palabras se le iban en vano en cuanto trataba de apresarlas” (A esta frase entrecomillada únicamente le he modificado la primera por la tercera persona). Sus últimos años la pasó especialmente mal. De su vuelta a Paris, en 1964, se instaló en Buenos Aires donde tuvo que ser atendida en un centro de rehabilitación mental debido a sus dos intentos de suicidio y problemas físicos por los excesos de pastilla, tabaco, etcétera. En su postramiento, se enviaba cartas con Julio Cortázar, este desde Paris, las mismas que llegaban a su destino después de meses: “Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entretanto estás ya de regreso en tu casa”.

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Para terminar este espontáneo recorrido de la poeta argentina, la sufrida poeta como se diría, y justamente, además- Alejandra Pizarnik quizá sonría si escucha de nosotros que de poeta nos parece notable- quiero dejar una frase de Cortázar de la última carta que le remitió, y sucedáneamente los versos hallados en su habitación, uno o varios días después de su suicidio. Así es, se terminó suicidando con una sobredosis un día de permiso del hospital donde estaba internada, a los 36 años. De no creer. De lamentarse profundamente.

De Cortázar a su amiga Alejandra.

“¿Te das cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza, y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte”.

Último verso registrado de Pizarnik, escrito en el pizarrón de su habitación: “No quiero ir Nada más Que hasta el fondo”. Uno más, fundamental, parte de un poema: “Sé, de manera visionaria, que moriré de poesía”. El último (poema Nada): Nada

“El viento muere en mi herida. La noche mendiga mi sangre”. Señores y señoras, Alejandra Pizarnik con ustedes.

Jesús Alonso Valladolid Ruidias.(mayo de 2002, Chulucanas- Piura) Estudiante del cuarto año de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Piura. Pretende ser un eterno aprendiz siguiendo la recomendación de uno de sus tutores, el flaco Ribeyro. Le gusta la soledad de las noches porque le permite enfrascarse en la faena literaria, sea leyendo, escribiendo o reflexionando. También disfruta mucho jugar con su pequeño hermano Renato. Habiendo logrado aprender inglés en la escuela, luego se matriculó en francés en la Alianza Francesa y actualmente se siente atraído por el latín. Una de sus metas es difundir cultura a través de las redes, por ello se unió al joven y fascinante grupo el Club de la Pluma.

Foto de archivo 18
Alejandra Pizarnik

Convento anti-negros

Mi nombre es Juan, tengo 9 años, mi piel es morena y mi cabello, zambo. Dado que soy huérfano no sé quiénes son mis padres, lo único que sé es que la mañana del 03 de diciembre de 1844, mi madre, una esclava mulata por lo que las monjas me cuentan, me dejó envuelto en papel periódico a la puerta del Convento Amigos de Jesús. Desde que nací he vivido en un contexto en el que se repugnaba a alguien por ser negro, incluso las monjas querían venderme como esclavo, pero por alguna razón desertaron justo antes de entregarme a un gamonal costeño.

En este convento todas son monjas blancas, normalmente me dicen que Dios no acepta a negros en el cielo, que soy una bala perdida y que mi destino está marcado para delinquir; que los blancos roban por la mala influencia de los de mi raza, en fin, me siento mal al recordar esto. La verdad, hasta ahora no entiendo la razón de sus prejuicios, personalmente me gusta leer la biblia y no he encontrado ningún versículo que incidiera con lo que ellas, las monjas, dicen. Todos los domingos en la mañana voy a misa pidiendo para que me quieran como soy y doy limosna esperando se me cumpla el milagro. A pesar de todo, tengo la esperanza de encontrar la felicidad en una familia del color que fuese.

En el convento juego solo con los de mi color ya que las monjas no me permiten juntarme con otros niños, ellos también se sienten discriminados por estas monjas, pero nadie dice nada. Incluso había un padrecito que sabía la situación de nosotros en este convento, pero que no se atrevía a hablar por miedo a que las monjas tomen represalias contra él y pierda sus privilegios de cura. Era muy niño para entender los problemas de la iglesia o nos los quería entender por miedo a perder mi fe católica.

Un domingo 03 de diciembre de 1854, diez años tuvieron que pasar, fue el día más feliz de mi vida y no solo porque era mi cumpleaños. Una pareja de esposos quería adoptar un niño, por lo que se iban a reunir esa tarde con la directora del convento para elegir a uno en cuestión. La madre Socorro mostraba una sonrisa fingida, aparentemente ella estaba feliz de librarse de un niño más, pero mandó a esconderse a todos los de mi color argumentando que una familia blanca nunca adoptaría a un niño negro. En esta situación era mejor obedecer a un castigo como los que ella solía establecer. Grande fue la sorpresa de la monja cuando la pareja pidió retirarse porque no habían congeniado con ningún niño y seguramente Dios quiso que me fuera con esa familia de blancos porque yo estaba escondido jugando con los de mi color, cuando de pronto la pelota se fue hacia ellos y como yo la había lanzado me obligaron a traerla de vuelta. Obviamente yo no quería ir, porque si me adoptan iba a recibir un castigo, les decía, y era bien fuerte, pero cuando la pareja de esposos me miró les dijo a las señoras del convento: “¿Qué hay de ese niño moreno? ¿Está en adopción o no?”, la madre Socorro primero dijo que no, pero por la insistencia dijo que sí, pero que lamentaba lo sucedido, que ya no volverá a pasar y que ese niño se puede retirar. “No”, dijo la familia blanca, “Nosotros lo cuidaremos como si fuera nuestro propio hijo, lo adoptaremos y si es posible firmamos los papeles ahora mismo”. En efecto los firmaron y al fin pude conseguir una familia como siempre lo soñé, sin duda esa fecha fue muy especial… Tiempo después me enteré que ese mismo día Ramón Castilla decretó la libertad de los negros. Actualmente soy mayor de edad y gracias a la familia que me adoptó, mi vida fue hermosa y duradera. Sin duda me criaron con mucho amor, y por ese mismo amor decidí ser abogado para defender a los de mi color. Tengo un hijo, negro igual que yo, porque eso es lo que somos y saco cara y pecho por ello, y ha logrado fundar una de las empresas más millonarias de nuestro país, demostrando que nosotros también podemos vivir una vida en equidad de oportunidades y éxitos

Pablo Alejandro Huamán Silupú (Abril de 2004, Piura)

Sus padres son Jhonny Pablo Huamán Tolentino y

Macalupú. En la actualidad tiene 18 años y es estudiante de la Universidad Nacional de Piura, cursando el III ciclo de la escuela profesional Lengua y Literatura. Sus estudios primarios los hizo en su pueblo natal, La Arena, en la I.E 14121 y terminando en Piura en el colegio pre universitario “El Triunfo”.

Pascuala Silupú
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BREVES NOVELAS

La vida de un coexistente

Mi nombre es Essendi. Mucha gente me pregunta sobre mi origen. La verdad es que me gusta muy poco hablar de mí. Sin embargo, me gusta más escucharlos a ellos. Me fascina ser parte de sus vidas. Hoy por la tarde iré al penal de la ciudad. Me causa mucha alegría compartir con ellos. La verdad es que son gente olvidada. La ciudad no tiene mucho, y ellos tienen que trabajar para conseguir su propio alimento. A veces me da coraje no poder ayudarlos. Sé que tras ellos se esconden delitos, pero también sé que son personas. De todos modos, yo no soy quién para juzgarlos a ellos. Pero sí puedo ayudarlos a ser mejores. Y la verdad es que muchos lo están logrando. La mayor parte de ellos están allí por robos u estafas. No hay ningún asesino. Y si lo hubiera, yo no sería quien para juzgarlo. Son las 10 de la mañana y debo ir a comprar algunas cosas para llevarles. Mi sueldo quizá no es una fortuna, pero al menos me da para darme unos lujos. Comprarles alimento, por ejemplo. La señora Estela es quien me tiene todo listo. Ella es muy buena, y amable también. Siempre me da un descuento cuando voy a la caja. También tiene una hija con cáncer en el hospital. La verdad es que, en lo profundo de mí, hay un dolor muy fuerte al saber que las cosas malas siempre le suceden a las personas más maravillosas del universo. Pero no debo reprocharle nada a la vida. Después de todo, solo soy un simple pasajero. Ann, la pequeña hija de Estela, sufre mucho. Estela hace siempre todo lo posible por estar con ella. Pero tiene que trabajar para poder pagar los gastos que se requiere para el tratamiento de la pequeña. Hoy, para sorpresa mía, es su cumpleaños. Estela quiere ir a verla, pero no puede descuidar el negocio. Le digo que vaya y esté todo el tiempo necesario, que yo me quedaré. Ella me mira agradecida. Yo también le agradezco, y le digo que le lleve toda la felicidad necesaria. Que ella lo necesita. Con lágrimas en los ojos me dice que lo hará. Antes de que se prepare a salir, le pido de favor que me regale unos minutos. –Por supuesto, muchacho – me responde. Salgo velozmente de la tienda con todos los alimentos necesarios.

Llego a la cárcel de la ciudad un poco agitado. Debo confesar que no me gusta mucho manejar apurado. Pero no importa. La verdad es que últimamente he tenido complicaciones con mi corazón.

Pero creo que es por las agitaciones. Aun así, soy feliz. Fred, el guardia central, me recibe con una sonrisa contagiosa. Me saluda de abrazo. Me da mucho gusto verlo. Le digo que esta vez no estaré mucho tiempo, que tengo que cubrir a una amiga. Me dice que lo entiende. Me hace pasar al patio principal. Los encarcelados están distribuidos en grupos. Al verme, corren a saludarme. Siempre se me ha roto el corazón este acto de parte suya. Sé muy bien que nadie los viene a visitar, tal vez por eso intento hacerles sentir mi compañía. Hacerles saber que pueden ser mejores. El número de personas es escaso: son treinta en total. Los demás guardias me han ayudado a bajar todo lo que traje de la tienda de Estela. Ellos se ven felices. Les digo que eso les alcanzará para unos días, y que apenas pueda, traeré más cosas. El gobierno casi no los apoya, pues la ciudad misma está en una crisis enorme. Me despido de cada uno de ellos. Alex, Carl, David, y de todos los demás. Antes de cruzar la puerta, se me acerca Carl para darme un abrazo. Él llora inconsolablemente, me dice que, si pudiera, le gustaría hacer muchas cosas para ayudar a la gente. Le digo que lo hará, pero que debe tener paciencia. Su condena termina en siete meses. Así que estoy seguro que él será mejor cuando salga. De hecho, ya es mejor en estos momentos. Entiende lo que le digo y me despido nuevamente.

Llego a la tienda de Estela, le pido perdón por haberme pasado unos minutos. Me dice que no me preocupe, que su sobrino puede encargarse de la tienda. Me siento mal por mi falla. Me dice que no lo lamente, que su sobrino se ofreció. Y que, además, a él le gusta muchísimo atender a

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las personas. Me siento un poco más aliviado. Siempre supe que hay mucha gente buena en el mundo. Le agradezco de todos modos. Ella hace lo mismo. Le digo que si puedo acompañarla a ver a la pequeña Ann. Ella está feliz, así que acepta. Al llegar al hospital, los médicos me saludan alegremente. Me dicen que los pacientes del pasillo 29 preguntan por mí. Me brillan los ojos. Cuando vine ayer por la noche, mi pequeño Sam partió de este mundo. Debo admitir que aún tengo un vacío profundo en mi corazón, porque él no merecía irse tan pronto. Pero también siento alegría. Alegría porque antes de irse, me regaló su sonrisa. Aquella sonrisa imperecedera que constantemente me regalaba. Aún conservo el pequeño oso de peluche que le regalé por su cumpleaños. Cuando llegué por primera vez a esta ciudad, él fue la primera persona que conocí. Y lo recuerdo mucho. Él forma parte de mi vida, y de mi corazón. Su sonrisa sigue allí, sosteniéndome en los momentos más duros de mi vida. Llego al pasillo 29 y ellos están allí. Sus ojos reflejan una pureza indescriptible. Son personas maravillosas. Los insoportables dolores los aquejan todos los días. Pero ellos son fuertes. Me prometieron ser fuertes. Y por eso, cada día que vengo, ellos me enseñan a serlo también. Nunca me han pedido nada material, solo me pidieron que venga y esté con ellos. Eso hice. Y han sido los años más maravillosos de mi vida. Algunos decían que estoy malgastando mi juventud. Tengo veintiséis años, y para mí han sido los cuatro mejores años de mi vida. No necesito conquistar el mundo cuando mi mundo está aquí, con ellos. La enfermera me dice que Julia quiere hablar conmigo. Julia es mi ángel. Es una viejecita que cada día lucha. Al acercarme a ella, me toma de las manos y me dice que ya es tiempo de que consiga una novia. Todos los presentes sonríen. ¡Que belleza es el conjunto de sonrisas que laten sin acabarse! Son corazones que transparentan esa indescriptible pureza. Mi corazón se quiere partir, no me siento digno de estar entre tan maravillosas personas. Aun así, hago lo posible por no llorar. Le respondo a Julia que aún no he pensado en eso. Y que seguramente ya vendrá algún día. De todos modos – me dice – algún día tendrás que volar. Ya estoy volando – le respondo – y es gracias a ustedes. Posa nuevamente sus manos sobre las mías, y me agradece. Le digo que el agradecido soy yo. Me quedo un largo rato conversando con ellos. Me cuentan cómo les va, cómo se sienten. Yo disfruto al escucharlos. Porque sé que su corazón es el que habla a través de ellos. Cuando hago lo mismo con mis amigos de la penitenciaría, sucede lo mismo. Me doy cuenta que detrás de esos delitos y fallas, hay reliquias, hay belleza. Sin duda es una vida maravillosa la que vivo junto a todos ellos. Estela ingresa en esa pequeña reunión y me dice que la pequeña Ann quiere hablarme. Me despido de todos ellos, y de la enfermera. Al entrar, veo a la pequeña sentada sobre su cama. Lleva la cabecita rapada, y está conectada a unos aparatos que yo desconozco. Al verme me sonríe. Y al estar cerca de ella, me abraza muy fuerte. Me dice que está feliz. Le pregunto por el motivo. Me dice que dentro de poco le darán de alta. Sus ojos reflejan un brillo inefable. Comparto su alegría y comienzo a hacer mi festejo. Soy pésimo festejando, pero eso siempre causa gracia. Ann y Estela ríen en demasía. La alegría inunda esa pequeña sala. ¡Qué feliz soy en se momento! Después, le entrego a la pequeña una cadenita. La forma de su centro es una estrella plateada. Feliz cumpleaños – le digo. Ella vuelve a sonreír. Es una niña magnífica. Me dice que cuando ingrese a la escuela, será la mejor estudiante. Le respondo que eso es seguro. Cuando digo esto, me siento de inmediato. De nuevo son las agitaciones. Pero allí mismo me repongo. Ann lo nota y me dice que vaya a casa a descansar. Le digo que he pensado en ir a la pradera a visitar a unos amigos. Me dice que lo entiende. Nuevamente me agradece. Después de despedirme de todos los de allí. Salgo en dirección a la pradera. Antes de cruzar la pequeña verja que da ingreso, veo que Máximo y sus amigos vienen corriendo hacia mí. Cuando llegan, se lanzan hacia mí para abrazarme. Hago lo mismo, y les devuelvo el abrazo. Son unos perros hermosos, y buenos. Su alegría es contagiosa. Saco de la bolsa la comida que traigo para ellos, y de inmediato busco sus platos para echárselo. Máximo no va hacia el plato, se ha quedado frente a mí. Me mira tierna y sinceramente. Pone su trompa y cuerpo en el suelo y me sigue mirando. Me pregunto qué pasa. Comienza a quejarse. Como si llorara, no entiendo el por qué. Lo cargo entre mis hombros y lo abrazo. Es cálido. Mi amigo es muy leal. Aunque no esté siempre físicamente conmigo, puedo sentir su lealtad. Fielmente va a verme a casa todas las tardes. Pero hoy es diferente, pues ahora fui yo quien quiso venir a verlo. Máx sigue triste. Sus demás compañeros han terminado de comer, así que vienen y menean sus rabitos en señal de agradecimiento. Juego con ellos un momento. Máx comienza a quejarse nuevamente. Debe ser porque ya me voy. Le digo que volveré mañana. Pero él solo me mira y mueve su rabito muy despacio. Me gustaría llevarlo a casa, pero él es feliz allí. Al salir de la pradera, decido que ya es hora de ir a casa. Allí tengo a otra compa-

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ñera que atender. Abro la puerta y ella está detrás esperándome. Es Miel, mi gatita. Toco mis rodillas en señal de que suba. Ella lo hace. La llevo en mis brazos hasta la cocina. La coloco en su cojincito rojo. Le preparo un poco de leche con croquetas. Es su comida de la tarde. Se me hacer raro que no quiere comer. La verdad, es muy extraño. Ella no está enferma. O al menos eso creo. De inmediato llamo a mi amigo veterinario, Esteban. Llega unos minutos después. Él trae el rostro afligido. Le pregunto si le pasa algo. Me dice amablemente que primero atenderá a Miel. Luego de revisarla me confirma que no tiene nada. Que quizá no quiera comer porque está llena. Me siento aliviado. Ella es mi única compañerita de casa. La vuelvo a tomar entre mis brazos, y la llevo conmigo al sofá. Mi amigo Esteban me sigue. Al sentarnos me comienza contar lo que le sucede. Según me cuenta, tiene una deuda con el banco. Al día siguiente, le quitarán la pequeña casita donde él y sus pequeños hijos viven. Desde que falleció su esposa, casi no ha tenido trabajo. Siempre almuerza conmigo. Pues así, se ahorra un poco de dinero. Además, esta casa se llena de vida cuando sus pequeños juegan. Mis pensamientos están en su situación. Medito un momento. Tengo un poco de dinero guardado. La verdad, me considero un admirador de una novela, que luego fue adaptada al cine; y había guardado ese dinero para viajar al lugar donde se filmó. Ese ha sido mi sueño desde hace muchísimo tiempo. Pero creo ya habrá momento de cumplir ese anhelo. Le digo a Esteban que espere un momento. Miel se ha quedado dormida. La coloco muy despacio sobre el sofá. Al regresar le doy el dinero a mi amigo. Él llora, me dice que no debo hacerlo. Le respondo que mañana iré a visitarle a su casa, porque seguirá siendo suya. Me regala un abrazo. Le digo que vaya con sus hijos y que ya no se aflija, que se tome el tiempo necesario para devolverme. Él sigue emocionado, y con lágrimas en los ojos, se retira agradeciendo. Al cerrar la puerta, veo por la ventana. La tarde ya está avanzada. Son casi las siete. Intento caminar hacia el sofá para tomar en mis brazos a mi pequeña Miel, pero siento un fuerte hincón en el pecho. Veo casi a ciegas como mi gatita viene hacia mí maullando. Caigo al suelo. Ella coloca su cabeza sobre mi costado y comienza a acariciarme. Quiero, pero no puedo abrazarla. No tengo fuerzas. Siento otro hincón aún más fuerte. De pronto escucho rasguños en la puerta. Son rasguños desesperados. Y entonces, escucho también fuertes chillidos. Me doy cuenta que son de Máx. Llora e intenta entrar incansablemente. Miel también hace lo suyo, intenta animarme, pero no lo logra. Luego, alcanzo a ver por última vez la mirada de Máx sobre mi ventana. En ese momento recordé su alegría. Recordé a mis amigos de la penitenciaría, a Estela, a Julia, a mi pequeña Ann, a Miel. Y sentí pena. Sería el último recuerdo que tendría de ellos. Y eso me dolió. Quería poder levantarme, pero no lo logré. Ese fue mi último suspiro. Un ataque al corazón, acabó con esa dicha de ver sonreír a quienes más amaba, y a quienes hacían de mi vida, un don maravilloso.

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Una luz más

Estoy tardando mucho para irme de viaje. Tal vez tengo un poco prisa, pero también tengo un poco de miedo. La verdad es la primera vez que lo hago. Y de hecho será también la última. Los recuerdos me han llevado a realizar tal viaje. He buscado amigos en el corto tiempo que he vivido en esta bonita ciudad. Pero no he encontrado ninguno. Ellos tienen sus cosas, motivos por los que ocuparse y seguir adelante. Yo no. O al menos, ya no. Admito que todos han sido muy buenos conmigo. También han sido muy atentos. Hace poco enfermé y algunos vecinos míos vinieron en mi auxilio. Tal vez a causa de la llamada de alerta que la señora de la recepción emitió al percatarse de que no había salido en casi tres semanas. He sufrido toda mi vida de constantes dolores de cabeza. Pero esas tres semanas fueron las peores. Recuerdo que una vez, uno de esos dolores me lanzó a la cama. Cuando desperté, ya habían pasado diecinueve días. Las enfermeras también fueron muy amables. Una de ellas me regaló la estampa de un santo. La verdad yo ya he dejado de creer. Tal vez por eso me voy de viaje. La ciudad se ha hecho muy pesada para mí. Llevo en mis espaldas el yugo de la desesperanza, y no quiero regar esa desesperanza en este bonito lugar, por eso también me la llevo conmigo. He sacado los boletos para la semana entrante. Como siempre he comprado solo dos. Aunque siempre me gusta ir solo. Tal vez por eso he comprado solo dos. Las personas son buenas, pero yo no lo soy. Y no quiero que soporten la amargura e incomodidad de un mal acompañante. La compañía de trenes en la que viajo es muy respetable, pero a la vez muy temida. La mayoría de trenes resultan ser muy cómodos, pero esa comodidad es muy costosa. Tal vez por eso la gente le tiene mucho miedo. Miedo a gastar lo más valioso que tienen solo para viajar en él. Pero yo no siento miedo, ni siquiera siento nada. Estoy dispuesto a pagar el precio justo para enmarcarme en ese viaje.

Hace unas horas, mientras tomaba un café, recordé que llevaba muchos meses sin visitar a mis padres. Ellos están aquí, en la ciudad. Quizá yo sea un mal hijo, pero ellos no son malos padres. Al menos debería ir a despedirme por protocolo. Tengo unos cuantos días para estar con ellos por última vez. Tal vez el viaje sea largo, y ya no haya retorno. No conozco la ciudad a donde me dirijo, pero, como cuentan algunos, es un lugar adecuado para ciertas personas. Según eso, creo que yo soy una de esas personas. Visitaré a mis padres mañana por la mañana. Ya casi es de noche, y ellos no reciben visitas a estas horas.

Son las veinte menos quince, así que iré al balcón de las luciérnagas. Siempre me han fascinado verlas. A casi nadie del pueblo le gusta ir a contemplarlas. Algunas personas le temen, otras prefieren no ir porque cada vez que lo hacen, lloran. Lloran amargamente. La verdad no los entiendo. Las luciérnagas vienen del lugar a donde yo voy, es lo único que puedo decir. Hoy están un poco opacas. Me he sentado en la parte baja de un árbol para que puedan acercarse a mí, la verdad eso me agrada. Tal vez esa es la única de las cosas que extrañaré de ese lugar. El árbol, el balcón, y esas luciérnagas. Aquellas otras que encuentre ya no serán las mismas. Extrañaré las de esta ciudad. Advierto que una se ha posado en una rama frente a mí. Esta brilla poco, tal vez sea por el frío, o por el viento que poco a poco intenta llevársela. Después de casi tres años, he vuelto a sonreír. He sonreído para ella. Ya no la veré más. Pues, si, aunque quisiera volver, no podría. A menos que tenga la misma suerte que las pequeñas luciérnagas que estoy viendo ahora. Ellas ya no han regresado. Pero las veo felices. Sobre todo, cuando las vienen a ver. No entiendo por qué algunos lloran o temen cuando están cerca de ellas. Deberían estar alegres, así como lo están ellas. La pequeña que brilla poco sigue frente a mí. Su luz poco a poco se va encendiendo más. Me alegro por eso. Se veía muy mal con su lucecita opaca. Debo regresar al hotel, la señora recepcionista cierra antes de las diez. No he advertido que las horas han transcurrido velozmente. Son casi las diez. Debo apresurarme. Afortunadamente llego cuando la señora está colocando el candado. Al verme, me esboza una sonrisa y me deja pasar. No le devuelvo la sonrisa, más le agradezco su acción.

Todo sigue igual en mi habitación. A excepción de la tetera con el agua caliente. No tengo ganas de preparar nada, además estoy muy cansado. Me recuesto un momento en el sillón y enciendo la televisión. Es curioso, es la primera vez que quiero mirar la televisión. Quizá sea porque deseo

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enterarme un poco más acerca de mi próximo viaje. Lo primero que se me sale es un anuncio en la parte baja de mi pantalla: “C.B se ha quitado la vida”. Es un veinte de Julio, y C.B ha muerto. Al parecer se ahorcó dentro de su habitación. Quisiera poder llorar su muerte, pero no puedo. Porque ya no siento nada. Si me duele, ya no puedo sentir ese dolor. Apago la televisión y abro la ventana que colinda con mi cama. Al recostarme miro el cielo. Esta noche está estrellada. Es hermoso. El cielo no está oscuro como las otras noches. Hoy las estrellas brillan incandescentemente, como las luciérnagas. Todas parpadean de manera oscilante. Pero todo el mundo está en su casa, tal vez duermen, tal vez conversan o comparten historias. Me pregunto si alguien estará observando las mismas estrellas que yo observo. Creo que nadie. Son casi las dos. Todos aquí tienen horarios. Tal vez por eso son gente muy buena. Porque le ganan al tiempo todos los días. Yo, en cambio, no he podido ganarle ni un bendito segundo. Pero al menos estoy orgulloso de que mientras todo el mundo dormía, yo pude ver el brillo de las estrellas fijadas en el cielo. No es mucho para algunos, pero para mí sí. Es lo último que me llevo de esta ciudad. Quién sabe si mañana esas estrellas ya no vuelvan a aparecer frente a mi ventana. Estoy orgulloso porque emprendo mi viaje con el brillo plasmado en mi ser. No sé por cuánto tiempo ese brillo me acompañe. Cuando parta, puede ser que ese brillo haya desaparecido completamente. La verdad no lo sé. Lo que sí sé, es que me gustaría que esta noche se repita el día en que yo parta de esta ciudad. Me gustaría que no sea solo yo quien la vea, sino todos. Que la gente ya no duerma, sino que también goce de esa vista tan jodidamente fabulosa. Mis ojos se van cerrando de a pocos, hasta que cuando menos lo espero, quedo profundamente dormido. Son casi las ocho de la mañana, tomaré desayuno en la casa de mis padres. Ellos son geniales, pero me tienen a mí. Tal vez eso sí me cause dolor. Son quince minutos de camino a pie. Hoy el cielo está completamente nublado. Así que caminaré un poco. La ciudad es pequeña. Unos cuantos puestos importantes, y lo demás, es en su mayoría casas muy juntas. Al atravesar el puente veo algo. Mejor dicho, a alguien. Es una chica. Cabello negro, con un ligero cerquillo. Es realmente hermosa. Pero está lejos. Intento pasar de largo, pero algo me detiene. Casi nunca he mantenido una conversación por más de un minuto con alguna persona desde que salí de la primaria. Pero ella tiene algo que yo no logro comprender a simple vista. El viaje es mañana, ya no tengo nada que perder en esta ciudad. Así que me atrevo a ir. La chica está al borde del puente, es un lugar donde casi nadie ve. No sé cómo es que pude verla. Su rostro está empalidecido. Al verme ella intenta lanzarse, pero se detiene por momento. Me dice que no me acerque más. Le hago caso. Pero le pregunto sobre lo que intenta hacer. Dice que no es problema mío. Le cuento que viajaré mañana. Pero a ella parece no importarle. Incluso le parece extraño lo que le estoy diciendo. Hay un silencio estremecedor. Intento acercarme un poco más, pero ella lo nota. Me dice que me vaya. En sus brazos hay marcas profundas. Ella advierte que lo he notado. Me repite que no es de mi incumbencia. Le pregunto si puedo ayudarla a no lastimarse más. Ella comienza a llorar. Al instante su pie resbala. Antes de que caiga a lo profundo del río, logro tomarla del brazo. Ella no quería hacerlo. Lo sé porque me dice que no la suelte. Yo la miro a los ojos y le digo que confíe en mí; que no la soltaré. Ella asiente confiada, aunque aún sigue aterrorizada. Tomo su brazo con firmeza y la ayudo a recomponerse. Cuando menos, ambos estábamos en un lugar seguro. Entre lágrimas y con un poco de nervios, ella me abraza. Hago lo mismo. Nunca he abrazado a alguien así. Tal vez solo sea por aquella situación. O tal vez no. En ese instante pienso si de verdad quiero irme de viaje. Ya no debo pensarlo más, los boletos ya están listos. No debo echarme para atrás. Cuando me suelta me pide disculpas, y me dice – como lo pensé – que no quería hacerlo. Le digo que no se preocupe, que yo lo sabía muy bien. Ella se ve hermosa, aún con las lágrimas en los ojos, ella brilla incandescentemente. Como las estrellas sobre mi ventana, o las luciérnagas en el balcón. Saco un pañuelo de mi saco, y le seco las lágrimas. Le digo que es mejor irnos de allí, que es muy peligroso. Ella está de acuerdo. De camino me cuenta algunos de sus problemas, aunque no me dice el motivo de su acción. Tampoco me atrevo a preguntarle. Siempre he respetado el espacio de los demás. Será porque casi nunca he mantenido una conversación larga. Sé que a ella no le importa quién soy yo, pero a mí si me importa quién es ella. Sobre todo, porque ella no quería hacerlo. Y eso está bien. Llegamos a su casa, ella me pregunta mi nombre. Solo le respondo mis iniciales: A. J – le digo. Ella sonríe. Eso también es bueno. De pronto nuevamente me recordó a las estrellas. Así que le dije que parpadeara, que parpadeara siempre. Me miró con extrañez, pero sonrió por segunda vez. Me dijo que pasara, pero le contesté que iría con mis padres. Aun así, algo en mí no quería que se fuera tan pronto. No sé por

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qué. Hasta ahora no he logrado entenderlo. ¿Debí haberme quedado? Tal vez era una señal que ignoré. Ella me miró fijamente, me volvió agradecer, y me abrazó por segunda vez. Inexplicablemente se me hizo un nudo en la garganta. Volví a pensar en mi viaje. ¿En verdad quería irme ahora? La pregunta en mi mente se disipó de inmediato cuando ella me soltó. Antes de entrar me miró por última vez. Yo hice lo mismo, pero lo mío sí fue la última vez. Quizá esa mirada suya se repetiría en la historia de su vida de una manera indescriptible. Giré el cuerpo y fui a donde había planeado ir. En el camino la pregunta regresó a mí. Pero ya lo tenía claro. Debía viajar, pues hay cosas que podemos tener, pero no podemos mantener. Mis padres estaban afuera, sentados en sus respectivas bancas. Apenas me vio, mi padre caminó lentamente hacia mí. Al verlo se me volvió a hacer un nudo en la garganta, y otro más al ver que también mi madre venía a pasos cortos. Me dieron un abrazo. Esta vez sí les respondí. Ambos lloraban, pero yo no. Yo solo esperé a que me soltaran. Después de esto me invitaron a desayunar. Ellos ya habían desayunado, pero de todos modos me acompañaron en la mesa. Mientras comía, mi padre me preguntó si ya había conseguido una novia. Le dije que no. Hubo un momento de silencio. Entonces les comenté sobre mi viaje. Mi madre comenzó a llorar inconsolablemente. Mi padre solo la abrazaba y me miraba. Yo bajé la cabeza. Otro nudo se me hizo en la garganta. Mamá se secó las lágrimas y volvió abrazarme. Le dije que ya era hora de irme, que tenía el tiempo medido. Pero ni a ella ni a mi padre esto les importó. Ambos me abrazaron. Algo dentro de mí se rompió. O bueno, se rompió más de lo que ya estaba. Pedí perdón por ser un mal hijo, y me despedí por última vez. A medio camino, regresé la mirada hacia ellos, y ellos seguían allí. Seguí caminando, pero repetí el gesto anterior unas dos o tres veces. Pero en la última vez, ellos ya no estaban. El camino parecía haberlos ocultado de mí. Al llegar al hotel, fui directamente a ver a la señora recepcionista. Esta me recibió con una ligera sonrisa. Me preguntó si ya había ido a ver a mis padres. Le dije que sí, y que de vez en cuando los fuera a visitar. Le conté que ya había pagado por una cuidadora para que les asista de vez en cuando. Pero no estaba mal que ella les visitara. Ella me dijo que iría con gusto. Tomé mi billetera y le cancelé la deuda que tenía. Cuando tomó el dinero, me dijo que era demasiado, y que aún no se cumplía el mes. Que aún faltaba tiempo por vivir allí. Le respondí que no se preocupara por eso. Tomó el dinero y me agradeció muchas veces. Mientras subía a mi habitación, advertí un cuadro pintado a óleo. Era un dibujo muy conocido de Van Gogh. Jamás lo había visto, quizá lo habían traído recién. Al llegar a mi habitación, descansé un poco. Tomé uno de los libros que tenía y procedí a leer. Era un libro corto de unas setenta páginas, las cuales leí con gusto. Al terminar, fui a la refrigeradora y me preparé algo de comer. Eran casi las dos de la tarde. Aún no había sol, parece que las nubes no dejaban que aparezca. Después de hacerme un sándwich, me senté nuevamente en el sillón. En ese momento sonó la puerta de mi habitación. Al abrir, no había nadie. Lo que sí había, era un pequeño sobre bajo mi puerta. Tomé la carta y la revisé de inmediato. El remitente era mi antiguo jefe. Me había escrito para agradecerme en nombre de toda la compañía, los años de servicio prestados en la empresaa. En este mismo, firmaban todos aquellos con los que había trabajado. En el sobre también venía un cheque con una cantidad de dinero importante. Cerré nuevamente el sobre y regresé al sillón. Pensé qué haría con ese dinero. Tuve una idea, pero dejé el sobre en una pequeña mesa que tenía al lado, y que me había regalado mi padre el día de mi cumpleaños. Vinieron a mi cabeza las palabras de la señora recepcionista. Pero, ¿a quién le importa cuando el tiempo de alguien se acaba? Tal vez eso trataba de decirme. O tal vez no. Volví mis pensamientos al sobre, y lo tomé de inmediato. Salí del hotel y me dirigí al orfanatorio de la ciudad. Una monja me respondió y me agradeció el gesto. Me regaló un crucifijo de color plateado. Le agradecí cortésmente y me retiré de allí. El sol por fin había aparecido en todo su esplendor. El cielo ya se había despejado completamente. Me puse a pensar, si tal vez, después de todo, no era tan malo. Pero eso no lo podía decidir yo, sino no tendría validez alguna. Pero, si un momento es todo lo que somos, entonces era bueno. Pero eso ya no tiene importancia. De camino al hotel la volví a ver. Estaba frente a mí, en la berma contraria. Había vuelto a sonreír. Su cerquillo era muy hermoso. Ella era muy hermosa. Tenía la piel un poco clara, y era un poco más baja que yo. Traté de hacerme el que no la había visto y también traté de desviarme de camino, pero ella apresuró el paso hacia mí. Comenzó a seguirme. Me tomó del brazo y me dijo: “somos más rápidos”. Me detuve un momento, y ella me soltó. Me preguntó a dónde iba. Le dije que iría a descansar un poco. Que mañana tenía un largo viaje. Su sonrisa volvió a apagarse. Le

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repetí que parpadeara, que parpadeara siempre, como las luciérnagas o las estrellas en el cielo. Entonces volvió a sonreír. Yo también sonreí. Me dijo que quería mostrarme algo. Le respondí que casi no salía de paseo, que prefería estar solo. Ella insistió. Me dijo que estaba en deuda conmigo. No sé cómo, pero terminé aceptando. Eran casi las cinco. Ella y yo caminamos hacia una pradera. Me dijo que era su lugar preferido. Le dije que era muy hermoso. Me preguntó si yo tenía un lugar favorito. Respondí que sí, pero que ya no iría más allí, a menos que después del viaje pudiera hacerlo. Me dijo que era muy pronto para que me vaya. Insistió en que me quedara. Me contó que había terminado con su novio, y que por eso iba hacer lo que iba a hacer. Mirándome a los ojos me dijo que, de no haber sido por mí, ella ya ni siquiera estaría conmigo en ese momento. Le recordé que no tenía de qué preocuparse. Ella volvió la mirada al horizonte. El sol estaba cayendo, el ocaso estaba muy bonito. Su rostro combinaba perfecto con aquel momento. Por primera vez en toda mi vida, sentí la necesidad de abrazar a alguien, de abrazarla a ella. Pero me contuve. Mi viaje estaba cerca y no quería dejar huella en esta ciudad. Su voz era tierna, y suave. Era hermosa. Algo dentro de mí no quería viajar, pero tenía que hacerlo, porque hay cosas que no podía mantener. Me dijo que el atardecer era lo más bonito para ella. Le dije que tenía buenos gustos. Añadí que en ese momento veía las estrellas. Me respondió que ella no veía nada. Le dije que solo porque no podía verlas, no significaba que ellas no estaban allí. Volvió a sonreír. Entonces las estrellas comenzaron a notarse. El sol había sido vencido por la noche, y también por las estrellas. Ella me dijo que ahora ya las veía. Volví a sonreír. Hacía ya largo tiempo que no sonreía más de una vez en un día. El cielo estaba completamente lleno de estrellas. Frente a nosotros se formaba una constelación. Ella me observó una vez más. Yo también la miré. Nuevamente quise abrazarla, pero me volví a contener. Miré nuevamente las estrellas y le pregunté: ¿A quién le importa si una luz más se acaba en un cielo con un millón de estrellas? Respondió que a ella sí. Una lágrima brotó de uno de mis ojos, y una fuerte punzada en mi pecho me hirió. Entonces, me levanté de allí y le tendí la mano. Le dije que tenía que irme. Le agradecí el haberme llevado hasta allí. Ella hizo lo mismo, su mirada volvió a apagarse, y su sonrisa a desvanecerse. ¡Parpadea, parpadea siempre!, le volví a decir. Entonces volvió a sonreír. Cuando llegamos a su casa, ella se despidió de mí con una voz tenue y casi quebrada. Me dijo que disfrutara mi viaje, y que, si fuera posible, le escriba de vez en cuando. Le respondí que no prometía nada, pero que haría todo lo posible. Le agradecí por ese día. También le dije que a veces los recuerdos tiran de los pies, y entonces nos enojamos. Le dije que eso no era justo, y que para evitarlo había que desechar aquella silla de nuestra cocina que ya no necesitamos. Ella entendió lo que le dije, o eso creo. Entonces lloró otra vez, y corrió a abrazarme. Le dije que ya no llorara más, que sus luces se apagaban. Apenas dicho esto, me dijo que parpadeara, que parpadeara siempre. Las lágrimas brotaban de mi rostro, pero ella no las veía. La noche no dejaba que ella las viera. Entonces le dije adiós. Ella seguía abrazándome por otro rato más. Me dijo que era un extraño al que le parecía haber conocido desde hacía ya muchísimo tiempo. Yo solo esperaba en silencio. Las lágrimas seguían brotando de mi rostro. Entonces me soltó. Al momento de entrar, fui yo quien corrió abrazarla. Sentí nuevamente su ternura y su calor. Y sentí también un miedo. Un miedo parecido al mío. Ella nunca había viajado. Pero yo sí lo iba a hacer. La noche estaba avanzada. No pude más, y la solté. No dije ni una sola palabra después de eso. Pero mi rostro estaba empapado de lágrimas. Entonces ella lo notó. Aún lo recuerdo. Apenas cerró la puerta, noté que ya no había nada más que hacer. Era más de media noche del día de mi viaje. Llegué al hotel, y la recepcionista, como ningún otro día, me había esperado para dejarme pasar. Le agradecí nuevamente el gesto. Subí las escaleras, y el cuadro ya no estaba. La Noche estrellada de Van Gogh ya no estaba. Tal vez las estrellas mismas de lo abstracto se habían confundido con aquellas reales del cielo, por eso había muchas de ellas. Llegué a mi habitación a preparar las últimas cosas para mi viaje. De pronto vi que algo se acercaba a mí. Ese algo era aquella misma luciérnaga del balcón. Aquella cuya lucecita se apagaba por momentos. Volaba lentamente. Su luz estaba casi por acabarse. Se notaba cansada. Entonces la tomé entre mis manos, y la coloqué sobre la almohada de mi cama. Miré por última vez aquella noche estrellada. Entonces fui yo el que me pregunté. ¿A quién le importa si se apaga una luz más, en un cielo con un millón de estrellas? Pues yo lo hago. Las nubes comenzaron a ocultar aquella noche estrellada, y la pequeña luciérnaga comenzó a agonizar. Entonces subí a la pequeña mesa que mi padre había hecho con amor para mí, puse mi cabeza dentro de la soga que pendía del techo, y me solté para emprender solo, mi largo y desconocido viaje.

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Nació en Castilla, Piura, Perú. Actualmente estudia Lengua y Literatura, en la Universidad Nacional de Piura. Sus intereses intelectuales son la Historia de la filosofía, la Teoría del conocimiento y la Antropología filosófica. Admirador acérrimo de la Literatura fantástica, sobre todo la proveniente de la pluma del escritor inglés John Ronald Reuel Tolkien. Asimismo, es seguidor del pensamiento del filósofo español Leonardo Polo. Entre sus escritos inéditos, se encuentran, un libro de divulgación filosófica titulado “Caminos del Conocer”, y una novela juvenil llamada “Tears: los días sin ti”. Posee también dos novelas cortas que hoy se publican por primera vez: “Una Luz más”, y “La vida de un coexistente”, así como una serie de poemas y artículos.

Jorge Merino García (Mayo de 2001, Piura)
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In memóriam Chester Bennington (Marzo de 1976-Julio de 2017)

Artículo

Resumen

El Arte como forma de vida

El arte es la expresión más cercana que el hombre posee de la naturaleza. Por ello, cada día encuentra algo novedoso a partir del cual plasmar ese sentimiento de satisfacción que causa la impresión de la realidad. Existe, pues, una reciprocidad entre lo que la naturaleza ofrece, y lo que el artista crea con ese ofrecimiento. Se intenta así en este trabajo, reflexionar brevemente acerca de la relación que existe entre la práxis del artista (la actividad artística), y su télos (la obra).

Palabras clave: Naturaleza, bello, arte, acto y obra.

Abstract:

Art is the closest expression that man has of nature. Therefore, each finds something new from which to capture that feeling of satisfaction that causes the impression of reality. There is, then, a reciprocity between what nature offers, and what the artist creates with that offer. In this work, Be attempts to reflect on the relationship that exists between the artist’s praxis (artistic activity), and his telos (the work).

Tolkien definía al hombre como un subcreador1. Por antonomasia, crear, era para este autor fantástico, una acción propia de la Divinidad. El ser humano es así un artista – derivado de artesano – es decir, un ser que sub crea desde su intelecto, que continúa lo dado, lo creado: la naturaleza. En nuestra vida diaria podemos toparnos con múltiples formas de creación artística. El simple acto de transformación de algo bueno a algo mejor, o bello, es de por sí, arte. Tal vez por eso una definición clásica del arte es la que dice que es la transformación de algo en algo bello. De una paleta de colores dispersos puede brotar un hermoso atardecer FERRO, J. (1996), Leyendo a Tolkien, Vórtice. lleno de vida, como si representara en condiciones originales, los fenómenos de la luz. Con unos trozos de madera se puede hacer un altar cuya dignidad sea tan parecida y sagrada a la realidad a la cual está destinada. Y así, de unos cuantos ejemplos cercanos al hombre, uno nota cómo se une la acción humana con el hecho natural. La obra, es así fruto de ese matrimonio entre estos dos elementos. El artista, el que actúa, el que es la causa eficiente de la causa final – siguiendo la metafísica aristotélica – se manifiesta como el hombre común que se deja sorprende por lo real. Y es tanto así, que desborda de emoción hasta tal punto de querer plasmarlo en algo. Nuevamente, la relación entre acto y obra son los protagonistas. ¿Qué es lo que mueve al enamorado a escribir versos de dulzura y amor? Su musa, la niña de sus ojos. La forma de la impresión de esta sobre el enamorado, es tan exquisita, que el artista no duda en plasmar eso que le agrada, en una obra. ¿El motivo? La belleza. Lo bello es – decía un escolástico - aquello que place a la vista2. Obviamente, aquí se entiende la vista, no como una reducción del sentido orgánico, sino más bien, como una ampliación de apreciación que incluye la totalidad del ser que percibe.

Finalmente, en esos detalles de la naturaleza, el artista se vale para crear su obra. Pero su obra no es muda, en absoluto. Sino más bien, busca de algún modo completar eso que la naturaleza no le puede proporcionar del todo. Como bien lo dice Aristóteles en la Física, “el arte completa lo que la naturaleza no puede llevar a término” 3. Es pues, la obra, un intento de mímesis, pero con un matiz distintivo: intenta aumentar la res de la propia realidad. Y esto solo se hace posible con la voluntad del artista, y su afán de búsqueda por lo óptimo.

Bibliografía

ARISTÓTELES (1995), Física, Gredos FERRO, J. (1996), Leyendo a Tolkien, Vórtice. TOMAS DE AQUINO, S. (1964). Suma teológica, Biblioteca de Autores Cristianos

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El nacimiento de las revistas siempre ha sido punto de concentración para la difusión del arte y el pensamiento crítico. En el caso que nos ocupa ahora, los estudiantes de la Universidad Nacional de Piura se mantienen realizando actividades literarias y generado literatura desde las aulas para el mundo. En ese sentido, el grupo literario el Club de la Pluma hace un esfuerzo enorme por la difusión de la cultura y demuestra que desde las provincias se viene haciendo buena literatura. Y que es precisamente la universidad desde donde se gestan estos movimientos. Voces como las de Javier Cobeñas, Ariana Huamán, Álvaro Torre, Angie Navarro, Jorge Miguel González, Jesús Valladolid, entre otros, nos demuestran que la literatura vuelve a sus raíces populares para desde ahí afianzar una identidad y proponer un modo de hacer literatura. Es evidente que los primeros pasos están llenos de aprendizajes y nuevas lecturas, pero es a la vez indudable que todas las voces que circulan en esta revista no van a declinar en su apuesta por hacer una literatura de calidad. Todas estas nuevas voces pertenecen a una nueva generación que busca su propio camino, y es ahí donde radica su originalidad. Larga vida al Club de la Pluma y a sus integrantes, que durante los próximos años darán que hablar no solo a nivel de la región, sino también a nivel nacional, y si siguen en la terquedad del oficio literario también a nivel internacional.

Gian Pierre Codarlupo (Paita, Perú, 1997)

Integra el Círculo Literario “Tertulia Cero”. Ha publicado el libro Caída de un pájaro en el mar (Universidad Nacional de Piura, 2018). Ha participado en distintas ferias y festivales de poesía a nivel nacional e internacional. Es parte del equipo editorial de la Revista Mal de Ojo y de la Editorial Conunhueno. Recientemente se ha adjudicado la Beca de Residencia de Creación Artística Candela 2022-2023 por parte del Museo de Arte Contemporáneo “Nuria Rengifo”. Así mismo, ha sido ganador de beca de Atelier Poético 1ª edición, otorgado por la Organización de Estados Iberoamericanos. Actualmente radica en Madrid.

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Una creación de: Diciembre 2022 Piura

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