Número 11
Yo soy Sara, y —dijo señalando la mancha roja de su vestido— solo es un poco de zumo de tomate. —Entonces, ¿qué tontería ha sido todo esto? —Solo era un ensayo —sonrió tristemente el señor Rotter. —¿Un ensayo de qué?, ¿de la película del Resplandor —intentó media mueca Sanches—, o más bien A sangre fría, de Truman Capote? La niña pequeña fue la primera en asestar una dulce puñalada, a la que siguieron otras pequeñas manitas clavando sus dagas. La mirada de Sanches se
fue nublando con un sopor anaranjado. Cuando cayó sobre el destartalado piso oyó las cuatro campanadas de una iglesia cercana y la voz del señor Rotter, perentoria: —¿Por qué no se muere de una vez, señor? ¡Estamos esperando de un momento a otro al Agente de la Condicional! «War-war-war, war-war-war». Allá, en la lejana colina de Sinn City, en un callejón con esquinas afiladas, un largo aullido tenebroso, presentía el fin de una vida, el comienzo de la eternidad.
Pepe Illarguia (España)
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