El amante de bella paz (novela)

El amante de Bella Paz Por Fernando Iturralde MejĂ­a

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Quien ha aprendido a distinguir lo vulgar y lo delicado, lo feo y lo hermoso, lleva hecha la mitad de la jornada para distinguir lo bueno y lo malo José Enrique Rodó Ariel, 1930

Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios del Calibán -símbolo de la sensualidad y la torpezacon el cincel persevarante de la vida José Enrique Rodó Ariel, 1930

Nadie puede gobernar sin culpas Louis de Saint-Just 28 de julio de 1793

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Dedico este libro a mis recordados amigos, Jimmy Idrovo, Alberto Calle, el Flaco Ramírez, Jorge Miranda, quien sin hablar dictó esta historia, Luís Miranda Valdés, mi nuevo amigo de toda la vida…

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‌y en especial a Carlos Haz Cedeùo, a quien recordaremos siempre, desde este lado de la muerte

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Esto es … una novela, una obra de fantasía. Así los personajes que la transitan son imaginarios y no corresponden con la realidad.

Algo similar debe considerarse con respecto a algunos hechos históricos, que aluden a personajes ciertos, que pueden juzgarse polémicos. No lo son: también deben ser considerados sólo … ficción

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Instituto Ecuatoriano de Derechos de Autor CERTIFICADO IEPI: GYE 006535 TRAMITE: 000930

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ÍNDICE (I) EL FIN DE NUESTRO MUNDO

(1) Historia del futuro

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(2) El jinete rojo

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(II) BUENA ESPERANZA Y MIAMI

(3) Una costeña en Miami

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(4) Los cubanos queridos

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(5) Dicha y traición en Buena Esperanza

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(6) La canción de tus meses

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(III) LA REVELACIÓN DE MIGUEL ÁNGEL

(7) Violencia juvenil

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(8) El incidente

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(9) La revelación

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(10) El Memorioso

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(IV) GUAYAQUIL Y MÉXICO

(11) Guayaquil y Los Torrentes

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(12) Pepe Baroja, el magnífico

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(13) Farolas y hospitales

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(14) La hija de Aristóteles

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(V) LAS RAÍCES TRÁGICAS

(15) Rosita Secaira Montes

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(16) Expiando la leyenda

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(17) “Anti” el mutad0

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(18) El nieto de Rosita

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(VI) CÓNDORES Y LOBOS

(19) El “Taita Santiago” y sus vástagos

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(20) Blanca Lidia Cardoso y su prole

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(21) Pequeño muslo pálido

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(22) El corazón elegante

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(VII) EL HADO DE LA HISTORIA

(23) Huesos colorados

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(24) Delincuencia organizada

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(25) Delincuencia desorganizada

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(26) “Economía Criminal”

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(VIII) AVANZADA REVOLUCIONARIA CONTINENTAL

(27) Nadie puede gobernar sin culpas

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(28) El marxista eximido

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(29) ¡Venezuela, mon amour!

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(30) “Avanzada Revolucionaria Continental”

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(XI) EL BESO DEL DIABLO

(31) La rutina del furor

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(32) La escoria ardiente

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(33) El beso del diablo

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(34) El atentado

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(X) LOS MUERTOS NO HACEN EL AMOR

(35) El éxodo reverso

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(36) Una proposición

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(37) Los muertos no hacen el amor

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(38) Tomando café…

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(XI) EL PRESENTE

(39) Profecía del presente

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(40) Elegía

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(I) EL FIN DEL MUNDO

(1) Historia del futuro Apenas unos minutos antes El Sustituto había sido depuesto y se refugiaba en una pequeña oficina junto a su desierto despacho presidencial. Desconocía el paradero de su esposa, Doña Angélica La Primera Combatiente, y angustiado marcaba una y otra vez el teléfono del único Cónsul de EE.UU que quizá permanecía aún a orillas del Lago Maracaibo. Su portafolio yacía semi-abierto y algunos documentos oficiales -ya sin valor alguno- se habían esparcido sobre la oscura superficie del escritorio en medio del atroz enjambre de cristales que habían saltado de la artística vidriera, ahora rota a pedradas. La tenue luz multicolor del vitral había sido reemplazada por la cegadora claridad del sol y el cómodo silencio interior por un espantoso ruido callejero que venía de todas partes.

El Sustituto había sido desechado brutalmente por una élite criminal que literalmente arrasó a la oposición y fundó la Sexta República Popular Bolivariana de Venecuba, con apoyo de la armada que El Premier puso en el Caribe, dentro del Golfo de Chavezuela y en el Lago Maracaibo, el cual conservó su nombre.

Pocos días antes, en una habitación sin ventanas de la parte más alejada del ala izquierda del Kremlin, muy distantes del soleado Caribe y del Pacífico suramericano y sin más testigos que las frías paredes de mármol y la altísima puerta colocada allí desde siglo XVII, el Mariscal Iván Sidérov y el Mayor General Viktor Bekarevich, Jefe de las Fuerzas Coheteriles Estratégicas y Director General de los Servicios Federales de Inteligencia, respectivamente, delineaban sobre un inmenso mapa, con sus propias manos y por encargo de El Premier, lo que sería el continente suramericano posterior a los trágicos eventos en ese territorio que denominaríamos la Segunda Guerra Fría.

Putin, Sidérov y Bekarevich tenían hace varios años dos amigos en la zona Cuba y Nicaragua- y no podían desaprovechar la oportunidad de sumar un tercero mucho más importante como Venezuela, el país de la Comarca Petrolera. Así fue como cumpliendo órdenes del General, del Mariscal y de El Premier, desde los primeros años de este horrible siglo volaban y regresaban, de un lado al otro desde el aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía hasta el Augusto César Sandino de Managua, los bombarderos estratégicos Tupolev TU-160 Alexander Molodchi y

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Vasili Senko portando sus ominosos cohetes nucleares de crucero y decenas de toneladas de mortíferas bombas.

Por los días en que los asesinos reproducían en los cantones de la costa ecuatoriana aquellos eventos sufridos por su Comuna 13, refugiado en el inaccesible Las Piedras de Santa Ana, yo recién había expulsado el último olvido de mi mente, aún percibía el olor a fierro y aceite de las balas y veía las sonrisas de despedida de los decididos “muchachos” de Bella Paz que quizá habían caído en la revuelta. Incluso el remoto paraje donde estábamos hervía en noticias y me estaba enterando de lo que habían cometido los osos del Caribe. Pensé que quizá menos Poder tuvieron los buques soviéticos durante la lejana crisis de octubre de 1962, cuando el aterrorizado J. F. Kennedy creyó detener los planes caribeños de Jrushchov negociando con sus propios misiles en Turquía. Esta vez no había ocurrido de ese modo. Más bien, los enormes bombarderos inicialmente verificaron la capacidad de reacción de la Fuerza Aérea Colombiana pavoneándose “accidentalmente” por su espacio aéreo, con claras intenciones.

Antes del atroz conflicto que devino tras la “Paz Mortal” urdida en La Habana, hicieron lo mismo por la Guaira y el resto del Caribe venecubano y colombiano el buque insignia nuclear Pedro el Grande y el destructor Almirante Chabanenko, armados hasta los dientes y rodeados de naves de apoyo. También, por primera vez desde la Primera Guerra Fría, visitó Cuba ostentando su bandera el buque de inteligencia técnica Viktor Leonov, precisamente mientras se desarrollaban las pujas de La Habana, a puerta cerrada y bajo la tutela de los ancianos Castro, entre los destacados por el Gobierno colombiano y el “Canciller” de los violentos.

Ese buque espía se alejó discretamente de las costas cubanas durante la visita de la señora Roberta Jacobson, Secretaria de Estado adjunta del gobierno de Mr. President, con ocasión del retiro del embargo norteamericano. También mientras se desarrollaba la “Conferencia de Paz” el ministro de defensa ruso manifestaba el interés de su Gobierno por establecer bases navales “antinarcóticos” en Cuba, Nicaragua y Venezuela; el vejo pretexto.

No nos sorprendió escuchar todo eso, aunque nos lució muy extraño ver buques de inteligencia rusa frente a las costas de La Habana años después de que se habían cumplido los acuerdos que decidieron el fin de la Primera Guerra Fría. La Bella se limitó a mirar las imágenes con desprecio y comentar brevemente - ¿Qué esperabas? Solamente era cuestión de tiempo para verlos agarrados de las manos…

Tras la consecución de “La Paz” el escenario fue de tal violencia que por los días en que escribo esta historia ya no deben existir las fronteras que delimitaron

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nuestros territorios hasta los inicios del siglo XXI. Ese fue el diseño de El Premier y sus cómplices. Hubo algunos bobos que hablaron de la Nueva Gran Colombia, la Patria Grande y otros desaciertos de ese tipo, pero no hubo tal cosa: quizá sólo quedaron un amasijo de cautivos. Tal vez en eso los convirtieron.

Muchos de nosotros, ¡pobres cándidos!, creíamos que progresaría la poca y aparente independencia alcanzada trabajosamente en la segunda mitad del pasado siglo XX, pero lo ocurrido posteriormente a la Paz Mortal fue distinto. Fue el reino del desorden, el imperio del abuso, la supremacía de la violencia en medio las guerras de escasez y de dominio que caracterizaron al Hiperconflicto.

Así dejé las cosas cuando emprendimos el éxodo reverso y así creía yo que continuaba todo cuando envié a Pío Hipólito a buscar a mis hijos... ***

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(2) El jinete rojo Sólo quedaron en mí percepciones desorientadas, dolores sin ensperanzas, confusos recuerdos; bestias mortuorias como imágenes que están aquí, ahora, y que estarán conmigo para siempre. Nunca fui cobarde. Eso no. Tampoco desmoralizado. Más bien, fui temerario a mi manera, atrevido en lo mío e intensamente optimista. Fui hombre de mi tierra rural, erótica, seductora, mágica y alegre.

Sin embargo, ¿qué podía hacer yo, Ariel Romero Garcés, el hombre que fue reputado por la sabia Maricarmen como “intelectual observador, divagador y adicto a la abstracción”, para defenderme y para proteger a los míos? Poco o nada; apenas alcanzamos a huir del jinete rojo de la guerra. Los asesinos vinieron con más de medio siglo de experiencia, habían nacido en el conflicto, crecido en la violencia y madurado en el abuso. Además, trajeron ideario y apoyo local, continental y mundial.

En esta Segunda Guerra Fría urdida sobre nuestro terrotorio, los rusos quisieron recobrar su vieja tradición imperial y en algún desafortundo momento volvieron la mirada hacia acá, el nuevo coto de caza donde dirigieron su Armada, mientras los chinos entraron a saco por todo el territorio violentando intereses, pactando con jerarquías corruptas y gobiernos zafios, respaldados con la arrolladora persuasión de su dinero. Además, reitero, traían ideología, algo que siempre hizo a las naciones tomar caminos equivocados.

Quizá nos fue mejor en los tiempos ingenuos en que lidiábamos con los custodios del viejo imperialismo decadente. Ellos tumbaron algún avión, mataron algún Presidente, aprehendieron algún “comunista” y respaldaron algún dictador, pero no soltaron los perros del modo como ocurrió ahora.

El nuevo Poder renovado y voraz, juntó sus viejas amistades caribeñas con la siempre codiciada Comarca Petrolera, formando con el nuestro y otros más su pool de gobiernos feudatarios. En nuestro pequeño territorio, El Presidente logró, con la asesoría de los experimentados gerontócratas isleños, conformar una arrolladora red de funcionarios y una enorme masa de comensales que recibieron las migajas que caían alrededor de los manteles oficiales. Contra eso poco pudo una oposición candorosa, fragmentada, pusilánime y culpable.

La Iglesia se sumó a la colaboración con los nuevos socialistas cuando se dio cuenta de que no había razones para marchar separados. Después de noventa y tantos años de enemistad descubrieron que pretendían lo mismo, que eran

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igualmente estatizantes y que tenían las mismas fobias: el escepticismo, la duda, la irreverencia, la sexualdad; en fin… la libertad.

Luego ocurrió algo que me recordó el inico del pánico global que vulneró el Limes romano, la frontera que mantenían conteniendo la barbarie del Gran Vacío.

Aquella vez el detonante lejano de la crisis que arrasó con su modo de vida fue la expulsión de aquellas feroces hordas asiáticas hacia el este, hacia ellos.

Ahora, en el caso nuestro, finalmente ocurrió aquello que nadie creyó posible.

El Poder Imperial que sostenía, como hizo Roma en su momento, algo de formalidad en este planeta de caníbales, simplemente cedió de algún modo, quizá por falta de recursos reales, ante los engañosos cánticos de paz entonados por la Hidra Moderna. Tal colosal repliegue, tan enorme retirada significó el estallido de la crisis final en la rica Orinoquía.

Nuestra catástrofe vino por allí. La Sexta República Popular Bolivariana de Venecuba con “El Pavo” como cabeza invisible del grupo de burócratas del atropello, transformada en aquella república bicéfala y con el respaldo de la potente armada rusa que José Marulanda llamó los Osos del Caribe, presionó salvajemente al otrora invencible Ejército del Norte tras la Paz Mortal y sobrevino el caos. Las FARC elevaron su actividad y murieron muchos comandantes, provocando tal fragmentación de fuerzas que llegaron a negociarse la venta de algunas de sus “Estructuras” y “Frentes” con los indestructibles capos del narcotráfico, extendiendo su actividad hacia el fácil sur, hacia nosotros.

Aparte de Leonardo, José Luís, La Bella y unos pocos más, nadie se dió cuenta ni anticipó el problema, menos aún quienes estaban complacidos con la participación del crimen en sus proyectos de dominación.

Luego casi no tuvimos oportunidad contra esos desolladores de niños.

Después de que se destrozaron unos a otros, nos cayeron como renovados comisarios de la muerte. No fue una Guerra Civil, ni siquiera fue una contienda cualquiera lo que intentaron hacer; ellos quisieron implementar la victimización civil de una nueva Camboya, ingenua y campesina. Llegaron cargados con armas y doctrinas; legitimizados por su arraigado ideario que los posicionaba en las altas jerarquías de la violencia, que los convertía en los patriarcas de la dominación, en los monjes de la crueldad.

Empero, contra todo pronóstico nos salvamos, sobrevivimos aun contra la evidencia inocultable de mi muerte, anunciada por una manada salvaje de enormes caballos negros y celebrada por un horrendo pájaro de plumaje sucio que volaba extrañamente. Llegamos a viejos y ahora esperamos a la pertinaz enemiga, juntos y como La Bella predijo, tomando café…

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(II)

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BUENA ESPERANZA Y MIAMI

(3) Una costeña en Miami San Jacinto de la Buena Esperanza, un pequeño y remoto punto del tórrido litoral ecuatoriano donde yo, Bella Paz Castaño-Meza, viví una parte de mi vida, tenía la magia escondida de los poblados costeños: parecía feo hasta que nos conocían mejor, lucía pobre hasta que aprendían cómo vivíamos y se percibía inquietante hasta que descubrían el modo como sorteábamos los peligros naturales de la penuria ajena. Solamente porque el mundo se inició en otro lugar ninguno de nuestros antepasados era originario de allí. Por los años en que aún estaba joven el siglo XX muchos de ellos vinieron, como Tío Tigre -mi padre- de otras zonas del litoral, principalmente de la remota provincia de Manabí, escapados de su propia violencia.

Los manabitas, como llamaban a los nacidos de esa región costera, eran altos, blancos y rubicundos, apariencia que venía -según lo que decía Ariel- de genes ignotos, y se sentían ligados a su lejano origen con el mismo ánimo como se percibían locales.

Otros bajaron, como Aquiles Carrizal, de los helados y pedregosos poblados de la sierra, atraídos por el trópico feraz y acarreando con solapado orgullo montañés hondos recuerdos con tufo de alcohol. Había algunos vinceños de ojos azules y temperamento apacible; había villeganos desplazados desde la vecina capital provincial, buenos para el comercio; también balzareños y gentes de El Empalme, entre otros lugares vecinos, sin más particularidades que su espíritu libre y su deseo de vivir en paz.

Cuando el Gobierno construía alguna represa cercana -en la era del petróleoBuena Esperanza se llenaba de ingenieros de todas partes, quienes se alojaban en flamantes hostales, de las muchas que se construyeron en esa época con los euros remesados desde Europa. Eran divertidos, bailaban bien y jamás se propasaban.

Cada vez que podía se aparecía también Andreas, un alemán joven, amigo de mi recordado hijo Miguel Ángel. Venía desde su lejana tierra atraído por la magia que había descubierto en el lugar, las buenas gentes y la buena comida. Otro extranjero era Brasil, un espigado cincuentón de ignoto origen que limosneaba con porte distinguido y tonillo portugués.

- ¡Ari! ¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre? ¡Cuarenta dólares! -protesté - ¡Déjame! Es mi dinero -respondió Ariel fuera de la discoteca “El Sol de Hielo”, entusiamado por la ignauguración- Él le dará mejor uso que yo…

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-¡Pobre Brasil! ¿Dónde naciste? ¿Qué vientos te trajeron a mi tierra? Tuviste mucha suerte de emigrar donde nosotros, los costeños amigables y generosos; aquí respiraste el aire de nuestra libertad, te tratamos como igual y nunca te negamos ayuda a pesar de la pobreza. No fue en vano que volviste porfiadamente cada vez que te enviaron de regreso…

Las mujeres de Buena Esperanza, todas, las oriundas de la vecina Cuatro Sendas, las naturales de Linda Pilar o del lejano Santo Domingo, según la opinión de los hombres eramos fuertes y hermosas, y nos conservábamos esbeltas hasta viejas porque trajinábamos todos los días y amabámos todas las noches. Por las mañanas, muy temprano en el verano, el húmedo aire caliente de las casas nos remozaba la piel; y afuera el empapado balastro esférico de las calles brillaba como huevos grises dejados por enormes pájaros de piedra y por alguna razón -quizás porque parecían caramelos chupeteados en la noche- nos alegraba el corazón.

Pasado el corto verano lluvioso, los meses frescos y secos de la larga primavera costeña era el tiempo de las amenas reuniones con las amigas, para charlar y beber cerveza, conformando siempre ligas impecablemente segregadas, porque la amistad era un complejo crucigrama que resolvíamos con maestría, de modo que si alguna novata se extraviaba en el laberinto social, las más experimentadas se lo aclarábamos y todo quedaba bien.

Así se pasaba la amena estación. Por las tardes, cuando la luz desaparecía y los escasos gendarmes ya se habían retirado, nuestros hijos salían de la nada por docenas en sus motocicletas sin luces ni prudencia alguna, zumbando y dando vueltas como abejorros dementes. Era el momento de ellos, sus treinta minutos de velocidad y furia, antes de ir a dormir. *** En los inicios del pasado siglo XX -a mediados de los años 30- y muchos antes del inicio de esta larga historia, junto a mi padre y los demás inmigrantes de la primera época llegó también a Buena Esperanza don Lorenzo Lábaro, un chino pura sangre con unos 19 años de edad quien nunca aprendió a hablar el español, a pesar de lo cual fundó varios hogares que llenó de hijos y de bienestar.

- Lábaro no fue su apellido real -narraba, divertida, doña Justa- Quizá él mismo no lo recordaba ni mostró interés alguno por averiguarlo. Tampoco le interesó su significado ni lo que se relacione con su origen. Lo agarró por allí como quien se pone una camisa…

Oriundo de la Asia remota, después de hacer su matrimonio ritual con una niña escogida por sus ascendientes, cruzó todos los mares que tuvo por delante y

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fue dejado en las costas de Perú, tras lo cual traspasó fronteras guiado por su estómago. Pudo quedarse en varios de los muchos lugares que pasó, en alguna de las ciudades costeñas donde el comercio era activo y donde otros chinos ya estaban aferrados como hongos, pero no lo hizo. Tal vez buscó ser el único hombre de su raza en Buena Esperanza o quizás su fino olfato de tratante descubrió allí el negocio de su vida, La Comercial, que recibía productos de las huertas vecinas y vendía a los transportistas que los llevaban a las hambrientas ciudades. Cada día recibía naranjas, maracuyás, guabas, mandarinas, chirimoyas, sandías, granadillas, piñas, papayas, limas, limones, guanábanas, anonas, pomarrosas, caimitos, zapotes, achotillos, aguacates, arazás… Todo compraba, clasificaba y ponía en rimeros fragantes que por las tardes desaparecían en camiones, para otra vez crecer en las mañanas.

Al comienzo, La Comercial era él, doña Justa, una balanza y las bodegas de la planta baja de su casa, pero luego creció hacia patios vecinos que fue adquiriendo mediante acuerdos hechos con buena disposición y ventajas mutuas.

Cuando fue recién casado y también muchos años después, alternaba cada día el comercio con el amor. Quizás su raza feraz, el aroma de las frutas o ambos factores lo mantuvieron con un vigor sexual notable a pesar de su edad. Sus empleados, sus hijos, sus nueras -yo entre ellas- y todos quienes lo fuimos rodeando en su larga vida, sabíamos interpretar las señales que hacía a doña Justa -mi suegra- cualquier momento, sin horario ni recato, para que suba y lo espere.

Ella era su tercera mujer y su primera y única esposa legal. Terminando el verano de 1959 don Lorenzo la vio en Las Pampas de Palenque -cuando él andaba por los cuarenta años y ella tenía apenas catorce- y se hizo amigo de sus padres, quienes al enterarse de su interés por la niña le hicieron conocer el de ellos por unas tierras cercanas que él poseía, pactando diligentemente el matrimonio.

La señora Justa era una mujer menuda y bonita, de ojos claros y dulces, que siempre se subordinó y no mostró su temple hasta que él murió. Entonces, poco después del fallecimiento -ocurrido en 1998, cuando él andaría por los ochenta años y ella tenía cincuenta y tres- revolvió en todos los rincones de su alcoba hasta encontrar cada uno de los amuletos chinos que sostuvieron el incómodo vigor sexual de su marido, incluyendo un hueso humano dentro de una pequeña bolsa de terciopelo rojo, que me envió a inhumar en el camposanto acompañada con un peón - Anda, Bella; anda con don Boanerges -me dijo- Dale paz a ese muerto ¡Y sepúltalo muy hondo!, no sea que se vaya a “levantar” alguno por allí…

Luego agarró con determinación las riendas de todos los establecimientos y finiquitó con equidad a cada uno de los trece herederos que aparecieron de la nada,

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quedándoles una buena parte para ella y los seis suyos: sus tres varones, dos hijos (varón y hembra) de un unión anterior de Lorenzo que ella acogió, y una niña que dejó su marido en la panza de una sirvienta de la casa, a la cual registró legalmente con los apellidos de la familia. Conservó La Comercial, la piladora de arroz Buena Esperanza, un extenso sembrío de palma africana, unas tres o cuatro casas de rentar, algunos solares y varios furgones con media vida - Ninguna de ustedes -repetía a sus nueras- vendrán después a reclamarme algo.

Confórmense con lo que les saquen a sus maridos. ¡Yo fui la que sudé las nalgas trabajando! Yo fui la que arriesgó hasta la coneja llevando a los peones todos los días a las cinco de la mañana al campo, mientras Lorenzo se divertía en Las Playas con alguna mujer… *** Mi padre, Tío Tigre -don Amílcar Castaño si te está escuchando-, llegó con mi abuelo Gil Antonio Castaño y mi abuela María Olivia Zambrano desde su lejana Manabí por 1934 cuando él tenía apenas unos siete años de edad. Creció siendo un campesino de ciudad, alto, delgado, musculoso, serio y metódico. En los días de carnaval, cuando se desataba la gente a mojar a los viandantes sin respeto por nadie, él salía vestido de blanco impoluto y nadie se atrevió jamás a arrojarle agua.

Pasaban los niños desenfrenados, con barreños y tinajas rebosados del río, sin siquiera atreverse a hacer amago alguno. Mi padre ganó esa sumisión con su actitud distante y con el revólver que siempre trajo debajo de la almidonada guayabera. Sólo una vez tuvo que usarlo.

En su austera existencia, nunca apeteció el dinero y tampoco le faltaron medios para vivir con aseo e independencia, ni para su taza de café de las tardes, cuyo aroma llegaba hasta las casas vecinas. Fue por igual silencioso y explosivo, calmo y colérico, y sus súbitos enojos siempre fueron en respuesta a las “provocaciones de la mujer”. Fue ordenado en todo, hasta en sus abusos y excesos y no tuvo hijos fuera del hogar.

Después de que lo dejó mi madre, la agraciada Ordalia Meza, nos agarró a sus tes hijas consigo -yo tenía unos seis años- y nos crió bien con su segunda mujer, Carmen Zambrano, una dama pequeña, inteligente y justa que lo acompañó hasta el fin de su existencia, ocurrida en Las Piedras de Santa Ana años después de la huída que Ariel llamó el “éxodo reverso”. El mayor de mis hermanos, un varón, se fue con mi madre.

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La fuga de Ordalia fue más una redención que un abandono, porque a ella le correspondió lidiar con el hombre faldero, irrascible y violento que Carmen ya no conoció, no permitió o no provocó - Su padre era muy delgado y rubicundo; y vestía únicamente lino blanco -nos narraba a mis hermanas y a mí- Él me llevó a los catorce años y lo primero que aprendí de la abuela María Olivia fue plancharle los pantalones y almidonarle con harina de yuca las camisas. La raya del pantalón debía quedar perfecta.

Dicen que allá en su tierra los peones le decían “niño Amílcar” pero él, debajo de la camisa, entre el cinturón y la BVD, siempre tenía su 38 El mayor de mis hermanos y el primero de los hijos de Amílcar y Ordalia, aquel que se fue con mi madre, llamado Mérido Asdrúbal, fue apuñalado en Villegas a los dieciocho años de edad en un bar durante una disputa por una mujercita que ni siquiera le interesaba; y el otro primero de dos que ella tuvo después de separarse, llamado Johnny Charles, también fue asesinado vilmente por unos delincuentes mientras laboraba como motorista-recaudador de la Coca Cola en Guayaquil. Poco tiempo después de las dos tragedias ella falleció con algo duro en el estómago.

Ariel me decía que el cáncer terminal suele atacar como un dolor de muelas en todo el cuerpo y multiplicado por cien… Quizás por eso -según él mismo me explicó- cerca del final y mientras mis hermanas y yo la visitábamos a su cama, nuestra madre asía en la mano una toalla pequeña que mordía silenciosamente por largos minutos mientras volteaba lentamente la cabeza hacia la pared.

Ordalia, mi madre, era bonita y bien formada como todas las manabitas.

Nació y se crió en Junín, un pueblo ubicado al norte de la provincia, cercano a Calceta, el cantón más grande de la zona. Sus padres la llevaron a vivir a por el año 1956 a Cuatro Sendas, otro pequeño poblado ubicado entre Buena Esperanza y Villegas, escapando de la primera gran sequía que hubo en Manabí. Dejaron al arbitrio de Dios su casa y su parcela cubiertas de broza muerta y llegaron allá, quien sabe cómo y por qué, como una familia más de campesinos blancos emigrantes de la enorme provincia seca, ubicada en las riberas del Pacífico donde Suramérica se tuerce suavemente para mirar a Panamá. El pueblo donde llegaron estaba situado en el corazón de una provincia mediterránea del litoral ecuatoriano, llamada Las Riveras, la más fértil del mundo, donde la vegetación era realmente feliz.

Las Riveras estaba cruzada por dos ríos grandes -que confluían muy abajo para formar el gran estuario del Guayas- con cientos de tributarios menores con nombres variados, como Maculí, Vinces, Saltollo, Seco, Chilintomo, Caracolín, Santipablo, Gallinazo, y miles de esteros llamados Mojagüevo, Masarriba, Del

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Muerto, De la Viuda, Dos Hermanas, La Venganza… Gracias a toda esa agua Las Riveras era verde todo el año, pero su follaje crecía todavía más en la temporada lluviosa, cambiando tanto las dos primeras semanas que el abstraído Ariel, provocando el mi enojo risueño, después de manejar como le decía yo -¡Tanto tiempo por el mismo camino! -se detenía a cada momento para preguntar si estaba dirigiéndose bien a su destino - ¿Cuánto has manejado por aquí, Ari? ¡Ya deberías conocer el camino! ¡Por Dios!

- Ya, Mami, discúlpame... murmuraba -¡pobrecito, mi amor querido!-, entre risueño y avergonzado.

Ordalia y su familia, como muchos otros, pronto hallaron en Las Riveras la vida que buscaron. El padre y los hermanos hacían labores de campo y ella alternaba los trabajos de la casa con la escuela del Gobierno. Luego conoció a Amílcar, mi padre, un gallardo varón de 32 años, 17 más que ella, con quien formalizó su hogar. En Cuatro Sendas nacimos sus cuatro hijos; y cuando estábamos muy pequeños nos llevaron a vivir a Buena Esperanza, muy cerca de allí.

Nunca supe de donde vino esa costumbre, pero en Buena Esperanza todos teníamos un sobrenombre. Así fue como en pocos años dejé de ser Bella Paz para convertirme en La Bella y mi padre fue bautizado como Tío Tigre, aunque delante de él todo el mundo lo llamaba “don Amílcar”.

Mi padre, como su vecino don Lorenzo Lábaro, también inició en ese pueblo el negocio de toda su vida: la compraventa de armas y furgones; y continuó destilando “caña manabita”, una habilidad familiar que él preservaba. Nueve años después, por 1970 cuando mi madre tenía 26, como ya dije lo abandonó y se fue con mi hermano mayor -quien no quiso separarse de ella- a vivir a Villegas, donde estaban dos de sus hermanas. Allí tuvo otro marido, un buen hombre de quien parió dos hijos; uno de ellos fue Johnny Charles, aquel motorista bonito y diligente que también fue asesinado por unos forajidos.

Fui llamada Bella Paz en homenaje a una de mis abuelas, pero como ya mencioné todos me conocieron siempre como La Bella. En alguna de las tantas peleas hogareñas, escuché a mi padre vociferar que, por nacer en los años finales de la ruptura, yo no era hija suya. Entonces me propuse parecérmele y crecí “talluda, delgada, musculosa, silenciosa, con la nariz recta, los dientes bien alineados, los pómulos altos y los ojos duros, a lo Lee Van Cleef” según palabras de Ariel. Él tambien decía que yo era dueña de una calma penetrante que a Julián, un cubano de Miami, mi primero y único esposo reglamentario, dejó sin aliento.

Julián escribió en una carta que conservé siempre

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- Cuando te miré la primera vez, en la Factory, tan calmada, me ahogaba, no podía respirar…

Crecí muy rápido, como todas las niñas de mi pueblo y a los quince años ya tenía completo mi encanto -Es larga, fina y fuerte -decían- su cabello es negro y rizado, igual al de Ordalia, y sus pequeños ojos claros cortan ya como cuchillos…

Solía escapar de la vigilancia de mi padre por las tardes, en la hora de la siesta, para ir con mi hermana Cecilia a sentarme en las banquetas del bazar esquinero, a lamer un helado. Iba al río con mis hermanas, vistiendo pequeñas gabardinas casuales, a enloquecer a los peces mientras con mis pies “huesudos” acariciaba los cantos redondos y azules que yacían en el fondo - ¡Muchachas!, ¿dónde creen que van? -nos decía Carmen - Al río, pues, Carmen, ¿dónde más? ¿No ve la ropa? Vamos a lavar…

- ¡Qué lavar ni qué nada!, se regresan ahora mismo; van nomás a charlar y ni se dan cuenta cuando la ropa se les va aguabajo…

A los diecisiete, pese a la vigilancia de mi padre, ocurrió lo que tenía que ocurrir. No me apasioné por Alfredo Subía, mi primer marido, pero jamás le temí a nada, menos aún al amor. Mi padre esperó los resultados de esa unión fugaz sin perder la compostura, sereno y callado. Pocos meses después, cuando ya lucía una pequeña barriguita, las ausencias de Alfredo provocaron que Amílcar ejecute pausadamente el programa ya previsto: me llevó de regreso a su casa y “meses después” -que poco a poco se convirtieron en cuatro años- vendió un furgón, contrató a un tramitador y me envió a Miami en un vuelo de la Empresa Nacional de Aviación que entonces cubría esa ruta.

Alfredo fue un funcionario menor de un banco de Villegas, la ciudad grande cercana a Buena Esperanza. Después de que me mudé a vivir con él estuvo poco tiempo, porque él temía como al diablo a una señora, madre de unos hijos suyos, quien luego lo abandonó para irse a trabajar a Italia. Después Alfredo siguió su vocación: fue un fantasma tímido, gran fumador y moderado consumidor habitual de güisqui barato. Muchos años más tarde, cuando me separé de la casa de doña Justa y pasaba penurias, él me planteó, simplemente como quien propone un trato bancario, que vuelva con él. Yo sólo sonreí piadosamente y después se lo conté a Ariel, sin dar importancia a los detalles.

Miguel Ángel, mi recordado primogénito, nació en 1981 en la casa de Amílcar y Carmen cuatro años antes de mi viaje a Miami y quedó a cargo de sus abuelos, a quienes siempre llamó “mi mami” y “mi papi”. El viaje a Miami se justifica solamente como una de esas decisiones que no se revisan, que se mantienen sin advertir su inutilidad. Alfredo ya no tenía oportunidad: ni con la temible madre de

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sus hijos mayores, ni con Tío Tigre ni conmigo, porque en mi corazón jamás revivió ningún amor.

Me alojé en Miami donde unas parientes de Alfredo y empecé a laborar, como todas ellas, cosiendo prendas -en mi misma casa- para la Factory de propiedad de don Adán Rojas, un cubano de origen gallego, laborioso, alegre y de buen corazón.

Julián, el hijo adoptivo de don Adán, decía que la primera vez que me vio, no pudo respirar…

- ¡Óyeme tú, Chico!, las mujeres de Ecuador son pequeñitas, con piel verde y con coletas, esa chiquita viene de otro lugar… -decía don Adán - En Buena Esperanza y supongo que en todo Ecuador la gente creía que bastaba con estar en Miami o Nueva York para alcanzar el cielo. No es así. Es verdad que se consige trabajo, pero el emigrante se encaja en un sistema de desventajas que no alcanza siquiera a percibir, ocupado como está de lunes a lunes, entre la factoría, el supermercado y el televisor. No hay otra cosa más que eso…

Por fortuna, las mujeres como yo no duramos mucho tiempo solas. A los seis meses me casé, con la anuencia feliz de don Adán y su esposa, Caridad García, una cubana grande y hermosa, quienes me amaron y cuidaron tanto como el propio Julián, el cual lució en la boda un bigotito un poco serio “a lo Clark Gable”, que contrastaba con su cara de muchacho feliz. He oido decir a Ariel que en ese año, el 1985, corrieron “ríos de maldad” en Guayaquil. En mi caso, en Miami, no fue así.

Conservé toda mi vida una de esas fotos, desde Miami hasta este alejado rincón llamado Las Piedras, junto con esa carta escrita años después de la separación, donde Julián me reiteraba su amor y me narraba los ahogos que le causaba mi presencia. Fueron siete años hermosos, con colchón de agua -que hacía rabiar a don Adán cada vez que debía ayudar a su recambio-, fines de semana en Miami Beach, cruceros anuales por el Caribe donde con cualquier pretexto nunca fue Julián, y paseos a New York con mis suegros. Julián jamás salió de Miami, hasta el día en que se lo llevaron…

- ¡Caballero!, ¡ya no está en su Cuba!… ¿para qué lleva todas esas ollas de comida a la playa?

- Ya verás, “comemielda”, comerás todo cuando estés allá…

Todos festejaban mucho, contagiados por las risotadas estruendosas de Elisabeth. Ese nombre me fue impuesto para evitar los agentes de migración que husmeaban por todas partes buscando los cubanos ilegales llegados del puerto de Mariel, porque cuando finalmente consentí viajar ya mi visado expiraba en pocos días. Con ese nombre me conoció siempre Julián, pero rubriqué el matrimonio con el mío: Bella Paz Castaño-Meza. Después de tres años nació Isabella.

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Mientras vivimos juntos no dejamos de amarnos, pero me cansé de los hábitos que Julián conservaba desde su vida de soltero, cuya causa comprendí después. No era mujeriego, por supuesto, pero dedicaba mucho tiempo al golf, a las carreras de perros y a otras distracciones que fuí descubriendo. Al final, por los últimos años de nuestra relación, tenía que sacarlo de las comisarías dos y tres veces cada semana cuando la Police lo agarraba rondando por los barrios de los negros. Una tarde, sin razón alguna él se encolerizó, brotando los ojos de un modo que yo jamás había visto - No era él, era otro quien me hablaba, él jamás fue así, algo tenía dentro, algo le ocurría…

Julián me reprochó ¡por abandonar a Miguel Ángel!, y terminó fuera de sí, llamando a la Policía y acusándome de agresión y violencia. Unas horas después, cuando recobró la cordura, yo ya tenía hechas las maletas. Don Adán y la señora Caridad nos acompañaron a Isabella y a mí al aeropuerto sin pronunciar palabra alguna, mientras Julián no podía creer lo que estaba ocurriendo. Pocas horas después, apenas llegué a Buena Esperanza, respiré profundamente el aire tibio y otra vez fuí Bella Paz, la hija de Amílcar Castaño y de Carmen, mi segunda madre, quien jamás hizo diferencias entre los niños que acogía. Mi hijo, el pequeño Miguel Ángel, por su parte, creyó que Isabella y yo éramos sus hermanas.

Corría el año 1992 y Buena Esperanza otra vez tenía a La Bella. Julián, mientras pudo, llamó regularmente por teléfono y me pidió que vuelva; sin embargo, cuando le dije que bueno, que aceptaba, que venga por mí… él no lo hizo, no viajó, jamás salía de Miami…

- Está bien, Julián, ven a mi pueblo y me iré contigo de regreso –acepté - ¡Sí, iré a verte!, pero ¿qué voy a comer allá?... ***

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(4) Los cubanos queridos

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Desde su regreso a Buena Esperanza en 1992, Bella Paz atesoró sus recuerdos para sí, hasta que ocho años después conoció al Doctor Ariel Romero Garcés, el único hombre capaz de escucharla con respeto. Le reseñó, a lo largo de los años que compartieron, palabras dispersas acerca de su vida que él fue armando como un infinito crucigrama.

Así conoció que Julián no fue hijo biológico de Adán Rojas, sino de Caridad García y otro cubano, apellido Gijón. Nació en 1961 en Miami -poco después de que sus padres salieron de la isla- y fue el único hijo de Caridad en su primer matrimonio, el cual ella terminó debido a la incontenible afición de su marido por los juegos de azar. A los 24 años Julián conoció a Bella Paz, La Bella, en Miami, el primer día que ella visitó la Factory de su padre adoptivo, llevando unas prendas recién elaboradas -

¡Qué hermosura! -pensó Julián, igual como Ariel años después- ¡Qué finura! ¡Qué elegancia natural! ¿De dónde salió esta cosa maravillosa?

Julián Gijón, como todos aquellos que conocieron a esa mágica mujer, desde el primer momento quiso estar para siempre junto a ella. Del mismo modo que Adán, se deslumbró cuando la vio por primera vez porque la imagen que tenían ellos de las emigrantes de Ecuador era de unas mujerucas pequeñitas, con coletas, desconfiadas y sombrías, envueltas en gruesas polleras; La Bella, en cambio, era una costeña atractiva, alta, delgada, con la piel rosada, los ojos amarillo-marrón, verde-amarillo, verde-marrón- ¡Quién sabe! -y el cabello perfumado, oscuro, ondulado, largo y tan fino que parecía flotar alrededor suyo. En esa ocasión llevaba puesto un vestido amarillo, confeccionado a mano con hilos de algodón por una amiga de Buena Esperanza poco antes del viaje, ceñidito y corto, de acuerdo con sus veintidós años. Tuvo que entrar a la oficina de los cubanos a pedir prestado el teléfono para llamar a su casa -había olvidado llevar algo- y le llamó la atención el aspecto de don Adán, alto, corpulento, rubicundo y con ojos azul claro. No se fijó en el hijo, quien estaba de pié, atrás.

Julián, en cambio, la apreció de inmediato. No obstante la belleza de ella, lo que más ha provocado la atención de todos quienes la vieron ha sido esa tranquilidad que siempre la rodeó, su profunda paz y su silencio alegre, como plácida música inaudible. Julián debió percibir eso y a los seis meses ella se convirtió en Elisabeth Gijón. Se fueron a Orlando a pasar la luna de miel y tres años después, en 1988, nació Isabella. Él estaba loco por su mujer. Cierta vez, en Miami Beach, ahuyentó airado a dos mujeres gay que los seguían por la playa sin poder desprender sus miradas del pequeño trasero intrépido de ella.

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- Fuimos a Orlando a pasar la luna de miel, a un Sheraton. Alli nos arrojaron arroz al entrar… todo muy norteamericano. Tu sabes, es un pueblo con tradiciones muy sencillas y bonitas. Fuimos a los parques e hicimos todo eso que se hace alla…

Julián tenía una cultura de joven norteamericano de los años ochenta, quienes enloquecían con la música disco, mientras que Elisabeth gustaba de la salsa romántica, una bella música con tonos graves de trompeta y ritmo suave, que ya empezaba a oírse en las discotecas latinas. Así, los fines de semana, mientras Julián, su amigo Rey y otros jóvenes cubano-americanos iban a bailar como epilépticos en sus discotecas, Elisabeth, Nuria -la hermana de Julián- y unas pocas amigas, iban a los centros de música latina, donde La Bella se movía al ritmo de la música, imperceptiblemente, sentada y charlando, completamente feliz…

- Julián se esmeraba los sábados -narró La Bella- Salía al trabajo a las cinco de la mañana por lo que nuestras relaciones no eran muy extendidas los días ordinarios. Los fines de semana era diferente. Desde el viernes traía del supermercado chocolates, fresas, miel, crema chantillí… lo que se le ocurría viendo las perchas, y solía untárme con esas delicias, que después lamía con paciencia. Comenzábamos a las diez de la noche, cuando se dormía Isabella, y nos dormíamos a las cuatro o cinco de la madrugada - Ariel lo hizo con vino -continuó- Una ocasión celebramos la compra de un largo butacón para la sala de visitas de uno de los departamentos que ocupamos en Buena Esperanza, él sentado entre mis pies en una silla junto a un extremo del sillón y bebiendo de la copa que le ofrecía con mis caderas desnudas apoyadas sobre el mullido apoyabrazos del mueble y mis “largas piernas” flexionadas sobre el pecho. Así terminó la botella sin regar ni desperdiciar una gota mientras charlábamos sobre nuestras vidas…

Algún tiempo después de terminada la luna de miel comenzaron las ausencias de Julián, que poco a poco se extendieron a las partidas de golf -con Rey y otros- y luego a las carreras de perros, su reciente pasión. Elisabeth jamás reclamó, pero ya no le gustó cuando la Police empezó a llamarla para que saque a su esposo de la cárcel. En ese tiempo, por el sexto año de su matrimonio, Julián era sorprendido, cada vez con mayor frecuencia, en redadas que la policía hacia cerca de Liberty City, el barrio negro, y acusado de comprar drogas - Ibamos, Caridad y yo, a sacarlo de las comisarías sin que se entere don Adán, su padrastro. La situación, el último año, empeoró rápidamente y estalló una noche en que él enloqueció por completo, llamó a la policía y sin motivo alguno me acusó de atacarlo. Tenia lo ojos desorbitados; no era él, era otro…

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Después, cuando intervinieron Adán y Caridad todo se arregló, excepto la inquebrantable decisión de La Bella de regresar a su pueblo. Anteriormente, unas cuantas veces él había cancelado las reservaciones para el vuelo de regreso que ella hacía cuando estaba enojada, pero esta vez ya nada la paró. Cuando Julián se dió cuenta no lo podía creer y pedía a Adán y a Caridad que la detuvieran, pero ellos no intervinieron - ¡Papá!, ¡mamá! ¿Pero, qué hace esa chiquita? Por favor, miren… ¿dónde va?, ¡deténganla!...

Hasta el último momento en que Elisabeth y la pequeña Isabella se alejaban por la manga él revoloteaba incrédulo y angustiado, sin entender lo que estaba ocurriendo. Después la llamó por teléfono muchas veces, hasta el punto de que ella aceptó regresar a Miami si él la iba a recoger, algo que nunca hizo porque jamás salió de su ciudad. Años después él tuvo una hija más, producto de una relación breve y fracasada, cuya inscripción Bella Paz permitió sin problemas -las leyes de allá imponían eso- y por el 2005 cuando tenía 44 años, fue aprehendido asaltando una puesto de hotdogs mientras se disculpaba compulsivamente con sus víctimas.

Fue sentenciado a quince años de prisión, sin rebajas por causa de sus antecedentes - ¡Pinches gringos! -protestó con acierto Bella Paz cuando lo supo- son descuidados con esa ponzoña pero castigan con dureza a los apestados… *** Adán Rojas, el padre adoptivo de Julián, nació en la rica provincia de Villa Clara, en la región central de Cuba, a unos pocos kilómetros al norte de Santa Clara, en 1934. Tenía 18 años cuando Batista dió su segundo golpe militar -esa vez contra Prío Socarrás- y 19 cuando supo del asalto al cuartel Moncada y la captura de su amiga Haydeé junto con la abogada Melba Hernández y otros, más de cien, y del arresto posterior del Abogado Fidel Castro, instigador del ataque. Ya para 1956, cuando Castro y otros 81 desembarcaron apuradamente del Granma, Adán estaba en New York. Allí supo que El Ché Guevara y 140 más de la Columna 8 Ciro Redondo habían tomado Santa Clara, la ciudad amada. Fue amigo y coetáneo de Aleida March y conoció a las hermanas de Abel Santamaría, mayores que él, en especial a Aída.

Adán salió de Cuba como consecuencia de una visión de su padre, un campesino blanco de Las Villas, tras la brutal represión que siguió la semana posterior al asalto al cuartel

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- ¡Que horror! Dicen que los agentes de Batista han llevado a Haydé los ojos de su hermano Aldo y los testículos de Boris, su novio, asesinados tras el asalto al Moncada Aunque no hubo tal cosa según recordaba el cubano Leonardo Valdés, desde NY y Miami Adán se enteró que Haydée había salido de la prisión de Guanajay y que se había refugiado en la Sierra Maestra, junto con el grupo de Castro; y que en 1980 había cometido suicidio, disparándose con su Colt-45 en la boca, poco después del 26 de julio, el día del aniversario del asalto al cuartel Moncada, el más importante de la Revolución - ¿Qué le pasó? ¿Por qué lo hizo? –preguntó Ariel a Leonardo, quien fue testigo presencial de todo aquello- Tenía arranques histéricos y sufría mucho por la personalidad de su esposo, Armando Hart -contestó- El era un intelectual, principal ideólogo del PCC y cercano a Fidel, infiel y bisexual oculto. Haydée era una ultra-izquierdista de corte marcusiano y antisoviética. Se mató el 28 de julio de 1980, unos tres meses después de los sucesos de la embajada peruana y su desenlace en la estampida de miles de los que penetraron en los jardines. Se mató justamente en aquellos días mientras ocurría el éxodo, una avalancha humana de exilio agobiada por las aterradoras perretas de Fidel, los insultos oficiales de todo tipo, apagones, desesperación, racionamientos de hambre, apaleamientos, linchamientos y ametrallamientos, que duró cinco espantosos meses. Creo que ella no pudo con eso. Yo la tuve muy de cerca en distintas épocas; la vi manifestarse con sus desplantes histérico-revolucionarios en 1970 y 1975. Era muy culta y leía mucho; me gustaba, era buena hembra… Yo alcancé a ligar con su secretaria Aunque Adán nada tuvo que ver con la acción en el Moncada, su amistad con los Santamaría -quienes eran originarios de un pueblo vecino llamado Encrucijaday la imprudencia temeraria que ya mostraba Aleida March asustó a su padre, quien decidió enviarlo lejos de allí. Tras desembarcar en Miami, fue a New York donde llegó a la casa de unos conocidos de su familia y entró rápidamente a trabajar como obrero en la industria textil. Años después, por 1968, se asoció con dos hermanos judíos para poner una Factory en Miami, donde confeccionaban ropa que vendían a las cadenas de tiendas de línea económica que entonces había en esa ciudad.

Estaba casado -sin hijos- cuando conoció a la hermosísima Caridad García, una enorme cubana bajada del mismo cielo, con quien tuvo su única hija, Nuria, y adoptó como suyo al de ella, Julián, radicándose para el resto de su vida en La Florida. En 1985 conoció a Bella Paz Castaño -Elisabeth-, la mujer escogida por Julián y la quiso mucho desde entonces hasta la última vez que la vio, en 1992, cuando ella regresó a su país tras abandonar a su hijastro llevándose a la pequeña Isabella, de cuatro años de edad

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- ¡Hey, men!, ¡papá!, ¡mira quién entró por allí!

- ¡Coooño, mulato! Que chica tan linda…

Adán Rojas -ya lo dijo Bella Paz- tenía una idea estereotipada de las mujeres de Ecuador (pequeñas, cetrinas, ariscas y con coletas), lo cual hizo que se impresione con la hermosura diferente de Elisabeth, nombre con el que ellos la conocieron. Luego llegó a apreciarla mucho, tanto que él y Caridad jamás le reprocharon por abandonar a Julián ni la culparon por su infortunio posterior.

Desde la separación, cuando Elisabeth regresó a Buena Esperanza, a pesar del cambio drástico que significó para la vida de Julián e Isabella, Adán y su mujer comprendieron. Además, para Caridad fue una decisión que ella también tomó años atrás, cuando se separó del padre de Julián por las mismas razones.

Caridad García era una habanera distinguida, que emigró a Miami en los años en que esa ciudad -se lamentaba- era un potrero comparada con la desarrollada capital cubana. Muchos años después, cuando recorría con Ariel en su automóvil conducía Isabella- por el rico distrito financiero de Brickell, recordaba que cuando ella llegó toda esa zona de modernos edificios era sólo pastizales - ¡Muchacha, haz una izquierda! ¡Chiquita, dobla a la derecha!

- Abuela, ven… ¡Maneja tú!

Caridad nació en La Habana en 1938, en un hogar de clase acomodada de Miramar. Narraba que en su niñez y después cuando ya se hizo señorita, su madre y su padre solían llevarla por la Calle 23 donde él acudía regularmente al Manhattan Bank y ella a las modernas tiendas. Su madre, Nenita Gómez, conducía un Crysler New Yorker color vino del 55, provisto de grandes defensas que tenían delante del motor unos adornos similares a una enorme sonrisa cromada, con el cofre alto y coronado con un brillante emblema de venado, con llantas con fajas blancas y elegantes ventoleras de bordes metálicos gruesos, el cual -según decían los parientes- después de 1959 estuvo tirado muchos años en una esquina de las calles sexta y séptima en Miramar. Su padre, el Doctor Roberto García Carbó, fue un prominente Abogado habanero, habitual del Vedado Tennis Club y amigo de Errol Flynn, quien viajaba regularmente a La Habana a pasarla bien con sus compinches. En ese club Caridad conoció a su esposo, Pancho Gijón, por diciembre del año 1956, cuando ella tenía 18 años y justo el día en que en que el Granma, con Fidel Casto y 81 expedicionarios más, encalló en Las Coloradas. Él era un atractivo muchacho, del equipo de remo del club, cuatro años mayor que ella, quien la deslumbró con su desenvoltura y su precoz conocimiento de mundo. En ese año había muerto su madre en un lamentable accidente de tránsito.

Venía en el automóvil de su amiga Clarita Yánez desde la finca del magistrado Illescas donde habían participado en una partida de póquer e iban apuradas porque

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estaban retrasadas para el bingo del Sans Souci -propiedad del mítico capo Luigi Santo Trafficante- que recién se inauguraba. Doblando por Miramar Clarita estrelló su Cadillac convertible, sin mayor daño excepto que Nenita salió despedida hacia la vereda. Murió de contado pero para el Doctor Roberto fue un golpe lento y devastador. En esa situación emocional Caridad conoció a Pancho y a los pocos meses se casaron.

A pesar de que se estaba generalizando la violencia en el resto de Cuba y luego en La Habana, la vida de Caridad y Pancho fue muy agradable en esos primeros años. Para esas fechas Fidel Castro ya se había convertido en una celebridad después de haber sido entrevistado en la Sierra Maestra por Hebert Matthews -un periodista del New York Times- y por otros reporteros de CBS y Paris Match, lo cual preocupó mucho al sagaz Doctor Roberto, aunque otros menos duchos que él lo celebraron con entusiasmo.

Pancho era un buen deportista y cliente habitual de las mejores mesas en los espectáculos que se presentaban en La Habana. Eran invitados a las fiestas más exclusivas y una ocasión mientras estaban en una de las tradicionales nochebuenas habaneras conoció a María Tarrero -la bellísima mujer de Carlos Prío- y al mismísimo ex Presidente, quienes estaban en Cuba disfrutando de una breve amnistía concedida por Batista. Años después en 1977 y en Miami -¡Qué comememierderías de la vida!, como solía decir Pancho- Prío Socarrás murió el mismo día y en el mismo hospital, -el Mount Sinaí- en que falleció Pancho: Prío a los 74 años con dos disparos calibre 38 en el corazón (¿Suicidio? ¡Quién coño cree eso!) y Pancho a los 43, vomitando sangre. ***

(5) Dicha y traición en Buena Esperanza

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Otra vez en Buena Esperanza, su pueblo amado, La Bella era feliz aunque tuvo que enviar de regreso a Isabella, quien no se acostumbró al clima húmedo y caliente del verano costeño. Con su risa explosiva y su temperamento afable llenaba de júbilo la casa donde también vivían Amílcar y Carmen, -su padre y su segunda madre-, Zobeida Lucía y Marta Cecilia -las otras hijas de Amílcar y Ordalia-, Tito Leodán, León Reinaldo, Linda Carmina y Luz Marina -los hijos de Amílcar y Carmen- y Miguel Ángel, el menor, el hijo de Bella Paz y Alfredo, quien llamaba papi y mami a sus abuelos y creyó inicialmente que Bella Paz e Isabella eran sus hermanas… *** La Región Costa de Ecuador, donde estaba asentado Buena Esperanza, se extendía desde las estribaciones occidentales de los Andes hasta la ribera del Océano Pacífico, la que a su vez se prolongaba desde la isla Santa Rosa en la frontera norte con Colombia hasta las complejas islas salinas repletas de piscinas para el cultivo del camarón, ubicadas al extremo sur justo donde termina el Golfo de Guayaquil, frente a la Isla Puná, en la antigua frontera con el Perú. Las provincias interandinas de Carchi -que era vecina con Colombia- de Pichincha y una pequeña franja de la de Imbabura penetraban en la costa por las regiones norte y centro. Por debajo de estas franjas estaba la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, más costeña que serrana, colindante hacia el sur con Las Riveras, la cual estaba en un fértil territorio cruzado -como piel de tigre- por cientos de esteros y ríos confluentes hacia el inmenso Guayas. Hacia el oeste la Región Costa llegaba hasta el mar y en su extremo norte estaba la Provincia de Las Esmeraldas, por debajo la de Manabí, luego la de Santa Elena y envolviendo el Golfo de Guayaquil la del Guayas. Atravesando la larga Provincia del Guayas, más al sur, después de rebasar el gran Golfo de Guayaquil, había que pasar otro estrecho costado perteneciente la Provincia serrana de El Cañar para alcanzar la rica provincia sureña de El Caudal - Étnicamente –explicaba el dirigente “montubio” Rumbea Mateli- la costa ecuatoriana comprende una mezcla de negros densamente ubicados en Las Esmeraldas (descendientes de un grupo de esclavos sobrevivientes que buscaron su libertad intenándose en la selva tras el naufragio del barco que los llevaba cautivos desde Panamá hacia el sur, en el siglo XVI), de blancos que proliferaban en el norte Manabí (portadores de genes europeos afanosamente proporcionados por 16 atléticos, altos, ojiazules y fecundos seminaristas alemanes traídos en 1884 por el ultraconservador Obispo llamado “cura Schumacher” mediante gestión del Presidente guayaquileño José María Plácido Caamaño e injertados con las bellas mestizas de Colón, Santa Ana, Olmedo, Rocafuerte, Junín, Calceta, Soco-Soco

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y Tosagua), de “Cholos” pescadores ubicados al sur de Manabí y en la península de Santa Elena (herederos directos de los Huancavilcas y los Punaes prehispánicos) y de “Chonos” emplazados en la parte central, desde las estribaciones orientales de la cordillera de Chongón-Colonche, ocupando las provincias de Guayas, Las Riveras, Santo Domingo y parte de Manabí…

Los “montubios” costeños eran mestizos con sangre de blancos y de “Chonos”.

Estos últimos, llamados también “Yungas” o “Jívaros”, eran bravos guerreros procedentes de la amazonía y vecinos hostiles de los Punaes y de los Huancavilcas, quienes aceptaban el gobierno de las mujeres -las „Tigras”- y jamás se humillaron como las tribus de la sierra ante los invasores Incas de Tupac-Yupanqui y su hijo Huayna-Capac, a finales del siglo XV. Justamente, fueron los Incas quienes los bautizaron como “Chonos”, palabra que significaba “perro” en lengua yunga.

Tampoco se doblegaron a los españoles que vinieron después de “Los Trece de la Fama” del extremeño Francisco Pizarro y de Bartolomé Ruiz, en los inicios del siglo XVI, unos 40 años después.

Los Chonos sobrevivieron a las guerras traídas por los colonizadores europeos emigrando hacia el norte, hacia Las Riveras y Santo Domingo, mezclándose siglos después con blancos manabitas, principalmente. Asi, los montubios costeños son una cultura y una nacionalidad -no una raza- y sus características principales son la fiera independencia que conservan intacta todavía, sumada a la soberbia de la sangre española y mediterránea, su intrepidez y su violencia…

- Contra la cual se estrellará la “Avanzada Revolucionaria Continental” de Anti y sus secuaces -añadió Ariel - Otros elementos que contribuyeron con el inflexible independentismo de los “montubios” -continuó Rumbea- y con la cultura de justicia ejercida por la propia mano fueron el abuso extremo y la violencia traídos por los ejércitos grancolombianos en la época de la Independencia, particularmente por la soldadesca venezolana del mariscal Antonio José de Sucre, y después por los “montoneros” liberales de José María Albán, Eloy Alfaro y otros… ¿Cuáles eran los rasgos especiales de la cultura montubia? Hubo varios, aparte de su irreductible independencia y fiera dignidad, ellos también respetaban la autoridad de las mujeres que llaman “Tigras” (las más hermosas, emancipadas y temerarias), eran hábiles en el uso del mortal machete que siempre llevan consigo y gustaban de las cabalgaduras y los rodeos con que festejaban las fiestas patronales. ***

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Luz Marina, la menor de las hermanas de Bella Paz, era muy blanca, pequeña, bonita y a la vez tediosa y divertida. Había heredado las maneras para conversar que La Bella y sus hermanos recordaban de la abuela María Olivia, madre de Amílcar y esposa de Gil Castaño el patriarca de Las Piedras de Santa Ana en la lejana Manabí. Bella Paz contaba que Luz Marina, sin haberla escuchado alguna vez, narraba sus peripecias con ínfimas precisiones y detalles sonoros que provocaban la desaprobación de Carmen y las carcajadas a sus jóvenes hermanos - Subí las escaleras “toc, toc, toc” y fuí al dormitorio para ver si estaba la libreta en el cajón, lo abrí “raaas” y…

- ¡Avanza, pues, criatura del Señor!, ¡Ay, Jehová bendito! -protestaba Carmen y reían todos.

Bella Paz quien era un poco mayor que Luz Marina, recordaba el mismo don natural para los detalles y para la onomatopeya de la abuela María Olivia.

Cualquier acto era descrito por ella minuciosamente, divirtiendo mucho a Bella y sus hermanas, quienes en este caso sí la escuchaban encantadas y en silencio - Gil, el abuelo, llamó al peón, Pío Grinaldo, el que es papá de los tres Píos y de la muchachita esa bien coloradita, que tiene los ojos azules y que va a al escuela vestida con una batitas blancas con encajes que le suenan “ras, ras, ras”... Le silbó “fuiii, fuiii ¡sal, Pío, vamos! Arréglame el pinto”. Entonces Grinaldo dejó el café servido en la mesa, calientito, y las saltinas, de esas que se compran en la tienda de don Reginaldo… y agarró el caballo de tu abuelo y le puso las bridas de cuero, los arreos, el bocado con los alacranes y la cadenilla de bronce, la riendas adornadas con sucres -no las otras que ya están viejas-, la baticola de sogas, el paño limpio, la montura con el basto acolchonado y el sincho bien apretado; entonces tu abuelo su subió en los estribos y “to-co-toc, to-co-toc” pasó por la casa de Cosme Barrientos, ese que tiene una mujer gordita y que todas las mañanas llama “fiuuu, fiuu, ¡señora!” para dejar la leche… *** Muchos años más tarde de estos episodios y unos tres meses después de la crisis y la huída, cuando Ariel despertó de su letargo y estaban refugiados en Las Piedras de Santa Ana, Bella Paz le confió que luego de que enterraron a Miguel Ángel, esa misma tarde mientras ella se reunía con sus recordados “muchachos”, Amílcar fue a Villegas a recoger los huesos de María Olivia, su madre. Él tenía en el cementerio de la ciudad vecina un cuerpo de bóvedas donde había previsto dejar sus huesos y los de todos los suyos, a medida que lo vayan requiriendo. Sin embargo Miguel Ángel había dispuesto que cuando llegue lo que tenía que llegar,

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cuando ocurra lo que pronto iba a ocurrir, que lo entierren allí, en su pueblo.

Después de que ocurrió El Atentado, en efecto, durante el velatorio Ariel consiguió apuradamente un lugar para el hijo amado de La Bella en un bonito cementerio propiedad de un señor llamado Aráuz- el cual, de no haber sucedido todo lo que ocurrió se hubiera convertido en lugar de memoria para todos los amigos, comisionados y subalternos del héroe.

Pasadas las tres de la tarde, Amílcar apareció en su casa, en un apurado taxi amarillo sentado en medio del asiento de los pasajeros, con una bolsa negra a cada lado - ¿Qué es esto, Amílcar? preguntó Carmen a su esposo tocando con la punta del pié las bolsas. Amílcar había entrado con una bolsa negra en cada mano y las había depositados en medio de la sala donde pocas horas antes habían velado a su nieto - Esta es mi madre y este es mi hijo Mérido Asdrúbal -respondió tranquilamente, mirando cada una de las bolsas que yacían a su izquierda y a su derecha. Vengo con el panteonero de Villegas, los voy a meter en un nicho junto a Miguel Ángel. Ya venderé las bóvedas de Villegas -mintió- y compraré unas a Aráuz, acá en Buena Esperanza, en el Jardín de la Fe, junto a mi nieto.

Seguidamente agarró las bolsas, las llevó al cementerio de Aráuz, las puso en un solo nicho e hizo que su panteonero lo selle para siempre, le dió algo de dinero y lo desapachó rápidamente para Villegas. Jamás notó que los huesos de su madre sonaban muy bajo cloc, cloc, cloc… mientras que los de Mérido Asdrúbal no hacían ruido alguno - ¿Cómo pudo hacer eso su padre? -se quejó don Aráuz, el propietario de camposanto, con Tito Leodán, uno de los hijos de Amílcar- Gastó y se arriesgó yendo a Villegas sin necesidad; nosotros todavía tenemos panteonero y cura para la misa que habrá que hacer a su abuela la señora María Olivia en su nueva morada -Tito, callado, comprendió la jugada del astuto viejo - Oiga, Papá ¿Qué ha hecho usted? -lo recriminó con respeto- ¡Ha metido a los dos en un nicho! ¡Que Aráuz no se entere!…

Dos horas más tarde durante la misa express, mientras el cura pedía apuradamente a Dios por el reposo de María Olivia, escucharon al alto, musculoso y lúcido anciano de 88 años decir en voz baja (cuidándose de que no lo oiga el propietario ni alguno de los colombianos de Anti que merodeaban por allí) unas enigmáticas palabras que los hubieran alarmado aún más, si eso hubiese sido posible dadas las circunstancias que vivían…

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- Tú también, hijito querido, descansa en paz… y adiós para siempre. Yo regresaré por donde vine… llevándome a todos los demás *** Cuando regresó Bella Paz a su pueblo, después de abandonar a Julián, empezó a rondarla William -“El Loco”- el hijo mayor de don Lorenzo Lábaro y la señora Justa Balbuena. William tenía una enorme motocicleta y era un temido galán. Como sus tres hermanos, Pocho su mellizo, César y Augusto, tenía la apostura de su madre y el ansia de aventuras falderas de su padre. En lo que le correspondía, don Amílcar, viejo zorro al fin, tenía marcados a los Lábaro, particularmente al mayor, William “el de la moto”, y no les permitía acercarse a su casa. A La Bella, sin embargo, no hacía falta que le impidan verlo, porque le disgustó todo de él, especialmente su talante pretencioso y su “tonta” motocicleta.

Sin embargo William fue tenaz. La Bella giraba por la esquina de la calle y le salía al paso con flores, le hacía sonar la motocicleta hora tras hora cerca de su casa y después le dió por llorar a horcajadas, en la calle, sin discreción alguna. Así fue ganando en el corazón de los hermanos de La Bella; no el de Zobeida Lucía, Marta Cecilia, Linda Carmina y Luz Marina, porque a las mujeres les disgustan esas memeces - ¡Oye!, “Amarilla”, tienes a ese muchacho llorando; ve a verlo, mira que le pasa…

La Bella acudía sin que Amílcar lo advierta, más con la intención de que se marche que por curiosidad o por lástima. El asedio duró un poco más de un año hasta que La Bella se fue con William cuando recién iniciaba el 1993. Él por su parte rompió las fotos del matrimonio de ella -las que alcanzó a ver- y Bella Paz tuvo que recibir a escondidas las llamadas de su esposo. Nacieron Josué y Zulín, esta última luego de que William se largó a trabajar en New York, instigado por su madre, la señora Justa, quien no apreció a Bella Paz hasta que la conoció mejor, cuando quedó viviendo con sus nietos en su casa. Poco había cambiado en la vida de La Bella, salvo que las ansiadas llamadas telefónicas ya no eran de Julián sino de William.

A pesar del abandono La Bella recordaba con agrado su vida con él, sin nostalgia ni quebranto porque ella jamás conoció esos sentires. En la época buena vivieron poco tiempo en la plantación de palma -que pasó a ser propiedad de élhasta los primeros meses de su embarazo. Después cuando fueron a vivir en Buena Esperanza y él viajaba cada mañana muy temprano a la plantación, tuvieron que soportar la agobiante guerrilla de doña Justa.

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William nunca pudo imponerse a la fuerza con Bella Paz porque ella siempre fue la versión más aguerrida y natural del feminismo. No tenía ideología ni algún otro encono similar, sólo un altivo pundonor y una percepción de justicia que jamás la abandonó y que - más bien- fue creciendo con el tiempo. Si él iba con los amigos ella salía con las amigas. Una sola vez trató de agredirla cuando ella no quiso quedarse abandonada en el campo, más por temor que por soberbia - Ya regreso, me voy al pueblo - Pues yo también… Él agarró la motocicleta y ella el furgón junto al asustado chofer, él se le acercó amenazante y ella, astuta y rápida de manos, le roció con aguardiente los ojos… Otra ocasión, en un fin de semana cuando ya estaban en Buena Esperanza, él caminaba con sus amigos por la calzada y la vio por allí. Le había dicho que no salga y se le acercó amenazante, lo cual divertía a La Bella porque ya le había enseñado a no tocarla. Entonces se le ocurrió a William arrebatarle los zapatos y huir velozmente logrando que regrese, entre avergonzada y divertida, a la casa.

Cuando William era adolescente le motejaban El Loco por su temperamento violento (mucho tiempo quedó por allí un gran tajo hecho con el machete de William en una columna de concreto de La Comercial, dirigido a la cabeza del espantado Augusto, su hermano menor) y sus riesgosas peripecias en la motocicleta. Después las imprudencias fueron de los dos - Vamos a Las Playas - Vamos…

Cualesquiera que fueran el lugar o la hora montaban la máquina y se largaban Las Playas, a 250 kilómetros de allí, a Cuatro Sendas, más cerca, a ver pelear a los gallos o jugar a los dados, o donde se le ocurriese a William. Una ocasión estando ella con su embarazo de Josué muy avanzado, tuvieron que detenerse en la noche, en medio de la nada a esperar que pase un transporte para subir la pesada motocicleta y regresar al pueblo. Ella ya estaba en trabajos de parto.

William no era un norteño salvaje ni un macho mejicano; era un costeño de Buena Esperanza, considerado y amable con su mujer a pesar de su agresivo temperamento. Se hizo querer mucho de su difícil compañera y todo iba bien entre ellos a pesar de los celos y las malas jugadas de doña Justa, su madre - ¿Qué clase de mujer es esa?, abandonó a su hijo, luego a su otro esposo… ¿Qué le espera a William?

Doña Justa no escapaba de esa tosca costumbre de juzgar a la gente sólo por las apariencias, aunque en este caso sí habían…

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- ¡Mamá! -protestaba él- es una buena mujer y yo la quiero mucho…

- Yo sé que es lo que tú “quieres mucho” -replicaba ella- Te lo ha de dar… ¡y mucho! ¡Te tiene ciego! ¡Te meó en la cabeza! ¡Eres igual a tu padre! Todos ustedes son como él...

Con todo la vida de los dos jóvenes pasaba entre risas, breves discusiones, viajes en motocicleta, fiestas, trabajos en el campo y desapercibidas penurias económicas. Al comienzo vivieron en una casa construída con madera local (guayacán blanco, teca, bambú y laurel), confortable y amplia, en la plantación de William. Primero cultivaron soya, maíz y otras plantas de ciclo corto en las partes de tierra no atendidas y cuando reunieron algo de dinero William sembró más palma africana, un cultivo estable de rendimiento menos rápido, que se impulsó en ese tiempo. Era un árbol muy alto procedente del occidente del África ecuatorial y llevado a Ecuador en 1953 por un experto norteamericano. Era un cultivo perenne muy productivo y de larga vida, unos 50 años. Quien siembra este árbol espera vivir de él toda su vida pero esos planes de William fueron frustrados por la animosidad de su madre - ¡Le ha puesto las bragas de gorro! ¡Lo tiene de cárgame-las-puertas!

Bella no podía pisar siquiera la casa de doña Justa y esta sólo enviaba comida para él. Les negaba dinero, hasta para medicamentos a pesar del embarazo. La Bella jamás se quejó (a ella “no la despeina el viento y el hambre la alimenta”) en ese tiempo ni después, cuando doña Justa -por supuesto sin decirlo- ya había reconocido su error.

William no tuvo la fuerza de carácter que necesitó para conservar a su mujer y finalmente, estando muy pequeño Josué y La Bella embarazada de Zulín, se quebró. Se marchó a New York en 1995 abandonando todo -incluyendo su plantación- para ir a trabajar de chofer en un hospital, poco convencido de sus propias promesas de volver. Justa Balbuena recibió a La Bella y a Josué y los acomodó en un pequeño departamento que había adecuado en un piso alto de su casa y tuvo que emplearse mucho para evitar que La Bella, testaruda, se provoque el aborto. Así empezó un nuevo período en la vida de las dos. La señora Justa se divertía con las ocurrencias de Bella Paz y finalmente se tuvieron mucho cariño.

Transcurrieron cinco años, tiempo en el cual murió don Lorenzo, la señora Justa llevó con mano de hierro y buen juicio los negocios y de la familia, se acogió en la Iglesia de Jesús Resucitado, aprendió a querer a Bella Paz y a pesar de que no engordó jamás desarrolló una diabetes leve, que manejó bastante bien, aconsejada por el Doctor Ariel Romero Garcés, un afamado (“¡Y guapo!”) especialista de Guayaquil, al cual ella buscó por recomendación del Doctor Gorki Medrano, su médico local.

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Terminando el quinto año de espera, La Bella se enteró por la boca de Mariana su fiel empleada doméstica, que William se había casado. Notó algunos cuchicheos entre doña Justa y las otras nueras y emplazó a Mariana, quien no tuvo más remedio que decírselo…

- ¿Qué pasa Mariana?, ¿está enfermo William? ¡Dime, mujer!

- Nada, Paz, nada… ¿Qué iba a pasar?, ¡nada!

Mas tarde envuelta en llantos le contó todo… - Que William se había casado, que no sabía bien con quién, que había sido apenas hace dos semanas en Nueva York, que cómo era posible que haga eso, que usted esperándolo acá y él enamorado allá, que había ido a trabajar y no a buscar mujer, que ninguna iba a ser como usted, que la señora Justa no sabía qué hacer, que de una vez se lo contaba porque de todos modos algún día se iba a enterar… ***

(6) La canción de tus meses Los hombres, según Oscar Wilde, matamos lo que amamos. Sin embargo aquella vez el homicida no fue sólo el débil y engañoso William sino también su

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empecinada madre, quien lo obligó a emigrar. La Bella se enteró tarde, avanzada la conjura y comenzando su segundo embarazo, del viaje de él a New York. Lo esperó seis años junto al teléfono, privándose de ir con sus hermanos aun durante las navidades y los fines de año, sabiendo que él llamaría; y hubiera esperado sesenta más si no se entera del matrimonio de él en New York. De repente ella percibió cotilleos furtivos, advirtió miradas raras y observó actitudes extrañas de las mujeres de la casa; entonces agarró a confesión a Mariana, la doméstica manabita, una incansable mujer, leal y fuerte, quien le dijo llorando que había escuchado que William se había casado.

Es probable que él lo haya hecho por razones de visado pero La Bella jamás perdonó la traición. Algún tiempo después cuando pudo organizarse, agarró sus dos hijos, alquiló un cuartito sin baño y se metió a trabajar en el comisariato Maxi, el más surtido de Buena Esperanza, de propiedad de su prima Pacífica Cabello, una dama muy religiosa quien la explotó sin contemplaciones, justo como Dios y el negocio le recomendaron. A los niños no les gusta la pobreza por lo que Josué y Zulín pidieron volver con su abuela, quien se hacía llamar por ellos “mami Justa”.

Por esos años Bella Paz Castaño estaba entre los treinta y los cuarenta y era más hermosa todavía. Había adelgazado, lucía más alta y empezó a aclarar su cabello rizado y fino para disimular las canas. En ese tiempo la conocí de dos maneras, una muy extraña…

Recuerdo los aromas fragantes que exiguos escalaban el íntimo espacio de tu almohada como tenues y limpios espectros ambiguos desde las suavidades de tus rizos hermosos una fresca y oscura madrugada de octubre y formando volutas pletóricas de gozos una ventisca tenue de tu cuerpo salubre espontánea fluía de sentido expurgada…

- En tus 53 años sólo has sido un espectador, un extranjero; tu vida ha pasado ante tus ojos como un filme con otros protagonistas -me analizaba Maricarmen- Debido a que eres un ateo natural (Natural Born Atheist bromeaba yo, parodiando el título de la película Natural born Killers) careces de las evasivas que ofrece la religión, por lo que optaste por huir de la vida refugiándote en los libros de literatura y -cuando tuviste que escoger carrera- de medicina. Felizmente la ciencia mitigó el desgarramiento que habría significado el tajo entre la realidad y tu mundo interior. Comprendiendo y memorizando dominaste poco a poco una realidad diferente, brillante y felizmente ajena a la que deseaste eludir - Debes agradecer también a la carrera el triunfo relativo sobre tu destino: tu gran timidez juvenil -afortunadamente vencida, ¡no sé como!- y la tendencia implícita

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a rehuir el banquete de la vida no lograron encadenarte, haciéndote esclavo precisamente de aquello que deseabas evitar…

- Superaste tus dificultades juveniles gracias a tu inteligencia. Tú deberías estar recluído en el hospital psiquátrico si no hubieras dominado -tú solo y sin ayudatoda la desolación de tu infancia. Del mismo modo deberías estar preso o muerto si no hubieras rebasado también toda ese ciclo de violencia juvenil que viviste y que participaste…

Debo completar diciendo que después que superé mi agitada etapa de enojo y rebeldía fuí muy ordenado en todo pero descuidé con desdén mi vida sentimental.

Cuando quisieron casarse conmigo dije que sí, cuando quisieron parirme hijos dije que bueno, o no fui consultado.

Yo, Ariel, Ary… como sea que quieran llamarme… no existía hasta que la vi.

Esperaba algo, el acontecimiento especial que ocurrió cuando conocí a La Bella, según recuerdo, un mes de febrero…

Recuerdo de un febrero esa tarde atrevida cuando mi mano osada pasó por tu corola por tus tallos intrépidos de azucena viajera por los estambres finos de adictiva amapola que oculta en tu vientre de cérvida parida bajo tu pulcra saya minúscula y ligera esperaba sin ansia ni hipócrita sonrojo sin espinas sin puntas ni martirio ni enojo…

En todos mis años de adulto yo no había sentido en mi mano unas rodillas tan afiladas ni unos muslos tan firmes y torneados. Sentí, además, que todo aquello me había estado esperando desde siempre. Ella no mostró sorpresa ni enojo por mi atrevimiento cuando aparté sus bragas y toqué su entrepierna abultada y poblada por escasos vellos, agudos y finos.

Me metí en su alma -como siempre ocurre- por una hendija que dejó su marido, William. Ella lo esperó algunos años sin apartarse del teléfono tras el viaje de él a EE.UU. William era de una raza que abundaba por acá, llamada migrantes.

Les gustaba y no les gustaba la vida en EE.UU. Iban, trabajaban como animales y se cansaban, luego regresaban, se aburrían y se volvían para allá. La primera vez que se fue la dejó con el segundo embarazo comenzado en la casa de su mamá de él, muy cómoda, etc. Ella pasó unos años, como dije, junto al teléfono esperando oír el timbre, hasta que se enteró fortuitamente que él se había casado allá (ellos no estaban casados legalmente porque ella ya lo estaba con Julián, un cubano joven, acomodado y atractivo de Miami, donde vivió otros siete años, pero esa es otra

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historia). Parece que el matrimonio de William en EE.UU fue por razones de visado -ya sabemos como era eso- pero ella se sintió engañada y abrió su corazón. La suegra cometió el error de enviarla a Guayaquil (donde yo, para ella, era el no-vamás de la medicina) pensando que yo podía solucionarle el problema, que efectivamente solucioné haciendo mierda -de paso- el juramento de Hipócrates.

Nos hicimos amantes con el perdón de Apolo, Esculapio, Higía, Panacea y todos los dioses y diosas del cielo y de la tierra…

Así es el amor al comienzo, al menos para nosotros los hombres, un negocio duro donde prima el interés propio y sin consideraciones sentimentales. Para las mujeres es solamente una expectativa agradable y promesas de formalidad. Por ello al comienzo solamente me deslumbré con La Bella; luego todo lo que me había vedado cayó sobre mí de golpe, a los cincuenta y más años de edad Y llegó aquella tarde en que tu boca esquiva y tu arisca barriga y tus feroces piernas y tus rodillas duras y tu esternón valiente y tu mínimo ombligo de cérvida lampiña vinieron hacia mí, remolcando planetas…

- Después de seis años vino William y yo lo rechacé -me contó La Bella- ¡Él no lo podía creer! El año siguiente, por el 2003, regresó (aparentemente ya podía hacerlo en cada vacación porque ya estaba legal el EE.UU gracias al matrimonio aquel) y algo intrigaron sus hermanos… algo le dijeron. La consecuencia fue que me quitaron la energía eléctrica, ¡dejaron a oscuras el departamento que yo ocupaba con mis pequeños hijos!

Pudo ser un descuido simple que ella interpretó mal. En todo caso, como quiera que haya sido, se largó separándose de sus pequeños hijos, quienes escogieron quedarse con su mami Justa. De cualquier manera, quedaron cerca: el pueblo era pequeño.

Los niños, como es natural, prefirieron las comodidades de la abuela y Bella se fue a vivir a un cuartucho -sin agua- que costaba 50 dólares al mes. Empezó a trabajar en un micro-mercado de una prima querida de ella, una dama muy piadosa quien supongo que la explotaba sin misericordia. Suelen ser así: devotos con el dios y despiadados con el humano. Yo, poco sabía y nada más quería saber.

La situación se volvió incómoda para mí cuando ella salió de la casa de la madre de William. No la asistí económicamente ni afectivamente hasta que meses después, creo que un septiembre, no la vi más. Parecía todo muy claro… Empero, unas semanas después todo regresó a lo normal; parcialmente porque ella ya no disponía de suficiente tiempo “por el trabajo”, según me decía. Luego escuché que

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estaba viviendo en el mismo cuartito y que se había unido con un muchacho de allá, de su edad, de unos 38 años. Entonces fue cuando ella recibió de mí dos CDs, uno de Nelson Ned, el enano, con la canción Dile a Tu Nuevo Amor subrayada con marcador grueso (Paz  escucha esto) y otro de Gilberto Santa Rosa con la canción Por Más Que Intento. Así fue como íntimamente le deseé que sea feliz y me ausenté de su entorno. Una tarde, sin embargo, ella me visitó y me dijo no deseaba regresar a su pueblo y le vi las piernas llenas de golpes, lo cual ella justificó diciendo que “estuvo moviendo unos muebles”.

Después no tuvo más remedio que contarme que el tipo la había atacado salvajemente tres veces, celoso del CD que encontró en el dormitorio. Le escuché también que el tipo la había querido embarazar con ahínco en los dos meses que estuvieron juntos, que no le permitió amigas (¡a ella, las de las 700 amigas!), que no la dejaba visitar a sus hijos y que la amenazó que si no estaba con él jamás podría estar acompañada de nadie, que el pueblo era pequeño, etc. Esa fue la única vez que la vi con algo de temor. Luego supe que esa relación comenzó cuando él la acompañaba del trabajo al lugar donde dormía (que estaba en una zona peligrosa) y que se había unido con él una noche durante las fiestas del pueblo, luego de acudir al cumpleaños de una amiga que vivía frente a donde ella alquilaba. Después de las agresiones, cuando ella lo botó del cuartito él se robó el CD del enano y escuchaba, perplejo, hora tras hora la canción...

Recuerdo aquel septiembre de cumpleaños de convites con bellos tacones y vestuarios de abundantes licores y mimosos engaños cuando sin convenir el comienzo de varios tu larga espalda fina obró sometimientos negándose tu cuerpo a fecundar en vano irritando con celos penosos sufrimientos que atizaba la copla robada del enano… Él y su familia, según han dicho, todavía piensan que ella abortó de él, pero en realidad su cuerpo se negó a concebir. En cuanto a mí, desde que la vi por primera vez mi único afán fue ¡dormir con ella! Entonces le propuse ir al Perú lo cual aceptó de mala gana. Agarramos el avión a las 11pm y aterrizamos a las 2 de la mañana, cruzamos El Callao unas dos horas más y cuando llegamos al fin al hotel ella quiso dormir pero no se lo permití… - ¡Qué delgada era! ¡Parecía un arruga de la sábana!

Nos apareamos como conejos en plena calentura, bebimos piscosour en La Rosa Náutica, escuchamos y coreamos canciones en La Calle de Las Pisas, tuvimos chofer y guarda espaldas las 24 horas, comimos cebiche sureño, un sujeto de mal genio me puteó sin motivos en un parque, nos morimos de la risa, compramos

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regalos para los hijos de ella (¡comenzaba ya diciembre!) y regresamos perdidamente enamorados, lo cual agradezco a todos los dioses (si es que existen) y de paso al descuidado William y también al otro, el bestial…

Recuerdo finalmente un noviembre gozoso tú intratable y esquiva masticabas adioses yo siempre ignorante sin pedir a los dioses unas noches sureñas retiraron tu embozo apartaron tus bragas yines y cinturones descubrieron tu cuerpo con elipses divinas y dejaron que beba tus jugos de las finas garrafillas que guardas en ocultos rincones…

Apenas regresó a Buena Esperanza alquiló otro departamento, primoroso, con una alta terraza donde muchas veces pasamos desnudos toda la noche, amándonos bajo las lluvias de aquellos chorreantes veranos, iluminados como fantasmas por los relámpagos. Me paseé del brazo de ella delante del imbécil y sus amigos brutales armado solamente con mi amor por ella y le daba la espalda en la barra del bar del pueblo, a dos metros sin siquiera reconocerlo, todo lo cual le encantaba a ella. Yo no temía, pues “ya había muerto varias veces” -bromeaba con eso- y él fingía no verme.

Una noche la fiesta del pueblo se llenó de campesinos rudos y el ambiente se puso alcohólico y alegre; entonces bailé (¡pobre de mí, como pude!) con ella, en la calle, al pié de la casa de él, donde permanecía mirando tras una ventana con vidrios oscuros…

Recuerdo animadas verbenas de agosto acá se arracimaban las cabezas de piedra como duros gijarros capilares del coto allá las cervecitas se ofrecían con derroche taberneros agitaban presurosos el mosto e indiferente a todo detrás de luna negra extraño cenobita profanador del voto intentaba mirarte a través de la noche…

Otra tarde de fiestas (así de jaraneros son los pueblos costeños) estábamos en su departamento y cuando ella alzaba las piernas perpendicularmente para cambiar de posición, sonó una fuerte fanfarria en la calle (creo que era tiempo de elecciones); yo creí que nos aplaudían y nos morimos de la risa. Antes de elevar las piernas para permitirme meterme allí, ella estuvo sentada a horcajadas dándome la espalda y sus caderas parecían una fina manzana color rosa que subía y bajaba…

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Recuerdo la perfecta manzana de marzo de tus suaves caderas causando algarabías resplandecían tus muslos en súbito deshielo tu cabello colgaba desde estrellas cercanas tus piernas se ubicaban en artístico escorzo señalándome todos los patriarcas del cielo mientras desde la calle resonaban humanas comparsas y fanfarrias que yo sentía mías...

Una tarde desperté y la vi llorar callada, desnuda, sentada en el borde de la cama y con los codos sobre sus largos muslos, doblada sobre su abdomen plano, escuchando a Dyango cantar En Esta Tarde Gris. El departamento de ella era muy alto y había unas escaleras largas para bajar. Ella nunca dijo a nadie por qué lloraba -las pocas veces que lo hizo-, pero yo creo que aquella vez fue por lo que dice en La Canción de Tus Meses Recuerdo la lluvia que vino persistente a tu sueño tranquilo una noche de enero desde los cocotales borrados de tu mente desde la residencia de tu amor traicionero donde rendiste crédula tantos meses y años y recuerdo el sollozo que bajó los peldaños brotando de tus labios lozanos y dormidos hacia las alas rotas de tus hijos cautivos…

Esto es parte de una historia inolvidable con la última de las dos mujeres más hermosas y valientes que jamás conocí. En el intermedio hay otra cantidad de historias: la de un bar que quise llamar Bar Baudelaire (¡en ese pueblo de campesinos!) pero sólo me fue permitido ponerle El Sol de Hielo (soy testarudo: también por un poema de Baudelaire llamado De Profundis Clavami) y que se cerró luego de que un campesino le cercenó la mano a un joven con su machete; mis amigos bromeaban que compramos burros, los pelamos a rape y les pintamos rayas para alquilarlos como cebras; y, hasta escogimos la canción para el entierro de ella en su pueblo amado: de Juan Fernando Velasco, Ángel de Luz.

(III) LA REVELACIÓN DE MIGUEL ÁNGEL

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(7) Violencia juvenil Culebrilla, nadie supo su nombre, fue en su larga vida de rufián el azote de Buena Esperanza. Cuando Bella Paz me narraba lo de él, mucho tiempo antes de mi fatal enfrentamiento, me parecía que toda esa energía que extrajo de sí para sus vilezas fue una aplicación especial de la poca que pudo acumular en su infancia desnutrida. Era el penúltimo de los hijos de Ismael Camones, el más viejo y malo de esa dinastía de delincuentes manabitas -altos, soberbios, violentos y perversosafincados en Buena Esperanza desde la primera época, quienes -con la excepción del desquiciado Culebrilla- alternaban sus fechorías, que siempre ejecutaban fuera del pueblo, con sus empleos de escoltas de los hacendados y alcaldes locales - ¡Qué ocurrre Mami! -pregunté a La Bella un mediodía en su casa- Miguel Ángel salió corrriendo…

- Nada, Ari… él es así Yo creía haber escuchado un par de disparos potentes, quizá calibre 38, el instante previo a que Miguel Ángel, el hijo mayor de Bella Paz, bajó precipitadamente las escaleras del pequeño departamento que ella ocupaba en Buena Esperanza. Unos veinte minutos después subió - ¿Qué pasó? -le preguntó La Bella, fingiendo desconocer lo que intuía - Es Fulton, el menor de los Camones, por allí está, ya muerto…

Según nos relató Miguel Ángel, Fulton había sido detectado por Pedro Rubianes, uno de los guardaespaldas del “Cholo” Intriago, el Alcalde. Tumbó a un ciclista y trató de huír pero Pedro lo siguió en su motocicleta, disparando. Bajó por un barranco (seis calles hacia el norte del departamento de Bella Paz) de unos 500 metros de ancho y lleno de altos y espesos zarzales, tratando de alcanzar la carretera. Aparentemente no llegó. Quedó enredado en los espinos, con el tórax extrañamente virado en sentido contrario al de sus piernas, con un lado de la camisa fuera del pantalón de mezclilla, con la mirada cambiada y tres heridas por el cuello. A unos treinta metros había un portafolios, vacío, de piel color marrón y con unas inicales en plata, que Miguel Ángel recogió - Lo ha matado Pedro –dijo Miguel Ángel- el marido de Julita; ahora tendrá que esconderse…

La Bella pensó en Julita, su amiga querida, y se alegró de que Rubianes tenga que largarse. Julita fue la única persona a quien ella dejó subir las escaleras de su alto departamentito la única vez que estuvo triste. Don Misis, el dueño del billar de

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la planta baja, siguiendo las indicaciones de Bella Paz sólo a ella dió las llaves del zaguán y Julita llevó las tres comidas durante las dos semanas y media que duró la tristeza de su amiga, sin fallar una, sin retrasarse y sin preguntar. Solamente se sentaba en silencio a su lado mientras ella algo comía. A esa mujer linda y bien formada, Pedro Rubianes -contó La Bella- había virado la nariz de un violento testarazo - ¡El bestia de mierda! ¡Como si se tratase de una pelea callejera con otro animal igual a él! -dijo, mostrando una mirada atemorizante que yo jamás había percibido…

Culebrilla Camones, hermano del difunto, tenía dos razones para su remoquete: era hijo de “Culebra” Ismael y era pequeño, flaco, torcido, rubicundo y con sus ojillos azules pequeños y turbios. Su desnutrición fue voluntaria porque sí había dinero, comida y buena raza. Simplemente nunca quiso comer, ni obedecer ni nada… Jamás entró al colegio, sólo rondaba amenazante, enroscado, con un enorme puñal sobresaliendo por un lado del ombligo, traficando drogas amparándose en su condición de hijo de Ismael. Sin embargo a pesar de sus desventajas sobrevivió a toda su familia.

En una ocasión recibió un disparo durante un asalto, que le destrozó el hueso de una pierna y del cual culpó a La Bella - ¡Ari!, asaltaron la Comercial de don Onésimo Sabando, mi vecino, donde extienden el cacao -me narró La Bella- Le metieron un tiro a uno que escapaba atrás en una motocicleta; creo que era Culebrilla y me vío cuando grité… lento como serpiente volteó la cabeza y me vió - Ten cuidado -le respondí- no te andes metiendo…

Posteriormente a la muerte de Fulton -unos seis meses después- acribillaron a otro Camones llamado Tairo, en un billar junto a dos amigos, unos buenos muchachos del pueblo. Alguien los estaba exterminando, quizá la Policia. Poco antes, en una de las fiestas del pueblo Bella Paz y yo habíamos estado en el bar El Guayabal, con Tairo sentado, junto con otros más, en la mesa contigua. Bailamos, el muchacho también, y La Bella estaba entretenida y burlona con el miedo de su amiga Ivonne - ¡Ñañita!, ¡se acerca ese chico Camones! ¡Me va a sacar a bailar!

- Baila, pues, no te va a comer…

- ¿Quiénes son esos tales? –pregunté, informándome recién - Unos el pueblo, Ariel, no te preocupes -respondió ella - ¿Por qué me tendría a preocupar? -pensé, pero nada dije.

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Antes de parar en El Guayabal, La Bella y yo acostumbrábamos llegar de Guayaquil directamente al bar de Pedro Baldeón, un amigo de ella, que quedaba justo en frente, pasando el estacionamiento del coliseo municipal. Situaba fuera mi Land Cruisier blanco y entrábamos donde nos esperaba un gran jarro de cerveza semicongelada y un plato de langostinos cebra, que Pedro sabía el modo de preparar al ajillo. Le quedaban deliciosos. Una noche, bien tarde al salir, encontré el faro izquierdo del Jeep caído, fuera de su lugar y colgado de los cables, algo que me pareció como un ojo fuera de la órbita y sostenido solamente por el nervio.

Agarré sin protestar el faro, lo puse en su lugar y nos alejamos. La semana siguiente, sin embargo, La Bella creía conocer quién había arrancado -a golpes de puño, según le habían informado- el faro, y lo increpó duramente apenas lo vió. Yo, divertido y feliz, miraba como le temblaba a ella su fina barbilla mientras hacía el reclamo - ¡Qué linda es! -pensé mientras contemplaba la escena, sentado en mi mesa del fondo del bar y agarrado de mi jarro de licor - Ahora tendrás que pagar el foco, Rubén Falcones -increpó ella en voz alta al muchacho- ¿O crees que te vas a salir con la tuya? ¿Qué te imaginas? ¿Qué puedes hacer eso y no pagar lo que costó?

- ¿Quién chucha te dijo que yo fui? ¡Yo no he sido! -respondió Rubén, también subiendo el tono de su voz.

Al verme atrapado, dentro, con el tal Rubén profiriendo palabrotas y sus amigos cada vez más enardecidos, discutiendo con Bella Paz y obstruyendo la única puerta de salida, pensé rápidamente, ya un poco alarmado…

- ¡Esta Bella!, me hará matar… y ni siquiera se dañó el foco. Si logro que ese se siente en mi mesa, se calmará… y también sus amigos - ¡Bella! ¿Estás segura que fue él? -ella volteó y me miró furiosa- Ven, siéntate en la mesa, ven tú también -dije mirando al muchacho- Veamos, ¿cómo sabes que fue él? -mientras se sentaban yo sabía que ya todo estaba arreglado. Después, cuando se retiraron me quejé suavemente -¿Qué pasó Bella? ¿Por qué provocas a ese malcriado?

- No es “malcriado” -reclamó divertidísima- Es buen chico, solamente es malhablado, bocasucia, todo el mundo lo sabe; y nos conocemos desde pequeños ¿Qué? ¿Te asustaste Mi vida?

Estos y otros semejantes fueron episodios banales de violencia menuda, sencilla y “coloquial” como yo solía decir, que no me inquietó jamás. Sin embargo, a pesar de que no era desprevenido desconocía entonces hasta que punto debajo de

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la nata, de la espuma, de la nube que había vivido se movía un infierno de violencia.

Ignoraba que por los mismos lugares donde yo transitaba y llevaba mi vida ocurría (como en ese mundo paralelo de branas separadas de nuestro universo dimensional corriente por millonésimas de milímetro) una realidad paralela, dura y siniestra, de crimen y de horror. Una realidad que tardaría en reconocer y que cambió por completo mi visión de la vida y de la muerte en el momento en que tuve plena conciencia de ello, una memorable y tranquila noche, de boca de Miguel Ángel, el sosegado hijo de Bella Paz. *** El genio dispar de La Bella, en quien su calidez de mujer y compañera afectuosa contrastaba con su índole temeraria, su temperamento lleno de fuertes antivalores, su actitud natural contra las nociones sociales de legalidad y contra la vigencia forzosa de normas se me fue revelando aquella ocasión y más tarde percibí plenamente durante el episodio de Luz Marina, su pequeña hermana, cuando se le ocurrió ser Consejala - Vas a hacer que te maten, Meo -sólo Bella Paz la llamaba así, no imagino por quéEse que tu has elegido no es el modo como se batalla contra esa gente -le dijo.

El hecho era que a alguien se le había ocurrido empujar a la activa muchacha a meterse en la política local. Las razones eran de siempre: combatir el abuso de los fuertes, de gente extraña -quizá con patrocinio quiteño- que estaba desalojando a los antiguos posesionarios de las tierras, casi todos esforzados campesinos manabitas emigrados en la época de Amílcar -Tío Tigre-, su padre.

Así fue como en julio de 2006 Luz Marina creó el Movimiento Manabita y fue de punto en punto arengando a los paisanos con una oratoria fácil y espontánea que jamás le habíamos conocido. El resultado -previsto y anunciado por La Bellafue una aplastante derrota por la vía del fraude facilitado por “Manos de Tijera”, un muchacho que transfería sufragios al mejor postor manipulando velozmente -igual que el joven monstruo de la película- sobre el keyboard de las computadoras del Tribunal Electoral.

Lo que no había presentido plenamente Bella Paz, a pesar de la clarividencia trágica anunciada en sus palabras, era el atentado sufrido como escarmiento por su amada Meo, que le dejó lleno de perdigones un pulmón y que sobrevivió gracias al prodigio de su juventud. Une semana después intuí el alcance de la ira sorda de mi hermosa mujer cuando vi en sus ojos que ella, de algún modo que yo jamás llegaría a entender, conocía los mecanismos operados por la muerte que alcanzó a uno de

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los implicados -quizá el principal o tal vez el accesible- quien amaneció con una bala magnum 3.57 en la cabeza. *** Hay un fino equilibrio social en los poblados de la costa ecuatoriana, particularmente allí donde es preponderante, como en Buena Esperanza, la emigración venida desde Manabí. Equilibrio entre la buena vecindad y el crimen, entre amistad y violencia, entre solidaridad y depredación. La tres buenas cualidades mencionadas vienen con el hecho de que las gentes se conocen y se respetan por varias generaciones; mientras que las características negativas se originan en las particularidades históricas de la Costa Ecuatoriana Entre esas “particularidades” manabitas, el primer elemento fue la emigración europea, con sus pugnas y violencia. El cura Schumacher quizo traer tres mil alemanes más, pero los Conservadores temieron que vengan contagiados con las nuevas ideas que bullían en Europa. De todos modos la sange europea, sobre todo italiana, entró el siglo XVIII por los puertos de Manta y Bahía de Caráquez, llenando la provincia de niños con apellidos como Furoiani, Barba, Beltrani, Martinetti, Ratti, Vanoni, Belletini, Ruperti, Orlando, Farina (tantos que hasta hubo Consulado de Italia en el puerto de Manta) que perduraron hasta la actualidad. Los hijos de los seminaristas lucieron similar raza pero por obvias razones llevaron los apellidos de las bellas mestizas, sus madres: García, Zambrano, Cedeño, Moreira, Mendoza, Sabando, Macías…

Esos inmigrantes italianos no solamente agarraron las mejores hembras, también se apoderaron de las mejores tierras y pugnaron entre sí prosiguiendo sus tradicionales “vendettas” e involucrando a los locales en sus enemistades. Esto y la ausencia de Ley (Manabí era una lejana provincia adscrita sobre el papel a Guayaquil) iniciaron la tradición de “justicierismo” y violencia que carecterizó a los pobladores de esas tierras.

Por otro lado, como ya mencioné, recordemos que en la costa se encarnizaron las guerras de la indepedencia y -particularmente en Manabí- la revolución liberal de Eloy Alfaro. La población costeña a partir de 1822 fue victimizada por las tropas brutales que vinieron del oriente venezolano, traídas por el Mariscal Sucre. Aún después de la secesión de 1830 permanecieron durante muchos años más sembrando el terror junto con sus colegas locales, los “militares pandilleros” que el guayaquileño Vicente Rocafuerte combatió entre 1835 y 1843 cuando fue Presidente Constitucional y Gobernador de su Provincia. Entre la alternancia de una y otra facción, las guerras trajeron también la devastación y la paralización casi

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total de las labores productivas y del comercio, dedicando todos los recursos materiales y humanos al esfuerzo para el enfrentamiento.

La Revolución Liberal continuó esa tradición de violencia en Manabí. Se inició con las Montoneras costeñas -a partir de 1825-, una forma activa de resistencia popular a caballo conformada por los peones de las haciendas, “desmonteros” y “sembradores” conducidos por caciques y propietarios locales con rangos de “Coroneles” y con ideología liberal.

Fue una guerra entre regiones que se libró en Las Esmeraldas, Manabí y Guayas, y que se prolongó hasta los inicios del siglo XX; un enfrentamiento de costeños agroproductores y librecambistas contra serranos proteccionistas y conservadores, de montubios con grandes facilidades de avituallamiento y movilización contra tropas serranas lentas y sudorosas; un conflicto entre el latifundio medioeval serrano y el naciente precapitalismo salarial de la costa; una guerra, en fin, entre Quito y Guayaquil. ***

(8) El incidente

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- Ari, Mi vida, ¿te conté alguna vez sobre el ángel que me protegió una noche? -me preguntó La Bella. La tarde estaba fresca y se sentía parlanchina como pocas veces.

Eran las siete de la tarde y recién la oscuridad había comenzado a devorar el vecindario, penetrada malamente por las distantes luminarias que todavía no habían sacudido enteramente su pereza. Presentí que aquella iba ser una agradable velada; sin embargo, corriendo el riesgo de cambiar la disposición de la irascible mujer, me atreví a bromear - No, jamás lo supe, ¿soñabas?

- No -contestó ella sin atender la provocación- Estaba despierta y viva, aunque lo último casi se malogra…

- No entiendo, ¿estuviste en peligro?, ¿cuándo fue eso?

- Hace algún tiempo, no interesa cuándo, ¡déjame hablar! Venía de Guayaquil. Me había embarcado a las diez de la noche en un bus de flota, creo que la “Ecuador”, no importa cual, debía llegar a Buena Esperanza a la una de la mañana…

Yo empecé a pensar en la hora en que nos veíamos al inicio de nuestra relación, de 7 a 10 pm, en mi pequeño cuartito “de contrabandista” donde había puesto un gran equipo de sonido a pedido de ella. Aquello de “cuarto de contrabandista” venía de una broma que me hizo hace muchos años mi padre, Enrique, al ver amontonado todo mi menaje alrededor de la cama en mi cuarto de soltero, de regreso de México -Ari, aquí falta música- me había dicho La Bella.

Mientras ella hablaba continué evocando la primera vez que la llevé al Bar La Tortuga del Hotel Continental y lo que habíamos hablado. Esa vez fue con un yin blanco y ajustado que le quedaba ¡cómo siempre! muy bien. Al día siguiente habíamos salido nuevamente; ella con una falda cortita y plisada que me facilitó meter mi mano ¡la primera vez! entre sus muslos duros y torneados. Recordé también el Moulin Rouge, en Paris, cuando hice lo mismo con la rodilla de aquella brasileña y recordé como mi temor a ser rechazado se convitió de repente en una cálida presión de la mano de ella sobre la mía, apretándola contra sus muslos...

Sin notar mi distracción Bella Paz continuó- Iba tranquila porque el ayudante del chofer me había prometido que entrarían al pueblo, para así quedarme a una calle de mi casa. Esa cooperativa de transporte -ahora recuerdo bien que era la “Ecuador”- ya no entraba al pueblo por alguna causa -creo que alguna vez arrollaron a una persona, ya sabes como son de descuidadas las gentes de mi pueblo- pero me habían prometido hacerlo porque iba sola y por la hora en que pasaríamos por alli

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- ¿Qué? ¿Pasaban “de largo”? -pregunté mientras recordaba a los campesinos que subían al pueblo de compras los domingos, muy delgados y con su andar calmoso, sus camisas enormes, almidonadas y blancas y caso omiso -su ninguna atención- a las señales de tránsito- Parece que les abren la caja y salen como gallinas para todos lados -me había comentado entre carcajadas La Bella - Si. Pasaban sin detenerse por “la variante”, el carretero que rodeaba Buena Esperanza. Recuerda que cubrían la ruta desde Guayaquil hasta Quito. Me gustaba viajar con ellos debido a que precisamente no paraban a dejar ni a recoger a nadie, lo cual evitaba los asaltos que ocurrían contínuamente por agarrar delincuentes por el camino. Pero para subir a la “Ecuador” era necesario, primero, pagar todo la ruta hasta Quito y segundo negociar para que paren en el pueblo - ¿Qué paso, no pararon? ¿Dónde te dejaron? –comencé a interesarme - ¡Bobito! ¿Cómo iban a pasar de largo? De ser así, ¿cómo yo me iba a subir a ese bus? -me reprendió cariñosa- Deja que te explique: usualmente ellos paraban en la gasolinera de “El Cholo”, en el extremo norte de Buena Esperanza, muy lejos de mi casa. De día no importaba, porque agarraba un taxi o una tricimoto, o caminaba. Pero en la medianoche… ¿qué haría yo?

- ¿Entonces? ¿Cuál era el problema?

- ¡”El problema” fue que el indio de mierda del chofer se empecinó en dejarme en la gasolinera! -se impacientó ella; y mientras yo le ponía atención iba percibiendo el terror, no de ella sino el mío, mi propio pavor por lo que creía que iba recordando...

- El ayudante, como ya te dije, me había prometido que entrarían al pueblo, pero el indio estaba testarudo, agarrado del volante como piojo, porque era un salvaje pequeñito, hirsuto y verdoso -yo sudaba frío. Tenía ya clara la imágen del chofer asido del volante -demasido grande para él- con actitud de chivo copulante y con sus piernitas musculosas de pato, demasiado gruesas en los muslos, estiradas al máximo y con los pies en punta para alcanzar los pedales de abajo, repitendo- ¡No! ¡No! ¡No!- sin mirar siquiera a la hermosa mujer asustada que estaba a su lado y sin escuchar las palabras consternadas del ayudante - Era su momento -le dije a Bella Paz- era la oportunidad que esperaron mil años él y su raza para causarle daño a una mujer como tú, a una persona como tú - Todos los pasajeros dormían como troncos. Sólo un señor, un ángel que venía en las últimas filas, se paró a recriminar al salvaje, que siguió testarudo, sin mirarnos siquiera. El Animal agarró por la variante lateral. No entró al pueblo.

Paró en la gasolinera del “El Cholo” y abrió la puerta con su palanca, mirando

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siempre al frente con sus ojillos amarillos debajo de sus cejas gruesas y cerdosas.

Asustada, me bajé, no quedaba más por hacer. Entonces escuché decir al señor de atrás…

-Baje mi maleta, me quedo - Me entró más miedo. Empecé a caminar sin mirar al tipo que siguió detrás de mí toda la media hora o más que duró la caminata, en medio de la oscuridad. Ari… escucha: él me siguió en silencio hasta que llegué a mi puerta, sin siquiera hablar, peor pedirme el teléfono o algo parecido. Simplemente me protegío hasta mi puerta y luego se perdió en la noche. Debió buscar algún hotel para dormir y siguió al día siguiente para Quito. Después que me dejó mi segunda preocupación era que la señora Justa vaya a pensar que él era algún enamorado mío. Sin embargo, nadie lo vio…

En ese momento de la conversación yo ya creía recordarlo todo: acompañé a La Bella hasta su casa sin hablarle, sólo contemplando por detrás su tranquilo caminar con pasos largos, sin prisa, calmada y regia a pesar de las circunstancias¡Qué hermosura! -Pensé; y sin saber por qué, vino a mi memoria mientras la seguía, aquel nostálgico poema de León Felipe…

- ¡Qué solo estoy, Señor! ¡Qué solo y que rendido, de andar a la ventura, buscando mi destino! En todos los mesones he dormido, en mesones de amor y en mesones malditos, sin encontrar jamás mi albergue decisivo. Y ahora estoy aquí, solo… rendido de andar a la ventura por todos los caminos. Ahora estoy aquí, solo, en este pueblo de Ávila escondido, pensando que no está aquí mi sitio, que no está aquí tampoco mi albergue decisivo…

Recordé el horror con todos sus detalles: después de dejarla segura en su casa, volví hacia la carretera a parar un carro para seguir mi rumbo. Mi plan era que si no paraba alguno -lo cual era lo más probable- buscaría un hotel para dormir. Sin embargo mi rumbo no era Quito; mi destino me esperaba aquí, en este pueblo y en esa noche oscura y solitaria, frente a “Culebrilla” -mi asesino- y su tropa - ¡Oye! ¡Para! ¡Detente! -me ordenó “Culebrilla” Camones, saliendo de la oscuridad con un enorme puñal en la mano derecha y agarrándome con la izquierda, con fuerza, por la camisa. Yo lo alcé y lo arrojé a tres metros de distancia, mientras el muchacho alcanzó a causarme una herida en el cuello, la primera. No me dí cuenta, no sintí el tajo profundo que comprometía un vaso grande. De imediato otros muchachos que no había visto me sujetaron por atrás, inmovilizándome por completo - ¡Agárrenlo bien! -chilló Culebrilla- súbanlo al balde, no dejen que se escape

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Me tiraron atrás en una camioneta y me llevaron cerca de allí, a una inmensa breña que bordeaba el pueblo hacia el oeste, colmada de altas y zarzas espinosas, que el furgón iba aplastando a su paso. A lo lejos, en las últimas calles del pueblo, alcancé a ver enormes caballos negros llevándose a la gente en el hocico.

Recorrieron unos 200 metros y Culebrilla detuvo el vehículo, se bajo y me apuñaló dos veces más en el cuello sin adevertir que ya había muerto. Agarró el codiciado maletín, lo abrió y sólo encontró papeles y dos libros. Lo tiró por allí. Yo quedé enredado en los espinos, con el tórax extrañamente virado en sentido contrario al de mis piernas, con un lado de la camisa fuera del pantalón, con la mirada cambiada y tres heridas por el cuello. Tenía 53 años de edad.

Antes de morir, esa vez, pude ver en el oscuro cielo una enorme luna gris muy cercana y atravesada fugazmente por un pájaro sucio que soltaba sus plumas desechas, aleteando con el pico hacia arriba, volando al revés - ¡Vamonos! -dijo Culebrilla; y tiró también los libros por el camino. ***

(9) La revelación

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- Bella, por favor, dile a Miguel Ángel que venga, ¿quién más que él?, para que te ayude a lavar los cangrejos -recomendé a Bella Paz. Se acercaba el 15 de agosto y debía comenzar la segunda veda anual, de manera que ella estaba deseosa de sentarse a apachurrar unos cuantos. Recién habíamos estado conversando con Pepito Ávila, un locuaz y simpático amigo mío a quien Bella Paz adoraba, y se había extendido en meticulosos detalles sobre la mejor técnica para desmenuzarlos, lo cual había provocado en ella el deseo obsesivo de comerse unos diez.

La cangrejada era una costumbre costeña muy ritual. Primero se escogía los atados de 12 cangrejos o las costosas planchas de cuatro atados -dependiendo del presupuesto- cuidando de que las tenazas sean grandes y de que no haya alguno muerto. Verificar que estén todos vivos era lo más fácil, ya que bastaba con tocar con el índice el palillo donde el animal lleva el ojo y comprobar la rápida reacción de defensa; en cambio, asegurarse que todos tengan tenazas grandes era casi imposible porque los astutos cholos sabían el modo de amarrarlos ubicando las de mayor tamaño hacia ambos lados del atado, ocultando las flacas y pequeñas - ¡Mira Ari! ¡Qué coraje! Como amarraron esos bandidos el atado -no respondí; estaba recordando de mi remota infancia la entrañable furgoneta Volkswagen Transporter 1953 en la que el amable dueño de la casa donde rentábamos -don Jorge Villamarín- nos llevaba a pasear a los chiquillos de la barriada cada noche, la cual sacaba unos palillos de cangrejo hacia los lados, con sendos puntos de luz intermitente en las puntas idénticos al ojo de los cangrejos, para señalar la direccional - ¡Ari, pareces bobo! ¡Contéstame! -reía con estruendo.

Después de que se compraba los atados, se cortaba las amarras dentro del lavaplatos para evitar la estampida, procediendo a lavar -una por una- con cepillo las cerdas enlodadas debajo de las patas de los crustáceos y a arrancarles el ano huesudo mientras hervía el agua en la gran olla cangrejera sazonada con los secretos de la casa, donde se tiraba de inmediato al pobre animal para que acabe de morir. Después, mientras hervía la olla colmada de rojos carapachos se tiraba a cocer dentro unas piezas de plátano pintón, maduro y dulce. El resto era sencillo: preparar la salsa con cebollas, limones, tomates y ajíes, y después, algo que hacían todas quienes se preciaban de buenas cangrejeras: cubrir con las páginas de El Universo del día la mesa, con el propósito de facilitar la recogida del mar de cabezas, dedos y tenazas destrozadas que quedaban después del festín.

- ¡Hola Miguel Ángel! ¿Cómo estás?, nos comeremos unos cangrejos, ven para conversar un poco, no te he visto hace tiempo -llamé por teléfono al hijo mayor de Bella Paz- Compré unos atados y se ven gordos. Tu mami ya está preparando sus

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secretos para darles sabor, ya sabes: las sales de la abuela, las hierbas incógnitas, los polvos enigmáticos, las uñas de la gran bestia…

- Bien Ariel, en cuanto salga del trabajo estaré allí -rió Miguel Ángel Subía, con su humor taciturno y calmado - ¿Por qué será este así? -pensé con simpatía y se lo dije a La Bella- Miguel trasmite calma, pero parece que algo trae pegado, como desecho bien al fondo de su corazón - Pregúntale, habla con él, tú eres el letrado, yo sólo soy la que prepara las arañas bromeó, mientras agarraba con destreza uno por las pinzas, para evitar que el animal desesperado le corte un dedo con la enorme tenaza, mientras con la otra mano lo limpiaba con el cepillo de la cocina. Yo cambié de tema…

- ¿Cómo hacen ustedes, las chefs del humedal, para que no se les pegue la carne al carapacho? -pregunté con tono festivo, pero ella no contestó- No se tomó aún el primer trago y ya empezó a hablar como coplista -debió pensar divertida; y después, atendiendo a la segunda parte de la frase respondió, mientras tiraba uno a la olla y agarraba otro para frotarle le cepillo debajo de las patas, bajo el agua del grifo - ¡Buena pregunta! Después de cocinarlos los pones en agua fría y luego los calientas otra vez antes de ponerlos en la mesa -me respondió, añadiendo para sí misma- Y no es necesario ser “chofer del hospital”, sólo mujer…

Yo no le creí, pero evité discutir.

Era agosto y la tarde estaba fresca, entrando hacia la noche. Bella Paz manipulaba de pié la enorme olla cangrejera mientras yo, sentado cerca, ponía güisqui en mi vaso y pensaba en como había cambiado todo - Dame hielo -pedí - Allí está la nevera, detrás suyo. ¡Párese y agarre su hielo, señor! Y si no hay, vaya y compre…

- Creo que llegó Miguel Ángel –mencioné escuchando sonar la puerta - No es él, es Josué, viene a ayudarme. El otro es como tú, sólo se sienta a pedir…

- Ya me está cabreando esta -pensé jocosamente - ¡Allí está Miguel! -dijo ella alegremente al escuchar el inconfundible ruido ululante de su Luv a diesel.

Miguel Ángel era un bello muchacho -un hombre ya- de unos 30 años, de talla mediana como yo, fuerte, muy blanco como su madre, con hombros recios y gruesos antebrazos, donde exhibía -en el derecho- un tatuaje similar a una pulsera

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de prefecto romano con los nombres de su madre y sus dos hijas pequeñas escritas en gótico. Tenía una colección de gorras, la mayoría de colores oscuros, que usaba constantemente para ocultar la inquebrantable calvicie que se le venía aceleradamente.

El primer recuerdo que yo tenía de Miguel Ángel fue cuando estaba sentado con Bella Paz en el bar de Pedro Baldeón –por 2004 ó 2005, cuando yo recién incursionaba por el pueblo- con sendos jarros de cerveza semicongelada agarrados con las manos y esperando los celebrados langostinos del bar; Miguel Ángel entró con dos amigos, quienes se quedaron de pié detrás del que lucía como su “Jefe”, se sentó frente a mí sin decir palabra, tamborilló la mesa con los dedos mientras me miraba fijamente y se fue rápido y silencioso, tal como había entrado - ¿Quién es ese muchacho tan guapo? –pregunté - Es Miguel… mi hijo -contestó ella- No te preocupes, le gustaste…

- ¡Por qué había de preocuparme! -pensé, sin abrir la boca - Miguel Ángel es un muchacho muy especial, Ari -me dijo a modo de presentaciónEs mi primer hijo. Fue criado por sus abuelos durante su infancia, cuando estuve en Miami. Pude recobrar su cariño, aunque es un poco distante. Él ama a su pueblo y a su gente y se ha convertido en un protector fuerte y confiable a quien todos aprecian y respetan, y también algunos temen…

Después de esa breve explicación -que entendí perfectamente- Bella Paz me recordó que yo ya lo conocía, aquella vez en un diciembre de 2003, cuando fuí a “robarla” del pueblo en mi Audi. Miguel Ángel estaba recién llegado de España y lucía el cabello muy largo - ¿No lo viste?, él estaba justo detrás cuando de bajaste del auto, ¿recuerdas?

- No -contesté y cambié de tema…

- Aquí la Justicia no funciona, Ariel -me diría él mucho tiempo después, explicando escuetamente su ideario- Si no nos protegemos entre nosotros nadie más lo haría.

Y si “sacamos” unos cuantos desalmados la gente es buena, el cuerpo social es bueno. Podemos vivir en paz…

Los cangrejos olían divinamente, Miguel Ángel entró, saludó respetuosamente -nunca besaba a su madre- y en un descuido sacó de su cintura una enorme pistola de 9 mm y la cubrió con su gorra, sobre la mesa, cerca de su mano - Vayan a comprar hielo –ordenó Bella - No. Sí hay -repliqué- ¿Quieres un güisqui?

- Bueno -dijo Miguel Ángel, con un gesto de cansancio.

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Miguel Ángel me había prometido narrarme todo: ¿Por qué andaba siempre armado? ¿Por qué habían acribillado con 17 tiros, mientras estaba oyendo música en su carro fuera de la casa de don Amílcar, a aquel jovencito hace un par años? ¿Lo confundieron con él? ¿Quiénes lo hicieron?, en fin… ¿Qué estaba ocurriendo ahora?

- Mira, Ari -él también me llamaba así- todo empezó cuando regresé de España. Yo estaba muy bien allá -efectivamente, recordé que Bella me había conversado que don Cándido Casal, quien había sido Jefe de Miguel Ángel en Madrid, solía hospedarse a veces en casa de don Amílcar cuando visitaba Buena Esperanza, mientras buscaba madera para exportar a su país- pero tuve que regresar cuando supe que habían asaltado la casa de mi Papi -se refería a don Amílcar- y habían amarrado y golpeado a él y a mi Mami -se refería a Carmen- Ya no pude seguir allá…

- No supe ¿Cuándo fue eso? ¿Cómo ocurrió?

- Como te cuento. Amarraron, golpearon y robaron a Mi papi y a Mi mami…

- ¿Supiste quienes fueron?

- Si, lo supe, y -hizo una breve pausa y concluyó- ya no están…

Traté de no hacer más preguntas, dejando hablar al muchacho - Fueron unos ladronzuelos del pueblo. Desde que supe eso no deseé otra cosa que cagarlos. Así que apenas llegué a Buena Esperanza empecé a preguntar por aquí y por allá hasta que supe que habían sido cuatro. Aquí todo se llega a saber. Les robaron alhajas, dinero, golpearon también a Asunción, la hija de Linda Carmina. Cuando me dijeron sus nombres comprobé que sí los conocía; así que los busqué y los maté, a tres; yo solo. Les reventé la cabeza. Otro, el cuarto cómplice había sido sólo “campanero”; todavía está preso. Así comenzó todo…

- ¿Entonces te buscaron tus amigos, esos que están ya muertos? -interrumpí - Así fue; y sí: todos han muerto. Primero me contactó Pepelucho, quien era “pana”, amigo mío de la infancia, luego uno de los “Pollosmareados” llamado Filiberto, luego también me buscó otro buen muchacho, sin antecedentes, a quien llamaban “Amiguito” y otro más, llamado Jorge, también limpio y sin sobrenombre, que después se abrió, se fue a Colombia. Ellos se habían enterado de lo que yo había hecho y querían que me una a su grupo - ¿No son delincuentes los Pollosmareados? -pregunté - Sí lo eran, pero sólo fuera del pueblo; aquí eran guardianes y guardaespaldas de los políticos y de los hacendados. Todos los encumbrados suelen usar a esa clase de gente…

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- ¿Qué querían?

- Al comienzo yo no sabía bien qué deseaban conmigo. Me invitaron unas cervezas, muy amables, y en seguida fueron entrando en materia. Me enteré de que ellos ya estaban haciendo “la limpieza” del pueblo; ya habían empezado y querían que me una…

- ¿Aceptaste? -pregunté - Al comienzo no les respondí, pero después me vi obligado a aceptarles para protegerme, porque uno de “La Nogales” -una barriada bien dañada de más atrás de donde vivía Mi papi- me amenazó; no de frente sino taimadamente, como es el estilo de ellos (“no hermano, no es nada contra ti, sólo quería saber bien que había pasado”, etc.), pero el mensaje fue bien claro, de modo que no tuve más remedio que perseguirlo con la motocicleta en ese mismo instante y meterle un tiro. Era él o yo. Enseguida Pepelucho me buscó otra vez - ¿Y la Policía? ¿No intervino?

- No. Ellos saben que la delincuencia es una plaga y más bien se ahorran trabajo.

Al principio también sospeché de Pepelucho y su gente: pensé que querían hacerme problemas, pero ellos lo aclararon (“No, loco, ¡aguántate!, todo lo contario, queremos protegerte y que te sumes a nosotros”) y yo les creí, creo que en parte porque estaba acorralado. Sin embargo, al principio no les di muchos chances: sólo unas cerevecitas por aquí, una partida de pelota por allá… Ya tú te has de imaginar. Luego se sumó al grupo el finado Farías, a quien recién habían dado de baja de la Policía, y como él era muy amigo mío me fui convenciendo más. Farías me dijo: mira Miguel Ángel, esto está “candela”, estos hijos de puta se quieren tomar el pueblo a como de lugar…

- ¿Quiénes? –pregunté - ¿Quiénes más? ¡Los Camones! -me respondió Miguel Ángel con desprecio- querían tomarse el pueblo para vender la droga que recibían en Villegas, donde eran los reyes de esa porquería - ¿Te refieres a Ismael, a Culebrilla, etc.? ¿A esa familia? ¿No están todos muertos ya?

- No… todavía queda un par, uno de ellos es el que mencionaste al último. Pero ya mismo llegaremos a ese punto… Mira, me dijo Farías, o viviremos en un pueblo tranquilo o de una vez que se nos venga el mundo encima, ¿entiendes?. Ven acá, con nosotros, ya somos ahora cinco, seríamos seis contigo. Luego anduvimos juntos unos cuatro meses sin que se presente algún problema, hasta que mataron

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a Filiberto, el “Pollomareado” que era de nuestro grupo. Luego … ¡Ah! -recordó súbitamente- los Camones asaltaron la sucursal del Banco de Bolívar y los siguieron los guardaespaldas del Cholo Intriago que estaban allí - ¿Asaltaron el Banco en las narices de la gente del Alcalde? ¿Eran idiotas? pregunté - No. Eran avezados, hacían lo que les daba la gana. Entonces fue cuando mataron a uno de ellos, a Fulton, al menos eso fue lo que yo creí -concluyó, con una tristeza fría que no percibí - ¿El que mató Rubianes, el marido de Julita? ¿Aquella vez? ¿Cuándo saliste corriendo del departamento de tu mami, ese pequeñito que ella tenía bien arriba?

-Miguel Ángel no contestó y permaneció en silencio un largo rato, mirando derretirse el hielo de su vaso.

La Bella se había apartado para dejarnos hablar y el agradable aroma de los cangrejos ya colmaba el aire de la pequeña casa. Miguel Ángel prosiguió - Entonces fue el mismo Cholo Intriago quien se decidió. Nos dijo: ¿saben qué?, aquí tienen esta plata, ¡ármense bien y empiecen! El primero que nos bajamos fue a Ismael, el más avezado, el Jefe de todos. Ese maldito era malo entre los malos. Y suertudo. Le tiramos una ráfaga y siguió corriendo. Más tarde lo agarramos de nuevo y le dimos en la cabeza. Luego fue Lucilo, luego Pedrucho -empezó a contar con los dedos- luego Rey, luego Armando en las puertas de la Municipalidad, luego Mariano… luego alcanzamos a Culebrilla, pero el chueco hijueputa escapó y anda por Villegas traficando droga todavía - Matamos a todos ellos, salvo Culebrilla, como te dije, que anda por allí… Como te mencioné, también matamos a Pedrucho Camones, quien era conocido mío en Madrid. Era chulo, andaba con 50.000 dólares en alhajas, por lo menos. Era legal allá pero se aburrió, dijo que quería poner un negocio o quizás tuvo que huir de alguien y regresó a Buena Esperanza. Él se me acercó y me dijo que no quería problemas, pero mis “panas” no le creyeron. En verdad, no se les puede creer, son mala sangre…

Interrumpimos la conversación porque Bella Paz se acercó llevando unos posillos con salsa y pidió permiso para cubrir la mesa con periódicos. Luego proseguimos - Espera, que viene tu mamá… ¡Que no escuche! -dije

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- Ella… sabe -sentenció calmadamente Miguel Ángel con esa cortísima frase que yo no asimilé plenamente ese momento, pero esperó a que su madre se retire y continuó - Después vino la contra. Unos socios de Ismael vinieron de Villegas y mataron a Farías y quedamos sólo Pepeclucho, Amiguito y yo. Jorge ya se había ido a Colombia. Luego cayó Amiguito, por andar de enamorado. Esa era su debilidad - La tuya también -lo acusé recordando comentarios que me había hecho La Bella - ¡Ja!, no tanto… -rió brevemente Miguel Ángel y continuó- Se metió en un billar donde servía una chica muy bonita que le gustaba a Amiguito. Allí lo agarraron y mataron también a tres muchachos más que andaban con él - ¿Fueron los Camones? –pregunté - ¿Cuáles? -respondió Miguel Ángel- Si ya no quedaba ninguno, salvo el mierdita de Culebrilla… y Fulton, quienes no se acercaban al pueblo ni amarrados. Fue un policía - ¿Por qué? -exclamé alarmado sin reparar en la mención de Fulton, supuestamente muerto hace dos años en el barranco que separa el pueblo de la carretera- ¿No los apoyaban?

- Si, pero hubo un hijo de perra que quiso extorsionarlo. Quería dinero y Amiguito lo mandó a la mierda. Por eso lo mataron. Yo estaba en Guayaquil y me enteré por Junior, el hijo de Luz Marina, quien me llamó por teléfono para prevenirme.

Yo regresé de todos modos, subí a mi departamento, el que tenía más arriba en el edificio donde vivía mi mamá y me puse a llorar. Después empezamos con Pepelucho una cacería de criminales del hijueputa que hizo historia, matamos a todos los delincuentes, grandes y pequeños; dejamos limpio el pueblo. Todos lo merecían. Uno de esos malditos, motejado Manoejaiba por una deformidad que tenía en un antebrazo, un hijo de puta raquítico que luego presumía mostrando la calzonaria de su víctima, robó, violó y apuñaló en la panza a una chica embarazada, pariente de un amigo nuestro… Estaba oscuro donde lo cazamos, pero se lo reconocía fácilmente por la deformidad del brazo... Le descargamos la 3.57 magnum, un pistolón que hacía un escándalo como cañón, de manera que salió toda la gente y al ver quien estaba muerto festejaron “¡Bravo! ¡Bravo! ¡Al fin acabaron con Manoejaiba!” Otro caso fue el de un malvado que tumbó de su bicicleta al pastor de la iglesia evangélica donde iba mi abuela, lo apuñaló, se la robó y luego estaba tranquilamente fumando, drogado y con la bicicleta a su lado, en su barriada… Después, por desgracia, mataron al último de mis amigos, a Pepelucho, por hablar demasiado. Resulta que le mencionó a un íntimo de él que

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pensaba vengar a Amiguito y el tipo resultó ser compadre del policía. Fue y se lo dijo - ¿Y quienes mataron entonces al pobre niño aquel que estaba en tu camioneta? ¡No me vengas a decir que no era dirigido para ti! Le metieron 17 tiros. Si no fueron los Camones, ¿quiénes fueron? ¿También la Policía?

- No Ari. Ellos no tienen nada contra mí. Es otra persona - ¿Quién? ¿Culebrilla?

- No. Él no se acerca al pueblo, ya te lo dije… El que atentó contra mí se llama Junior Garaicoa, le dicen “El Manito”, un niño rico atraído por el demonio que se folla a una Camones. Después te contaré de él, si hay oportunidad…

Pensé en aquella ley de la termodinámica que había leído en ese asombroso libro de Stephen Hawking y Leonard Molodinow, llamado The Grand Design.

Pensé en la entropía, la implacable tendencia natural al desorden y al caos que se aplica a todo. A pesar de los repugnantes esfuerzos que habían condenado a muerte al pobre muchacho que tenía por delante; a pesar de la condena que pesaba sobre la cabeza de este héroe ignoto de este minúsculo pueblo de este insignificante país; a pesar de los horrores que había cometido en contra de su modo de ser noble y apacible el hijo de la mujer que yo tanto amaba; a pasar de todo el espanto y el crimen cometidos, nada había cambiado y el ambiente de terror era creciente. Me atreví a hacer la última pregunta - Miguel, todo lo que hicieron ¿Sirvió? ¿No está todo igual o peor? ¿Y qué hay de los colombianos? ¿Crees tú que vendrán a tomarse el pueblo? ¿Crees que vendrán algún día?

Entonces fue cuando Miguel Ángel dirigió su mirada a través de la ventana hacia la calle y fijó la vista en un círculo rojo que alguien había pintado en el poste de alumbrado, al pie de la casa de su madre, y contestó - Ya están aquí Después se inició el festín. Se habían sumado Josué y su hermana Zulín.

Bella Paz puso delante mío la única tabla y el único mazo que tenía y agarró para ella una botella de cerveza para romper la dura corteza de los animales. Miguel Ángel, Zulín y Josué usaron para la tarea su fuerte dentadura y no se habló más del tema.

Un par de horas después ya se había terminado todo, quedó un poco de güisqui para otra ocasión y al salir me dijo Miguel Ángel

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- Hay algo más que quiero mostrarte Fue al carro y agarró un portafolios de piel, con unas iniciales en plata. Sentí que se me congelaban los pies. ***

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El memorioso Fui como Ireneo Funes, el paralítico de Borges, quien nada podía olvidar después de su accidente. Fui como Julián Sorel, el intruso de Le Rouge et le Noir, quien sabía de memoria cada letra de La Biblia; en mi caso fueron los libros de poesía y de medicina. En el colegio presumía con mi capacidad ante mis camaradas. Solía recordar al asombro de uno de ellos, Pepe Herrera, cuando le dije que abra un grueso libro papel biblia con las obras completas de Miguel Hernández Gilabert -el alicantino- y le pedí el número de la página, para luego recitar el contenido de la misma por completo y sin una sola falla. Repetí lo mismo con el de Federico García Lorca -el de Granada- y con el de César Vallejo Mendoza, el peruano. Los memorizaba sin querer. También podía recordar los números de los teléfonos después de escucharlos una vez. Recordaba los de México DF, de sitios donde estuve brevemente hace 35 años. Creo que mis recuerdos comenzaron a la edad de cuatro años, desde la tarde en que metí mi cabeza entre las piernas de una niña, en el patio de delante de la casa de Cotocollao, para que ella cuente hasta diez, jugando a las escondidas. Recordaba la textura de su falda en mi cara, el color de sus dibujos y el olor a plancha de carbón. Debió ser algún uniforme escolar porque sus dibujos eran cuadros, como los de un kilt escocés, celeste, gris y marrón, con plisados planchados con esmero y paciencia y recordaba también el cinturón negro y con hebilla de acero, cuadrangular y fina. Solía recordar su calcetín derecho, chorreado por el elástico gastado, y sus zapatos de piel negros con puntas redondas y lascadas, sujetados con una tira negra sobre el dorso de los pies. Recuerdo todavía la firmeza de sus muslos y el timbre de su voz cuando contaba, y recuerdo que olvidó el “ocho”, aunque yo todavía no sabía los nombres de los números. Aún recuerdo que esa misma tarde, después de que se fue quedé con el corazón roto para siempre -porque jamás olvido amores, penas, alegrías, rencores, gratitudes, odios y resentimientos- y me metí como cachorro herido por un pequeño hueco de ventilación que habían dejado en el estrecho muro de piedras que sostenía las tablas del piso de la casa -a unos 50 centímetros del suelo- y que calcaban la forma, sencilla arriba, intrincada abajo, de cada una de las paredes divisorias. Me aventuré por esos recónditos parajes en oscuridad total hasta que vi un penetrante rayo de luz atravesar una junta mal acoplada entre dos tablas, iluminando intensamente una telaraña fantasmal donde estaba dibujado el rostro de ella, con su boquita en actitud de decir ocho, ocho, ocho… eternamente. Recordaba también cada una de las páginas de una revista de religión que me mostró una sirvienta a escondidas de mi madre. Era un india de apellido Males, llamada Elena y hermana de Manuel, quien atendía en una tienda de barrio cercana a nuestra casa, por el frente hacia la izquierda, a dos cuadras por la calle empedrada con cantos de río, hacia el pueblo que llamaban Cotocollao, en dirección a la mitad el mundo. Recordaba los coloridos dibujos del demonio tentando a los niños malvados, con el extremo distal

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de su rojo rabo coronado con una gran punta de flecha -idéntica a las de un tridente que asía con una mano- el cual traía enroscado alrededor de uno de sus muslos. En la tercera carilla de ocho en total estaba el dibujo más impresionante, mostrando un pobre niño aterrorizado sobre una gran roca marrón mientras el demonio trepaba por la izquierda, mirando fijamente a su víctima indefensa, quien no tenía siquiera un ángel que lo socorra. Aún recuerdo mi incredulidad burlona de ateo simple y natural, que ya empezaba a sentir desde esa edad. Todo lo recordaba a partir de aquella tarde sin ochos, cuando surgió mi memoria, semejante a la que padeció Ireneo Funes después del accidente. Desde esa tarde de mis cuatro años recordaba cada detalle, linealmente, por fortuna; de no ser así, si mis recuerdos hubieran sido superpuestos, amontonados e incontrolables como los de Ireneo, mi vida habría sido como la de él, corta, abrumada, absorta e indolente. Yo viví bastante. Fue una suerte que pueda gobernar enteramente mis recuerdos, incluidos mis afectos y mis desafectos. Fui capaz de guardarlos en gavetas que abría y cerraba a mi antojo, ordenados y clasificados. Fui el amo de mi memoria hasta la noche de ayer, cuando fortuitamente descubrí algo enteramente insospechado: que ya estaba muerto. Ahora acumulo los olvidos y los olvidos me gobiernan, desordenados y tenaces. Y son de todo tipo: olvido hechos, emociones, amores y placeres; a cada instante olvido algo, sin control ni método. Vivo -si en mi condición actual puede emplease ese verbo- enajenado, atónito, pasmado y en suspenso, completamente a merced de olvidos que no soy capaz de organizar… ¿Cómo la conocí? ¿Cuál versión es la real? ¿Por qué la amo tanto? ¿Es cierto lo que leo en ese poema? ¿Viví esos meses que celebro en La Canción? ¿La conocí la noche de El Incidente? ¿Era yo? ¿Acaso ella me lo contó? ¿Cómo fue mi muerte? ¿Quién fue mi asesino? ¿Qué hacía en ese autobus? ¿Era mío ese maletín? ¿Las iniciales de plata -ARG- eran mías? ¿Era yo y no Fulton el muerto que vio el hijo de La Bella aquella tarde? ¿Por qué estoy aquí? ¿Es verdad que estoy muerto? ¿Si es así por qué siento que estaré aquí, en esta casa que no reconozco, junto a ella para siempre?... ***

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GUAYAQUIL Y MÉXICO

(11) Guayaquil y Los Torrentes Guayaquil siempre fue acogedora. Por el año 1955, en la época en que Enrique -mi padre- llegó para instalarse con todos nosotros, la ciudad tenía poco más de 500.000 habitantes. Por el noreste, siguiendo el margen occidental del río Guayas la ciudad llegaba hasta el cerro Santa Ana, en cuya cima había desde el siglo XVI una fortificación española dotada con cañones que se usaron para repeler -sin éxito la mayoría de las veces- a los piratas que entraban por el golfo. Para llegar hasta el fuerte había que trepar evitando las precarias y amenazadoras “favelas” asentadas en las laderas. Desde allí hacia el sureste, por la ribera occidental del inmenso Guayas, había un malecón bajo que contenía las suaves crecientes que el río recibía del Pacífico; y junto a la escollera se andaba por una amplia y -entonces- poco aseada vereda que por las noches se llenaba de carretas con expendios de comidas para alimentar a todos los especímenes nocturnos que aparecían de la nada, desde tímidas putitas hasta borrachos inofensivos, junto a estudiantes que leíamos en grupos, pegados a las luces de las farolas.

En la parte media de la larga vereda que iba junto al malecón, en el sitio donde terminaba la avenida Nueve de Octubre, se hallaba la escultura de Bolívar y San Martín estrechándose las manos con posturas tensadas de matador en paseíllo.

El bulevar cruzaba toda la ciudad de este a oeste, desde el divertido monumento a los “libertadores” hasta el puente Cinco de Junio (llamado así para que se recuerde el triunfo de la revolución liberal de 1895), el cual cruzaba sobre el Estero Salado que limitaba a la ciudad por ese lado. Era un puente sólido y rústico del cual los chiquillos más osados se arrojaban al ramal del mar. Cruzando el puente se llegaba a “El Barco”, un bar al aire libre de concreto con forma de velero, totalmente recubierto de relucientes azulejos, el cual según la leyenda perteneció al recordado guarachero Daniel Santos, el “inquieto anacobero” portorriqueño.

Mientras existió ese pintoresco bar, al pasar por allí yo recordaba siempre un incidente provocado por tres de mis aguerridos camaradas vicentinos, cuando enfrentamos -sin otro motivo que el recurrente deseo de “fajarnos” que todos padecíamos- en batalla campal a una docena de iracundos meseros - ¿Qué me miras?

- La cara de pendejo, ¿qué otra cosa iba a mirarte?

- Mira, tú, y tú, y todos, ayúdenme a atender a estos jovencitos…

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El Estero Salado se extendía por el sur hacia el golfo y el mar, formando recónditos andurriales poblados de chabolas asentadas en sus cantos fangosos y llenos de gigantescos manglares retorcidos, con sus frondas llenas de colibríes, martinpescadores picudos, loros semilleros y caciques lomoamarillo, y con sus largas raíces aéreas densamente habitadas por jugosos mejillones acromáticos. El Salado también penetraba profundamente con sus sinuosos dedos hacia el noroeste de la ciudad, terminando en los campos donde crecía la Universidad de Guayaquil y todavía más allá, en terrenos donde la ciudad desarrolló extensas urbanizaciones de clase media rodeadas por sus intrincados ramales, donde unos diez esforzados años después mi emprendedora madre -Leonor- llevó a su marido y a sus a hijos, reiniciando su inquebrantable vocación de propietaria.

El límite norte de Guayaquil parecía infranqueable por la presencia del cerro Santa Ana y del Cementerio General, un inmenso terreno lleno de túmulos honrosos, grandes estatuas dedicadas al recuerdo y silenciosas callejuelas. Entre la calle Julián Coronel (llamada así en honor a un sobresaliente médico liberal guayaquileño que vivió a mediados del siglo XIX, nombrado Decano de la Facultad de Medicina por el General Eloy Alfaro y Rector de la Universidad de Guayaquil por su sucesor, Leónidas Plaza) que bordeaba el cementerio y su distante paralela, la avenida Nueve de Octubre, estaban todavía a lo largo de las calles Rocafuerte y Panamá los edificios donde habitaron los clanes de la alta burguesía agrícola costeña, quienes desde sus balcones dispararon en 1922 a los obreros que marchaban durante la recordada huelga general anarco-sindicalista del 15 de noviembre, colaborando con la fuerza pública en la masacre.

Al norte de la avenida Nueve de Octubre y unos veinte bloques al sur, la ciudad era cuadrangular y ordenada; un poco más allá, sin embargo, la geografía callejera enloquecía en varios entrecruces de cinco esquinas donde pululaba el comercio. En esa zona estuvimos alojados, los primeros dos a tres meses después de nuestra llegada a la ciudad, en una vieja casona del populoso barrio de Rumichaca y Colón, donde mi abuela -la madre de Leonor- y mis ojiazules tíos rentaban un piso de 4-5 habitaciones en una casona que se quemó por los años ochenta.

En esa barriada porteña empecé a disfrutar mi nueva vida de costeño y de la pobreza con sol que elogiaba Camus en su libro El Revés y el Derecho. Volaba por aceras y calzadas en bicicletas alquiladas en los “puestos de bicicletas” o me sentaba horas de horas en las largas tablas que servían de banquetas en los “puestos de revistas”, cuyos propietarios -ancianos jubilados- montaban sobre cuerdas extendidas en tablados que arrimaban en los frescos zaguanes. Allí, por unos reales (dos reales, tres reales, cuatro reales…) alquilaba los viejos y sobados ejemplares de cómics mexicanos, con fantásticos dibujos de héroes como Shazzán

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el Mago, El Fantasma, Chanoc, Memín, Hermelinda Linda y Kalimán el magnífico (quien repetía como bobo tras cada aventura: “quien domina la mente lo domina todo”). Luego, cuando Enrique empezó a cosechar sus primeros racimos de bananas nos llevó a vivir al extremo suroeste donde Guayaquil se extendía devorando el lodo, en la acogedora barriada de Pedro Pablo Gómez y Tungurahua, que entonces era la última frontera entre el limpio concreto y las chabolas asentadas en el fango del Estero Salado, con su eterno aroma de mejillones y sus puentes de bambú extendidos hacia el relleno de cascajo.

Hacia el oeste de la zona de las cinco esquinas estaba ubicada la Plaza de la Victoria, sobre la planicie donde se libró en 1860 la Batalla de Guayaquil, en la cual las tropas del venezolano Juan José Flores y del Presidente de Quito Gabriel García Moreno -“el santo del patíbulo”- vencieron a las fuerzas del caudillo guayaquileño Guillermo Franco Herrera, quien con el apoyo de Perú se había proclamado Jefe Supremo de la ciudad, pocos meses después del bloqueo del golfo por una escuadra naval sureña.

Por el año 1916, a un lado de la plaza, un emprendedor cura de Valle Hondo llamado Nicanor Corral construyó con madera una iglesia destinada a honrar el purísimo corazón de María. Muchos años después, por la época en que yo cruzaba por allí, la plaza estaba completamente rodeada de edificios multi-familiares, la iglesia había sido reconstruída -igual de fea- en concreto y la plaza estaba adornada por un gran monumento central rematado con la efigie del Jefe Supremo de Quito, erigido para conmemorar su triunfo sobre Franco Herrera y la Provincia Libre de Guayaquil.

Yo evitaba ese descuidado lugar; más bien frecuentaba por las noches, cargado de libros, el parque Seminario ubicado más hacia el este, cercano al río Guayas, más seguro, rodeado por una alta cerca del hierro forjado -donada en 1895 por don Manuel Suárez Seminario- y con uno que otro decrépito guardián. El parque era un hermoso lugar lleno de árboles centenarios, adornado centralmente por una gran estatua ecuestre de Simón Bolívar, poblado de gigantescas iguanas sociables y con bellas banquetas de madera y hierro ubicadas bajo las farolas, a lo largo de sus sinuosos senderos empedrados. Mirando por el frente el monumento del venezolano, de cara al hombre y al caballo, se veía en el fondo el gran vitral circular de la Catedral de Guayaquil, formando un bello conjunto. Sin embargo, yo gustaba más de la Glorieta mandada a fundir en Francia por Suárez Seminario y de una hermosa estatua con dos enormes jabalíes atacándose entre sí, donados por la Colonia China y ubicada allí también a fines del siglo XIX. Un poco más al sur de esta parte de la ciudad estaban el encopetado Barrio del Centenario y los muelles portuarios, y más al sur todavía estaba la nada, el infinito humedal del golfo.

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*** Nací en 1947, en Guayaquil sólo por seguridad. Mi padre, Enrique Romero, y mi madre, Leonor Garcés, vivían en aquel tiempo en una remota hacienda bananera llamada La Victoria, en la provincia sureña de El Caudal, cerca de la frontera con Perú, propiedad de Melitón Baroja el padre, hermano político de Enrique, donde este tentaba el oficio de tendero. Enrique era un caudaleño autoeducado, ceñudo, laborioso y con ambición, pero sin dinero, a quien cariñosamente llamaba yo empresario “chiro”, palabra que en la jerga costeña significaba persona sin dinero, igual que “brujo” en Cuba, o “roto” en Chile.…

Poco después de mi nacimiento fuimos a vivir a San Francisco de Quito, pequeña ciudad andina que se había convertido, gracias al talento de sus nativos para las transas, en el centro político del país. Enrique fue acogido como subalterno en un precioso mini-bazar de corbatas y accesorios para hombres, propiedad de un hermano suyo, un hombre alto y elegante llamado Ecuador Romero, en la vieja zona colonial. Como era de suponer, ese trabajo duró muy poco, sólo hasta que mi madre entró a ocupar un escritorio en el Banco Central del Ecuador (donde con su temperamento alegre parecía un canario en un palo de buhos), tras lo cual tramitó rápidamente un préstamo para hacer su casa con la clara intención de dejar allí sus huesos.

Sin embargo no alcanzaron a pagar siquiera la primera cuota al Banco de la vivienda, por lo que Enrique tuvo que despertar de sus ensueños bolecheviques e irse a la provincia de Las Riveras -quizá por el año 1953 mientras Fidel Castro y los suyos atacaban el Moncada- para hacerse bananero. Para ello, aprovechando sus influencias, se hizo otorgar una tierras en Los Torrentes mediante un préstamo al Banco del Fomento Agrícola. Leonor, mi madre, mujer al fin, moría de celos…

- Pronto me iré a tumbar esa montaña, Leonor; tengo todo listo. El préstamo saldrá en un mes y me han organizado una cuadrilla de hombres de la zona…

- ¿Te irás?, ¡vete ya!, pues… ¡Anda!, y ojalá me coma algún día una banana de tu “hacienda”…

A pesar de ser algo natural e inconexo, no deja de ser curioso como en sitios tan cercanos como Los Torrentes y Buena Esperanza hayan batallado por la vida seres tan disímiles como Amílcar, venido de Manabí y fugado de su propio temperamento, don Lorenzo procedente de la China y guiado por su estómago, y mi padre nacido en El Caudal y arrastrado por la pobreza, para terminar convergiendo sus historias en Ariel Romero Garcés -yo- el docto terrenal inmaterial y Bella Paz Castaño Meza -La Bella- la sólida criatura del cielo.

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*** Algún tiempo -unos diez años- antes de su inicio en Los Torrentes, mientras era un intelectual y desocupado de lujo en Quito, Enrique comenzó a sentir las caricias de la Historia a medida que transcurrían los acontecimientos iniciales de la Segunda Guerra Mundial. Tras la corta Guerra Extraña, cuando franceses y alemanes estaban a cada lado de la Línea Marginot armados hasta los dientes pero sin disparar un solo tiro, sobrevino el súbito ataque de los soviéticos a Finlandia que dividió a los jóvenes de Ecuador (Enrique andaría por los 28 años de edad) entre “comunistas” y “fascistas”. Si en esa época hubiera concebido Leonor, su primer hijo se habría llamado Timoshenko, como el legendario comandante del Ejército Rojo. Luego se precipitó la vorágine. Enrique, ávido de consciencia, leyó todo lo que pudo: Goering asumió el control de la industria de guerra, Franco dictó sus leyes contra el comunismo, Hitler dispuso la operación Weserübung contra Noruega y Dinamarca, Himmler construyo el sombrío campo de Auschwitz y Molotov dispuso la matanza de los prisioneros polacos. Después, durante los meses de la febril evacuación de Dunkerque, cuando era bombardeada París y Churchill prometía luchar en las playas, en los campos, en las calles y en las colinas, jamás rendirse… Enrique ya había iniciado sus soñados trámites crediticios para declarar su propia guerra a la pobreza, adueñándose de su pedazo de selva en Los Torrentes, donde en los años siguientes, igual como los soviéticos y los británicos, él tampoco claudicó. Después, cuando sacó su primer racimo de bananas tuvo también, como Churchill, su “hora más gloriosa”, el premio para su callado heroísmo - ¡Enrique!, ¡hijito! ve y compra un mapa, para ver dónde es esa guerra “que dicen que hay”… -recordaba mi padre, divertido, las palabras de una vieja y distraída pariente, cuando estaba ya apunto de terminar el cruento enfrentamiento.

Antes de que eso ocurra en Europa, el joven Enrique estuvo atento a los acontecimientos del istmo y cuando tuvo como hacerlo compró sus chasis a los cuales bautizó Sandino I, Sandino II y Sandino III, en memoria de quien Gregorio Selser llamó “General de hombres libres”. Antes del inicio de la guerra mundial y cuando el General Franco comenzaba su cruzada, en un territorio del istmo continental el General Somoza García también conformaba la Guardia Nacional para derrotar a un nacionalista llamado Augusto César Sandino, quien fue finalmente asesinado en 1934 por disposición -según se dijo- del Embajador de Norteamérica. Entonces Enrique contaba apenas con 22 años de edad. Después Somoza fue ejecutado en 1956 por el poeta Rigoberto López Pérez, infiltrado en una fiesta suya, quien a su vez recibió como réplica un diluvio de balas. Violencia es violencia y ya no es agradable para mi, cualesquiera que sean sus motivos. Cinco años después, con el impulso de los planes continentales de Fidel Castro, se fundó el Frente de Liberación Nacional, que luego se transformó en ejército triunfante y

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desde 1979 en Gobierno -con sucesivas alianzas, antagonismos, retiradas y victorias comiciales- de ese desgraciado territorio, perpetuamente representado por Danilo Saavedra, un habilidoso mutado a quien, sólo si hay tiempo, conoceremos después - Don Enrique, ¡necesito sacar unas frutas!, ¡hágame un “flete” con uno de sus “Don Dino”!

En México, por la época de mayor actividad de Somoza García y cuando Francisco Franco ya aplastaba la República Española -en 1938-, otro mítico General había confiscado los bienes de la empresas extractoras de petróleo, pecado que fue perdonado por el gobierno norteamericano siguiente, cuando declaró la guerra a Alemania.

En la región insular del hermoso Caribe, Cuba era una nación desarrollada, diferente y frívola, por lo que poco o nada ocupó los pensamientos de mi ceñudo y poco tolerante padre. Una constitución anodina y desapercibida se dictaba en la isla mientras todos estaban atentos a la fundación de la emisora RHC Cadena Azul, de Armando Trinidad, el Guajiro del Riachuelo, donde se creó el Teatro del Misterio de Reinaldo López del Rincón. Nadie hubiera pensado que en ese rico lugar, festivo y artístico, iba a surgir la nueva facundia en la que los comunistas siguieron siendo “revolucionarios” y los fascistas devinieron en “agentes yanquis”.

De todos modos, ese cambio de calificativos causaba desdén a Enrique, porque él ya había conocido la verdadera excelencia de la condición humana - ¡Ariel!, ¡sobrino! –protestó Juan Pío, el hermano comunista de Leonor- ¿Qué hace con esa foto del Ché Guevara? ¿No sabe que “ese tipo” es un “agente yanqui”? ¡Es un “provocador” a quien tenemos bien identificado en el PC! Volviendo a Cuba -con el perdón de Enrique-, pocos años antes, un militar tan popular como lo sería después Fidel Castro, mulato y trabajador rural, surgido como líder después de la Revolución del 33, llamado Fulgencio Batista y Zaldívar, había salido electo mediante una coalición que incluyó al Partido Comunista Cubano.

Con Batista comenzó una era de progreso, luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, que continuó beneficiando a sus sucesores, Grau San Martín y Prío Socarrás. Sin embargo, ninguno de ellos pudo manejar adecuadamente las presiones de los opositores -limitándose a asesinar a los líderes- ni de la mafia de La Florida y Chicago, facilitándoles el control de las drogas, del juego y de la prostitución - En esa ocasión, como veremos muchas veces a lo largo de la historia “revolucionaria” de nuestros países, la borrachera de unos pocos resultó en la cruda para todos -dijo Ariel a Leonardo Valdés, El Marxista Eximido, años

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después. El cubano, por su parte, consideraba a la Revolución Cubana como -La más grande tragedia del siglo XX y uno de los más crueles desastres provocado por la Guerra Fría en El Caribe -Tenía buenas razones para pensar así.

En la ribera continental del Pacífico, hubo un enfrentamiento por los mismos años en que se inició la Segunda Guerra Mundial, con el pretexto de una antigua ofensiva diplomática iniciada en la primera mitad del siglo XIX por Simón Bolívar contra Perú, la cual se centró en el reclamo de unos míticos territorios amazónicos en compensación a servicios humanos prestados durante la guerra de independencia. En respuesta el ejército sureño ocupó por pocos días unos territorios de Ecuador. Simón Bolívar replicó encomendando a Antonio José de Sucre la defensa, concluyendo ese primer conflicto en al batalla de Portete de Tarqui, en 1829. Tras morir unos cuantos, según la versión de Perú ganaron los Generales sureños y según la de Venezuela triunfaron los Generales paisanos, uno de los cuales fue ascendido a Presidente del Ecuador tras el oscuro asesinato del mariscal Sucre. Esta y otras consideraciones histórico-diplomáticas que son la pesadilla de los escolares de ambos lados de la frontera, culminaron en el enfrentamiento armado de julio de 1941. Enrique ya tenía 29 años.

En ese año Ecuador estaba, más que otras ocasiones, inmerso en luchas políticas internas lo cual fue aprovechado por los militares de Perú para remedar algo de lo que veían en Europa, tomando por primera vez en este lado del mundo con divisiones aerotransportadas y al puro estilo Luftwaffe, un importante puerto meridional de Ecuador, en la provincia de El Caudal, asegurando también su presencia en la provincia serrana de La Loja y en una amplia zona selvática por la vertiente oriental de la inmensa cordillera que divide el continente. Eso obligó al débil Gobierno de Ecuador a firmar todo lo que le pusieron en la mesa, iniciándose la extensa explotación de la amazonía petrolera que favoreció a las compañías que supuestamente estaban detrás de todo eso. Para Enrique todo era pitorreo de novatos comparado con lo que él observaba en la lejana Europa, pero jamás pudo saber que aquello era un juego lejano, una simple preocupación de intelectual comparado con la violencia que bajó del Norte, El Beso del Diablo que involucró a su tierra y a su hijo más querido. *** Guayaquil no solamente fue el refugio de los emprededores y los tesoneros como lo fueron mi padre y mi madre; también fue asiento del debate ideológico entre “reaccionarios” y “comunistas” y frecuentemente su campo de batalla, en particular durante los eventos ocurridos en la noche del 2 y 3 de junio de 1959 y en la tarde del 6 de noviembre de 1961

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Los incidentes de junio de 1959 comenzaron con el suicidio de un conscripto de apellido García tras un altercado con su Jefe, el Capitán del Ejército Hugo Quevedo, hecho ocurrido en Portoviejo, la capital de Manabí. Ese acto del soldado provocó que el pueblo manabita, sin mayores averiguaciones, linche salvajemente al oficial el 29 de mayo de 1959, mes en que Fidel Castro firmaba la Ley de Reforma Agraria y apuradamente consolidaba su Poder. Tres o cuatro días después la agitación se trasladó a Guayaquil, donde los alumnos del Vicente Rocafuerte, donde yo cursaba el primer año, decretaron un “paro de 48 horas” exigiendo la renuncia de los ministros de Gobierno, de Educación y de Defensa, además del Gobernador y de otros funcionarios, como el Jefe de Seguridad Política, llamado Francisco Adoum. Nada más ni nada menos. Al atardecer del 2 de junio, una manifestación estudiantil fue acorralada por la policía en la esquina de las calles Boyacá y 10 de Agosto, donde estaba ubicado el edificio del diario El Telégrafo, cuyos imponentes soportales y zaguanes eran el Cuartel General de la Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas (URJE), una criatura de la Comandancia y del Departamento América cubanos. Quedaron cinco cadáveres en la calzada. Esa noche la caballería intentó retomar el control, pero los jóvenes respondieron con cohetes y bolas de vidrio que inutilizaron a los caballos. Yo vi eso alguna vez. La Policía, sin embargo, pudo secuestrar los cuerpos y los estudiantes se lanzaron a las calles, con algunos delincuentes infiltrados quienes protagonizaron los primeros saqueos. Al día siguiente, el 3 de junio, los temerarios “Urjistas”, entre quienes ya se “fogueaba” Coco Albarracín, rescataron los cuerpos de sus compañeros y los trasladaron a la Casona Universitaria para darles las honras fúnebres. Luego una gran muchedumbre llevó los féretros al Cementerio General y esa noche se escuchó por todas partes la consigna de “¡A quemar la Pesquisa!”, como se llamaba al odiado Servicio de Inteligencia de la Policía ubicado en las calles 9 de Octubre y Esmeraldas. Entonces comenzó el saqueo en los alrededores de la casa de empeños „El Sol” -propiedad de un ciudadano peruano- y del Mercado Central. Eso provocó que el Gobierno imponga rápidamente la Ley Marcial, ametrallando a la muchedumbre. Tiraron a matar. Más tarde el Jefe de la Segunda Zona Militar, el Coronel Piñeiros, dispuso la salida de las tropas a la calle con la orden de disparar contra quien vean. La masacre comenzó a las siete de la tarde y terminó a las cinco de la mañana. Recuerdo que mi madre me prohibió acercarme a la ventana -porque los soldados disparaban también a los curiosos- pero contrariando su indicación pude ver caer deshecho bajo una farola de la calle a un abaleado, que corría desesperado buscando el amparo de las sombras, a media cuadra de nuestra casa.

No alcance a ver de donde salió el disparo, sólo escuché el potente ruido.

Nunca se supo el número de muertos y los heridos no llegaron a alguna casa de salud. Nadie supo informar dónde estaban los cadáveres y se presumió que los arrojaron a una fosa común cerca de una base militar que quedaba por allí. El

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Coronel Piñeiros fue homenajeado por el Gobierno quiteño y su Presidete, Camilo Ponce, declaró a su vez que en Guayaquil sólo habían caído unos cuantos “hampones y prostitutas”. Era la percepción que ellos tenían de nosotros.

El 6 de noviembre de 1961 yo tenía ya 15 años y eran otros los protagonistas.

Velasco Ibarra era Presidente por cuarta vez y Pedro Menéndez estaba de Gobernador de la Provincia del Guayas, con sede en Guayaquil. Esa vez salimos los “vicentinos” motivados por el escándalo de la “chatarra” (armamento inservible comprado recientemente por el Gobierno) y a exigir que se les pague a nuestros maestros. En esa ocasión cayeron virtualmente junto a nosotros unos seis muchachos (en realidad niños) víctimas de los disparos salidos del Palacio Municipal. La acción era rápida y yo de repente fui alzado por alguien que me puso sobre una tarima para que hable, lo cual hice brevemente, buscando refugio de inmediato. Probablemente nuestros “dirigentes” deseaban otro niño muerto más.

El día siguiente fue baleado en la cabeza un Profesor durante la marcha fúnebre frente a la temida “Segunda Zona Militar”. Fueron siete las víctimas compartidas por la Comandancia con los agitadores cubanos y el Gobierno con los militares de Ecuador. ***

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(12) Pepe Baroja, el magnífico Después de mi nacimiento en Guayaquil, en noviembre de 1947 fui llevado otra vez a El Caudal, a la hacienda La Victoria, donde mi padre había desarrollado una buena amistad con sus sobrinos, los hijos de Jacinta y Melitón. Para ellos era el

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“tío querido”, especialmente para Melitón Baroja, hijo, el mayor y etiquetado por Enrique -según la mala costumbre de esa época- como “el más inteligente”.

Por entonces mi padre tenía unos 35 años y Melitón andaría por los veinte.

Frecuentemente se hacían bromas que atenuaban las incertidumbres de la pobreza y el tedio de la vida en el campo. Como Enrique era hombre de hábitos regulares, Melitón había observado que todas las tardes, cuando llegaba de su trabajo de tendero, se sacaba la camisa, orgulloso de su amplio tórax velludo de vasco, y se tiraba en la hamaca tejida con paja que había instalado en el portal de su casa.

Entonces a Melitón se le ocurrió sujetar en la tumbona, con amarras en cada pata y el blanco y frío vientre hacia arriba, una enorme rana que chilló más que Enrique cuando este le cayó encima - ¡Mira, Leonor, lo que hizo este “mangajo”!

- Tú eres peor…

Melitón era un muchacho guapo, alto, fino y musculoso, que tenía modos diferentes de hacer las cosas. ¡Viajó a Paris! y se cortaba el cabello muy corto -le quedaba muy bien- en la época que nadie salía de la comarca y todos cuidaban esmeradamente sus altos copetes; además, leía los libros -muchos- que cargaba Enrique como menaje donde iba. Después le entró la pasión por el juego con naipes y dados. Unos pocos años más tarde, cuando Melitón andaba quizá por los 30, mis padres, con Ilich, Felicidad y yo muy jovencitos, fueron a visitarlo a El Caudal, sin poder siquiera verlo en los cuatro días del carnaval, salvo al final, cuando apareció con un hermoso jeep Land Rover que se había ganado la noche anterior y que perdió esa misma tarde. En el club social Los Caudales pude ver esa vez una gran mesa de jugar ajedrez, tallada en madera, con uno de los escaños centrales toscamente rayado en cruz con un bolígrafo: Melitón había ganado una apuesta desafiando a un amigo a evadir un jaque mate en ese mismo lugar, en la jugada 36.

Al menos esa era la leyenda en el pueblo.

Algún tiempo después -quizá unos diez años- el sobrino querido falleció víctima de un agresivo tumor cerebral que, según sus allegados, explicaba su aberrante conducta final.

Transcurrían los años 1955-1957, cuando en Colombia los liberales de Lleras Camargo y los conservadores de Laureano Gómez acordaban deponer las armas y unirse en el Frente Nacional, cuando la hija del dictador Rojas Pinilla recibía una sonora rechifla en la plaza de toros de Bogotá, cuando Fidel Castro prometía elecciones libres desde su refugio en la Sierra Maestra, cuando Ordalia Meza, madre de La Bella, se instalaba en Cuatro Sendas con su familia y cuando en Valle Hondo fallecían el mítico Taita Santiago a los 88 años y su acaudalado hijo Fidel Moreta Regalado a los 53 y víctima de las tenebrosas maldiciones del cura de

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Amaluza. En esos mismos años mi esforzado padre ya había empezado ¡al fin! a vender sus primeros racimos de bananas tras lo cual de inmediato pasamos a vivir en una acogedora barriada de clase media ubicada por el sur de Guayaquil, justo donde terminaba el limpio concreto.

En esos tiempos y por esas barriadas Guayaquil era una ciudad casi enteramente de clase media. Unos eran un poco más acomodados que otros pero todos eran pares. Junto a la casa grande de mampostería o a la más modesta del mismo material, estaba el pequeño bohío de bambú, igualmente limpio y acogedor, con gente amistosa en ambos lados. Los chicos nos reuníamos en las anchas aceras a conversar y mirar en silencio a las muchachas. En octubre, el mes de las fiestas de la ciudad, organizábamos verbenas donde los señores (salvo un montañés, veterano y roñoso, que solía ofrecer únicamente su “apoyo moral”) colaboraban para los premios del palo encebado, la carrera de ensacados y el torneo de cintas.

Mi madre era muy aprensiva y a las nueve de la noche nos llamaba -a Ilich y a mí- con silbidos que nosotros reconocíamos. Entonces nos separábamos del grupo de muchachos y atendíamos a nuestra madre. No lo hacíamos de buenos chicos, sino por temor a un grueso látigo de cuero enroscado y cerdoso que ella compraba en el mercado cada semana para reponer el que hacíamos desaparecer.

Vivíamos en un departamento de construcción mixta, con paredes de mampostería y piso de tablones, construido arriba de la vivienda de los dueños, unos amistosos señores de apellido Villamarín. En esa vivienda recuerdo dos cosas: las diarias peleas a puños que me veía obligado a mantener con Ilich -quien se había transformado en un adolescente feroz- y la influencia del sobrino de mi padre, Pepe Baroja, quien reemplazó al ignoto Melitón en sus afectos. Pepe era un médico de niños extremadamente carismático y exitoso, quien casi todas las tardes caía en casa de Leonor, buscando a Enrique con una botella de güisqui, un libro de poemas de Miguel Hernández y un mal disimulado rollo de billetes en el bolsillo del blanco pantalón de lino, que jamás tuvo el mal gusto de mostrar.

Una tarde, por las 5 ó 6 pm, súbitamente di por terminada mi infancia. Los juegos me habían aproximado a la puerta de acceso a la escalera de mi casa, cuando escuché la música que estaban oyendo mi padre y Pepe; era el segundo movimiento -La Campanella- del concierto para violín número dos de Paganini. De inmediato despaché a mi amigo Jimmy y subí a sentarme junto a ellos. Poco después reconocía cada nota de la música que escuchaban y sabía de memoria cada verso del poeta alicantino - ¿Vienes Ariel?, ¡apúrate!...

- Anda tú, Jimmy, voy para arriba…

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Ya no hay personas como Pepe Baroja, el sobrino de Enrique. Aún en su época era muy especial. Era muy delgado, alto, blanco y con el mentón bien afeitado -azul por la densa barba-, la nariz griega y unos ojos profundos, muy negros, juntos y vivos, detrás de sus anteojos con monturas de moda. Vestía con amplios pantalones de lino blanco -con leontina y todo- y esas pulcras blusas blancas que usaban los médicos de su tiempo, con cuello de cura y cerradas con broches de presión hacia un lado del largo tórax. Lucía siempre limpio y lúcido, jamás se veía acalorado, nunca sudaba y nada le hacía el alcohol. Tenía una conversación brillante. Cuando conocía a alguien invariablemente le hablaba de la Historia de San Michele, de Axel Munthe (el médico, aristócrata y políglota sueco que se fue a vivir en una colina de Capri, la isla de Tiberio) y de los “21 cañonazos que disparaba cada tarde para espantar a las golondrinas, tratando de evitar que el carnicero de la vecindad las capture para arrancarles el hígado”. Pepe fascinaba a todos quienes lo trataban y matizaba, de vez en cuando, su charla con algunos autoelogios fantásticos -sobre todo relacionados con los niños cuyas vidas diariamente “salvaba”- que lejos de turbar a sus interlocutores lo elevaban a categorías míticas.

Con Pepe y con mi padre conocí la música y la literatura que ellos abarcaban.

También mi madre me obsequió un fin de año un hermosísimo ejemplar de las obras completas de Federico García Lorca, forrado con piel, con páginas de papel biblia y con la rúbrica menuda del poeta impresa con letras doradas, que todavía conservo acá, en las Piedras. De Federico, primero aprecié el libro llamado Poeta en Nueva York y más tarde, con mejor juicio y gusto, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejía y el Romancero Gitano, sobre todo aquel poema de la Guardia Civil, que decían que provocó su muerte.

Una mañana, mientras me lavaba la cara en el lavamanos del único baño de la casa, este se derrumbó estrepitosamente. Ante los reclamos airados de mi madre, le expliqué que me apoyaba porque me dolía mucho la espalda cuando me doblaba hacia adelante. Las radiografías, esa misma tarde, mostraron la mala noticia: tenía el mal de Sheuermann, una extraña enfermedad, “200 en el mundo”. Pepe se juntó con otro médico glorioso -un destacado experto en rarezas- y recomendó reposo absoluto, al menos un año y medio. Mis cuerpos vertebrales se habían convertido en gelatina y no debía mantenerme de pié. Tenía doce años.

El departamento donde vivíamos, arriba de los Villamarín, tenía una puerta que daba a la calle, un pequeño zaguán donde encadenaba Ilich su codiciada bicicleta, una escalera de dos tramos que terminaba, a la izquierda, en otra puerta que debía ser abierta desde dentro. El día siguiente a la visita a los médicos, por la tarde, cuando regresaba del liceo, encontré la puerta de arriba abierta -algo muy raro- y a mi madre, cuyo dormitorio quedaba justo a la izquierda, llorando boca abajo en la cama

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- Sácate la ropa, báñate y ponte la piyama, debes acostarte Leonor era poco efusiva, pero en esa ocasión me abrazó un largo rato, lloró un poco y se organizó de inmediato. Fue al enorme liceo -el “Vicente Rocafuerte”, que tenía más de 3.000 educandos en una ciudad que apenas rebasaba el medio millón de habitantes- donde yo cursaba el primer año de secundaria y consiguió que me permitan continuar mis estudios en casa, buscó un compañerito para encargarle que me lleve las diarias tareas escolares y al final del curso me cambió al Hipatia School donde ella era maestra, para que rinda mis exámenes anuales. Los niños son ajenos y maravillosos como el mundo. Desaparecí de las calles y la vida siguió igual, mientras se iniciaban los convulsos sesenta. *** Entonces sufrí, según el cubano Leonardo, devenido de Agente de Contrainteligencia en psicólogo clínico -bromeo- mi primera “mutación” juvenil, convirtiéndome en el Ariel de los años sesenta. Ciertamente, de el niño retraído y tímido que era me convertí en un lector empedernido gracias a Enrique, mi padre, quien me llevaba toda clase de libros. Recién había cumplido los doce años y ya había leído dos biografías de Napoleón -la de Tarlé y la de Ludwig-, una de Fouché “el genio tenebroso” -personaje que me encantó-, una de Talleyrand… Leí, sin terminarlo, un libro muy sesudo y aburrido titulado “La Clase Obrera en la Revolución Francesa”; leí una hermosa biografía de Saint-Just (aquel que dijo frente a la guillotina “nadie puede gobernar sin culpas”); leí mucho y quedé miope.

En ese tiempo, mi amigo José Luís Vásconez me visitaba con frecuencia y a cualquier hora. A veces mi madre le abría la puerta a media noche, él alzaba el mosquitero y se sentaba en el borde de mi cama, para charlar hasta la madrugada. Él me preguntó que quería ser en el futuro. Yo le contesté, mostrando presunción, “un hombre de consulta”, respuesta “de burgués” que le irritó jocosamente, pues él ya había decidido convertirse en un “revolucionario profesional”… *** Muchos años después, en mi tercera visita a París, fui con Maricarmen, mi compañera querida y dos amigos más, a un cementerio ubicado en el norte de esa capital, el Cimetière du Père-Lachaise, donde está enterrado Jim Morrison -mi más alto símbolo de la autodestrucción juvenil-, cuya tumba deseaba conocer.

Recorriendo el panteón, encontré, entre otras, las lápidas de Miguel Ángel Asturias, Honoré de Balzac, Frédéric Chopin, Jean Baptiste Molière, Gertrude Stein -la amiga de Hemingway-, Oscar Wilde, Yves Montand y Simone Signoret. Luego, al

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salir, después de traspasar la enorme muralla que rodea el panteón, bebimos una cerveza en un extraño bar de fantasmas, donde rumié los recuerdos de mi adolescencia confinada y absolutamente carente de adoración a los equipos de futbol -Barcelona y Emelec- pero rebosante de leyendas de Guatemala, comedias humanas, gringos de Montana que eligen morir fusilados en Segovia y retratos mágicos que envejecen en vez de uno… ***

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(13) Farolas y hospitales

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Entré a la Escuela de Medicina el año 1967 por pura casualidad. Por cierto, no fuí estimulado por la imagen de Pepe Baroja, cuyo lado humano en ese tiempo ya no era ejemplar para mí. Cuando decidí al fin meterme en la Universidad sólo había disponible la tercera llamada a Medicina para el riguroso examen de admisión. Lo demás ya estaba cerrado. Competí contra unos quinientos y entramos solamente tres: un venezolano bondadoso llamado Evanán, un inteligente muchacho bilingue pequeñito y negro a quien todos llamaban Memín, y yo. Evanán estaba en esa llamada de atrasados por razones migratorias y Memín porque venía de EE.UU; yo por pura indecisión…

Leonor me apremiaba- ¿Qué piensas hacer, hijito?, ¡debes estudiar algo en la Universidad! -y yo respondía- Iré esta tarde, o mañana en la mañana, para ver que “chances” tengo Enrique, ajeno a los apuros maternales de Leonor y poco entusiasmado con mi inteligencia de niño retraído, me aconsejaba en voz baja a espaldas de ella…

- Cursa medicina, como Pepe; sé estudiante de medicina, al menos un par de años…

Memín, Evanán y yo entramos al primer año de medicina junto con unos cuarenta más, escogidos entre quizás mil aspirantes. Una vez dentro de la prestigiosa escuela me entusiasmé con los libros que pidieron los profesores el primer día: anatomía humana, embriología, neuroanatomía, histología…

- ¿Vas a leer todo eso? -Preguntó Enrique, un poco enojado, al ver la pila de libros, semejantes gruesos ladrillos, que yo pedí y que mi madre lo obligó a comprar - Eso y más papá, usted no me conoce todavía… debí responderle. En cambio, agarré en silencio el más bonito, un bello atlas de anatomía y me encerré en mi dormitorio.

Ya en la Escuela, mi primer desengaño pudo ser devastador. Lo causó el Profesor de neuroanatomía tras el examen del Primer Parcial, una dura prueba teórica seguida de un complicado ejercicio práctico que consistió en saltar cada minuto de un microscopio a otro reconociendo el tejido expuesto en cada uno: “bulbo raquídeo”, “médula espinal”…

- Estuvo fácil…

- Sí Ariel, sacaste 18 sobre 20, pero Euro te puso 8… respondió Milton, un estudiante de años superiores que fungía de ayudante de cátedra - ¡Y eso! ¿Por qué?

- No tengo la menor idea, quizás porque eres blanquito…

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El Profesor de esa materia, Euro Torresillas, era un impresionante cholo de la península, compacto, pequeño y mal encarado, quien se presentó el primer día de clase rodeado de un semicírculo formado por sus seis “ayudantes de cátedra” -tres a cada lado- vestidos con impecables batas blancas. Hablaba poco, miraba a todos con sus amenazantes ojos amarillos y su boca estaba siempre crispada y emitiendo rugidos bajo el cerdoso bigote entrecano. Otros Profesores igualmente temidos eran el de anatomía, un anciano largo y pálido con apellido alemán, pero ninguno tanto como el de embriología, un obeso purasangre descendiente de libaneses y colmado de oscuras pasiones, quien -según la leyenda- reprobaba a quienquiera por motivos que jamás se llegaban a entender - Ese cabrón tendrá que explicarme, Milton…

- ¡Mejor es que te calmes y es posible que se olvide de ti! Por ahora cuídate también del Gordo Adum - ¿Qué libro te pidió El Gordo? - Preguntó Carlos González, uno de los pocos que habían aprobado con Adum el año anterior - El de Lagman, ¿por qué?

- ¡Mira, que Gordo hijueputa! - Comentó Carlos entre dientes - Compra también el de Ruvier, que de allí sacará las preguntas…

Después se supo que ese año habían entrado tan pocos aspirantes, apenas alrededor de cuarenta, debido a que El Gordo había reprobado a la mitad del curso superior. Así, el rencor de los descalificados y el temor de los nuevos empujaron una agitada protesta que terminó -algo increíble en esos tiempos- con la expulsión de Adum. No me convencieron los argumentos de mis compañeros ni participé en la protesta; y empecé a desconfiar de los apasionamientos colectivos. *** En esta época -según los comentarios de Leonardo Valdés- ocurrió mi “segunda mutación”, cuando incursioné en la violencia - Durante la Guerrra Fría “nosotros” -él era un activo agente de la Inteligencia Cubana- traímos mucha propaganda con el propósito de sacar la juventud a las calles. Esas eran las consignas de Fidel y del Departamento América para nuestro Servicio Secreto De aquella época recuerdo que yo tenía que andar armado para poder asistir a las clases en la Universidad. En una ocasión me vi precisado a estrellar con violencia mi Walther PPK en la cara de un compañero de estudios, en una aula del Hospital Luis Vernaza, para que no expulse al Flaco Aguirre. Los “carabineros” de

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ultra-derecha no nos querían estudiando con ellos y en el momento que entramos dos grandotes se lanzaron sobre El Flaco y yo, con el propósito de agarrarnos y sacarnos del aula. Después que le dejé marcada la pistola en la cara a uno de ellos, un indio enorme apellidado Chiluiza, volvieron mansitos a sus asientos mientras yo me guardaba el arma en la cintura y agarraba tranquilamente un cuaderno y un lápiz para hacer mis apuntes. Recuerdo que el Profesor -era la materia de Semiología- dio un breve discurso sobre los perjuicios de la violencia y emprendió rápidamente el incio de su clase, también un poco intimidado… Años después, cuando regresé de México, fuimos muy buenos amigos y jamás comentamos el incidente - Fácilmente pudiste seguir, Ariel, tú como tantos otros, la carrera de la violencia.

Te salvó tu buen juicio y tus lecturas, la cultura que habías adquirido… Por esa misma época un chileno me dijo: “¿Sabes, Leonardo, por qué yo no seguí inmerso en eso? Porque era tan burdo el modo como nos quisieron asimilar, que pude percibir claramente sus intenciones”… Tú, Ariel, recorriste dentro de ti mismo el fracaso de la izquierda y el triunfo de la razón… *** Entre huesos humanos esparcidos sobre mi cama, disecciones de anatomía, compras encubiertas de cerebros a los guardamuertos, amanecidas de estudiante bajo los faroles de la ciudad y épicas borracheras de universitario legítimo, aprobé el infranqueable primer año. Luego vino el segundo, colmado de bellas asignaturas donde se aprendía en funcionamiento normal del cuerpo humano (Fisiología y Bioquímica) y -entre otras de relleno- Parasitología, impartida por un tímido sabio apellidado Rodríguez y reconocido por todos con el mote de “Paguro”, en alusión a un pequeño cangrejo, habitante de los humedales del Golfo de Guayaquil, huésped intermedio de un nuevo helminto descubierto por él, al cual orgullosamente había llamado Opistorchis Guayaquilensis.

Paguro llegaba a las siete en punto a sus clases y tras él nadie entraba. Las aulas alojaban unos 50 alumnos y tenían forma de teatro, con las bancas dispuestas sobre amplios escalones que ascendían a medida que estaban más lejanos del escritorio del maestro. Allí nos refugiabamos del helado airecillo que venía del Estero Salado que rodeaba la Ciudadela Universitaria mientras aprendíamos de los gusanillos que Rodríguez dibujaba con palillos de tiza en la verde pizarra. También rotabamos por las salas de microscopios de la bien dotada Escuela para memorizar la extrañas formas de los huevos de los parásitos mayores y de los mínimos cuerpos de los pequeños protozoarios.

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Este año, cuando cursaba el primer curso de medicina, fue la primera vez que debí morir y tuve una nueva oportunidad. El percance fue rápido y casual y ocurrió en la enorme motocicleta polaca WSK que había recibido de Enrique para mi movilización. Otros dos episodios más complejos, fallidamente fatales, ocurrieron en el agitado año 1969. Luego les contaré.

Uno de los libros más bellos de medicina era la Fisiología de Guyton. Pepe Baroja me aconsejó consultar también la de Aloise, un viejo texto de su época que de poco servía ya, donde apenas aproveché algunos gráficos. La Fisiología enfocaba el funcionamiento normal de los órganos -por ejemplo, el intercambio de los gases en los pulmones o la función de bomba del corazón- y era la puerta de entrada a la Fisiopatología, que se impartía en el cuarto año, la cual estudiaba el funcionamiento anormal en la enfermedad. la Bioquímica, por su parte, enseñaba el metabolismo interno de los nutrientes y el funcionamiento de los tejidos vivos a nivel de las sustancias elementales. El Profesor de Bioquímica, un laboratorista llamado Illingworth nos indicó para que compremos la Bioquímica de Laguna -un mexicano- y también pedí al resignado Enrique que me compre otras dos: la de Harper y la de Thorpe.

- ¿Nos veremos esta noche en el parque Seminario? -preguntó Wacho Ortiz, uno de los compañeros de estudios dirigiéndose a mí, el poderoso dueño de los libros…

- Si. Y anda tomándote un caldo hecho con cabezas de bagres viudos, bruto de mierda, o al menos cómete una sardina, porque vamos a estudiar la vía Meyerhof-Parnas-Embden - ¡Chucha! ¿Qué es eso? -continuó la broma el serrano Wacho, riendo torcido, al estilo de James Coburn en la película Flint, peligro supremo.

El tercer año era dominado por la enorme dificultad de la Farmacología, que se impartía siguiendo el texto de Manuel Litter, el cual tenía unas 800 ó más páginas llenas con apretadísimos datos donde no cabía el razonamiento o la deducción, sino la más pura y salvaje memorización. Eso fue en verdad serio. El método de utilizábamos fue primero memorizar los nombres de los fármacos (que a veces apenas cabían en una hoja desplegada de papel ministro) de cada una de las decenas de grupos con una acción específica, para luego rellenarlos en la memoria con su historia, origen y química, absorción, metabolismo y excreción, propiedades farmacológicas, indicaciones y contraindicaciones, efectos tóxicos, presentación y posología. Todo un desafío para el grupo comandado por mí - A ver, tú, pelotudo ¿Cuáles son los antibióticos polipeptídicos?

- Fácil: tiro-va-po-co - ¿Qué hablas? ¿Qué es eso?

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- Tirotricina, bacitracina, polimixina y colistina - ¡Ah! ¡Bien!, ¿y los oligo-amino-sacaridos?

- A mí no me caparon - ¿Te rayaste, Flaco? ¿De qué hablas?

- Aminocidina, neomicina, kanamicina y paromomicina Mi grupo de estudio estaba conformado por Wacho Ortiz, Alberto Carrera y el Flaco Ramírez; a veces aparecía también alguno más, como Carlitos Trayana, un famélico campesinito quien acostumbraba presumir con su débil vocecilla…

- ¿Repasamos Carlitos?

- ¡No!, dale… dale… dale…

Cuatro horas después- ¿Repasamos Carlitos?

- ¡No!, dale… dale… dale…

Finalmente, a las cinco de la mañana, antes de alzarnos para acudir a la Facultad, Carlitos reclamaba- ¿Me puedes hacer el favor de repetir?...

Terminado el tercer año, por 1969 -meses antes de que fuí torturado y luego huí a España- dejamos la Facultad de Medicina en la Ciudadela Universitaria para continuar las asignaturas clínicas -con enfermos- en el inmenso hospital de la Junta de Beneficencia, donde practicaban todos los Profesores de los años superiores. En esos años de la carrera la única cátedra bien organizada era la de Semiología -que enseñaba a percibir y analizar el significado de los signos y síntomas de las enfermedades- cuyo Jefe era un reputado cardiólogo con apellidos de cantantes famosos, quien guiaba su cátedra con dos textos: el hermosísimo volumen catalán de la Semiología de Surós-Batlló y la Semiología Cardiovascular de Rafael Carral, procedente del Instituto Nacional de Cardiología de México, un hospital contiguo al Centro Médico Nacional del I.M.S.S. en la avenida Cuauhtémoc del Distrito Federal, donde se decía que él se había facultado en el manejo de las enfermedades del corazón.

El resto de los maestros era un completo desastre; entre ellos, el Profesor de Clínica que tocó a nuestro grupo, el cual era un personaje que había hecho su exitosa carrera de médico basado en su belleza física y su remilgado carisma - En esta parte del tórax escuchamos estertores crepitantes; más acá sibilancias; ¡aquí percibo un soplo tubario!, sin duda se trata de un caso de neumonía aguda…

- Profesor, tiene el estetoscopio colgado del cuello, ¡póngaselo en las orejas!

Afortunadamente descubrí en una de las salas del clínica al Dr. Alberto Nugué, un sabio autodidacta quien me enseñó a estudiar y analizar lo aprendido.

Lo primero que hizo fue indicarme que guarde el Surós y otros textos españoles -un poco latosos- y que agarre la Medicina Interna de Harrison, más moderna y concisa

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a pesar de sus más de 1.000 páginas llenas de sabiduría práctica y basada en evidencias. Desde entonces yo solamente cumplí con la formalidad de asistir a las clases y rendir los exámenes, mientras recorría con mi libro las salas del hospital y asistía -para “hacer manitas” cosiendo heridas- con mis compañeros a las guardias nocturnas de Emergencias.

Unos Jefes gustaban de enseñar, otros no. En una ocasión supe que había un buen médico en una de las salas de cardiología. Me le presenté y le dije que estaba interesado en aprender de él la auscultación de los soplos del corazón, tras lo cual el maestro acordó permitirme acompañarlo todos los días a las 7 a.m. para la visita a los pacientes. Al día siguiente, sin embargo, cuando acudí a la sala el maestro ya había cambiado la visita a las 12; y cuando intenté a esa hora, ya el escurridizo cardiólogo había hecho un nuevo cambio. Un par de años después, cuando yo era delegado estudiantil al Consejo Directivo de la Facultad, impedí que un ambicioso le arrebate el puesto que ocupaba como Director de un inexistente Instituto de Investigación regentado por el Consejo. No lo hice por consideraciones al escurridizo, sino por horror al ambicioso.

Así fue como aprendí, guiado por Nugué, el arte de estudiar. Después de regresar de España a terminar la carrera, roté voluntariamente por la consulta de enfermedades de la piel hasta que me tocó abandonar a hospital para alejarme un año a cumplir con la Medicina Rural, un requisito impuesto pocos años antes por el remoto Gobierno. Para esa fecha había leído varias veces todos los capítulos de un par de ediciones del Harrison´s Textbook of Medicine y había abandonado el idioma español, casi ausente de la ciencia en esos tiempos de franquismo.

La “rural”, en 1974, fue muy aburrida porque me tocó en el sorteo el pequeño y poco movido hospital de Santa Rosa en la provincia sureña de El Caudal. De esa rotación recuerdo mis jocosos contratiempos cuando trataba de llenar los datos de la nueva Historia Clínica Unificada que había introducido el Ministerio de Salud - ¿Cómo te llamas? –pregunté, lápiz en mano, a un campesino de la zona, el primer día de trabajo - ¿Quién? ¿Yo? -fue la respuesta del hombre, mientras estabamos solos en el pequeño cubículo - Sí, Tú ¿Cómo te llamas?

- Yo me llamo Filiberto -anoté FILIBERTO en el espacio correspondiente, esperando terminar de llenar algún día las interminables hojas - ¡Bien!, y ¿Cuál es tu apellido?

- ¿Cuál? ¿El mío?

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- Sí, tu apellido ¿Cuál es tu apellido?

- Mi apellido es Dueñas –anoté DUEÑAS en el siguiente espacio y entré en materia, dejando sin llenar unos cuantos casilleron inútiles - FILIBERTO DUEÑAS… ¡Excelente! Ahora dime… ¿Qué te pasa?

- ¿A quién? ¿A mí?

Tímidos y retóricos, ¡contestaban con preguntas! Otra característica era que jamás respondían aquello que les preguntaba…

- ¿Dónde te duele? –pregunté mirando como libro abierto la panza descubierta de la dama - ¡Hay! “Es fuertísimo”, Doctor - Bien… ¿Desde cuándo te duele?

- Desde “hace tiempo” Doctor…

- Si, pero ¿Desde hace cuánto tiempo?

- ¡Uuuu! Desde que bajé de Limones - Sí, pero ¿Desde cuándo? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año?...

- ¡Eso!, desde que murió la bebe…

Otra dama pequeñita y bonita, de unos 50-60 años -imposible definirlo- me arrancó la primera carcajada - ¿Fuma?

- ¡Hay! ¡No!, Doctor -protestó. Anoté NO en la pregunta sobre HÁBITOS-TABAQUISMO - ¿Bebe alcohol?

- ¡Qué va, Doctor! ¡Cómo va a creer! -finalicé eso y apuntando con el lápiz el siguiente casillero, pregunté - ¿Cuántos hijos ha tenido?

- ¡Hay! ¡Eso sí!, Doctor…

Terminada la “Rural” me fuí a México, en enero de 1975. Desde que cursaba séptimo año de medicina había escrito a España, Alemania Oriental y a México, solicitando beca para estudios de postgrado. Felizmente fuí rechazado por España y por la Alemania de Ulbricht y de Honecker. Francamente, tampoco tuve tiempo para saber si había sido aceptado en el Instituto Mexicano de Seguridad Social (I.M.S.S.) cuando se interpuso mi increíble buena suerte. Luís Echeverría Álvarez, el poderoso Presidente mexicano de entonces se había hecho muy amigo del pintor Osvaldo Guayasamín -viejo camarada de mi padre- y le había dado el número de su teléfono directo. Entonces, Cachito Vera, quien estaba casado con Saskia, hija del afamado artista, tras enterarse casualmente de la solicitud de trabajo enviada por

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mí, solicitó -sin que se lo pidan porque así es Cachito- a su suegro que interceda. así fue como una semana después entraba por la noche y vía Air Panamá por el inmenso mar de luces del Distrito Federal.

Llegué un sábado y me hospedé en un hotel en la Avenida Juárez, frente al Hemiciclo. El domingo reconocí el terreno, primero hacia el este; vi el Palacio de las Bellas Artes y la Torre Latinoamericana -una maravilla de la ingeniería antisísmica de ese tiempo- y me adentré por la estrecha Calle Madero, llena de joyeros y de palacios coloniales. Vi, siempre por fuera -estaba ambientándome- el Templo Expiatorio de San Felipe de Jesús, el Palacio de Iturbide -un militar realista- y algunas maravillas más del centro colonial hasta que se me abrió el inmenso Zócalo con sus palacios de gobierno, la Catedral y el Sagrario Metropolitano junto a una impresionante capilla semi-hundida. Después del mediodía regresé otra vez por la Calle Madero, recorrí Juárez y llegué -maravilladoal hermoso Paseo de la Reforma. Compré un mapa y sin acordarme siquiera de comer estudié el recorrido para llegar a la Residencia de Los Pinos, donde estaba citado, a las 3 p.m. del día siguiente, con uno de los secretarios del Presidente.

El lunes, bien temprano salí por Reforma hacia el sur. Crucé otra vez varias cuadras enormes, llegué al Ángel, seguí más allá hasta la inmensa fuente con la estatua de Diana Cazadora, cuyas nalgas me produjeron un leve estremecimiento.

Rebasé el monumento a Cuauhtémoc donde Reforma cruza a Insurgentes y seguí sin detenerme por la espaciosa avenida, hasta donde se inicia el Bosque de Chapultepec. Pasé por fuera del Museo Nacional de Antropología (donde se lucía el Tláloc, un enorme monolito prehispánico de casi 200 toneladas) y del Auditorio Nacional; vadeé el zoológico y la laguna y de algún modo llegué a la Residencia de Los Pinos donde tras anunciarme fui rápidamente llevado ante un elegante secretario, un apuesto joven apenas un poco mayor que yo cuyo apellido recordé muchos años, quien me apretó la mano, me miró profundamente desde arriba unos segundos y encargó a un ayudante para que me lleve a la Jefatura de Enseñanza del I.M.S.S. en el Centro Médico Nacional de México, con la disposición de que me ubiquen inmediatamente en algún hospital de la República Mexicana.

El ayudante me dejó con Ernesto Varela Rueda, el Jefe de Enseñanza del I.M.S.S. y dueño de las almas y del destino de los miles de muchachos quienes eran los Médicos Residentes del Seguro Social. Varela me dijo que no había plazas ya en el D.F. y que debía escoger entre Guadalajara y Monterrey - Esto es algo nunca visto antes, ¿quién te auspicia? -preguntó, curioso y sorprendido otro secretario, bajito y calvo, con quien me dejó Varela Rueda- El señor Echeverría, el Presidente de ustedes -respondí con presunción.

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Luego, ya con la orden de ser acogido en el Centro Médico que el I.M.S.S. tenía en Monterrey, Nuevo León -ciudad que escogí lanzando una moneda mental al aire- regresé del Centro Médico Nacional, siempre a pié por la avenida Cuauthémoc, otra vez hacia el sur crucé el puente sobre el vertiginoso viaducto Miguel Alemán, lo bordeé por la avenida Obrero Mundial y llegué a la Calle Bajío, donde había en el número 22-11 una residencial con un grupo de becarios ecuatorianos. Allí me senté, tiré los zapatos que estrené esa mañana y que ya no servían, pedí prestados unos a un amable compatriota que estudiaba pediatría, regresé por el Metro al hotel de la Avenida Juárez y la mañana siguiente tomé un vetusto tren hacia la Sultana del Norte.

En Monterrey me hospedé en un limpio barrio de clase media, con una familia que un día después me recomendó en un pensionado antiguo, horrendo y maloliente (donde una noche lloré la muerte de Pepe Baroja) cercano unas diez cuadras del Centro Médico. La mañana siguiente me presenté en la Jefatura de Enseñanza, mostré mis papeles y me ubicaron en el piso de Medicina Interna del ajetreado hospital General.

Yo aprendía más rápido que mis amigos. Los últimos años de la carrera en Guayaquil noté que tanto el Dr. Nugué, mi venerado maestro, como el prestigioso Dr. Oyage, mi preceptor voluntario de dermatología, empezaban a descubrirse errores que yo ya había superado. Así fue como en Monterrey pronto me convertí, yo el memorioso, en una leyenda.

En lo que respecta a las jerarquías, el I.M.S.S. se manejaba como un cuartel.

Los residentes de primer año -los R1- eran subordinados de los residentes de segundo año -los R2-, estos de los R3 y todos ellos del Jefe de Residentes, quien a su vez era un peón de los Médicos Tratantes y de los Jefes de Servicio. Abusando de eso, un R3 norteño, un poco inicuo y con la pinta de Alberto Vásquez el cantante, adivinando mis ahorros me pidió prestado dinero; tras no dormir una noche se lo negué y nada ocurrió. Otra vez una R3 dominicana, dientona y fea, llamada Zulema, me ordenó de mala manera que haga un electrocardiograma a un paciente.

Lo hice y se lo tiré de manera desafiante sobre el escritorio- Aquí lo tienes, dime, ¿qué tiene?

- Eso no interesa -replicó Zulema- Yo soy médico A, soy quien dice Anda y haz esto, Anda y haz lo otro. Tu eres médico B, quien va a hacer esto, quien va a hacer lo otro, ¿entiendes?

Terminado el R1 en Monterrey, en febrero de 1976, regresé al Distrito Federal a entrevistarme nuevamente con Varela Rueda, el Jefe de Enseñanza

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- No hay plazas para Medicina Interna aquí -me dijo Varela- Tendrás que volver a terminar las residencia en Monterrey, dos años más. Tampoco tenemos disponible cardiología ¿Por qué será que todos quieren eso? ¿Quizá porque es apantallador? -murmuró- Si deseas venir al DF te puedo ofrecer, seguro, plazas en Dermatología, Endocrinología, Alergias…

Otra vez tiré la moneda al aire y afortunadamente llegué al Servicio de Endocrinología y Diabetes en el segundo piso del Hospital General de Centro Médico Nacional de México.

Por esos años y hasta el terremoto del funesto 1985 el Centro Médico Nacional era un complejo de unos diez hospitales y otros tantos edificios ocupados por el Banco de Sangre, el Instituto de Investigación, etc., alrededor de un inmenso auditorio cubierto por un domo circular, donde todos nos reuníamos una vez a la semana. El complejo ocupaba una extensa manzana bordeada por la Calle Cuauhtémoc hacia en su entrada principal, hacia atrás por la Calle Dr. Jiménez, hacia en sur por la Avenida Dr. Morones Prieto y hacia el norte por la Calle Dr. Márquez. Atrás del enorme monumento del águila acogiendo al niño -que todavía adorna el actual Centro Médico Siglo XXI- estaba el Hospital General, donde llegaba todas las mañanas a las siete en punto el pulcro Dr. Lisci Garmilla, Jefe de Endocrinología - Romero, ¿cuántos habitantes tiene tu ciudad? -Preguntó Lisci - Quizás un millón y medio - ¿Y cuántos endocrinólogos hay?

- Yo seré el primero - Entonces, tú vas a partir el queso -sentenció el Jefe El Dr. Andrés Lisci era un líder suave e inteligente, quien gustaba de la música clásica y tenía un amplio sótano acústico excavado en la roca debajo de su casa en la Colonia San Ángel lleno de discos de acetato comprados en la Sala Margolín, ubicada en las Calles Córdova y Álvaro Obregón, en la colonia Roma. Yo lo respetaba, hasta lo quería un poco, pero no le perdoné cuando inició el R3 y nombró Jefe de Residentes a otro - Romero, quiero llevar tu tesis sobre lípidos a Houston, allí habrá una convención.

La presentaré, por supuesto, como tuya y mía, ¿qué te parece?, ¿aceptas? -Miré a los ojos de Lisci, un par de largos segundos, y le dije -No Desde aquella breve conversación esperé tranquilamente el momento en que sería expulsado del Servicio y del I.M.S.S., algo que jamás ocurrió. Después me ofrecieron trabajo. El Dr. Jesús Villapando, del Servicio de Endocrinología

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Pediátrica, me propuso que me encargue de “metabolismo fosfocálcico” en la nueva unidad metabólica que él dirigiría en el Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional - Dr. Villapando, tengo casi aceptada una propuesta del Centro de Investigaciones -respondí- Quiero aprender laboratorio. Ellos me han dicho que estaré el primer año en bioquímica de esteroides y luego otro en hormonas proteínicas…

- No te preocupes por eso, te mandaremos a estudiar donde desees -ofreció Villapando No obstante, al mes siguiente -febrero de 1978- ya estaba en Guayaquil buscando abrirme camino. Meses atrás había confesado mi preocupación por el futuro al Dr. Aguilar Parada -a quien consideraba un genio- en el Hospital de Oncología del Centro Médico Nacional. Aguilar me respondió que estaba “genéticamente programado” para triunfar en cualquier lugar a donde vaya. Jamás supe el motivo de la insólita declaración del hermético sabio ni fue algún “triunfo” lo que busqué a mi regreso. Yo sólo quería abrazar a mis padres. *** En México tambien aprendí a mantenerme vivo. Los contrastes de ese pueblo con tradición de violencia me hicieron apreciar la amabilidad de mis compañeros de estudio, cuyos afectos conservé por muchos años, en oposición con la brutalidad de los embriones de la delincuencia que ya se perfilaban por las calles. Esa fue, quizá el hecho final de mi tercera “mutación”, la tercera fase de mi formación, cuando abandoné mi temperamento confrontador.

Recuerdo que a las pocas semanas de haber llegado al D.F. un joyero de la Calle Madero, un indio grueso y vesánico, me mostró una arma y casi me mata cuando le pedí -de manera muy cortés y natural- que me entregue una pieza de oro sobrante del sujetador del reloj Omega Costellation que mi padre me obsequió y que le dejé para que lo reduzca… Irritado, furioso, ciego, me fui sobre el animal reclamándole por su actitud y el tipo disparó su arma, con tan buena suerte que no hirió a alguno de los muchos transeunte que había, mientras mi padre sufría de una crisis de angina de pecho que casi le cuesta la vida. La actitud del bruto, el pistolón que sacó y -sobre todo- mi propia reacción me provocaron una sensación de náusea que me duró mucho tiempo y que a veces todavía padezco ante actos semejantes.

En esa inmensa urbe, la amabilidad de mis amigos los doctores del I.M.S.S., contrastaba con la dureza de la gente en las calles, a quienes tuve que evitar en

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varias ocasiones después del incidente. Aprecié las aristas de la ferocidad e intuí el futuro de esa tierra. Eso y mis otras otras “dos muertes” anteriores, que les narraré cuando llegue el momento, fueron los causales de mi divorcio definitivo de la ira y la violencia; esos fueron también parte de los motivos que alejaron mi mente de los cantos que entonaban las sirenas del Caribe y que arrastaron a tantos otros jóvenes de mi generación por los arduos caminos que narraremos a lo largo de esta historia… *** ¡La bella Guayaquil! La patria que busqué en mi regreso. Comenzaba febrero de 1978 y era muy diferente a la Guayaquil que dejé en 1974 y totalmente distinta de la ciudad de México donde hice la carrera de especialización. México era una urbe hastiada e indiferente a todo en un país perfectamente desorganizado por las mafias políticas. México contenía una sociedad incrédula y hastiada mientras que Guayaquil nacía recién a la democracia o a algo parecido. Más que la oratoria juvenil del candidato Jaime Roldós me deslumbró la mordacidad lúcida de Assad Bucaram Elmalín, quien creo que todavía era Alcalde de mi ciudad. Era algo completamente nuevo para mí…

Cuando me fui dejé a mis hermanos y sus amigos ubicados en la clase media (recuerdo las guitarreadas en la sala de uno de ellos, cuyos muebles consistían en unos cuantos bloques de arcilla situados en las esquinas de la habitación semivacía, sobre los cuales habían dispuesto cuatro gruesos tablones para sentarse el payador y los oyentes, con los vasos y las botellas de ron sobre el suelo) y los encontré enriquecidos “para siempre”. Viajaban a curarse los dientes a Miami y a “chequearse” el corazón a Houston cada seis meses, entre los cuales interponían medio año más de tabaco, güisqui y desenfreno. Iban en tropeles a saquear a la pobre Argentina, donde las bellas empleadas de las tiendas lloraban contemplando el modo como se llevaban los artículos de las perchas a cambio de nada, de unos cuantos pesos sin valor alguno.

Ya en Guayaquil mi temor -mi horror- al fracaso se esfumó rápidamente cuando empecé a laborar como especialista en el Servicio de Endocrinología del Hospital Regional del I.E.S.S. Allí conocí a algunos que transitarán por esta historia, como Matilde Josefa Arguello, la hija de Rosita Secaira Montes, y otros escondidos en la memoria, como una bellísima italiana hija de un paciente mío, quien me siguió un tiempo como sombra.

Inmediatamente también, reingresé, esta vez como como Profesor de Clínica Uno, a la Escuela de Medicina de la Universidad de Guayaquil, llamado por el Dr. Adalberto Moral, un amable sabio que también laboraba en el hospital del I.E.S.S.

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como Jefe del Servicio de Medicina Interna. En la Escuela de Medicina conocí a Maricarmen Moreta, mi apasionada y hermosísima alumna, procedente de una orgullosa familia empobrecida -¡cuyo ancestro reclamado más remoto era el mismísimo Manasés, primogénito de José y Asenat!- radicada en El Prodigio y descendiente de los soberbios Moreta de Valle Hondo, hija de Fidel Saúl Moreta Meneses y la difunta Olga Gonzaga, nieta de Fidel Moreta Regalado y bisnieta del mítico Taita Santiago.

Finalmente, 22 años después, en el consultorio donde refugié mi práctica profesional conocí a Bella Paz Castaño cuando la señora Justa Balbuena, suegra de ella y también paciente mía, la envió en medio de la crisis de nervios -la primera y la última que hubo en la vida de esa valiente mujer- provocada por la traición de William, para que la ayude con alguna inyección. ***

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(14) La hija de Aristóteles - Has sido un sabio inacabado -me decía Maricarmen-, completamente incapaz de interpretar muchas cosas…

Una de ellas fue el lenguaje endotérico de los maestros de la Lógica. Jamás he podido hincarle el diente a esos preceptos y su simple definición me ha sonado como un idioma ignorado. En el diccionario filosófico se aproxima su concepto a las matemáticas, lo cual me recuerda que ese fue otro territorio vedado para mi intelecto. En todo caso, esa inhabilidad no me perjudicó en absoluto; sólo me produjo sumisión frente a la lucidez espléndida de Maricarmen para esas abstracciones. En homenaje a ella debo decir que deambulaba por la filosofía con la misma gracia exquisita con que caminaba por las calles. Era la hija de Aristóteles.

Si me quejaba de mi dificultad para entender alguna oscura definición, ella me lo traducía con soltura y elegancia. Un ejemplo fue el concepto de “ontología” (¡Por Dios! ¿Qué comían esos sabios?: “el discurso del ser en tanto que ser”, “la ciencia de lo que es y de la nada, del ente y del no ente, de las cosas y de sus modos, de la sustancia y del accidente”, “la ciencia del ente en general, en cuanto que ente”); ella me lo aclaró diciéndome que la ontología es prácticamente toda la “filosofía primera” de Aristóteles, que es el estudio de todo lo existente y que la mayoría de las grandes preguntas filosóficas son ontológicas. Por ejemplo, ¿Existe Dios? -me dijo- es una típica cuestión ontológica; y lo ilustró con los criterios de Kant sobre la “prueba ontológica sobre la existencia de Dios”. Lo curioso para mí era que a pesar de que el prusiano nos mostraba que esa “prueba” no revelaba nada, como tampoco lo hacían las otras dos argumentaciones de los doctrinarios católicos (a quienes yo los imaginaba girando y girando mentalmente como un perro que trata de morder su propio rabo) ella seguía creyendo, mostrándome que su fe era sólo emoción, nada más ni nada menos.

Y cuando la pillaba en esas faltas, en esas “irracionalidades”, ella no me enfrentaba ni se enojaba -jamás lo hizo-, solamente me miraba con compasión y con ternura, soltándome cualquier rompecabezas indescifrable que me dejaba anhelante, irritado y completamente a su merced. Maricarmen me cambió mucho, me hizo mejorar como persona y me quitó atavismos e irracionalidades de que yo creía -y presumía- carecer. Ella caminaba con elegancia de la mano de Jaspers, Fromm, Frankl y Ellis y tomó la mía para seguirlos.

- Me recuerdas a veces la fábula de Platón y los cautivos -me dijo - Conozco el mito -respondí- ¿Por qué te lo recuerdo?

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- Por el dolor que representa para ti el proceso del conocimiento Tampoco fui capaz de entender otras cosas, más mundanas, como es la pasión irracional por acumular dinero más allá de lo necesario. Es facil discernir por qué se acentúa con la vejez; pero no es claro por qué suele ser mayor en ciertas cotas geográficas y en algunas razas. Para nosotros, los costeños, los del llano, era motivo de censura casi aforística la manía por acumular que padecían los montañeses.

Hace algún tiempo, por ejemplo, mientras yo terminaba de saborear una “guatita” en La Canoa, un restaurante tradicional de comida típica de Guayaquil, entretanto La Bella me obligaba a dejar la propina al empleado que nos atendió, yo observaba en la mesa contigua una mujer con unos 60 años de edad y aspecto interandino, con coletas y todo, quien tras agarrar dos o tres centavos del cambio (dos o tres monedillas pequeñitas de color marrón y absolutamente sin valor) los puso sobre un pañuelo que sacó de su cartera, amarró con varios nudos sobrepuestos las puntas de la tela, introdujo amorosamente el bultito en su bolso, el cual colocó sobre su muslos cruzando sus antebrazos, mientras se podía percibir el pasmo feliz de cada uno de sus genes. Ese pequeño gesto era impensable, por ejemplo, en una mujer manabita. Aquella estaría alegre y atenta a la gente, a su marido, a sus nietos, sentada sobre sus hanchas caderas color rosa, satisfechas igual que sus anhelos, hasta el más complicado, si tuviese alguno.

Otra región vedada para mi razón fue el ansia infatigable por enredarse en representaciones y mandatos. Supongo que en algún lugar de Guayaquil aún puede verse el espacio vacío que correspondía a mi retrato en alguna delegación banal o en alguna presidencia de alguna sociedad científica, de las muchas que vi nacer y morir en mi camino. Aunque he visto a no pocos sabios irse a los puños por eso, debo decir no sin algo de pudor que fui terriblemente perezoso para agarrar responsabilidades ajenas. Y si eso me causó tanta desgana, ni que pensar en otras cotas mayores de dominio, como venía a ser el “Poder Político” que les quitaba el sosiego y les privaba del sueño a sus adictos. ¿No se dieron cuenta ellos de su impermanencia? ¿No percibieron su finitud? ¿No fueron capaces de percatarse del valor de cada segundo de paz? ¿No sintieron la delicia de cada respiración, de cada desayuno, de cada baño con agua fresca? ¿No les bastó con el vaivén liberador del sexo, de cualquier manera que hayan escojido practicarlo? Debió ser algo primordial, algo íntimamente celular esa fiera adicción a controlar el destino ajeno, ese turbio, brutal e ilusorio empeño de rebasarlo todo, incluyendo los propios miedos y la propia muerte.

Por el 2015 visité Cuba, no me refiero a Varadero ni a los hoteles de los Cayos, sino a Cuba. Tampoco aludo a la destruída La Habana sino los pueblos de las provincias centrales de Matanzas y Las Villas, parte de lo que fue la verdadera nación caribeña. Allí pasé por algunos pequeños villorios -Remedios, Caibairién,

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Carrillo, Placetas, Camajuaní y otros- y percibí algo que no supe que era hasta que estuve de regreso en Ecuador: distinguí que allá la gente -particularmente los jóvenes- flota. En las calles se ven los muchachos parados y mirando nada. No se miran entre ellos ni hay dos que dirijan su atención hacia el mismo punto. Están como muñecos de Lego tirados por allí y con sus rostros dirigidos hacia cualquier lado, hacia nada, sin algo que les llame la atención. A pesar de que percibían salarios de 30 dólares al mes, no estaban pobres, sucios ni mal alimentados ya que vivían de la remesas de dinero que les llegaban del exterior, donde todos tenían un familiar. Si les preguntabas algo mostraban su fina educación, pero lucían sin dirección alguna. Decía Leonardo Valdés que era una actitud de la juventud cubana desde hace 30 años y que en ese tiempo no se percibía porque se suponía que andaban nomás por allí vegetando, preparándose para ser reclutados para la guerra, esperando alistarse para salir a combatir, aparentemente motivados por una propaganda de años en escuelas y colegios que sembró una ideología de violencia pero en realidad persiguiendo escapar por cualquier modo de su destino ineludible de usuario eternos de las guaguas hacinadas y lentas, de las magras e inútiles tarjetas de racionamiento, de las décadas de Patria Nueva y Revolución.

Aca, en Suramérica, algunos jovenes de mi generación también fueron a la guerra, pero ellos no lo hicieron -como los cubanos- por un radio portátil o por un ventilador, sino porque se emponzoñaron con el virus de la ideología; porque asumieron compomisos ajenos; y sin darse cuenta cabalmente de lo que hacían expiaron leyendas extrañas y se desgarraron contra los cantos implacables de los mitos violentos. Mi amigo José Luís Vásconez fue uno de esos… ***

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(V) LAS RAÍCES TRÁGICAS

(15) Rosita Secaira Montes Soy José Luís Vásconez Solórzano y ahora me corresponde contar mi historia.

Comenzó por el año 1936 en San Juan de Chunchi, un pequeño caserío metido entre las colosales montañas que dividen Ecuador. Si hubiesen existido aves capaces de volar a alturas tales, desde arriba se habría visto como una mínima franja blanquecina semejante a mierda de pájaros en el fondo de una grieta, entre las inmensas elevaciones. Ubicada en el centro geográfico de la provincia de Bolívar, estaba unos pocos kilómetros al sur de Guaranda, la capital departamental.

Bolívar es la primera provincia serrana al este de Las Riveras, ubicada en la vertiente costeña de la cordillera occidental de los Andes. Entonces era un lugar que, de no ser por sus verdes laderas montañosas, carecía de todo. Hacia el este estaba la provincia del Chimborazo, hacia el norte la del Cotopaxi y hacia el noreste la del Tangurahua. Como podemos apreciar, la mayoría las provincias serranas de Ecuador llevaban el nombre del nevado que domina su paisaje; Bolívar, en cambio, no tenía alguno, sólo una porción de las yermas laderas de la parte occidental del bellísimo Chimborazo (visible aún desde la lejana Buena Esperanza en los atardeceres despejados) que dominaba su horizonte por el Este. En la parte más baja de Bolívar estaban Echandía y Caluma, pequeñas villas de clima muy agradable, donde vivió en sus años mozos el cura Fecundo Lago, aquel activo preñatore de la feligresía y progenitore de hijos no reconocidos, muy interesado por igual en el sexo fácil y en la Teología de la Liberación, que devino en efímero Presidente de su pequeño país. *** - Ecuador es un país hendido con dolor -decía Ariel… No se refería a la geografía, sino a la gente, a las profundas diferencias entre costeños y serranos y a la marcada antipatía que nos profesamos mutuamente. Para ellos los hombres de la costa -“los monos”- somos ladrones y todas “las monas” putas; y para nosotros, los “longos” son desaseados y amarretes y las serranas tapadas y mojigatas…

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El orígen de esas diferencias no radica sólo en la geografía o la raza -de por sí muy dispares- sino en el desarrrollo económico y social desigual. Ya desde el siglo XV los acontecimientos marcharon por caminos diferentes. Las tribus andinas (Quitus, Puruhaes y Cañaris) fueron sometidas a palos por los conquistadores Incas, quienes no pudieron penetrar en la la costa poblada por los Huancavilcas, los Punaes y los bravos Chonos; y, después de que soportaron a los crueles Incas y a los españoles durante La Colonia, los residuos de las culturas andinas sufrieron una despiadada marginación por parte de los mestizos que triunfaron en las guerras de Independencia.

Esos mismos mestizos conformaron la “administración pública” en Quito, apoyándose en el militarismo y decididos vivir del resto del país. Así se desarrolló Quito y por esa razón el Ejército es también serrano. Ahora tienen muchas empresas y conforman la burocracia que gobierna el país, sobre todo la poderosa burocracia petrolera.

La costa fue muy diferente. Primero, como ya sabemos, los Incas no entraron.

Luego Guayaquil, como puerto ubicado en medio de la inmensa riqueza agrícola de la cuenca del río Guayas, se llenó de toda clase de emprendedores nacionales y extranjeros. En otras palabras, mientras que Quito se pobló de militares y oficinescos, Guayaquil fue destino de industriales y comerciantes decididos a trabajar. Luego nacieron los gremios -de plomeros, de panadaros, de todo tipo de artesanos- que facilitaron primero la revolución de octubre de 1820 y luego la Revolución Liberal.

La Revolución Liberal en realidad fue una guerra civil entre Quito y la Costa.

Al inicio de la Colonia, la Sierra con el apoyo de la Iglesia Católica dominaba el panorama económico, hasta que las reformas borbónicas del siglo XVIII levantaron varias prohibiciones, permitiendo el desarrollo de la agroexportación, sobre todo del cacao junto con otros productos tropicales, con su eje comercial en Guayaquil.

Serranos y costeños mantuvieron esas rivalidades después de la independencia de 1830, acentuándose el fenómeno del regionalismo entre los proteccionistas quiteños y los librecambistas de Guayaquil, propensos al comercio abierto de sus productos agrícolas.

El enfrentamiento se expandió con la creciente diferenciación de la estructura económica de las regiones. En la sierra la organización terrateniente acentuó su caracteres y se profundizó la vigencia del latifundio. En la Costa, en cambio, se fue consolidando la actividad agrocomercial asentado en formas precapitalistas y salariales que además fue definiendo a la burguesía guayaquileña, la cual habría de tener una gran influencia después del triunfo de la Revolución Liberal al final del siglo XIX.

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*** Volviendo a mi narración, a mediados de los años 30 del siglo pasado en una de esas tapiadas casas de San Juan que desde fuera parecían inhabitadas, estaba mi madre, la pequeña Rosita Secaira, muy distraída y jugando con su única muñeca, una peona permanentemente risueña y con los ojos pintados muy abiertos sobre el trapo.

Tocaron la puerta, ella no atendió pero insistieron - ¿Quién es?

- Soy yo, Juan, abre…

- ¿Cuál Juan?

- Juan, yo, abre un momento Mi madre, Rosita, sin abrir agarró una silla, se subió y miró por la pequeña ventanilla enrejada del portón. Reconoció a Juan, el primo de alguien de la familia - No puedo abrir, estoy sola, ¿qué quiere?

- Nada, Rosita, sólo dejar un encargo para tu tía, la Lucía -contestó Juan mientras mostraba un sobre amarillo y grueso que pasó por la ventanilla - Toma, dáselo a la Lucía, ¿sí? -La niña sujetó el sobre y se bajó de la silla, dispuesta a regresar a sus juegos, cuando él insistió -Oye, la Lucía ya viene, déjame entrar a esperarla…

Mi madre abrió la gruesa puerta y el hombre -pequeño, blanco, bien comportado, de unos 24 años- se sentó a esperar a la señora que pronto arribaría, mientras ella jugaba cerca, en la habitación contigua. Unos veinte minutos después llegó la tía Lucía, quien montó en cólera y sin motivo alguno, acusó a Juan y a Rosita de cuantas inmoralidades se le pasaron por la cabeza - Nada estamos haciendo y nada hemos hecho- protestó Juan, pero de nada le sirvió. La indignada Lucía acusó a la pequeña niña de seducir al hombre, a él de aprovecharse de ella, y sentenció, airada, la única solución -¡Se tienen que casar!

El matrimonio fue rápido, Lucía Secaira y el cura, llamado Padre Cisneros, se vieron precisados a falsificar una partida de nacimiento para ponerle a Rosita Secaira Montes -mi madre- ¡dieciocho años de edad! y declararla esposa legal de Juan Arguello Pintado.

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Ocho o diez años más tarde, recién cuando ella cumplía los veinte y después de las continuas violaciones legales de su “esposo”, tres hijos y múltiples abortamientos, Rosita comprendió que todo había sido una trampa…

-Verás Lucía, haremos esto: me meto en la casa de la Rosita y luego tú nos caes y haces el escándalo. Luego arreglaremos todo tú, yo y también el Padre Francisco ¿Comprendes?

- Es lo que habían arreglado Juan y Lucía -repitió Rosita toda su vida a quien le quiso escuchar -Al principio no entendía por qué noche tras noche me arrancaba la ropa y me hacía “eso” ¿Qué motivos tuvo Lucía Secaira, la prima hermana de su difunto padre?Plata no debió ser, porque Juan no tenía ni para los Dorados que fumaba- ¿Qué le prometió? ¿Nada? ¿Solo fue por maldad? ¿Qué pudo odiar de mí? -se repitió Rosita el resto de su vida, hasta el día de su fallecimiento, a edad muy avanzada.

Con el tiempo su hija y todos los demás se cansaron de escucharla, y ella mismo dudó de la historia - ¿Leyó algún cuento? ¿Lo escuchó de alguien en San Juan? ¿De dónde mierda habrá sacado eso la vieja? -replicó airado su nieto Marco Vinicio durante una discusión ocurrida en la mesa de su madre Matilde Josefa, 55 años después cuando escuchó por primera la vergonzosa historia y cuando el engreído joven de 17 años estaba por ingresar a la selecta Universidad Católica Santiago de Guayaquil.

En 1944, cuando aún no cumplía los veinte años de edad, Rosita huyó a Valle Hondo y pidió asilo donde unos parientes que vivían en el vecindario de los Moreta, los acaudalados descendientes del Taita Santiago -Verás Rosita, vente nomás a la casa, allí tenemos un cuartito para ti -fueron las amables palabras de su pariente hasta que supo que estaba embarazada- Es de Juan, ¿de quién más iba a ser? -protestó Rosita y le creyeron todos, menos Juan Arguello, porque el niño nació exactamente nueve meses después de la fuga -Te quedarás con nosotros Rosita, pero envía al niño a otro sitio. En Valle Hondo la gente es muy murmuradora…

Esa fue la recomendación. A finales de ese mismo año fui llevado a Guayaquil con pocas semanas de nacido y entregado a la señora Altamira Solórzano, una pariente lejana, quien tenía dos hijos más con el Dr. Abelardo Vásconez, un amable Abogado y Profesor autodidacta de matemáticas quien -a pesar de que estaba casado legalmente con otra señora- amaba a Altamira y me acogió como hijo suyo, inscribiéndome como José Luís Vásconez Solórzano, el apasionado, brillante y para algunos temible “Tresojos” de esta historia.

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Por ahora volvamos con Rosita a Valle Hondo…

- ¡Rosita!, Juan envió a Matilde Josefa, tu hija, ¡al fin!, con nosotros- Los dos hermanos de Matilde habían fallecido muy pequeños y Juan, por el año 1953 y cuando la niña cumplió los doce creyó conveniente que la calmada Rosita se haga cargo - Los dos al mismo tiempo hace cinco años, ¡qué horror! -Rosita nunca preguntó por qué habían fallecido los varoncitos ni que motivó a Juan para entregarle a Matilde Josefa. El hecho era que estaba ya con ella. Además Juan, perdonándole su pecado original, le había mostrado que no era tan mal hombre y cuidó, a pesar del impedimento que fue su oculto analfabetismo, de que no falte dinero para los estudios de Matilde, hecho que su hija le devolvió al final de su vida con esmerados cuidados y toneladas de amor filial - Matilde Josefa, mi hijita linda, salió inteligente. Ni Dios ha de saber de quién lo ha heredado -se decía con frecuencia Rosita y lo repetía a sus vecinos, los Moreta, sobre todo a los hijos del legendario Taita, Mercedes y su hermano Fidel Moreta Regalado, un hombre 20 años mayor con quien dijeron las malas lenguas que mantuvo un amor fugaz.

Por esas fechas, a mediados de siglo pasado, Valle Hondo era una ciudad pequeña, con unos 50.000 habitantes, gente culta y muy conservadora. Había poetas como Cesáreo Dávila, un pobre muchacho seis años mayor que Rosita, hijo de la señora que lavaba la ropa, de quien se dijo después que terminó su vida en Caracas por su propia mano, a los 49 años y frente al espejo mientras se afeitaba con su larga navaja de peluquero; había también buenos comerciantes y familias de empresarios y terratenientes, como habían sido El Taita y la familia de su esposa, los Regalado Mera, en los comienzos del siglo.

Después de que llegó Matilde Josefa, mi madre recobró el brillo de sus ojos y también cierta holgura económica debido a que Juan empezó a enviar dinero desde Chunchi, donde se había vuelto productor de quesos. Puso a Matilde a estudiar en el colegio fiscal de señoritas, porque temía que las monjas del liceo cristiano, de mayor categoría, la rechacen como seguramente lo hubieran hecho al descubrir su falso matrimonio. Luego de doce años, cuando Matilde Josefa tenía 24 y ya se había graduado de Economista en la universidad de Valle Hondo, Rosita se liberó de todo - ¡Al fin! Nos iremos de aquí. Ya terminaron la casa. Está lista -Le habían otorgado “al fin” su casa en Guayaquil, la alegre capital de la costa, en la urbanización Nueve de Octubre, desarrollada por el Banco de la Vivienda. Era una villa sólida y espaciosa, como todas las que se hicieron en esa nueva barriada construida por el

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Banco al sur de la ciudad, frente al nuevo hospital del Seguro Social, al otro lado la amplia Avenida 25 de Julio que iba al Puerto Nuevo - ¡Qué calor! -Debió pensar Matilde, pero supongo que no lo dijo. Por suerte llegaron en Agosto, en plena primavera costeña -por 1965 mientras yo combatía junto al chino Yon Sosa en Guatemala- y empezaron a adaptarse. Poco tiempo después, porque así eran las cosas en la próspera Guayaquil, Matilde entró a laborar en la Contraloría donde estuvo ocho años ganando muchísima experiencia en el negocio de su vida, las auditorías de empresas, y donde conoció a su esposo, el Economista Juan Ramón Preciado quien había sido su Jefe, tan inteligente como ella y de mucha visión para los negocios, aunque no tanto para la política como veremos después. ***

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(16) Expiando la leyenda - El Ché Guevara -decía el cubano Leonardo Valdés cuando nos reuníanos a charlar en el departamento de Ariel- jamás buscó ser el Ché Guevara. Del mismo modo como esos temerarios muchachos de Brooklin se comprometieron de por vida con la Mafia, él cayó atrapado en la red de su propia fábula. Fue un argentino de pauta intelectual salido de la clase media ilustrada de su país y aficionado al turismo extremo, quien se involucró en un mito heroico que fue su prisión y su féretro…

- El Ché fue enredado en circunstancias ajenas a su control. Pocos meses después del triunfo sobre Batista -proseguía-, Fidel se quedó sin “plata” y los americanos se la negaron; entonces los rusos se convirtieron en dueños de la isla mediante el subsidio. En ese tiempo El Ché se entrevistó con Mao Tse-Tung; y después, el largo viaje que hizo en 1964 culminó con una visita no autorizada a China para entrevistarse otra vez con el líder y pedirle apoyo para su proyecto insurgente panamericano. Aunque no consiguió su propósito -ni siquiera logró ver a Maoaquello, sumado a su discurso antisoviético (“la URSS se ha convertido en cómplice de los países capitalistas”…) en Argelia en febrero de 1965, lo volvió incómodo para los rusos quienes se quejaron con La Habana; y, cuando la pugna chino-soviética estaba en su punto más encendido, le dijo Fidel… “Chico, te tienes que ir” … y lo envió a Tanzania con 120 más a intervenir en el Congo, lo cual hizo El Ché a principos de 1965, no sin antes entregar aquella famosa carta renunciando a todo lo cubano que Fidel hizo pública en octubre, desatendiendo el compromiso de silencio que había contraído y develando el misterio de su desaparición…

- La aventura del Congo fue un desastre espantoso y pronto El Ché y su contingente de cubanos tuvieron que escapar atravesando en noviembre de ese mismo año el lago Tangañica en condiciones en extremo lamentables, con el argentino agarrado por un paludismo que lo dejó pesando 56 kilogamos y que fue a convalecer lejos de allí, en la costa oriental de África, en la embajada cubana en Dar es-Salam donde estuvo secretamente unas semanas. Quizá allí redactó sus Pasajes de la Guerra Revolucionaria en El Congo que comenzó patéticamente con la frase “Esta es la historia de un fracaso”… y que concluyó diciendo “No hubo un solo rasgo de grandeza en esa retirada”…

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- Si te pones a revisar esos cuadernos -dijo dirigiéndose a Ariel- y si lees con detenimiento el diario de Bolivia, verás cuál era la verdadera vocación de El Ché: la de cronista y la de escritor de ficción. Es lo que él quiso ser siempre, desde que se lanzó al turismo de aventura: literato… como tú. Así, después de la fuga por el lago, ya recuperado de la malaria, se afeitó cuidadosamente el rostro (creo que fue Aldo Margollés, el Jefe del Departamento General de Orden Público del MININT, quien tomó las fotos de ese acto), se despojó de la personalidad de “Ché Guevara” y mientras estaba oculto en Praga en un casa de seguridad del Servicio Secreto, conviviendo con Tamara Bunke -“Tania la Guerrillera”-, hizo planes para irse de clandestino a París, considerando que hablaba francés y que podía pasar desapercibido debido a la gran cantidad de sudamericanos que estaban allí…

- Sin embargo, como les dije, El Ché ya no podía escapar de su propio mito. Los soviéticos no lo querían hablando por allí y convirtiéndose quizá en otro incómodo León Trotsky; tampoco Fidel ni Raúl, quien siempre fue el hombre de ellos en Cuba, por lo que lo conminaron en Praga para que regrese a La Habana.

Fue comisionado para eso el comandante Ramiro Valdés Menéndez, “El Cosaco”, entonces Ministro el Interior y hasta recientemente todavía tercer hombre en Cuba; y después Aleida March, la esposa de El Ché. Le propusieron la única salida posible: ir a Argentina, vía Bolivia a iniciar la guerra revolucionaria en su amado Cono Sur. Allí lo agarró fatalmante su destino…

Otro de los tantos inmolados por los mitos -en este caso ajenos- fui yo, José Luís Vásconez Solórzano, el hermano desconocido de Matilde Josefa. Fui otro martirizado después de que opté por la aventura y la violencia tras mi corta infancia con mi madre adoptiva, con quien viví por coincidencia en la urbanización Los Esteros, cerca del populoso Guasmo, separada de la urbanización Nueve de Octubre -donde habitó Rosita, mi madre real- por otro caserío llamado La Campiña, donde vivieron la “Tía Inesita” y la centenaria “Tía Luzmilita”, unas descendientes del Taita Santiago –el mítico Cóndor de Amaluza- y parientes de Maricarmen, la mujer de Ariel Romero.

Poco antes de mi nacimiento en 1944, viajé desde San Juan de Chunchi a Valle Hondo en la panza de Rosita Secaira Montes, cuando esta abandonó a Juan Arguello Pintado, mi padre biológico. Supongo que Rosita no tuvo tiempo de inscribirme como hijo suyo ni trató de hacerlo porque sospechaba que su matrimonio con Juan nunca había sido validado. Doblemente rechazado, llegué a los pocos días de nacido a Guayaquil donde fuí recibido por unos parientes lejanos, en la familia conformada por Altamira Solórzano Secaira y el Dr. Abelardo Vásconez Nolivos, un Abogado y notable Profesor de matemáticas, quien dos años después nos abandonó para reintegrarse al hogar de su esposa legítima.

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Altamira jamás se dejó vencer por el infortunio y durante toda su vida construyó en diferentes sitios unos enormes tugurios multi familiares que daba en alquiler. Fui inscrito con los apellidos Vásconez Solórzano y criado por Altamira junto con sus dos hijos, Manolo y la hermosa y traicionera Melina, los únicos hermanos que conocí.

Con los años, ya en la temprana juventud, desarrollé tres “aptitudes” -si se pueden llamar así- que me robarían el bienestar toda mi vida: una infinita lucidez que me permitía ver el fondo de las cosas, un feroz sentido crítico y una indomable rebeldía. Afortunadamente todo eso llegó junto con un implacable instinto para sobrevivir, atributo que me permitió sortear con éxito todas las increíbles complicaciones que me produjo mi embrollado temperamento a lo largo y ancho de América y Europa - Quiero combatir -dije a los dirigentes de URJE (Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas, una organización financiada por La Habana), cuando apenas rebasaba los 18 años de edad, en 1962. Había contactado con ellos a través de otros vicentinos iniciados en la acción marxista. Estaba comenzando el decenio de los sesenta y todos los muchachos, incluido el “juicioso” Ariel, teníamos los corazones incendiados por la ilusión juvenil y heroica que se irradiaba desde Cuba.

Recién en enero de ese año había sido expulsada Cuba de la OEA en la reunión de Punta del Este y el Papa Juan XXIII había excomulgado a Fidel Castro, quien en febrero había llamado a la insurrección continental en la Segunda Declaración de La Habana. En el momento en que yo contactaba con los Urjistas, el guatemalteco Marco Antonio Yon Sosa también se entrevistaba en La Habana con el depuesto Presidente Jacobo Arbenz y se amoldaba a los planes del Departamento Internacional de Seguridad cubano para su propia insurgencia.

Después de unos años reconocí que mis amigos de URJE habían emprendido -quizá maquillando su compromiso económico con el Departamento América- el experimento guerrillero con dos facilidades poco heroicas: la viabilidad que prestaba el gobierno amigo del Dr. Carlos Julio Arosemena (quien al poco tiempo fue depuesto por los militares acusado precisamente de “comunista”) y el buen clima de Santo Domingo, en las verdes riberas del río Toachi, ciudad donde ya se había formado, según las bufonadas que cometía 40 años después el Doctor Marco Vinicio Preciado, el hijo de Matilde Josefa Arguello…

- Un poderoso núcleo de cinco prestantes comunistas: un fotógrafo, un profesor, un panadero, un mecánico y el dueño de un gabinete de belleza…

La “guerrilla” duró dos días- La única baja fue el tobillo de un muchacho, que fue rozado por una bala -declaré. Marco Vinicio -“mi sobrino” el finadito- también hacía sus celebrados chistes a costa de los revolucionarios…

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- Hicieron una gran fiesta de despedida con todos los dirigentes de URJE y de las Juventudes Comunistas, y se fueron al río Toachi; sin embargo, antes de que se termine la farra ya estaban de regreso… ¿Qué pasó? ¿Tomaron el cuartel?, preguntaron los dirigentes; y Garzón, el Jefe, contestó: ¡No fue posible! ¡Nos salió un perrazo!

Estuvieron unos meses presos unos cuarenta chicos en el Penal García Moreno de Quito, algunos un poco menores que yo, con 17 años, y uno todavía más joven -Anti- el “mutado” número uno de esta historia. Tres audaces escaparon (entre ellos mi amigo el recordado Coco Albarracín) de la poco estricta penitenciaría quiteña disfrazados de mujer y simulando las actitudes de quienes acudían a las visitas conyugales. Yo no caí preso porque pude huir antes de la escaramuza, casualmente, no por cobarde. Sin embargo jamás estuve para huir de nada y rehice mis contactos, esta vez a un nivel más alto con diversos agentes revolucionarios que pululaban por Guayaquil y por toda Suramérica.

Así fue como empecé a jugar en las ligas mayores- Anda y aprende con Yon Sosa -me dijeron- Acaba de distanciarse de los “cabezones” del Partido Comunista y ha iniciado un movimiento en Guatemala, el MR-13 - Ven, José Luís, conócete con Adolfo Gilly. Irás con él a Guatemala -me dijeron los contactos, unos “troskos” argentinos y uruguayos, mientras me presentaban a un argentino que aparentaba unos 35 años. Luego, cuando tratamos de entrar a Guatemala, en la frontera con México detecté un movimiento de policías y apenas logré escapar. No así Gilly quien permaneció preso en Lecumberry por seis años, donde escribió un libro llamado “La Revolución Interrumpida” y al salir, después de otros tantos años mutó convirtiéndose en mexicano, Profesor de la UNAM, miembro fundador del Partido de la Revolución Democrática, colaborador político del subcomandante Marcos y asesor de Manuel López Obrador, candidato a la Presidencia.

Yo, por mi parte, seguí mi camino y tuve mis acciones armadas “de verdad”.

Agarrado de mi fusil entré en acción por primera vez. Disparábamos como locos a la tierra, al cielo, a cualquier parte; me imagino que maté algunas culebras y quizá herí a alguno de mis compañeros. No lo sé; uno se enloquece cuando oye al enemigo…

Guatemala -particularmente su Ejército y su Universidad- fue el primer fallido laboratorio rebelde de Fidel Castro tras el triunfo de la Revolución Cubana y Marco Antonio Yon Sosa era un militar trotskista (éramos los críticos de los críticos y los rebeldes del mundo de los rebeldes) quien había iniciado la guerra de guerrillas sin mayores acuerdos con otros grupos comunistas

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- Ustedes dirijan la política, yo dirijo la guerra -había dicho a los dirigentes del Partido Comunista, abrumado por las tesis de los trotskistas que recomendaban imitar la Insurrección de Petrogrado y de los maoístas que proponían realizar otra Gran Marcha de Yunán por toda Centroamérica. Así eramos…

Antes de eso el Chino Yon fue uno de los asesinos -actuando con la asistencia del compañero Luís Augusto Turcios Lima- de Ranulfo González alias “Siete Litros”, Subjefe de la Policía Secreta durante el Gobierno de Ydígoras Fuentes.

Ranulfo a su vez había dado muerte a otro militar llamado Alejandro de León, primer líder del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13), bautizado así en memoria de una masacre de estudiantes en Guatemala ocurrida en 1960. Esa acción le valió a Yon que fuera ascendido a Jefe de la organización. Como ya indiqué, unos siete años antes de que yo vaya para allá, Yon Sosa estuvo en La Habana entrevistándose con el exiliado Presidente Jacobo Arbenz y con representantes de la Juventud Patriótica del Trabajo, tras lo cual Fidel lo envió a Guatemala para fundar en 1962 las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), junto con César Montes, otros ex militares compañeros suyos y algunos líderes del Partido Guatemalteco del Trabajo.

En 1964 el Chino Yon Sosa estuvo como líder del MR-13 en una convención guerrillera donde empezaron los desacuerdos que produjeron su ruptura con los personajes del marxismo local. No obstante, fue nombrado poco después Comandante de las FAR. En ese año fui a combatir a su lado. Más tarde, en los primeros meses de 1969 cuando yo ya no estaba en Guatemala, la guerrilla del MR13 había sufrido muchas bajas, por los que Yon Sosa se movió hacia Chiapas, al sur de México, intentando establecer contactos con un grupo de cubanos que estaban llegando, siendo capturado por el Ejército Mexicano, asesinado y enterrado en Tuxtla Gutiérrez junto con otros pocos colegas.

Otro de los fundadores del MR-13, Julio César Macías Mayora alias César Montes, tuvo más suerte. Mientras estudiaba medicina en Cuba escuchó la Segunda Declaración de La Habana, vivió la crisis de los misiles de octubre de 1962 y en noviembre regresó a Guatemala para ser cofundador de las FAR; luego fue Jefe de la Guerrilla Edgar Ibarra y más tarde Jefe del Frente Guerrillero Oriental de Zacapa. Tras la muerte de Turcios Lima -el compañero del Chino Yon-, Montes fue nombrado en 1966 miembro de la dirección militar y también Comandante en Jefe de las FAR. Después, en 1972, ya muerto y enterrado Yon Sosa, penetró desde México a la selva guatemalteca de Ixcán y fundó el Ejército Guerrillero de los Pobres. Diez años más tarde fue reclutado por el Frente Farabundo Martí de El Salvador (donde colaboró con mi pariente lejano, el feroz Anti, en la transición a la guerra después de la fracasada “ofensiva final”) y en 1985 se integró al sandinismo nicaragüense con el cual llegó a ser coordinador, asesor y capacitador de varias

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organizaciones centroamericanas; luego fue candidato departamental por Suchitepéquez en la Alianza Nueva Nación, la misma que obtuvo para Pablo Monsanto en 2007 el 0.6% de los votos para la Presidencia de Guatemala y para Rigoberta Menchú el 2.27% en 2011. Finalmente mutó en apóstata de la violencia y autor del libro “La Guerrilla fue mi Camino. Epitafio para César Montes” - A Yon Sosa lo traicionaron, lo cercaron, lo acosaron, lo entregaron al Ejército Mexicano para que ellos lo asesinen -yo comentaba a mis amigos meses después en Guayaquil, sin verificar si realmente era exacto lo que decía, indignado contra las jerarquías del Partido, entre ellos contra mi suegro, “El Toro” Martínez. Años después, mi amigo Leonardo Valdés, un veterano ex Profesor de la Inteligencia Cubana refugiado en Guayaquil, nos explicó su versión acerca del origen de esa y otras traiciones. Según él, Fidel Castro compuso y armó muchos movimientos revolucionarios en Latinoamérica -en esos tiempos en el istmo- para acosar al “imperialismo” y luego tener con que negociar con los soviéticos, con la CIA y con el State Department de los EE.UU cuando necesitaba algo de ellos. Era parte de su gran juego político.

Nunca pude estar quieto y pronto encontré otra causa en Guayaquil, al menos temporalmente. Había mucho que hacer, terminaban los sesenta... EE.UU había intervenido en Viet-Nam; Ben Bella había sido derrocado en Argelia; Malcom X había sido asesinado en EE.UU; Mao Tse-Tung había iniciado la Revolución Cultural; Onganía había tomado el Poder en Argentina; Los Coroneles también habían sometido salvajemente a Grecia; Israel había invadido Cisjordania; se había celebrado en Cuba la Primera Conferencia de la OLAS; los Tupamaros habían iniciado sus actividades subversivas en Montevideo; Las FARC habían tenido su Primera Conferencia Guerrillera en Sumapaz y habían fundado el Bloque Sur; el Partido Comunista-Marxista-Leninista colombiano, escindido del todo del Partido Comunista tradicional, había iniciado sus actividades con Fabio Vásquez Castaño y el ELN; los estudiantes franceses escribían “Prohibido prohibir” y “Conviértete en lo que eres” en los muros de París; el Presidente mexicano Díaz Ordaz había ordenado, y el Ejército ejecutado, la masacre de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco; y, en Guayaquil se había iniciado una intensa agitación urbana con el propósito de eliminar los odiados exámenes de admisión a la Universidad.

En realidad Guayaquil hervía desde hace varios años, a partir de lo que reconocíamos y celebrábamos como el triunfo de Fidel y los suyos en la Sierra Maestra. En la Esquina Roja de Boyacá y Diez de Agosto, bajo los macisos soportales grises del sólido edificio del diario El Telégrafo nos reuníamos los “Urjistas” (de la recién fundada Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas, URJE) con otros del colegio Borja Lavayen y cada noche atacábamos o repelíamos

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a los “niños bien” de Bocanueve (Boyacá y Nueve de Octubre) auspiciados económicamente -según decían- por el hijo de un poderoso banquero, quienes se concentraban a cinco calles de allí alrededor del salón de helados Bongo Soda, con sus motocicletas Gilera y sus autos Minicooper estacionados en el bulevar.

Durante el día los mítines se sucedían sin tregua. Mientras repartíamos el periodiquillo urjista llamado “El Diablo” corríamos perseguidos por la Policía siempre hacia el este por la calle Diez de Agosto en dirección al Reloj Público del Malecón; y atravesando los soportales de varios edificios de propietarios libaneses ubicados allí nos dispersábamos hacia el norte por la calle Chimborazo cruzando frente la fachada de la Catedral, o -mejor aún- cruzabamos el parque Seminario del lado donde debe estar aún el monumento con dos cerdos salvajes, precipitándonos por la larga calle Chile hacia el sur, bordeando la Biblioteca Municipal para refugiarnos en la Casona Universitaria que estaba una cuadra más allá. Los bisoños que se quedaban en la iglesia aparentando ser fieles, o en el parque tratando de mezclarse con los paseantes, siempre eran capturados.

En esa época URJE era la parte correspondiente a Ecuador del gigantesco programa subversivo de Fidel Castro para Latinoamérica. Sus dirigentes, la mayoría “agentes de compromiso” según la definición de los oficiales de inteligencia cubanos (yo no lo era, porque jamás percibí dinero ni beneficios), recibieron entrenamiento en las Milicias Nacionales Revolucionarias sobre tácticas y materiales de insurgencia, guerrilla y contraguerrila, teoría y práctica del uso de armas cortas y largas y explosivos de confección casera a base de clorato, granadas, cazabobos, incendiarias molotov, etc. Luego en cada uno de nuestros respectivos países confeccionaban instructivos que distribuíamos entre los jóvenes adeptos. Yo destribuí ese material entre mis colegas de “Vencer o Morir” y también le llevé un folleto a Ariel. Este recibió de mí uno de esos impresos junto con el LP con la Segunda Declaración de La Habana -enviado por Radio Habana Cuba- en su cama de enfermo con el mal de Scheuermann, pero no les prestó mayor atención; no les “paró bola”. Así siempre ha sido él.

Por esos años posteriores a 1959 la Universidad también estaba dividida entre anticomunistas (bautizados en 1969 por Ariel con el mote de “carabineros” cuando agarraron sus escopetas caseras para expulsar de los predios de la Universidad a los bachilleres rojos) y castristas; y no faltaban los enfrentamientos con lluvias de pedradas y uno que otro tiroteo. La Federación de estudiantes Universitarios del Ecuador -FEUE- organizaba congresos “anuales” cada mes, en los cuales los “chinos” del PCMLE procedentes de la Universidad Central de Quito, polemizaban ideológicamente con nosotros, con súbitos disparos a quemarropa que eran esquivados por los ágiles activistas costeños. Ese ambiente recalentado se encendió más a finales del convulso decenio, después de que el Presidente de la FEUE,

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Armando Conforme -misteriosamente suicidado poco después- decretó el inicio de la campaña para el libre ingreso de los bachilleres a las universidades del Ecuador, logro que benefició más tarde a la espléndida Maricarmen, aquella muchacha que fue después mujer de Ariel.

La “Casona Universitaria” -un céntrico y emblemático edificio de arquitectura barroca, sobrio y bello, que ocupaba toda una manzana rodeada por una alta cerca de hierro forjado y que entonces era sede del Rectorado de la Universidad- se llenó de estudiantes rebeldes y del “lumpen” de los alrededores. Armados de revólveres con balas-U, oxidados y sin cachas, secuestrábamos buses de transporte colectivo, asaltábamos los chifas y hacíamos toda clase de desmanes. En una ocasión me vi obligado a hacer disparos al aire para ahuyentar a una turba que estaba reventando a patadas a un pobre hombre, supuestamente “pesquisa” (policía encubierto), antes de que lo maten. El pobre serranito huyó como pudo y yo, como pude también, evité que se vuelvan en mi contra y me asesinen.

La Junta de Decanos de la Universidad, inmediatamente después de negar la primera vez en el Pleno del Consejo Universitario la suspensión de los exámenes de admisión, fue secuestrada por una violenta turba de chiquillos dirigida por nosotros, estando entre los rehenes el mismísimo Rector. Los asustados ancianos fueron liberados a la mañana siguiente por el Presidente de la FEUE nacional de Quito, quien entregó también el local a las autoridades. En esa ocasión, la irrupción de los bachilleres fue facilitada por el audaz Coco Albarracín, el cual trepó por una ventana para abrirles las puertas del Consejo. El mismo Coco, al día siguiente organizó la “toma” del viejo puente Cinco de Junio ubicado sobre el Estero Salado y aledaño a la Ciudadela Universitaria, al oeste de Guayaquil. Luego los bachilleres que tenían invadidos los predios de la Universidad ocuparon nuevamente la Casona, en el centro geográfico de la urbe.

Poco antes de la trágica masacre de los bachilleres por el Ejército, ocurrida la noche del 29 de mayo de 1969, la Policía hizo un cerco en los alrededores de la Casona en respuesta a las manifestaciones de repudio a la presencia de Nelson Rokefeller en Quito, golpeando salvajemente a muchos estudiantes. Rockefeller había recibido una lluvia de tomates y pocos días antes había sido secuestrado el hijo del Ministro de Gobierno. Todo eso fue insoportable para una asustada segunda Junta de Decanos, la cual decretó el ingreso libre de los bachilleres a la Universidad, a pesar de lo cual la agitación continuó sin menoscabo alguno.

Nuestro propósito de revolucionarios no era la simple eliminación de los exámenes, sino la toma del Poder…

En esos meses de 1969 y antes de la masacre de la Casona el Dr. José María Velasco Ibarra, en su quinta presidencia constitucional estaba a punto de proclamarse dictador y el Ejército había rodeado con un cerco la Ciudadela

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Universitaria, ubicada entre los largos brazos del Estero Salado que penetraban profundamente en la geografía urbana por ese costado de Guayaquil, todavía ocupada por los revoltosos dirigidos por algunos del clan de Coco Albaracín -yo entre ellos-, los muchachos de la Juventud Comunista y los de URJE, entre otros grupos…

- Una ocasión vi a José Luís Vásconez -narraba Ariel Romero- cruzar a nado el estero Salado, por la noche, llevando una mochila con agua y comida para los muchachos que estaban en la Ciudadela, impedidos de todo por el cerco de los soldados. En otra ocasión saltó del platón de la pickup Toyota Crown de mi padre que conducía yo, desde la Avenida Kennedy igualmente cargado con una gran mochila de alimentos, en medio de la noche y de la balacera de los “milicos”. Yo, agachaba la cabeza y escapaba velozmente, pero creo que los disparos no iban para mí Poco después me cansé de esos cachondeos inútiles. La Casona había sido desalojada violentamente por el Ejército el 29 de mayo, asesinando a muchos infelices que confiaron en las palabras del Vicepresidente, Dr. Zavala Baquerizo, un provecto hombre de bien, quien les dijo que no serían atacados. El Dr. Zavala había sido elegido Vicepresidente nueve meses antes, pero fue candidato por separado con la lista del Dr. Andrés F. Córdova -un encarnizado opositor de Velasco Ibarra que perdió apenas con 20.000 votos de diferencia- y entró en lugar del Dr. Víctor H. Sicouret, el médico guayaquileño que acompañó a Velasco en la papeleta; por ello posiblemente Zavala no fue informado por quienes tenían ya planificada la matanza. Yo intuía lo que iba a ocurrir y salvé a los dos o tres íntimos con quienes alcancé a toparme. Escapé con suerte mientras el cerco militar se acercaba -tras causar un apagón en toda la zona- como manada de lobos en medio de la noche… *** - Esa fue una de las tres veces en que debí morir -narró Ariel- Escuché, junto con los demás, las palabras tranquilizadoras del Dr. Zavala Baquerizo pero minutos después me atacó una de esas hambres invencibles de adolescente y le propuse a Gorki Baroja, quien siempre me acompañaba, para salir a comer. Media hora después, mientras estábamos en un restaurante chino cercano a la Casona, súbitamente empezó el asalto ¿Puedes imaginar el estruendo provocado por unas cuarenta, o cincuenta, o cien ametralladoras disparando simultáneamente durante unos 5 ó 10 minutos? Los meseros bajaron rápidamente la puerta enrollable del “chifa” y quedamos adentro, aterrorizados por la suerte de nuestros amigos. Al día siguiente fuimos a ver: había hoyos de metralla en todas partes, habían rociado con balazos las puertas de los baños, los tumbados y debajo de los

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tablones que arrancaron de la tarima donde estaban asentados los sillones del gran salón de actos de la vieja universidad. Debieron matar allí unas cuantas ratas. Después del desalojo, los militares no se quedaron; llenaron un par de camiones con cadáveres y se fueron esa misma noche, de modo que al día siguiente los muchachos universitarios, los bachilleres y los vagos de los alrededores volvieron a ocupar la plaza, espontáneamente, poco a poco y sin molestia alguna - Mi segunda muerte fallida -continuaba Ariel- ocurrió poco después. Salía con Ricardo Aguirre y otro más, de apellido Almeida, de la Escuela de Medicina. Los militares ya habían alzado el cerco pero las clases no se habían reiniciado.

Bajábamos de jugar ping-pong de la Asociación Escuela de Medicina, en el tercer piso del edificio. No sé por qué no salimos por la Avenida Kennedy, que era más cercana, sino por el otro lado, por la puerta principal, atravesando toda la ciudadela, desde donde media hora antes había escapado un maltrecho policía de las garras de los estudiantes, en la Facultad de Derecho. Apenas habíamos traspasado el portón, un automóvil Ford Falcon gris sin placas se detuvo junto a nosotros y salieron un par de sujetos vestidos de civil que nos encañonaros con armas largas. Recuerdo el gran agujero redondo de la boca del fusil acercandose a mi pecho. Dentro del carro les entregué la Walther PPK que cargaba y les oí decir “te jodiste”. En el Cuartel Modelo nos tiraron en medio de la tropa y recibimos muchos golpes de puño y puntapiés. En la boca sentí una muela desprendida y la escupí para no tragarla. El cerebro me funcionaba “a millón” ocupado en la tarea de sobrevivir. Luego nos llevaron al cuartel Quinto Guayas, que entonces quedaba por la Boca del Pozo, donde nos desnudaron en la terraza, nos arrimaron como escobas con la cabeza contra la pared y las manos en la nuca, y nos azotaron con algo que parecía un grueso cable del tendido eléctrico.

Yo era el último y me indignó, inicialmente, oír los chillidos de mis dos amigos, pero después noté que también a mí me salían solos tras cada latigazo, sin que pueda evitarlo. Luego un comando colorado y fuerte, pequeño de estatura, empezó a patearnos el abdomen desde atrás, hasta que se cansó un par de horas después. Para ese momento yo ya había desarrollado mi sistema: bajaba el codo cuando el infame me pateaba, calculando el instante que venía el golpe por el ruido de sus pasos mientras tomaba viada. Así creo que evité que me reviente el bazo como le ocurrió a Ricardo. El pobre estaba tan pálido que no sangraba, de modo que tuve que pintarlo con la mía para evitar que lo sigan castigando.

Después fuimos obligados a limpiar con la lengua la sangre de la pared y Almeida y yo fuimos devueltos al Cuartel Modelo, mientras Ricardo era operado de urgencia en el Hospital Militar. Pasamos esa noche en una celda pequeña junto a la jaula mayor donde estaban los presos comunes. Antes de eso, los policías nos arrojaron a la jaula común, pero los delincuentes solamente nos miraron con

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curiosidad, aunque uno me pidió la billetera donde sólo estaba la foto en bikini de mi novia de entonces, la cual me devolvió enseguida con grandes muestras de elogio. Al día siguiente nos trasladaron a la Penitenciaría, felizmente al Pabellón de Atenuados, donde nos encontramos con otros muchachos quienes competían en la severidad de sus heridas. Recuerdo uno con la piel de los antebrazos hecha jirones a sablazos pero yo superaba a todos. En ese pabellón conocí a Dante Reyes, el famoso “cuentero de Muisne”, quien había vendido el Reloj Público del Malecón a una pareja de gringos y quien me pidió dinero -que yo no tenía- por su autógrafo. También solían llamarlo Makoto Chimbolo, nombre bajo el cual había vivido como rey una semana en un hotel de Quito haciéndose atender como Embajador del Japón y dándose el gusto de pertenecer, al menos por ese corto tiempo, a la dorada burocracia parasitaria internacional. Una semana después fuimos presentados en la Alcaldía para ejecutar el Habeas Corpus. Los Abogados -supongo que enviados por el PC- nos sugirieron a Almeida y a mí que nos sentemos adelante, para ablandar el corazón de don Asaad Bucaram, el Alcalde de entonces, lo cual funcionó porque nos señaló con el dedo y dijo: ¡Ustedes dos, niños, vayan a sus casas! Yo para poder mirar tenía que abrirme con los dedos de cada mano los párpados hinchados y cubiertos de moretones; abajo, saliendo apenas del Palacio Municipal, a pesar de la orden del Alcalde me agarraron de nuevo. Me iban a matar como a Milton Reyes, un dirigente de la FEUE quien había aparecido esos días en una quebrada cercana a Quito con sus vértebras cervicales incrustadas a golpes en el cráneo, como un joven de apellido Brito quien había sido encontrado la semana anterior en el mar con las manos atadas hacia atrás tras ser arrojado en La Chocolatera de Salinas, o como 2 ó 3 más cuyos detalles no conocí. Me llevaban sometido en el piso del automóvil policial cuando pude alzar ¡un segundo! la cabeza, ¡para ver cara a cara a Enrique, mi padre, casualmente fumando un cigarrillo, algo que jamás hacía, en una acera de la calle por donde me llevaban! Antes de que me sometan nuevamente pude gritarle “¡Papá, me llevan de vuelta!” Así, mediante esa increíble coincidencia, porque que Guayaquil ya era muy extensa, fue como él supo donde había estado yo toda la semana en la cual unas voces femeninas atormentaban por teléfono a mi madre (¿quiénes habrán sido? ¿Hubo conexiones entre mis compañeros de estudios “carabineros” y la Policía?) diciéndole que no me busque inútilmente. Esa noche, cerca de las siete -recién se había ido la luz diurna- apareció por allí Vicentico Juárez, el padre de Biuty, una medio novia mía, quien estaba sacando un preso sin ser Abogado. “No digas que me has visto, me dijo, me conocen aquí con otro nombre”. Esa noche llegó el marido de Felicidad, mi hermana; se abrió la puerta de la celda y me ordenó con un gesto enérgico “¡Sal, sal rápido!”. Después supe que Vicentico no había abierto la boca y que había sido el Ministro de Gobierno, Martínez Merchán, amigo de mi bien relacionado cuñado quien le

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había dicho “No puedo firmar nada, le diré al Jefe del cuartel que le abra un segundo la reja para que te lleves a tu cuñado, luego… escóndelo bien” - Mis dos muertes debieron ocurrir en los días de mayo de 1969. Otra, anterior, súbita, cuando cursaba el primer año de medicina, les contaré, quizá después si hay ocasión: fue un feliz error afortunado con mi motocicleta - Estos hechos conforman el núcleo final de mi abandono a la violencia -continuó mi amigo- Del mismo modo como declaró José Eustaquio Rivera en su libro La Vorágine, “antes de haberme enamorado de mujer alguna, jugué mi corazón a azar y se lo ganó la violencia”, debo confesarles que yo fui el adolescente que se metía en fiestas ajenas en barriadas deprimidas y salía escapando de los iracundos hermanos de las jovencitas que acosaba; yo fui el que agarró del cinturón y por atrás a mi amigo Jimmy Casanova, sujetándolo fuertemente contra la puerta del Mini Cooper, obsequio de mi padre, para arancarlo de las manos de los furiosos individuos que se aprestaban a bebérsele la sangre, mientras echaba a andar velozmente el automóvil; fui quien imprimió hojas volantes en plena dictadura militar y luego rompió las seguridades de su colegio, el Vicente Rocafuerte, para dejar las hojas metidas en cada pupitre; fui el que agachó la cabeza mientras manejaba la Toyota Crown de mi padre escapando de la lluvia de balas que disparaban los militares que custodiaban la Ciudad Universitaria, mientras mi amigo Vásconez se perdía velozmente en medio de la noche llevando alimentos a los huelguistas que estaban dentro del cerco; en fin, fui el Ariel que huyó en la Toyota Crown color blanco (siempre robada temporalmente a mi bondadoso padre) de los filosos machetes esgrimidos por una horda de iracundos “montubios” en una remota fiesta rural en Canuto, Manabí, al norte de Calceta, donde fui a meterme con mis amigos de Guayaquil, mientras Negro Rade, el compinche local, me gritaba “¡Arronza! ¡Arronza!”

- Después de esos episodios y muchos otros más que he olvidado voluntariamente y de los dos incidentes mayores tan cercanos al martirio en mayo de 1969, sufrí dos transfomaciones hasta cierto punto contapuestas: primero, un dedén frío por la muerte “desatenta” (como decía Miguel Hernández en su Elegía); y segundo, el alejamiento definitivo de mi ciclo agitado y salvaje. Después, como ya les conté, observando el implacable México recibí la segunda vacunación que motivó mi alejamiento definitivo de la insensatez y la vesanía. Además ya tenía yo casi 30 años y era tiempo de cambiar *** Como ya dije, a pesar de los hechos que narró Ariel y todas esas cosas, me aburrí de “esos pitorreos” e hice planes, en los meses finales de 1969, para viajar a

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Cuba, la isla revolucionaria donde esperaba ser recibido como héroe, por el único medio disponible: secuestrando un avión de pasajeros.

Tres o cuatro años atrás, cuando escapé de Guatemala, llegué a México y allí pedí visado para Cuba en la Embajada. Ellos me la negaron. Veinte años después, en 1986, ocurrió algo similar cuando Arturo Jarrín, el de Alfaro Vive Carajo, pidió el mismo visado. Los cubanos se lo negaron y facilitaron su captura y muerte en Panamá. A Ecuador lo trajeron muerto, con media docena de tiros en la cara, muchos más en el cuerpo y con señas de tortura - El secuestro no será gratis ni barato -aclaré a Manuel Castañeda, mi amigo y compañero de aventuras- Dile a los muchachos que tendremos que asaltar un banco. Lo haremos en Las Riveras, pero no les digas a ellos dónde ni cuándo ¿Entendiste?

- Está bien José Luís, lo haremos -me contestó Manuel - Iré esta semana a reconocer el terreno. Hay que hacer la cosas bien, hay que ver las rutas de escape y conocer el movimiento de la sucursal, para encontrar algo de plata. Ya les ha pasado a otros que no encuentran ni medio centavo y se “queman” por nada - Entiendo, hermano- me dijo Castañeda- Ya pues, movámonos “hermano” -le contesté.

La semana siguiente tomamos por sorpresa a la pequeña sucursal y “retiramos” una cantidad suficiente para emprender la otra tarea. Falsificamos pasaportes, compramos armas cortas pequeñas e hicimos vuelos de reconocimiento para entrenar la mente; eramos ocho en total además de mi compañera Marisa Martínez, esmerada comunista e hija de “El Toro” Martínez -un jerarca del PC local- y nuestro pequeño hijo de brazos. Castañeda no participó, porque había estado preso previamente y temíamos que sea reconocido. Sin embargo, hubo un soplo…

Tuvo que ser de alguno de los que inevitablemente conocían la operación. Fui detenido antes de que el avión inicie el vuelo; felizmente sólo yo, porque era el único que había sido chivateado, quien había dado la cara en todos los preparativos. Marisa y los demás llegaron a La Habana. Yo no cargaba armas y fui absuelto…

Dos semanas después Manuel Castañeda, otros tres y yo, agarramos un pequeño avión que cubría rutas menores en el norte del país y lo llevamos a Cuba.

Manuel era quien fungía de “jefe” y quien encañonó al piloto. Los otros y yo, atrás,

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controlábamos a los pocos pasajeros restantes de la nave. A los diez minutos, sin embargo, aterrizamos en Pasto, en la frontera con Colombia - ¿Qué pasa? ¿Por qué aterrizamos? -pregunté, entrando violentamente a la cabina.

Había ocurrido que el piloto convenció a Manuel de bajar por combustible - ¡Arranca, pendejo! -grité mientras empujaba violentamente a Manuel fuera de la cabina, viendo que se acercaban por todos los lados policías y militares disfrazados de guaiperos, maleteros, gasolineros, etc.

- ¡No podemos, vamos a morir! -me respondió el piloto - ¡Moriremos pues! ¡Arranca, concha de tu madre! -grité y salimos, quedando bajo la nave otros agentes más que no habíamos visto siquiera. Hicimos en total once paradas en Colombia, Venezuela y El Caribe, hasta llegar a La Habana. Manuel estaba muy resentido; no me habló nunca más.

El recibimiento distó mucho de ser para héroes. Los jerarcas cubanos estaban hastiados de eso, o nunca lo desearon, querían mejorar su imagen, querían, en fin… sobrevivir: en enero de ese año había sido elegido Presidente de los EE.UU Richard Nixon, un viejo enemigo de la Revolución.

Nos llevaron a Miguelito, un campo de concentración cercano a La Habana, donde nos emplearon en trabajo “voluntario” picando piedra con martillos neumáticos que se me escapaban de las manos. Manuel lo hacía muy bien y con una mano, mientras que yo sufría con esa pendejada. Él era un forzudo montubio de la costa y yo apenas un pobre aprendiz de terrorista…

Padecí como los demás una serie de largos interrogatorios sobre mis “crímenes” reales y supuestos; algunos, según pude darme cuenta, denunciados por Manuel. Muchas cosas por las que me interrogaban sólo él las podía saber - Conocemos todas tus actividades “criminales” en Ecuador y en Guatemala -me dijeron, llamando así a mis actos revolucionarios- Eres un delincuente peligroso y no te queremos aquí -me repitieron una y otra vez los investigadores cubanos en las largas semanas que duró el interrogatorio.

En Miguelito conocí a otros muchachos quienes también habían secuestrado aviones desde todos los rincones de América. Había canadienses, norteamericanos, mexicanos, centro y suramericanos, quizá unos sesenta, en las mismas o peores condiciones que yo. Quienes más sufrían eran los “gringos”, particularmente un norteamericano joven e idealista a quien llamaban Johnny, de unos veinte años, el cual era particularmente blanco de burlas y críticas de los guardias y de los “compañeros”; lo acosaban por cualquier motivo, más que nada porque no sabía

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usar la escoba. Intenté inútilmente que respeten al muchacho, que no le agarren las nalgas, que no le boten la escoba con la cual llevaba la basura de otro al mismo lado, que no se burlen de su español jocoso, etc. Después de tres o cuatro años, antes de ser expulsado de Cuba supe que el gringuito había sido arrojado, o se había lanzado él mismo, desde el séptimo piso del hotel Habana Libre, en la capital cubana.

Salí después de seis meses del campo de trabajo gracias a una movida que hice. En un hospital de La Habana, donde había sido llevado con un grupo, alcancé a ver a un médico joven que se veía muy respetado, a quien había conocido fugazmente quién sabe dónde. El médico me recordaba y estimaba porque yo lograba eso con todos. Me hice examinar del amigo y este me detectó una hernia inguinal; así logré que me extienda un certificado de descanso obligatorio - ¡Hey! Juan Gutiérrez, ¡Doctor Gutiérrez! -me hice reconocer- ¿José?, ¿José Luís? ¡Chico! ¡Oye!, ¡tú qué haces aquí?

- Nada, Juan, ¿puedes atenderme un minuto?

- Por supuesto, dime… -contestó el médico Salí del hospital con mi certificado de invalidez en el bolsillo y a medida que me alejaba en el autobús junto con los demás hacia Miguelito por el malecón habanero, pensaba en mi próximo paso mientras miraba hacia atrás. Fuí librado del trabajo “voluntario” y puesto en la media calle en La Habana. Encontré a mi mujer, Marisa, quien era respetada por su posición de comunista impoluta e hija, como ya sabemos, de “El Toro” Martínez, un jerarca del PCE. Ahora me tocaba buscar como comer, lo cual consiguí con suerte y otra vez con audacia. En la calle abordé a una chica con uniforme, esa misma noche me la follé de pié por allí y ella me ayudó a conseguir un apetecido puesto de Profesor de literatura latinoamericana en el “Instituto Superior Preuniversitario Saúl Delgado”, en El Vedado - Hay que apurarse porque recién se ha desocupado esa plaza -me recomendó la miliciana y al día siguiente inicié mis clases- ¿Cuándo quieres empezar? -me preguntaron- Ahora mismo -respondí, porque sabía de memoria el tema.

A pesar de la antipatía que desperté desde el primer instante en el Director del Instituto, Lázaro Freitas, me mantuve allí casi cuatro años hasta mediados de 1973. Después, una mañana, Freitas me llamó a su oficina y me dijo - Eres muy “Nerudiano”. Pablo Neruda, junto con Vargas Llosa, García Márquez y Julio Cortázar han sido y siguen siendo agentes de la CIA y desde ahora está prohibido enseñar su obra en el Instituto. En cuanto a ti, mañana de noche serás juzgado en una reunión ampliada

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- ¿”Nerudiano”? -repliqué- Pero si tú mismo dijiste hace tres años, ¿recuerdas, en la reunión con el Ministro de Cultura?, que Pablo Neruda era el mejor exponente de la poesía latinoamericana y elogiaste el Canto General, lo cual de paso me parece lo peor de su obra… -Freitas me detestó aún más - ¡Qué raros son esos individuos! -acotó Ariel cuando yo le narraba mis aventuras, años después- Si revisas los capítulos finales de la autobiografía de Ricardo Arenas, llamada “Antes que Anocheza”, podrás ver como “El Pajaro” acusaba precisamente a Cortázar y a García Márquez de ser “mercenarios” de Fidel Castro… En cuanto a García Márquez, es increíble que el tal Freitas no haya estado enterado de su gran amistad con Fidel; es notable como los cubanos desconocían la vida privada de su líder El día siguiente, mi mujer, Marisa Martínez, me defendió valientemente, algo que me sorprendió gratamente. Acusó de cobardes a Freitas y su grupo, entre quienes también estaba ¡Oh sorpresa! Manuel Castañeda, quien se había sumado a declarar. Marisa les mostró un fax con un comunicado de apoyo que había conseguido rápidamente de su padre, “El Toro”, junto con las firmas de otros jerarcas del Comité Central del PCE y con firmas de apoyo del Comité Central del PC Chileno.

A pesar de todo fui expulsado del Instituto y se inició el trámite para mi deportación a México. Pero no me deportaban solamente por la enemistad de Freitas. Yo me había follado a la esposa de un Comandante; pero lo peor fue cuando defendí a un médico que era amigo mío, un muchacho brillante llamado Carlos Flores Murtiño, quien fue nombrado Subdirector del hospital psiquiátrico “Comandante Doctor Eduardo Bernabé Ordaz Ducungué”, la antigua Mazorra.

Como ese puesto era deseado para otro, recomendado de algún poderoso Comandante, le colgaron la usual imputación de agente del imperialismo y lo metieron preso. Yo fui a visitarlo en la cárcel donde lo llevaron. De hecho nadie sabía que estaba preso ni dónde. Yo sí; y fui a verlo para hacer el escándalo.

Conocía el lugar porque yo mismo había estado detenido unos días allí. Eso agravó mi situación.

Una semana después, tras el arribo de “El Toro” a La Habana y de algunas reuniones a puerta cerrada y varias fiestas privadas junto con otros invitados importantes y con un puñado de chicas del Tropicana, que causaron mi santa indignación y que produjeron mi ruptura definitiva con el hastiado “Toro”, discutieron enviarme a México (a una muerte segura porque allí la CIA era la más eficaz del continente) o tramitar mi deportación a Ecuador donde tenía una sentencia de prisión, la cual era más severa de lo usual porque con unas pocas semanas de diferencia otro grupo de secuestradores había asesinado a un Subteniente de la Fuerza Aérea, arrojando su cuerpo a la pista tras despojarlo del

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reloj muñequera y de un par de joyas de oro que exhibía en Miguelito vilmente el asesino - Los actores de ese otro secuestro, seis en total, fueron asesinados por los Servicios Secretos de Ecuador, uno por uno en diferentes partes del mundo; el último, aquel de las joyas, casi 15 años después, en Europa del este, creo que en Praga o Budapest… -le narraba a Ariel.

Resolvieron enviarme a México, no en vuelo directo sino por la vía del más seguro “corredor clandestino insurreccional” de Praga (uno de los “corredores” habilitados para burlar el bloqueo comercial) mentras “El Toro” se llevaba a su nieto para siempre a Ecuador; y, aunque Marisa hubiera podido regresar con su padre (ella no tenía problemas con la Justicia en Ecuador debido a que había participado en el secuestro del avión de la Empresa Nacional de Aviación con pasaporte falsificado y nombre ficticio), se quedaba a compartir la suerte conmigo.

Por ese tiempo, pese a que era un joven de 30 años muy saludable y con buena visión -que perdería parcialmente, tras ser torturado en 1985- empecé a ver, producto de la decepción y la angustia, todo gris y torcido a la derecha.

Finalmente, por cortesía a “El Toro” no me enviaron a México sino a Colombia, vía Praga; y como dije, “El Toro” se llevó a su neto y Marisa se quedó conmigo -¿Por qué El Toro no se llevó a Marisa? -me preguntó Ariel 42 años después- Primero, porque ella era mi mujer, pero sobre todo porque mi suegro no era mala gente, y sabía que sin ella me matarían sin contemplaciones -le expliqué - ¿Por qué no te mataron allí nomás, sin tantos trámites? -me insistió Ariel- Porque yo era conocido. Había sido maestro del “Pre” más importante de Cuba, había ganado premios; hubiera sido muy “foco” matarme allí. Ellos no hacen las cosas así -le aclaré.

Nos dieron un solo pasaporte para los dos y me preguntaron- ¿Qué nombre quieres ponerte? -Yo respondí- Pon José Luís Vásconez Solórzano -mientras pensaba que no deseaba morir con otro nombre que no sea el mío. Le dieron a Marisa dinero para que entregue a un agente cubano que nos esperaría en el aeropuerto de Praga y nos embarcaron en el avión - Entregarnos el dinero… ese fue el error de los malditos, quizá ablandados por El Toro -comenté a mi amigo.

En Praga nos esperaba el agente y lo eludimos inicialmente- Pasaremos por separado junto a él porque no nos conoce -dije a Marisa; y esquivamos al cubano tratando de embarcarnos hacia Varsovia, donde estaba Manolo, mi hermano

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- ¡Oye! Tú debes ser José Vásconez, ¡por qué no me buscaste! Debo embarcarte a Colombia -me descubrió el cubano del aeropuerto, un sujeto enorme y mal educado- No, “hermano”, yo voy a Varsovia, allí tengo familiares -fingí mientras veía alejarse a Marisa siguiendo mis instrucciones de comprar el vuelo más barato que haya a un país capitalista cercano a Varsovia - Te vamos a cagar aquí mismo, ¡hijo de puta! -gritó el cubano- ¡Entrégame el dinero! -Mientras escuchaba eso veía a Marisa quien me hacía señas para que vaya con ella. Yo no entendía bien que pasaba y ella me gritó - ¡Oye! ¡Qué se va el avión! -Yo comprendí al fin la jugada y me desprendí del agente, embarcándome con ella hacia Viena, a quince minutos de donde estábamos - ¡Ya verás, hijo de puta! -fue lo último que alcancé a escuchar.

Llegamos a Viena; yo, recordando la película “El espía que regresó del frío”, huyendo hacia el capitalismo. No tenía mucha confianza en Marisa a pesar de todo, porque yo era un terrorista trotskista y ella una “cabezona” del PC e hija del Toro Martínez, el cuarto hombre del Partido después de Pepe Sadi, Eduardo Gil y Zacarías Muñoz, una figura poderosa por allá, quien pasaba su vida recorriendo Moscú, La Habana, Praga, Budapest…

La sorpresa al llegar a un pequeño hotel de segunda, barato, en la parte vieja de Viena, fue enorme: ¡encontramos las maletas esperándonos! La de ella intacta y la mía con todo su contenido hecho pedazos, la mayoría papeles. Entonces fue cuando Marisa entendió que debía ir a Ecuador por la vía de Colombia, que no había forma de escapar de la Seguridad Cubana, y empezó a convencerme. Yo, al final cansado y enloquecido por el asedio, plegué - En Bogotá me matarán los mismos cubanos, así que tú tendrás el pasaporte y trataremos de viajar separados y como si no nos conociéramos -accedí. Además, yo conocía la eficacia de un aparato policial con el cual también había colaborado en la época en que creía que hacía lo correcto. Recordaba cuando estaba en una operación dos agentes fingían ser homosexuales, besándose apasionadamente en la calle mientras acechábamos a nuestra presa.

Durante el vuelo y por casualidad me enteré por una azafata que haríamos escala el Madrid y que teníamos derecho a quedarnos hasta seis meses sin perder el boleto- Marisa, hay esta oportunidad, quedémonos en Madrid -le rogué hasta que la convencí, como hacía con todos. Ella aplazó el reencuentro con nuestro hijo pequeño y accedió.

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Nos bajamos, sin ropa ni nada, sólo con un bolso de mano ya que las maletas siguieron el viaje previsto, saltando por arriba de un tren -una especie de Metrocasi sin dinero en los bolsillos. Pero Marisa tenía un pariente en Madrid.

Comenzaba el año 1974 y el mundo se había puesto difícil. Pinochet había derrocado a Salvador Allende. El ejército colombiano en la Operación Anori había dado muerte a los hermanos de Fabio Vásquez Castaño y había desatado una feroz campaña represiva, con notables violaciones a los derechos humanos. En Uruguay, el Presidente Boldaberry, convertido en rehén de la Junta Militar de Comandantes, había decretado el Estado de Guerra Interno permitiendo a los militares exterminar al movimiento Tupamaro y retener como juguetes de dolor a toda la dirigencia. En España el tardofranquismo daba sus coletazos de despedida, en los asmáticos últimos años del Caudillo. El Generalísimo había recibido el aval de occidente con las visitas de Nixon y Kissinger y había condenado a muerte a seis etarras en el odioso Proceso de Burgos. Además, pocos días antes, en diciembre de 1973, la Euskadi Ta Askatasuna, en la “Operación Ogro” había volado con 100 kg de dinamita colocados en un túnel construido bajo el pavimento de la calle madrileña de Claudio Coello, al almirante Luís Carrero Blanco, Presidente de Gobierno Español, con todo y su voluminoso Dodge 3700 GT dejando hombre y máquina sobre una azotea por arriba del quinto piso de un edificio, segundos después de que salió de misa y minutos antes de que acuda al Tribunal de Orden Público, para dar inicio al Proceso 1001 contra diez miembros del sindicato clandestino Comisiones Obreras.

No pudimos llegar a España en peor momento, de modo que tuve que moverme bien y rápido. Llegamos a la casa del pariente de Marisa y dormimos allí.

Por temor a los cubanos quemé el pasaporte y me metí como cargador en un mercado de abastos de Madrid. Me sorprendió el aseo personal de los abaceros españoles y su vestimenta, con saco y corbata y también la ayuda de una “gusano” cubano, exiliado como ya era yo, quien me ayudó a cargar con gran decencia las pesadas sacas, para lo cual yo francamente no servía.

Pronto oficiaba de contador en el mercado. Luego me enteré de que había un seminario hispanoamericano de periodismo en el Instituto de Cultura Hispánica y me fui para allá. Entre por las altas puertas del edificio Luís Martínez Feduchi, cercano de La Moncloa- ¡Qué hermoso! -pense y me dirigí de inmediato a la oficina del Director del Instituto - ¿Tienes credenciales? -preguntó el Director - No -respondí

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- Bueno, no importa ¿A qué diario representas, al Universo, al Telégrafo, al Comercio, a La Razón? ¿A cuál? -me sorprendí por los conocimientos del Director sobre la prensa ecuatoriana; yo mismo no sabía que había aparecido La Razón - Vengo en representación del periódico El Pueblo –dije descaradamente - El Pueblo no es un periódico verdadero, es sólo un semanario del Partido Comunista de Ecuador, una pequeña hoja con muy poca circulación -me replicó el Director, mientras crecía mi asombro. Pronto, al ver que fracasaría mi intento me empecé a poner maleducado y el Director, encantado, me dijo - Ya veo, tú eres de Guayaquil, eres como nosotros -¡Ustedes los españoles qué van a ser como nosotros! -le respondí- ¡Somos rebeldes, madera de guerreros!...

-No soy español, ¡soy vasco!; pero no importa, eres bienvenido -concluyó, mientras yo veía más cercanos y a mi alcance los sabrosos entremeses que calculaba que habrían en el evento- Haremos una cosa -continuó- Tú vendrás con nosotros, pero sin derecho a los paseos -a lo cual respondí- ¡No deseo ningún “paseo”! -quedando excluido sin saberlo, de las comidas, del café, de todo lo que me interesaba.

Así fue como me quedaba leyendo o contemplando obras de arte mientras los demás rodeaban la mesa. Eso al poco tiempo llamó la atención de los periodistas del evento -había muchos argentinos, chilenos, uruguayos- quienes estaban admirados por mi “devoción”. Pronto me “pararon bola” y empecé a hablarles y a contarles cuentos picantes. Parecía Jesús con sus discípulos. Entonces se me acercó el delegado del Director y me extendió los derechos completos. Conocí Málaga, Torremolinos, Sevilla... comí mariscos y contemplé lindas hembras en las playas.

Subí a la Giralda tres o cuatro años después de que mi viejo amigo, quien había sido enviado allá por su padre para evitar su recaptura, talló “Ariel Romero” sobre la cornisa de piedras amarillas de una de las ventanas de la torre- ¡Qué pequeño es el mundo! -pensé mientras leía el rústico grabado - Pónganme en el Polo Norte y yo me tiro a una osa y sobrevivo -pensé también cuando vendí en 50 dólares a un homosexual parte de mi producción, reescrita después de que fue hecha pedazos por los cubanos en Praga. Con eso el muchacho ganó un concurso de poesía y yo uno de relatos. El seminario era fabuloso. Allí hice amistad con León Canales, un cantautor chileno unos cinco años mayor que yo y con un tupamaro uruguayo llamado Álvaro Castillo, fugado del reciente Estado de Guerra Interno declarado el Montevideo. Unos meses después me enteré que el padre de ese muchacho había sido salvado- ¡qué pequeño es el mundo! pensé otra vez- por Tarquini, un ultraderechista argentino a quien también conocí en el seminario de Madrid.

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Tarquini era una fiera jugando el ajedrez, y le dije a Canales- Dame veinte dólares, voy a ganarle a ese pelotudo - No seas torpe, ¡te ganará! No perderé veinte dólares con un paria como tú -me rogó Canales - Pon, ¡concha!, ¡pon!, que le ganaré… -insistí y le gané.

Luego obligé a Canales a apostar veinte más y volví a ganar. El chileno detestaba a Tarquini, por su inclinación confesa a la ultra derecha; pero detestaba más todavía, aunque aún no lo aceptaba por completo, a los ultra izquierdistas como otro cantautor llamado Víctor Jara, aquel que era venerado por su aparatosa inmolación en el Estadio Nacional de Chile. Jara había sido su amigo y se portó muy mal en los últimos días del gobierno de Allende cuando Canales quiso dirigir un programa en la Radio Nacional. Jara se lo impidió aduciendo que la radio era cuota política del Partido Comunista -es decir suya- y que León no tenía chances allí. A cambio le amarró el viaje a España con pasaje de ida para sacárselo de encima, salvándolo fortuitamente.

Victor Jara murió por exhibicionista, por “lamparoso”, por ponerse a cantar y a gritar “el pueblo unido jamás será vencido” estando preso dentro del Estadio Nacional. Además por otra razón que conocí de boca de algunos exiliados en Europa: Jara había compuesto una bonita canción llamada “Preguntas por Puerto Montt”. En un parte, la canción dice …“murió sin saber por qué, le acribillaron el pecho, luchando por el derecho, de un suelo para vivir”… y al final dice …“usted debe responder, señor Pérez Zujovic usted debe responder, por qué al pueblo indefenso, contestaron con fusil”… Esta canción sirvió para que un comando del MIR asesine a Pérez Zujovic, quien ya rebasaba los ochenta años, en venganza por la matanza ocurrida en los años cincuenta cuando él era Ministro del Interior.

Entonces coincidió que el hijo de Pérez Zujovic era íntimo amigo del Jefe de Carabineros del estadio y consiguió venganza de ese modo. Destrozaron a Jara.

Después de ganarle, devolví a Tarquini y a Canales los ochenta dólares y se convirtieron en mis amigos- Yo soy fascista -nos aclaró Tarquini-, detesto a los comunistas, porque son burócratas, arribistas, resentidos y odiosos, pero adoro a Mao Tse-Tung. Este hijo de perra de Franco se me ha escapado. Él no es fascista, es un corrupto. Yo apoyé mucho a José Antonio Primo de Rivera, un hombre decente, diferente de este miserable…

- En fin muchachos -concluyó dirigiéndose a Canales, a Castillo y a mí- es una lástima que nosotros tengamos que matarnos algún día Eso no ocurrió; más bien, Tarquini, cuando fue necesario viajó a Montevideo en medio de la temible Operación Cóndor para sacar al padre, a la madre, a la

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esposa y a un hijito de de Castillo. Los llevó a su casa en Buenos Aires y los mantuvo allí durante varios meses hasta que pudo enviarlos a Suecia. En las semanas que estuvieron en su casa, mirando la televisión en la sobremesa vieron un programa donde se narraba un incidente causado por una bomba de ruido puesta en un cine de la capital argentina donde se estaba proyectando “El último tango en París”, aquella película que había sido prohibida por el franquismo porque Marlon Brando usa una barra de mantequilla en el trasero de su novia casual -¡Qué salvajes! -murmuró el padre de Castillo -Yo puse esa bomba -comentó Tarquini Marisa, por su parte, seguía insistiendo que quería regresar a Ecuador. Ella no tenía problemas -ya sabemos- con la Justicia de su país, pero había la dificultad del pasaporte conjunto que, además, yo ya había hecho desaparecer…

- Irás conmigo a la estación de policía a denunciar la pérdida -instruí a mi mujer Llegamos a la estación y nos sometimos al escrutinio de los desconfiados y duchos Guardias Civiles del franquismo. Entonces, cuando estaba a punto de fracasar la operación hice lo mismo que había hecho en el avión que secuestramos.

Esa vez yo había alzado los brazos diciendo ¡Aquí estoy!, ¡yo soy José Luís Vásconez!, facilitando que dejen irse a los demás…

- ¿Ya viste?, ¡estúpida! ¡Ahora qué mierda haremos! ¡Para qué fuiste a perder el pasaporte, hija de puta! -grité mientras gesticulaba en la cara de Marisa, confundiendo a los policías quienes nos extendieron las boletas donde constaba el reporte de la pérdida, con nuestros nombres verdaderos. Corrimos hacia la Embajada de Ecuador y nos hicimos otorgar nuevos pasaportes, también aturdiendo a un funcionario amigo.

Después tuve que calmarla, decirle que todo era teatro, lo cual ella aceptó parcialmente y un poco azorada. Luego pensé que debía salir de España porque la Policía no tardaría en averiguar quién era yo: desde la primera vez que estuve preso en 1969 tras ahuyentar con bombazos a los gringos de la United Friut en Tenguel, cerca de Los Torrentes, ya tenía un largo prontuario policial - Una cagada, hermano. Toda esa gente se quedó sin trabajo Después de un par de semanas ella ya se había ido a Ecuador y me fuí a Londres con Canales y el muchacho uruguayo, Álvaro Castillo. Ellos tenían algo de dinero y Canales manejaba un pequeño coche Fiat 600. Nos fuimos a Londres tras esperar a que yo reciba parte de un salario en El Corte Inglés, donde llevaba la basura de otro lado al mismo, igual que el pobre gringo de Miguelito.

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Salimos de Madrid un domingo de Junio de 1974 a las once de la mañana, rumbo a Bilbao. Tras visitar brevemente Burgos a las cinco de la tarde cruzamos el antiguo puente del río Bayas, donde supusimos que ingresabamos al País Vasco debido al nutrido destacamento policial que tuvimos que atravesar. Llegamos a Bilbao a las siete de la noche con plena luz. Al día siguiente, muy de mañana pero sin prisas salimos rumbo a Francia. En Villa Belza vimos una montaña hendida en dos por el camino y al lado derecho un castillo tallado en la roca, lo cual nos gustó mucho, aunque todavía más bella fue la sensación de dejar España a salvo.

Llegamos a las once de la mañana a Burdeos sin problema alguno. Allí demoramos un poco, comimos unos sánduches que preparamos con restos del desayuno de Bilbao y atravesamos de una vez hacia Tours - Buen carro -bromeé- cuando tomemos el Poder compraré uno Llegamos a Tours antes de que anochezca y buscamos un hotel barato en la parte vieja de la pequeña ciudad. Antes, fuimos a ver la catedral de San Graciano, que estaba cerca de la ruta, cruzando el puente del Loira - ¡Que esfuerzo! -pensé frente a las agujas góticas iluminadas por el sol del atardecer- Dios debe existir, para que se den tantos trabajos El tercer día hicimos el último tramo de 523 kilómetros hasta Calais, no sin antes revisar el coche- Hay que chequear la triple A -decía Canales recordando a Tarquini, su amigo de la Alianza Anticomunista Argentina- Agua, Aire y Aceite El resto fue tomar el Ferry, cruzar La Mancha y agarrar nuevamente el camino conduciendo por la izquierda hacia Londres, donde llegamos sin prisas a un hotelucho, propiedad de un libanés, a las once de la noche. Al día siguiente bajamos a desayunar a las nueve menos cuarto de la mañana, porque sabíamos que atendían hasta las nueve. Sin embargo el libanés había adelantado el reloj. Entonces León Canales el cantautor chileno, se subió una mesa, no con la guitarra sino con una escoba, blandiendo el palo como garrote y gritando indignado…

El “turco” se asustó y fue a sacar comida; no obstante, Canales y Castillo me pusieron de “campanero”, para vigilar que el maldito no la escupa. Comimos como náufragos y llevamos para el resto de la semana. En Londres me enteré de que unos muchachos de Argentina planeaban ir a Hamburgo. En seguida les pedí acompañarlos porque me había propuesto ir al Festival Mundial de Juventudes que se celebraría en Berlín Oriental.

Era julio en Alemania pero hacía un frío terrible. Sin embargo desde Londres ya había conseguido ropa adecuada en la Cruz Roja y en el Ejército de Salvación y obtuve más en Berlín en los mismos lugares. Crucé el muro por un puesto de control pagando 5 dólares y llegué al festival

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- Tú no tienes representación alguna -me dijeron allí los celosos comunistas de Ecuador, particularmente uno de Manabí apellidado Hidalgo, cuando la solicitéAdemás, “El Toro”, aquel que dices que es tu suegro, ya fue expulsado del Partido…

Yo sabía que eso no era cierto, pero me impidieron participar del festival, con lo cual me negaron también comida y alojamiento. Así fue como con un frío terrible dormía en una estación de trenes, en una bolsa de dormir que había llevado desde España. Aprendí a evitar la baja temperatura cavando un hueco donde me metía, dentro de la bolsa. El viento helado pasaba como un cuchillo por encima mío…

Trabajé en un restaurante y empecé a llevar suministros de fotografía desde la más desarrollaba Alemania Occidental a los muchachos del festival, quienes me llamaban “Ministro de Suministros”.

En esas condiciones viví dos semanas, mientras duró el evento. El último día tenían que ir León Canales y Álvaro Castillo a reencontrarse conmigo pero no me localizaron. La noche anterior me había ido con una parejita de gallegos de unos veinte años de edad, quienes me intoxicaron con algo que me brindaron sin pensar que enloquecería de tal modo que tuvieron que dejarme encerrado mientras fueron a trabajar. Así perdí contacto para siempre con León, pero gané otro casual, cuando me recomendaron que visite a un alemán que vivió en Ecuador -en Ambatollamado Jens Berge, dueño un pequeño edificio multifamiliar ubicado en Konradinstrasse 5, en Berlín occidental.

Los padres de Berge fueron judíos alemanes refugiados en Ambato durante el régimen nazi. Allí vivió Jens y pensé que quizá lo había conocido en el Círculo de Ajedrez de su provincia. Después de la guerra había regresado a Alemania, lo cual me recordó también la historia de otro ajedrecista alemán, dueño de una gran librería en Guayaquil, quien durante una gira deportiva en Alemania fue entrevistado en la televisión, siendo reconocido por su novia de la juventud a la cual siempre creyó muerta. Ella lo buscó y él dejó para siempre mujer, hijos, nietos, librería, todo.

Llegué a konradinstrasse, una estrecha calle empedrada y poco visible debido a los árboles de las veredas - ¿Abetos? ¿Qué serán? -pensé- Ahora mismo le pregunto Aprecié los pequeños balcones cuadrangulares con sus bordes cubiertos de macetas con geranios y las viejas paredes azuladas, limpias y con cicatrices recientes dejadas por las plantas trepadoras arrancadas. La puerta con el número 5 era de madera, gruesa y sobria, color caoba claro, debajo de uno de los balcones.

Toqué.

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Como me habían predicho, Jens Berge simpatizó conmigo y me ofreció una pequeña recámara en el edificio. Allí viví un año mientras trabajé en una fábrica que reciclaba metales y como mesero en un restaurante. Por iniciativa propia asigné una renta de 100 marcos mensuales para Jens, que regularmente pagué mientras también enviaba dinero a Marisa a Guayaquil, con el cual ella se pudo graduar de Economista en la Universidad Laica además de perfeccionar el inglés que tanto sirvió durante la emergencia que vivimos en Praga. En ese año hice contacto con muchos latinoamericanos que iban de paso y me hablaban de Suecia - Es un país libre, hermano, una maravilla, son muy generosos, hay trabajo y ayuda para los exiliados -me dijeron. Entonces tuve un problema en una rodilla y decidí ir allá. Estaba de Primer Ministro Olof Palme, quien doce años después fue asesinado en Estocolmo cuando salía del cine junto con Lisbet, su mujer, estando todavía en el cargo. Sacó toneladas de chilenos entre 1973 y 1974 después del golpe de Pinochet. Por eso lo asesinó la DINA de Mamo Contreras. Era una belleza de persona…

Al principio Berge no quería que me vaya. Finalmente, cuando insistí, sacó más de mil marcos que había acumulado de la “renta” y me los devolvió -Tómalo, es tu dinero. Anda y cúrate esa rodilla -me dijo; y no sirvió mi protesto. El dinero era mío - José Luís -me habló-, no te he contado a ti ni a nadie. Hace cuatro años estuve involucrado en una guerrilla guevarista en Bolivia. Conocí a varios de esos muchachos y un hermano mío de tu edad murió en Teoponte, al norte de La Paz. Entraron fingiendo ser alfabetizadores, un total de 75. Allí secuestraron a dos técnicos, por desgracia alemanes, y negociaron la libertad de una activista llamada Loyola Guzmán. Luego vino el desastre y no pudieron escapar del hambre y de las balas. Tú me recuerdas a mi hermano y a un muchacho ecuatoriano de ese grupo, procedente de Valle Hondo, cerca de donde viví, de apellido Costa, Santiago Costa-Moreta Jens Berge y su mujer habían estado muy expuestos en Bolivia tratando de obtener infructuosamente noticias del hermano de Jens, llamado Eugenio. Todos esos jóvenes murieron sin causar una baja al Ejército. Fue una aniquilación total.

Por causa de esos recuerdos ella inicialmente sintió aversión por mí, apreciándome más tarde - “Teurer sohn” -insistió ella- ese dinero es suyo y no hay posibilidad alguna de que usted no lo tome Antes de embarcarme hacia Suecia pasé por Rostok, en Alemania Oriental.

Allí me deslumbré viendo las inmensas instalaciones portuarias. Rostok había sido

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la sede de la gran industria aeronáutica y naval del régimen nazi durante la guerra.

Luego fue devastada en su totalidad durante los bombardeos aliados de 1942 y en 1945 fue tomada por el Ejército Rojo pasando a formar parte de la RDA. Después fue reconstruida en su totalidad siguiendo el mismo diseño anterior y volvió a ser el motor económico de esa zona del Báltico. Allí desembarcaban bananas de Ecuador y fuí a enterarme - ¿Qué clase de gente está formando el comunismo? -protesté cuando me enteré que un conocido exportador de Ecuador otorgaba regularmente cuantiosos sobornos a los dirigentes portuarios para que no desembarquen la fruta de sus competidores - Estos miserables provocan huelgas y dejan podrir las frutas en los barcos -me quejé…

En Suecia batí el record mundial de velocidad en asilo político. Todavía hay chilenos que lo están solicitando. Me asesoré bien y me convertí -según las palabras burlonas de Ariel- en “hippie rojo”, con melena y cintillo, protegido por el gobierno de Palme. Fundé el Centro Cultural Simón Bolívar, del cual fuí su Presidente durante diez años, invité al uruguayo Galeano para que de conferencias, lo mismo que a Pedro Garzón, el escritor ecuatoriano que había sido líder de la breve guerrilla del río Toachi. Allí conocí a los vascos - Te llevaremos a conocer a los delegados de ETA -me indicaron y en pleno Estocolmo me vendaron los ojos para llevarme a un lugar desconocido- Queremos que nos ayudes a que estos conozcan detalles del proceso de Burgos -me dijeron.

Allí obtuve el amor de una joven vasca -una educada mujer, Doctora en Geología- y me fuí con ella a conocer su País Vasco en enero de 1975. En esa fecha por alguna razón percibí la nostalgia por primera vez y estuve brevemente y de manera clandestina en Ecuador, encontrándome con Ariel Romero en los bajos de la Casa de La Cultura de Guayaquil, poco antes del viaje de él a México - Te he seguido la pista -me acosó el memorioso Romero- Te agarraron en un secuestro donde se fueron Marisa y otros a Cuba. Debieron registrarlos a todos y no les encontraron las armas, ¿dónde las tenían? -preguntó- Mira, hermano, no te daré detalles, solamente te diré que las mujeres tienen un coñote demasiado grande -respondí, dando por terminada la conversación.

Eso le contesté y no sé si me creyó. Además en el avión reconocí a un amigo que trabajaba en Inteligencia Militar -a quien después sus colegas asesinaron- de apellido Mogollón, cuando empezaron a registrar a cada uno de los pasajeros desde la primera fila; yo, más atrás, dije a Marisa - Te irás tú sola

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- ¿Cómo? -respondió asustada - ¡Te irás tú sola! -y de un salto me puse de pié, gritando - ¡Qué pasa aquí! ¡Yo soy José Luís Vásconez! ¡Soy periodista! ¿No hay derechos humanos? -tras lo cual me sentaron bruscamente, amenazándome de muerte.

Luego subió al avión uno de mayor rango y preguntó enérgicamente - ¿Quién es José Luís Vásconez? -luego de lo cual me capturó el Subteniente Mogollón y me separó del grupo. Había sido una denuncia específica contra mí, según me enteré después, de mi amigo y compañero de aventuras Manuel Castañeda. Después de las naturales golpizas e interrogatorios me sacó de la cárcel mi padre adoptivo, el Dr. Abelardo Vásconez con la asistencia de un versado Jurista quien hizo notar a los jueces que el secuestro de aviones todavía no estaba tipificado como delito. Además yo no portaba armas. Salí con la convicción de que mi destino estaba trazado - Tú eres un enemigo del Estado, un terrorista, y voy a matarte. No ahora, pero sí después de poco o de mucho tiempo. Serás tú o seré yo quien caiga -me dijo aquella vez otro Subteniente, cuya carrera vigilé muchos años con temor desde Suecia y desde España. Lo vi ascender a capitán y adquirir un enorme Poder en el aparato de seguridad militar; y finalmente, para mi tranquilidad lo vi enredarse en líos de narcotráfico que causaron su caída.

Volviendo a 1975, rápidamente saciada la nostalgia y tras conocer que mi hermana Melina había sido reclutada por la Policía Secreta de Ecuador justamente para vigilarme y entregarme, me alarmé y me marché otra vez. En España o en el “País Vasco” -como sea que quieran llamarlo- quise volver con mi novia pero me enteré que ella había estado viviendo con un hombre en los Estados Unidos, donde fue en esos meses. En realidad, se había “follado” a tres gringos, según ella misma me contó, lo cual yo no estaba en capacidad de aceptar ni superar, aunque ella temporalmente volvió conmigo.

Terminamos rompiendo y regresé a Suecia, donde mantuve mis contactos con la gente de ETA y empecé a entrenarme en el frío de la noche para combatir en el Líbano. La ruptura con la geóloga no se debió únicamente a los celos. También ocurrió porque Marisa llegó a Madrid con nuestros dos hijos, aquel que llevaron a Cuba en el secuestro del avión y otro que ella llevó en la panza a Ecuador, igual como hizo conmigo mi madre biológica, Rosita Secaira Montes, cuando huyó desde San Juan de Chunchi hacia la ciudad de Valle Hondo.

Marisa me localizó en Bilbao y me cayó de sorpresa, dejándome a los críos mientras se fue a recorrer Europa. La vida se nos complicó a mí y a la aseada, ordenada y prolija europea con esos dos mocosos mal disciplinados y poco pulcros.

Ella ganaba dinero como maestra y me daba algunos de sus alumnos para que les

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imparta clases especiales de Literatura y de Historia, materias que dominaba, y así alcanzaba y sobraba el dinero. Pero los niños también causaron gastos.

Fue una odisea. La geóloga dejaba anotada en una pizarra la lista de tareas que debían cumplir los niños. Cosas sencillas, como tender sus camas y recoger su ropa, pero ellos no hacían caso alguno. Luego regreso Marisa y se me metió en la cama, pero yo la rechacé.

Después de eso ella no me habló nunca más. Se fue a Suecia unas semanas, se ambientó allí y regresó por mis hijos, a los cuales se llevó sin avisar. Desesperado busqué a los niños por todas partes mientras la geóloga me decía- ¿Por qué te preocupas por esos delincuentes?, ¡Deja que se pierdan! -deshaciéndose para siempre también de mí.

Entonces fue cuando conocí a Luz Alzola y me marché de regreso con ella a Suecia, donde estuve un largo tiempo hasta mi retorno a Ecuador, en 1985, cuando expiró mi causa penal. Retorné con Luz, quien jamás dejó de ser una vasca, revolucionaria y temeraria mujer. Yo volví a rondar por los sitios de siempre, me enrolé como Profesor de periodismo en la Universidad de Guayaquil y sin que yo me dé mayormente cuenta ella se fue relacionando en actividades “light” con los Alfaro Vive Carajo, una guerrilla urbana de inexpertos que pronto sería aniquilada.

Una noche, por las doce, fue capturada junto con una amiguita nuestra, la infortunada Sandra Moreta, en su pequeño departamento, involucrada en el secuestro y muerte de un Juez de Guayaquil, torturada, violada, destrozada hasta el punto de perder todos sus dientes, parte del maxilar y un pedazo de escápula. Ella nunca supo con claridad si los dientes se le disolvieron por el terror, se le cayeron por infección -le metían la cabeza en un balde con mierda- o por los golpes. Su cabeza encaneció rápidamente y le quedó una mitad del tórax más pequeña. Desde entonces escuchó siempre las voces con acento andino y español de sus torturadores y terminó -tras ser rescatada malamente y tardíamente por la Embajada Española- en Suecia, escondida tras otro apellido obtenido mediante matrimonio.

Yo también fuí capturado y torturado, perdiendo mi ojo derecho y parte de mi cordura según las opiniones de mis desafectos. Tras unos pocos días eternos fuí rescatado por las autoridades universitarias y por la presión estudiantil. Más tarde, gracias a unos pequeños culos de botella, estilo Medardo Ángel Silva, que tuve que usar para corregir el defecto residual de mi ojo único, fuí motejado y me convertí para todos en “Tresojos”. Nunca había tenido “chapa” como revolucionario y ahora cargaba con ese ridículo mote. ***

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No me arrepiento de lo que viví y de lo que hice, ni me pesa el fracaso de la vieja izquierda que es también mi fracaso. Lo cierto es que de todo lo que fuimos sólo quedamos en toda Suramérica dos facciones residuales, los “cabezones” pro Moscú y los “chinos” del PCMLE quienes fueron primero pro Pekín y luego un corto tiempo pro Albania.

Finalmente, el poco liderazgo y la escasa representación que siempre tuvimos desaparecieron “de un solo plumazo” en 1986 cuando apareció la CONAIE, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, con sus propios líderes y con su orientación europea, ajena por completo a nosotros.

Los “cabezones” y los castristas ecuatorianos fueron inicialmente asimilados por la socialdemocracia en el Gobierno de Rodrigo Baroja, para cuya campaña incluso trajeron dinero de Fidel: pude ver al menos 150.000 dólares en un sobre manila entregado por un agente cubano que luego desertó. Después, al término de todo y antes de la crisis final, se ubicaron como pudieron alrededor de la mesa de El Presidente. Los “chinos” por su parte conformaron un partido que siempre quedaba de último en las elecciones, cuando no se se aliaba a algún “buen candidato” emergente. En cuanto a mi, a veces me rasuro completamente la cabeza para tratar de empatizar con la Inteligencia de Raúl. Yo también tengo que comer… *** Nada especial pudo motivar a la abuela de Anti para hacer lo que dicen que hizo a mi madre biológica, la pequeña Rosita, allá por el año 1936, cuando vivía en San Juan de Chunchi. No tenía razón alguna para odiar a la huérfana hija de su primo-hermano; y si en realidad lo hizo fue probablemente porque creía que la vida era así, que el sexo era así y que también los hombres eran así; creía que el amor debía ser robado, tomado a la fuerza como había ocurrido a ella y a todas las mujeres de su tiempo y de su tierra.

Si ella arregló con Juan Arguello el futuro de Rosita, simplemente continuó una usanza que santificó Cisneros, el cura amigo de ella. Quizá hubo otro motivo que “La Lucía” jamás hubiera admitido: una inexplicable y perturbadora dicha que le mojaba la vagina.

La ambigua serrana decía que tampoco percibió pago alguno -“las treinta piezas de plata que decía La Rosita”- de parte de Juan Arguello- “Si algo le pagó al Padre Cisneros -repetía-, habrá sido nomás para la ceremonia, o quizá algo más que lo acostumbrado por su parte en el arreglo que dicen que hizo de la edad de La Rosita. Yo, en cambio ¿Qué iría a recibir pues? Si quedé tan pobre como antes”…

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La vieja no era “tan pobre” como pregonaba. Su abuelo había trabajado mucho en su tierra fría y había dejado bienes que sus tíos disputaron como hienas tras su muerte, quedando algo para su padre quien supo al menos conservar lo recibido. Además, después de que nació su única hija y de que su marido, “El Rodrigo Mera”, la abandonó por razones que ella ni siquiera pudo adivinar, el cura Cisneros la ayudó a poner el bazar en Ambato, cerca de la iglesia, donde crió a la madre del feroz Antonio Ignacio Torres, Anti -mi mortal enemigo-, a la que llamó Lucía como ella y a quien casó -“Por la iglesia, no faltaba más”…

Por el año 1940 Lucía cambió su vida a la capital del Tungurahua -cerca de Chunchi- donde después de seis o siete años vinculó a su hija, muy joven, con un comerciante apellido Torres, dedicado al transporte de productos agrícolas a la costa, en particular a Guayaquil, donde finalmente fue a vivir con su familia, incluyendo sus tres nietos varones, a fines de los años 50.

Quizá, si “La Lucía” no hubiera llevado a Anti -su nieto menor- a Guayaquil, mi destino hubiera sido diferente... ***

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(17) “Anti” el mutado Desde que recuerdo todos me han llamado Anti, pero mi nombre es Antonio Ignacio Torres Mera, el nieto de “La Lucía” Secaira nacido en 1947, el menor, su preferido y también “el más inteligente” - “Fue a estudiar al exterior muy jovencito y obtuvo mucho dinero ganado honradamente” -repetía la vieja cuando volvió a saber de mí, ya casi en sus ochenta años.

Conocí a José Luís Vásconez Solórzano -Tresojos- antes del año 1962 en el grupo “Vencer o Morir” liderado por Ángel Gurumendi; luego compartimos acciones durante la guerrilla del Toachi que ocurrió ese año cuando él tenía 18 y yo quince o menos. Después, cuando Pedro Garzón, los demás y yo estuvimos en el Penal García Moreno de Quito, José Luís nos visitó regularmente; y sin adivinar cuánto influiría yo en su vida fue conociendo de qué material estaba hecho - ¡Hermano, estábamos bien forrados y aun así muertos de frío; y “Anti” vestía camiseta, desafiando a todos! -decía.

Según la bola de envidiosos y cobardes yo era un “auténtico hiperactivo audaz, sin conciencia y sin miedo”. Lo que ocurría en realidad era que yo me movía entre los mayores y aun entre los Jefes sin reverencia ni temor, con una clara percepción de mi natural superioridad en la acción. Participé en la guerrilla del Toachi en Santo Domingo junto con mis dos hermanos mayores, pero fui yo quien los llevé pues tenía los contactos, particularmente con Coco Albarracín, nuestro dirigente quien después escapó del penal junto con otros dos disfrazado de mujer y falsificando, con ayuda de un caricaturista, el sello de visitantes que los guardias estampaban en el antebrazo de las mujeres que acudían a los encuentros conyugales.

Después de varios meses cuando nos amnistió la dictadura militar “de los Generales de espada virgen” (llamada la “dictablanda” por los comunistas copiando el mote de alguna anterior en España) que sobrevino tras el golpe de estado contra Arosemena, inmediatamente me fui a La Habana, la meca de los hombres de acción. Allí recibí un entrenamiento militar que jamás necesité, porque el fusil para

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mí era como el piano para el niño Mozart, una extensión de mi propio sistema nervioso.

Igualmente como todos los revolucionarios extranjeros, junto con los aburridos cursos de Marxismo-Leninismo, filosofía política y literatura soviética, durante nueve meses recibí en el Punto Cero de Guanabo -el “Campus de la Revolución” que puso allí el Comandante para su proyecto continental- meticulosas instruciones impartidas por los guías de las Tropas Especiales -los únicos cubanos del “Campus”- sobre tácticas de guerrilla y contraguerrilla, además de arme y desarme de armas cortas y largas, automáticas y semi-automáticas, en especial las de fácil adquisición como eran la pistola Springfield de 9 mm, la pistola Garand, los fusiles Fal y los M-1 norteamericanos, la ametralladora Mendoza mexicana, la 30 y la 50. También fuí instruído en el uso de las bazookas norteamericanas y chinas y recibí prácticas de colocación y disparo de morteros. Recibí cursos de teoría y práctica de tiro con esas armas y especialmente el tiro de velocidad que los cubanos llamaban defensa mexicana. También aprendí, junto con el grupo de salvadoreños al cual fui asignado, falsificación de documentos, cambio de apariencia, robo de identidad, planificación de raptos y secuestros y técnicas de interrogatorio y tortura. Según lo que me comentó uno de esos vascos, mi grupo fue el primero en conocer las tácticas de guerra urbana impartidas por los etarras, los mayores expertos en el tema y los únicos instructores que no eran nacionales. Supongo que por mi juventud y temperamento fuí excluído de los cursos -que recibiría despuésde logística, coordinación y estructura; construcción y operación de equipos de transmisión y recepción; cálculo de antenas y medidas para contrarestar el radiogoniómetro (un sistema electrónico capaz de determinar la dirección de procedencia de una señal); radiotelegrafía militar en base al código-Q y claves convencionales, chequeo y contrachequeo - Voy a hacer algo para que los rusos no se vayan de Cuba… -me contaron que había dicho el comandante Fidel Castro a su círculo íntimo poco antes del inicio de las reformas de Gorbachov, y había continuado haciendo el ademán con la mano derecha de cortarse la pierna desde la ingle- …porque si lo hacen perderán una pata “desde aquí”. Voy a iniciar la guerra en Centroamérica, allí hay condiciones revolucionarias. Los voy a involucrar tanto en lo que se haga allí que no podrán irse sin grandes pérdidas estratégicas y de gente Eso debió ser una parte de lo que Juan Reinaldo -el que fue su gardaespaldasllamó el “Gran Juego” geoestratégico de Fidel. En todo caso, la Comandancia me envió a América Central, sobre todo a El Salvador, donde participé en las acciones iniciales de Cayetano Carpio que precipitarían después la guerra civil de 1980-1992, aquel trapiche de sangre que comprimió a esa nación de campesinos.

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Por el año en que fui, El Salvador estaba sumergido en lo que llamaron “época del autoritarismo militar” que se inició más de 30 años atrás, luego del golpe de estado de un General apellido Hernández contra el gobierno civil, en 1931. Después de la instauración de su dictadura, Hernández reprimió el alzamiento del año 1932 comandado por el indio Feliciano Ama, causando entre 15.000 y 30.000 muertos según testimonios de ambas partes. La insurrección de Feliciano fue fomentada por el Partido Comunista Salvadoreño, cuya figura más visible fue Agustín Farabundo Martí Rodríguez, recordado por haber sido fusilado junto a dos universitarios de apellidos Luna y Zapata.

El de Feliciano Ama fue un levantamiento improvisado, sin plan alguno y sin armamento suficiente, donde sólo importó para sus instigadores la acción en sí misma, mas no sus previsibles resultados. Es lo común -no me quejo- pero yo debía poner cuidado para que no me ocurra algo similar.

Farabundo Martí aún no cumplía los 39 años de edad pero supo morir mejor de lo que supo hacer la guerra y la revolución. Aceptó la entera responsabilidad por la insurrección, trató de exculpar a Luna y Zapata, rechazó al confesor, acusó al Ejército y a los burgueses por la masacre de “nuestros rangos” y reivindicó su acción diciendo que buscó “justicia para los pobres”. Como era previsible, transfirió a quienes vivimos un poco más que él un legado de acción violenta que infundió audacia a los revolucionarios que lo sucedimos, impulsados por la victoria de los compañeros en Cuba. Ese era el ecosistema perfecto para mí.

Los tres fugados del penal en Ecuador fueron inicialmente rechazados de la embajada de México y enseguida aceptados en la embajada del Brasil, donde se les otorgó asilo. En ese país sobrevivieron poco tiempo como comerciantes callejeros hasta que se fueron a Cuba. En La Habana los recibió el Comandante, facilitador de la aventura en Santo Domingo, y encontraron a muchos compañeros, entre ellos a mí…

- Coco, Anti llegó hace unas semanas. Está aquí en La Habana -le había dicho Pocho Marmolejo, uno de los compañeros de fuga de Albarracín- hay que hablar con él - ¿Torres?... ¿está aquí? ¡Uff! Se jodió el Caribe… -dicen que bromeó Albarracín¿Dónde está?, dile que venga… hay que ver que organizamos para él Pero yo ya estaba organizado. Como ya dije, iba a ser enviado a El Salvador para unirme a las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí de Cayetano Carpio, el que junto a otros pocos se había separado de los burócratas del Partido Comunista (PC) Salvadoreño, los cuales -según el flamante “Comandante Marcial”no terminaban de entender la inutilidad de la vieja estrategia antifascista de los

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Frentes Populares, diseñada para Europa por Iósif Stalin y Giorgi Dimitrov, el búlgaro que coordinó la Tercera Internacional Comunista, en el lejano 1935, que promovía una obsoleta alianza con las burguesías liberales “contra el nazismo y el fascismo”.

Parece que Carpio y sus compañeros no tenían la cómoda paciencia de los “cabezones” del Partido Comunista y del mismo modo que el guatemalteco Marco Antonio Yon Sosa -junto a quien José Luís Vásconez combatió brevemente por esa misma época- rompieron con la dirección del PC local y escogieron la inmediata insurrección armada, atendiendo a los planes continentales que el Comandante trasmitía con su red de Inteligencia. De hecho, como ya sabíamos, Yon Sosa estuvo en Cuba en los mismos meses que estuvimos Coco, Pocho, yo y otros quienes también sin demora fuimos enviados hacia los cuatro puntos cardinales de América Latina para replicar el triunfo militar de Fidel y de los suyos, siguiendo los planes hemisféricos del Comandante - Con respecto a ese triunfo y esos planes -ha dicho el cubano Valdés- hay mucho que rectificar, aún ahora después de 55 años del mito. En primer lugar el triunfo sobre Batista no fue solamente de Fidel y su gente. Ellos estaban a salvo en la Sierra Maestra, protegidos por Crescencio Pérez -al cual la Historia oficial ha tratado siempre de ocultar- mientras toda Cuba se desangraba contra el régimen.

De modo que esa teoría del “foco revolucionario” no tuvo sustento. Además la CIA apoyó activamente la insurgencia contra Batista, pero cuando Fidel Castro se declaró “comunista-marxista-leninista” se cortó también esa posibilidad. Por esas razones fracasaron todos los intentos insurgentes que él fomentó en el continente en la primeros años de la década de los 60 y también los demas que surgieron después de que lo intentó nuevamente y con mayor preparación militar. Por último, a Castro no le interesaba solamente el triunfo de esos movimientos, ya que tambien los utilizó como artículos para su negociaciones y tirijalas geopolíticos Debo reconocer “a estas alturas del partido” que aquello tuvo algo de cierto.

En todo caso en El Salvador y en otros parajes calientes de Centroamérica tuve la acción para la que había nacido. A pesar de mi edad -era “casi un niño”- fui uno de los más activos agentes de enlace entre la comandancia cubana y la preinsurrección salvadoreña. Estuve más de diez encarnizados y brutales años movilizándome entre Cuba, Centroamérica, Colombia, Ecuador y otros lugares de América Latina y casi no hubo acción armada en la cual no participé.

Afortunadamente no estuve durante los sucesos salvadoreños de 1981, la mal llamada “Ofensiva Final” auspiciada por el recientemente constituido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que terminó en una costosa derrota. Más bien después, ya convertido en un curtido revolucionario de 34 años fuí enviado a organizar la transición a la clandestinidad del FMLN y a la

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transformación de las células urbanas -en las cuales era ya un veterano especialista- en brigadas y batallones con asiento rural. Todo lo hice bien por mi buen criterio de estratega y porque me había ganado el respeto y el temor de mis compañeros.

Durante ese período de preparación de la guerra revolucionaria en El Salvador, yo -el ecuatoriano Anti- fuí uno de los más influyentes promotores de la segregación entre las estructuras militares de las Fuerzas Armadas de Liberación y del Ejército Revolucionaria del Pueblo y las estructuras políticas, lo cual nos llevó a conformar el brazo armado del Partido de la Revolución Salvadoreña y de la Resistencia Nacional.

También participé activamente, en este período de transición a la guerra, en la creación de una amplia infraestructura de talleres de fabricación y reparación del armamento para el FMLN, organización que había madurado desde su primera derrota. Trabajé concienzudamente otorgando tareas y áreas de influencia específicas a cada célula militar y coordiné con mis colegas del área política la defensa militar para las dos emisoras clandestinas de radio que se crearon en Chalatenango y Morazán, la “Farabundo Martí” y la “Radio Venceremos”. También, aunque sinceramente estaba hecho para la guerra y no para la reparación, coordiné las futuras acciones de movilización con los responsables de los hospitales clandestinos.

Amparados en la nueva filosofía caribeña y centroamericana de la Guerra Popular Prolongada creamos una tormenta perfecta que duró doce años, en una buena parte de los cuales, a pesar de mi veteranía y hasta que fue llamado de regreso a La Habana por la remota y olvidada Comandancia, actué casi exclusivamente en acciones de guerra. Fue imposible llevar las cuentas de los que maté con mi M-16 entre enemigos, desertores y traidores. Tal vez pude hacerlo los primeros meses, después las cifras se perdieron en el denso cieno creado por la lluvia de plomo y sangre que asentó en el fondo de mi alma.

Creo que el Comandante me protegió, quizá porque reconoció mi valía en la acción. Primero evitó que muera junto a Masetti en Salta y luego junto a El Ché en Bolivia; y después me retiró para evitar que sea purgado por la gente de Handal luego del asesinato de la Comandante Ana María y el “suicidio” del Comandante Marcial, producidos por la pugna surgida en el interior del FMLN entre los halcones de Cayetano Carpio -entre quienes estábamos el Comandante y por supuesto yo- y los moderados liderados por Handal, Leonel, Cienfuegos, Villalobos y Roca, quienes querían sumar a la lucha a los otros sectores relegados de la izquierda y proponían a una solución negociada del conflicto.

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Después hubo más pugnas, entre los comunistas como fue Handal y los gerrilleros como fue Joaquín Villalobos, las cuales Fidel no pudo subsanar, como sí hizo una larga noche de conversaciones en La Habana con los “nicas” Borge, Ruiz, Arce, Wheelock, Nuñez y los hermanos Saavedra, Danilo y Humberto, quienes serían Presidente y Ministro de Defensa tras el triunfo contra “Tachito” Somoza.

Debido en parte a la desunión insuperable de la cúpula del FMLN, la guerra se prolongó y experimentó en el año que fui sacado un escalonamiento tremendo provocado por la intervención de los Estados Unidos, cuyo Gobierno tomó para sí la total financiación de las operaciones antisubversivas. Esa fue la época de guerra civil abierta que duró ocho largos años, donde prosperó la represión de los escuadrones de la muerte del mayor D‟Aubuisson, los cuales actuaron con una ideología táctica que recomendaba la eliminación de las “bases logísticas” de la guerrilla, es decir el exterminio total de los desamparados. Por su parte la nueva Comandancia General del FMLN logró la incorporación al conflicto -con la eficaz ayuda de D‟Aubuisson y los suyos- de grandes sectores de una población que trató de escapar de la muerte refugiándose en la guerra. Así fue como la tormenta perfecta dejó tras su paso más de 75.000 cadáveres.

También cumplí misiones en Colombia entre 1970 y 1974, cuando el ejército inició el período más negro de asesinatos, torturas y violaciones masivas de los derechos humanos, desatado después de que “los elenos” -del ELN- intentaron “retirar” en Bogotá al Director de la Escuela de Cadetes del Ejército, imputado por la muerte en 1966 de Camilo Torres Restrepo, el cura guerrillero.

Fueron años de peligro y clandestinidad cuando sobrevino la Operación Anorí en la cual la Quinta Brigada del Ejército de Colombia dió muerte a Manuel y Antonio, los hermanos de Fabio Vásquez Castaño. En ese período también murió Domingo Laín, un cura español que viajó a a Colombia en 1966, tras la muerte de su colega Camilo Torres, para seguir sus pasos hacia la violencia y el martirio.

Después de la Operación Anorí, Laín, enfermo, fue asesinado en El Bagre, al nordeste de Antioquía, donde estaba asentada su columna.

Luego en el año 1974, mientras José Luís y su mujer fugaban de Cuba, de la Seguridad Cubana y del avión que los llevaba secuestrados a Colombia y mientras Fabio Vásquez Castaño tras apenas diez años de acción escapaba en sentido contrario -hacia la isla- de la ira de sus compañeros, yo regresaba calmadamente a La Habana para tomarme un merecido descanso mientras terminaba los aburridos estudios básicos de marxismo que entonces dictaba el cubano-búlgaro Leonardo Valdés en la Escuela Superior de Guerra. Con todo, estuve siete años en La Habana cumpliendo tranquilas labores burocráticas relacionadas con la “Ofensiva revolucionaria” y la confiscación de bienes decretadas por el Comandante, antes de que me envíen de regreso a El Salvador a colaborar en la transición a la guerra.

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La guerra revolucionaria estaba encendida en todo el continente en 1985, año en que regresé a Guayaquil. Pocos días antes el M-19 había asaltado el Palacio de Justicia en Bogotá e iniciado su guerra abierta contra el Ejército Colombiano. Las FARC, por su parte, contaban ya con 5.000 hombres en 29 frentes. No obstante tuve mi retiro como internacionalista. Tenía 38 años de edad pero estaba lejos de dejar la acción.

La jubilación de un revolucionario, es fácil suponerlo, no aporta dinero alguno, lo cual no era un problema para mí. En palabras más simples, con mi genio, arrojo y experiencia todo Ecuador era mío. Sólo tenía que mutar. Vásconez también regresaba por los mismos días tras la expiración de su causa penal, pero eso no era un ningún problema para mí; más bien pronto buscaría mi oportunidad de saldar cuentas.

Tenía muchos buenos tratos con los antiguos camaradas del grupo de Ángel Gurumendi, el líder del Frente Armado Estudiantil “Vencer o Morir” (VM) con los que contacté durante mis estancias en Ecuador. También mantenía comunicación con Coco Albarracín y con Efraín Rumbea Mateli, los cuales se habían dedicado a organizar invasiones de terrenos urbanos y rurales, aprovechando la inseguridad jurídica habitual del Ecuador y la legitimidad que les otorgaba el credo revolucionario.

Mi actividad en el VM se remontaba a mi violenta infancia -aún antes de la aventura del Toachi- cuando estuve a punto de matar a José Luís Vásconez por cobarde. Ocurrió cuando se opuso a una acción que consideró “criminal y suicida”.

Esa vez fuimos convocados al “cuartel” de VM (un cuartucho en el suburbio, en uno de los tugurios que construyó Altamira, la madre de Vásconez) para un operativo que había planificado Gurumendi, que consistía en volar con bombas de dinamita cargada en tarros de Sicafé el último de dos Jeeps militares que circundaban mansamente la Casa de la Cultura, donde un grupo de no más de diez huelguistas pasaban reunidos charlando, inadvertidos por la prensa y la opinión pública.

Después de volar el Jeep debíamos rematar a los que quedasen vivos, para lo cual recibimos las armas. Sin embargo, antes de hacerlo Vásconez se opuso, según él “pensando en las consecuencias contra los huelguistas” - ¡Qué importa!, que los torturen y los maten, no son más que una bola de “cabezones” -le gritó uno de nuestros compañeros - ¡Agarra a este bocón, traidor, hijo de puta -ordenó otro, un poco borracho con la “Perlita” que habían bebido poco antes y que yo rechacé, igual que VásconezAmárralo, vamos a matarlo…

Aquella vez todos quisimos reventarlo a tiros y a patadas, pero nos detuvo el hecho de que Vásconez era muy apreciado por el jefe. Luego llegó Gurumendi y

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dirigiéndose donde estaba él, después de quitarle la venda de los ojos lo recriminó con suavidad - ¿Cómo es posible que me hagas esto, hermano?, dañaste el operativo…

- Mira, Ángel -contestó- yo hablaré contigo, pero a solas - ¡No! -le replicó Gurumendi- estos son de confianza - ¡Mátame entonces! -le gritó mientras pateaba como podía una mesa contigua a donde estaba tirado y amarrado, y continuó argumentando su defensa -Tú mismo has dicho que hay que discutir las cosas, que no hay que obedecer ciegamente…

- ¡Sí, pero yo soy el Jefe de este operativo! -intervino otro compañero- debías obedecer -y José Luís continuó dirigiéndose a Gurumendi, sin mirarnos siquieraMira Ángel, yo siempre te he querido y te he admirado, pero esto que queríamos hacer es un asesinato ¿Qué íbamos a lograr con eso? Después del atentado los militares iban a matar a nuestros hermanos que estaban dentro del edificio - ¡No nos iba pasar nada!, ¡teníamos planeado el escape! -continuó replicando el afanoso - Esto iba a tener una repercusión terrible, íbamos a retrasar 50 años el movimiento -continuó dirigiéndose a Gurumendi y sin “pararnos bola” como se dice… sin hacernos caso alguno. El resultado fue que lo dejamos vivo y nunca más se habló de eso. En cuanto a los compañeros de VM, algunos siguen vivos. Unos son borrachos perdidos, otro trabajó para la Inteligencia Militar…

Aquella ocasión sólo los miré con desprecio y me aguanté los deseos de terminarlos a todos, especialmente al cobarde. Tuve mi oportunidad años más tarde, pocos meses después del retorno de ambos a Guayaquil, en diciembre de 1985 cuando Luz Alzola, la vasca, fue capturada junto a la chica Moreta por los Comandos Especiales de la Policía en su pequeño altillo, cerca el Mercado Central.

Sin consultar a nadie porque ya era mi propio jefe, busqué el contacto con un pesquisa, un agente conocido de Valle Hondo de apellido Moreta quien formaba parte del equipo de “interrogadores” de las dos mujeres, para sugerirle que agarre también a José Luís, el terrorista amante de la extranjera. En esa ocasión y por mi denuncia, algo que él nunca supo, fue sodomizado, colgado de los pies varios días, torturado con electricidad y pateado en la cabeza hasta que se reventó su ojo derecho.

Mi relación con Carlos Alberto Moreta era reciente. Cuando llegué a Ecuador mi primer interés fue la invasión de terrenos rurales que estaba en auge en ese tiempo, por lo cual reactivé mis contactos con Rumbea Mateli, quien lideraba las ocupaciones campesinas en zonas arroceras cercanas a Guayaquil. Allí conocí a Luz

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Alzola quien se había sumado al grupo de Rumbea en su afán por mejorar la vida de la gente que malvivía en esos ricos parajes y me enteré de la relación de ella con Vásconez. Después, cuando la vasca se alejó de esa “inútil” actividad -no había semillas, ni insumos, ni créditos, ni nada- y pasó a hacer tareas menores para el grupo subversivo Alfaro Vive Carajo, yo olí el peligro y puse más atención. Sabía que los de Alfaro Vive tenían sus días contados porque me había enterado por mis contactos con la Seguridad cubana, que estaban en Ecuador algunos israelitas ex Mosad, para ayudar a la Policía local a terminar ese problema. Entonces pedí a los cubanos, quienes no estaban muy a gusto con el grupo guerrillero, que me aproximen con los agentes que estaban en el entrenamiento, “para ver que se podía hacer”. En realidad yo conocía la eficacia letal de los agentes israelitas y pensé que sería más seguro infiltrarme. Así fue como vía La Habana-Tel Aviv-Quito llegó la orden de mi incorporación como agente doble en el grupo de Samael Baron, donde estaba Moreta.

Antes de que termine el año ocurrió lo que esperaba. Cuando ya estaba infiltrado el grupo de Baron recibí junto con ellos un encargo delicado: secuestrar al Doctor Roque Vicente Preciado Coloma, Ministro Juez de la Corte Suprema de Justicia, asesinarlo y hacer parecer que había sido una operación de Alfaro Vive Carajo. Eso lo supo después José Luís Vásconez de boca de su amigo, el finado Mogollón, el agente que lo salvó de morir cuando su hermana, Melina, estuvo a punto de entregarlo en 1975.

La ejecución fue sencilla. Bastó con agarrar al Abogado, tomarnos un par de fotos con los rostros cubiertos con pasamontañas y el cuello adornado con pañuelos negros marcados con grandes letras AVC en rojo y mandarlas a los canales de TV. Otros grupos se encargarían de agarrar a varios dirigentes que estaban ya ubicados, arrojar sus cadáveres junto al del Juez Preciado Coloma y montar el operativo de “rescate”, donde supuestamente todos morirían. Fue en esa acción cuando me fijé en la actitud de Carlos Alberto Moreta, que me recordaba el ánimo que mostraron algunos de los más implacables asesinos que vi en mis andanzas por el istmo - Hay que tener de amigo a este serrano -pensé cuando lo vi vaciar su arma en la cara de uno.

El resto fue sencillo. Los agentes buscaron a la Alzola en su cuarto ubicado en la azotea de un viejo edificio, donde cayó también casualmente Sandra, la “chica desconocida” que resultó ser sobrina del agente Moreta, retuvieron a las dos varias semanas violándolas y torturándolas con la asistencia de tres especialistas españoles enviados para investigar a la activista de ETA. Luego, respondiendo al clamor de la Asociación de Profesores de la Universidad de Guayaquil y de la Prensa, la Embajada de España consiguió que la vasca fuese deportada a su país, mientras que la otra muchacha fue desechada por su tío.

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Vásconez también salió por efecto de presiones similares de sus camaradas, después de varios días de tortura y dolor. Salió sin un ojo pero debo reconocer que con su moral íntegra, mientras que a Luz Alzola, su amante a quien jamás volvimos a ver, la subyugó el pavor de tal manera que llegó a declarar en Suecia - Tengo la sensación de que si recuerdo eso, voy a morir…

En fin… pronto olvidé el incidente y sin descuidar los movimientos de José Luís me centré en lo mío, en mi nueva actividad. Decepcionado como la vasca aunque por otros motivos- de los pocos y tardíos beneficios que otorgaban las invasiones a los predios agrícolas, me convertí en socio de Coco Albarracín para la ocupación de grandes terrenos urbanos. Había muchos, comenzando por unos extensos lotes que poseía la Universidad de Guayaquil, la cual por entonces ya se había convertido en una vaca preñada cuyos filetes desgarraban turbas de aprovechados después de la ocupación política que sucedió tras la eliminación de los exámenes de ingreso ocurrida en 1969 - Fue una Revolución al revés -más tarde escribió en un artículo de prensa Ariel Romero- Quisimos llevar la cultura universitaria a los hogares proletarios y terminamos llevando a la Universidad todos los estigmas de la pobreza y los duros modos de la sobrevivencia El sistema que empleábamos con Coco Albarracin era sencillo. Al principio ocupamos un inmenso terreno bien ubicado del norte de la ciudad, declarándolo propiedad de facto (que después lográbamos legalizar regando billetes en la Municipalidad) de la Universidad de Guayaquil “y de sus Profesores”, o sea nosotros. También escogíamos algún terreno grande de propiedad de la misma Universidad, de buena posición y con plusvalía previsible, llevábamos por la noche un grupo de paupérrimas familias emigrantes del campo y los hacíamos construir hasta el amanecer unas precarias pseudo viviendas de bambú. Allí se quedaban hasta que venía la reacción perezosa y tardía de las autoridades universitarias, quienes se resistían a vencer el pudor de desalojar a “los pobres”. Poco tiempo después “legalizábamos” a medias la posesión con autoridades cómplices a favor de los “beneficiarios” quienes pronto nos cedían a sus propiedades. Así nos apropiamos de valiosos terrenos donde prosperaron negocios que lucraron de la enorme afluencia de alumnos a las extensiones universitarias aledañas que se fueron creando por la demanda causada, precisamente, por la supresión de los exámenes de admisión.

Después, cuando se acabaron las propiedades de la Universidad el negocio continuó, con una modificación sustancial. Propiciábamos la ocupación nocturna de cualquier terreno baldío y luego “vendíamos” a las desesperadas familias, emigrantes del empobrecido campo ecuatoriano, los mini-lotes donde estaban

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asentadas sus casuchas, les extendíamos “títulos de propiedad” de fantasía y sin valor alguno y los dejábamos en las manos de Dios.

Nosotros, al inicio, y luego muchos seguidores de esa actividad sin patentes, creamos inmensas ciudades de miseria que el Cabildo porteño atendió malamente y como podía, sin atreverse siquiera a pensar en la palabra desalojo. Así fue como en los tres o cuatro decenios que siguieron la ciudad dejó de ser la acogedora villa de clase media que era por los años sesenta, para transformarse a finales del siglo en una enorme urbe de tres millones de habitantes, la mayoría ubicados en el gigantesco cinturón de miseria, insalubridad, violencia y desamparo que creamos con Coco y otros más, incluyendo muchos abogados de las nuevas camadas que parió la Universidad de Guayaquil, además de algunos emprendedores pastores de las nuevas iglesias cristianas que también crecieron como la espuma gracias a la clientela miserable conformada por los desplazados.

Ariel Romero estuvo en la Penitenciaría del Litoral luego de ser capturado por unos agentes de la Policía Militar junto con dos amigos en los alrededores de la Ciudadela Universitaria, a fines de 1969 cuando era estudiante; él escribió después que conoció a un “impresionante engendro” de la violencia suburbana de apellido Manturano. Lo creía muerto, según lo que comentaba, porque poco antes lo había visto en la televisión sentado en la tierra, con las manos atadas hacia atrás rodeando un precario poste de alumbrado, prácticamente carbonizado tras ser rociado con querosene y quemado, recibiendo violentos puntapiés en la cabeza, la cual le parecía “que iba a arrancársele del cuello tras cada acometida”, propinados por unos que se turnaban para la tarea - Este cholo es inmortal -debió pensar el médico cuando vio al enorme individuo más saludable que él y sin recordar siquiera lo que le había ocurrido.

Manturano era reconocido como el matador de un cura pedófilo que oficiaba en una barriada del norte de Guayaquil y había sido capturado por los guardaespaldas del Abogado Carlos Mendieta Fajardo, un traficante de tierras del sur de la ciudad, después de que le causó la muerte. Parece que Manturano se había tomado en serio su papel de justiciero o quizás algo le hizo el Abogado. Varios meses después otro interno lo asesinó.

La historia de Manturano fue reconocida por Romero en su escrito como muestra de los conflictos que se generaban entre los invasores y los capos. Al comienzo se había negado a integrarse al grupo de guardaespaldas del “Abogado”, por lo cual fue torturado y abaleado en una pierna. El acoso continuó hasta provocar el secuestro de su madre, lo cual le produjo una ira sorda que fue creciendo mientras buscó su oportunidad para vengarse, la misma que se le presentó una calurosa noche de verano mientras Mendieta regresaba de una sesión

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de gimnasia. Súbitamente se interpuso en su camino el iracundo cholo y sin pronunciar palabra alguna le disparó en el pecho con una cartuchera recortada, de doble cañón. Apenas caía el intocable Rey del humedal y del cascajo del sur de Guayaquil, cuando ya una turba enfurecida se encargaba del osado asesino. Al día siguiente, mientras Manturano luchaba por su vida en una sala de Cuidados Intensivos, varios miles de personas acompañaron las exequias del “líder de los pobres y de los postergados”.

Tambien murió Coco Albarracín de cáncer por al año 1990, época en que yo ya poseía ya un inmenso patrimonio. Entonces me sobrevino una segunda mutación que me convirtió, del burgués con pasión por el dinero que era, en un político ávido de Poder, la verdadera fortuna de los hombres osados. *** Poco antes del secuestro del Dr. Preciado, conocí al médico Ariel Romero en el hospital de la Seguridad Social, en 1985, cuando yo “escoltaba” a Matilde Josefa Arguello. Romero tenía unos 38 años -la misma edad que yo - Hola Josefa -dijo, llamándola con su segundo nombre- pase usted. Venga amigo, pase usted también -me invitó- ¿Es usted familiar de Josefa?

No contesté, mientras ingresaba con ella a la pequeña sala que usaban como consultorio- ¡Venga!, siéntese -insistió el médico, pero quedé de pié, atrás de la mujer, al fondo junto a la pared. Luego, cuando Romero se ubicó detrás de ella, para palparle el cuello, no sé por qué me retiré de un salto y salí sin decir palabra alguna - ¿Qué le ocurre a este sujeto? -debió pensar Romero porque enseguida preguntó a Matilde Josefa sobre mí - Es un familiar. Tiene negocios con mi esposo -le contestó la mujer, incómoda, dando por terminado el asunto - Ya no voy a seguir atendiéndote, Josefa -le había dicho Romero- Voy a renunciar.

Ya cumplí mi ciclo aquí y dejaré el puesto a otro. Tú ya estas curada; sólo necesitarás revisiones anuales. Dejaré todo eso anotado en tu expediente - ¿Tú crees? -ella preguntó nerviosa cuando salía de la habitación a la sala de espera donde yo estaba- ¿Estoy curada? -mientras el médico la despedía, sin responderle, con un beso en la mejilla. Después de eso Romero me miró por un segundo de modo tal que pude darme cuenta que lo había adivinado todo.

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(18) El nieto de Rosita Soy el hijo único de Matilde Josefa Arguello Secaira y del Economista Juan Ramón Preciado Coloma, quienes me bautizaron con el nombre de Marco Vinicio, el cual me gusta mucho. Nací en 1975, nueve años después del matrimonio de mis padres, cuando mi afanosa madre creía que ya no tenía esperanzas de concebir. Fui sobrino del respetado magistrado Roque Vicente Preciado y nieto -aunque me pese- de Rosita Secaira Montes y de Juan Arguello, su esposo “analfabeto y violador”, según las palabras de la vieja.

Nací dos o tres años antes de que se le descubra a mi madre un tumor maligno en la glándula tiroides que fue extirpado exitosamente. Ella tenía ya 34 años de edad cuando me trajo al mundo y supongo que no quiso tener más hijos, por su edad y porque seguía una tradición familiar. Ella suponía que también había sido hija única puesto que desconocía el misterioso fallecimiento de sus dos hermanos mayores y -por supuesto- también la existencia de José Luís Vásconez, de cuyo orígen me enteré después por intermedio de Anti y de mi adorado Jairo Antonio.

Gracias a Dios disfruté desde el inicio de mi vida de una holgada situación, como hijo único de una pareja de inteligentes y pudientes economistas. Matilde Josefa, mi madre, me amó con locura como es natural, mientras mi padre actuaba como un cariñoso y atareado auditor de grandes compañías transnacionales. Por ese tiempo el trabajo de ellos era muy solicitado debido a la creciente complejidad de las disposiciones emitidas por la Superintendencia de Compañías y el Servicio de Rentas Internas. Fui muy halagado por mi madre, lo que puede traducirse como que tuve una infancia feliz, motivo por el cual he mostrado siempre y en cada una de mis actividades profesionales una actitud serena, alegre y agradable, siéndome todo naturalmente más fácil. En realidad, toda mi vida fue una sucesión de episodios felices, excepto cuando mi tío Roque, un Abogado de prestigio y Ministro Juez de la Corte Suprema de Justicia, apenas ascendió a Presidente de la misma terminó su vida en un secuestro donde murieron todos los participantes. Yo tenía apenas diez u once años de edad, pero me marcó el sufrimiento de mi madre.

Cursé mis primeros años de escolar en el instituto San José de La Salle y después, cuando me tocó estudiar la secundaria, subí de categoría social al ser trasladado al colegio Cristóbal Colón, regentado por los Hermanos Salesianos, congragación que llegó a Ecuador tras una petición dirigida a ellos por José María

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Plácido Caamaño y Gómez Cornejo, el muy querido Presidente conservador guayaquileño elegido en 1883 por una convención conformada por “los mejores hombres de la república”.

El San José de La Salle era también un instituto de mucha tradición ubicado al norte de Guayaquil. Ocupaba toda una manzana rodeada por una altísima muralla verde, bordeada hacia el sur y el este por las calles Mendiburo y Baquerizo Moreno, respectivamente, donde 5 años después de mi ingreso y cuando ya casi terminaba la primaria, en el año 1985, una zagala, una muchacha, que resultó ser Maricarmen Moreta -quien después sería esposa del médico que curó a mi madrese salvó de morir en manos de los agentes de la Chevy Van roja, saltando rápidamente hacia el interior del edificio donde se alojaba. Conocí ese detalle casualmente mientras revisaba con Jairo Antonio unos antiguos informes policiales clasificados como “Samael Baron-1985” de los días en que ocurrió asesinato de mi tío Roque Vicente…

Ya mencioné que luego fui al Colegio Salesiano Cristóbal Colón, que estaba ubicado al centro-sur de la urbe, casi en el otro polo de la ciudad, cerca de la casa que adquirió mi abuela Rosita en la ciudadela Nueve de Octubre, un feliz año 1965.

Mi madre, por supuesto, ya no vivía allí.

El colegio donde fuí puesto a cursar la “secundaria” estaba situado donde comenzaba el tradicional barrio de El Centenario, donde la larga calle Chile (que mucho más al norte pasaba por delante de esa madriguera de comunistas que fue la Casona Universitaria) después de cruzar la calle El Oro tomaba el nombre de Rosa Borja de Ycaza en homenaje a una intelectual porteña que fue hija del médico y poeta parnasiano Dr. César Borja Lavayen, cuyo colegio -otro antro de subversivos bautizado con su nombre- estaba ubicado una diez o doce cuadras más al norte, después de los astilleros de la Armada por la calle Eloy Alfaro, la primera larga paralela contigua al inmenso río Guayas. Atrás del Colegio Salesiano, hacia el este, donde la calle El Oro terminaba en el río Guayas, se veían los colosales silos de la Industrial Molinera de propiedad del mítico acaudalado ambateño don Adolfo Esteban Naranjo.

Al principio me incomodó la discreta puerta del instituto, con dos doradas flamitas mal hechas con cemento, coronando un par de modestos pilarcillos a cada lado de la frase Colegio Salesiano Cristóbal Colón. Sin embargo no tardé en darme cuenta que la grandeza nada tiene que ver con el tamaño de las puertas: allí nos formábamos los auténticos líderes del país, los futuros presidentes y los ministros de Estado, mientras que los agitadores y los comunistas lo hacían -incuyendo Anti, mi pariente lejano a quien conocería después- a sangre y fuego en Colombia, Centroamérica y Cuba.

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Todo mi futuro se coció en el Colegio Salesiano. Sin duda el talento y el conocimiento de nada valen sin buenas relaciones. Por ello los curas de la familia salesiana quienes regentaban el colegio, tenían cuidado al elegir los profesores entre los mejores cuadros políticos del futuro del país. Para los educandos sentirnos vástagos de la familia salesiana significaba -a medida que ascendíamos y nos compenetrábamos con la institución- ser parte de una gran estructura educativa y de Poder que conformaba una vasta red que llegó a tener unos 22.000 religiosos en más de 120 países, fundada por Juan Melchor Bosco Occiena, mejor conocido como Don Bosco, un sacerdote nacido en el Reino de Piamonte en el siglo XIX. Facilitado, quizá, por mis genes provincianos andinos de los cuales no reniego, el lema salesiano “razón, religión y amor” permeó mi corazón hasta el punto de desear para mí la investidura sacerdotal, algo que discretamente evadieron mis compañeros. Así fue como en 1991 y después de enterarme de la horrible historia que contaba la abuela Rosita del abuelo Juan, pedí a mi madre ingresar al seminario de Valle Hondo - Está bien, hijito -dijo ella- si ese es tu deseo, se hará -poniendo una cara de desconsuelo tan pesarosa no pude sacármela de la conciencia. Matilde Josefa no amaba Valle Hondo y Rosita, mi abuela, normalmente muy callada, puso el grito en el cielo - ¡Dios mío! Yo creía que jamás volvería a escuchar de esas montañas empecinadas ni de esos pueblos desolados -exclamó sin detenerse a explicar sus expresiones mientras la miré sin pronunciar palabra alguna; hace mucho tiempo me parecía que la vieja estaba un poco chiflada. Me buscaron lugar en Quito, aunque rápidamente fuí sintiendo que mi destino no sería la oración. Desistí un año después.

Antes de sentir la locura por convertirme en cura cursé los alegres seis años de secundaria salesiana entre exámenes, eucaristías y deportes sabatinos. Al salir de las clases solía ir con mis pocos y escogidos amigos a un pequeño bazar frente al colegio para comer esos deliciosos galletones con miel que llamaban chumbeques, procedentes de Manabí, mojados en un vaso con leche. Gustábamos del beisbol, algo poco usual entre los chiquillos guayaquileños, aficionados a muerte por el futbol. De todos modos solíamos reunirnos unos cuantos muchachos con bates y guantes para armar breves partidos. Luego, cuando me quedaba solo iba vestido de pelotero y con el guante puesto a mirar a los muchachos jugar el “indor”, como solían llamar al futbol en cancha reducida y con una pelota de trapos envuelta con trozos de piel fuertemente cosidos con cordel. Me gustaba el sonido seco de sus patadas en el pequeño y pesado balón, el ruido frenético de sus zapatos frotándose sobre la cancha de cemento y los fuertes gritos con que ellos se animaban.

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Fui el mejor alumno de mi promoción y llevé la bandera todos los años en los desfiles de octubre. Soportaba el peso con argullo, aunque no entendía bien cual era exactamente mi premio. Destaqué en todas las materias, incluso matemáticas y la más abstracta álgebra, pero escogí la especialización de Sociales para seguir en la universidad la carrera de jurisprudencia, lo más apropiado para mí - ¿Estás seguro hijito? ¿Quieres ser Abogado? -me preguntó mi madre mientras mi padre miraba en silencio, concluyendo- cualquier cosa que tú hagas lo harás bien mientras decía eso yo me daba cuenta que ella evocaba con dolor el secuestro y asesinato de mi tío Roque Vicente, ocurrido diez años atrás. Miramos a mi padre y supimos que él también pensaba en lo mismo, pero notamos una chispa inquietante en su mirada- Luego hablaré con él -murmuró ella.

Juan Ramón -mi padre- era un hombre de talla mediana, un poco moreno, con el ondulado cabello negro peinado hacia atrás y con facciones regulares e inteligentes. Nunca engordó a pesar de que también desarrolló un problema tiroideo que no sabía definir bien a pesar de las explicaciones de Romero, el médico de él y de mi madre. Era bonachón y aparentaba estar ajeno a todo, algo perfectamente opuesto a su real temperamento agudo y perspicaz. Matilde, mi madre, intuía casi con detalles quienes cometieron el crimen del tío Roque VicenteAntonio Torres, ese maldito, fue uno de ellos, alcancé a escucharle murmurar con pavor, pero desconocía los móviles y por fortuna jamás intuyó siquiera quienes pudieron ser los instigadores y beneficiados - Este “man” supo algo y no me lo dijo -continuó diciendo, mirando a su esposo y usando ese anglicismo que gustaba pronunciar desde sus años de universitaria.

Supongo que si antes no tenía caso hablar sobre el tema, entonces creía que era bueno hacerlo debido a que yo iba a incursionar por esos caminos.

Mi paso por la Universidad Católica fue más que exitoso. Hice muy buenas relaciones y mejoré las adquiridas en el Colegio Salesiano; aprendí mucho de leyes corporativas y fuí becado a España a efectuar un postgrado en Gobernabilidad, lo cual, aplicado a Ecuador, fue el tema de mi tesis doctoral.

Estuve cuatro años en Madrid hasta 2001 y de regreso a Ecuador presenté mi tesis y obtuve el titulo de Doctor en Jurisprudencia a los 26 años de edad, mientras se desarrollaba la intensa campaña electoral que llevaría a la Presidencia a un locuaz ex Coronel con una carrera política meteórica parecida en todos sus elementos a la de su colega venezolano Hugo Chávez ¡Qué descaro! -pensé en aquella ocasión- Han diseñado el plan perfecto para asaltar las democracias, que patentarán y repetirán allí donde estas se muestren débiles. Han forjado un mini-clon “light” de Chávez en todos los detalles. Primero

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apareció unos segundos, junto con otros complotados, en la TV y con uniformes de campaña, en el Pleno del Congreso Nacional, para derrocar al impopular Presidente Constitucional. Nadie recibió un simple chichón en la cabeza (Chávez se hizo conocer en una aparición idéntica durante el golpe de 1992, cuando pidió las cámaras para rendirse. Hubo entre 40 y 50 muertos a lo largo y ancho de su país); segundo: fue confinado en un cómodo fuerte militar (Chávez estuvo dos años en una cárcel, mientas crecía su popularidad); tercero: fue amnistiado por el Congreso tras cuatro cortos meses (Chávez fue sobreseído por el Presidente Caldera, electo tras la remoción de Carlos Andrés Pérez, luego de permanecer preso durante dos años); cuarto: fundó un “movimiento” y dos años después se lanzó a la campaña presidencial apoyado literalmente por tirios y troyanos, hastiados de los fracasos y mentiras de la política tradicional (igual que Chávez); finalmente ahora presenta un “plan de gobierno” que es una copia al carbón, exceptuando las faltas de ortografía que saltan como piojos, del presentado por el venezolano ¿Quién o quiénes son los creadores de este engendro? Pronto lo sabremos… o quizá tarde, cuando descubramos lo felices que eramos… *** - ¿Cómo está, Doctor Preciado? Pase, El Abogado le espera - Gracias -entré en la sobria oficina de Guayaquil, ubicada en pleno centro y muy cerca del Palacio Municipal, y pasé directamente a una reducida sala de sesiones, dirigido por un individuo pequeño, de tez muy blanca y vestido con una elegante guayabera con mangas largas y puños almidonados. El Abogado era un ex Presidente costeño que mantenía intactas sus influencias, sobre todo en su región a la cual había convertido en su califato y no quería renunciar al mote de “dueño del país” impuesto por sus desafectos de la sierra - Iré al grano Marco Vinicio -me dijo, después de contestarme el saludo con un gesto imperceptible debajo de su gran bigote gris- Pronto la gente va a elegir Presidente al Coronel, pero no va a durar. No confío en él como no confía nadie que tenga dos dedos de frente. Ese militar no tiene nada que hacer en el palacio y la gente de Quito no lo va a aguantar. Yo sé esto porque conozco a los de su tipo.

Hizo de todo para ser electo, incluso ese mamarracho plan de gobierno comunistoide con la anuencia de la ultraizquierda y de los cabecillas indígenas.

No pasarán tres meses y los traicionará; y ellos se le van a beber la sangre…

Mientras El Abogado hablaba yo pensaba en el plan del Coronel con una serie de precisiones incumplibles que quizá pronto le costarían el puesto- ¿Por qué había hecho eso? ¿Porqué no usó un lema abstracto, como se hizo siempre: “Sí, se

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puede”, o “Pan, techo y empleo” o “La fuerza de los pobres” en vez de esa receta de cocina? Lo querrán fuera en un par de años…

- Así que quiero que usted se sume a mi equipo de trabajo -continuó El Abogadoquizá usted será el nuevo Presidente cuando pase todo este desastre -bromeóUsted fue alumno en la “ Católica” y sé que tiene muy buenas relaciones; además tiene muchos contactos con los curuchupas del Cristóbal. Ellos siempre están husmenado…

- Este carcamán manejará el país entero mientras viva -pensé- a pesar de las jugadas de los serranos. Es más hábil que ellos, si eso es posible. Conviene estar en su entorno; aprenderé más que en cien años en España - Este maricón me va a ser útil -debió pensar El Abogado mientras me veía caminar tratando inútilmente de ocultar los inevitables ademanes que el astuto viejo detectó desde el comienzo. ***

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(VI) CÓNDORES Y LOBOS

(19) “ El Taita” Santiago y sus vástagos Antes de continuar permítanme presentarme. Soy Maricarmen Moreta Gonzaga, hija de Fidel Saúl Moreta Meneses y Olga Gonzaga, bisnieta del mítico Taita Santigo y madre de dos bellas mujeres, Gabriela y Desiré, también hijas del Dr. Ariel Romero Garcés.

Comenzando el último decenio del siglo XIX, mi bisabuelo apareció de repente, quizá con unos 22 años de edad, en Valle Hondo, diciéndose procedente del legendario Sur. Acaso nunca supo su apellido y agarró el Moreta de algún diario, pero lo que le faltaba en alcurnia le sobraba en pinta, a pesar de los cual en esa sociedad tan cerrada tardó diez años en lograr un matrimonio ventajoso con mi bisabuela, una niña llamada Mercedes Regalado Corral, cuando todavía no era púber, por lo que demoró un par de años en consumar el matrimonio.

No tuvo prisa, pero cuando por fin ella dejó las muñecas, la tomó y le hizo dos mellizos -varón y hembra- y le hubiera hecho veinte más si ella no muere en el parto. Después del fallecimiento de Mercedes, durante 20 años jamás tocó una india, y no por falta de deseos sino por un inevitable instinto eugenésico que lo hacía buscar mujeres de su raza; además para él, quien era en cuerpo y alma un serrano pura sangre, el amor también era un bien que no se podía desperdiciar.

Así fue como después de enviudar se dedicó a trabajar con ahinco las tierras que fueron de Mercedes. Desde las cinco de la mañana lo podían ver los indios montado en su caballo buscando agua por los páramos y las laderas de los viejos volcanes extinguidos ubicados al sur del altísimo Nudo del Azuay, o por los hermosos valles donde organizaba las cuadrillas de siembra. Cultivó papas, tomates, mellocos, zanahorias blancas, granos y toda clase de verduras que enviaba a los mercados de la hambrienta y remota costa. Los chochos y la quinua eran dados a los campesinos para su alimentación y la caza -en esa tierra de ciervos, llamas y vicuñas- era de los cóndores y suya.

- Desde la Colonia -decía Ariel- hubieron tres polos de desarrollo marcadamente diferentes en Ecuador: el centro-norte serrano dominado por Quito, el centro-sur

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representado por Valle Hondo, y la Costa liderada por Guayaquil. La región de Valle Hondo fue diferente a la de Quito en el sentido de que no se llenó de burócratas chupones, transas y militares, sinó de emprendedores, aunque con la marcada relación colonial Latifundio-Iglesia-Trabajador propia de la Sierra Llegó a poseer en ese primer largo tramo de su vida empresarial cinco mil hectáreas -la mitad cultivable- una inmensa casa de hacienda y doce caballos, uno más hermoso que otro. Construyó su casa en Amaluza, en la provincia de La Loja, vecina de Valle Hondo, en un paraje con un verdor intenso y único ubicado en las laderas interandinas de la Cordillera Oriental, en terreno casi vertical. El otro lado de la cordillera, el amazónico, probablemente también era suyo pero ese era territorio exclusivo de pumas y caracaras. De su casa, para todos lados, sólo veía laderas de rocas colosales forradas de un verde penetrante y húmedo, que lejos de atemorizarlo lo fortalecían cada mañana.

Se ganó el mote de Taita (que en lengua quechua señalaba al “padre”, al protector bueno y generoso) porque respetó y alimentó a sus trabajadores con dignidad y aprecio. Los aconsejó en sus problemas legales y maritales y casi siempre sin éxito trató de alejarlos del alcohol. Otra habilidad que más tarde heredó su nieto Fidel Saúl, mi padre, fue el conocimiento de las virtudes curativas de las plantas. Así fue como salvó a 128 indios de una epidemia de algo semejante al paludismo, contraído durante un éxodo fallido a las laderas orientales. Conoció también muchas raíces con resinas coagulantes como la agrimonia del norte, el muérdago tropical, el alcanforero de Asia y sobre todo el almidón de la papa local con el que detuvo docenas de hemorragias de parto, salvando a las madres e indirectamente a los hijos, asegurándoles la leche.

Nada descuidó; y cuando todavía exhibía su ancha espalda y sus fuertes hombros, antes de que le salgan muchas canas se dejó crecer una larga cabellera rubia y rizada, que sobresalía debajo del sombrero de piel y que disputaba con la belleza de las crines de sus caballos. Así fue como lo conoció Rosa Sarmiento, la segunda hija de un matrimonio de linaje castellano, afincado en Valle Hondo desde la colonización española. Los Sarmiento tenían, como los Regalado, extensas propiedades y también alcurnia, algo que mi bisabuelo Santiago llevó siempre en el talante pero no en sus registros familiares.

Los Sarmiento decían que su linaje procedía de las batallas contra los moros libradas en el siglo once por Alfonso VIII y sus heroicos caballeros, uno de cuyos huérfanos fue nombrado así por el Rey debido a que dijo al serle presentado, en alusión al uso en batalla de haces encendidos, “Buen sarmiento sería aquí para los moros…” Todo eso más las historias de los descendientes americanos, procedentes de la rama de los señores de Sabroso y Salvatierra, afincados en Sevilla y llegados al Perú tras la conquista y después del tercer viaje de Pizarro, encantó a Santiago

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tanto como las propiedades cultivadas y con indios que ellos poseían. Mientras se ocupaba de todo el bisabuelo Santiago tuvo ocho hijos más, siempre legítimos tras su matrimonio con Rosa Sarmiento, cuatro varones y cuatro niñas sin una gota de sangre chola.

El Taita murió en 1956 a los 88 años por una infección dentro del abdómen, quizá provocada por la gangrena de la vesícula o por la perforación de un divertículo intestinal, según Ariel algo propio de su edad. Para esa época ya había enviudado por segunda ocasión.

De los dos mellizos que tuvo con Mercedes en 1903, el varón llamó Fidel Moreta Regalado, mi abuelo. Fue el encargado de administrar las propiedades que heredó junto a su hermana, también llamada Mercedes y afortunadamente solterona. Por su cuenta Fidel también adquirió tierras en El Valle, aunque con pocos indios y agua escasa. Los Moreta Sarmiento, como veremos, no se sumaron a los esfuerzos de mi abuelo Fidel, el medio hermano mayor que resultó como su padre -mi bisabuelo- bueno para el matrimonio, más no tanto para los negocios.

Por el año 1924 el joven Fidel hizo algo que no se le había ocurrido al Taita: impidió que el cura del pueblo de Amaluza marque a los indios deudores. Por esas fechas todavía subsistía en las zonas de Valle Hondo y La Loja la costumbre colonial de cortarles el lóbulo de la oreja a los indios que no aportaban el diezmo y que, además, eran hijos “naturales”. En cambio, si los padres del moroso habían sido casados el cura se limitaba a despojarlos del sombrero y del poncho - ¡Arrarray Padrecito! -cuentan que se quejaban cada uno de los adulterinos mientras el cura cortaba el lóbulo de la oreja con la uña del pulgar, haciendo un profundo tajo por debajo del trago, luego de lo cual de un tirón arrancaba la piezaDará soltando oreja nomás Su Merced -gritaban casi cayéndose de bruces, inclinados hacia adelante sin atreverse a meter las manos para impedir la pequeña mutilación. Cuando se acercó a la escena mi abuelo no pudo evitar una rara repugnancia al ver un pequeño reguero de trozos de oreja, arrojados a un lado de la columna de “bastardos morosos” que el cura había alineado frente a sí. Terminada la ceremonia y al día siguiente, en privado y después de consultar a su padre, durante la recepción que siguió a su segundo matrimonio pidió cortesmente al cura que evite esa práctica, que su gente se encargaría de quitarles aunque sea un par de cuyes.

Fidel heredó la apostura del Taita y siguiendo el ejemplo de su padre quien ya sabemos que por esas fechas se había casado por segunda ocasión con la Sarmiento, en 1925 desposó también a una niña muy joven llamada Carmita Meneses, igualmente de familia con linaje y dinero, con quien tuvo doce hijos y quizá un número similar de mortinatos.

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De los muchos hijos de Fidel y Carmita sólo se conserva el recuerdo de la bella Eufemia, de mi dulce tía Laurita, del infame Carlos Alberto y de mi padre, Fidel Saúl Moreta Meneses, el menor de los varones quien sus primeras nupcias con Olga Gonzaga me tuvo en 1959 a mí, Maricarmen su primogénita, y a mi hermano Fernando. Después de que enviudó, de su segundo matrimonio nació el pobre Juan David.

Mi padre me contaba que su hermana Eufemia fue una criatura primorosa, cuyo cabello rubio y brillante podía distinguirse cuando había sol desde las faldas de la cordillera del Nudo del Azuay hasta los prados verdes del valle donde solía caminar. Debió ser en uno de esos paseos cuando se prendó de ella Leonardo Efraín, un muchacho cuya familia -los Corral Moscoso, emparentados con la familia de mi bisabuela Mercedes- poseía tierras detrás del Nudo mentado y mantenía con los Meneses una enconada rivalidad cuyo origen ya nadie recordaba.

Fue una pugna de Montescos y Capuletos que no terminó en tragedia; sólo en la separación total de Eufemia de la familia, provocando el llanto cotidiano de su madre, por las tardes cuando bajaba la neblina.

Después de la temprana muerte de mi abuelo Fidel (cuando apenas tenia 53 años, por 1956, el mismo año en que falleció su padre El Taita) atribuída al Demonio por el anciano y rencoroso cura de Amaluza, mi padre pagó caro por ser el último hijo varón: no recibió más que malas caras, argumentos complicados y evasivas de parte de sus hermanos cuando hablaron de dinero, tierras y reparto, sumado a los problemas generados por la codicia de los Corral y de las familias de sus otros cuñados. Sin embargo, sinceramente no le importó. En esa ocasión fue inteligente - ¿Qué haría con esos pedregales que habrían dejado para mi? ¿Qué vida sería esa?

-se justificaba conmigo, mientras yo lo miraba “con mis grandes ojos de burrillo”.

Mi padre se hizo profesor cuando tenia unos 20 años y dos antes de que muera mi abuelo, en una época en que el Gobierno ponía una escuela en cada pueblo de la sierra. Se propuso no durar más de un año en cada lugar y lo cumplió sólo cuatro veces. Esa pretensión del éxodo-de-a-uno no fue porque era mal profesor. Por el contrario, era dedicado aprendiz de botánico, filósofo y políglota, entre otras intenciones “cumplidas a medias” según Ariel. Tampoco era antisocial.

En otras palabras, no deseaba huir de nada; más bien le agarraron deseos por una vida ligera de equipaje y quiso hacer carrera de endulza corazones, en su caso con pocos beneficios pecuniarios, basado según bromeaba Ariel en “la premisa universal de que no hay animal más mentiroso que el hombre enamorado”. De todos modos, durante esos tres cortos años conoció algunos pueblos y valles interandinos y amó a cada chiquilla que Dios puso en su camino, hasta que un fin de año ni él mismo supo por qué se fue a la costa.

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Los serranos que bajan a la costa perciben un cambio sensorial que dura para siempre. Agobiados por la presencia omnipotente de las inmensas montañas, por la amenaza de las enormes rocas pendientes sobre sus cabezas, por la niebla dos veces al día, por el fatigoso ascender y descender, por la humedad fría y mezquina de las mañanas y por la soledad de las tardes, de improviso tras una curva en la ladera se les abre la infinita planicie costeña, donde todo es más fácil. Acostumbrados a escuchar “suba por allá”, “baje por acá”, se encuentran de pronto girando “a la izquierda”, tomando “a la derecha” o caminando recto sin obstáculos. Los umbríos pobladores de poncho que se ven a la vera del camino son rápidamente reemplazados por hombres nuevos, limpios y alegres, que viven sin pensar tanto y que trabajan sin agobio. Las mujeres, ¡las costeñas! eran capítulo aparte.

Con ellas ¡parece mentira! de poco le sirvió a mi padre la pinta de europeo, tampoco la botánica ni el latín, peor el quechua. Él se quejaba medio en broma que el buen galán debe caminar, hablar, bailar y amar con ritmo y gracia; debe ser cortés, detallista, tener cada momento aspecto limpio y debe esconder bajo siete llaves el guambra, el taita, el alhaja, el vos… en suma: algo imposible para él. Fidel Saúl podía cambiar muchas cosas, pero todas no, y menos pronunciar con suavidad las erres. Lo dijo Ariel: suelta un serrano en cualquier lugar del mundo y hablarán como serrano él y sus descendientes hasta la tercera generación. Por todo esto y la pobreza (en la costa, el gobierno jamás se interesó en la educación) la estrella de galán de mi padre se opacó. Entonces, en el cantón El Prodigio, a unos 200 km de Buena Esperanza, conoció a mi madre, Olga Gonzaga, una amable mujer con quien tuvo dos hijos: yo, la mayor a quien llamó Maricarmen, y Fernando mi hermano menor. Finalmente, después de la enfermedad de mi madre que lo dejó endeudado para toda la vida con los doctores, me convertí en su pequeña compañera. Diez años después se casó con Blanca Lidia Cardoso, madre de la infortunada Sandra.

Dice un refrán que del abuelo rico siempre descienden hijos botarates y luego nietos pobres; sin embargo, esa no sería una sentencia justa para la descendencia de mi bisabuelo El Taita. Mi abuelo Fidel trabajó duro pero sin visión y compró tierras malas, yermas y sin gente e hizo malos negocios. Manejó con firmeza y decisión dignas de mejor suerte la fortuna de Mercedes (su hermana solterona) y de sus ocho medio hermanos Moreta Sarmiento, mucho menores que él. No obstante, a pesar de todo este patriarca de segunda generación dejó un enorme patrimonio para mi padre y sus hermanos, los Moreta Meneses.

Los tíos Moreta Sarmiento, en cambio, no tuvieron las mismas ganas de trabajar y no hay fortuna que aguante el despilfarro de cuatro bellos muchachos con ínfulas de abolengo, a lo que se sumaron como buitres los dos maridos de las mayores que se alcanzaron a casar. De sus hijos poco se supo, aparte de uno, que fue hijo único de la mayor de las mujeres, de apellido Costa, Santiago Costa, quien

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dicen que fue asesinado durante una redada policial en la zona del Teoponte, Bolivia, en 1970 mientras participaba en una guerrilla guevarista.

Los doce hijos del abuelo Fidel tuvieron mejor cabeza que sus tíos, pero con una insaciable mala suerte que los llevó a convertirse en tenderos tras dejar todos sus bienes en manos de Juan Curiquinga Sevilla, el voraz chulquero de Cunchibamba. Uno de ellos, Carlos Alberto, un año mayor que mi padre, tuvo otro destino, quizá más deseable para él según su particular punto de vista, pero terrible para quienes lo enfrentaron. Ya bastante mayor, cuando rebasaba los 50 años llegó a ser agente especial del Grupo Élite de la Policía Nacional y devino en especialista en “indagaciones” tras un curso rápido impartido en 1984 por Samael Baron, el experto israelita que -según lo que me dijo Ariel- trajo El Abogado en ese año. Sin embargo, también a él acarició la fatalidad cuanto tuvo que estrangular a su sobrina -mi querida “hermanita” y la hija de Blanca Lidia- quien después de haber sido seducida por su Profesor de periodismo fue capturada casualmente junto a Luz Alzola “La Vasca”, una comunista española. ***

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(20) Blanca Lidia Cardoso y su prole Cuando la conoció Fidel Saúl Moreta Meneses, el padre de Maricarmen, Blanca Lidia Cardoso ya no era bella ni muy joven, pero como él mismo decía “cuando falta el pan son buenas las tortas”. Primero fue asociada a la Federación de Mujeres Progresistas y luego asidua de la Unión Nacional de Educadoras, pero lucía diferente a las demás a pesar de sus esfuerzos. Era pequeña, un poco patilluda, con una cintura de avispa que ella ajustaba fuertemente y con un enorme trasero curvo, alargado y hundido hacia la parte baja, que la alegre y traviesa Sandra, su hija, bromeaba que era “de mosca” - Las “paisanas” de los valles andinos que son “buenotas” como tú, Lidita, tienen nalgas de mosca, largas y metidas hacia abajo, como si anduvieran c… ya sabes, y las “turras”, ¡peor!, tienen nalgas de corazón, anchas arriba y puntuditas hacia la parte baja, flojas y arrugadas Blanca Lidia presumía de haber estado frente al líder cubano Fidel Castro Ruz durante la visita de aquel a Guayaquil, en los inicios de la década de los setenta y durante una supuesta “escala técnica” después de su prolongada visita a Chile, cuando el Doctor Salvador Allende recién había sido elegido Presidente.

En ese momento, a finales de 1971, año en que murió la madre de Maricarmen (Olga, la primera esposa de Fidel Saúl) a los 36 años de edad y por causa de un cáncer del seno, el Dr. José María Velasco Ibarra terminaba, debilitado tras un vano alzamiento militar, su quinto mandato presidencial; el mundo estaba inmerso en la “Guerra Fría” y Suramérica estaba convulsionada por el triunfo de los comunistas en Cuba, doce años atrás.

A pesar de las presiones locales e internacionales y del repudio de la derecha, el pertinaz Velasco Ibarra, quien tres meses después fue desalojado del Poder, esperó junto a la cúpula de su gobierno a Fidel Castro en la suite presidencial del aeropuerto Simón Bolívar, donde llegó 25 minutos antes del aterrizaje de la nave de Cubana de Aviación. La entrevista fue aprovechada por los altos oficiales de las Fuerzas Armadas allí presentes para solicitar a Castro la extradición de los secuestradores de un avión de la empresa comercial del Ejército que dos años antes había sido desviado a Cuba, con la muerte del copiloto. Fidel no lo hizo, no vio por qué hacerlo y una vez más se salvaron José Luís Vásconez -el amigo de Ariel- y sus

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audaces compañeros; no así los asesinos del Subteniente, quienes fueron cazados por todo el mundo hasta su exterminio.

Fidel Castro fue brillante y seductor como siempre y hasta se dió el lujo de rechazar una pregunta de un presentador del Canal 6 de TV, Alberto Ferber, ¡señalándolo como “agente de la CIA”! Después hubo una cena donde estuvieron todos los personajes del Gobierno central y local, de la prensa y la TV, así como los altos jerarcas del Partido Comunista Ecuatoriano. Fidel, siempre canchero y expresivo, hizo temblar de pavor a los ministros ecuatorianos cuando preguntó al severo Velasco “por qué era tan flaco” con tan sabrosa comida.

Más tarde llegó el momento de la “prensa burguesa” donde estuvo una muy joven Blanca Lidia acompañando a Albia Cerón, una añosa dirigente comunista, en representación de la Federación de Mujeres Progresistas y de la Unión Nacional de Educadoras. La sagaz Blanca Lidia, serrana astuta al fin, no dejó de notar los contrastes de Fidel quien había sido tan cortés con la alta burguesía que conformaba los cuadros principales del gobierno y con la ultraderechista cúpula militar y que en cambio mostraba una enconada hostilidad con los insistentes periodistas. Primero se mostró irónico e incisivo, desplegando despectivamente un periódico local con sus dos manos, algo que imitaría muchos años después, quizás sin intención, El Presidente en sus diatribas semanales contra los medios. Luego acogió con cariño a una niña a quien habían llevado a saludarlo. En seguida argumentó que los campesinos ecuatorianos, por ser iletrados, no disfrutaban de la celebrada “libertad de prensa”, pero no supo que responder cuando un inoportuno le dijo - Oyen radio, Fidel - ¿Y quienes deciden lo que se transmite? Argumentó - Los dueños -le respondieron - Eso es libertad de empresa, no de prensa -sancionó - ¿En Cuba quién decide, Comandante? -replicó el atrevido periodista - Deciden los propietarios, que es el pueblo ¡Esa es la diferencia!

- ¿No somos todos pueblo, en Ecuador o en Cuba?

- Lo son, pero con la diferencia que un pueblo tiene y otro no…

- ¿Qué no tiene? –insistió el reportero - Me refiero a que ustedes no son dueños de los periódicos ni de las radios. En Cuba nuestros trabajadores, nuestros intelectuales, nuestros campesinos, son dueños de los periódicos, de la TV y de la radio ¡Con el perdón de los propietarios que pueda haber aquí!

- ¡No hay ninguno! -rieron a carcajadas

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- La verdad -pensó Blanca Lidia, con el temor de ser “escuchada” por su preceptora Cerón- es que estos muchachos se están haciendo odiar de Fidel con sus impertinencias y que debe ser imposible una actitud así en la isla, aunque fuesen los “dueños” de todo - Comandante, ¿por qué no hay elecciones en Cuba? -agarró el turno otro - Porque en Cuba no practicamos la demoracia representativa. Lo hacemos de otro modo mucho más directo, discutiendo las leyes fundamentales entre todo el pueblo, en los centros de trabajo…

- ¡Qué farsa! -escuchó Blanca Lidia decir a alguien por allí, asintiendo en silencio - Comandante, ¿y los fusilamientos? -se atrevió a decir un tercero - ¡Espérate!, ¿qué tú quieres preguntar?, ¿los “fusilamientos”? -dijo Castro volviéndose hacia el preguntón - Si, los fusilamientos, ¿también se discuten en asamblea popular?

- ¿Tú de que periódico eres? -espetó Castro - Diario La Prensa…

Con una inexplicable desazón para Blanca Lidia siguió el acoso de los periodistas y las apuradas réplicas del Comandante; luego, cuando llegó a su casa sintió ganas llorar.

Diez años después de que enviudó de Olga, y diez también después del episodio de Fidel Castro y los reporteros, el Profesor Fidel Saúl Moreta Meneses desposó a Blanca Lidia en 1981, madura y casi cuarentona pero bien conservada y sólo con una hija, Sandra, ocho años menor que Maricarmen. La conoció en la Unión Nacional de Educadores (ya sin género) donde él iba a fumar, a charlar y a buscar acólitos para ir a la gallera. Tenía 47 años, apenas nueve más que ella.

Era la mejor época de él como jugador y ¡al fin! experimentado galán; sin embargo no fue un mal esposo ni un mal hombre. Soñador no más… y “medio pelotudo” decía Ariel, “pero buena persona”. Decía Maricarmen que en su juventud fue “guapísimo”. Nacido en una de esas familias endogámicas de la serranía, conservó los ojos claros, las piernas largas, la musculatura natural y el cabello rubio oscuro de su padre y de su abuelo, el mítico Taita Santiago.

El año siguiente Blanca Lidia alcanzó a parir otro hijo a quien llamó Juan David como su difunto padre. Ariel sostenía que Fidel Saúl no era tan inteligente, por lo que solamente sus hijas Sandra y Maricarmen (después se supo que Sandra

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era en realidad hija de Fidel Saul y nacida en los primeros años de la enfermedad de Olga) salieron brillantes “por herencia mitocondrial, agotando la carga genética de sus madres respectivas”. En cambio Fernando, el menor de Olga, salió un poco rudo, aunque del tipo noble. *** Del otro, Juan David, el varón de Blanca Lidia, no se supo mayor cosa. Por veinte años pensaron que Juan David sacó algo de la sangre nómada de los Moreta porque su madre dejó de verlo a los doce años de edad, cuando abandonó el hogar por 1994. En realidad huyó de su tío Carlos Alberto hacia Colombia, siendo reclutado a la fuerza por la gente de Carlos Castaño, el líder de Los Masetos del Putumayo, para servir en Proyecto Contrainsurgente de las Autodefensas Unidas de Colombia. Mientras todo esto ocurría -sirve para recordar que la guerra en Colombia poco tuvo que ver con los dictámenes que provenían de La Habana- Fidel Castro ya propiciaba el Foro de São Paulo, donde planteaba, mordiéndose la lengua, la via electoral para la toma del Poder - ¿Sabes lo qué le ocurrió a tu hermana, Juanito? La maté yo, por comunista… ¿Eres tú comunista? ¿O eres maricón? -le preguntó Carlos Alberto a su sobrino Juanito - No sé de que habla, tío -contestó el niño, asustado.

Juan David Moreta Cardoso era perspicaz y silencioso; y aparentaba más edad que tenía, lo cual no se debía a su tamaño -aunque sí era más alto que sus compañeros- sino a una actitud sobrevalorada que era producto de los encomios desmedidos de su madre - ¿Cómo que no sabes de qué te hablo? ¡Comunista de mierda! Te vas a joder conmigo; tú sabes bien quien soy. Maté a tu hermana después de follármela y lo mismo voy a hacer contigo, ¡maricón!…

Carlos Alberto intentaba inimidar al niño, aprovechando la ausencia de Fidel Saúl y Blanca Lidia. Lo agarró con fuerza, le aplastó fuertemente el cañón de su arma en la cara mientras trataba de bajarle el pantalón - Ahora verás lo que se les hace a los comunistas - ¡Suéltame! ¡Viejo chucha de tu madre! -se defendió Juanito mientras el policía le golpeaba la cara con la mano derecha, después de soltar el arma Luego del amedrentamiento, Carlos Alberto dijo al muchacho- Escucha mujercita, ahora eres cosa mía. Harás lo que te ordene -y empezó a impartirle

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instrucciones para que recoga dinero en El Prodigio y transporte mercancía a Guayaquil. Esa noche, antes de que Blanca Lidia le haga preguntas por su rostro golpeado, Juan David huyó para siempre.

Juanito no recordaba siquiera la apariencia o la voz de Sandra, su hermana; él tenía apenas tres años de edad cuando ella desapareció en Guayaquil. Sin embargo durante los años posteriores, hasta el día anterior al incidente con su tío, presenció el dolor de Blanca Lidia y las recriminaciones que ella hacía a su padre por su poca participación en las incansables indagaciones suyas y por su “mirada estúpida” cuando le trataba el tema - Algo sabes, maldito, y me lo estás ocultando… ¡Habla! Dime algo! -escuchó decirle una ocasión, exasperada por el porfiado silencio taciturno de su marido. Sólo su cuñado Carlos Alberto se desvivía por ayudarla, acompañándola a cada nueva gestión que emprendía, actitud que también mantuvo esmeradamente después, cuando “Juandavidcito” asimismo desapareció, lo cual casi enloqueció a la tenaz y valerosa mujer.

Blanca Lidia se valió de todo, hasta de Maricarmen, la alejada hija de su marido, cuando era ya todo un embrión de psiquiatra y amada esposa del Dr. Ariel Romero Garcés, un reconocido especialista de Guayaquil, “blanquito y adinerado”.

Una tarde Maricarmen logró llevar a Ariel a ver la finquita que su padre había adquirido, con una pequeña fortuna heredada de “la tía Laurita”, cerca de El Prodigio- Ya verás -le dijo- tiene de todo ¡Está feliz! Me ha dicho que está poniendo en práctica todo lo que sabe sobre botánica y agricultura ancestral…

- ¡Vaya! -murmuró Ariel- “agricultura ancestral”; esta mujer adora a su padre…

Llegaron con Fernando, a quien ella quiso recoger en su casa de El ProdigioFernando, hermanito, vamos a visitar a nuestro padre a su finca. ¡No puedo esperar a verlo! ¡Vamos! -le dijo.

La propiedad era una pequeño lote ensombrecido con árboles silvestres, atravesado por un lindo riachuelo que se deslizaba entre las hojas caídas. Ariel no vió por lado alguno los cultivos “ancestrales”, sólo proyectos- Aquí sembraré maiz, acá remolachas -decía Fidel Saúl- Lo adora… -dijo para sí mismo Ariel segundos antes de que aparezca súbitamente Blanca Lidia, a quien Ariel no había conocido todavía, blandiendo un pequeño y viejo machete sobre la cabeza de Fernando - ¡Tu fuiste, maldito, devuélvemelos! -gritó al muchacho, quien no se inmutó ni intentó esquivar el golpe. Tampoco intentó Blanca Lidia herirlo auque tuvo todo el tiempo para hacerlo. Ariel notó que la mujer sólo fingía -Pobre mujer desesperada,

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nada tiene de loca, solamente está haciendo lo que cree que debe hacer -dijo y jamás la volvió a ver.

Juan David huyó hacia el norte sin otra muda de ropa además de la que llevaba puesta y sin dinero. Pudo agarrar algo que Blanca Lidia guardaba en un cajón de su dormitorio pero no quiso dejar ese mal recuerdo a su madre. Robó un poco por aquí, mendigó algo por allá, hasta llegar a Quito, la capital andina del Ecuador. Allí pudo quedarse pero temió ser aprehendido por los policías quienes lucían uniformes y actitudes iguales a los del tío Carlos Alberto - Estos no tardarán en agarrarme y enviarme de nuevo a El Prodigio -pensó acertadamente, por lo que avanzó más al norte, hacia Tulcán, la ciudad más septentrional del Ecuador por ese lado de los Andes. Aunque no tenía edad, dinero ni disposición para hacer de turista, no dejó de gustar de la gran cantidad de figuras que algún habilidoso había esculpido en los frondosos árboles del cementerio central de la pequeña ciudad. Esa noche durmió en una choza con paredes de barro endurecido y cubierta de paja, acogido por unos taciturnos indígenas y siguió en la mañana siguiente su camino hacia Colombia subido en el asiento trasero de una motocicleta. A pesar del hambre y las dificultades, estaba disfrutando de su breve libertad. Cruzó a pié el puente del Rumichaca y apenas pisó Colombia se sintió a salvo.

Estaba completamente equivocado sobre ese punto, pues -como se dice- caía del sartén a las brasas. El país norteño pasaba por el peor momento de su guerra interna; el ejército regular la estaba perdiendo y el Gobierno había metido las patas hasta el fondo al emitir un temerario decreto de consentimiento para las “autodefensas” ideadas por el siniestro narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, quien bajo la filosofía de “quien no está conmigo está contra mí” buscaba apoyo en diversas estructuras criminales para emprender una labor de exterminio contra los “comunistas”. Entre esas organizaciones estaba la naciente banda paramilitar de “Los Masetos”, una fuerza comandada en ese momento por un “para” muy joven, Carlos “El Pelado” Castaño, quien recientemente había facilitado el asesinato de Fidel “Rambo” Castaño, su hermano mayor, con ayuda de su coetáneo “Monoleche”.

Recién habían fracasado lo Diálogos de Paz de México (“debates que la guerrilla siempre usó para replegarse y fortalecerse” -alegaba Ariel) y las “autodefensas” se habían reagrupado y también expandían su actividad con el propósito de detener la penetración de las FARC en el Urabá antioqueño, al norte de Colombia. Entonces fue cuando Juan David fue “reclutado” mientras se bañaba, temblando por el frío, en el humedal que corría bajo el Puente del Negrito, cerca de la ciudad fronteriza de Ipiales.

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Rodríguez Gacha planeaba usar la organización de “El Pelado” Castaño y otras más de su tipo para emprender una gran ofensiva paramilitar contra las FARC y una brutal campaña de exterminio contra la Unidad Patriótica (UP), su brazo político. Para cumplir su parte de la tarea, Castaño se apoyó en algunos antiguos miembros del ELN y en otros comunistas disidentes de las FARC. Necesitaba combatientes y Juan David fue obligado participar, primero como mensajero y “mula” como era lo acostumbrado, justamente lo que había evitado ser en Ecuador - ¡Tú!, veamos lo que haces -le gritó el que llamaban “Monoleche” con fuerte tono militar a Juan David, el más joven de su ejército de niños, mientras le tiró en sus manos un pesado fusil de asalto- ¡Prueba esto! ¡Dispara! -David apuntó a un árbol, cerró un ojo y disparó, siendo arrojado violentamente hacia atrás mientras se cubrían los presentes, tirándose al suelo - ¡Hijueputa! ¡Párate bien! -gritó uno, pero no hizo falta esa recomendación porque Juan David ya estaba de pié nuevamente apalancado hacia atrás en una de sus piernas flacas y disparando con precisión sobre el árbol, al cual hizo pedazos.

Entonces fue cuando Jesús Ignacio Roldán, el paramilitar cuya jerarquía hacía notar mediante una larga bufanda blanca, de mirada intranquila, cuerpo compacto y facha completa “de manaba”, apenas ocho años mayor que él y apodado “Monoleche”, empezó a llamarlo “Manofría”, mote que Juan David tuvo que justificar con creces después cuando creció y se hizo hombre, no solamente por las cosas que hizo con el Ak-47 sino también por las que tuvo que hacer con el cuchillo.

Juan David tenía una embrollada mezcla de genes, que incluían los arrogantes de los “cóndores” Moreta, los formativos de Fidel Saúl y Maricarmen, los pertinaces de su madre Blanca Lidia y los brutales del temible tío Carlos Alberto. Todo eso sumado a su sino trágico y violento creó un obstinado sobreviviente que empleó veinte años en regresar. *** Corría en año 1998 y Juan David se había convertido apuradamente en hombre, a los 16 años de edad. Fue el período de máximo apogeo de las AUC, “El Pelado” Castaño ya comandaba 7.000 hombres y llevaba a cabo sus mayores masacres; también fue el año de la explusión de las FARC de la región bananera y de su sonada victoria en Quebrada El Billar, la cual desató la mayor ofensiva subversiva de la historia, llamada “despedida a Samper” en alusión al fin de la presidencia del ubícuo político. Después de su incorporación forzada a las filas de las AUC Juan David recibió entrenamiento en la selva, impartido por dos mercenarios israelitas cuyos numbres jamás supo, delegados por la empresa de seguridad del ex militar Jair Klein, quien supuestamente había dejado Colombia

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pocos meses antes. Aprendió rápido, incluyendo muchas cosas que no debió conocer jamás y que sus Jefes le ordenaron practicar durante las innumerables incursiones en que participó.

Sin embargo, para el 2004, cuando el niño de El Prodigio ya había “mutado” en un combatiente a tiempo completo de 22 años de edad, las cosas habían cambiado debido a la nueva política de fuerza impuesta dos años atrás por el gobierno de Álvaro Uribe. Era el tiempo del Plan Colombia contra los subversivos y de la Desmovilización de los “paras” *** - ¡Manofría!, ¡Juan David!, como se llame… Preséntese usted -le gritaron y Juan David se puso de pié de inmediato, agarró su fusil y formó una columna junto con unos 50 más, algunos desconocidos por él, procedentes -según supo después- de otros bloques, particularmente del Calima y del Bananero y también del Cacique Nutibara y del Héroes de Granada, gente de “Don Berna”…

- ¡A la órden! –le respondió Juan David poniéndose en posición militar de “firmes” añadiendo en voz baja su decir de ecuatoriano- concha de tu madre… -Lo hacía por hábito nada más, porque ya se había acostumbrado algo a la vida militar y a la pequeña porción de Poder que le daban su fusil y su gran cuchillo de combate.

- Venga con el grupo, Juan David -le dijo “Monoleche” en voz baja- Se lo diré sólo a usted y quédese callado, ¿escuchó?... “El Pelado” está irritando a la gente. Nadie se traga esa güevada del arrepentimiento por los “excesos cometidos”. Todos creen que los quiere traicionar en la desmovilización del Bloque y que se piensa salvar solo…

La nueva actitud de “El Pelado” Castaño producía enojo en su gente; y su hermano Vicente había decidido su eliminación- …apártese, venga conmigo; hay una misión. Vamos a eliminar a “El Pelado” -Efectivamente, Vicente “El Profe” Castaño había comisionado a “HH” a “El Cura” y a “Monoleche” la tarea, que para este último sólo era una repetición del primer fratricidio ordenado contra “Rambo” por el actual elegido para morir- No va a ser fácil, “El Pelado” anda con toda su escolta -sancionó fríamente.

“Monoleche” puso a Juan David a órdenes de “Darío” -un mulato flaco malencarado y de mirada inquietante quien era en ese tiempo comandante militar del Bloque Bananero- y de “El Cura”, quien dirigía el Frente Amalfi del Bloque Calima y ya había participado en varios intentos anteriores de atacar a Castaño.

Así fue como el 16 de abril de 2004, luego de recorrer apuradamente varias

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fincas polvorientas ubicadas entre San Pedro de Urabá y Arboletes, el comando paramilitar llegó en varias camionetas hasta el paraje conocido como “Rancho al Hombro”, una pequeña tienda ubicada en la vereda “El Tomate” de San Pedro de Urabá donde solía Carlos Castaño conectarse a internet a través de un teléfono público - “Móvil Cinco”, “El Cura”, “HH” y otros veníamos en el primer vehículo cuando vimos a “El Pelado” detrás del computador -narró diez años después Juan DavidEn el carro de atrás venía “Monoleche”, el cual corrió atrás la voz de que la acción iba a comenzar. “Móvil Cinco” frenó a raya frente a Castaño y comenzó de inmediato a correr el plomo, como media hora, y allí murieron varios escoltas de “El Pelado”, entre ellos “H2”, “Cucaracho” y “El Salado”, a quienes alcancé a divisar - Al rato escuchamos a “El Pelado” gritar que no disparáramos más -continuó narrando- Estaba recostado en una silla contra la pared y preguntaba qué estaba pasando mientras „Móvil Cinco‟ lo puteaba y le hacía reclamos. Unos segundos después, cuando nos pidió que lo lleváramos donde su hermano, “Móvil Cinco” lo mató - Terminada la misión, “HH” nos ordenó rematar a los que aún vivían. Ya estábamos acostumbrados: luego los enterraríamos en una fosa común y varios días después los sacaríamos del hueco y los quemaríamos para no dejar evidencias a los “manes” de la Fiscalía. Unos días después allanamos unas propiedades de “El Pelado” y “Monoleche” nos repartió el dinero que encontramos. Yo recibí dos millones de pesos; la mayor parte me gasté en putas y lo demás… eso sí, no voy a negarlo, lo malbaraté… -rió Juan David.

Después del asesinato de su hermano, “El Profe” Vicente Castaño organizó varios grupos para contener las represalias que temía por parte de algunos Jefes afectos a Carlos, entre ellos Fredy Rendón “El Alemán” quien había ganado fama y respeto en la batalla contra el Frente 58 de las FARC en Bellavista, Bojayá, donde comandó 250 hombres del bloque Élmer Cárdenas - Ahora nuestro Jefe es “El Profe” -le dijo “Monoleche” sin ironía alguna a Juan David- Iremos con los “Águilas Negras” hasta que todo esto termine No había manera de que el hermano de Maricarmen, Juan David Moreta Cardoso, huya de su destino. Le tocaba ahora conformar la tercera generación de paramilitares -sin saber que aún le faltaba la cuarta y más violenta en su propia tierra- unas bandas dedicadas a todo, ahora sin el credo anticomunista que los protegió del Ejército, al menos al comienzo. Robaron, secuestraron, extorsionaron a quienes se les pusieron por delante hasta finales de 2006, cuando “El Profe”

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desapareció de la escena - Dicen que está muerto; que lo mataron por orden de unos “paras” de Itagüí. Yo creo que está escondido en Venezuela y protegido por “Los Soles”. En fin ¡Qué vaina! No importa donde esté mientras podamos sobrevivir nosotros, Juan David…

Sólo “Monoleche” lo llamaba así, con el nombre que dejó tirado 12 años atrás en El Prodigio y con el que pensaba que lo debía recordar Blanca Lidia -su madresi vivía aún. ***

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(21) Pequeño muslo pálido Era pequeña, bonita y vivaz. La llamaban Sandra y nació en el año 1967 en la ciudad de El Prodigio, a unos 30 Km de Guayaquil, cuando Maricarmen tenía ocho años de edad y cuando empezó la enfermedad que acabó con la vida de Olga Gonzaga, la mujer con quien casó Fidel Saúl Moreta Meneses -su “padrastro”, en realidad su padre- cuando bajó a la costa. Fue hija de Blanca Lidia Cardoso, una maestra que Fidel Saúl conoció en la Unión nacional de Educadores, donde ella era esmerada dirigente y donde él iba en busca de contrincantes para hacer pelear a sus gallos.

En 1981, diez años después del fallecimiento de Olga, cuando la madre de Sandra tenía unos treinta y tantos años de edad la desposó Fidel Saúl, quien por entonces contaba ya con 47 años, tenía a Maricarmen de veintidós años y a Fernando de veinte. Blanca Lidia tenía a Sandra de catorce.

Sandra estudió la primaria en una escuela fiscal poco nombrada y parte de la secundaria -cuando ya estaba enteramente a cargo de Fidel Saúl- en el Otto Arosemena, donde Maricarmen era toda una leyenda - ¿Eres hermana de Maricarmen? -le preguntó la Rectora de colegio -No, señora - Llámame Doctora. Soy la Doctora Geoconda Banchón, Directora del colegio - Disculpe, Doctora. Soy hija de Blanca Lidia, la esposa del papá de Maricarmen Moreta. No soy su hermana y llevo prestado el apellido - Aunque no seas su hermana, vienes del mismo hogar y espero que trates de ser como ella -concluyó la severa mujer A los 18 años siguió el camino de Maricarmen y se fue a estudiar a la Universidad Estatal de Guayaquil, por desgracia no a la Escuela de Medicina sino a la de Periodismo. Comenzaba el año de 1985 y había expirado la causa penal contra José Luís Vásconez, quien regresó de inmediato a Guayaquil trayéndose a Luz Alzola, una activista del País Vasco, la cual empezó a hacer labores junto a un dirigente campesino llamado Efraín Rumbea Mateli en comunidades arroceras al norte de la ciudad. José Luís, por su parte, ingresó como Profesor en la Facultad de Periodismo, la cual era el “califato” de Coco Albarracín y su esposa

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- Oye, niña, tú, ¿cómo te llamas? -le preguntó el experimentado José Luís, pensando lo fácil que sería seducirla para él, quien había ejercido exitosamente su virilidad con las complicadas europeas - Yo, Sandra. Y tú, ¿cómo? -respondió mostrando su temple ante aquel coloso intelectual de cuarenta años cuya leyenda heroica ya todos conocían - Soy Jorge Luís Vásconez Solórzano, hijo de Altamira y Abelardo, según dicen… ¿Qué haces por aquí, Preciosa?

- Vengo para ser periodista, como Luisa Lane, y mi nombre es Sandra, ya se lo dije, no es “Preciosa” -respondió - Está bien Sandra, y… ¿quién es Luisa Lane?, ¿tu mamá?

- ¡No, señor! Mi madre se llama Blanca Lidia y conoció a Fidel Castro; y no se cómo se llama mi padre, pero tengo mis sospechas…

- ¿De quién sospechas?, ¿de Fidel Castro? -retrucó José Luís, haciéndole soltar una carcajada- ¡No! de ese Fidel, no… -respondió encantada.

Pocos días después la desvirgó. Luego conoció a Luz Alzola, quien era apenas cuatro años mayor que ella y se hicieron amigas. Entonces fue cuando José Luís le aplicó la “Ley de Fuga” - Mira Sandrita -le dijo- te voy a imponer la Ley de Fuga. Resulta que soy muy complicado y no te conviene andar conmigo. De manera que tienes hasta las seis de la tarde: si me llamas antes de las seis serás mi amante toda tu vida, pero si lo haces después de las seis quedarás libre, ¿entendiste? -Esa tarde, a las seis y un minuto lo llamó y sólo dijo una palabra- Gracias.

Igual que su media hermana, Maricarmen, Sandra carecía de un lugar para dormir en Guayaquil y también viajaba cada noche a El Prodigio, a veces en el mismo autobús que ocasionalmente abordaban juntas, atrás de la Universidad Laica. Maricarmen gustaba de Sandra y el sentimiento era recíproco aunque no se conocían mucho. En su primer año en Guayaquil Maricarmen se acomodó en La Campiña donde sus tías Inesita y Luzmilita y después más al norte, cerca de la Escuela de Medicina. Sandra, en cambio, empezó a quedarse en el pequeño departamento de la vasca, cerca del mercado Central, poco antes de diciembre de 1985.

La noche en que las Fuerzas Especiales la llevaron, unas horas antes, a las siete, Maricarmen escapó increíblemente de los asesinos de la Van roja. Se lo contó por teléfono, muy asustada. Sandra, menos afortunada, fue secuestrada

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casualmente por los captores de Luz Alzola, dirigidos allí por gestión de Anti, el enemigo de José Luís.

El operativo comenzó antes de medianoche con el sobrevuelo de un helicóptero sobre la azotea donde estaba ubicado el pequeño dormitorio de Luz. Se levantaron y pudieron ver que estaba lleno de militares armados; luego se asomaron a la calle por la azotea y vieron cuatro camiones repletos de policías y militares y a otros policías en la calle conteniendo a los curiosos. En ese momento escucharon como tiraban abajo a la puerta de acceso a la terraza y vieron entrar rápidamente unos agentes vestidos de civil, quienes les pidieron mostrarles sus documentos de identificación.

Después le cubrieron la cabeza con un trapo negro y grueso que olía a saliva y la separaron de Luz. Sintió que entraban al cuarto más hombres y empezaron a desnudarla contra la pared. En seguida la metieron en la ducha mientras bromeaban, le manoseaban los senos y le daban palmadas en las nalgas. Sintió como bruscamente le separaron las piernas y uno de ellos le introdujo los dedos en la vagina y el ano. Creyó en medio de la confusión que le sonaba familiar la voz de uno, del grupo que entró cuando ya tenía la cabeza cubierta, pero no pudo precisar quién era. Luego sin descubrirle la cabeza la lavaron en la ducha y le dieron un jean y una camiseta de Luz, que le quedaron un poco flojos y la esposaron. No escuchaba ya la voz de su amiga.

La sacaron a la terraza y comenzaron a empujarla por las escaleras, llegando en medio de tropiezos, caídas y bruscas suspensiones, a la calle donde escuchó los gritos de protesta de la gente de los alrededores - ¡Suéltenlas, malditos! ¡Suéltala, cobarde hijo de puta! -gritaban algunos mientras ella escuchaba como eran rechazados por los gendarmes. Con las manos sometidas hacia delante la subieron en un automóvil, que rápidamente partió del lugar. Luego llegaron a otro sitio donde la bajaron a empujones del auto y ascendieron por una escalera a un lugar donde la tiraron al suelo. Al caer se golpeó fuertemente en un lado de la cara y antes de perder el conocimiento sintió que su pómulo izquierdo estaba hundido.

Después le tiraron encima algo pesado -como una cobija gruesa y malolientey empezaron a darle puntapiés que caían en todas partes, cabeza, estómago, mandíbula. Luego un golpe fuerte en el esternón la dejó nuevamente inconsciente.

Cuando despertó estaba sin la manta. Le retiraron la bolsa de tela de la cabeza ordenándole que mantuviera los ojos cerrados. Cuando eso ocurrió escuchó de nuevo, entre otras, la voz que le era familiar, pero no se atrevió a mirar. En seguida pusieron algo suave, como algodones, sobre sus ojos y los vendaron fuertemente con cinta adhesiva, le retiraron las esposas, la colgaron de las muñecas con los

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brazos hacia atrás, y empezaron a golpearla con los puños. Notó que estaba en una habitación muy pequeña porque su cuerpo se estrellaba contra la pared tras cada golpe. El hueso de un brazo se le desprendió del hombro tras lo cual la pusieron de pié y lo colocaron otra vez en su lugar, con mucho dolor. Luego la llevaron a otro sitio.

Allí estuvo, desnuda, un tiempo muy largo que no pudo precisar. Nada le preguntaban ni le decían los motivos de su enojo con ella. Luego le ponían una bolsa plástica en la cabeza que le impedía respirar mientras la tiraban al vacío desde una altura que ella calculaba de unos tres metros, cayendo pesadamente muchas veces y sintiendo que moría de asfixia cada vez. Había un olor insoportable y le obligaban a respirar por la boca y durante mucho tiempo, quizá días, la violaron incontables ocasiones, unas por la vagina y otras por el ano.

El resto del horror que sintió fue demencial, irreal, imposible. Creía que le descoyuntaban uno a uno los huesos de las manos, volviendo a colocarlos en su lugar en medio de un dolor insoportable. Creyó ver a una Doctora y a un cura, pero no supo qué fue lo que les dijo.

Horas, días, semanas, años después -imposible saberlo- llegó el hombre de la voz y sin retirarle la venda de los ojos y le apretó fuertemente el cuello, sin permitirle respirar y sin darle oportunidad de nombrarlo. Entonces fue cuando reconoció las manos y la respiración del que algunas veces la sostuvo en sus brazos cuando era pequeña. ***

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(22) El corazón elegante Nací en Yaguachi en julio de 1959 pero desde que tuve pocos meses de edad ya vivíamos en El Prodigio, un laborioso y más poblado cantón de la costa ecuatoriana, cercano a Guayaquil. Yo adoraba a Fidel Saúl, mi padre. Cuando murió Olga, mi madre, por el año 1971, quedé sola con apenas doce años de edad, pero planché camisas, cosí botones y preparé desayunos siempre feliz, escuchando la radio y cantando.

Decía Ariel que apreció en mí dos tonos de piel: por encima el moreno claro de mi madre y por debajo el rosado de mi padre. Después de los catorce empecé a cambiar mis desproporciones de adolescente y mis ojos enormes de burrillo por una belleza perfecta -según decía mi esposo- que me duró toda la vida y de la cual jamás tuve conciencia plena. Fidel Saúl Moreta, por su parte hizo todo lo que pudo para ser buen padre. En medio de la viudez, la pobreza, su viejo vicio costeño por los gallos y sus pasiones callejeras de hombre supongo que todavía no sosegadas, me trató con cariño especial. Cuando pudo me llevó macetitas con flores, alguna vez me tomó de la mano y me llevó al cine y uno que otro domingo feliz fue conmigo a bañarse en el río, hasta que lo apartaron de mí sus dos nuevos afanes: Blanca Lidia Cardoso y por añadidura la Unión Nacional de Educadores.

Siempre me creí protegida por un ángel, pero Ariel opinaba que no fue así. El decía que me cuidó más bien mi inteligencia, mi buen juicio y también la bondad de la gente en la época en que desarrollé mi niñez en El Prodigio. Viví mi infancia y el inicio de mi adolescencia en una casa sin puertas ni ventanas y en un barrio muy pobre donde merodeaban unas pocas e inofensivas prostitutas.

Fuí puesta en una escuela primaria de monjas llamada De la Divina Piedad, donde me inculcaron -según mi marido- más religiosidad de la que necesitaba; y para la secundaria ingresé en el Colegio de Señoritas Otto Arosemena Gómez, donde fuí muy apreciada por múltiples razones: mi “belleza” que explosionaba por todos lados, mis excelentes calificaciones, mi “gran” inteligencia y mi dramatismo para recitar en las “kermeses” estudiantiles el poema Por una Lágrima de Lord Byron. Había también un colegio de señoritas regentado por monjas, llamado San José, pero mi padre considero que su pequeña ya había recibido suficiente de religión. Además era pagado.

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Si bien, como dije, desconocía mi atractivo, sí supe desde el inicio que había sido dotada de un gran talento para aprender. Eso se confirmó cuando alguien del Ministerio de Educación fue al colegio a aplicar un exámen del IQ a los estudiantes, en el que obtuve una calificación de 178 que me hizo famosa y por la cual los profesores se acercaban en procesión a conocerme.

Creo que tenía muchas otras cualidades, todas buenas y sólo una mala: debido a que no tuve control materno ni modelos, fuí muy desordenada en los horarios; más bien jamás tuve alguno. Mientras mi padre estaba en la calle y también cuando él llegaba a la casa yo estaba entablando conversaciones interminables con las señoras de la vecindad - ¡Hay! Vecina, ¿qué le parece?, le nacieron seis cachorritos a la Nina, la perrita que le trajo el esposo a la señora de atrás, ¿la conoce?, la que se llama Marujita y que estaba enferma…

Afortunadamente para mí El Prodigio era una sociedad sin puertas como mi casa, al menos durante el día, de modo que me sobraban damas con quienes charlar mientras mi calmoso padre calentaba las sopas - Maricarmen, hijita -me decía- poner un olla en el fogón es fácil, pero ¿Cómo podría planchar una camisa? -entonces yo agarraba la plancha y hacia la labor mientras entonaba lo boleros que escuchaba en la radio, cuyas letras había memorizado sin entenderlas, completamente feliz.

También fui testaruda como una roca, más bien inamovible como una montaña. Lo supieron un par de primas y una hermana de mi padre que se autonombraron mis curadoras y se tomaron la libertad de disciplinarme del único modo que conocían: a palos. No lo lograron, por supuesto; ni siquiera consiguieron una lágrima - Pobre mi tía Laurita -lamenté siempre- ¡Cómo la hice sufrir!

Fernando, mi hermano menor, fue un muchachote bueno y con leve aspecto de quedado. Al contrario de como era yo nunca tuvo mayores méritos académicos, aparte de una entereza personal y un buen juicio silvestres. Cuando era soldado, mientras hacía el servicio militar, le ordenaron asesinar a un narcotraficante que habían capturado en la montaña. Él lo llevó a la espesura y sin que se enteren sus superiores le permitió irse. El delincuente le había dicho que le pida lo que desee a lo cual Fernando dijo - Yo sólo deseo pedirte que desde este momento y para siempre, te olvides de mí y de mi familia

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El matrimonio de mi padre con Blanca Lidia me rompió el corazón; afortunadamente ocurrió cuando fui a estudiar en la Universidad de Guayaquil, cuando ya estaba adulta y con nuevos intereses. Era el año 1980 cuando ingresé a la Escuela de Medicina; cursé los primeros años de la carrera con extrema dificultad, prestando libros, acomodándome en casas de parientes y a veces durmiendo en los hospitales, mientras fingía que practicaba en las guardias nocturnas. Fui asilada por mis tías Inesita y Luzmilita en La Campiña al sur de Guayaquil y luego en casa de mi distinguida madrina Nena Schultz, una hermosa alemana-cubana, esposa de un inteligente y longevo Profesor Gonzaga Wolf, pariente de mi madre, al norte de la ciudad. En 1985 cursaba en sexto curso cuando mi Profesor de Clínica, el Dr. Ariel Romero Garcés, me dijo - Usted anda siempre sola, Maricarmen; cuídese mucho porque algo muy malo está ocurriendo en la ciudad. Desaparecen chicas de su edad, se las roban de las calles y luego aparecen sus cadáveres ¿Se ha enterado? Mire, le aconsejo que no salga sola por las noches y que camine por la vereda alejada del borde de la calle.

Han visto una Chevy Van grande, de color rojo, que se detuvo junto a un señorita y unos tipos la metieron dentro Se llevaron más de cien mujeres jóvenes que luego aparecieron asesinadas en distintos lugares de la periferia de Guayaquil, hasta que la policía agarró a Daniel Camargo Barbosa, un harapiento colombiano portando, según dijeron, una maleta con prendas de mujer ensangrentadas. Era un asesino reincidente de origen colombiano fugado del penal de Isla Grogona, un lugar de crueldad donde recluían a los criminales más peligrosos de Colombia, en el Pacífico, a unos 40 kilómetros mar afuera de los departamentos de Nariño y Cauca, a unos 250 kilómetros de distancia de la parte más septentrional de la provincia ecuatoriana de Las Esmeraldas y quizá a más de 1.000 kilómetros del Golfo de Guayaquil.

Según se narró después, Camargo cumplía una condena de 25 años, por múltiples crímenes y violaciones sexales cometidos en su país, cuando logró escapar, diez años después de su reclusión. Luego de pasar tres días a la deriva sin agua ni alimentos llegó a las costas ecuatorianas. Escogió a Guayaquil como destino por dos razones: era una ciudad populosa donde se podía hacer muchas cosas y su cálido clima le permitía dormir en los mercados, a la intemperie sobre un pedazo de cartón - No me trago ese cuento -repetía Ariel, pensando en la frágil apariencia del indigente- Una chica muy tonta puede dejarse convencer para acompañar a ese hombre hasta el lugar de su propio asesinato, ¿pero ochenta? ¿o ciento cincuenta? ¿Y qué podemos pensar de esa chica, justamente una estudiante de medicina que apareció con sendos balazos en los hombros? ¿Portaba armas Camargo? ¿Y la Van roja, también era suya? Además, ¿se puede llegar en tres días desde Gorgona

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a las costa de Las Esmeraldas? Por otro lado, ¿este astuto hombre capaz de hipnotizar a más de cien mujeres para que lo acompañen mansamente a su muerte, este desharrapado que “llevaba su diario personal escrito en perfecto inglés y en portugués”, fue pescado portando un maletín con algunas calzonarias ensangrentadas? Finalmente, dijeron que fue asesinado en 1994 -ocho años después- por otro recluso quien resultó ser sobrino de una de sus víctimas ¿Qué edad podía tener el sobrino de una chica de -digamos- dieciocho años, cuando ella murió, ¿seis?, ¿ya estaba preso a los catorce?

- Tengo mi teoría -insistía- Estamos en lo más difícil de la represión contra los Alfaro Vive Carajo y ha venido un israelita, especialista del Mosad -lo leí en el diario-, a enseñar las técnicas de “investigación” a nuestros dedicados agentes; ¿en qué practican?, ¿en cobayos?

- Así que, chicos y chicas -nos dijo en plena clase-, usted especialmente Maricarmen, les repito: no anden solos, de día ni de noche, vigilen sus costados, traten de caminar alejados del borde de la acera y estén atentos para ver la Van de color rojo. Pasado mañana quiero revisar con todos ustedes, bien vivos y sanos, las enfermedades glomerulares primarias. Es una belleza de tema, lo disfrutaremos Exactamente diez horas después de esas recomendaciones eran las siete de la tarde de comienzos de diciembre de 1985, la misma noche en que Luz Alzola -la vasca- y Sandra iban a ser chupadas de su dormitorio, advertí cuando la Van color rojo doblaba velozmente por la calle Mendiburo, atrás de los altos muros verdes de colegio La Salle, hacia la estrecha calle Baquerizo Moreno donde yo caminaba en dirección al norte, por la acera oriental; la vi acercarse rápidamente hasta unos cuatro metros detrás mío, vi abrirse la puerta corrediza, distinguí una tres siluetas siniestras en el interior y los vi pasar sin intentar agarrarme. Me salvé porque estaba muy alerta y caminando rápidamente por la parte más alejada de borde de la calle, y porque los advertí oportunamente logrando desaparecer de un salto dentro del zaguán de acceso al edificio donde vivía mi madrina Nena.

La emboscada era perfecta, porque justo donde la calle Baquerizo Moreno atravesaba hacia el norte la intersección con la calle Mediburo desaparecían los soportales y la acera se estrechaba varios metros contra las fachadas de los edificios. Desde Mendiburo hacia el norte estaba, después de otro más pequeño, el edificio donde ocupaba parte del cuarto piso mi madrina Nena. Era una sólida mole de siete pisos levemente vencida hacia el oeste, como la torre de Pisa, de propiedad de un judío colorado, grandote, solterón y galán llamado Federico Groumpel. Me salvé también porque Lola, la portera, recién había entrado dejando -algo muy inusual- sin cerrojo la sólida puerta de hierro. Cuando Ariel supo lo ocurrido se

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alegró de haber recomendado las precauciones a los muchachos de su clase, pero yo atribuí mi salvación a Dios.

Me sentí muy halagada por la preocupación del Doctor Ariel. En realidad me sentía muy sola tras la “traición” de Fidel Saúl, mi padre, y estaba en un estado de vulnerabilidad tal que podía ocurrirme cualquier cosa; así fue como mi corazón (esta vez no fue Dios ni mi “notable” inteligencia) me llevó a consentir al hombre de mi vida, quien me amó serenamente y a quien adoré conforme me dictó mi “elegante, generoso y apasionado corazón” *** - Escucha, Maricarmen, ya pronto terminará tu año rural; regresarás al continente, debes olvidar todo -Ariel me consolaba de la misteriosa desaparición de Sandra, de la tristeza silenciosa de mi padre y de la desesperación de Blanca Lidia. Con su mente regular de hombre le extrañaba un poco mi condolencia con una mujer que consideré intrusa en mi vida y por dos medios hermanos que poco conocí.

Estábamos en octubre de 1986 en el cuarto de residentes del Hospital General de Santa Cruz, una de de las Islas Encantadas. Él estaba cómodamente metido en mi cama y le dolían los pies. En la tarde anterior yo lo había llevado a través de un largo y pedregoso camino a descubrir una playa de blanca arena harinosa llamada Tortuga Bay. Antes habíamos tenido que descender por una rocosa vertical para vadear un río de agua fría y pura, donde unos gringos desnudos revoloteaban como peces. La blanca e interminable playa a la que llegamos después de unas cuatro horas de camino fatigoso estaba, también aquí y allá ocupada por gringas jóvenes y hermosas “follándose” a los cholos.

Aquella vez, cuando ya estábamos solos, recuerdo que mis 27 años y mi amor intenso por Ariel estallaron esa noche sobre la blanca arena. Con nuestras ropas tiradas por allí él acariciaba mi vulva con sus labios y me amaba una y otra vez, mientras el oleaje reventaba fuertemente en mis oidos y la luz de la luna convertía a la playa en una extensa y tenuemente nacarada sábana, sólo para nosotros. Esa noche por alguna mágica razón mi amante y yo flotamos a metros sobre el suelo, mientras el cielo despejado, las estrellas, el viento, el ritmo implacable del mar y el pálido reflejo de la luna sobre la inquieta espuma de las olas me hiceron percibir el universo todo como algo hermosamente trágico.

- Casi me matas, Negra ¡Qué barbaridad!, debí traer otros zapatos, con suelas más gruesas -se lamentaba Ariel mientras yo subía feliz el día siguiente, a verlo cada que las consultas de Emergencia me lo permitían.

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Yo estaba insaciable ¡Pobre Ariel! En la primera oportunidad que tuve me desvestí mostrándole mis senos firmes de nulípara adornados a cada lado por guedejas de cabellos negros y brillantes -yo sabía cómo le gustaba eso- y después de ejecutar todo el ritual en que él se había adiestrado terminamos flotando otra vez sobre las sábanas. Supe en ese momento que esa cualidad de “mantenernos arriba” era algo que él había descubierto con una chica llamada Gloria -a quien desplacé de su vida- y que pronto aprendimos a alcanzar de la misma manera como él aprendió a volar a voluntad en sus ensueños cuando era niño.

Terminada la guardia nos fuimos a cenar a un pequeño hotel de propiedad de un amigo local, un anciano apellido Pérez-Castillo emparentado con una acaudalada familia dueña de un diario de Guayaquil. Allí me puse repentinamente afligida otra vez y retomé el tema - ¿Dónde estará mi hermana? ¡Si pudiera ayudar a Blanca Lidia! Y mi padre ¿Por qué calla de esa manera? -Ariel ma observaba y escuchaba seguramente pensando en mi aflicción “reglamentaria”. Luego concluí mostrando intuición- ¿Qué ocurrió ese mes?

Ariel evocó de manera automática la imagen extrañamente siniestra del acompañante de su paciente, Matilde Josefa -cuñada del Juez asesinado- en la consulta del hospital del IESS en Guayaquil. Mencionó que su postura le había parecido más de escolta que de compañía y la de Matilde Josefa más de raptada que de amiga. La visita había sido un día antes del secuestro del magistrado y no podía ser coincidencia; el día del rapto y de la muerte del Juez y de sus captores esa noche- habían agarrado a la vasca y a José Luís Vásconez, torturándolos salvajemente según se supo después. Ese mismo día Blanca Lidia y mi padre vieron por última vez a Sandra, quien debió ser alumna o conocida de Vásconez el cual seguramente ya estaría invadiendo todos los espacios en la Facultad de Periodismo; finalmente esa tarde habían intentado secuestrarme al pie del portón de la Madrina.

Ariel continuó razonando- Debieron agarrar a Sandra junto al vivo de Vásconez y la mataron porque nadie sabía de su captura. Debieron maltratarla mucho y terminaron desechándola. El acompañante de Matilde de alguna manera tuvo que ver en todo eso. El atentado contra tí fue casual, porque si hubieran deseado llevarte no hubieran fallado, así como fue casual el secuestro de más de cien chichas jóvenes que después las autoridades endosaron a aquel colombiano mugroso del mercado central. Y el silencio de tu padre parece más efecto de contención que de pena ¿No tiene un hermano pesquisa? -De repente todo estaba claro y Ariel concluyó- El pesquisa participó en la tortura de Sandra, la asesinó para evitar que lo identifique y Fidel Saúl lo supone, o lo sabe, y calla…

Y toda la conspiración contra el Juez Preciado tuvo que ver con el asunto aquel en

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que estuvo envuelto como Juez y que se filtró a lo prensa, sobre los aportes de las FARC a la campaña electoral del Presidente de entonces -entonces fue cuando me dijo sus conclusiones con estas cuidadosas palabras - El año pasado ocurrieron muchas cosas malas, antes y después del asesinato del Juez Preciado, pero no ocurrieron por coincidencia. Déjame decirte lo que pienso: en ese año desdichado nosotros estuvimos en el centro negro del universo, en el lugar y en el instante donde a veces convergen los peores acontecimientos.

Estuvimos, si puedo decirlo así, en el cuello de botella universal de la vileza, donde los ríos de la crueldad confluyeron al sitio donde estábamos y al instante en que vivíamos.

Yo callé y me acomodé a un lado de mi amante mientras él continuó diciendo - Peor ya todo pasó. Ahora estás sufriendo por causa de una decisión tomada por alguien en el otro lado del mundo; y tu pobre hermanastra, Sandra, fue destrozada por unas fieras que sólo han seguido un diseño elaborado por alguna anónima corporción de ejecutivos alrededor de alguna remota mesa de directorio. Un Centro de Poder, por allí, encargó a unos burócratas los bocetos, luego otros analizaron su aplicabilidad, luego un tercer grupo de funcionarios organizó la logística que provocó que esos trastornados destrocen a la vasca, hagan pedazos al audaz de Vásconez arancándole a puntapiés un ojo y la mitad de su cordura y de manera aleatoria ejecuten a la niña. Como siempre ocurre, ahora todo se calmó nuevamente y el mal se diluyó por otros rumbos. Trata de no pensar más; haz como tu padre, él se está esforzando, déjalo ir de tu corazón… ***

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(VII) EL HADO DE LA HISTORIA

(23) Huesos colorados - ¡Apúrate, hombre! -gritó Jhover Man Sánchez Arroyave, "El Manteco", a su reemplazante del Frente 58 que la Comandancia de las FARC había puesto bajo su dirección- ¡Apura a la gente!

Se dirigían hacia el Chocó, al occidente de Colombia, a detener el avance de unos 250 paramilitares de las AUC del bloque Élmer Cárdenas -gente de “El Pelado” Castaño- comandados por Freddy Rendón Herrera “El Alemán” - Esos cabrones han cruzado ya Ríosucio sin que el Ejército les diga nada, ¡que hijueputas! -Efectivamente, terminaba el mes de abril de 2002 cuando los paramilitares atravesaron sin ser molestados los puestos de la fuerza pública que controlaban Punta Turbo, la entrada y salida de Riosucio y arribaron al corregimiento Bellavista, cabecera municipal de Bojayá - Es zona nuestra; hay que pararlos… -sentenció en voz baja, casi hablando consigo mismo.

Tanto las FARC como los paramilitares de Castaño estaban empeñados en mantener a cualquier costo el control de la estratégica zona del Chocó, el acceso al río Átrato y a los puertos de la conexión interoceánica, imprescindibles para el tráfico de droga, de armas y de pertrechos provenientes de Centromérica y para el acceso a la carretera panamericana y a las centrales hidroeléctricas.

Por su parte, tras cruzar Turbo los paramilitares se ubicaron en Bellavista y Vista del Fuerte- ¡Requisen las casas!, armas, cosas de valor, alimentos, !todo! ordenó “El Alemán” desoyendo los ruegos de la población para que abandonen el casco urbano tal como habían hecho en su momento los hombres de las FARC¡Nos asentaremos aquí!; no tenemos tiempo para pendejadas, cualquier rato nos caerán encima los comunistas - Requisen el cargamento !Que no pase! -ordenó a su vez en Boca de Arquía “El Manteco”, robando toda la carga de alimentos que enviaba la Asociación de Campesinos del Átrato para abastecer las tiendas comunitarias, estableciéndose en

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el pueblo de San Martín, en un lado del río, mientras que el día siguiente las tropas de las AUC se ubicaron en Puerto Conto, en la orilla opuesta. Cuatro días después se iniciaron los combates a las seis de la mañana.

Apenas una semana antes la Defensoría del Pueblo había emitido una alerta para que se proporcione- “una directa atención a los sucesos que en forma reiterada alteran la tranquilidad en las poblaciones chocoanas, donde la mayoría de sus habitantes son indígenas, campesinos y comunidades negras que viven el enfrentamiento entre todos los grupos armados al margen de la ley" Nadie, por supuesto, hizo caso. La población, entre dos fuegos, se refugió en la iglesia, en la casa del cura y en la vivienda de las misioneras Agustinas. Ese primer día los combates continuaron sin parar y hasta parte de la noche, tiempo en el cual se elevó a 1.500 el número de aterrorizados civiles que buscaron refugio. Al día siguiente, a las 10 de la mañana, “El Manteco” ordenó - ¡Vamos, pues! a tirarles unas “pipetas” a esos malparidos -Inmediatamente instalaron sobre el cemento de una vivienda de Pueblo Nuevo un gran mortero, obsequio del Coronel Hugo Chávez, para lanzar los cilindros de gas casero que llamaban “pipetas”, repletos de explosivos y metralla- ¡Apunten bien!, quién sabe donde vaya a caer esa güevada, debemos hacer que se replieguen Cuarenta y cinco minutos después, el tercer cilindro -uno estalló sin causar daños y el segundo cayó por allí sin explotar- atravesó la cubierta de la “iglesia”, un precario galpón de unos 400 o 500 metros cuadrados que llamaban “Templo de San Pablo Apóstol”, matando alrededor de cien personas e hiriendo gravemente a una cifra similar, la mayoría niños y ninguno combatiente. La construcción quedó deshecha, toda la cubierta voló dejando visible su frágil esqueleto de hierro, la pared posterior desapareció y la del lado derecho quedó combada hacia fuera, a punto de caer. El interior, con paredes de agradable color durazno, quedó lleno de escombros, maderos rotos, ropa desgarrada y cadáveres. Los sobrevivientes corrieron a internarse en el monte con banderas blancas que apuradamente hicieron con la ropa de los muertos, mientras caía una cuarta “pipeta” detrás de la casa de las madres agustinas, que felizmente no explotó, aunque ya habían huido todos - Hemos retomado la plaza de Bellavista -fue el escueto anuncio del Secretariado de las FARC, aunque en realidad lo que habían ganado era sólo un conjunto de pobres casas abandonadas, ya que toda la población se ubicó como pudo en Vigía del Fuerte, después de enterrar los muertos sin alguna autoridad presente para su reconocimiento legal.

“El Manteco” no se inmutó, después de todo sólo hacía su trabajo. Antes de la masacre de Bellavista, en Tarazá había dejado veinticinco campesinos muertos y apenas la semana anterior había asesinado a nueve trabajadores bananeros que se

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disponían a iniciar su jornada laboral en la finca Villa Lucía de Apartadó, también en Antioquía. En los meses siguientes guió su Frente 58 con furor y eficacia típicos de los tiempos que le tocó vivir. Comandó las acciones más sangrientas que se vieron en los últimos años. Operó en le zona del Alto Sinú, en el Urabá antioqueño, en varios municipios de Córdoba, sobre los corregimientos de Batatas, Saiza, Río Verde y Río Manso, en el municipio de Tierralta. Allí atacó con 300 hombres la estación de policía causando muchas bajas. *** Durante los dos siglos que precedieron al incidente en Bojayá y a las otras correrías de “El Manteco”, Colombia fue una mixtura de sectarismos políticos y ambiciones colegiadas, contaminada con el tósigo letal de las ideologías. Fue un hermoso lugar poblado por mujeres bellas y hombres resueltos, donde convivieron el ánimo empresarial y el arte musical con la extrema violencia generada por conflictos de intereses grupales, disfrazados con sistemas doctrinarios apañados con fuerza inusitada. Fue un territorio donde no hubo simples derecha e izquierda, sino extrema derecha y extrema izquierda.

Primero hubo dos grandes partidos que se enfrentaron respaldados por las dos viejas motivaciones del siglo XIX (unos se llamaban a sí mismos “Conservadores” y otros se consideraban “Liberales”) y luego, a mediados del siglo pasado, cuando ya estuvo maduro el nuevo invento de la democracia publicitaria, estos antiguos partidos antagónicos decidieron alternar más civilizadamente conformando el Frente Nacional y turnándose en el Poder, poniendo punto final a la primera etapa de violencia que ya había rebasado los cien años. Empero, como el Poder siempre excluye a terceros, estos empezaron a recibir las balas y -a su vez- a armarse respaldados con la nueva ideología del siglo XX, el exultante marxismo.

Los historiadores dijeron que los principales motivos de esa guerra fueron la codicia por la tierra y la desigualdad social, pero yo no me trago ese cuento. Fueron, más bien, el espíritu agalludo de los norteños más el acicate de la fatalidad, el hado de la Historia. Recrudeció -como ya mencioné- en los años cincuenta por un incremento de la rivalidad bipartidista y se intensificó en los sesenta por el triunfo de la guerrilla cubana. Allí se hubiera agotado -debido a que las ideologías más enconadas siempre terminan consumidas por el hastío y el horror- si no interviene un tercer factor: el narcotráfico y la copiosa lluvia de dólares que venían de la hedonista Norteamérica que recién había descubierto las delicias de las drogas, la evasión y el sexo… todo junto.

La inesperada victoria de Castro en Cuba y el consiguiente fenómeno llamado Revolución Cubana empujaron al conflicto a los intelectuales y estudiantes más

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aguerridos, conformándose híbridos quiméricos -tales como el Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (MOEC) y el Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR)- en bulliciosos congresos donde se debatió sobre la insurrección, provocando la conformación precipitada de grupos insurgentes que terminaron con la temprana muerte de sus cabecillas, entre ellos Antonio Larrota -asesinado por su propio Jefe de cuadrilla- y el “bandolero” Pedro Brincos, líder del fugaz Ejército Revolucionario Colombiano (ERC). *** Esa fue la época en que mis amigos vicentinos de huesos colorados y yo, el Ariel adolescente, después de estudiar los manuales de la marxista chilena Marta Harnecker en nuestra “célula clandestina” (un Club de Tobi), terminábamos la jornada con un celestial seco de gallina y una veloz carrera para no pagar la cuenta.

Eso era todo. Los poderosos análisis de la socióloga sureña no nos apartaron de nuestro destino ni de nuestra juventud. Eso se debió a que jamás caímos en el vicio de la adoración a las palabras ajenas ni en el error de convertirlas en artículos de fe.

No caímos en la tentación de transformar el idealismo en ideología.

- ¡Hey, Ariel!, ¿es hoy tu cumpleaños? –me preguntó José Luís - Por supuesto, diez y seis sufridas primaveras… ¿Qué me vas a regalar? -respondí, sabiendo que José Luís jamás cargaba un peso en el bolsillo - Ya viene por allí Castañeda, te vamos a llevar a comer…

- ¿Ah, si?, ¿que me vas a brindar?

- ¿Qué te gustaría? ¿Un “seco” de gallina?

- No es mala idea -respondí, llevándole la chanza; y a medida que caminábamos los tres -ya había llegado Castañeda- hacia el centro de Guayaquil, yo meditaba- Sería bueno que este par de mierdas me digan la verdad antes de que llegue a oler el seco Después recordaría este episodio cuando leí que el pobre Hemingway en su época juvenil, cuando andaba sin dinero -casi sempre- evitaba los aromas que emitían los mesones parisinos escogiendo las calles por las cuales regresar a su casa - Traiga tres secos de gallina! -ordenó José Luís Vásconez al mesonero mientras se sentaba- ¿Deseas una cola? -antes de que yo responda continuó- Con tres Cocas, por favor - ¿Deseas otro? ¿De chivo quizás? –preguntó José Luís a los pocos minutos - Otro de gallina estaría bien, esta vez con cadera ¡Y de una vez otra Coca! respondí

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- ¡Usted manda!, joven… –dijo José Luís, sin tratar de imitar a Cantinflas - ¿Otro más?, ¿te entra otro? -volvió a preguntar José- ellos ya habían terminado de comer - No, ya no, ¡estoy repleto!, paga y vamos…

- ¿Paga?, ¿con qué dinero?, yo estoy “chiro” -respondió José Luís- y a este ni le preguntes -señaló a Castañeda- Pero no te preocupes, tú eres el cumpleañero, ¡tú corres primero! *** Por supuesto que el origen de la violencia colombiana no fue solamente el puro conflicto ideológico. Como se ha visto en muchos otros lugares -sobre todo en Latinoamérica- la barbarie en Colombia fue incrementada por la salvaje represión desde las altas esferas del Poder, de modo que muchas veces la principal motivación de quienes se alzaron en armas -como ocurrió después en El Salvadorfue sobrevivir a la amenaza de las fuerzas policiales y de los grupos conservadores irregulares, desatada con la consigna de aplacar con “sangre y fuego” a los “marxistas”.

Esa irritada actitud -de ambas partes- se explica también porque ocurría dentro del contexto mundial de la “Guerra Fría”, cuyos instantes más enconados, en los años del asesinato (que desató la violencia) del máximo líder liberal colombiano -abril de 1948-, fueron el casi simultáneo homicidio de Mahatma Ghandi, el triunfo de la guerrilla marxista de Mao Tse-tung en China y la fragmentación de Alemania.

Era el ambiente propicio para que proliferen nombres y leyendas. En el llano oriental de Colombia se hablaba de las hazañas de Eliseo Velásquez, Guadalupe Salcedo, Dumar Aljure, los Hermanos Fonseca, los Villamarín, los Parra, los Bautista, los Calderón, Rosendo Colmenares y el Capitán Silva, entre muchos otros; en el suroeste antioqueño el símbolo de la resistencia era Juan de Jesús Franco; cerca de Córdova actuaba Julio Guerra y en el sur de Tolima -en la serranía centralse hablaba de los hechos memorables propiciados por Loayza y sus cuatro hijos. En esa zona también se cantaba las acciones de Jacobo Prías Álape (El Charro Negro), Juan de Jesús Trujillo (Ciro Trujillo Castaño), Ignacio Parra (Revolución), Leopoldo García (General Peligro) y Pedro Antonio Marín (Tirofijo), a quienes la Iglesia y el Gobierno llamaban “Los chusmeros” - Violentos, de raza blanca y aficionados a los tiros, como nuestros manabitas, que vienen a ser como los colombianos de Ecuador -comparaba yo

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- ¡Así es! -respondió mi amigo Leonardo Valdés- es la dinámica de pasión temeraria, como también la tozudez; algo muy español que llevamos dentro - Eso de lo tozudo y lo español me explica por qué los bandoleros del tipo “justiciero” son manabitas o descendientes de ellos, como lo fue Miguel Ángel, el finado hijo de La Bella y todos sus amigos y lugartenientes. En cambio los indígenas llevan “los genes conciliadores de los Shiris”, como decía Maricarmen comenté - ¡Así es! -concluyó Leonardo- En América los blancos somos españoles. Eso explica, además, la intrepidez de nuestras mujeres y todo nuestro quijotismo, aventurerismo, porfía y violencia ingenua…

La reacción de los terratenientes locales fue conformar nuevas gavillas rurales que empezaron a hostigar a las autodefensas campesinas, asesinando en Gaitanía en enero de 1960 entre otros -como Silvestre Bermúdez (Mediavida) y Hermógenes Vargas (Vencedor)- al principal comandante comunista, Jacobo Prías Álape, El Charro Negro, crimen que fue atribuido a José María Oviedo, un guerrillero liberal amnistiado y mutado al servicio de los latifundistas. Fue un mal momento y un mal lugar para hacer eso, ya que las Autodefensas quedaron al mando del hábil “Tirofijo”, quien ocupó un territorio más amplio de la zona montañosa, creando la mítica República Independiente de Marquetalia.

Un año después del asesinato de Prías, a mediados de 1961 el Partido Comunista Colombiano celebró en el más estricto secreto su IX Congreso en el cual por primera vez se resolvió “combinar todas las formas de lucha”. Pocos meses más tarde ya habían proliferado más Repúblicas Independientes, al menos cinco, incluyendo una fomentada por el revivido MOEC en un extenso departamento fronterizo con la antigua Venezuela, ubicado en los interminables llanos bañados los ríos Guaviare y Meta, en el mismo lugar de la orinoquía colombiana donde 427 años antes recorrió Jorge Hohermuth de Spira con 400 hombres buscando el mítico Eldorado, galopando hacia el sur de las serranía del Perijá -la cual está pegada al oeste del que ahora se conoce como Golfo de Chavezuela- donde seis años atrás su predecesor, Ambrosio Ehinger de Constanza -“el más cruel entre los crueles”- comisionado por los banqueros de Carlos V, con un numeroso destacamento de mercenarios alemanes y enloquecido por la codicia devastó los pueblos que cruzaba en su búsqueda del oro, mientras peseteaba traficando caravanas de esclavos moribundos a los puertos del Caribe.

Entre 1962 y 1965 el Gobierno intentó el primer esfuerzo militar masivo para alcanzar la paz, iniciándolo con la cacería de los principales cabecillas del bandolerismo, dando de baja a “Sangre Negra”, “Desquite” y “Chispas” y ocupando los territorios de sus respectivas repúblicas. Los extensos llanos orientales no

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fueron ocupados, pero la República del MOEC fue decapitada eficazmente mediante el asesinato selectivo de sus líderes. El plan, sin embargo, fracasó en Marquetalia donde con algunos golpes de suerte se salvaron unos 40, quienes conformaron tres columnas al mando de “Tirofijo”, “Mayor Líster” y “Sargento Tula”. A pesar del masivo ataque de 2.000 soldados respaldados con helicópteros, lograron escapar épicamente, reorganizándose con 300 hombres más y abriendo operaciones en distintos lugares, logrando que las fuerzas del gobierno se replieguen con cuantiosas bajas y constituyéndose en una guerrilla móvil e inasible -bautizada dos años después como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC- que deambuló sin bases fijas por la espesa selva durante 50 años más, hasta el segundo decenio del siglo XXI en que se urdió en La Habana el último y más devastador Plan de Paz. A mediados de 1965 las columnas guerrilleras de Tirofijo ya tenían la fuerza suficiente para iniciar la toma de poblados enteros, como el ocurrido en marzo cuando un destacamento de 140 subversivos ocupó una población ubicada en el suroriente del territorio colombiano -ya muy cerca de nuestro pacífico Ecuadormatando a varios, incluyendo el alcalde y dos religiosas. Con acciones como estas las fuerzas de Tirofijo dieron una nueva dimensión a la guerra, fortaleciéndose a tal punto que pudieron constituir en mayo de 1966, replegados sobre las selváticas laderas orientales de la cordillera, el Bloque Sur de las FARC, con sus comandancias y delegaciones férreamente estructuradas alrededor del mando central de Pedro Antonio Marín - ¿Cómo lo llamaremos a usted, Nariño?

- Puede llamarme Efraín Guzmán. Ese viene siendo mi nombre de comando desde El Pato, Pedro Antonio, ¿y a usted, cómo debemos llamarle, pues oiga?....

- Pues yo también ya tengo un nombre, todos me conocen como Manuel Marulanda, y los confianzudos como Tirofijo, ya sabe, por el pulso… Ahora, Nariño, reúna a sus compañeros; vamos a hacer la Segunda Conferencia, vamos a crear el Bloque Sur de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Ya va a llegar Morantes -¡Jacobo, pues!- con los estatutos…

- ¿Cuándo llegará el Doctor?

- Viene con los camaradas del Partido, así que adelantemos el trabajo - Diga usted, Manuel, ¿cómo piensa que será la guerra?

- Usted, Luís Alberto y yo conformaremos el núcleo inicial del Estado Mayor Central y redactaremos los reglamentos y las normas de comando. Tenemos que poner énfasis en la estructura militar durante la Conferencia. Que quede bien claro como deberán estar conformadas las Escuadras, las Guerrillas, las Compañías, las Columnas, los Frentes y los Bloques. Todos los Jefes deben tener temple revolucionario y moral elevada. Vamos a hacer la guerra, Nariño, vamos

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a convertirnos de perseguidos en perseguidores, vamos a minar los recursos de Estado con sabotajes, acciones militares, huelgas, tomas de poblados y todo lo que lleve a la destrucción del capitalismo. Como decía el finado Jacobo Prías -no Morantes, que ese está bien vivo- vamos a crear nosotros, con nuestras acciones, las condiciones revolucionarias para el cambio de estructuras y para la toma del Poder. Cada uno de los Frentes tendrá asignada una cuota de dinero que deberá entregar mensualmente al Secretariado. Que lo consigan como quieran y como puedan; que establezcan cuotas a los narcos, que impongan vacunas a los hacendados de sus zonas de comando, a los grandes comerciantes y a los industriales. Que no abusen con los secuestros, pero pueden hacerlo, para eso están las multinacionales. Hay muchas maneras de financiar esta guerra, Colombia puede hacerlo…

- ¿Cuánto cree que se podría conseguir, Pedro Antonio?

- Mire, usted ya no me llame Pedro Antonio, mi nombre es Manuel Marulanda; y con respecto a su pregunta, no le puedo decir cuánto, pero sí que será mucho, dependiendo del número de Frentes que se alcancen a formar. Lo que debemos tener claro es que de eso dependerá el triunfo…

Como los hombres necesitamos de la ideología para todo -hasta para aplastar una cucaracha- las FARC desde su fundación en el mítico país de los Muiscas, en los inmensos páramos donde nacen los grandes ríos que bañan los llanos orientales, hicieron sus exposiciones de motivos a la vez que redactaron un sombrío plan militar general encaminado hacia la “lucha militar prolongada para la toma del Poder”; nada más ni nada menos - Hay que cumplir con los planes estratégicos, Manuel…

- Los que vayamos fijando en cada Conferencia, Efraín; y que cada Escuadra cuide de sí mismo - ¿Se refiere a la caja chica?

- ¡Así es Efraín!, se me va avispando usted… que lo consigan del pueblo; después de todo, esta lucha es por ellos Lo consiguieron con creces. Un decenio después las FARC sumaban cifras cercanas a los 900 hombres y con un nuevo empuje conformaron tres frentes más, uno en cada polo geográfico del país. Luego, durante las violentas décadas siguientes el crecimiento de las FARC fue enorme: por 1986 contaban con unos 5.000 hombres distribuidos en 29 Frentes y al final de los 80 tenían 70 Frentes con 10.000 hombres y con un presupuesto cercano a los 60 millones de dólares.

Posteriormente, durante el pleno de 1989, el Estado Mayor Central se propuso aumentar esta cifra en los siguientes cinco años hasta 200 millones de dólares con el propósito de duplicar en número de efectivos, alcanzando su máximo de 18.000

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hombres en los inicios del siglo actual. Finalmente, en la IX Conferencia de 2006 Marulanda fijó la nueva meta en 300 millones de dólares, que siguió vigente a pesar de su muerte en 2008, la de alias Raúl Reyes el mismo año y la de alias Briceño -Mono Jojoy- en 2010, manteniéndose hasta la última fallida “desmovilización General”.

Desde su origen, las FARC fueron estrictamente locales; crecieron en el vientre tumultuoso de la guerra bipartidista del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX y fueron hijas legítimas del bandolerismo y de las autodefensas campesinas. No tuvieron el impulso castrista porque fueron anteriores. Sin embargo a partir del éxito de la insurrección cubana surgieron otros movimientos armados en Colombia, con apoyo, fomento y entrenamiento otorgados por la nueva capital revolucionaria. Bajo ese plan, en 1962 Fidel Castro, en congruencia con sus planes continentales, “becó” a sesenta muchachos de las Juventudes Comunistas Colombianas y del MOEC del recientemente asesinado Antonio Larrota para “estudiar economía”. Después de su retorno a Colombia, en 1963 once de ellos decidieron conformar la Brigada de Liberación José Antonio Galán, aunque sólo persistieron siete, entre ellos Fabio Vásquez Castaño quien fue designado líder. La Brigada luego creció en autoestima hasta convertirse en el Ejército de Liberación Nacional (ELN), conservando su liderazgo el enérgico Vásquez, quien siendo apenas un niño, por el año 1948 había visto morir a su padre, un humilde caficultor de Calarcá -la tierra de “Chispas”- destrozado a machetazos por los Pájaros, unos asesinos armados por los terratenientes conservadores de Quindío - ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen del Carmen! ¡Viva Laureano Gómez! ¡Corten a ese infeliz! -ordenó Efraín “Siete Colores”, el líder de la gavilla, señalando al padre de Fabio…

Corría el año 1964 cuando Vásquez Castaño y el ELN tomaron un poblado y mataron a seis, incluyendo un civil. Esta vez los asesinos eran suyos. También reclutaron un emblemático cura católico, Camilo Torres Restrepo, quien resultó muerto durante su primera acción en 1966 en Patio Cemento, una semana después de cumplir los 37 años de edad.

Los dirigentes más viejos del Partido Comunista Colombiano (PCC), sobre todo aquellos que tenían familias que mantener, estuvieron entre dos fuegos: el temor y la duda por un lado y por otro el empuje de los colegas más jóvenes e impetuosos, quienes los acusaron de ser “burgueses”, de que estaban “sentados en la puerta de su casa esperando ver pasar el cadáver del imperialismo”; en fin, de “esperar la revolución” sin provocarla. Así fue como el credo del PCC se fragmentó un fenómeno que abarcó toda la inquieta Latinoamérica- dando pié a la fundación del Partido Comunista Marxista Leninista y su “brazo armado”, llamado Ejército

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Popular de Liberación (EPL), quienes rindieron su prueba de ingreso a la violencia asesinando a un hacendado de la región.

Desde 1966 hasta 1974 la guerra civil norteña permaneció algo estancada por los duros golpes proporcionados por las fuerzas regulares y por la poca movilidad de los tres grupos guerrilleros, confinados a sus reductos selváticos. Las FARC, sin embargo, aprovecharon esos años de repliegue para ampliar su base militar gracias a los conflictos generados por una reforma agraria fracasada y a la gran cantidad de colonos sin tierra desplazados por la gran violencia, recién asentados en los territorios remotos y sin ley donde las FARC se constituyeron en autoridades de facto. El abuso extremo de las fuerzas militares sobre la población fue otro factor que fomentó el apoyo del campesinado. Así continuaron las acciones con cierto éxito gracias a la habilidad militar innegable de su comandante, quien varias veces escapó de los cercos impuestos por los regulares.

Al ELN en cambio no le fue bien por esos tiempos. Las operaciones del ejército se centraron en ellos y hubo varias disputas internas que motivaron el fusilamiento, por órdenes de Vásquez Castaño, luego de sendos “juicios revolucionarios”, de algunos de sus compañeros de armas; empero, el golpe mayor vino después del audaz intento de asesinato del General Álvaro Valencia, Director de la Escuela Superior de Cadetes y responsable de la muerte de Camilo Torres, en Bogotá frente al mismísimo Ministerio de la Defensa en 1971, el año en que Fidel Castro hizo su “escala técnica” Guayaquil tras su visita a Salvador Allende, el recién electo Presidente marxista chileno, quien sería derrocado y muerto en septiembre de 1973, a su vez el año en que el Ejército uruguayo capturó a la cúpula del movimiento tupamaro, reteniendo como rehenes de dolor de la dictadura a nueve dirigentes hasta 1985.

La respuesta contra el ELN del Ejército colombiano, ese mismo mes de septiembre de 1973, también fue contundente. Con todos los medios a su alcance y tras un mes de combates destrozó una importante columna guerrillera, matando a Manuel y Antonio Vásquez Castaño, hermanos de Fabio, y deteniendo a otros dirigentes. Luego en 1974, a punto de ser fusilado por sus propios hombres, Vásquez escapó buscando abrigo en Cuba, abandonándolo todo.

Sin embargo lo que quedó del ELN se negó a desaparecer y agrupándose bajo nuevos mandos en septiembre de 1975 lograron asesinar al General Arturo Rincón, Inspector General de las Fuerzas Armadas, cuando el alto oficial se dirigía a su oficina del Ministerio de la Defensa. Tras el crimen se desplazaron a las serranías del Perijá, al oeste del Golfo de Chavezuela, utilizando la frontera con la antigua Venezuela como base de operaciones y refugio. Allí sobrevivieron varios años hasta 1983, cuando estructuraron una junta directiva de nueve miembros bajo la dirección de un sacerdote español, el “Cura Pérez”, reincorporándose a las

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lucrativas acciones de extorsión a los sectores mineros, energéticos y agrícolas locales, obteniendo cuantiosos recursos que les permitieron crecer de 100 a 1.000 efectivos en apenas tres años.

En cambio el EPL de los maoístas recibió las más duras derrotas. Apenas cinco meses después de la conformación de su primera columna armada, en 1968 enfrentó un potente ofensiva de los regulares quienes dieron de baja a varios.

Luego fue debilitado por las agudas divisiones internas ¡entre maoístas pro-Pekín, estalinistas pro-Moscú y hoxhaístas pro-Albania! con las consecuentes deserciones, enfrentando en 1975 otro duro revés que incluyó la muerte de Pedro León Arboleda -su fundador y líder máximo- y la detención de algunos importantes comandantes.

Estos evangelistas del marxismo “mitad monjes mitad soldados”, se pasaron los años siguientes discutiendo entre ellos sobre las mejores tesis y reactivándose espasmódicamente tras las sucesivas mutaciones ideológicas y rupturas con las correspondientes sedes revolucionarias.

Hubo un cuarto grupo guerrillero fundado en 1970 y creado con el nombre de M-19 después de un “fraude electoral” supuestamente infringido en las elecciones del 19 de abril de ese año por el candidato del Frente Nacional, Misael Pastrana Borrero, contra el candidato de la Alianza Nacional Progresista (ANAPO), fundada por un mutado llamado Gustavo Rojas Pinilla. Este General con antecedentes de golpista, dictador, represor y asilado político del tenebroso Chivo dominicano Rafael Leónidas Trujillo, gracias a la magia electoralista se había hecho muy popular por 1970 cuando fue candidato. Las elecciones resultaron reñidas, ganando Pastrana por apenas 63.500 votos, lo cual fue declarado fraude por los rojistas, cuyos sectores juveniles de izquierda, entre ellos El Flaco Bateman, se declararon a sí mismos “¡el brazo armado del pueblo anapista!”

El M-19 fue un grupo subversivo de diferente a los anteriores porque fue diseñado como guerrilla urbana, porque estuvo conformado por universitarios y porque exhibía un refrescante anti-dogmatismo. Este nuevo grupo insurgente además incorporó a las ciudades a un conflicto que percibían lejano. Su líder, Jaime Bateman Cayón, fue carismático y creativo ante los medios, particularmente mediante su primer acto: el robo en enero de 1974 de la espada de Simón Bolívar, convertida en el símbolo de movimiento - ¿Qué pasó, Flaco?

- ¡Nada!, y no me llame así, para usted y los demás soy Jaime Bateman. No Batman ni Batemán, soy Jaime Bateman Cayón, Jefe y Fundador del Movimiento 19 de Abril y mi nombre de guerra será Comandante Pablo… ***

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El decenio de los setenta fue difícil en Colombia. A pesar de la bonanza económica generada por los altos precios del café y el raudal de dólares provenientes del narcotráfico, la inflación afectó severamente el salario de los trabajadores. Eso causó un gran descontento que devino en el Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977, el cual fue duramente reprimido por las fuerzas del Estado con un estilo que evocaba la represión brutal que se había instalado ya en el Cono Sur del continente. Ese fue el punto de quiebre de la confianza, aprovechado por los grupos subversivos para elevar su nivel de acción. En respuesta, en septiembre de 1978 el Gobierno expidió un controvertido Estatuto de Seguridad que agravó la represión y se amplió las facultades para la acción militar en menoscabo de los derechos civiles, dirigida particularmente contra los sindicatos y sus líderes, con detenciones arbitrarias y tortura incluidas.

Por esas fechas yo terminaba mi post-grado en el Centro Médico Nacional de México, completamente ajeno a los terribles acontecimientos que se suscitaban en Colombia. Sin embargo, con esos trances de clarividencia fugaz que a veces padecía, remontando montañas y volando sobre valles pude percibir una tarde en un andén de la Avenida Cuauhtémoc que bordeaba por el frente del inmenso centro hospitalario del I.M.S.S., la tragedia que estaba generándose en la cercana Centroamérica. Todo lo leí en las espaldas asustadas de un pequeño grupo de salvadoreños -amigos míos- que cuchicheaban en la acera. Eran un ateneo de difuntos, un pequeño comité de muertos, de seres que estaban a punto de perderlo todo, familias, carreras, vidas y país.

La amenaza generada por el Estatuto estimuló aún más la lucha guerrillera en Colombia, especialmente de los miembros del M-19 quienes ejecutaron acciones espectaculares como el masivo robo de armas de un rastro del Ejército a través de un largo túnel al puro estilo tupamaro, el secuestro y fusilamiento de José Raquel Mercado -Presidente de la Confederación de Trabajadores de Colombia- y el asalto de la Embajada de la República Dominicana, de donde salieron a Cuba tras arduas negociaciones que duraron 67 días - Sometimos la decisión de ajusticiarlo al veredicto popular -declaró Bateman- La gente escribió en las calles SÍ; escribió NO; la CTC hizo una gran campaña de carteles para que no lo fusiláramos … pero José estaba entregado totalmente al imperialismo. En el interrogatorio que le hicimos reconoció que trabajaba para los norteamericanos, que recibía de ellos cuantiosos cheques…

Como siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá, asistidos por la doctrina se irrogaron facultades de fiscales, jueces y verdugos. También abrieron operaciones en las selvas del sur ocupando pequeños cantones, secuestraron un avión que hicieron acuatizar cargado de armas en la selva y en respuesta a una Ley de

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Amnistía propuesta por el Gobierno, atacaron con morteros la Casa de Nariño, la mismísima residencia presidencial - Cuando yo nací, Carlos Manuel Bateman, mi padre, ya había abandonado a Clementina, mi madre, sin atender sus necesidades más básicas. Fue por eso que ella trabajó toda su vida como comerciante informal. Vendía cuanta mierda se encontraba para mantenernos, sobre todo en la época en que vivimos en Guacamayal, a unos 80 kilómetros de Santa Marta…

- ¿Por qué se fueron allá?

- Mi padrastro, Jorge Olarte, consiguió un empleo de tendero en Guacamayal, en lo que quedaba de la Magdalena Fruit Company - Y… ¿Qué pasó? ¿Cómo les fue?

- ¡De mierda! Olarte no sabía en qué se había metido. La compañía no vendía nada ¿Qué podía exportar en medio de la Segunda Guerra Mundial? Todo estaba sumido en la miseria. Nuestra “casa” era como la de todos los obreros, apenas un bohío construido sobre cuatro estacas de mangle clavadas en el pantano. El sol ardía sobre el techo de zinc y debajo de las tablas del piso nadaban las culebras; cagábamos en un cajón ubicado fuera y bebíamos el agua que traían en canecas del río Gucamayal, amarradas sobre el lomo de una burra…

- ¿Ese fue el año en que mataron a Gaitán?

- Sí. Poco después del 9 de abril de 1948, cuando mataron a Gaitán, el ejército llegó a la zona a poner orden porque la gente empezaba a apedrearlo todo. Los soldados se instalaron donde pudieron, por unos dos meses, en las casas de los obreros, incluida la nuestra. Al poco tiempo los pobres soldaditos sudaban como tapas de ollas por el calor de Santa Marta y terminaron comiendo las ciruelas que los muchachos les bajábamos de los alrededores, porque el Gobierno se olvidó completamente de ellos…

Al mismo tiempo en que Bateman fundaba el M-19, las FARC, como ya vimos, multiplicaban sus efectivos pasando a la ofensiva en varias zonas y ejecutando ataques espectaculares. También en esos años Colombia cambió de su calidad de lugar de tránsito de la cocaína procedente de los Andes centrales del continente a país productor, sobre todo en las zonas controladas por las FARC. Así fue como las selvas se llenaron de pistas clandestinas, laboratorios y cultivos ilícitos. La guerrilla, reticente al inicio, terminó cobrando comisiones -el famoso “gramaje”- y entablando disputas con los capos del narcotráfico por causa de la extorsión y los frecuentes asaltos al dinero. Las tensas relaciones entre las guerrillas y los capos se agudizaron tras el secuestro, por parte del M-19, de Martha Nieves Ochoa, hermana

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de los Jefes de un poderoso cártel norteño, lo cual provocó que cada una de las mayores organizaciones delictivas -convocadas por Gonzalo Rodríguez Gacha y Pablo Escobar Gaviria- aporten dinero, hombres y armas para crear el MAS (Muerte A los Secuestradores), un cuerpo militar privado conformado por 2.000 efectivos, que fue la simiente del paramilitarismo. Finalmente Ochoa fue liberada tras la muerte de más de 200 personas, entre milicianos, familiares y colaboradores - ¿Qué hacemos, don Pablo?, ¡diga usted!

- Mire, Ochoa, no les dé un centavo. Juntaremos dinero y formaremos un batallón.

Vamos a matar a todos esos malparidos, a sus mujeres, a sus hijos, a sus abuelos, a sus amigos, a sus sirvientes, a sus perros, ¡a todos!, hasta que nos entreguen a su hermana Martha Nieves… Vamos a formar un ejército con dos mil hombres.

Reúna a su gente para que colabore, llame a mi hermano, llame al Mexicano -que lo tienen jodido los de las FARC en el sur-, llame a los de Cali, a los de Antioquía, a la gente de Rodríguez Orejuela, a Carlos, a los del Valle, a la gente de Barranquilla, ¡llame a todos, oiga pues, para que traigan dinero!, vamos a armar la guerra contra esos traidores…

- Soltaron a Martha, don Pablo, el plan funcionó…

- Si. Ahora El Mexicano quiere ampliar nuestra acción contra los comunistas. Esos malnacidos nos están costando mucha plata. También voy a utilizar a los del MAS en un par de cositas…

No obstante este complicado segundo frente las FARC prosperaron a tal punto que en 1982 se consideraban una fuerza militar beligerante, añadiendo en la Séptima Conferencia de mayo de ese año las siglas de Ejército Popular (EP) a su nombre, aumentando notoriamente su número de estructuras, adoptando planes militares a escala nacional que situaban el eje estratégico en la cordillera oriental, tomando Bogotá como su centro con doce frentes esparcidos en todo el territorio desde el Meta, por todos los llanos orientales, hasta el Vichada y la frontera de entonces con Venezuela. El propósito del ambicioso plan diseñado para ocho años, fue pasar de presas a cazadores - Atacando, copando, desmoralizando, obligando a moverse constantemente y destruyendo al enemigo -dijo Marulanda Además diseñaron un extenso plan, que debía operar simultáneamente, de sabotajes para socavar las bases económicas de la nación. Las FARC-EP igual que sus colegas del M-19 consideraban que ya estaban maduras las condiciones para la toma del Poder. Estas decisiones militares se combinaron con acciones de tipo financiero, asignando responsabilidades a cada frente para recabar cuotas de dinero, el cual debían recaudar de los grandes terratenientes y empresarios,

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incluyendo los barones de la droga. El resultado de esta estrategia fue una vertiginosa expansión del Poder del Secretariado de las FARC-EP. Por esos años el auge guerrillero era tremendo y la economía del país colapsaba. Por su parte los subversivos -sobre todo del M-19- que estaban en las cárceles difundían propuestas para un Acuerdo Nacional mientras que secretamente ponían en marcha su “ofensiva final” llamada Invasión por la Costa Pacífica. Una columna de 130 hombres entrenada por militares cubanos ingresó por ese lado de la costa colombiana con el objetivo de abrir operaciones en el interior del país. Un grupo desembarcó en febrero de 1981 en el Chocó -la parte septentrional de la costa del Pacífico- y el segundo grupo de 85 milicianos desembarcó un mes después en la cenagosa desembocadura del río Mira, al sur de Cabo Manglares, en una playa con vegetación alta y cerrada pegada a los límites sureños con Ecuador. Este segundo grupo fue detectado por el ejército y en pocas semanas ambas formaciones fueron desbaratadas, con 40 muertos, muchos prisioneros y unos cuantos escapados hacia nuestro cercano y vulnerable país.

Simultáneamente y formando parte del mismo plan estratégico, en enero de 1981 el M-19 abrió operaciones en la selva del sur, tomándose Mocoa -una pequeña población en medio de la agreste serranía- capital de la Comisaría del Putumayo, unos cuantos kilómetros al nororiente de Ipiales, frente a nuestra pacífica frontera.

En 1982 hubo un intento más honesto de pacificación por parte del nuevo Gobierno. En noviembre se aprobó una Ley de Amnistía mediante la cual cientos de guerrilleros fueron liberados pese a que continuaban las acciones de los grupos insurgentes, particularmente del M-19, cuyo líder, Jaime Bateman, murió en un accidente de aviación. Reticentes hasta el último, los del M-19 protagonizaron varias tomas armadas y cruentos enfrentamientos con el ejército hasta que después de varios episodios sangrientos se sumaron al acuerdo en agosto de 1984.

Este sincero plan de paz fracasó por varios motivos: la actitud belicista de algunos altos mandos militares, la negativa de la extrema derecha y la desconfianza de la población, mantenida por las acciones contínuas de los subversivos, particularmente de un grupo disidente de las FARC, del ELN al mando del “Cura Pérez” y del M-19, el más agresivo en este delicado período. Entonces se repitió la vieja historia de asesinatos de los amnistiados y otra vez todo se echó a perder. Se reanudó la lucha armada, esta vez unida en un conglomerado que denominaron Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. La violencia se intensificó a tal punto que en noviembre del aciago 1985 el M-19 asaltó el Palacio de Justicia de la capital, tomando más de 350 rehenes y combatiendo por más de 28 horas contra 1.000 regulares del Ejército, 8 tanques y varios helicópteros de la policía con comandos especiales. El saldo fue más de cien muertos: la mayor parte de los miembros de la Corte Suprema, once uniformados y todos los integrantes del comando asaltante.

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Sin embargo las actividades de este grupo no cesaron. El año siguiente provocaron grandes enfrentamientos y sufrieron, a su vez, sensibles bajas de varios de sus comandantes. Luego de esta acción, el M-19 sufrió una potente arremetida del Ejército, con 15.000 soldados -con refuerzos mecanizados y apoyo aéreo- que atacaron sus bases del suroccidente del país, tras lo cual no volvieron a levantar cabeza.

Este fatídico 1985, cuando realmente se desbordó la violencia en Colombia, también fue el año de total inflexión de la historia que estamos recordando. Fue la época atroz cuando José Luís Vásconez regresó a Ecuador tras la expiración de su causa penal y mutó después de su tortura en el tremendo “Tresojos”; Anti se “jubiló” como internacionalista de la Escuela Caribeña y también regresó a apoderarse de todo; Luz Alzola, la Vasca, y Sandra Moreta fueron torturadas por la Policía y esta ultima estrangulada por Carlos Alberto, el hermano cruel de su padre; Maricarmen Moreta escapó milagrosamente de los asesinos de la Van roja; y adicionalmente un devastador terremoto destruyó el DF mexicano, mientras acompañaba en Venecia a Enrique, mi padre. Como contrapartida, Adán Rojas y Julián Gijón conocieron a Bella Paz Castaño, recién llegadita a Miami; y finalmente yo renuncié a mi trabajo en el hospital del IESS para escoltar los ensueños de Maricarmen por las Islas Encantadas.

Solamente las FARC-EP permanecieron en el proceso de paz, pero como siempre con otras intenciones, ya que para 1986 contaban con cerca de 5.000 hombres en 29 frentes, aglutinados en la Coordinadora con 1.000 del M-19, 1.000 del EPL, 1.000 del ELN y otros más de grupos menores. Estas fuerzas se oponían a unos 100.000 soldados regulares y 8.000 policías, cuando se añadió el ingrediente final: el Poder narco.

La guerra se tornó salvaje desde los años noventa hasta los comienzos del siglo actual. Proliferaron las masacres indiscriminadas de campesinos, la ocupación armada de poblaciones, los secuestros colectivos y la extorsión. En tal caos siempre se fortalecen el rata, el inescrupuloso y el infame - Ni se le ocurra desorganizar a la gente del MAS, Luís Carlos; tenemos algunas tareas pendientes y vamos a hacer harto ruido. Primero nos encargaremos de la juecita esa, sólo de ella, esta vez vamos a ser considerados… luego tengo pendientes dos cositas más que mejor ni le cuento. ***

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(24) Delincuencia organizada El tráfico de drogas ilícitas fue un negocio creciente desde los años 70, a partir de la llamada primera bonanza marimbera iniciada por los Cuerpos de Paz enviados por John F. Kennedy desde 1961 para contener el comunismo mediante el desarrollo agrícola, la educación y el fomento de la salud. Esos voluntarios norteamericanos pronto descubrieron las cualidades de la marihuana que florecía en la Sierra Nevada de Santa Marta, convirtiéndose en comisionistas menores de un próspero negocio de exportación a EE.UU que juntó a la mafia de ese país con los traficantes locales - It‟s a nice grass, men! We‟ll not have to worry ever about money!

Poco después, en las sierras de Magdalena, César y la Guajira -siempre por el norte, cerca de las hermosas costas del Caribe- la mafia modernizó cultivos, exportó la hierba y repartió dólares entre las autoridades locales. Así, para 1974 el 80% de los agricultores de La Guajira cultivaba marihuana y el salario de los jornaleros se había multiplicado por seis. El fin de este negocio ocurrió a mediados de los 80 por abandono de los capos colombianos debido a su falta de control sobre las rutas y la distribución en Norteamérica. Además el gran volumen del producto hacía muy costosa su transportación. Sin embargo, esta experiencia provocó el surgimiento de una generación más activa de narcos dedicados al comercio de la cocaína, de la que fueron exponentes destacados Pablo Escobar, Gustavo Gaviria primo del primero-, los hermanos Ochoa, Griselda Blanco (“la Madrina”, “La Viuda Negra”, sobreviviente de las guerras de la generación anterior y de las agitadas cocaína cowboy wars de Miami libradas entre ella y los contrabandistas cubanos), Carlos Lehder, Gonzalo Rodríguez Gacha y los Rodríguez Orejuela, entre otros…

- ¿En qué año fuiste a Miami? -Preguntó Ariel a La Bella - En 1985 - ¿Oíste hablar de la guerra de los “cocaine cowboys”? ¿De los “vaqueros de la cocaína”? ¿Viste algo de violencia que hubo en Miami entre los setentas y los ochentas? ¿Había todavía? Fíjate que en esos años ametrallaron a unos delincuentes colombianos en el Deyland Mall y murieron algunos espectadores inocentes

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- ¡No! ¡Qué horror!, allí compraba yo -puso ella más atención - Si… ¿Oíste hablar de Griselda Blanco? ¿La Madrina? ¿La Viuda Negra?

-No. Bonito nombre ¿Quién es?

- Era… acaba de morir en Medellín - ¿Si? ¿Qué le pasó?

- Aquí está todo, en internet, lee…

- No tengo mis lentes ¡Dime tú!

- Tenía un bonito nombre, pero era horrible persona. Fue la reina de la cocaína en EE.UU. Tuvo varios maridos a los cuales se dijo que asesinó, como hacen esas arañas llamadas “Viudas Negras” que devoran al macho después de copular.

Todos sus hijos -cuatro o cinco- murieron en actos violentos relacionados con su “negocio” y enfrentó a los mafiosos cubanos que vinieron con el “éxodo del Mariel” en 1980. Durante los diez años que duró su “guerra” contra las pandillas rivales ella convirtió a Miami en la ciudad más violenta del mundo. Estuvo presa en EE.UU y se dijo que había tramado el secuestro del hijo de J. F. Kennedy para negociar su libertad. Después de estar presa por veinte años obtuvo su libertad en 2004 y fue deportada a Colombia. Salió por uno de esos tecnicismos que siempre encuentran los Abogados cuando les pagan bien. Finalmente, nada se supo de ella durante ocho años hasta hace poco tiempo cuando fue asesinada en Medellín -su tierra- por unos motociclistas parrilleros, con una técnica que ella misma creó - ¡Qué triste! No vi nada de eso -concluyó. Ariel, por su parte, quedó reflexionando sobre el modo como esas sociedades se recomponen tan rápidamente - Ariel -dijo ella después de un largo rato que había permanecido silenciosa- esa mujer… Griselda, sólo fue una delincuente y lo demás es leyenda y exageración de ustedes. Lo que pasa es que a las mujeres nos asignaron, sin que lo pidamos ni lo deseemos, el rol de custodios de las normas y refugio de la moral ¿Murieron sus hijos? ¿Eso qué? ¡Ella no los mató! ¿Asesinó a sus maridos? ¿No es eso lo que deberían hacer el ochenta por ciento de las mujeres? -dicho esto calló y permaneció de mal humor el resto de la tarde - ¿Qué bicho le picó? -pensó Ariel, de manera retórica porque entendía perfectamente.

Luego del secuestro de Blanca Nieves Ochoa en 1981 por parte del M-19 se consolidaron los cárteles asociando a las pandillas del narcotráfico. El más poderoso fue el de Medellín, con Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha como jefes, el cual unió a los capos antioqueños con el cártel de Bogotá. Otros de menor envergadura fueron el de La Costa, que tuvo su centro de operaciones en Barranquilla, el de Cali, que fue manejado por Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela y el del Norte del Valle.

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El secuestro de Blanca Nieves precipitó la conformación del MAS (Muerte A los Secuestradores), un poderoso batallón que Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez se negaron a disolver luego de que la joven fue rescatada, y que se replicó el año siguiente -esta vez legalmente y con el apoyo del Ejército- en otra fuerza con el nombre de Asociación Campesina de Ganaderos y Agricultores del Magdalena Medio (ACDEGAM), creada en Puerto Boyacá, en el centro-norte del país, con el propósito de combatir la guerrilla en la región. El ACDEGAM, con medio millar de hombres, fue un ingrediente más a la violencia y el punto de partida del paramilitarismo, impulsado tempranamente por Rodríguez Gacha debido a su enemistad con las FARC a causa de la destrucción de algunos laboratorios en las selvas del sur y del robo de dinero y pasta de coca. El capo, quien mantenía un ejército privado conformado por 1.000 elementos entrenados por mercenarios británicos e israelíes, apoyó con cuantiosos recursos económicos y armas a los paramilitares, transformando a Puerto Boyacá en la “capital anti-subversiva” de Colombia y extendió su Poder por los llanos orientales y la región del Putumayo, donde con Los Masetos controlaba el Valle del Guamuez - Oiga, Gonzalo, ahora vamos a legalizar al dinero y también vamos a hacer política. Voy a fundar un movimiento que llamaré Civismo en Marcha; ¿por qué no? Es lo que ellos hacen… Veremos hasta donde podemos llegar; podría ser bien arriba Carlos Lehder por su parte, aprovechando la reciente amnistía patrimonial legalizó sus cuantiosos bienes y fundó su Movimiento Cívico Latino Nacional al cual llamó “latinoamericanista, anticolonialista, republicano, nacionalista, moralista, católico, apostólico, ecologista y bolivariano”. La narco-política, sin embargo, fue vista con alarma por los sectores tradicionales, particularmente por Luís Carlos Galán -candidato a la presidencia en 1986- y por el reciente Ministro de Justicia de la nación, Rodrigo Lara Bonilla, quien convirtió a Pablo Escobar en blanco de sus críticas.

Galán ya casi había sufrido un atentado en Medellín en agosto de 1989, cuando trataron de lanzarle un poderoso misil explosivo en el momento en que se disponía a dar una conferencia en la Universidad de Antioquía. Tres asesinos fueron reportados por una transeúnte dentro de un automóvil en actitud sospechosa, lo cual abortó ese primer intento. No obstante, 12 días después Galán resultó mortalmente herido por Jaime Rueda Rocha -un campesino desplazado por la violencia, secuestrado por las FARC a los 17 años para servir como soldado, ascendido a Jefe del Frente XI y mutado en recluta de las Autodefensas Unidas de Colombia- en un mitin electoral en Cundinamarca, el mismo día en que Waldemar Quintero -el policía que lo rescató durante el intento anterior- caía muerto, también por orden de Pablo Escobar. Años después se supo que el organizador del

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crimen había sido “El Pelado” Carlos Castaño Gil y sus autores intelectuales los Jefes del cártel de Medellín y Alberto Santofimio Botero, quien había sido Ministro de Justicia en 1974, senador y dos veces candidato presidencial con dinero del narcotráfico según posterior acusación de la Fiscalía colombiana.

Lara Bonilla, por su parte, se había convertido en líder de la cruzada contra la narco-política, logrando la renuncia de Escobar a su efímero puesto en la Cámara de Representantes que había logrado gracias a su “movimiento”. Como si eso no fuera suficiente para determinar su muerte, impulsó un operativo policial que desmanteló el complejo cocalero de Tranquilandia en marzo de 1984, requisando varios aviones. Dos meses después cayó asesinado dentro de su Mercedes Benz en el norte de Bogotá. El hechor fue un muchacho llamado Iván Darío, sicario de Escobar, quien viajaba de parrillero en una Yamaha conducida por su cómplice Byron de Jesús alias “Quesito”, sobreviviente a la persecución tras el atentado. Esta temeraria acción resultó en el confinamiento de los barones de la droga en un lugar de la sociedad del que jamás pudieron salir. Se refugiaron temporalmente en el istmo y reemplazaron el diálogo del dinero con el puro terror.

Los historiadores, quienes gustan de los emblemas, llamaron narcoterrorismo a lo que sucedió después. Los Jefes del cártel de Medellín se bautizaron a sí mismos como Extraditables -se había aprobado en 1980 la temida Ley 27- y empezó el baile. Vino el ataque con morteros de la Casa de Nariño por el M-19 en 1981, el estallido de un carro-bomba frente a la Embajada de EE.UU en Bogotá, el asesinato del Juez Castro Gil -quien llevaba la investigación del crimen de Lara Bonilla- en 1985, la toma del Palacio de Justicia por el M-19 ese mismo año, el asesinato del testigo Barry Seal -en Baton Rouge, Louisiana- en 1986, el del magistrado Baquero, el del periodista Camacho, el del periodista Echevarría, el del Jefe policial Marcana, el del senador Nel, el del representante Posada, el del Presidente de la UP (el brazo político de las FARC) Pardo Leal en 1987, …

Luego de que las guerrillas marxistas fueron expulsadas del Magdalena medio por la acción del ACDEGAM, el modelo de Puerto Boyacá fue exportado al resto del país, particularmente a Córdoba, Urabá, Putumayo, Boyacá, Cundinamarca y la región del Arari. Los paramilitares habían logrado eso atacando a mansalva lo que consideraban las redes de apoyo dentro de la población civil, con el beneplácito del Ejército.

Es fácil imaginar lo que hacían. Los Jefes narcos devenidos ya en terratenientes y hastiados igual que los legales, de secuestros, extorsiones, vacunas e impuestos de guerra, dieron impulso al proyecto paramilitar. Para 1987 el Gobierno identificaba 128 organizaciones de “justicia privada”. El mayor de estos grupos fue llamado “Los Tangueros” por el nombre de su finca de asiento, Las Tangas, y liderado por Fidel Castaño Gil (Rambo) y sus hermanos, Carlos (El

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Pelado), 14 años menor, y Vicente (El Profe), quienes desarrollaron nuevas y creativas formas de asesinato, como el corte de la corbata (un tajo bajo el maxilar, dejando caer la lengua como adorno) y el uso de la moto-sierra en labores semejantes a la utilizada en la película Scar Face en Miami Beach contra Ángel, el amigo de Tony Montana.

El grupo Los Tangueros a medida que creció mutó en otro llamado más explícitamente Muerte a los Revolucionarios del Nordeste (MRN) y luego en las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU); y emprendió, a veces con la ayuda del Ejército, una cadena de masacres de civiles, tales como la de Trujillo (1986) en colaboración con los regulares, con 352 muertos; la de Santander (octubre de 1987) con 19 comerciantes asesinados; la de La Mejor Esquina (abril de 1988), en medio de un fandango por el Domingo de Resurrección, donde partieron en dos a 27 con sus ráfagas; la de Segovia (noviembre de 1988) donde, lista en mano, asesinaron a 43; la de El Tomate (agosto de 1988) donde dejaron un pueblo convertido en fantasma a punta de explosiones de granadas; la de La Rochela (enero de 1989) donde “Negro Vladimir” ordenó la muerte de 12 funcionarios judiciales… *** - Diga a Monoleche que venga enseguida -ordenó “El Pelado” Carlos- Hay algo importante que debemos conversar - Ordene, Jefe -entró Jesús Ignacio, “El Monoleche”, entre calmado y duro, como era su estilo - Mire, Jesús Ignacio, se lo diré de una vez: voy a matar a Fidel, mi hermano. Eso va a ocurrir con o sin usted, así que… ¡escoja pues!, decida lo que quiere hacer - Si usted me lo dice, pues… ya sabe… lo haremos Monoleche no tenía que preguntar los motivos de “El Pelado” aunque no los hubiera conocido. Era lío de faldas, además de que Carlos atribuía a Fidel, por alguna razón que -eso sí- desconocía, el suicidio de Rumalda, su hermana. En todo caso le importaba una mierda; cumpliría la rutina: matarían a Fidel y a unos cuantos más y esconderían para siempre los cadáveres. No sabía ni le importaba si “El Profe” -el hermano mayor- participaría o no. ***

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El año 1988 fue el más violento. A las masacres de los Castaño se sumaron las del MOENS (Movimiento Obrero Estudiantil Nacional Socialista) quienes abrieron la temporada en febrero con el ataque a una gallera en el Meta, donde murieron 12 campesinos. Luego, en marzo, los del ACDEGAM mataron en las fincas de La Honduras y La Negra a 20 sindicalistas bananeros. Ese mismo mes en que “Los Magníficos” asesinaron a los 28 campesinos en Mejor Esquina y 23 civiles fueron arrasados a punta de metralla en Vereda Punta Coquitos, en Turbo. En junio el Ejército mató a 17 mineros en El Topacio, Antioquía; en agosto cayeron 16 jornaleros en Córdoba y en noviembre Los Tangueros perpetraron la masacre de Segovia, incluyendo en la lista a la alcaldesa.

El año siguiente, 1989, aparte del de La Rochela ya mencionado, hubo otra serie de atentados, dirigidos contra directivos de la UP, como parte de una política de exterminio ordenada por Rodríguez Gacha que costó la vida de decenas de sus integrantes, cayendo asesinado en febrero Teófilo Forero (las FARC bautizaron con su nombre a una muy activa columna móvil, cuyo escindido destino final involucró violentamente a los personajes de esta historia), secretario del Partido Comunista, junto con tres acompañantes. En marzo cayó muerto a tiros José Antequera, dirigente de la UP, en el aeropuerto de El Dorado, saliendo herido en este ataque Ernesto Samper, precandidato liberal a la Presidencia; en septiembre cayeron abatidos el senador Pedro Nel y el representante Leonardo Posada, en octubre fue asesinado Pardo Leal y en noviembre 5 miembros de la JUCO fueron acribillados a tiros en la sede de la organización. También, en octubre los Castaño asesinaron en su oficina de Medellín a Gabriel Jaime Santamaría, segundo vicepresidente de la Asamblea de Antioquía.

El Gobierno pronto se dio cuenta del error que había sido desatar esas bandas de ultra-derecha y derogó el decreto 3398, que databa desde 1965, declarando ilegales a las autodefensas, por lo que la ACDEGAM se trató de camuflar en el Movimiento de Restauración Nacional (MORENA) creado por Iván Duque Gaviria (un Abogado de Caldas conocido con el mote de “El Senador” y ex asesor de la ACDEGAM) quien publicaba sin pudor su odio hacia los sindicalistas y las organizaciones sociales, y su amor por los “valores cristianos” pregonados por la Sociedad Colombiana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad.

En diciembre de 1989 cayó Gonzalo Rodríguez Gacha abatido por las autoridades sin que eso influya algo sobre las actividades paramilitares que ya estaban en otras manos. En efecto, apenas en enero de 1990 “Los Tangueros” de los hermanos Castaño hicieron desaparecer a 43 personas en Pueblo Bello, Antioquía.

Duque había estado preso por orden de la Fiscalía, acusado de varios homicidios relacionados con actividades paramilitares, en particular el de Jairo Hernández, un concejal de Puerto Boyacá. Al salir tomó contacto con Carlos

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Castaño Gil, adoptó el confuso alias Ernesto Báez de la Serna y participó activamente en el proyecto de creación de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Al poco tiempo empezó la rivalidad por el control y la representación pública de las AUC y Báez se asoció con Vicente Castaño “El Profe” -otro de los hermanos- y “don Berna” provocando un segundo fratricidio (en el cual le toco participar a Juan David Moreta, el hermano perdido de Maricarmen) esta vez perpetrado contra Carlos por Vicente, el mayor - Oiga Monoleche, hay que matar a Carlos -dijo “El Profe” - Ordene, Jefe -repitió Jesús Ignacio ***

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(25) Delincuencia desorganizada - Oiga ¿Qué propone este?, ¿Qué dejemos los fusiles y agarremos las escobas? ¡Ni que lo piense!, la Organización persistirá. No será en vano que hemos derramado tanta sangre, sirviéndoles a ellos, para que ahora nos quieran reducir a la impotencia, y quizás hasta ponernos delante de la Ley Terminaba el año 2008 y estaban muertos Fidel “Rambo” Castaño y Carlos “El Pelado” Castaño, estaba escondido o muerto Vicente “El Profe” Castaño y habían sido extraditados a EE.UU Salvatore Mancuso “Mono Mancuso”, Rodrigo Tovar “Jorge 40”, Diego Fernando Murillo “don Berna”, Hernán Giraldo Serna “Pablo Sevillano”, Ramiro “Cuco” Vanoy, Francisco Javier Zuloaga “Gordolindo”, Carlos Mario Jiménez “Macaco” y otros -en total catorce- Jefes paramilitares.

Tras ese primer envío los cuadros de menor rango nos volvimos más desconfiados- ¡Para qué le cuento! Mire lo de “Jorge 40”; va y les suelta todo, les habla de sus doce años de guerra contra los comunistas y entrega su lista personal de 600. Luego le encuentran esa portátil a “don Antonio” con una lista de 550 más, servidos para ellos, para que estén tranquilos en sus casas ¿Qué esperaba?, ¿qué le hagan una fiesta de cumpleaños? ¿Y qué pasará con los mil hombres suyos que llevó ante las autoridades? Mire, las armas se quedan, la Organización persistirá…

Las extradiciones siguieron, pero habíamos quedado treinta y dos mil hombres armados regados en los territorios de Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador desde la primera “desmovilización” de 2006, muchos de los cuales nos dedicamos al secuestro, a la extorsión bajo amenaza, al sicariato, al reclutamiento forzado de menores -se habló exageradamente de 18.000- y al tráfico de drogas, organizados en fuertes estructuras de comando autodenominadas “Los Urabeños”, “Los Rastrojos”, los “Águilas Negras”, Los Paisas”, “Los Machos”, “Renacer”, “Oficina de Envigado”, “Ejército Popular Revolucionario Antisubversivo de Colombia”, “Autodefensas Gaitanistas de Colombia”…

La Justicia colombiana, presionada por las organizaciones de víctimas que exigían reparación, se disputaron con los gringos la retención de algunos de quienes habían sido nuestros jefes

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- ¡Fíjese, oiga, en el caso de “Mono Mancuso”!, ¡qué güevada!, estaba confiadísimo en que no lo mandarían a los Estados Unidos; incluso recuerde que fue el principal vocero de las Autodefensas frente al Gobierno y que acudió como si fuera el Ministro a la ceremonia de desarme del Bloque Bananero; ¿todo eso para qué? Para terminar siendo enviado con los primeros 14 a las cárceles americanas Inmediatamente después de que firmaron la “desmovilización” de 2006 y de que “entregamos” las armas, cuatro mil nos reagrupamos y nos regamos por 17 departamentos de Colombia, infiltrando todo, incluyendo las elecciones regionales con aportes de dinero para las campañas y amenazas a los políticos que no se plegaban.

Hubo capturas de unos pocos líderes de nuestros grupos, tales como la de Diego Pérez Henao “Diego Rastrojo” en la antigua Venezuela y la de Luís Fernando Jaramillo Arroyave “Nano” en Medellín; y también bajas como las de Juan de Dios Úsuga “Geovanni” y la de Pedro Oliviero Guerrero “Cuchillo”, pero la única consecuencia fue que las zonas de extorsión y narcotráfico que quedaron abandonadas fueron rápidamente llenadas por otros jefes, multiplicándonos como virus y volviéndonos autónomos - Usted, Jairo Antonio -me dijeron-, no se olvide de quien es ni de lo que ha hecho.

No crea que puede desmovilizarse sin consultarnos a nosotros. Usted no es libre de hacer lo que desee; recuerde que tiene una familia que nosotros nos encargamos de proteger, de que no les pase nada, ¿entiende usted, Jairo?; tiene a su mujer y a su hija, tiene a su hermana, tiene su cuñado, tiene dos sobrinos, y la gente es muy salvaje, uno no puede estar solo…

- ¡Hombre!, ¡así pues, quién no entiende! -repliqué resignado. Yo ya era un paramilitar desmovilizado en 2006 por el Gobierno y creía que me dejarían en paz¿Ahora?, ¿para dónde será, pues?

- Ya le diremos, Jairo. Usted preséntese mañana En seguida fui a mi casa a despedirme- Me voy, Marta Celia. Estaré a órdenes del Comando, hay trabajo… Y usted, tenga cuidado con lo que dice por allí, no me vaya a “quemar”, ¿oyó bien?; y cuide a su hija - ¿Como que “su” hija? ¿Es que no es suya también? -replicó ella, sin obtener respuesta de mi parte.

Alias Purachepa, alias Culebrón, Alias Jairo Antonio Gómez, ya no recordaba con qué nombre realmente había sido bautizado. Nací en 1980 y crecí en un cerro marginal de Dos Quebradas, al norte de Pereira, y tenía los trece cumplidos

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cuando, casi sin moverme y de pura suerte sobreviví a una balacera en media calle, cuyo origen jamás me preocupé de averiguar, donde cayeron mis padres - Fue de “pura chepa” que me salvé; ¡el plomo venía de todos lados! -repetía Vagué, robé y mendigué poco tiempo hasta que la gente de El Patrón me reclutó como campanero, poniendo en mi historial el primer sobrenombre.

Después fui “carrito” de armas y drogas y más tarde mandadero y sicario, cuando pusieron en mis manos mi primer AK-47 - Primero estuve en varias pandillas -narraba a mis socios en Las Riveras- de esas que ahora llaman “combos”, haciendo toda clase de locuras. No era por hambre o por necesidad, como dicen, sino por pura gana de ser hombre. Marcábamos el territorio con puntos rojos en los postes y exigíamos “vacunas” a los comerciantes de nuestra zona, igual como hacían las guerrillas en la selva. Todo eso combinábamos con las batallas que teníamos con los “manes” de otros barrios. Si planearlo nos agarrábamos cualquier momento a darnos plomo por horas…

Crecí largo y fuerte como serpiente matacaballos, ganándome el segundo alias entre mis “panas”; y luego fuí obligado por la gente de don Diego y “El Alacrán” para conformar una columna de las Autodefensas Campesinas bajo el comando de “Jabón”, con el cual participé en docenas de masacres a presuntos comunistas o lugareños que supuestamente los apoyaban - Pero, ¡si yo ni siquiera soy campesino!, oiga…

- No hable pendejadas Ya bautizado como “Culebrón” me destaqué como pude como combatiente pero no disfruté de la tortura. Maté a cientos y cavé fosas comunes por todo el centro y sur de Colombia, descuarticé comunistas y aldeanos con la motosierra y desollé con el machete, a veces a niños sin que alguno dejase de “cantar” cuando se lo exigía. La primera vez que use la motosierra -en mi bautizo de sangre- fue extrañamente más fácil. Pero después le fui agarrando asco a eso a pesar de que aumentaba mi destreza.

Más tarde, cuando tuve algo más de ascendencia fui reconocido por la Comandancia como Jairo Antonio Gómez, aunque pudo haber sido Carlos Gutiérrez, Julio García, Juan Pérez o cualquier otra mentada de madre que se les hubiese ocurrido. Al fin, con ese nombre conocí a Marta Celia y con ese apellido inscribí a Juana Luisa, mi hija. Bajo ese nombre también fuí desmovilizado cuando tenía 26 años de edad - La buena es que no hará más operaciones en Colombia, Jairo Antonio, se irá de relajo a Venezuela, a comerciar con gasolina, y después quizá a Ecuador -me

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dijeron - Lo que no sea en Colombia, es vacaciones para mí -respondí.

Llegué a Venezuela en los primeros meses de 2007 -hace nueve años y cinco antes de venir a Ecuador- y estuve al servicio de un alto oficial traficando gasolina en el Estado de Zulia, alrededor del Lago Maracaibo, hasta la frontera con Colombia. Salían columnas enteras de tanqueros repletos de combustible y descargaban en enormes depósitos de propiedad de las FARC enterrados en remotos parajes de la Sierra del Perijá. El combustible costaba muy poco en Venezuela y era vendido en Colombia a precios mucho mayores. No había dificultad alguna porque quienes efectuaban el “contrabando” eran precisamente los guardianes de la frontera - ¡Oiga! ¡Qué güevada, hombre! Haberme dado bala durante quince años con estos comunistas para terminar ahora haciendo negocios con ellos -comentaba allá, muerto de la risa.

Después de unos ocho meses fui trasladado al Caribe venezolano y rodé por Falcón, Vargas y Miranda, como custodio de la droga que enviaban desde el suroeste colombiano para Europa a través de la ruta africana. Aunque nunca lo vi en Venezuela, supe que las operaciones de los Jefes militares se hacían con participación de Wilber Varela, alias “Jabón”, a quien conocía bien desde mis andanzas con los paramilitares de don Diego y con el grupo Los Rastrojos. Sabía que Jabón era traicionero y peligroso por lo que abrí bien los ojos. Me enteré de que Wilber ya era Jefe del Cártel del Norte después de acabar con el Clan Herrera, con Rasguño y con el mismísimo don Diego. Luego Jabón se había ido a vivir a Venezuela protegido por “El Pavo” Carrillo, un íntimo colaborador del comandante Chávez.

Pocos meses después, en enero de 2008, fui llamado a una operación especial en Mérida, al sur del Golfo, para asesinar a Wilber. No me sorprendió eso porque había visto de todo. Fui con un grupo, pero matamos a un hombre que no era Wilber y que ni siquiera se le parecía, junto a su escolta verdadero, uno apodado “El Grasoso”. Después el cuerpo de ese que no era Jabón fue enterrado en una fosa común cuyo lugar jamás revelaron las autoridades - ¡Qué vaina! ¡Oiga usted! -mascullé para mí- ahora resulta que no mato comunistas sino que negocio con ellos, y asesino a mis propios Jefes quienes finalmente no son los que se supone que eran…

- Hasta aquí llegué, Marta Celia -pensé sin emoción alguna y estuve más de cuatro años esperando mi turno, pero ese día no llegó, al menos en Venezuela

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- Irรกs a Ecuador -me dijeron- harรกs negocios allรก ***

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(26) “Economía criminal” - ¿Cómo está, Antonio Ignacio? Pase… -invitó El Abogado a Anti Torres Mera - ¡Doctor! ¡A su orden!, diga, ¿para que soy bueno?

El día en que esto ocurría -a finales del año 2012- Anti ya contaba con 65 años de edad, pero nadie le hubiera calculado más de 40 ó 45. El Abogado no le contestó y se limitó a señalarle con la mano un sillón, saliendo inmediatamente hacia una habitación contigua donde se iniciaba otr a reunión. Hacía un esfuerzo supremo porque detestaba con toda su alma a esos comunistas jubilados y pensaba que seguirían siéndolo siempre aunque tengan todo el dinero del mundo, como el individuo que dejó atrás. Estaba seguro de que el astuto ex guerrillero desconocía quien había movido los hilos del secuestro y muerte de el Doctor Roque Vicente Preciado, el juez que hizo asesinar 27 años atrás, en cuya acción había participado Torres Mera - ¿Qué querrá este hijo de puta? -pensó Anti por su parte- Ya lo conozco, se pegará la siesta y me tendrá aquí ablandándome, esperándolo… Ojalá no esté pensando en matar otro Juez…

No tuvo que esperar mucho. A los pocos minutos retornó- Mire Antonio Ignacio -era la única persona que lo llamaba así- voy a ser franco con usted.

Necesito controlar el círculo íntimo de El Presidente, pero sólo tengo problemas con un par; uno es el Doctor Preciado Arguello…

- ¡Coño madre! Pensó Anti, divertido, recordando esa locución común en la islaAhora quiere cargarse al sobrino…

El Abogado continuó sin prestar atención a la cara festiva del viejo terroristaEste, como buen maricón -dijo- es necio y sólo hay un modo de controlarlo.

Tráigase de Cuba algún muchacho de su confianza dispuesto a follárselo; yo se que hacen cualquier cosa “por la patria” -ironizó.

Anti, por su parte, quien ya lo había visto todo, salió de la entrevista sin discernir claramente para qué lo habían llamado y si era en broma o en serio la barbaridad que había escuchado - Está loco este hijo de puta -concluyó.

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Pronto Anti se iba a dar cuenta que El Abogado no estaba loco ni bromeaba.

Aprendería de él una cosa más, algo que era imposible que lo intuya un hombre con la vida que él había llevado y con la formación que él había adquirido: “que a través de los sentimientos es el único modo de controlar a las mujeres y a los maricones testarudos”. Por desgracia para el aludido habría un excepción: el Doctor Marco Vinicio Preciado Arguello, su pariente, quien resultó egoísta, insumiso y totalmente ingobernable.

Después de que despachó a Torres Mera, El Abogado regresó a la reunión que había interrumpido brevemente. Se trataba de una junta informal con unos delegados de Bruselas, Venezuela y Cuba donde se estaban analizando nuevas propuestas, especialmente una muy delicada que tenía que ver con la política oficial frente al crimen y la delincuencia. Estaba allí, precisamente, el Doctor Marco Vinicio Preciado -quien hace poco había regresado de Washington tras estar diez u once años laborando para el Banco Mundial- en representacion de El Presidente como su flamante laws-maker; y continuó su larga y tediosa exposición sobre “economía criminal” y “blanqueo de capitales”…

- No podemos -decía el letrado- ignorar el volúmen de dinero que mueve en crimen organizado en el mundo -se lavan más de 1.700.000 millones de dólares cada año lo cual representa alrededor del 2.7% del PIB mundial- y tampoco podemos ignorar las conexiones que tiene ese dinero con la política. Todos sabemos que en muchos países -por ejemplo México- no hay elección que no sea financiada por los criminales, sobre todo a nivel de la política local de los Estados más contaminados por el tráfico…

- En nuestra región el narcotráfico se originó en los Andes centrales, para convertirse en pocos años en un fenómeno suramericano y mundial. Al inicio los países plenamente implicados fueron del “Triángulo de Oro del Asia” (Laos, Tailandia y Birmania) del “Cuerno de Oro” del Medio Oriente (Irán, Pakistán y Afganistán) y otros de la Cuenca Mediterránea. Finalmente, con el concurso de los países andinos, de Centroamérica, el Caribe y México, los capitales ilegales crecieron enormemente y lograron insertarse en una economía mundial cada vez más globalizada y en el mercado financiero mundial electrónicamente unificado…

- El consumo en el primero mundo ha generado una rentabilidad con altísimas tasas de acumulación que ha convertido al narcotráfico en el primer negocio mundial, por encima de los hidrocarburos y del armamentismo. El crimen organizado mueve anualmente, según el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) 100.000 millones de dólares sólo en EE.UU, de los cuales se blanquean 85.000 millones. Colombia sostiene hace décadas un 5% de Crecimiento Anual, de los cuales corresponde el 2% al flujo de narcodólares…

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- El “blanqueo” y el “lavado” de dólares es con mucho el problema principal de los narcotraficantes: sólo en EE.UU el blanqueo de 100.000 millones cada año es un problema mayúsculo. El peso de ese dinero, aun en billetes de 100 dólares, es mayor que el corespondiente en cocaína y en billetes de 5, 10 y 20 dólares es posiblemente 15 a 30 veces el peso de su valor equivalente en la droga…

Mientras Marco Vinicio explicaba de manera pormenorizada la evolución de la “economía criminal” El Abogado asentía automáticamente, pero extrañaba los tiempos en que se gobernaba de otro modo -del suyo- y no se hablaba “tanta basura” de cosas que todo el mundo sabía. Estaba a punto de salirse cuando de pronto la charla del letrado tomó un giro interesante…

- La propuesta de la “Nueva Gobernabilidad en Tiempo de Crisis” viene de Bruselas y ha sido aplicada con éxito en Venezuela, siguiendo el molde espontáneo surgido en México y también en El Salvador después de los “Acuerdos de Paz” de 1992 explicaba Preciado- El modelo es simple y lo diré sin más rodeos: los tiempos se prestan para aplicar pretextos “sociales” con el propósito de mantener a los delincuentes comunes en las calles y consecuentemente a las gentes metidas en sus casas. Mediante esta táctica simple lograremos dos grandes objetivos: A) que la sociedad se autorregule, sin necesidad de policía política; y B) que la población resetée hacia abajo sus expectativas vitales, limitándose a la simple sobrevivencia. Creemos que es posible aplicar esto en la región sin perder el control de los acontecimientos; es decir, conservando el Estado su fuerza para regresar todo a su lugar cuando lo juzgue apropiado…

Mientras escuchaba, El Abogado recordó algo que le habían comentado sus ayudantes sobre una publicación reciente acerca de Venezuela- “En Venezuela, en los útimos cinco años un millón de jóvenes entraron al Sistema Judicial por vivir de su arma y más de 130.000 ingresaron al sistema carcelario por traficar con drogas, pero las cárceles en ese país tienen una puerta giratoria tan brutal que de ese millon de chicos sólo queda dentro el 0.8% y no por mucho tiempo”...

Consecuentemente “…a más de medio millón de venezolanos le metieron una bala en el cuerpo en poco más de una década”…

- ¡Qué brillantes! -pensó con sorna- Ni a mí se me hubiera ocurrido *** Marco Vinicio resultó inmanejable, más de lo que había supuesto El Abogado y mucho más de lo que hubiera permitido la poca paciencia de su lejano pariente, Anti. El joven jurista se mostró racional en todo, excepto en el amor. Quería la totalidad de las atenciones para sí sin ceder una migaja, lo cual es poco tolerado

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entre amantes con similares fuerza y poder. Por ello, con los muchos que tuvo en sus prolongadas estancias en España y Norteamérica no pudo soltar su personalidad posesiva más allá de los linderos de la alcoba. Acá en cambio, desató sus pasiones amparado en el dominio que le dió su elevada posición.

Por desgracia, intentando ser dominador fue vapuleado por su delirio, martirizado por su lujuria y victimado por su arrebato; además, como si eso no fuera suficiente para labrar una tragedia -y si es posible decirlo de este modo- su pobre corazón solitario fue un indefenso navío azotado por las inmensas olas del halago y la soberbia. ¿Existe un lastre más pesado para el corazón que el halago? ¿Hay algo más ensordecedor para el alma que el aplauso? ¿Hay mayor debilidad que la soberbia?

Se puede ser resistente ante la desventura. Es posible emerger de la fatalidad. De hecho, todos los hombres comunes estamos hechos para sobrellevar el mayor infortunio; pocos, en cambio, pueden resistir el adulo. Los coberos de los altos círculos quiteños lo saben. La única defensa contra ellos es la grandeza.

Marco Vinicio, por supuesto, no la tenía; era demasiado joven y un súper especialista inculto y moralmente un poco bobo. Su siguiente pasión fue Jorge, el guardia impuesto por el Ministerio del Interior para cuidar su valiosa cabeza. Jorge era un muchacho blanco, alto y con cara de niño muy al gusto de su jefe, cuyo erotismo se inspiraba todavía en el aspecto de sus primeros amantes de Madrid y Washington, donde descubrió plenamente su sexualidad.

Las parejas homosexuales -ya fue dicho- difieren en un aspecto fundamental: sólo los une el amor. No tienen otras ataduras que no sean el afecto y la pasión. Esa debe ser la razón por la cual sus relaciones son más intensas y también más fugaces que las de las parejas heterosexuales que suelen estar unidas por vínculos más duraderos como es la custodia de los bienes y de los hijos.

Marco Vinicio jamás entendió ese pequeño detalle -la libertad de elegirimplícito en toda relación humana y más en las de carácter amoroso. Simplemente jamás pudo aceptar que su pareja lo deje. Tenía que ser sólo él quien decida cuando tomar un amante y cuando terminar la relación.

Es fácil imaginar cuánto el Poder es capaz de tornar peligroso a un hombre con una pasión semejante. Eso fue exactamente lo que ocurrió al Doctor Marco Vinicio Preciado Arguello - ¿Crees posible que me abandones? ¿Crees que puedes cambiarme por algún pobre mierda? ¡Te he dado todo, maldito! No permitiré que te vayas de mi lado

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Una semana después de que se sucitó esta conversación entre Marco Vinicio y el Subteniente Jorge Mata -su guardia de seguridad-, este último fue encontrado en su dormitorio sobre la cama, con el cuello abierto de oreja a oreja y en medio de una gran mancha de sangre. Poco después encontraron a los asesinos, dos negros jóvenes procedentes de Senegal y una prostituta colombiana, quienes fueron abatidos por resistirse al arresto.

Pocos días antes del lamentable crimen hubo un gran tumulto en el Aeropuerto José Joaquin de Olmedo en Guayaquil, debido a que un grupo de senegaleses trataron de evitar la prohibición de ingresar al Ecuador, impartida por el Ministerio de Salubridad debido a la epidemia de ébola que afectaba al África Ecuatorial. Les aterrorizaban las palabras- “¡cuarentena… quarantine please… quarantaine se il vous plaît!”… -que les gritaba a la carrera el apurado comisario.

El incidente del aeropuerto hubiera pasado desapercibido en nuestra historia si no hubiera sido porque mientras corrían por la pista los africanos aterrizó un avión de American Airlines, en el cual debía viajar Ariel a Boston, averiándose uno de sus motores tras impactar contra lo que creyeron que había sido una bandada de pájaros. Luego se enteraron -relató la prensa- que uno de los senegaleses fue chupado por la enorme turbina, donde encontraron, entre los restos de carne que extrajeron de la máquina, cinco piezas dentales humanas con 17 caries en total.

Después de un corto duelo íntimo Marco Vinicio ligó a un jovencito de muy buena familia que conoció en un club social de Quito. El pobre chico no tuvo modo de alejar a Marco, quien hasta lo amenazó con matar a su madre. Tres semanas después del suicidio del muchacho, que apenó mucho al jurista, este debió ir a Guayaquil a cumplir con un homenaje al ex Presidente Dr. Ildefonso Balboa Subirano, auspiciado por El Abogado, el otro ex Presidente guayaquileño aún con vida. Allí, en las elegantes salas del Club de la Unión y en medio de la más cara aristocracia de sangre porteña, Marco Vinicio conoció al amor de su vida.

Jamás tuvo conciencia de sí mismo, de quien realmente era y de que quería hasta que vio a Jairo Antonio en el Club, días antes de viajar a Venezuela y pocos años antes de que su trágica muerte le impida ver la estremecedora crisis que había anticipado para ese maltratado país.

Jairo Antonio Gómez era un muchacho un poco menor que él pero aun así no aparentaba sus 32 años. Marco Vinicio simplemente jamás había visto alguien tan seguro de sí mismo y a la vez ajeno al entorno, ni jamás imaginó alguien a quien le quede tan bien y tan natural en fino traje que cargaba. Su piel rosada de niño contrastaba con su cabello negro y cerril cortado con un descuido encantador y con su turbia mirada de animal al acecho. También notó que el elegante traje no podía disimular la definición de su musculatura de soldado.

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Luego de conocer a Jairo Antonio tuvo que esperar dos interminables semanas antes de volverlo a ver. Durante este corto período -el más feliz y también el más intranquilo de su vida- Marco Vinicio debió viajar a Venezuela conformando una reservada “comisión de alto nivel” para analizar el futuro del movimiento tras el fallecimiento -todavía no anunciado- del Coronel Hugo Chávez. Allí el inteligente jurista ecuatoriano intuyó la crisis política que pocos años después devino en la caída y fusilamiento de El Sustituto - Allá, en Venezuela -narró después a El Abogado-, es fácil anticipar lo que ocurrirá: no van a soltar el Poder; se defenderán con todo. La burocracia militar gobernante y los delincuentes de “cuello blanco” cambiarán a El Sustituto y a los que vengan, pero seguirán controlando la inmensa riqueza petrolera, menoscabada o no. Por su parte, la “oposición” arrastra nuchos pecados, por eso no tiene fuerza y al pueblo lo tienen controlado con el asedio criminal. Es lo que ahora llamamos la “economía criminal”, que no es más que el control de las masas mediante el pánico a la delincuencia. Así los mantienen en sus casas. Es la nueva corriente…

Dicen que cuando un gobernante sobrepesa los diez años en el Poder se vuelve nefasto para todos. Eso debe ocurrir porque tiene que respaldar el entorno crecientemente corrupto para a su vez apoyarse en él. Es simple sobrevivencia. Sin embargo, en el caso del Doctor Marco Vinicio Preciado no fue ese el motivo de su caída final, porque no era Presidente de nada y porque su apoyo nunca fue la política sino su conocimiento de las Leyes, su habilidad y su versátil sapiencia.

Tampoco fue el hecho de que haya abusado un poco del Poder para arreglar el retorno de su padre desde Panamá, donde estuvo casi un decenio asilado tras una injusta celada legal interpuesta por El Abogado. Como veremos, Marco Vinicio sucumbió a algo más imprevisto, súbito y devastador: la traición y los celos, el veneno del amor - Llame a Preciado para que este presente en la reunión -ordenó El Presidente a uno de sus secretarios- Será hoy a las tres Esa tarde de noviembre de 2014 se celebraría una segunda importante reunión privada -sin la presencia del Gabinete, particularmente sin “el bocón” Canciller- entre los burócratas de Bruselas y de Berlín, junto con los funcionaros que había enviado el Gobierno Venecubano que estaba en gestación- No hay que descuidarse, quién sabe que será lo que nos envíe “El Pavo” -pensó- Dile a Marco Vinicio que traiga a su ayudante; ese que traduce el alemán. No confío en el que traerán los europeos Marco Vinicio ya sabía de qué se trataba: discutirían nuevamente la nueva propuesta, el diseño de Bruselas, de los alemanes y de los cubanos para que El

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Presidente y la futura burocracia “venecubana” -ya se escuchaba ese términopermanezcan en el Poder por 30 años más, junto con otros afines de esa parte de Suramérica y del Caribe. Ya el modelo ideológico de Fidel Castro se había agotado.

Tras tantos años sobrevino un hastío similar al de los europeos del Este con los mitos soviéticos y ya no se podía invocar doctrina alguna. Además, rusos y chinos merodeaban por todas partes, unos con submarinos, otros con dinero. La alternativa viable para controlar el creciente descontento era el terror, pero no el impuesto por los organismos de seguridad del Estado -eso tampoco dura mucho-, sino el terror impuesto por la población sobre sí misma -¿Por qué no se nos habría ocurrido a nosotros? -murmuró el jurista- Algo tan sencillo…

Poco antes, Jairo Antonio se había ausentado para complir alguna “misión” con Torres Mera y había enfrentado una escena terrible con Marco Vinicio. Mejor dicho, este último había hecho un berrinche que “Culberón” no atendió siquiera, saliendo sin golpear la puerta ni mostrar gesto alguno - Ya mismo se te acabará, maricón -murmuró, recordando la añorada pelvis de Marta Celia. De hecho, habían conseguido ya muchas cosas del jurista y no lo soportaba más; se lo había comunicado a Anti una semana atrás - No te apures que pronto lo matarás -le había prometido.

Marco Vinicio no acudió a la importante reunión. Desgraciadamente, el fino Doctor Preciado Arguello amaneció muerto a golpes en su departamento de Quito.

Tenía 39 años de edad y Anti ya no lo necesitaba. Sin algo que relacione los dos crímenes, esa misma noche encontraron a un sujeto muerto cerca de Ipiales, irreconocible, con varios disparos en la cara y la cabeza y junto al cadáver un documento de identidad nacional correspondiente a Jairo Antonio Gómez Gómez, paramilitar colombiano cedulado fraudulentamente en 2012.

Meses después, durante una reunión de fin de semana en Buena Esperanza, Ariel también escuchó de boca del ilustrado marxista cubano, su amigo Leonardo Valdés, sobre la nueva “economía criminal” que había sido diseñada -quizá- en los altos Centros de Poder de Europa para sus socios del Caribe y de Suramérica - Para tenernos jodidos, parados en la raya, a todos nosotros. Esto ha sido analizado recientemente -comentó- Busca en internet un texto colombiano llamado “Economía Criminal y Poder Político”. Allí podrás ver el enfoque que te estoy planteando. El término “economías criminales”, en plural, ha sido utilizado -dicen los colombianos- únicamente para señalar el origen y destino del dinero procedente del delito: tráfico de drogas, de personas, de armas, lavado de activos, etc; ese error ha ocultado los vínculos cruciales existentes entre el Poder político y la configuración y permanencia del crimen en el tejido social. Hay que ver con

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claridad que la crimminalización real y la legalización que determinan los gobiernos siempre se originan en decisiones políticas y que los vasos comunicantes entre el Poder político y el crimen son variados en intrincados y transportan un caudal enorme de intenciones, mucho mayor del que se les podría atribuir…

- ¿Quieres decir que los gobiernos y los Centros de Poder diseñan facilitan y fomentan el crimen para mantener acosada, ocupada, “a raya” y encerrada en sus casas a la población? ¿Qué los criminales hacen el trabajo de la policía política? -preguntó Ariel, incrédulo - Exactamente. El Salvador y México son ejemplos y Venezuela la confirmación.

Allí las Leyes y el Cuerpo Legal en general facilitan, fomentan, favorecen la casi inmediata rotación de los criminales jóvenes hacia fuera de las cárceles, hacia las calles… *** La crisis que ocurrió después de la violenta muerte del Dr. Marco Vinicio no tuvo, por supuesto, relación alguna con su inmolación; vino con los magnos Juegos de Poder compartidos por Norteamérica y los Estados orientales. Esas prácticas demostraron que la fuerza militar de una nación con la estructura de los EE.UU (un inmenso país fundado y sostenido por los emigrantes, lo más selecto y esforzado de la clase trabajadora del orbe) no siempre resulta igual de poderosa que la astucia política de las pandillas que gobiernan las Potencias totalitarias.

Por causa de esa desigualdad se cometieron, sucesivamente, errores graves; de buena fe, como son la mayoría. El primer error resultó ser más común de lo que debería. Según consta en las narracciones de Mateo y Lucas, su señalamiento ya fue escuchado de labios del mismísimo Jesús de Nazareth en su Parábola de los talentos. Desde esos remotos tiempos ya el sabio nazareno había expuesto a quienes derrochan sin respeto el dinero ajeno.

Mr President, desafortunadamente, tampoco había sido la excepción. Quienes estuvieron presentes en su última reunión con los líderes del Senado y la Presidenta de la Reserva Federal, narraron que salió completamente decepcionado: terminaba su mandato con una Public Debt cargada con un alucinante rosario de ceros, superando largamente el Gross Domestic Product de su nación - How did we get to this? Mrs, how could this happen? –repetía a la señora Yalen - How?, Did you say how? Very, very simple, as well as all you has made, without restraint spending other people's money!

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Dijeron que Mr. President estaba desolado. Su Legacy, lejos de ser de felicidad y bienestar como habían soñado él y sus partidarios iniciales, resultó agobiante para el grueso de la gran nación, recargada de impuestos. Entonces, para paliar la situación el equipo de Mr. President cometió en segundo error: liberó el bloqueo económico que pesaba sobre Irán con el propósito de estimular su crecimiento y su necesidad de comerciar petróleo, manteniendo el precio bajo.

Eso debía aliviar a Norteamérica. Sin embargo, Mr. President no debió confiar en los Ayatollahs. Los iracundos cenobitas no tuvieron que esperar diez años (que de todos modos era sólo un instante para su “revolución” perpetua) a que los garantes (Merkel, Hollande, el mismo Mr. President) desaparezcan del escenario mundial, para luego incumplir sus compromisos. Simplemente fue imposible para los observadores ejecutar lo que Mr. President llamó monitored agreeements o algo parecido.

Obtuvieron por sí mismos uranio enriquecido, el codiciado isótopo 235U para uso militar. Previamente, Robert Einhorn, un experto norteamericano en energía nuclear, había declarado que Irán contaba con 1.500 kilos de uranio poco enriquecido y que en “diez a doce meses” podría tener el suficiente 235U para la fabricación de una bomba atómica. Además, según chismes geopolíticos de alto nivel en Argentina, el romance de los Ayatollahs con la dirigencia de ese país desde 2012 justamente había sido con el propósito de adquirir material nuclear- Hay serias sospechas de que Argentina triangulaba desde 2008 el envío de científicos y de tecnología, además de la venta directa de uranio enriquecido través de Caracas -había declarado un ex funcionario de la siniestra Secretaría de Inteligencia (SIDE) de ese país.

Otro dato similar salió en la revista brasileña Veja en marzo de 2015. Según tres exfuncionarios del Gobierno venezolano, la Presidenta argentina mantuvo una “alianza estratégica” con su par de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, con mediación de Hugo Chávez, para trasferirles tecnología nuclear y darles impunidad por el mortal ataque terrorista a la Asociación Mutual Israelí Argentina (AMIA) ocurrido en 1994. La revista informó que el propio ex Presidente Iraní había solicitado personalmente a Chávez que hable con los colegas argentinos - Nisman, el Fisal argentino, lo sabía; quizá todo eso provocó su muerte, no solamente el asunto de la AMIA. Todo esto tiene la lógica de la Argentina de los Kirchner -comentó Leonardo Valdés- y su rejuego con Irán y Rusia para presionar a EE.UU e Israel con el asunto del uranio nuclear y luego pedir que le condonen la enorme deuda financiera que no quieren pagar, los llamados “fondos buitre” !De mierda, hermano!...

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Definitivamente, hay gente en la que no debes confiar; de todos modos, debido a las actuales condiciones económicas ya resultaba inpensable intervenir militarmente en el Oriente Medio. Así, pese a las magníficas intenciones de Mr. President, para salvaguardar la subsistencia de Israel tuvo que reaparecer el viejo juego del Pentagon y el State Department en aras del balance global, continuando el tira-y-jala que ha sido su razón de ser desde la Primera Guerra Fría. Trataron otra vez de reacomodar los desequilibrios mundiales manipulando las confrontaciones locales.

De esa menera, igual a lo ocurrido a Kennedy con Cuba durante la Crisis de los cohetes de 1962, el Gobierno de Mr. President cedió cómodamente su influencia sobre una America Latina ya poco interesante para su apurado rejuego global. Ese fue el tercer error, que pagamos nosotros. Fue el inicio de la Segunda Guerra Fría.

- Mr. President resultó el peor negociador que he visto -fue la lacónica declaración de Marco Rubio, el agudo Senador por La Florida.

Los tratos de Mr President incluyeron diversos convenios de cesión con los antiguos enemigos, creando terribles conflictos en las zonas entregadas. Las consecuencias eran previsibles. Sin contención alguna los rusos entraron con su Armada al Caribe y los chinos con su dinero al resto del continente. El reparto fue drástico. Finalmente la insoportable reducción de los precios del crudo creó tensiones insalvables para el Gobierno venezolano. Así fue como le echaron la culpa de todo a El Sustituto y se desembarazaron de él. A mediados de ese aciago año se firmó la Paz Mortal colombiana en La Habana; luego, en agosto se creó la Sexta República Popular Bolivariana de Venecuba y pocas semanas después Anti invadió Las Riveras - Oh, God! Oh, my God! -cuentan que dijo Mr. President- Tell me, woman, what could I do? What can I do?

- Nothing, men, noting -dicen que respondió ella- Their world, all the world of those people is lost, forever!

No fue “El Pavo” quien gobernó como líder visible en Venecuba, Cubazuela o como se llame. Él jamás gustó de la política, sólo de los negocios; y así fue como vendió patentes de control territorial a sus asociados y clientes - Excelencia, quiero Las Esmeraldas - ¡Lleve!

- Excelencia, tanto por El Caudal - Lleve... ***

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(VIII) AVANZADA REVOLUCIONARIA CONTINENTAL

(27) Nadie puede gobernar sin culpas Años después del golpe del 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile, el agente Patricio De la Guardia Font -quien era uno de los cubanos que custodiaban a Salvador Allende- me conversó a mí, el Coronel Leonardo Valdés, cuando era su instructor de marxismo en la Escuela Superior de Guerra de La Habana, sobre lo ocurrido durante el asedio a La Moneda y el modo como murió el Presidente chileno. Esa versión también apareció en el libro de Alain Ammar llamado “Cuba Nostra: los Secretos de Estado de Fidel Castro”, donde ese periodista de la TF1 especializado en asuntos cubanos afirmó -cotejados los datos con las revelaciones hechas por otro agente escudado tras el seudónimo de “Benigno” y último sobreviviente de la guerrilla de Ñancahuazú- que Allende fue asesinado por De la Guardia siguiendo ordenes de Fidel Castro, para evitar que se rinda - Fidel, desde su estadía de un mes en Chile en noviembre de 1971, juzgaba a Allende inapropiado para sus planes subversivos continentales -comentaba a Ariel Romero y a José Luís Vésconez, una tarde en Guayaquil, donde me había llevado el destino en mis años finales de retiro forzado.

Fidel también tenía acuerdos con el General Pinochet, hechos durante su estancia en Santiago. Esto lo conozco de primera mano porque estuve en Chile durante los meses del golpe militar. Tengan en cuenta también que Patricio de la Guardia y el grupo de cubanos que estaban en La Moneda salieron cómodamente de allí durante el ataque del Ejército para refugiarse en nuestra Embajada donde estaba yo, que quedaba cerca del palacio. Desde cerca de las 6 am que llegó el Presidente al palacio de La Moneda, toda la mañana estuvieron negociando la salida a Suecia con su comitiva, lo cual se interumpió con el asesinato.

Patricio De La Guardia, 16 años más tarde, en 1989, sería acusado y encarcelado por 20 años junto con José Abrantes Fernández, quien era Ministro del Interior, Jefe de los Servicios de Inteligencia y uno de los hombres más cercanos a Fidel Castro “por no denunciar a su hermano gemelo, Antonio”, el cual

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fue fusilado junto con el General Arnaldo Ochoa Sánchez y otros dos oficiales de menor graduación.

En Cuba no te reprimen solamente por lo que haces contra el Gobierno, sino por lo que no haces a favor el Gobierno. En todas partes hay alguien anotando si tú no tienes tus 40 horas de trabajo voluntario por año, si tú no acudes a las prácticas de entrenamiento militar una vez al mes, si tú no vas a los círculos de estudio de marxismo, si tú no acudes cuando convocan a una manifestación frente a la Embajada Americana, si tú no promueves todo aquello en tu centro de trabajo… Si notan que no has hecho todo eso, el hijo tuyo no entra a la Universidad, no hay refrigerador para tu familia… etc.

Conocí a los gemelos Patricio y Tony De la Guardia desde mi época juvenil.

Ellos eran unos cuatro años mayores que yo pero fueron muy conocidos en La Habana por su aspecto idéntico, su personalidad brillante y su talante aventurero.

Fidel los conoció en el equipo de remo de la Universidad de La Habana, la cual competía frecuentemente con el equipo del Vedado Tennis Club, donde pocos años atrás se destacó Pancho Gijón, marido de la hermosa Caridad García y padre de Julián, el infortunado esposo de La Bella…

- Patricio, tú seras el número uno, Tony irá detrás tuyo y yo detrás de él -les dijo Rolando Cubelas, un líder estudiantil cercano a Fidel Castro y capitán del equipo de remo de la Universidad. Corría el año 1961. La noche anterior a la regata, en el cóctel de ignauguración Fidel se había sentido incómodo en ese tradicional evento lleno de acaudalados socios del Club Náutico. El debía presidir la ceremonia como lo habían hecho los anteriores Presidentes “de la burguesía” - Estoy dispuesto a apostar que la canoa del proletariado, tripulada por los pescadores de Varadero, ganará la carrera -dijo tratando de crearse ambiente y rodeado de un pequeño grupo de trabajadores y estudiantes, entre los que estaba yo. Era muy visible, por su elevada estatura, que llevaba uniforme militar en vez del tradicional traje de gala, ya poco usado también por los presentes, quienes habían intuido que en los tiempos que corrían -era el segundo año de la Revolución- ya era inapropiado- Jamas podrá ganar la canoa de los “pepillos” a la de los fuertes “trabajadores del mar” -comentó.

El día siguiente fue soleado y agradable. Fidel y el Presidente Oswaldo Dorticós ignauguraron la regata con una breve ceremonia en la línea de partida e inmediatamente Fidel saltó a una lancha de motor para seguir de cerca la competencia. Siempre fue un fanático de los deportes. Animaba a los pescadores sosteniendo un altavoz en su mano derecha mientras se mantenía agarrado de la nave con la izquierda- ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Adelante compañeros! -Todos los presentes evocamos de inmediato la entrada del Comandante a La Habana, en

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enero de 1959, dos años atrás, en actitud idéntica blandiendo su fusil sobre su trajinado Jeep militar.

Empero, ganó la canoa “Caribe” de la Universidad. Y cuando Fidel, un poco incómodo, tuvo que recibir en el podio a los universitarios, alzó las cejas sorprendido por los dos jóvenes idénticos que tenía por delante - ¡Chico! ¡Oye! ¿Cómo haré yo para distingurlos en el futuro? ¡Si son idénticos! dijo, divertido - Es fácil Comandante -respondió Tony De la Guardia- ¡Yo soy el mejor parecido!

En los meses posteriores Cubela se fue alejando de Fidel Castro a medida que este manifestaba su nueva tendencia comunista. Simultáneamente se le acercaron los jimaguas a tal punto que cuando Fidel invitó a Cubela a su casa en Varadero, este los encontró sentados uno a cada lado del Comandante - Rolando, esta gente ya no está en tu canoa. Está en la mía -dijo Fidel. Poco después Rolando fue acusado de participar en un complot para asesinar a Fidel Castro y condenado a treinta años de prisión. Liberado en 1979 se radicó en España.

Los gemelos De la Guardia ya rondaban con el grupo de Rolando Cubela desde antes de 1959, pero fue después del triunfo de los barbudos de la Sierra Maestra -cuando los Gijón ya estaban en Miami- que se integraron a las actividades del nuevo gobierno sin cambiar su perfil de playboys habaneros. Más tarde, terminando los años 70 Tony cumplía con frecuencia misiones de inteligencia en New York y La Florida asignadas por el propio Fidel Castro y planificadas con la intención de acercarse a grupos de exiliados cubanos vinculados con el régimen del Presidente Jimmy Carter. En ese tiempo los agentes de inteligencia americanos reportaban gastos de miles de dólares en artículos electrónicos y ropa de marca que Tony compraba para sí y para su hermano Patricio.

Patricio De la Guardia llegó a ser Jefe de las Tropas Especiales del Ministerio del Interior, el MININT, donde también fuí reclutado. Para entonces yo era un cubano alto y fuerte que rebasaba los veinte años de edad. También era inteligente y cuidadoso para la delicada tarea de sobrevivir y pude percibir la estrecha relación casi familiar de los gemelos De la Guardia y de José Abrantes con Fidel. Abrantes no sólo era Ministro del Interior, sino también Jefe de la Garde du Corps y persona inseparable del Comandante. También observé las actividades de Tony en la sección de Moneda Convertible del Ministerio, por lo que pedí ser desmovilizado.

Años más tarde, tras la caída del meticuloso y respetado Abrantes y los De la Guardia junto con el General Arnaldo Ochoa Sánchez, fueron purgados más de 1.000 funcionarios. Aunque en ese tiempo desconocía el papel jugado por Pepe

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Abrantes y el General Ochoa en el negocio -tadavía oscuro- de Tony, yo mismo era demasido cercano a los De La Guardia como para no ser involucrado. Un año antes del inicio de la purga y durante mis andanzas por el istmo me dijeron que el Jefe de Inteligencia Cubana en Panamá -quien también desconocía las actividades de Tony- había reportado unos negocios turbios de Tony con güisqui falsificado y también algunas quejas de Pablo Escobar ante el Presidente Panameño Manuel Solís Palma acerca del “incumplimiento de los cubanos”, quienes le habían interceptado un cargamento de droga en sus aguas territoriales. En todo caso, la crisis que involucró a todo el Ministerio del Interior de Cuba y que costó la vida, entre otros, a Tony De la Guardia, a José Abrantes y al General Arnaldo Ochoa Sánchez, comenzó casualmente en la ciudad de Panamá…

- Oye, ¡chico! ¡Tú sabes!, es la segunda vez que acudo contigo a pedir la visa para mi sobrina -Era una mañana húmeda de junio en la ciudad de Panamá y Reinado Ruiz, un exiliado cubano, grueso y de gran estatura, con barba corta y blanca, protestaba- Yo sé como es eso de las visas en Cuba… ¡Y todo! ¡Allí se puede conseguir lo que uno quiera con un poco de dinero!

Corría el año 1986 en el Panamá de Manuel Antonio Noriega y estaba a punto de iniciarse la trama que daría lugar tres años más tarde al más grande escándalo político en Cuba desde la Revolución - ¡Vamos!, yo mismo he tramitado cientos de visas de cubanos, ese ha sido mi negocio, no es posible que no pueda conseguir una para mi familia -Ruiz sabía lo que decía porque él mismo era el vínculo entre el Jefe de la Seguridad en Panamá y el Gobierno cubano en el negocio de vender visados a exiliados cubanos de Miami para sacar a sus parientes de la isla. Noriega y sus cómplices ganaban buen dinero, lo mismo que el agobiado régimen cubano y por supuesto, también él. El hecho era que Cuba negaba visas a menores de 21 años como era el caso de su sobrina, de manera que se dirigió al centro de la ciudad dispuesto a comprarla en la Interconsult, una empresa del gobierno cubano que trataba esos asuntos. Subió a una habitación pequeña y escasamente amueblada en un edificio de media vida y le dijeron que espere, que el compañero Subdirector Miguel Ruiz Poo lo iba a atender - ¿Ha dicho usted Ruiz Poo? -preguntó - Así es. Espere… -le contestó el funcionario y al poco rato conversaba animadamente con quien había identificado como su primo de Pinar del Rio, un muchacho bien parecido a quien yo traté mucho, con cara de James Dean, trece años menor que él. Reinaldo se enteró que la Interconsult era una dependencia del Departamento de Moneda Convertible que se encargaba de sortear el bloqueo comercial norteamericano y conseguir dinero como sea para el régimen de Castro.

Un par de días después, Ruiz Poo propuso un negocio a Reinaldo, mientras

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compartían una enorme fuente de pescado en un acogedor restaurante, cercano de la oficina cubana - Mira Reinaldo, quiero proponerte un negocio -dijo Ruiz Poo- Deseamos que compres computadoras en los Estados Unidos y las despaches a Cuba vía Panamá El emprendedor Reinaldo aceptó de inmediato e hicieron un primer embarque pequeño, de prueba, que resultó exitoso. Poco después Reinaldo Ruiz le contó a su primo que su esposa Ligia era colombiana y tenía amistad con un pariente de Pablo Escobar, el Jefe del Cártel de Medellín, y que era posible contrabandear cocaína del cártel hacia La Florida a través de Cuba. El plan que proponía consistía en llevar la droga desde Panamá -donde la entegaría un primo de Pablo Escobar- en avionetas a Cuba y de allí los lancheros la transportarían por los callos a La Florida.

El Caribe es un mar único, diferente. Tiene muchos lugares con pocos pies de profundidad, sobretodo en las zonas de los callos que hay en la costa norte de Cuba y en el sur de La Florida, de manera que si no los conoces quedas atrapado o te destrozas contra las rocas. Los lancheros que dan servicio a los contabandistas son los únicos que conocen los “corredores”. Nadie los puede agarrar.

- El Gobierno puede ganar millones –concluyó - Se oye interesante -respondió el funcionario- dame una semana para consultar con mis superiores…

Pocos días después se entrevistaron en un restaurante italiano de la zona bancaria de la ciudad de Panamá Miguel Ruiz Poo, Reinaldo Ruiz y el mayor Amado Padrón Trujillo, Jefe del primero. Reinaldo les explicó su plan - Mi esposa Ligia, como ya dije, es colombiana y tiene una buena amistad con Gustavo Gaviria, primo y asesor de negocios de Pablo Escobar Gaviria, el Jefe del Cártel de Medellín. Escobar desea suministrar la cocaína, que saldría de Colombia en dos aviones míos, un Cessna 401 y un Piper bimotor, hacia Cuba y sería inmediatamente transportada por lancheros, tembién míos, a La Florida Padrón dijo que esa era una decisión demasiado grande para él, que debía consultarla con sus superiores del Ministerio del Interior en La Habana. Mencionó que había el antecedente de unos vuelos sobre el cielo cubano autorizados por el Gobierno para llevar cocaína a los Estados Unidos y regresar con armas para el ELN de Fabio Vásquez Castaño, pero esto que le proponían debía decidirse en instancias superiores a él

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- Nos harán papilla si decidimos nosotros esto aquí -dijo Padrón a su subalterno Ruiz Poo- Ven a La Habana, te arreglaremos un encuentro con las personas indicadas -dijo volviéndose a un complacido Reinaldo Ruiz.

Pocos después los primos Ruiz descendieron del avión de Cubana de Aviación en el aeropuerto José Martí de La Habana un caluroso día de finales de junio de 1986 y se dirigieron al sector de inmigración para diplomáticos, donde los esperaba el Mayor Amado Padrón. Tras pasar rápidamente los trámites migratorios se embarcaron en el automóvil del Mayor, un Lada soviético cuyos recios flejes y resortes cedieron a la corpulencia de Reinaldo - Llévalos al Hotel Comodoro -ordenó al chofer Era un bonito lugar junto a la playa, con una cómoda area de recepción y varias cabañas pintadas con suaves tonos pastel dispuestas alrededor de piscinas color turquesa claro en forma de riñones, rodeadas de altas palmeras y placenteros sillones para dormir. En cuanto llegaron al hotel Reinaldo dejó sus maletas en la recepción y corrió a casa de su hermana, a quien no veía desde hace más de veinte años.

En la mañana siguiente apareció Ruiz Poo en el hotel para llevar a Reinaldo con “un alto funcionario del Ministerio del Interior”, quien resultó ser el Coronel Antonio De la Guardia Font, Tony. Atravesaron la barriada por la 5ta Avenida, hasta la Calle 66 de Miramar, unas 20 calles hacia el Este, hasta llegar al despacho de Tony. Los recibió sentado detrás de su escritorio. Vestía sus usuales jeans importados, una remera con cuello llano hendido por delante y un Rólex clásico, con esfera color gris oscuro, mirilla de aumento sobre la fecha y ajustador en acero y oro. Era alto, no tanto como Reinaldo, bien parecido y con una semi calvicie anterior típica del cubano mayor de 40.

El Coronel De la Guardia entró de inmediato en el tema, en asuntos de entrega, almacenamiento y trasbordo. Luego lo invitó a comer al Tocororo, en Avenida 3ra y Calle 18 de Miramar, por allí cerca, donde siguieron afinando detalles en un reservado especial separado del elegante y acogedor salón de las mesas - Este fin de semana saldremos en mi bote, ¿te parece bien?

- ¡Cómo no!, Tony, ¡encantado! –respondió Reinaldo. El domingo hizo una tarde hermosa y fresca y los tres hombres, De la Guardia, Ruiz Poo y Reinaldo Ruiz la pasaron muy bien en la cubierta del Tomeguín, sentados y con los pies alzados, entre los cuales divisaban la silueta de los edificios de la ciudad, balanceándose a lo lejos. Allí, entre la conversación banal, Reinaldo preguntó

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- Tony, ¿”El Señor” sabe de esta situación?

- ¡Por supuesto!, Chico… -Respondió De la Guardia, y no se tocó más el tema El primer intento fue un desastre, causado precisamente por un error de “los famosos” lancheros del Caribe y por una tormenta, que impidió que contacten con el Flérida - Se perdieron. El mar estaba agitado y no contactaron con el Flérida. Luego los detectó una lancha del servicio de gardacostas americano y tuvieron que tirar la droga al mar. Ademas el comemierda del copiloto de la Cessna no quiso seguir explicó Reinaldo a Hu Chang, un chino cantonés dueño de una pequeña compañía de Taxis aéreos de La Florida, proponiéndole entrar en el negocio- así que aquí estoy…

Chang contaba con poco menos de sesenta años; había sido piloto de combate de la Fuerza Aérea Nacionalista de China y siete años antes -en 1979- había sido capturado por volar con marihuana y anfetaminas a Carolina del Norte, tras lo cual, para evitar su deportación y muerte segura en su tierra -donde era un proscritoaceptó ser informante de la DEA con un permiso de residencia temporal en los Estados Unidos que debía renovar cada seis meses. Eso, por supuesto, desconocía Reinaldo - Asi, pues, hay buen dinero para ti por un trabajo fácil y con el apoyo del Gobierno Cubano -le dijo y entró en detalles de la operación. Chang escuchó muy atento y aceptó de inmediato. Al día siguiente habló por teléfono con su contacto de la DEA - Gene ¿como estás? -le simpatizaba “el gordo” Francar- me cayó la oportunidad de oro para joder a los comunistas de Cuba… -Él nos odiaba desde su época de piloto de combate. Por su parte, después de un rápido análisis, el agente de la DEA Gene Francar aceptó que Chang se infiltre en la organización de Reinaldo.

La segunda operación de Reinaldo y la primera de Chang fue un éxito, aunque no del modo como Francar lo había planificado. Recogieron 400 kg de cocaína en Colombia y aterrizaron en Varadero un tranquilo y soleado sábado por la tarde.

Descargaron la droga de igual modo como habían hecho en la operación anterior y esta luego fue llevada a un local del Servicio de Guardafronteras, cargándose de inmediato en unas lanchas rápidas que la llevarían a Miami, las cuales ya estaban amarradas y esperando. Dos días más tarde la droga estaba en las narices de los estadounidenses - ¡Ya sé que no era lo que habíamos planeado! -protestó Chang a Gene Francarpero los agentes no aparecieron cuando debían hacerlo y la Cessna partió a Cuba sin que yo pueda evitarlo ¿Qué más podía hacer? Te repito, los agentes no aparecieron para interceptar la nave…

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Además, para empeorar las cosas, Reinaldo Ruiz había desaparecido. Sin embargo, afortunadamente para Hu Chang, unas semanas después apareció en su oficina, sonriente, llevándole un maletin con 100.000 dólares- Prepárate para un nuevo viaje a Colombia -le dijo- ¡Trato hecho! -respondió el chino. Poco después Francar irrumpió rodeado con sus ayudantes en la oficina de Chang y le arrebató el dinero - ¡Déjenme algo! ¡Arriesgué mi vida! -protestó inútilmente.

De inmediato Gene Francar y su gente instalaron cámaras de video en la oficina de Chang y su asombro fue enorme cuando miraron las grabaciones. En ellas vieron a Reinaldo y su hijo -el piloto- jactarse de gozar de la protección de altos funcionarios del Gobierno Cubano - ¡No te preocupes, chico! ¿Quieres que te cuente una cosa? ¡Tenemos el apoyo del Ministerio del Interior! -gesticulaba y reía el hijo, sentado exactamente debajo de la cámara, agitando las manos mientras Chang fingía que estaba nervioso - ¿Sabes una cosa? ¿Vas a creerme si te digo algo? ¿Conoces esas torpederas equipadas con radar? -decía el junior, mordiéndose las uñas- ¡Tenemos dos que rastrean la costa norteamericana y nos dicen: vayan por aquí, vayan por allá! ¡Te estoy hablando también de aeropuertos militares! ¡Te estoy hablando de aviones Mig-20 camuflados! ¡No te estoy exagerando!

En otra grabación, Reinaldo Ruiz, ofreciendo a todos sus costosos cigarros Cohíba hablaba de un nuevo lanchero que recogería la carga dejada por Chang - ¿Debe internarse en aguas cubanas? -preguntó en chino - ¡Por supuesto! -respondió Ruiz- allí tenemos protección -y luego de aspirar una gran bocanada de humo, dijo de improviso- El dinero que se pagó a Fidel está en la gaveta…

- ¡En la gaveta de Fidel! –exclamó Chang, pero Reinaldo no dijo más.

El 28 de febrero de 1988 Reinaldo voló desde el DF mexicano a la ciudad de Panamá. Llevaba a su nueva esposa Colette, una hermosa cubana de 19 años, una rica hembra a quien yo también había conocido en el Ministerio del Interior, específicamente en el Departamento de Moneda Convertible que manejaba el Coronel Tony De la Guardia. En el mismo aeropuerto fue arrestado y llevado a una dependencia del DENI, la Policia Secreta de Manuel Noriega, el hombre fuerte panameño, donde le tomaron las huellas digitales y lo fotografiaron - ¡Llamen al Coronel Nivaldo Madriñán! -vociferó confiando en que lo ayudaría su antiguo socio del negocio de visas para cubanos, pero no ocurrió como él suponía

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ya que no apareció Madriñán por ningun lado, de manera que ordenó furioso a Colette - ¡Llama al Coronel Tony De la Guardia, él resolverá esto!

Por desgracia para todos los involucrados, incluyéndolo a Tony, era domingo por la noche y no pudo ser localizado. Así es como opera la fatalidad. Como sea, en las primeras horas del día siguiente -el lunes 29- ya estaba Reinaldo nuevamente en el Aeropuerto Internacional de Panamá, embarcándose hacia los Estados Unidos custodiado por un agente de la DEA norteamericana.

Pocos días después Reinaldo Ruiz, su hijo Rubén y quince personas más eran acusados en una corte norteamericana de contrabando de cocaína hacia los Estados Unidos a través de Cuba, Haití y las islas de Turcos y Caicos. Horas después Fidel declaró ante la NBC - La participación de Cuba en el narcotráfico es una sarta de mentiras, ¡“de arriba a abajo”!…

Inmediatamente empezaron a aparecer en los diarios de La Florida, particularmente en el Miami Herald, una cadena de noticias perturbadoras sobre la participación del Gobierno cubano en el caso de tráfico de cocaína. Una muy grave, aparecida el 10 de marzo de 1988, mencionaba lo dicho por Reinaldo Ruiz sobre el dinero “en la gaveta de Fidel”. Luego, para tranquilidad de Tony De la Guardia, Amado Padrón, Miguel Ruiz Poo y José Abrantes, todo se fue apagando a medida que la temible prensa de los Estados Unidos se ocupó de otros asuntos.

Sin embargo, otra vez intervino la fatalidad, la mala suerte en la que yo no creía ni creo. Lo que pasó fue lo que tenía que ocurrir. No había manera de que permanezca oculta una cosa de ese tamaño. Ya había transcurrido un año desde el arresto de Reinaldo Ruiz y Colette se desesperaba por regresar a su tierra. No soportaba más vivir sola en su minúsculo piso en West Kendall y llamaba casi a diario al 284886 del Departamento de Moneda Convertible en La Habana, amenazando con divulgar lo que sabía sobre ellos si no se le permitía viajar a su patria - Llevo un año en este país. No sé su idioma y no conozco a nadie. Estoy cansada de discar horas de horas para ver si entra una llamada, a veces un día entero -se quejaba a quien lograba contactar, en particular a Ruiz Poo, quien había sido pretendiente suyo. El Coronel De la Guardia no la atendía y el mayor Amado Padrón le había negado el visado

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- ¡Todos ustedes son unos cabrones! -gritó la última vez a Ruiz Poo- Será mejor que me dejen entrar o empiezo a hablar; te lo digo en serio, Miguel, ¡empiezo a hablar!…

Aparte de las amenazas de la muchacha surgió otra preocupación para Tony y sus amigos: se rumoraba que Reinaldo Ruiz estaba por declararse culpable, que estaba dispuesto a cooperar a cambio de una reducción de su sentencia. Entonces fue cuando empezaron a correr rumores en la Comunidad de Inteligencia norteamericana sobre la posible deserción de Miguel Ruiz Poo y -quizá- de Tony De La Guardia. Reinaldo Ruiz, desde su celda promovía eso mediante recados que enviaba a Cuba con un emisario hondureño llamado Félix, a quien dejamos actuar.

Sin embargo, por tercera vez intervino la fatalidad en contra de los implicados: Félix tenía conversaciones galantes con una hermosa vecina suya que vivía sola en el vecindario latino de West Kendall, justamente Colette Ruiz - ¿Qué clase de hombre es? -le dijo, furiosa, en alusión a Ruiz Poo, cuando Félix se lo narró- ¡Primero me dice que no puedo regresar a Cuba por ser la esposa de un traidor a la Revolución y ahora quiere desertar él mismo!

Poco después llamó a la Sección de Intereses Cubanos de la embajada de Checoslovaquia en Washington- Soy la esposa de Reinaldo Ruiz y llamo para denunciar que Miguel Ruiz va a desertar -dijo - Señorita, no sé de que está usted hablando, no sé quienes sean esos caballeros que menciona -respondió el funcionario cubano; y cuando estaba a punto de colgar el teléfono, escuchó a Colette decirle a gritos - ¡No coma tanta mierda! ¡Si no pasa la información que le estoy dando va a tener que responder cuando Miguel deserte! ¡Lo van a tronar a usted!

A esas alturas ya recibíamos en el MININT montones de notas periodísticas, que de inmediato pasábamos a Fidel y Raúl, sobre las declaraciones de Reinaldo Ruiz -quien, por cierto, fue asesinado en la cárcel- aparecidas sobre todo en el Washington Times que al parecer tenía copia de las efectuadas por el exiliado cubano. Entonces ocurrió lo que más temía Tony De la Guardia: Raúl Castro aprovechó la crisis para ajustar cuentas con el Ministerio del Interior (MININT) del General de división José Abrantes, rival de su criatura el Ministerio de las Fuerzas Armadas (MINFAR). De hecho, Raúl no soportaba los privilegios y el creciente Poder económico y político desplegado por nosotros en el MININT, especialmente por el Departamento de Moneda Convertible del Coronel Antonio De la Guardia - El Ministerio de Interior es demasiado grande, demasiado poderoso, demasiado corrupto y demasiado infiltrado por la Inteligencia Norteamericana. Debes ponerlos en su lugar -había rogado repetidamente a su hermano el Comandante en

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Jefe- Centenares de oficiales del Ministerio de Interior y amigos de Pepe andan por La Habana con automóviles nuevos ¿Quién los ha pagado? Pepe ha gastado cuatro millones de dólares importando autos Lada de Panamá para crearse lealtades. Tú sabes como eso debilita la unidad del Régimen…

También creía Raúl que el Ministerio de Interior era responsable de unos rumores que recientemente corrían por toda La Habana sobre su supuesta homosexualidad. En esos días escuchábamos por todos lados que lo habían visto entrar con unos jóvenes en la “Casa de las Infusiones”, un conocido reducto de homosexuales de La Habana.

Como para empeorar las cosas, en marzo de 1989 Pepe Abrantes dio un discurso notablemente progresista ante un grupo de intelectuales de La Habana.

Eso demostraba lo seguro que se sentía con respecto a su poca o ninguna participación en el problema de Tony y del Departamento de Moneda Convertible.

Pepe mencionó algunas cosas que revelaron su grado de confianza en su relación con Fidel. Influido quizá por los recientes vientos soviéticos de apertura instó a los intelectuales a “expresarse sin temor”, a evitar una “cultura oficialista y domesticada, pasiva y formalista”, a mostrar “una creatividad libre y auténtica”.

Raúl debió echar chispas cuando leyó eso en el diario el día siguiente…

Entonces fue cuando Raúl Castro ordenó que se investigue a fondo sobre la participación del Departamento de Moneda Convertible en el asunto de la cocaína.

De todos modos era parte del MININT. Uno o dos meses después estábamos descubriendo, junto con los Oficiales de Inteligencia del MINFAR, huellas por todos lados de la participación de Tony De la Guardia. Un informe de nuestra Unidad Radial de Contrainteligencia descubrió señales emitidas por narcotraficantes en algún lugar situado en el noreste de La Habana. La señal decía que debían suspender las operaciones “hasta el 5 de abril”.

Una de esas señales parecía que se emitía desde Miramar, por donde estaba el Departamento que dirigía Tony.

A esas alturas ya Tony De la Guardia estaba borrando frenéticamente las huellas del contrabando de la cocaína -particularmente las contables- y desarmando las piezas de toda la operación. Utilizando recibos falsificados cambió el origen del dinero, atribuyéndolo a negocios de café, muebles, pesticidas… lo que se le ocurría. Despachó a los lancheros, confiscó sus equipos de radio, desvió a España un cuantioso pago de los narcos para luego tratar de introducirlo a Cuba con otros recibos. Tenía respirando detrás de su nuca a un equipo conjunto del MININT y del MINFAR, recién conformado para investigar su Departamento.

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El 27 de abril de 1989 tuvimos, la comisión conjunta del MININT y del MINFAR, nuestra primera reunión de trabajo, presidida por el General de división Abelardo Colomé, erigido como gran inquisidor, y Pepe Abrantes. Allí yo expliqué sobre el informe de la Unidad Radial, mientras Tony escuchaba impasible. Yo simpatizaba con él y me daba lástima lo que le ocurría, sin dejar de admirar su talante.

Sin embargo, Ruiz Poo había perdido en control de sí mismo- Tony, por favor, entrega a Colomé todo, hasta el último centavo -había rogado más tarde a su jefe - Tranquilo, tranquilo, cálmate Miguel, no hay ningún problema -le respodió el Coronel. No obstante, pocos días después el mismo Tony De La Guardia detuvo su Lada Riva 2107 en una gasolinera, junto a Ruiz Poo, para informarle que había hablado con el General de división Colomé Ibarra, le había entregado todo y había recibido de él una respuesta tranquilizadora- Todo está bajo control. Quédate tanquilo -le recomendó. Abelardo Colomé, quien fue condecorado “Héroe de la República Cubana” junto con Arnaldo Ochoa cinco años antes -en 1984- fue el encargado de las investigaciones y después de los arrestos. Sólo salvaba el pellejo como todos nosotros.

- ¿Por qué recelaba Raúl Castro del Ministerio de Interior? -preguntó Ariel- Porque el MININT era una fuerza paralela con cerca de 100.000 hombres y mucho dinero. Por ello empezó a temer que el dinero de la droga pueda financiar una conspiración. Los servicios secretos del MININT teníamos mucho conocimiento del descontento de la población y sabíamos que resortes se podían mover respondí.

Entonces fue cuando Raúl nos ordenó poner micrófonos ocultos en la casa de Diocles Torralba, ex Jefe de las Fuerzas de Defensa Aérea del MINFAR y suegro de Tony De la Guardia. Se había enterado de que Torralba invitó a un pequeño grupo de funcionarios del MININT a cenar el domingo venidero, entre quienes estaba el General Arnaldo Ochoa Sánchez del MINFAR, quien acababa de regresar de Angola y estaba irritado -todos sabíamos- por la falta de ayuda económica a sus hombres, los soldados que regresaban de la guerra africana. Otros invitados eran el propio Coronel Antonio De la Guardia, su hermano gemelo el General de brigada Patricio De la Guardia -quien también había retornado recién de la guerra africana- y el Mayor Amado Padrón Trujillo, empleado del Departamento de Moneda Convertible.

Lo que vimos fue un encuentro apacible, con mucha bebida y un gran lechón asado muy cubano y muy celebrado por los concurrentes; no obstante, en cierto momento la conversación giró sobre el tema de dos altos militares cubanos que

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recientemente habían desertado a los Estados Unidos y que “habían sido muy bien recibidos por los norteamericanos”. El General Arnaldo Ochoa guardó silencio casi toda la velada, uniéndose solamente a la crítica generalizada sobre la situación económica del país y mostrándose particularmente molesto por el trato recibido por sus soldados- “Empujados de un lado al otro, como pelotas de baloncesto” Raúl montó el cólera cuando escuchó las grabaciones. Más que nada creo que temió una isurrección provocada por la Inteligencia Norteamericana que podía infiltrar a los oficiales descontentos. Era necesario imponer sanciones ejemplarizadoras.

Mientras Fidel y Raúl juntaban información sobre las operaciones del Departamento de Moneda Convertible les molestaban sobremanera los comentarios negativos de Tony De la Guardia y del Arnaldo Ochoa sobre la situación política en la isla, grabados durante la fiesta en casa de Torralba. Por otro lado, Reinaldo Ruiz ya se había declarado culpable y su testimonio sobre la participación del Gobierno cubano en el tráfico de cocaína hacia La Florida era noticia diaria.

Sin embargo, lo que condenó a Ochoa, más que las grabaciones, fue que su influencia en el Ejército iba a crecer más todavía, lo cual perturbaba a Raúl. Ochoa había tenido más de 300.000 soldados bajo su mando en diferentes misiones internacionales y era muy querido por la tropa. Como si eso no fuera suficiente, Raúl debía aprobarle un ascenso de General de División a Comandante del Ejército, de la Marina y la Fuerza Aérea Occidentales. Eso lo iba a convertir en el comandante de tropa más poderoso de Cuba. Debía firmar el ascenso -deja revisar mis apuntes- el 24 de octubre de ese año 1989. Eso precipitó su apresamiento el 12 de junio, sin mayores evidencias.

Raúl temía el ascenso de Ochoa. Más que por lo que haya podido estar pensando sobre la situación interna de la isla o por su posible contaminación ideológica con sus colegas rusos en Angola -me refiero a la perestroika- temía por lo que el mismo Ochoa representaba, por su figura y su popularidad, por su carrera como revolucionario, en fin, porque Ochoa, él por sí mismo, era la Revolución Cubana.

Efectivamente, Ochoa era diferente a Raúl, era todo lo que no podía ser Raúl.

Tenía una presencia imponente con 1.85 m y se había hecho por sí mismo y no por ser “el hermano del Jefe”. Comenzó su carrera uniéndose al Ejército Rebelde en la Sierra Maestra en 1958, a los dieciocho años, junto con algunos de sus hermanos, todos campesinos de origen humilde del oriente de la isla. Allí combatió en las filas del recordado comandante Camilo Cienfuegos. Fue uno de los soldados que ocupó Santa Clara bajo el mando de El Ché Guevara, acción que dio el giro final a la

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guerra contra Batista. Fidel lo hizo capitán del nuevo Ejército Revolucionario en cuanto tomó el Poder, luego Ochoa luchó en Bahía de Cochinos en 1961 y durante los años siguientes combatió a las guerrillas contra-revolucionarias en Escambray.

En seguida fue asignado a una serie de misiones internacionales que cumplió durante los siguientes treinta años. Mientras El Ché combatía en Bolivia, Ochoa actuaba en Venezuela participando en la invasión de Luben Petkoff por Falcón y en las emboscadas de “Cerro Atascadero” y de “El Mortero” en el Estado Lara. De allí fue enviado al territorio de Brazzaville en el Congo donde estuvo al frente de un millar de soldados cubanos que lucharon, tras el brutal asesinato de Patrice Lumumba, contra Moshe Tsombe, junto a los camaradas del Comité Nacional de Liberación. También entrenó a las guerrillas marxistas de Namibia, Mozambique y África el Sur. Después, por 1972 fue enviado con un contingente de 500 soldados a dar entrenamiento en Sierra Leona y el año siguiente entrenó también a las fuerzas sirias en las Alturas del Golán, durante la guerra árabe-israelí. En 1975 comandó a 37.000 soldados cubanos en Zaire y en 1976 era uno de los máximos comandantes de las fuerzas de nuestro país en Angola, organizó una milicia en Addis Abeba y dirigió a 9.000 soldados cubanos en la lucha de los etíopes contra los somalíes en la guerra de Ogadén. Allí fue reconocido por sus maestros soviéticos de la Academia Frunze como uno de los dos comandantes -junto a Rommel- más exitosos de la Historia en las guerras de tanques en el desierto. Por 1977 Ochoa era ya General de división y Comandante de las fuerzas conjuntas etíopes, cubanas, polacas, soviéticas, húngaras y de Alemania Oriental que operaban en Angola. Luego fue responsable de la organización de las fuerzas del primer ministro Bishop en Granada y suministró entrenamiento a los ejércitos de Yemén del Sur, Siria, Vietnám, Libia, Irak, Afganistán y Laos. En 1983 fue enviado por dos años a Nicaragua para repeler a los “contras” que envió Ronald Reagan contra el régimen sandinista. Finalmente, como ya mencioné, en 1984, cinco años antes de su fusilamiento, fue nombrado por Fidel Castro junto al General de división Abelardo Colomé Ibarra, compañero suyo en la Academia Frunze, “Héroe de la República Cubana” y se le otorgó la “Orden de Máximo Gómez”, los más altos títulos jamás concedidos por las Fuerzas Armadas Cubanas. Los “decretos 250 y 251”, correspondientes a los títulos otorgados, afirmaban que- “La vida del compañero Ochoa Sánchez es un ejemplo vivo de las cualidades y los méritos de esos hombres del más humilde orígen … que gozan de la admiración y el respeto de las masas” - Fidel se excedió y Raúl lo mató -comentó Ariel - Te cuento que algo parecido ocurrió con El Ché Guevara -añadí- Él y Raúl eran enemigos irreconciliables. Hubo un testimonio de Dariel Alarcón, a quien llamábamos “Benigno”, un hombre de confianza de El Ché, sobre una discusión con Raúl a inicios de 1965 que precipitó su trágico viaje al Congo. A Benigno le contó uno de los guardaespaldas de El Ché que en medio de una discusión sobe

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política exterior Raúl lo había acusado de “tostkista y pro-chino” en presencia de Fidel. Entoces El Ché “se paró muy violento y con ganas de írsele arriba a Raúl le gritó: eres un estúpido, eres un estúpido… tres veces y luego miró a Fidel, quien se quedó callado, lo cual indignó más a El Ché, que se largó dondo un portazo… ¡Coño!, yo me moría de miedo”, le había dicho el muchacho…

- Después del incidente El Ché tuvo un ataque de asma terrible que pasó en un sanatorio en Escambray y en cuanto pudo se fue al Congo. Luego del terrible fracaso de esa misión y después de su huída por el lago Tangañica, los rusos posiblemente por pedido de Raúl, quien era hombre de ellos- prácticamente lo secuestraron en París -tengo evidencias- y lo enviaron a La Habana. Poco después partía a Bolivia y a su muerte. Y mientras los Castro armaban este asunto para deshacerse de El Ché Guevara, Markus Wolff, Jefe de la temida Stasi en la RDA asesoraba a Manuel “Barbarroja” Piñeiro -te hablaré de él más adelante- sobre el modo de conformar la Direción General de Inteligencia en Cuba...

El trabajo de Arnaldo Ochoa y de los otros Generales cubanos del Ejército Revolucionario no se reducía únicamente a hacer la guerra: también había que consegir los fondos. Así, los predecesores de Ochoa en Angola habían iniciado exportaciones de marfil, cuarzo y otros productos a Europa Occidental; y cuando Ochoa asumió el mando continuó estos negocios y anadió otros de diamantes y armas para construir un estratégico aeropuerto en el sur de Angola, ya que el dinero no llegaba de La Habana. Hacia el fin de su estadía en Luanda, Ochoa estaba tratando de ampliar los mercados para sus productos africanos y por consejo de su gran amigo y subalterno en Angola, Patricio De la Guardia, contactó con su hermano Tony, el más indicado para la tarea.

Ochoa pidió a Tony que investigue el mercado de Panamá para los diamantes angoleños que los cubanos recibían a cambio de azúcar. Poco después la asociación de Ochoa con Tony De la Guadia fructificó en grandes ganancias, que Ochoa guardaba para los gastos futuros que se generarían en el Ejército Occidental, cuando él tome el mando, lo cual iba a ocurrir en pocos meses.

Sin embargo, en el contaminado mundo empresarial panameño era difícil que el capitán Jorge Martínez Valdés y el capitán José Llicas, quienes fungían de agentes comerciales de Ochoa, evadan a los narcos. Así, en 1988 Fabel Pareja, un colombiano todo terreno, sugirió a Martínez Valdés que se reúna con unos amigos suyos que trabajaban para Pablo Escobar Gaviria, el poderoso Jefe del Cártel de Medellín. Arnaldo Ochoa estaba lejos, en Angola, y Martínez Valdés sugirió por su cuenta que se reúna Pareja con la gente del MININT en La Habana.

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En la reunión uno de los empresarios colombianos que acompañaron a Pareja sugirió montar en Cuba una planta de procesamiento de cocaína y una fábrica de dólares de buena calidad, lo cual fue rechazado de inmediato por Amado Padrón, quien representaba a Tony en las conversaciones. Luego Martínez Valdés viajo a Colombia autorizado por Ochoa y se entevistó con Pablo Escobar, pero las negociaciones jamás prosperaron por la negativa de Ochoa de prestar el suelo cubano para los negocios del Cártel. En esa situación sobrevino la detención del General Ochoa y no se llegó a algún acuerdo.

Por al año 1987, cuando Ochoa llevaba ya diez años involucrado directa y presencialmente con la guerra de Angola comenzaron las dificultades con Fidel, quien quería imponer órdenes y criterios de comando desde su oficina en La Habana a 10.000 km de distancia, a los cuales Ochoa prestaba poca atención; incluso en una reunión de fin de año, ante su esposa Maida, dos oficiales con sus esposas y el brigadier General Patricio De la Guardia con la suya, a quien llamaba cariñosamente “Cucusa”, Ochoa espetó - Fidel se ho vuelto loco, esta totalmente chocho –a lo cual Cucusa, espantada, comentó- ¡Arnaldo!, ¿tú estás loco? ¿Cómo puedes hablar así? ¿Has perdido la cabeza?

Fidel estaba realmente enojado con Arnaldo Ochoa. tanto que en la ceremonia del Acuerdo de Paz de Angola que muy a su pesar se firmó en New York en diciembre de 1988, envió a nueve Generales cubanos entre los que estuvieron Abelardo Colomé Ibarra y Polo Cintra Frías, el ayudante de Ochoa en Angola.

Arnaldo brilló por su ausencia.

Ya trasladado Ochoa a La Habana, la noche del 29 de mayo de 1989 Raúl Castro se paseaba como fiera por su oficina, esparándolo al borde de la histeriaBebí un poco de té y me calmé -narró más tarde.

Había citado a Ochoa para reclamarle sobre tres asuntos que tenía en sendos expedientes sobre su escritorio: uno era un problema de una chica llamada Patricia De la Cruz, otro contenía documentos sobre las actividades comerciales de Ochoa en Angola y el tercero albergaba las transcripciones de las conversaciones grabadas en la fiesta de Diocles Torralba. Ochoa se sentó calmadamente en una de las sillas frente al escritorio y dijo con su agradable voz de tono grave - Aquí estoy, Raúl, empecemos - En primer lugar debo reclamarte por tus comentarios irresponsables en la casa de Torralba -Ochoa no mostró sorpesa- Así no es como debe expresarse un General del MINFAR, como lo eres tú -luego empezó a enumerar varias faltas de la conducta y a mencionar los “negocios” de Ochoa en Angola

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- Estás tratando de crear un caso de corrupción para desviar las dudas que hay en el Alto Mando sobre el futuro de la Revolución -dijo Ochoa sin perder la calma - ¡Tú y sólo tú tienes grandes dudas! -gritó Raúl- ¡Te has corrompido, se te han subido las condecoraciones a la cabeza!

- Raúl, no podemos aislarnos del mundo. Todo está cambiando. Necesitamos abrirnos, buscar fuentes de divisas -continuó Ochoa hablando ya por encima de la voz del Ministro- todos lo hacen, la Unión Soviética, Polonia, todos…

A esas alturas ya Raúl era presa de la cólera y alzando más la voz dijo- Te crees la “prima donna” y solamente eres un hijo malcriado de la Revolución, lo que estás diciendo es una traición; Fidel es nuestro padre -golpeó con fuerza el escritorio- Si Fidel no hubiese nacido los dos no estaríamos aquí… -Los que presenciábamos la reunión estábamos paralizados por el pavor.

Pocos días después Ochoa presentó a Raúl un informe detallado de sus actividades en Angola, especificando con detalles y claridad el destino del dinero recavado y evitando el tema político. Tras eso, Raúl se puso de pié, rodeó el escritorio y abrazó a Arnaldo- Siempre seremos hermanos, hoy, mañana y siempre, pase lo que pase -le dijo.

El 12 de junio de 1989 -exactamente un año antes de mi huída de Cuba- el General Ochoa salió, como siempre hacía, por la sala de su modesta casa en la Calle 24 de Nuevo Vedado, hizo a un lado un sillón de plástico verde, con cuidado para evitar tumbar las estatuillas africanas de madera que había sobre la mesa de centro y cruzó hacia su pequeña oficina, frente a la calle, donde tenía tres estantes con libros, la mayoría biografías y una colección de la Historia de la Segunda Guerra Mundial. Era lunes y se dirigía al MINFAR a otra reunión concertada por Raúl Castro, Ministro de las Fuerzas Armadas. Había pasado la tarde matando el tiempo en el jardín y a las seis menos cuarto llamó a su chofer y se despidió de Maida con un beso- Hasta luego, Negra Ochoa había confiado en las palabras de reconciliación de Raúl, por lo que respondió airadamente cuando este frente a media docena de Generales le acusó de traición. Ochoa explotó - ¿Cómo te atreves a llamarme traidor? ¡Desde los días de la Sierra Maestra me he jugado la vida en combate más veces que todos los presentes en esta habitación! ¡Tú mismo no has combatido desde 1959! ¡No has tomado un arma ni siquiera para desfilar! Yo no he hecho otra cosa que combatir desde entonces ¿Cómo puedes acusarme a mi, el más austero de todos, de corrupción? ¡Todos los presentes han estado en mi casa y saben como vivo! ¿Quién puede decir que me he beneficiado personalmente con los negocios?

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- Si quieres montarme un caso de corrupción primero tienes que depurar a todo el Ejército ¡Incuyéndote tú mismo! -concluyó - No tengo más remedio que ordenar tu detención. Has quebrantado todas las normas de conducta militar -escucharon decir a Raúl en cuanto pudo calmarse - Fidel estuvo, por supuesto, detrás de todo esto y usó los débiles argumentos de Raúl contra Ochoa porque quería deshacerse de él, como hizo con todos quienes pudieron hacerle oposición -concluí ante Ariel.

Efectivamente, como era de esperarse la noticia el arresto de Ochoa se regó inmediatamente entre la jerarquía militar, causándonos el justificado pánico ante la purga que inevitablemente se aproximaba. Fidel tenía que hacer algo, y rápido, para justificarse ante el Ejército y ante la conmovida, atónita población - Dices que Fidel a sido un “maestro” para esas situaciones -comentó Ariel- pero en realidad no necesitas serlo cuando tienes una doctrina que justifica todo, cuando tus actos son respaldados por una ideología… ¿Qué les faltó a Escobar y los demás capos colombianos del narcotráfico? ¿Qué causó su caída inevitable? Justamente eso, la falta de una doctrina los ubicó en un lugar de la sociedad del cual jamás pudieron salir. Lara Bonilla y Luís Carlos Galán los despojaron de justificaciones justo cuando estaban intentando ganárselas con sus movimientos políticos. Por eso los asesinaron…

El hecho era que Fidel necesitaba una razón convincente para el arresto de Ochoa; así fue como nos citó a todos los Jefes y algunos agentes de la Contrainteligencia del MININT y del MINFAR a su despacho y tras una reunión dominical que se extendió por catorce horas -algo usual con él- reunió todo lo que podía considerarse una prueba contra Ochoa. Oyó sobre las quejas de Patricia De la Cruz, oyó sobre las cuentas de Ochoa en Panamá, oyó sobre las transacciones en el mercado negro de Angola, oyó sobre los negocios de diamantes y marfil a través del Coronel Tony De la Guardia…

- ¡Ya está! -Dijo cuando terminaba la reunión- ¡Eso es! Acusaremos a Arnaldo de “delitos morales” y de “corrupción”. Vincularemos a Ochoa con los De la Guardia porque todos saben que son muy cercanos. Haremos un paquete “anticorrupción” con todos ellos y de paso mejoraremos la imagen de la Revolución en el exterior Por supuesto que los hermanos Castro y toda la jerarquía militar cubana sabíamos de la discrecionalidad para los negocios de que estaban facultados los Generales y también de la integridad de Ochoa, pero el temor paralizó a todos porque sabíamos que se aproximaba una gran purga. Con respecto a la población, bastó con una campaña de desprestigio que como era de esperarse y como siempre ha ocurrido tuvo más fuerza que la memorable hoja de vida del acusado. La

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acusación que se volvió principal -de narcotráfico- salió después del arresto de Ochoa y de los gemelos De la Guardia según el mismo Fidel dijo, lo cual no evitó que él y el fiscal Escalona hagan el alboroto con eso. Luego vino la ordalía…

Comenzó con el Tribunal de Honor Militar, un repugnante simulacro de contricción donde los reos pidieron la pena capital para sí mismos; un abyecto constreñimiento al más puro estilo estalinista con todo y promesas secretas de salvar la vida que, según sus últimas palabras en la madrugada del fusilamiento, la cuales escuché de un médico allí presente, Ochoa jamás creyó del todo a “los dos hermanos” Castro.

- Quiero decir a mis camaradas de armas -comenzó Ochoa con su dicción grave ya casi sin acento cubano, después del largo rollo de acusaciones leído por Raúl en el Tribunal de Honor Militar- que creo haber traicionado a mi país; y digo con toda sinceridad que uno paga la traición con la vida -luego exculpó de todo al Comandante en Jefe y al Ministro de Las Fuerzas Armadas de sus arreglos comerciales y de alguna complicidad con la corrupción, terminando de manera sobrecogedora y dramática diciendo - Creo firmemente, conscientemente, en mi culpabilidad… que si aún puedo servir a la Revolución, aunque sea como un mal ejemplo, estoy a su servicio. Y si esta condena, que por supuesto puede ser el pelotón de fusilamieto, llegara, prometo a todos que en ese momento mi último pensamento será para Fidel y la gran revolución que le ha dado a nuestro pueblo Luego hicieron algo similar Tony De la Guardia, quien previamente recibió en su celda la visita de Fidel, el cual -según declaraciones de Ileana, hija de Tony, quien lo visitó poco después- le prometió que salvaría la vida. Los demás acusados también repitieron el acto; sólo el pobre Ruiz Poo metió la pata declarando que Martínez Valdés la había asegurado que se sabía de la operación de narcotráfico “al más alto nivel”, retractándose el día siguiente, después de recuperarse de una desconcertante crisis de llanto.

El segundo acto fue el juicio en la Corte Marcial - Acusado Arnaldo Ochoa Sánchez ¡Ubíquese frente al tribunal! –vociferó con tono severo el secretario. Ochoa, con ropa juvenil y con ademán despreocupado se ubicó donde le pedía el funcionario. Tenia 48 años de edad pero con todo y sus 1.85 metros de talla lucía como un muchacho presumiendo por el malecón de La Habana - Ochoa Sánchez: la Ley le da el derecho a declarar, ¿desea usted declarar? continuó el funcionario judicial, suavizando momentáneamente unos décimos el acento. El acusado lucía gimnástico, con camisa a rayas, entallada y de cuello alto,

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que llevaba por fuera del jean, muy juvenil y con gruesos anteojos, muy grandes para el tamaño afilado de su rostro Aclaró la voz y dijo- Buen, ejem… sí… -No era un “sí” tímido ni asustado.

Simplemente era un “sí” de alguien que representaba una comedia entre colegas y amigos - ¡Sí o nó! ¡En este momento! -insistió el Secretario - ¡Sí! -repitió Ochoa - ¡Conteste las preguntas que le hará el Fiscal! ¡Siempre mirando hacia el Tribunal!

-espetó el empleado al destacado combatiente …

- Arnaldo Ochoa Sánchez –inició el Ministro de Justicia, General de Brigada Juan Escalona Reguera- Este país, hace un poco más de tres años, fue convocado por el Comandante en Jefe del Partido a un proceso de rectificación de errores, de tendencia negativa, que ha conmovido a una buena parte de nuestra población ¿Durante todo ese tiempo, usted permaneció fuera de Cuba?

- Yo… yo una gran parte de la vida la paso fuera de Cuba -respondió el acusado mientras perseguía algo con la vista, hacia la izquierda, alrededor de sus pies - ¡Esto! ¡Esto de hacer la revolución por métodos distintos! ¿A usted no lo entusiasmó? -inquirió Escalona - No...No… –repitó Ochoa, aparentemente sin entender la pregunta - Esto de empezar a hacer la revolución de nuevo, ¡por métodos distintos! ¿A usted no le entusiasmó?

- Esas son cosas difíciles -respondió el acusado, apretando sus ojos de miope y mirando hacia un lado y otro sin entender bien las palabras de Escalona - ¿No le entusiasmó? -insistió Escalona - ¿Ah? ¿Por qué no me va a entusiasmar? -balbuceó Ochoa, aparentemente sin acertar qué era lo que sí debía entusiasmarlo y qué era lo que nó - Usted, en su intervención ante el tribunal interrogador, en las dos intervenciones, realmente usted mostró que había sido un héroe de la República.. ¿Usted conoce, le han informado, lo que en el extranjero se dice de toda esta problemática que estamos enfrentando en este juicio?

- Precisamente yo estaba esperando a terminar para pedir permiso al Presidente para hablar algo de este juicio. Yo he tenido la oportunidad de ver algunos materiales que se refieren a lo que aquí sucede… ¿no? En realidad, ¿qué se dice

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ahí? ¿Qué hay una escisión política? ¿Qué hay un levantamiento militar en Cuba? ¿Qué hay sedición? ¿Qué en el Ministerio de las Fuerzas Arnadas y en el Ministerio del Interior hay sublevación? ¿Qué hay división interna del Partido? ¿Qué hay una…? ¡Se dice qué aquí hay una lucha entre los vejos y los jóvenes! Y que .. bueno… que Castro está haciendo una purga… Yo les podría decir que transmitan la verdad. También les quería decir que llegó un momento de mi vida militar en que me sentí cansado, que en la misma Angola me vi en situaciones muy difíciles, muy complejas -dijo, alzando la mirada por primera vez, por arriba del tribunal, hacia África- y por tantos años de actuar solo, tomé el camino equivocado. Creo que sobran palabras, hay muchos hechos y preferiría que se actuara por los hechos… -se detuvo- No se si used quisiera preguntar algunas cosas…

- Ochoa, ¿usted tuvo conocimiento de que había un grupo bajo el mando del Coronel Tony De la Guardia realizando operaciones de narcotráfico en Cuba?

- En realidad yo nunca tuve conocimiento -recién habló con claridad- Tony nunca me dijo a mí que “estaba haciendo operaciones de narcotráfico”. Él me habló a mí de las “operaciones de tabaco”, de una operación de “objetos de arte”, pero realmente… hablarme de que estaba haciendo “operaciones de nacotráfico” ¿Aquí? ¡No! Dentro de la concepción que tuve de esto nunca fue traficar droga a través de Cuba. Ese proceder nunca fue el mío y aquí hay una cantidad de compañeros que saben que yo no he actuado así - ¿Usted nunca pensó en denunciar las actividades de Tony De la Guardia?

- Le repito: yo nunca supe que ellos hacían operaciones de narcotráfico - Usted como General y héroe antes de que se le rompiera en mecanismo que lo mantenía en esa posición, ¿no llegó a sentir repugnancia por las consecuencias de sus actos?

- Independientemente de las evidencias en mi contra, los que me conocen y saben cómo yo vivo, saben que yo nunca he sido eso, ni que tengo nada…

- Ochoa, ¿qué cosa le propuso Martínez Escobar?

- “¿Me propuso Martínez Escobar?”, ¡No sé!

- ¿Usted cree que llegaría a sentirse algún día feliz, como Pablo Escobar, sabiendo que está asesinando una buena parte de esta humanidad para enriquecerse y para hacer hoteles en Cuba? -mientras hablaba el Brigadier Escalona, todo Cuba pudo ver un tremendo Rólex que llevaba en la muñeca- ¿Cree usted que esta revolución merece la indignidad de desarrollar su turismo a partir de un dinero manchado por la droga y manchado por la sangre y la degradación de quien sabe cuantos “cientos” de ciudadanos del mundo? A partir de ese día más valdría que

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Cuba desapareciera de la faz de la Tierra… Si este país va a vivir a cuenta del negocio de estos señores…

- No -respondió el acusado- lo que pasa es que todos estos mecanismos existen…

- Ochoa –interrumpió rápidamente Escalona- pero ¿A qué precio? ¡A qué precio! ¿La salud del pueblo? ¿La salud del mundo? Porque si fuera un negocio, no se… de brillantes, o de marfil, se le podría perdonar, pero ¡Droga, Ochoa!, ¡Droga!, ¡cocaína, Ochoa, cocaína para envenenar pueblos enteros! ¡Nosotros que somos internacionalistas! ¡Que mandamos a morir a nuestra población voluntariamente a defender otros pueblos! ¿Les vamos a mandar, como narcotraficantes internacionales, el veneno de la droga? ¿Para qué salvamos pueblos? ¿Pa´matarlos luego? Yo, realmente, me siento desconcertado, porque he llevado muchos años de conocerlo, de verlo actuar; lo he visto dirigir maniobras, dirigir ejercicios, dirigir tropas. Conozco de sus hazañas en Etiopía y me pregunto: ¿es posible que este sea el mismo hombre, este que compromete el prestigio, la dignidad, el honor de su país? ¿Es el mismo que siendo héroe y siendo General, conociendo que hay un grupo de gente que está haciendo negocio con narcotráfico sea incapaz de ir a la más alta instancia de nuestro gobierno a denunciar? ¿Usted es el mismo Ochoa de Etiopía?

- Posiblemente nó -respondió Arnaldo Ochoa- Por eso estoy diciendo la verdad de los hechos…

- Ochoa, ¿tiene alguna otra cosa que decir? -interrumpió con voz suave otro miembro del tribunal - Sí. Yo quiero referirme a un hecho que sucedió en el Tribunal de Honor. Allí el único acusado que acudió fui yo. Allí no declaró ninguno de los acusados que están aquí ni de los testigos que están fuera. Quiero decir que muchos trataron de quitarse responsabilidades de arriba, que muchos no hablaron claro y que otros dijeron mentiras y que hubo exageraciones de los testigos y que en el fondo es por quitarse responsabilidades de arriba…

- Ochoa Sánchez, ¡puede retirarse!

No se le dejó decir más. Luego, en el interrogatorio que Escalona aplicó a Tony De la Guardia presenciamos un incidente causado por Marilena y Cucusa, las esposas de los jimaguas - De la Guardia, ¿tiene usted hijos, verdad? –preguntó el Ministro de Justicia brigadier Juan Escalona Reguera, quien una vez más fungía como Fiscal General de la Corte Marcial

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- Cuatro - Cuatro hijos… ¿Pensó alguna vez en las consecuencias de sus operaciones de droga para los jóvenes del mundo?

- Si, señor - ¿Usted ha visto la miseria?

- Si, señor ¿Usted ha visto lo que hace con la juventud?

- Correcto - ¿Usted conoce que es el flagelo de la humanidad en este momento?

- Si, señor - ¿Y usted es parte de esa fábrica de vergüenza al mundo?

- Si, señor - ¿Y su conciencia, De la Guardia?

- Mal… - Eso es todo, señor Presidente Al instante saltó de su asiento Marilena, la esposa de Tony- ¡Escalona, eres un canalla! ¿Quién te dió ese Rolex que llevas en la mano? -Seguidamente Cucusa, la esposa de Patricio, gritó- ¡No tienes vergüenza, Escalona! ¡No tienes vergüenza!

Inmediatemente fueron sacadas del salón por un grupo numeroso de guardias femeninas y al día siguiente aparecieron los familiares de los acusados sólo fugazmente en la TV, con sus rostros entristecidos. Los Abogados de la defensa, por su parte, no sólo permitieron sin objeciones la insólita actuación de Escalona, obligando a los acusados a declarar contra sí mismos, sino que terminaron pidiendo la pena máxima para sus clientes. Todo el mundo salvaba su vida…

Al momento de la sentencia, el primer jurado dijo- ¿Con qué gana más la Revolución? Después de oir las acusaciones del compañero Raúl y con el resumen hecho por el Comandante en Jefe, mi voto es muerte por fusilamiento Fidel escuchaba recostado en el sillón, muy atento con el codo izquierdo sobre al mesa, la mano tapando su nariz y con el largo dedo índice acariciando su ceño.

Luego votaron los demás, uno por uno…

- Lavemos el ultraje; pasemos, de una vez, esta bochornosa hoja de la Historia y levantemos la frente limpia y pura de la Revolución: mi voto es muerte por fusilamiento - Yo, personalmente expreso mi criterio de absoluto convencimiento de que es indispensable, que es justo, que es humano, que es correcto aplicar la condena del fusilamiento a los encausados - No podemos vacilar en aplicarles la pena máxima

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- No podemos vacilar, es nuestro deber y debemos cumplirlo - Estoy de acuerdo con la decisión del Tribunal Militar Especial - Estoy de acuerdo con aplicar la pena de muerte a Arnaldo Ochoa - Han traicionado a Cuba, a Fidel y a la Revolución - Traición a la patria, a Fidel…

- Han traicionado al país, a Fidel…

- Sean sancionados “a pena de muerte” por fusilamiento - Que se cumpla y ejecute la sentencia - Pena de muerte por fusilamento al General Arnaldo Ochoa Sánchez, al Coronel Antonio De la Guardia Font, al mayor Amado Padrón Trujillo y al capitán Jorge Martínez Valdés Dos días después del veredicto de la Corte Marcial, el tercer acto fue la ratificación de la sentencia por parte el Consejo de Estado. Los 29 miembros acudieron a la cita, algunos desde lugares remotos del planeta. Leyeron sin levantar los ojos sus cartillas, uno por uno. Después hubo un breve discurso de Raúl, donde dijo que se había sorprendido a sí mismo llorando frente al espejo del baño que tiene tras su despacho “pensando en los hijos de los acusados y en la tonelada de fango que habían echado sobre nuestro pueblo”. Luego habló el Comandante en Jefe. Su discurso fue de cuatro horas, concluyendo del siguiente modo…

- Los que estén de acuerdo con la ratificación de la pena establecida por el tribunal militar, que levanten la mano -todos la alzaron- Los que se oponen -ninguno - Por unanimidad el Consejo de Estado ratifica la sentencia del tribunal militar. Ha concluido la sesión La ejecución se llevó a cabo en un campo abierto, en las afueras de La Habana, la madugada del 13 de julio de 1989. El camión llevó a los cuatro condenados y a seis soldados soñolientos quienes desconocían su misión. Luego, al reconocer al General Ochoa y al recibir cada uno un AK-47 descubrieron con horrror lo que iba a ocurrir. El General Escalona y dos médicos completaban el equipo. Bajaron a los condenados del alto camión militar, comenzando con Padrón y Martínez Valdés, luego Tony y el General Ochoa y de inmediato comenzó la ejecución. Los dos oficiales de menor graduación fueron los primeros. Martínez y Padrón estaban fuera de la realidad, se resistieron como pudieron e imploraron clemencia de manera lastimosa. Luego le tocó el turno al Coronel Antonio De la Guardia quien respiró hondo y caminó sin ayuda hacia el poste. La ráfaga le arrancó la cabeza y su cuerpo se sacudió violentamente por varios segundos.

Finalmente llegó el turno de Ochoa. Caminó firmemente y cuando pasó junto a los soldados les dijo con calma - Muchachos, cumplan su misión. No tengo nada contra ustedes

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Supe que después cuando Ochoa era llevado al poste, dijo a quienes tenía cerca- díganle a los dos hermanos que yo jamás me tragué el cuento que me hecharon…

José Abrantes estuvo durante la Causa 1 contra los cuatro fusilados como todopoderoso Ministro del Interior y conformando la parte acusatoria. Luego cayó como acusado en la Causa 2 de 1989 junto con el Viceministro General Pascual Martínez Gil -Pascualito- y otros oficiales del Ministerio del Interior. Durante el juicio, el Abogado “defensor” Juan Rafael Mendoza propuso al Tribunal- Ustedes tienen la obligación de sancionar a estos acusados -por su parte, Pascualito dijoLa mayor condena es no poder volver a estrechar la mano del Comandante en Jefe -el Teniente Coronel Oscar Carreño Gómez se expresó diciendo- No sé si soy civil o militar, hay tanta desinformación en el Ministerio del Interior, que no sé ni quién soy –y Pepe Abrantes, inculpándose, y repetía cada cinco minutos - Quiero aclarar que la revolución no tiene nada que ver con esto; no me perdono no haber cumplido con las órdenes de Fidel Castro Dos años después de su encarcelamiento, según las autoridades cubanas, José Abrantes, la mano derecha de Fidel y el más fiel de sus seguidores, quien dormía tras su puerta y probaba su comida para evitar que muera envenenado, falleció en la prisión de Guanajay “por causa de un infarto al corazón” - Después de los juicios contra Arnaldo Ocha, Pepe Abrantes y los hermanos De la Guardia, continuó más discretamente el negocio del narcotráfico porque la dirigencia cubana, incluído “Barbarroja”, sostenían que era otro modo más de “golpear al imperialismo” y ganar dinero fuerte. Finalmente la CIA y el gobierno de Cuba llegaron a un acuerdo mediante el cual este último se comprometió a controlar las actividades del narcotráfico en su zona de influencia y control -narré a Ariel y a José Luís, cuando ya era yo un oficial de Inteligencia retirado en Guayaquil.

La intervención cubana en Angola, llamada Operación Carlota, duró desde 1975 hasta 1991. Fue la más larga guerra que haya sostenido Estado moderno alguno en territorio extranjero y en nuestro caso involucró a toda la sociedad cubana. Igual que los alemanes durante la segunda guerra mundial, en cada familia teníamos alguien en la guerra y cada persona dentro de Cuba estaba involucrada de aguna manera en la industria de apoyo para la guerra. Cerca de 450.000 cubanos entre médicos, maestros, ingenieros y soldados sirvieron en Angola durante los diez y seis años que duró la operación, unos 300.000 soldados nuestros combatieron allí y el contingente militar de Cuba llegó a tener 52.000 hombres luchando, con 1.000 carros de combate. Más de 2.000 cadáveres fueron repatriados durante ese tiempo y enterrados en sus lugares de origen en la isla. El

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General Arnaldo Ochoa fue Jefe de toda la misión durante gran parte de los años ochenta. La operación fue una guerra convencional total, no una guerra de guerrillas, y Ochoa se destacó mucho. El obtuvo fama en la batalla de Ogadén, que fue de tanques; el aplicó lo que había aprendido de la academia de Frunze en la URSS y sólo dos Generales han tenido el mismo éxito combatiendo con tanques en el desierto, Rommel y Ochoa. Como mencioné, no fue un conflicto de guerrillas.

Implicó unos 300.000 soldados cubanos, otros 30.000 soldados angoleños y unos 3.000 guerrilleros namibios de la Swapo apoyados por 1.000 carros de combate, artillería y cazas Mig-23. Fue una guerra que Cuba ganó, que Ochoa ganó. Derrotó al Ejército sudafricano, al Ejército de Zaire, a las fuerzas de Unita de la misma Angola y a otras fuerzas de Zaire que contaban con apoyo militar proveniente de Europa y los Estados Unidos.

Durante esa guerra, Ochoa entró en contacto con muchos militares soviéticos de alta graduación que venían con las nuevas ideas de la perestroika y que traían noticias sobre las reformas económicas introducidas en la URSS por Gorbachov. El comunismo se derrumbaba en Europa Oriental y Lech Wałęsa había ganado ampliamente las primeras elecciones libres en Polonia.

Después de las ejecuciones Fidel multiplicó su seguridad, destituyó y encarceló a Pepe Abrantes y a docenas de funcionarios civiles y militares y desmanteló gran cantidad de dependencias oficiales. Reforzó su guardia personal al extremo de que donde iba le acompañaban dos camiones militares y cuatro furgones con tropa, una estación de radio y un generador eléctrico, amén de que los perros precedían su ingreso a los salones, olfateando por doquier. Prohibió la circulación de las revistas “Sputnik” y “Novedades de Moscú” que traían noticas de la glasnot que se había originado desde el interior del Kremlin. No iba a permitir nada de eso…

El problema con la chica De la Cruz, que mencioné de pasada anteriormente, fue otro detalle menor que no puedo evitar narrarte porque Fidel lo utilizó mucho durante el juicio: cuando estaba Arnaldo Ochoa como Jefe de la misión cubana en Angola habían muchas mujeres que caían por allí. Una de ellas, un bombón de 19 años llamada Patricia De la Cruz, hija de un conocido actor, por alguna causa, por algún resentimiento fue al Ministerio del Interior a “denunciar” (ya Cuba en ese tiempo no bailaba al ritmo de la salsa y del mambo, sino al ritmo de las denuncias y las delaciones) lo que “había escuchado hablar a Ochoa con los soviéticos” sobre “tumbar a Fidel” y que Ochoa había dicho que el Comandante estaba “completamente loco”, que estaba “gagá”. Lo acusó también de agresión sexual, que si la hubo fue perfectamente provocada, porque… ¡Hermano! ¡Pobre Ochoa!, era una rubia hermosa, despampanante, que andaba el Luanda con sus jeans de marca muy ajustados -mientras las otras andaban con uniforme militar- y sus camisetas

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flojas y cortitas que por instantes dejaban ver la raíz de los pinchaojos que llevaba paraditos, sin sujetadores!... Después vino el asunto de la droga, y Fidel aprovechó para poner a Arnaldo de chivo expiatorio y para salir de él y su posible conspiración. Como se dice, mató dos pájaros de un tiro.

- Así son los poderosos -comentó Ariel, mientras escuchaba la historia que yo le contaba- son los animales más peligrosos que hay… y en seguida añadió- Arnaldo Ochoa, él, solo él, era toda la Revolución Cubana - ¡Así es! –respondí- y murió junto con él *** El asesinato de Ochoa causó un gigantesco resquebrajamiento de la moral y de la “unidad revolucionaria”, provocó muchas defecciones -la mía entre ellas- y estremeció de tal modo a la población cubana que creímos que era el comienzo del fin del régimen de Fidel. Incluso el periodista Andrés Oppenheimer tituló “La Hora Final de Castro” al libro que publicó en 1993 descubriendo los detalles del juicio y señalando al fusilamiento de Tony de Arnaldo Ochoa como el punto de partida del descalabro.

No obstante, la Hidra del Caribe sobrevivió. A pesar de la caída de la U.R.S.S., del retiro del subsidio soviético y del extenuante “período especial” que fue soportado por todos los cubanos excepto por Fidel, su numerosa familia, sus selectos amigos y la cúpula militar que lo rodeaba, según lo que informó en su libro La Vie Cachée de Fidel Castro (La Vida Oculta de Fidel Castro) Juan Reinaldo Sánchez -el ex guardaespaldas del Comandante- cuyos desencanto y defección ocurrieron también por causa del terrible crimen. Pese a todo, Fidel siguió allí por treinta años más mientras le nacían -como al monstruo de la leyenda- tres cabezas por cada una que perdía.

Sí. La Revolución Cubana murió con Arnaldo, pero no se extingió la energía de Fidel ni su capacidad inaudita para seducir al mundo con sus cánticos de Justicia mientras vivía como Rey en medio de la asfixiante pobreza de la gente, con sus salmos de Paz mientras organizaba la guerra, y con sus alabanzas de Independencia mientras intervenía allí donde las circunstancias le permitían hacerlo. ¿Energía de Fidel? No. Mas bien fue la energía recurrente, cíclica, de la Historia cuando es impulsada por aguna ideología preñada de violencia -alcaloides que embrutecieron a muchos pueblos- en este caso por el leninismo, el cual ha sido hasta ahora la más enconada y perdurable seducción que facilitó a sus paladines erigirse como autócratas, capaces de tumbar las democracias, acabar con los

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opositores, concentar el Poder en sus manos y gobernar eternamente, hasta más alla de su propia extinción. Fidel fue quien -con abundantes labia y plomotropicalizó esa visión eslava de la sociedad y luego vendió, ya convertido en el Papa Regional de Marxismo a quien pudo sus derechos de autor, su know-how como comentaba yo aquella vez con Ariel en los aciagos días que nos empeñabamos en sobrevivir, allá en su casa de Buena Esperanza.

Ariel nos narraba que su padre, Enrique, en los tiempos en que era un “bolchevique bananero” de corazón, definía su visión del leninismo -que fue de toda su generación- cuando repetía fascinado y orgulloso “Vivimos bajo la sombra de Lenín” citando el prólogo de una épica biografia del pequeño dirigente ruso escrita por Gerard Walter, aquel volumen que le llevó a su cama de enfermo, una soleada tarde guayaquileña de 1961…

Nada mas exacto que eso, aplicado a nuestra generación y a Latinoamérica, este continente que ha vivido desde 1959 vapuleado por los designios obsesivos y soportando la perseverancia maníaca del Comandante en Jefe. ***

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(28) El marxista eximido - Primero quisiera decirles -dije a mi amigo Ariel y a La Bella- como me trajo al vida a Guayaquil y como llegué ante ustedes. Tengo que hacerles un poco de historia…

Vine al mundo por 1943 en Las Villas, la provincia de Adán Rojas, en la región central de Cuba, en un cantón al este de Santa Clara Llamado Placetas; y fui inscrito y bautizado con el nombre de Leonardo Heberto Valdés Alva. Tenía la misma apostura que Adán; era alto y blanco y el mismo color de ojos azul claro que llamó la atención de La Bella cuando entró a la oficina de la Factory a pedir prestado el teléfono.

Muchos “cuadros” de la Revolución fueron de Las Villas: los hermanos Santamaría -Haydeé, Aldo y Abel-, Aleida March, Rolando Cubela y otros. Las Villas era una zona poblada por campesinos blancos pobres, canarios y vascos principalmente, diferenciados de los otros guajiros de piel oscura. Antes de la Revolución, Las Villas era una zona del país muy permeada por capitales texanos ligados a la agricultura. Nosotros “tenemos” hábitos de Texas, algo del modo de vida de ellos.

Placetas era un pequeño poblado de calles cudrangulares y alineadas, aproximadamente del tamaño de Calabazar de Zagua -el pueblo de Adán- y de muchos otros pequeños cantones como Guanajaní, San Antonio de las Vueltas, Remedios, Caibarién, Encrucijada, El Purio; todos de confección idéntica y dispersos entre grandes embalses, cerca de la costa norte de la isla, la cual en esa zona formaba intricadas bahías de aguas claras llamadas Bahía Buena Vista, Bahía el novillo, Bahía del Perro y otras hacia el Este de Varadero, ubicadas entre el borde costero y las innumerables islas rocosas con atardeceres de ensueño llamados desde siempre “cayos”… Cayo Cocos, Cayo Santa María, Cayo Romanos…

Todos los poblados que rodeaban Santa Clara parecían trazados sobre una hoja de papel cuadriculado, alrededor de una minúscula plazoleta central. Fue una zona poblada en siglos pasados por laboriosos campesinos posteriormente beneficiados por la inyección de capitales texanos que llegaron después de la Guerra de Cuba librada entre EE.UU y España a finales del siglo XIX y durante la época de Batista, a partir de 1940.

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Tenía yo trece años de edad cuando Fidel y otros 81 desembarcaron del Granma y 16 cuando los barbudos bajaron de la Sierra Maestra e irrumpieron en La Habana (donde yo cursaba mis estudios secundarios) en el año nuevo de 1959, tras la huida de Batista.

- ¿Recuerdas el arribo de Fidel en enero de 1969? -preguntó Ariel- ¿Cómo fueron los acontecimientos que lo llevaron al Poder?

Fue un auténtico Golpe de Estado contra el Gobierno Revolucionario escogido y diseñado por ellos mismos en la Sierra Maestra. Lo hizo convocando a la Huelga General que paralizó a toda Cuba, organizando la columna invasora bajo su mando e instaurando su Poder por donde pasaba hasta en 8 de enero de 1959 en que arribó a La Habana. Así les arrebató el Poder.

Estuve presente cuando Fidel entró a la ciudad sobre un trajinado Jeep, muy delgado y con gorra militar, junto a Camilo Cienfuegos, Huber Matos y otros, saludando a la gente con la mano izquierda en alto y empuñando cada uno de ellos sus negros y lustrosos fusiles. Camilo llevaba un sombrero campesino de alas anchas y lucía, como todos, muy cómodo con la pesada dotación que sostenía sobre sus piernas, abrigado con una gruesa chaqueta de miliciano con cuello de felpa - ¿Es cierto que Fidel puso su Estado Mayor General en el hotel “Havana Hilton”? ¿Cómo fue eso? -volvió a preguntar Ariel Sí. Yo conocí por dentro ese Estado Mayor. Te contaré de qué modo: en esos días uno de los Jefes de la seguridad personal de Fidel era mi tío Armando, un viejo combatiente del M-26-7. Él era un barman de los restaurantes más conocidos de la Habana Vieja que se hizo famoso en la conspiración antibatistiana. Fue reconocido porque resisitió la tortura sin hablar. Mi tío llamó a la casa de mi padre solicitándole que uno de sus hijos se presente en el Havana Hilton para alfabetizar a los escoltas del Comandante. Me presenté con mi Profesor de matemáticas y organizamos un curso de instrucción cultural en las mismísimas habitaciones donde se hospedaba Fidel. Durante varias semanas compartí el día a día de la vida del Estado Mayor y conocí de cerca ese Gobierno.

En los ascensores, pasillos y en el mármol negro del enorme lobby del hotel se veían mezclados a turistas, empresarios y banqueros norteamericanos con milicianos barbudos y malolientes que dormían por todos lados. Fue un cuadro desconcertante. Recuerdo el salón de juegos del Havana Hilton, el más grande de toda la ciudad, el cual fue intervenido por mi tío Armando. Él mismo era un gran jugador de póker y experto en la ruleta, por cierto, y trasladó a Fidel el interés de los magnates mafiosos del juego para colaborar con el Gobierno revolucionario.

Fidel les mintió diciendo que no deseaba dejar sin trabajo a miles de empleados de

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casinos. Triste historia la de mi tío porque cuando fue interventor de la casa de juego su vicio lo mantuvo pegado a las mesas hasta que fue destituido, mientras que su esposa era una de las lesbianas más conocidas del ambiente del hotel.

*** En los pocos años de mi adolescencia conocí una Habana pre-revolucionaria ¡Algo muy diferente de Cuba, chico!… otra cosa. La Habana no era Cuba, así como Guayaquil no es Ecuador.

Después de la llegada de los españoles la isla fue sólo un lugar de fondeo para su flota. Se pobló con objetivos puramente militares y se convirtió en un punto geopolítico muy importante, después considerado igualmente por rusos y norteamericanos. De allí salieron las expediciones que fueron a México y Perú y por allí pasaron los ejércitos que fueron a combatir a Bolívar. También el oro del Perú pasó por la isla atravesando Panamá a lomo de bestia. En ocasiones desarmaban los barcos en la costa del Pacífico, transportaban las piezas y el oro entre pantanos y selvas y los volvían a armar al otro lado, ¡un trabajo de la gran puta, hermano!

Así, en los siglos XVI, XVII y XVIII La Habana era sitio para amarre de barcos y paso de tropa, lleno de soldados de fortuna, ladrones, chulos, prostitutas… casi todos de orígen andaluz. La Habana fue durante todo ese tiempo sólo un fortín español que también atraía asturianos, extremeños, canarios y catalanes, quienes venían de aventura y si no conseguían juntar fortuna se quedaban a laborar como campesinos en los alrededores. Los canarios empezaron a cultivar la hoja del tabaco y conformaron la población blanca del centro y del occidente de la Isla, llegando hasta la Sierra de Escambray al Este. El tabaco fue descubierto por los españoles y se convirtió en el primer producto cubano para Europa. Los mismos canarios empezaron después a practicar la ganadería. Posteriormente, por los siglos XVII y XVIII, llegaron los gallegos, extremeños, catalanes y vascos a cultivar la caña de azúcar.

Al oriente de la isla, en la cabeza del “caimán” donde están la Sierra Maestra hacia la costa sur y las sierras de Baracoa y de Cristal hacia el norte, había una población un poco diferente ya que después de la independencia de Haití Santiago de Cuba se pobló con franceses cultivadores de café, los cuales miraban hacia Europa, igual que los españoles que ya estaban asentados allí.

Toda esa población de labradores blancos, durante todos los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX jamás pensaron en Cuba como una patria, como una nación.

Tanto los militares como los campesinos venían a tratar de enriquecerse para

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regresar a su península. Sólo una parte de ellos, como ya dije, los que no tuvieron la suerte de juntar caudal, conformaron el campesinado tabacalero.

Finalmente, en los últimos decenios del siglo XVIII apareció el cultivo de la caña de azúcar que se regó en los llanos de todo el país, excepto el oriente montañoso. Toda Cuba se llenó de caña y se reunió el campesinado cañero alrededor de los ingenios. Más tarde, cuando Cuba empezó a abastecer de azúcar a las 13 colonias británicas de norteamérica, se empezó a traer negros del África para mano de obra. Los barcos negreros traían buena calidad y a buen precio, sobre todo los Congos de África central, corpulentos y de aspecto tosco, que se usaban para labores del campo, los Lucumíes que también eran laboriosos, y los Carabalís, que se capturaban más al sur y que eran finos y hermosos por lo que se usaban en labores domésticas. Las negras de la raza carabalí se mezclaron con los gallegos y conformaron una raza mulata de gran belleza. Con le tiempo Cuba se volvió negra y mulata y su cultura pasó a ser preponderante, con la música salsa y otras cosas más que la minoría blanca adoptó con agrado. El racismo, sin embargo permaneció tan fuerte como en el sur de los Estados Unidos.

El mosaico racial cubano se completó a partir del siglo XIX cuando llegaron los chinos cantoneses. Eso ocurrió porque a los ingleses, quienes deseaban vender su maquinaria agrícola recién desarrollada industrialmente, les dió por hundir los barcos negreros españoles que iban repletos a Cuba, enarbolando consignas antiesclavistas. Entonces los empresarios agrícolas cubanos llevaron a la isla chinos catoneses que actualmente son el 5% de la población y que se sumaron al mestizaje - Vacilón, qué rico vacilón -recordó Ariel un canción que escuchó en su infancia- cha cha chá, que rico cha cha chá… A la rubia hay que darle cariño, a la prieta un tremendo apretón, a la china hay que darle besitos, ¡pero todas gozan del vacilón!...

Dentro de ese panorama agroproductor cubano, La Habana era otro mundo; era la ciudad donde se podía disfrutar de las chicas más hermosas y complacientes, de los cigarros más finos y de los daiquiris más fuertes. La Habana era un ambiente que atraía a los norteamericanos por su cálido clima que mantenía a la gente en las calles hasta altas horas de la noche. Un lugar donde se podía encontrar bingos, cabarets y night clubs que se balanceaban al son de la rumba, el mambo y la samba.

Una ciudad repleta de centros de juego y de toda clase de lugares de diversión.

Desde la época de la prohibición en los EE.UU, La Habana se llenó de gangsters de La Florida y de Chicago que invertían grandes sumas en hoteles y casinos. En La Habana había también la mayor cantidad de homosexuales que se podía imaginar en aquella época, atraídos por la libertad y la tolerancia que se respiraba por todos lados. El mayor progreso urbanístico y económico de La

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Habana, cabe mencionar, ocurrió aceleradamente en la época de Batista, sobre todo desde 1952 hasta 1958. En esos años se desarrolló tremendamente la ciudad con capitales mayormente legales.

Esa Habana no se enteró de la existencia de la guerrilla en el remoto este, hasta que empezaron por todas partes las acciones conspirativas de los grupos insurrecionalistas, con bombas “pata de elefante” en lugares públicos, atentados personales selectivos a personajes del régimen de Batista y una desobediencia civil que llamaron “bonchismo”. Entre esas acciones la más conocida fue el asalto al Cuartel Moncada en 1953, dirigido por Fidel Castro justo hasta el inicio, ya que fue impedido de seguir por una patrulla poco antes del ingreso de sus compañeros.

Cabe señalar que fueron esas acciones -y no la remota guerrilla asentada en la Sierra Maestra- las que provocaron la caída de Batista.

Como ya mencioné, La Habana de los 40 y 50 era una sociedad hedonista, con grandes libertades y con el más alto índice de homosexualidad después de Puerto Rico; pero en 1965 Fidel trazó una política para “proletarizarla”. Por eso no se podía permitir a los homosexuales con su estilo de vida liberal. Fidel quería otra Camboya. Sacó a toda La Habana a cortar caña a los campos. Dentro de sus planes de hacer a Cuba una potencia agropecuaria, La Habana le molestaba porque era un foco de atracción para la juventud y allí había un millón de mano de obra que necesitaba tanto para la guerra como para la agricultura. Destruyó la ciudad, acabó con La Habana, cerró teatros, templos, todo; y convirtió al país en su finca.

Recuerdo que Salvador Bueno, quien era Profesor de Historia de la Literatura Cubana en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana y uno de los mejores críticos de literatura de Cuba, me decía cuando empecé a hacer mis primeros ensayos- “Leonardo, tú que quieres escribir, recuerda lo que te digo: vas a caer preso” -Yo tenía unos 20 años y deseaba ser escritor. Ocho años después, el caso de Heberto Padilla le dio la razón a Salvador en lo que me decía - A Heberto Padilla lo agarraron preso en 1971, eso lo sé bien porque yo estaba allí en ese tiempo -acotó con vehemencia José Luís- Lo agarraron con sus poemas escritos en unas hojas de papel y lo reventaron a patadas. Estuvo en coma más de cuarenta días ¡Eso lo sé! Entonces fue cuando saltaron Sartre, Vargas Llosa y otros…

En el año 1962 me incorporé al proceso, porque durante la guerra contra Batista era apenas un adolescente, listo para ver lo que estaba ocurriendo pero no todavía para participar. Entré a colaborar con Alberto Mora en el Ministerio de Comercio Exterior, que dirigía El Ché Guevara.

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Como ha ocurrido en todos los conflictos similares, en el seno de las familias había gente de ambos bandos. Por ejemplo, otro de mis tíos, el General Jorge García Tuñón, fue uno de los principales Jefes militares que invitaron a batista a dar el golpe de marzo de 1952.

Así, mis tíos eran “golpistas” de Batista, habían apoyado su revuelta contra Carlos Prío, el cual -te lo menciono de paso- fue de factura exclusivamente cubana, de los militares, sin apoyo ni fomento norteamericano. En realidad ellos “invitaron” a Batista a unírseles y cuando este ya tuvo todos los “hilos” que le dieron los militares, puso a su gente y organizó todo para sí. Luego Batista atrajo a los americanos, porque tenía un buen “lobbing” en los Estados Unidos. Probablemente Batista tuvo más capacidad de sacarle cosas a los americanos que Fidel, el cual fue puesto por la CIA, siguiendo las políticas del grupo de Eleonora Roosvelt. Como pasaré a explicarte…

Fidel fue un engendro de la CIA. Apenas se conocen sus primeros vínculos y trabajos con la Agencia, cuando era un joven universitario de 22 años; además el Ejército Rebelde fue una fórmula de la CIA y hasta los equipos de transmisión para Radio Rebelde entraron por la embajada americana de Santiago de Cuba. Vilma Espín era agente de la CIA. Esto no es algo raro porque todos sabemos que los americanos apoyaron la lucha de Fidel contra Batista.

El derribo de Batista y el arribo de Fidel fue consecuencia de un debate, en los años 1957 y 1958 en los Estados Unidos, de dos grandes fuerzas: por un lado el grupo del FBI con su visión anticomunista tradicional, que obedecía a capitales del norte -Chicago- y que propendía al modelo consumista y de turismo, y por otro lado un modelo que era impulsado por el grupo de Eleonora Roosvelt y Milton Eisenhower (un gran latinoamericanista, hermano del Presidente, del cual se ha hablado muy poco) entre otros, que propendía a la creación de gobiernos de izquierda no comunista, de la socialdemocracia y de la democracia cristiana, excluyendo a los comunistas. Este grupo se apoderó de la CIA y emprendieron la tarea de ir tumbando gobiernos de derecha como el de Pérez Jiménez, Manuel Odría y Rojas Pinilla, poniendo a Betancourt en Venezuela, a Prado Ugarteche en Perú, a Juan José Arévalo en Guatemala, y así… metiendo gente de izquierda socialdemócrata.

En Cuba le “hecharon el ojo” a Fidel cuando estaba dentro de la izquierda de Eduardo Chibás -el Partido Ortodoxo o Partido del Pueblo Cubano- donde estaban la señora Marta Freire, Eduardo Corona y un grupo destacado de izquierdistas no comunistas. La CIA se alió a ese grupo y encontró en Fidel a un dirigente ideal para ellos, porque el insureccionalismo al que propendía era lo único que podía quebrar Batista, dada la ineficacia de los partidos tradicionales. De hecho, el Patido Liberal y el Partido Comunista Cubano jamás habían querido la insurrección y la Agencia

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Central de Inteligencia vio más posibilidades en la izquierda de Chibás donde estaba Fidel.

En ese tiempo, por los años 50, era el FBI el que manejaba los asuntos latinoamericanos, con la visión ferozmente anticomunista de Hoover. Era el FBI el que le caía encima a los comunistas, no aceptaba nada que tenga el más leve tinte izquierdista y gustaba para América Latina de los dictadores militares. La contrainteligencia de Hoover fue muy activa, sobre todo en el gobierno de Truman, en la segunda mitad de la década de los cuarenta. Batista era hombre de ellos, junto con Pérez Jiménez, Trujillo y otros dictadores de la época. Con esa vision el FBI manejó todo hasta los años 50-60 y no existía la CIA por acá. Esta fue creada por Eisenhower para Europa cuando era Jefedel Estado Mayor, para contener a los soviéticos allá. Luego cuando fue Presidente trajo a sus muchachos y lo primero que estos hicieron fue serruchar el piso al FBI y copar todo el andamiaje de inteligencia en América. Después les contaré cómo supe esto… Fueron captando dirigentes y socavando redes para reducir el Poder del FBI. Como es de suponer, Batista era hombre del FBI y todo lo que había montado el FBI tenía que ir cayendo. En esa lucha la CIA le hechaba el ojo a todos esos grupos de las universidades, a todos esos tirapiedras… y le hechó mano a Fidel.

Asi fue como el Movimiento 26 de Julio -y después la guerrilla- partiendo de su ala derecha fue armado, organizado, financiado y aupado por la CIA. Recordemos que casi todos los dirigentes que bajaron de la Sierra Maestra eran de derecha, no comunistas, entre ellos Huber Matos, Rolando Cubela, Humberto Sori Marín, Raúl Chibás… Sori Marín fue el Robespierre de la revolución cubana, porque él mismo redactó la pena de muerte que después le aplicó Fidel cuando trató de oponerse a la sovietización de la isla.

No soy de los que piensan que eso signifique que Fidel era una “agente de la CIA”. Lo que pasa es que los líderes hechan mano a todo lo que pueda acomodarse a sus propósitos. Fidel y la CIA se utilizaron mutuamente, se mintieron mutuamente…

Entonces, cuando Fidel tomó el Poder tenía dos grandes “redes” de gente incondicional que lo apoyaba: una de la derecha y otra de la izquierda. Del primer grupo era Felipe Pazos, el mejor Economista cubano de la época. Él fue expulsado del Banco Nacional de Cuba por Batista, tras su golpe de 1952; y después, durante la insurrección, a través suyo fluyó el sostén económico de la guerrilla, proviniente del State Department. Incluso Pazos firmó en 1957, junto con Raúl Chibás (hermano menor de Eduardo) y Fidel, el Manifiesto de la Sierra Maestra. Fue otra vez nombrado por Fidel Presidente del Banco Nacional de Cuba en 1959 -puesto luego ocupado por El Ché a finales del mismo año- y pudo ser el Presidente de Cuba pero Fidel no lo aceptó y se buscó a Urrutia, un personaje que echó a perder

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todo. Con Pazos hubiera sido la cosa diferente. Pazos fue nombrado Embajador de Cuba ante la Comunidad Económica Europea, tras lo cual decidió romper con la revolución, radicandose definitivamente en Venezuela.

Ahora voy a explicar lo que había mencionado y que ha sido enfáticamente negado por los disidentes cubanos de Miami- “Algo que siempre se ha dicho, un leyenda sobre la que no hay pruebas” -y relacionado con el origen del compromiso de Fidel con la Agencia Central de Inteligencia: en 1948, cuando Fidel tenía 22 años de edad y era dirigente de la Asociación de Estudiantes de Derecho en La Habana, fue abordado por un grupo de ex oficiales cubanos que habían combatido en la segunda guerra mundial, quienes regresaron reclutados por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Como dije, Fidel le gustaba a la CIA porque en todo el continente buscaban líderes como él, violentos, no comunistas -como lucía ante todos- y de soluciones rápidas. Por entonces, el Gobierno Norteamericano estaba impulsando la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, con el propósito de declarar al comunismo fuera de la ley. Por su parte, Perón quería boicotear la conferencia -porque él era anti-norteamericano- y organizó una reunión “anticolonialista de los jóvenes de América”. La CIA se enteró de eso y buscó penetrarle el movimiento a Perón con gente suya y Fidel fue recomendado para la tarea. Fue enviado por la CIA a tratar de estropearle a Perón el movimiento, pero súbitamente cambió el panorana tras el asesinato de Gaitán -el líder liberal colombiano- y tuvo que salir precipitadamente. Se ha hecho una historia de esto, pero la realidad -yo tengo una persona que me lo explicó bien- fue que Fidel y los otros cubanos enviados por la CIA pidieron a Gaitán una reunión, no sé bien con que propósito, pero se antepuso el asesinato y la sublevación de Bogotá. Los alzados empezaron a repartir armas por allí y Fidel agarró una y se puso a disparar, se parapetó en una iglesia cercana a la Casa de Nariño y dió tiros por aqui y por alla, hasta las cinco de la tarde en que se regresó al hotel, eso fue todo. Luego la CIA los sacó a través de la Embajada Cubana.

Así fue como empezaron a trabajar, utilzándose mutuamente. Yo me enteré por primera vez de eso porque un oficial de nosotros -de la Contrainteligencia- que se encargaba de asuntos de la CIA me contó que Fidel le había solicitado que investigue por que la CIA estuvo interesada en él. Tras la investigación, el oficial descubrió todo aquello de la CIA, el FBI y el Presidente Eisenhower, que ya conversé…

Desde el 2 de enero de 1959, cuando las columnas revolucionarias de El Ché y Camilo Cienfuegos irrumpieron en La Habana, hasta finales de 1962 cuando Fidel Castro se declaró marxista-leninista, hubo una cadena vertiginosa de eventos que, quiéralo o no, precipitaron a Fidel y a la isla hacia el bloque soviético.

Así, en enero 23 de 1959, a las tres semanas de haber tomado el Poder, Fidel

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visitó Venezuela y se reunió con Rómulo Betancourt, con estudiantes de la Universidad Central y con el Congreso; el 19 de abril se entevistó en el Capitolio con el vicepresidente Nixon; el 21 de abril se entrevistó brevemente con Dag Hammarskjöld, Secretario General de Naciones Unidas; el 2 de mayo viajó a Buenos Aires, donde propuso la creación de un mercado único latinoamericano y luego visitó brevemente Uruguay, Canadá y Brasil; y el 17 de mayo decretó la primera Ley de Reforma Agraria, que confiscó todas las propiedades de más de 420 hectáreas de extensión, incluyendo la de su propia familia y la de muchos propietarios norteamericanos.

Por causa de la aplicación de esta Ley -que había sido elaborada desde la Sierra Maestra- a finales de octubre de 1959 el Presidente Eisenhower aprobó diversas medidas propuestas por el State Department para emprender acciones contra el régimen cubano, que incluyeron ataques aéreos y navales y el apoyo directo a las organizaciones contrarrevolucionarias dentro de la isla.

En este contexto, se convirtió la acción de un opositor, quien lanzaba de manera inocua hojas de propaganda anti-gubernamental, en un acto fraguado de ametrallamiento “sobre la indefensa población”, supuestamente matando a dos adolescentes e hiriendo a otras 45 personas. Esos hechos jamás ocurrieron. En realidad, sacamos unos cadáveres de por allí y los dejamos por el centro de La Habana. El piloto acusado fue Pedro Luís Díaz Lanz, ex-Jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria quien había desertado cuatro meses antes.

En un discurso pronunciado ese mismo día, Fidel Castro afirmó - Siempre lo mismo, siempre lo mismo. Siempre lo mismo de Díaz-Lanz y de Urrutia ¿Acusarnos de comunistas? ¿Para qué? Acusarnos de comunistas para ganarse el halago y para ganarse el apoyo de la reacción, para ganarse el apoyo de cancillerías extranjeras; presentarse acusando de comunistas a los compañeros más valiosos de esta Revolución. Es decir, acusar a la Revolución de lo mismo que la acusan los latifundistas, de lo mismo que la acusan los criminales de guerra, de lo mismo que la acusan los garroteros, de lo mismo que la acusan los especuladores, de lo mismo que la acusan Trujillo y su emisora desde Santo Domingo, de lo mismo que la acusan los grandes monopolios internacionales.

Quien se dedique a la innoble y ruin tarea de acusar de comunistas a los compañeros revolucionarios, lo que está haciendo es hacerles el juego a Trujillo, a la reacción nacional, a los grandes intereses internacionales, a los criminales de guerra, a Masferrer, a Batista, a Ventura, a Carratalá y a todos esos criminales…

Ya en los primeros meses de 1959 -más o menos por marzo- Sergio Aguirre y Juan Marinello, dirigentes del Partido Socialista Popular, antecesor en la línea del Partido Comunista Cubano, habían dado a conocer en Moscú a la dirigencia de ese

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país la penetración que ellos habían realizado en las filas del Ejército Rebelde y la posibilidad de atraer a Fidel, esta vez para el lado soviético. Ellos tenían ya cuatro columnas guerrilleras comandadas por comunistas, ademas de que Oswaldo Sánchez, Jefe del G2 (Inteligencia Militar del Ejército Rebelde), era también comunista.

Pocas semanas después, por abril del mismo 1959 se le acabó el dinero a Fidel y buscó a Richard Nixon en Washington. El vicepresidente lo descalificó tras lo cual Eisenhower no le aprobó préstamo alguno. Entonces, en junio el capitán Antonio Nuñez Jimenez, viejo intelectual comunista que había combatido en la columna de El Ché, se acercó New York a Anastás Mikoyan -el segundo hombre en la jerarquía soviética- para iniciar unas conversaciones secretas que lograrían que los rusos envíen a Cuba a Alexandr Sitov, un agente especial de Inteligencia.

Sitov llegó a La Habana cuatro meses después, en octubre, con fachada de periodista de la agencia Novosti, siendo recibido por Carlos Rafael Rodíguez (Director del periódico Hoy del Partido Socialista Popular) y por El Ché Guevara, entrevistándose inicalmente con Rodríguez, quien se ocupó de informarle los detalles de la situación con Fidel. En realidad la inteligencia rusa y los dirigentes todavía desconfiaban del líder cubano, quien aún se presentaba como anticomunista, lo cual realmente era. Efectivamente, las dudas de Fidel se expresaban claramente en el hecho de que tardó meses en autorizarle a Sitov el visado.

Camilo Cienfuegos, casualmente, coordinó a mediados de octubre de 1959 la reunión secreta de Castro con Sitov -cuyo nombre de chapa era Alexander Alexeieven un de los pisos del Hotel Lincoln, en Galeano y Virtudes, con vodka y caviar.

Fidel simplemente propuso a Sitov que si colaboraban (con dinero) el “sovietizaría” la isla y el emisario ruso no tardó en conseguir la respuesta positiva de sus líderes; y, en tanto se realizaban en México con Mikoyan los trámites políticos para hacer público el acercamiento y se fueron produciendo los primeros contactos, Fidel arreció la represión hasta crear un clima de abierta guerra civil. De la noche a la mañana Fidel se covirtió en una fiera que fusilaba arededor de sesenta personas cada día. Meses después, en febrero del año siguiente ya con todo consumado se apareció en La Habana Anastás Mikoyán.

Fui testigo de todo esto cuando me desempeñaba como dirigente estudiantil de la Juventud Comunista, en el Instituto Secundario de La Habana, siendo informado de los pasos que tomaban particularmente por conversaciones del líder comunista juvenil de La Habana llamado Arturo Pollo, lo cual confirmó años después “el flaco” José Llanuza, de quien te hablaré más adelante.

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¿Por qué Fidel Castro puso a El Ché como Presidente del Banco Nacional de Cuba y Ministro de Economía? No porque aquel supiera algo de eso, sino porque necesitaba alguien como él que metiera miedo a todos para el control de cambios.

El Ché recién había cobrado fama por los fusilamientos y todas esas cosas, así que nadie podía desafiar su autoridad. Fidel y El Ché se las arreglaron para la confiscación del dinero de los cubanos. De la noche a la mañana, a mediados de 1961 el Gobierno revolucionario anunció que los billetes que habían en circulación no valían y que la gente debía ir a miles de mesas de cambio dispuestas en toda la isla para canjear su dinero; pero el Banco sólo reconocía hasta 20.000 pesos -si mal no recuerdo-, y si tenía alguien más dinero guardado, simplemente lo perdía, quedaba en posesión del Gobierno. Hubo muchos suicidios y todavía hay familias de cubanos que reclaman su dinero a través de las cortes norteamericanas.

Los acontecimientos dramáticos se agudizaron el 23 de septiembre de 1959 con la muerte de Juan Abrantes Fernández -un joven comandante del Ejército Rebelde, fundador del Directorio Revolucionario y hermano de José- al precipitarse a tierra la avioneta que lo trasladaba en un cortísimo viaje desde Varadero hasta Las Villas; y se escalonaron en octubre cuando murió de igual modo y en circunstancias extrañas Camilo Cienfuegos, luego del amistoso apresamiento, por parte del mismo Cienfuegos, del comandante Huber Matos quien estuvo veinte años en prisión.

Como ya mencioné, en febrero de 1960 el viceprimer ministro soviético Anastás Mikoyán visitó Cuba, concedió un primer crédito de cien millones de dólares y firmó tratados para el intercambio de azúcar por petróleo.

El 4 de marzo de 1960 se produjo a todas luces accidentalmente en La Habana la explosión del vapor francés "Le Coubre", que transportaba armas hacia la isla, la cual fue presentada como un acto de la CIA. La tragedia provocó un saldo de 101 muertos y más de 200 heridos. Al día siguiente, en el sepelio de las víctimas, Fidel pronunció por primera vez la consigna con la que finalizó desde entonces sus discursos - Y sin inmutarnos por las amenazas, sin inmutarnos por las maniobras, recordando que un día nosotros fuimos doce hombres solamente y que, comparada aquella fuerza nuestra con la fuerza de la tiranía, nuestra fuerza era tan pequeña y tan insignificante, que nadie habría creído posible resistir; sin embargo, nosotros creíamos que resistíamos entonces, como creemos hoy que resistiremos a cualquier agresión. Y no sólo que sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Sólo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería

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“patria o muerte”…

Después del supuesto atentado, Fidel acusó al Gobierno de los Estados Unidos y afirmó que compraría armas a quien se las venda; el 17 de marzo de 1960 el Presidente Eisenhower ordenó la preparación de hombres para invadir la isla; el 8 de mayo se reanudaron las relaciones diplomáticas de Cuba con la URSS, interrumpidas por Batista desde 1952; el 29 de junio el Gobierno cubano confiscó las refinerías de Texas Oil Company, Shell y Esso después de que aquellas se negaron a procesar el petróleo soviético; el 6 de julio el Presidente de los Estados Unidos decretó una rebaja de 700.000 toneladas de azúcar de la cuota cubana en el mercado de su país; dos días después el senado estadounidense facultó a Eisenhower para que suspenda todo tipo de ayuda “a países que confisquen propiedades de estadounidenses”. Como reacción a eso, el Consejo de Ministros cubano acordó otorgar poderes al Presidente de la República y al Primer Ministro para confiscarlas. Consecuentemente el 6 de agosto Fidel anunció la expropiación de un gran número de empresas yanquis, incluyendo las refinerías de petróleo, 36 centrales azucareras y las compañías de teléfonos y electricidad.

El 2 de septiembre de 1960 Fidel expuso en la Plaza de la Revolución la Primera Declaración de la Habana como respuesta a la censura hecha a Cuba en la reunión de cancilleres de la OEA, en San José de Costa Rica, ante la decisión del gobierno cubano de establecer relaciones con la Unión Soviética. Ese acto supuso el aislamiento diplomático de Cuba con todos los países miembros, con la excepción de México.

El 18 de septiembre siguiente Fidel Castro viajó a Nueva York para acudir al XV periodo de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas. El día 19, la dirección del hotel en el que se alojaba la delegación cubana le notificó la disposición de que abandonen el establecimiento, tras lo cual la delegación aceptó el ofrecimiento del propietario del Hotel Theresa, en Harlem. Allí Fidel recibió al Presidente soviético Nikita Jrushchov, al Presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, al primer ministro indio Jawaharlal Nehru y al recordado dirigente negro Malcolm X. Fidel Castro, todos lo sabemos, negó alguna filiación marxista-leninista hasta finales 1961. También la negó en 1960 el premier soviético Nikita Jrushchov cuando fue interrogado sobre el particular, en la ocasión en que ambos participaron en XV Período de Sesiones de la Asamblea General de las NN.UU, en New York - Señor Primer Ministro, ¿es comunista Fidel Castro?

- No se si Fidel es comunista, pero yo soy fidelista -respondió El 28 de septiembre de 1960 Fidel propuso constituir un sistema de vigilancia

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colectiva revolucionaria, ante una multitud reunida en la Plaza de la Revolución, creándose así los comités de defensa de la revolución (CDR) que llegaron a ser muy activos en la ominosa misión de detectar y denunciar a sus posibles enemigos. El 15 de octubre dispuso la confiscación de la propiedad urbana, medida que afectó otra vez intereses estadounidenses, y cuatro días después Washington prohibió todas las exportaciones a la isla, con las excepciones de ciertos alimentos y suministros médicos. Al embargo se añadió el boicot total cuando el 16 de diciembre el Presidente Eisenhower redujo a cero la cuota azucarera.

El 3 de enero de 1961 EE.UU rompió las relaciones diplomáticas con Cuba como respuesta a la expulsión de parte del personal de su Embajada por acusaciones de espionaje. Después ocurrió la invasión de Bahia de Cochinos.

Previamente, ante el anuncio de la invasión, Fidel ordenó el arresto temporal de muchos sospechosos (se ha hablado de 20.000 a 100.000) de ser “contrarevolucionarios” y proclamó su primer anuncio de que su gobierno era “socialista” - Lo que los imperialistas no pueden perdonarnos, es que hemos hecho una revolución socialista en sus propias narices…

La CIA y el Frente Revolucionario Democrático -una organización del exilio cubano- habían ubicado en Nicaragua un ejército de 1.400 efectivos llamado Brigada 2506, la cual en la noche del 16 de abril de 1961 desembarcó en Cuba a lo largo de la Bahía de Cochinos y participó en un tiroteo con una milicia local. Fidel ordenó al capitán José Ramón Fernández lanzar la contraofensiva antes de tomar personalmente el control. Tras bombardear de las naves del invasor y traer refuerzos se forzó la rendición de la Brigada, el 20 de abril.

Luego de la invasión se profundizaron las relaciones cubano-soviéticas, Fidel fue galardonado con el Premio Lenín de la Paz, se conformó el Partido Único de la Revolución Socialista Cubana y finalmente el 2 de diciembre de 1961 en una cadena nacional de la televisión de Cuba, Fidel Castro aclaró ante los cubanos y ante el mundo su nueva vocación…

- Declaro con entera satisfacción y con entera confianza que soy marxista-leninista y seré marxista-leninista hasta el último día de mi vida…

Escuchen bien esto: todo el conflicto moderno y toda la Guerra Fría se centró en ese detalle: el leninismo, porque la visión del Estado que tenía Lenín (no Marx, poque el no se ocupó de eso) difería completamente del diseño señalado por John Locke y Montesquieu en el siglo XVII y adoptado por todas las democracias occidentales modernas; es decir, la división e independencia entre sí de los poderes del Estado. La contra-propuesta enunciada por Lenín para la organización política del Estado Comunista difirió completamente por la implementación del partido

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único (el comunista), la dictadura de una clase social (el proletariado) sobre las demás y la confluencia de todos los poderes sobre las asambleas populares (los soviets) y sus líderes. Esta visión de Lenín y su implementación en el bloque soviético tras la primera guerra mundial fue la causa de todos los enfrentamientos que azotaron a la humanidad durante el siglo XX. La declaración de Fidel de finales de 1961, cuando reveló su nueva conciencia marxista-leninista, implicó todo aquello para el pueblo cubano, resumido en lo que Lenín llamo “centralismo democrático”, es decir el sacrificio voluntario de la libertad en aras de la máxima eficacia. En base a ese concepto las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) pasaron a ser el Partido Único de la Revolución Socialista Cubana (PURSC), la versión caribeña de “los soviets” fue la Asamblea Nacional del Poder Popular, y el todopoderoso cargo de “Premier” devino en el de Primer Ministro, cargo que ocupó Fidel Alejandro Castro Ruz. Los acontecimientos extraordinarios continuaron en enero de 1962 con la expulsión de Cuba de la OEA y la excomunión de Fidel por parte de Juan XXIII, y en febrero con la Segunda Declaración de la Habana, donde Fidel Castro exhortó abiertamente por primera vez a iniciar la Revolucion Continental. Ese mismo mes el Presidente Kennedy declaró el embargo comercial total de EE.UU sobre Cuba.

En este agitado año tambien el chino Yon Sosa se entrevistó en Cuba con el ex Presidente guatemalteco Jacobo Arbens -depuesto por los norteamericanos en el guatemalazo de junio de 1954- y ocurrió la breve guerrilla de El Toachi en Ecuador donde José Luís Váscones y Anti iniciaron formalmente su carrera en la violencia después de su accidentada pasantía en el “Vencer o Morir”. Un poco después, en la segunda mitad de ese año, en Colombia el Ejército intentaba a sangre y fuego la Pacificacion de Valencia e iniciaba la ofensiva a las “Repúblicas Independientes” en Marquetalia.

En octubre de 1962 la dirigencia soviética efectuó una espectacular movida al trasladar por los océanos y colocar en cuba 40 misiles nucleares R12 MRBM de alcance intermedio, con el propósito de alcanzar el equilibro de fuerzas con los EE.UU y la OTAN. Esta instalación era algo que inicialmente sólo conocían los hermanos Castro, El Ché Guevara, el Presidente Oswaldo Dorticós y el Jefe de Seguridad Ramiro Valdés Menéndez, pero fue descubierta en etapa muy avanzada por los aviones espías norteamericanos. La respuesta de los EE.UU fue instalar una cuarentena alrededor de Cuba utilizando su poderío naval, mientras navegaban hacia la isla unos buques de guerra soviéticos. Esto produjo la llamada Crisis de los Misiles, una amenaza nuclear de dimensiones globales que -aterrorizadosJrushchov y Kennedy resolvieron secretamente a finales de octubre de 1962, llegando a un entendimiento sin la participación directa de Fidel Castro, quien

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exigía al Premier soviético que amence a los EE.UU con la guerra nuclear total en el caso de que ocurra un ataque a Cuba.

- ¿Quién ganó en esa crisis? -preguntó otra vez Ariel Se ha querido sembrar la idea de que el retiro de los misiles fue un trunfo de Kennedy y de los EE.UU, pero nada hay más lejos de la verdad. Esta fue una movida de la que salió victoriosa la dirigencia soviética, a pesar de que después tendrían que cargar durante muchos años con esa costosa posición militar en el Caribe - Escucha Ariel: Jrushchov y sus hombres se burlaron de Kennedy y lo llevaron a contraer el compromiso más humillante de los EE.UU en toda su Historia Kennedy temió la crisis más que la contraparte rusa, pensó en la posibilidad de la guerra nuclear, cuando realmente Moscú jamás hubiera ido a la destrucción total por defender a Cuba. En lugar de sacar los misiles de la isla usando su poderío militar superior, EE.UU decidió contraer compromisos vitales con Moscú.

Kennedy, desesperado por sacar los cohetes, convino admitir la presencia militar de Moscú en el Caribe y preservar y en cierto modo hasta proteger contra alguna acción extranjera el gobierno de Fidel Castro…

Fue un entendimiento soviético-norteamericano que rigió por más de cuatro décadas, anulando por completo la Doctrina Monroe. Por primera vez una potencia militar “extranjera” se asentaba en el continente y se ancló el régimen castrista… ese paso produjo el enojo de ciertos sectores de la ultra-derecha norteamericana y terminó costándole la vida a J.F. Kennedy - Supongo que también -comentó Ariel- el hecho era que si los norteamericanos no cedían con Cuba los soviéticos tenían la fuerza suficiente para caerle encima a Berlín y eso tambien significaba la guerra total Efectivamente. En esas cartas que tengo por allí los EE.UU dicen: “En aras de la seguridad Europea los Estados Unidos admiten la presencia militar soviética en Cuba pero en forma limitada”… etc. Así fue como los soviéticos fueron retirando sus 50.000 tropas que tenían en Cuba y las fueron sustituyendo con elementos locales.

Todo quedó así. Cuba fue un punto en el Caribe donde las dos potencias negociaron a través de mecanismos que accionaban allí: si la Unión Soviética accionaba su mecanismo cubano, es decir, ayudaba a los montoneros, ayudaba a los piqueteros, ayudaba a las FARC y todo eso… los Estados Unidos activaban lo suyo por alla echándole más candela a los palestinos, dándole más armas a los isaelitas, o echándole más fuego al Asia Central.

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Según el arreglo que se logró tras la crisis de los cohetes de octubre de 1962, los americanos convinieron con los soviéticos que estos podrían carenar sus barcos de guerra en Cuba, siempre que no porten -como ya te conté- armamento nuclear.

Sin embago, los rusos no sólo carenaron sus buques, sino que además establecieron una base de submarinos estratégicos en la Bahía de Cienfuegos - ¿Óyeme! ¡Tú!, -exclamó Ariel asombrado, metiéndole acento cubano a su frase¿Estamos en presencia de dos bases militares estratégicas en Cuba? ¿Una de los EE.UU en Guantánamo y otra soviética en Cienfuegos? ¡Así fue! Y por más de 30 años. También comenzaron la construcción en ese sitio de una planta electronuclear -llamada de Juraguá- con objetivos militares ocultos. Con Respecto a ese temor de los americanos, yo siempre recuerdo una frase que dijo por esas fechas Robert McNamara, el Secretario de Defensa americano en el gobierno de Kennedy: “igual da que te envíen un cohete desde fuera de tu casa que desde Moscú” - Resumiendo -comentó Ariel-, “los rusos se regresarán con sus misiles y los Estados Unidos retirarán los suyos de sus bases de Turquía e Italia. Los Estados Unidos permitirán un estado socialista en Cuba; impedirán que dentro del territorio norteamericano se forme algún movimiento que haga peligrar ese régimen y no permitirán que una tercera nación atente contra ese régimen”… ¿Eso consistía en perseguir a todos los muchachos que se pongan a organizar algo contra el gobierno cubano, en Colombia, Venezuela, o cualquier otro lugar? ¿A cambio de esto los soviéticos harían lo mismo para impedir que Berlín caiga en manos comunistas? ¿Así fue como Kennedy sacrificó a Cuba en aras de la seguridad europea? ¿Y a pesar del acuerdo los rusos construyeron la central eléctrica atómica de Juraguá? ¡Exactamente! Como tú lo has dicho. Lo último se hizo en base a un viejo acuerdo de cooperación energética americano-cubano firmado en 1956 por Batista.

En esa central procesaban uranio y tenían al lado, oculto, un submarino. Esa central continuó construyéndose financiada por los soviéticos hasta 1990 y Putin la cerró del todo en el 2001.

En los años 80 en cada guardarropa de cada hogar ruso había un perchero vacío, con el nombre de “Cuba” ¿Sabes de cuánto era el financiamiento ruso? Eso lo conozco porque yo trabajaba muy cerca de las oficinas del Secretaría Económica del Gobierno: los soviéticos daban a Fidel 3.000 millones de dólares anuales. A cambio de eso la isla era, como decíamos nosotros, su “portaviones”, una pistola en la nuca de los Estados Unidos; una pistola que nunca se usó, pero había que tenerla. Y los Estados Unidos tenían también control sobre eso desde que Kennedy concertó en 1962 con Jrushchov, en un acto que fue un acuerdo que no se firmó en un

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documento como tal. Se basó en doce cartas -yo las tengo todas- que se cruzaron Jurshchov y Kennedy.

- ¿Fue un acuerdo tácito?

Si. Y se revisó cada diez años, cuatro veces, en forma de “crisis” provocadas según conveniencia por una de las partes. Una de esas fue en 1970-71, cuando se dijo que los soviéticos pusieron submarinos atómicos en la Bahía de Cienfuegos al sur de la isla de Cuba… Otra fue el 1979 con Carter, protestando por la presencia de tropas soviéticas en la isla… Otra en 1985 por causa de la construción de la central termonuclear en Cienfuegos, al sur de la isla... Otra en 1991 por el descubrimiento de aviones Mig-29; y la última en 2001, cuado los EE.UU denunciaron que se estaba fabricando armas biológicas en Cuba. Allí terminó la vigencia del acuerdo y Putin desmanteló Juraguá y abandonó completamente la isla.

La Unión Soviética -luego Rusia- y los Estados Unidos hasta el 2001 pudieron dirimir sus problemas a través de la isla y por supuesto a través de Fidel y Raúl. El pacto que quedó explícito en esas doce cartas duró 40 años, desde 1962 hasta 2001 cuando Putin negoció con Bush hijo dejar ya todo eso liquidado, sobre todo abandonar la central hidroeléctrica nuclear mencionada, el equivalente del programa iraní de hoy, que no dejaba de ser una amenaza desde el punto de vista de los norteamericanos. Fidel fue un gran estratega, un genio para todo esto; un jugador de poker que tiró todo en una mano y no le importó que pierda el pueblo cubano. El pueblo perdió y él ganó. Hizo de Cuba el lugar de balance de las fricciones entre las potencias y se valió de eso para sobrevivir

*** La década guevarista de Cuba implicó un desastre tras otro en el terreno productivo. Primero desaparecieron los estímulos materiales y se susituyeron por los morales. Pero el “hombre nuevo” no emergió por ningún lado. Además, en marzo de 1968, cinco meses después de la muerte de El Ché, Fidel ordenó lo que denominó “ofensiva revolucionaria”. Así, de un plumazo fueron estatizadas 60.000 microempresas, pasando todos los cubanos a ser empleados por el Estado y se llegó a extremos tan absurdos como prohibir la contabilidad. Luego, tras el fracaso de la zafra de fines de los sesenta sobrevino la sovietización final y total de Cuba. Así, en 1975 Fidel revitalizó las estructuras del Partido Comunista Único y abiertamente declaró que supeditaría la política cubana a la estrategia soviética y empezó e exigir incrementos del subsidio soviético, el cual llegó a sobrepasar los 3.000 millones de dólares anuales - ¿Cuántos elementos comprendía la Guerra Fría?

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Muchos. Unos eran las “operaciones encubiertas” desde los dos bloques, americano y ruso, que estaban a cargo de la CIA y nosotros por cada lado. Dábamos plata a los miristas en Venezuela, Perú y Chile; aquí en Ecuador financiábamos las actividades de los urjistas. Todavía están enterradas, sembradas, en las calles de Santiago de Chile las AK-47 que enviamos nosotros en esa época a través de la valija diplomática. El ataque al cuartel La Tablada en 1989 en Buenos Aires también se organizó desde La Habana. Como ya dije, durante la Guerra Fría Cuba fue el dispositivo de seguridad de los soviéticos en el hemisferio occidental. Un fuerza, un enclave, un escudo para cubrirse. Hace 50 años la fuerza naval tenía gran importancia estrategica; hoy desde la Guerra del Golfo Pérsico ya no es así, se prioriza la fuerza aérea, pero hace 50 años el soporte militar de las potencias era marítimo. Si nos oyen hablar a quienes conocemos sobre esto escucharás que Cuba era el “portaviones” de los soviéticos en el Caribe. Además, Cuba les dió los soviéticos la primera oportunidad en su historia de poner su armada en al Caribe.

Así trabajó Fidel. Fue el eje de inflexión por donde pasó todo lo que ocurría en la política de bajos fondos en Latinoamérica. Por otro lado, desde la desaparición de la URSS los cubanos comenzamos a servir a la Europa vencedora, a la Alemania y a la Francia hegemónicas en una Europa ahora enfrentada secretamente con Washington, con nosotros creándole problemas a los EE.UU en su “patio trasero”.

Por otro lado, simultáneamente servíamos a la CIA y a la DEA controlando a nuestro modo el narcotráfico. Digo “a nuestro modo” porque hace unos diez años, por ejemplo, un agente nuestro llamado “El Gordito”, apellido Cabrera, se reunió en La Habana con Carlos Tascón, uno de los Jefes del Cártel de Cali y dos meses después fue arrestado en Miami con 6.000 libras de cocaína y una fotografía suya quizá “sembrada”- con Fidel. Se dijo que había introducido la droga por los cayos de La Florida en unos botes de pesca cubanos.

Otra de las armas tácticas de Fidel eran sus propios movimientos armados. La Inteligencia Cubana tenía dos divisiones: una que servía a los própositos generales de la CIA y de Alemania con la Socialdemocracia Europea y otra, secreta, sólo de Fidel. Esta última es la que fomentó, organizó y financió toda clase de actividades subversivas que le servían personalmente para hacer presión y negociar con todo el mundo. Así fue como entregó listas con nombres y ubicaciones de los “Alfaro Vive Carajo” a su amigo el Presidente ecuatoriano León Febres-Cordero a cambio del voto de Ecuador, que evitó que Cuba sea condenada en el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Así fue como entregó a mucha gente del MIR en todo el continente. Asi sobrevivió todos estos años… ¿Ya les conté lo que Fidel dijo, por los años 80, cuando se empezó a temer la retirada de los rusos? Poco antes del inicio de las reformas de Gorbachov, Fidel dijo… “voy a hacer algo para que los rusos no se vayan de Cuba”… y continuó

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haciendo el ademán con la mano derecha de cortarse la pierna desde la ingle… “porque si lo hacen perderán una pata ¡desde aquí! Voy a iniciar la guerra en Centroamérica, allí hay condiciones revolucionarias. Los voy a involucrar tanto en lo que se haga en todas partes que no podrán irse sin grandes pérdidas estratégicas y de gente”… Así, si los soviéticos lo jodían él descojonaba a alguien. Él entrecruzó, él se cubrió para que los soviéticos no lo dejen solo.

Recuerdo una ocasión cuando conversé con el viejo líder y conspirador del M26-7 y luego Ministro del Gobierno revolucionario, José Llanuza Gobel, quien era cercano de Fidel y hablaba mucho con él. “El flaco” Llanuza se hizo muy amigo mío porque yo le daba clases de economía política, precisamente para sus conversaciones con el Comandante. Era por los noventa; yo ya estaba por irme de Cuba. Le dije: “oye, Flaco, habla con El Uno, dile que democratice un poco la isla, que puede ser conveniente un poco de apertura, un poco de pluralismo…”; a lo cual me contestó, con su voz nasal: “!Qué crees! ¡Se lo he dicho! ¿Y qué crees que me contestó? Me contestó: ¿Para qué? ¿Para que me cojan preso? ¿Para terminar como Ceausescu, tirado por allí, con la boca llena de hormigas? -y rió.

Lo que ocurrió después… ya lo sabemos: no sólo la insensata aventura de El Congo, sino tambien la intervención en Angola, la muerte de El Ché, la guerra en Centroamérica, el juicio de Ochoa, la crisis de la embajada peruana, el éxodo del Mariel, el colapso soviético y el “período especial”, la muerte de Chávez, la catástrofe de El Sustituto… ¿Y Cuba?... Lo que ocurrió con Cuba constituye la tragedia nacional más grande del siglo XX. Como dije, Fidel ganó y Cuba perdió. El resultado de eso fue que aquello que llamábamos “Cuba” ya no existe, no volverá a existir. Sólo algo sobrevive fuera de la isla (¿30.000 en Ecuador?, ¿100.000 en Venezuela?, ¿80.000 en España?, ¿otros tantos en Brasil?… sin contar Miami).

Dentro de lo que fue nuestro país sólo queda un tejido social muerto en un territorio baldío… *** Volviendo un poco atrás y para concluir mi historia, a inicios de la década de los 90 sobrevino El golpe que no fue y mi exilio de Cuba. El primer episodio alude al título de una trilogía histórico-autobiográfica que estoy preparando y que tenía planeado terminar en El Manjar y que ahora tendrá que esperar a que me acomode otra vez, quizá en Santago de Chile.

El hecho fue que algunos ilusos pensamos en la posibilidad de una insurrección en 1990, en la época de mayores tensiones en Cuba, después del fusilamiento de Arnaldo Ochoa. En esos días amplios sectores del pueblo cubano (los mismos que como yo se adhirieron en 1960 a la línea trazada por Fidel) se

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sentían encajados en la estructura soviética y defraudados por el fracaso del sistema que les habían elegido y buscaban introducir los mismos cambios que impulsaba la “perstroika” en la metrópolis socialista.

Apenas unos meses antes durante casi toda una semana toda Cuba vivió atormentada y humillada ante aquel improvisado tribunal militar que funcionaba en un histriónico juicio mostrado todas las noches y en cadena por la televisión nacional. El país tuvo que soportar aquel oprobioso espectáculo y dicho proceso, aun siendo un montaje, inexorablemente reveló los vínculos de los altos mandos del Ministerio del Interior con el narcotráfico internacional, los cuales Fidel dijo que desconocía. Aquel absurdo jurídico implicó, entre otros Generales, a Arnaldo Ochoa, el mismo que meses antes había sido galardonado como héroe nacional por sus hazañas en las guerras que nuestro Ejército aún mantenía en África. El pueblo, igualmente como sus soldados, se disgustó sobremanera con la condena aplicada a Ochoa, quien fue fusilado la madrugada del 13 de julio de 1989. “Fidel lo mató” decía la gente y empezaron a pintar graffitis “8A” en los muros de La Habana.

En ese tiempo presencié una pequeña procesión de valerosos católicos exigiendo reformas, algo impensable en esos tiempos en que Fidel multiplicaba su seguridad al extremo de que donde iba le acompañaban dos camiones militares y cuatro furgones con tropa, una estación de radio y un generador eléctrico, amén de que los perros precedían su ingreso a los salones, olfateando por doquier. Ese inusitado acto de valentía social me infundió el valor y la presencia de ánimo que todavía trato de conservar, un cuarto de siglo después.

A mediados de 1990 yo me encontraba en una mejor situación material y con la cobertura oficial que me daba mi incorporación a Cubalse, una entidad al servicio de la Inteligencia. Era un agente del Buró 1 de la Dirección de Contrainteligencia y creía que si actuaba prudentemente tenía posibilidades para contribuir a que “el juego” se desatara.

Sin embargo, como mencioné, Fidel incremento sus seguridades y también la represión con algunas “viejas modificaciones”. Ya no empleaba delatores ni torturadores, en cambio mantenía manifestando continuamente en las calles a estudiantes fanáticos, universitarios y de la enseñanza media. Éstos eran movilizados por la Unión de Jóvenes Comunistas -la llamaban “la ujotacé” torturando horriblemente también el idioma- que también juntó turbas de obreros liberados de sus jornadas para realizar los llamados “actos de repudio” en los cuales se empleaba el insulto y la violencia, igual que en los terribles meses del éxodo del Mariel, diez años atrás. Además señalaban como “desafectos a la revolución” a todo aquel que no cumpliera o no participara en los actos políticos orientados a través de los sindicatos y centros estudiantiles.

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Luego pasé a ocupar el cargo de gerente de Isotimpex en la oficina comercial de Bulgaria en La Habana, con lo que multipliqué mis contactos con círculos empresariales extranjeros y así aproximé a nuestros popósitos a distintos directivos de importantes firmas latinoamericanas. Sin embargo todo el entusiasmo con que actuaban mis contactos comenzó a tener un inesperado viraje. Fidel con su lema de “Socialismo o Muerte” y Raúl amenazando con “hundir la isla antes que aceptar la rendición” había creado un verdadero terror entre la gente. A ello se sumó el fanatismo de los miles de jóvenes que marchaban por las calles desafiando a todo el que no mostrara “alegría por la Revolución”.

Entonces observé por vez primera ese cambio drástico de la personalidad de la gente, ese fenómeno que hubiera querido que Maricarmen me explique. Todos aquellos colaboradores que previamente estuvieron muy comprometidos fueron organizando su temor y racionalizando su cobardía al punto de volverse otra vez fidelistas “de huesos colorados”, como solía decir Ariel.

Un ejemplo fue Laurita, aquella pianista excelente que tan profundamente había calado en la rebeldía de los estudiantes de la Escuela Nacional de Arte, quien me visitó una noche en mi apartamento. Ella llegó justamente en las horas en que Fidel pronunciaba un discurso. La figura del Comandante en Jefe llenaba toda la pantalla de mi televisor. Observé que Laurita se había quedado de pie ante el aparato y en silencio; parecía estar concentrada en sus pensamientos. De repente se dirigió hacia mí y dijo con ternura- “Leonardo, no podemos dejar solo a Fidel, tenemos que apoyarlo. El siempre ha estado con nosotros” Otro caso fue el de un alto oficial de la Marina de Guerra, con quien durante meses nos reunimos para tratar de encontrar juntos una solución a la crisis y quien me hizo pasar uno de los peores momentos de nuestro fracaso. Pocas semanas antes me había llevado a participar en un círculo de importantes Jefes y funcionarios de varios ministerios ramales para sumarme a sus conspiraciones; sin embargo cuando fui a visitarlo a su casa, como de costumbre temprano en la mañana, no accedió a conversar más. Incidentalmente su chofer, quien en ese instante preparaba el automóvil para trasladarlo, me había permitido entrar hasta el comedor para que lo esperara, ante lo cual su esposa, una aeromoza de Cubana de Aviación, apareció y no disimuló que mi presencia era indeseable a pesar de que trató de mantener conmigo una incoherente conversación. Una extraña atmósfera sentí que dominaba las paredes de aquella morada y denunciaba que el marino se estaba escondiéndose de mí. No salió de su dormitorio ni dio la cara. Posiblemente esperó hasta que le informaron cuando yo ya me había retirado, cansado de esperar.

Las cosas se pusieron más peligrosas cuando después del escándalo de Ochoa se crearon bandos “Fidelistas” y facciones “Raulistas” que empezaron a

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pugnar. Entonces yo ya estaba adscrito al Buro 1 de la Contrainteligencia y atendido por un oficial llamado Fabián, quien me solicitó que actúe creando un movimiento de corte socialdemócrata para presentar una oposición cómoda para el régimen. Entonces abundaban los espías que buscaban extraerte opiniones desfavorables, para luego denunciarte -el mismo Silvio Rodríguez fue uno de ellos y provocó la prisión de otro cantautor llamado Carlos Varela- por lo que antes de entrar otra vez en eso decidí, hastiado, desertar… *** Cuando emprendía la tarea de narrar y explicar el “proceso cubano” -mi vidaera imposible detenerme. Sabía que para mis interlocutores, como Ariel en este caso, era difícil discernir cuáles eran mis verdaderas intenciones; podía ser sólo el afán de explicarme o quizá -por mi esmerado entrenamiento- un modo de “ceder informacion sensible” para crearne lealtades, una técnica aprendida en mi vida como oficial de la contrainteligencia cubana. Para crearme, como decíamos, “adeptos de conciencia”. En todo caso según pudo Ariel darse cuenta, si esa fue mi intencion lo logré, especialmente con Bella Paz cuyo corazón fiel y valeroso gané para siempre.

Otro aspecto de mi personalidad que Ariel fue descubriendo era un temperamento dominante, cuando se me daba la oportunidad para ejercerlo. Por causa de esa cualidad negativa -que según Ariel podía tener características de manía- tuve que salirme de otro de mis refugios temporales. El hecho fue que me dio por “educar” en demasía al hijo adoptivo de mi compañera, una buena mujer quien terminó insinuándome de manera muy explícita que me vaya, después de un incidente de manos con el chico - Mira Ariel -expliqué a mi amigo- el chico se portó mal con la mamá y tuve que encajarle dos piñazos suaves por los hombros Ariel ya me había recomendado que me despoje de esa condición, autonombrada por cierto, de “curador” del chico, el cual, sea dicho de paso, no le había causado mala impresión la única vez que lo vio. Más bien, le pareció una inusual versión chola del “nerd” norteamericano, un extravagante “cerebrito” pequeñín e inofensivo, adicto a los libros y deseoso de agradar - Lee todo lo que encuentra -me quejaba- Se la pasa en la Biblioteca Municipal desde que abre hasta la hora del cierre. Hay muchos chicos así allí; se la pasan sólo leyendo. Los padres les dan un par de “pesos” para que coman algo y se olvidan de ellos

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¿Adictos a la lectura? Eso era más bien una grata novedad para Ariel, quien reconoció que él mismo sólo había conocido la biblioteca del cabildo desde fuera, cuando huía de la policía por la calle Chile para refugiarse en la Casona Universitaria, en su época de chaval - Leonardo… evita corregir al chico. Si lo ves estrangulando a la mamá no te metas sino hasta que ella te lo pida -me había recomendado, pero era algo difícil de cumplir. Maricarmen le había explicado alguna vez a Ariel sobre las manías de la irracionalidad - Imagínate un río, que tras un derrumbe de tierra y piedras, abre un nuevo cauce por donde corre el agua. Así es el pensamiento irracional: se abrieron nuevas vías y sólo la psicoterapia prolongada puede ser capaz de enrumbar al sujeto otra vez por los cauces normales. Los pegadores son así, se juran y se prometen cambiar pero cualquier estímulo negativo los precipita de nuevo a la violencia. Si deseas entender mejor esto te recomiendo leer “Las Ideas Irracionales” de Albert Ellis; él fue un psicoterapeuta estadounidense -falleció hace pocos años- que hizo una lista de los doce errores que hacen infelices a las personas Ariel entendió mejor quién era yo cuando fue a ayudarme a transportar mis cosas a mi nuevo hogar perentorio. Más que los grandes armarios de plástico repletos de libros excepcionales, todos de política suramericana, le llamó la atención una habitación completamente llena, desde el piso hasta el techo, de cajas de cartón llenas de documentos y numeradas con marcador negro grueso, en caracteres romanos, con nombres relativos a Chile, donde estuve unos años, antes de viajar a Guayaquil: “Chile XII: 1972-1973”, “Chile XIII: 1973-1974”…

- ¿Quién es este hombre? -pareció pensar un instante, y olvidó el asunto - ¡Ariel! Hola… gracias por venir a ayudarme, no te hubiera molestado si no hubiese sido necesario…

- Para mí no es molestia Leonardo ¡Vamos! Agarra de ese lado…

Me hospedé dos o tres días en la planta baja de un antiguo edificio de cuatro pisos, construído hace unos cincuenta años por Altamira Solórzano Secaira, madre de José Luís Vásconez. Cuando Ariel me llevó a esa casa se mostró divertido con lo que había hecho con ella su amigo José Luís. Él y su familia -tres personas en totalocupaban toda la edificación. La planta baja estaba llena estanterías repletas de libros y los cuatro pisos altos estaban destinados a guardar la más increible y extensa colección de nada, de cosas absolutamente sin valor. Las paredes alrededor de la escalera por la cual se accedía a cada uno de los niveles estaba casi completamente copada por botellas vacías y zapatos viejos conservando contrapesos apremiantes, dispuestos con esmero por la esposa de José Luís -una

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mujer muy alta y amable- y por su hija, una bella y dulce chica de unos veinte años de edad. A Ariel le recordó las casas abandonadas de Sunset Park en la novela de Paul Auster, que a ese autor le evocaban “historias de fracasos, de insolvencia e impago, deudas y ejecución de hipotecas” - Le dieron muy duro en la cabeza -comentó Ariel al observar esas ruinas escrupulosas, reveladoras del estado de bancarrota en que había caído el raciocinio de nuestro amigo.

Después de estar un par días allí, salí hacia El Manjar, un cantón de clima subtropical ubicado a unos 60 km de Buena Esperanza, hacia los Andes, en la provincia del Cotopaxi, habitado enteramente por montañeses con reconocida fama -según Bella Paz- de tacaños. José Luís decidió acompañarme hasta mi instalación en la nueva morada, lo cual acepté con agrado.

Una adinerada comerciante local, quien también era Consejal de El Manjar, fue alumna mía desde el año anterior cuando la asesoré en su campaña electoral, junto con el Alcalde, un acaudalado productor de bananas. Parece que el júbilo del triunfo le había arrancado a la consejala ofertas de trabajo para mí, como instructor en política y asesor - ¡De haberlo sabido al menos le traía una cama desde Buena Esperanza! -exclamó Bella Paz cuando vio la habitación completamente vacía que me habían asignado.

Una semana después abalearon en Villegas a un hermano de la consejala, casualmente, mientras comía en un restaurante. El hombre recibió una bala que no era para él, que entró por la espalda y salió por debajo del corazón. Seguidamente agarró el volante de su inmensa Ford 150 de cabina doble y manejó durante casi dos horas hasta El Manajar donde el médico local certificó su excelente estado de salud - ¿No colapsó el pulmón? -preguntó Ariel, recordando lo que había visto muchas veces en la “Emergencia” del hospital Luís Vernaza de Guayaquil mientras era “Interno”- No. Lo encontaron perfectamente bien. Le pusieron una curita, le recetaron algo de antibióticos y lo madaron a su casa –respondí. Bella Paz había acertado con lo de tacaños, pero olvidó que también eran suertudos - La dama no resuelve lo mío -escribí por esos días en un mensaje de texto a Arielahora con lo del hermano, más se olvidó de todo. No les interesa aprender. Si no resuelve algo mañana, zafo. Empezaré a golpear puertas Cuando Bella Paz se enteró de mi situación, insistió en regresar a El Manjar a visitarme nuevamente. Llegaron un día miercoles 30 de diciembre, en la semana del feriado de fin de año, con una llovizna permanente que ya había transformado en fino lodo el inevitable polvo que se asentaba en todas partes. Todo el pueblo era

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un espejo del caos mental y moral de sus administradores. Había aceras altas con grandes huecos del alcantarillado abiertos y sin terminar -trampas mortales para los transeuntes descuidados- que súbitamente cambiaban a laderas de tierra y maleza; calles hechas con lodo, piedras redondas de río y tenaz hierba mala; y edificaciones de todo tamaño y clase, unas junto a otras sin algún sentido lógico o estético. Junto a un pequeño y pretencioso edificio con ínfulas modernistas y fachada toda de vidrio había un bazar de dos pisos con sus vitrinas llenas de todo tipo de adefesios y más alla algún taller mecánico expuesto y sucio, donde se podía ver abandonadas una que otra triste y negra osamenta de camiones y chasises inservibles.

Allí La Bella me dijo- Mire, Leonardo, ¿por qué no nos acompaña este fin de año a Buena Esperanza? ¿Vamos? Allá los acomodaremos ¿Le parece bien? Irán también unos amigos de Guayaquil, muy simpáticos, que le agradarán… La casa es pequeña pero la gente es encantadora, ¡la pasaremos bien! -Se acercaban ¡cinco días! festivos por el fin de año y Bella Paz pensó que no debía pasarlos solo.

- ¡Oye, niña! ¡Acepto!, y te agardezco -respondí e inmediatamente agarré la mochila que siempre me acompañaba en mis desplazamientos y me acomodé en el asiento posterior del Toyota de Ariel. La casa me gustó mucho, sobre todo porque era fresca -a pesar del verano tropical naturalmente húmedo y caluroso- y porque era silenciosa. Ese fin de semana expliqué a Ariel los riesgos que corrían.

***

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(29) ¡Venezuela, “mon amour”!

No fue por casualidad que la primera visita oficial de Fidel fue a Venezuela.

Durante la Guerra Fría, los soviéticos consideraban a ese territorio como un punto estratégico clave para controlar el Caribe, junto con Cuba - Si tuvieras aquí un mapa -dije a Ariel- te mostraría que por arriba el Golfo de México y por el sur el mar Caribe conforman el paso obligado del comercio marítimo de los Estados Unidos y también el paso obligado de los suministros de petróleo que llegan del Medio Oriente. Y estos pasos marítimos no sólo son para el comercio, sino también para la guerra. Son territorios con valor estratégico ahora como lo fueron para la Corona Española Así, Venezuela, para los planes de Fidel Castro, desde el comienzo tuvo un doble valor, como zona de valor estratégico para sus aliados soviéticos y como posible proveedor de petróleo. Recordemos que Fidel viajó a Venezuela el 23 de enero de 1959, a pocos días de su entrada tiunfal en La Habana, para dar un discurso en el primer año de conmemoración del derrocamiento de Pérez Jiménez y el día siguiente se reunió con Rómulo Betancourt -recién electo Presidente-, luego de lo cual fue a la Universidad Central acompañado con Pablo Neruda y acudió al Congreso venezolano. Su intención inical fue pedir dinero, algo que Betancourt negó tajantemente, iniciándose la desavenencia entre ambos. Se dijo que después el Presidente venezolano había comentado- No he he reunido con un hombre sino con un huracán tropical…

- De manera que Venezuela siempre fue un objetivo de nuestros servicios, siempre tuvimos la misión de penetrarla Otro elemento interesante era que los vínculos de Cuba con Venezuela fueron anteriores al triunfo de Fidel. El Movimiento 26 de Julio fue promovido, auxiliado y abastecido por la revolución venezolana de enero de 1958, cuando cayó Pérez Jiménez y asumió el almirante Larrazábal. La caída de Pérez Jiménez también resultó en el fortalecimiento de la guerrilla cubana, ya que después de eso hubo un gran apoyo logístico para transporte de armamento, trasmisiones de radio, organizaciones barriales, etc., incluso con aporte de dinero. También el exilio de los antibatistianos en Caracas fue muy importante.

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Es más, la violencia revolucionaria venezolana precedió a la cubana; y cuando ya estaba Fidel en el Poder, Venezuela y Cuba implementaron acciones conjuntas contra Trujillo, el dictador Dominicano. En julio de 1959 organizamos desde Venezuela una misión, junto con el nuevo gobierno de Betancourt -un socialdemócrata- que resultó el primer acto de solidaridad con los revolucionaros dominicanos: una expedición aérea en un avión DC, con cincuenta hombres dominicanos, cubanos y venezolanos, encabezados por el famoso capitan del Ejército Rebelde de origen dominicano, Enrique Jiménez Moya, quien murió en esa misión porque Trujillo los estaba esperando y los mató a todos, los masacró a machetazos. Ellos partieron de Caracas. Esa fue la primera acción conjunta internacionalista de Venezuela y Cuba. Betancourt era parte de los círculos de Fidel. La CIA ya se había deshecho de Odría, Batista y Pérez Jiménez; en Costa Rica estaba ya Figueres (otro socialdemócrata quien tras el triunfo en la Guerra Civil de 1948 había perseguido a los comunistas) y sólo faltaba bajarse a Trujillo y a Duvalier en el Caribe. Un mes después de ese fracaso Fidel montó una operación idéntica contra “Papa Doc”, la cual también culminó en el sangriento exterminio de los invasores.

En ese tiempo Fidel todavía no se había “conveniado” con los rusos. Se movía entre la socialdemocracia y los soviéticos y esperaba a ver a quiénes podía sacarles más ventajas. Hablando en términinos de uso marxista en ese tiempo, Fidel era un producto de la “burguesía” media cubana, poblada de intelectuales y demócratas de izquierda, cuya visión se avenía muy bien con ese esquema de democracia para América Latina que impulsaba la CIA. Así, haciendo acciones conjuntas, fue la primera relación de Fidel con Venezuela y con Rómulo Betancourt. Incluso hay un acontecimiento que todos han olvidado: los militares venezolanos le prepararon a Betancourt una rebelión, encabezada por uno de los militares previamente alzados contra Pérez Jiménez -no recuerdo su nombre- poniéndolo en emergencia a mediados de 1960. En esa ocasión Fidel se manifestó en apoyo a Betancourt aunque fue cuando ya el Presidente venezolano había aplastado completamente la insurrección.

Después hubo un proceso interesante. En junio de 1960 Trujillo le devolvió la pelota a Betancourt en represalia por la acción de 1959; la Inteligencia Dominicana, que era muy eficaz, le organizó un atentado. El carro de Rómulo salía por una avenida de Caracas desde el palacio de Miraflores. Delante en el auto iban el chofer y el guardaespaldas, quienes quedaron carbonizados y detrás junto a Rómulo iba el Ministro de la Defensa. Al paso le hicieron estallar una bomba teledirigida en un tanque de gasolina que dejaron estacionado por allí. Betancourt salió quemado pero salvó milagrosamente la vida. Luego, muy valiente, se apareció haciendo un

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discurso en la TV con las manos vendadas y acusó a Trujillo, lo cual se confirmó posteriormente. Cuba repudió el atentado.

Justamente en ese año 1960 estaban culminando las conversaciones entre Fidel y la dirigencia rusa para “sovietizar” a Cuba, para hacer de Cuba una sociedad marxista-leninista. En ese interín Fidel tuvo que romper las alianzas con Betancourt, se tornaron enemigos a muerte y la “contra” cubana, en vez de los antibatistianos, empezó a encontrar abrigo en Venezuela. Después de aquello, Felipe Pazos, ya abierto del proceso cubano, llegó a colaborar como asesor del Banco Central de Venezuela.

En ese trance de radicalización política el Partido Comunista de Venezuela no deseó cometer el mismo error inical del Partido Comunista Cubano y quiso participar en la lucha armada, empezando a organizar los primeros grupos de acción guerrillera. Quien inció eso en agosto de 1962 fue un dirigente del Partido llamado Juan Vicente Cabezas, con el seudónimo de “Primer Comandante” o “Comandante Pablo”. Así, cuando Cabezas estaba ya erigido como Jefe del Destacamento Guerrillero de El Charal envió un telegrama al comandante de la Trecera División del Ejército acantonada en Barquisimeto, cuyo texto decía - Hemos tomado las armas en defensa libertad y Constitución para combatir la corrupción, torturas y asesinatos, política traición nacional, impuesta grupo actual gobierno. Nuestra lucha no está dirigida contra Fuerzas Armadas cuya misión es la defensa instituciones democráticas y jamás colocarse servicio una persona o partido. Desde iniciáronse operaciones no hemos disparado contra fuerzas regulares respondiendo solamente ataques Digepol, engendro totalitarista odiado por el pueblo… Consecuente esta actitud hoy he impartido órdenes a todos los combatientes guerrilleros Sierra Libertadora se abstengan de presentar combate a las fuerzas regulares movilizadas en esta oportunidad y puedan así entrar sin derramamiento de sangre en Sierra Libertadora…

Compatriota Juan Vicente Cabezas, Primer Comandante, El Charal, Sierra Libertadora, agosto 18 de 1962 Sin embargo, Cabezas actuó en diversas áreas del país y emboscó tropas del Ejército regular donde murieron varios soldados. Con el tiempo él también mutó como Presidente del Centro Simón Bolívar, una empresa del Estado venezolano adscrita a la Vicepresidencia de la República Bolivariana de Venezuela, dedicada a obras urbanas de interés público para la ciudad de Caracas y sometida a liquidación desde 2010 “en el marco de la creación del Ministerio de Estado para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas”, dependencia que quedó desde 2013 a cargo del periodista Ernesto Villegas, quien también fue Ministro de Comunicación e Información de Venezuela, nombrado por Hugo Chávez en octubre

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de 2012 y ratificado en cadena nacional por El Sustituto en abril de 2013.

Junto con Cabezas, una fracción escindida de la socialdemocracia Venezolana -que allí se llamó Acción Democrática- liderada por Américo Martín, fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) -una de las criaturas de Fidel y del Departamento América- y se lanzó también a la lucha armada que perduró hasta el primer gobierno de Rafael Caldera, en 1969. El MIR se reprodujo en otras partes de América Latina siguiendo también la inspiración cubana y -en Perú- escindido del APRA - ¿Recuerdas, José Luís, en Perú? ¿Cómo se llamaba el poeta aquel? ¡De la Puente!, Luís de la Puente Uceda…

También hubo el MIR de Chile, el cual llego a tener diez mil miembros en su apogeo de 1973, causando muchos problemas al Gobierno de la Unidad Popular - ¡No me defiendas, compadre! solían decir los mexicanos a ese tipo de aliados complicados -comentó Ariel En Venezuela también entró el grupo de seguidores de Jovito Villalba quien inspiró otro movimiento armado. Todos estos grupos se basaron en lo que creyeron que fue el proyecto armado de la Sierra Maestra, pero desconocían que nunca hubo tal. Cuando el Granma encalló cerca de la playa de Las Coloradas el 2 de diciembre de 1956 y Fidel desembarcó apuradamente con los 81 hombres de la expedición, él tenía como objetivo un rebelión en todo el Oriente, una especie de alzamiento general en toda la provincia y una guerra generalizada. Pero como fracasó esa acción y fueron diezmados en la playa, los sobrevivientes huyeron a la sierra y “se pegaron” con todos los matones que había en esos parajes, sobre todo con el grupo de Crescencio Pérez y sus bandoleros sembradores de marihuana.

La Sierra Mestra era entonces un bastión de bandidos donde nadie se atrevía a entrar, ni siquiera la Policía. Crescencio era un sujeto de barbas canosas y muchas mujeres, Jefe de un clan con más de cien parientes quienes controlaban unos 50.000 campesinos en una extensa area de montaña. Al enterarse del descalabro del Granma, Crescencio envió a un de los suyos, llamado Guillermo García Frías, el cual era un arriero de mulas encargado de bajar la marihuana de las montañas, para que los asista y los guíe al refugio. Crescencio Pérez dio cobijo a los maltrechos guerrilleros, sin lo cual no habrían sobrevivido - ¡Así fue como se creó la primera asociación guerrilla-narcotráfico del Continente!

-bromeó José Luís.

Luego Crescencio fue nombrado Comandante y más tarde los expedicionarios tuvieron el aliento que le dió la CIA por intermedio de Frank País

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- ¿Sabes quién traicionó a Frank País y lo denunció a la policía? ¡Fue Vilma Espín!

-interrumpió nuevamente José Luís- porque ella sabía del ascendiente que tenía Frank sobre el Movimiento 26 de Julio y sabía que le podía quitar el control a Fidel, porque Frank País era el alma del 26 de Julio. Aunque estaba en Santiago de Cuba, el tenía las redes en todo el país…

Además de los contactos con la CIA. Él era el enlace de la Agencia con el Movimiento. Volviendo a Venezuela, a finales de los sesenta comenzamos a organizar la guerrilla y nuestros cuadros venezolanos empezaron a introducirse en las Fuerzas Armadas mediante un trabajo de penetración que hizo el Partido Comunista. La nueva característica de la guerrilla rural venezolana fue que se inició con el concurso de antiguos uniformados rebeldes. Debemos recordar dos acciones de los militares -uno de ellos era de apellido Medina- fomentadas por el Partido Comunista: la de Carúpano y la de Puerto Cabello, esta última contra una base militar de la infantería de marina - ¡Fueron unas “matazones” tremendas, hermano! -comenté.

La de Carúpano duró tres días. Fue una lucha terrible -tengo fotos- de los militares rebeldes contra los infantes de marina. Fueron asistidos por el “aparato militar” del Partido Comunista Cubano y fueron entrenados en la Unión Soviética y en La Habana. El apoyo logístico fue completo y consistió en suministros de armamento y dinero, en entrenamiento, en dotación de corredores de movilización para el personal, etc…

Estos últimos, que en la Inteligencia Cubana llamábamos “corredores” son las vías ilegales para entrar y salir de un país sin tener que que mostar documentos y sin controles aduaneros; o a veces por canales ordinarios pero con la supervisión de gente conocida. Por uno de esos corredores de la inteligencia cubana tú puedes ir de Guayaquil hasta Zurich sin tener que mostrar el pasaporte, o mostrándoselo a gente controlada por nosotros - Después, cuando tengas aquí una pizarra -dije a Ariel- te explicaré cómo funcionaba la Inteligencia y la Contra-inteligencia del Servicio Secreto Cubano Así fue como en Venezuela, a partir de 1961 comezaron a organizarse los primeros movimientos armados, básicamente del MIR y del Partido Comunista, atendidos desde La Habana por El Ché (quien estaba encargado por Fidel de todos los asuntos guerrilleros en América Latina) y por Barbarroja Piñeiro, el Director del oculto Departamento América, la sección de inteligencia del Partido Comunista Cubano

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- Se le ha querido atribuir a El Ché la paternidad de la Revolución Continental, pero en realidad eso era idea y obra de Fidel, quien actuaba a través de El Ché y de Piñeiro -acotó José Luís.

Una acción horrible de la guerrilla venezolana fue el asalto al tren El Encanto, dirigido por Teodoro Petkoff, creo que en octubre de 1963, si la mente no me falla, el día del huracán Flora. A mí me impresionó mucho ese acontecimiento igual que a toda Cuba. Fue un tren de turistas que recorría la costa andina de Venezuela en el Estado de Falcón, escoltado por unos soldados. Cuando pasó por un tunel de montaña, en plena oscuridad enpezaron a meter bala y mataron a todos los soldados de resguardo. Los ametrallaron. Teodoro fue apresado y cumplió tres años en la cárcel de San Carlos de donde logró fugarse en 1967.

Posteriormente Teodoro Petkoff se distanció del Partido Comunista Venezolano y fundó junto con otros líderes del Partido el Movimiento Al Socialismo (MAS) -cuyo homónimo es el partido de Evo Morales- de tendencia socialdemócrata, fue diputado en varias legislaturas, Ministro de Coordinación y Planificación durante la segunda presidencia de Rafael Caldera y candidato presidencial en dos ocasiones. Después ha sido Director del diario Tal Cual, opositor a Hugo Chávez y a El Sustituto, quienes lo han mantenido en permanente acoso.

En abril de 2015 su actividad periodística fue galardonada en España con el Premio Ortega y Gasset, recibiendo Felipe González -el respetado ex Presidente del Gobierno Español- la distinción debido a la prohibición para salir de Venezuela que pesaba sobre el ex guerrillero mutado en demócrata; prohibición que fue consecuencia de un artículo de opinión publicado en enero de 2014 que molestó a el Presidente de la Asamblea Nacional Bolivariana.

Las acciones que mencioné eran del Partido Comunista contra Rómulo. En ese período se había ilegalizado al Partido Comunista Venezolano por su desarrollo de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) que llevaban una línea armementista contra el Gobierno. El Partido Comunista Venezolano puso dos movimientos en las montañas, uno fue las FALN que operaron desde Falcón y el otro fue un grupo que empezó a “trabajar” en otra zona montañosa. En el uno se puso al frente a Douglas Bravo y en el otro a Teodoro Petkoff, como su Comisario Político.

Uno de apellido Medina fue otro de los muchos comandantes guerrilleros cuyos nombres no recuerdo, que empezaron a tener acciones entre los años 1963 y 1966 y actuaron en Carúpano. Por un lado las FALN del Partido Comunista con Bravo y Petkoff, y por otro lado el MIR de Américo Martín hicieron muchas acciones de ataques al Ejército y muchos sabotajes. Sin embargo, estas guerrillas

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venezolanas carecían de bases, de masa, eran focos insurgentes de alzados; sólo eran pistoleros dirigidos y entrenados por La Habana pero sin las bases que han tenido, por ejemplo, las FARC. Hubo una expedición en un barco que se hizo en 1967 -cuando estaba El Ché todavía vivo- bajo la dirección de Douglas Bravo, pero con integrantes todos cubanos, incluso iba Arnaldo Ochoa, también Manolito Gil quien cayó preso en Venezuela. Por cierto Manolito siempre estaba metido en prisiones ya que cuando salió de la carcel de Carabobo en Venezuela cayó en Cuba en el lío de Abrantes y Ochoa de 1969; ¡pobre Manolito! Todo el mundo lo quería; incluso en el juico de Abrantes el Fiscal lo mencionaba como “Manolito” pero eso no lo salvó ¡Pobre!

Dentro de lo terrible que fue todo aquello en esa ocasión ocurrió algo especialmente trágico: cayó junto con Manolito otro muchacho del Ministerio del Interior -no recuerdo su nombre- a quien apretaron y torturaron y soltó algunas cosas relacionadas con la operación. Luego aquel chico fue con Manolito y se confesó: “Oye Manolito, dije ciertas cosas…” a lo cual el otro contestó: “Oye hermano, tienes que suicidarte” y el chico lo hizo…

Arnaldo Ochoa Sánchez -ya lo narré- en esos años y después de que se entrenó junto a algunos venezolanos en Cuba, participó en acciones programadas por Fidel para Venezuela. En septiembre de 1966 desembarcó con Luben Petkoff (hermano de Teodoro) por Falcón y participó en la emboscada de “Cerro Atascadero” donde mataron a un oficial, a un suboficial e hirieron a dos soldados.

En 1967 comandó la columna que participó en la emboscada en “El Mortero” en el Estado Lara, donde murieron tres efectivos y ocho resultaron heridos.

Otra acción terrible de las FALN ocurrió el 4 de marzo de 1967 cuando Julio Iribarren Borges, entonces Presidente del Instituto Venezolano de Seguros Sociales, fue secuestrado y torturado durante tres días y luego dejado por allí con un tiro en la cabeza. Dos días después del crimen el guerrillero Elías Manuitt Camero admitió en declaraciones hechas ante el periódico cubano Granma la autoría de las FALN sobre este hecho repugnante.

Una semana después, el 13 de marzo de 1967 Fidel Castro arremetió fuertemente en un discurso contra el Partido Comunista Venezolano por sus intenciones de cesar las hostilidades contra el Gobierno y pactar la paz. Dos días más tarde el Partido Comunista Venezolano replicó con firmeza y a comienzos de abril apareció en el diario Tribunal Popular una contundente respuesta a Fidel Castro en un articulo de Pompeyo Márquez, concretándose la ruptura que luego el Partido formalizó en el VII Pleno, donde sus miembros votaron por la finalización de la lucha armada.

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Pompeyo Márquez Millán era un militante comunista que se destacó en la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez con el seudónimo de Santos Yorme y que luego, ya desunidas las fuerzas anti-Pérez Jiménez, sufrió la persecución que desencadenó Rómulo Betancourt contra los comunistas y miristas reasumió la lucha armada. En 1964 cayó preso y en 1967 logró fugarse junto con Teodoro Petkoff y Guillermo García Ponce del cuartel de San Carlos. Después fue cofundador, junto con Petkoff y otros líderes del Partido Comunista, del Movimiento al Socialismo (MAS) ya mencionado. Luego de la amnistía ofrecida por Caldera fue funcionario de ese Gobierno y luego de los de Lusinchi y Carlos Andrés Pérez. Posteriormente salió del MAS en el año 1998, cuando esa organización decidió apoyar a Hugo Chávez, pasando a las filas de la Izquierda Democrática a los 76 años. Luego siguió en una fundación como opositor del Gobierno de El Sustituto, rebasando los 90 años de edad.

En el año 1967, ya fue dicho, el Partido Comunista Venezolano cambió de linea y empezó a repudiar las acciones armadas regresando a la vida civil en el gobierno de Raúl Leoni. El Partido dijo “no va más”, pero quedaron en la lucha de manera independiente Bravo y Petkoff y también Américo, recién dejando las armas durante el primer gobierno de Rafael Caldera, en 1969. En ese año decían en Cuba que Bravo y Petkoff se habían largado con la plata que les dió la Inteligencia Cubana - ¡Eso fue una calumnia! -interrumpió José Luís- Yo estaba en Cuba en ese tiempo y conocí a Douglas Bavo, un muchacho valiente y honrado. Supe de unas cartas que Douglas envió a Fidel, haciéndolo mierda, tratándolo de rata…

A mediados de ese año, en agosto de 1967 Fidel aún persistía en la idea de la insurreción armada, la cual recién revisaría públicamente en el Foro de São Paulo de La Habana en 1993, acomodándose a la catástrofe provocada por caída de la URSS de 1991 y abriendo el camino hacia la vía electoral, misma que en 1999 cambió nuevamente el panorama en Cuba, poniéndole fin al agobiante “Período Económico Especial” tras la elección de Hugo Chávez Frías como Presidente de Venezuela - Según narró Juan Sánchez, un exescolta de Fidel, ya este intentó en 1982, cuando su amigo García Márquez ganó en Premio Nobel de Literatura, impulsarlo a la Presidencia de Colombia -comentó Ariel- Trató de convencerlo durante uno de sus viajes de pesca a Cayo Piedra, su paraíso personal ¡Que mente increíble la de ese hombre! ¡No desaprovechó la más mínima oportunidad!

Volviendo al año 1967, al culminar la Primera Conferencia de Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) realizada en el Teatro Chaplin de La Habana, la declaración final persistió claramente en la lucha armada como única

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vía revolucionaria pero la estremecedora muerte de El Ché Guevara, hecho ocurrido dos meses después, hizo a todos replantearse esas conclusiones y no se oyó hablar más de la OLAS a pesar del largo discurso de Fidel Castro, que terminó con las siguientes palabras…

- Este continente trae en su vientre una revolución; tardará más o menos en nacer, tendrá un parto más o menos difícil, pero inevitable. Nosotros no tenemos la menor duda. Habrá victorias, habrá reveses, habrá avances, habrá retrocesos; pero el advenimiento de una nueva era, la victoria de los pueblos frente a la injusticia, frente a la explotación, frente a la oligarquía, frente al imperialismo, cualesquiera que sean los errores de los hombres, cualesquiera que sean las concepciones equivocadas que puedan tratar de entorpecer el camino, es inevitable… No sabemos qué días nos esperan, qué vicisitudes, qué peligros, qué luchas. Simplemente estamos preparados, y cada día tratamos de prepararnos más, y cada día nos prepararemos más. Pero una cosa podemos decirles: que nos sentimos tranquilos, que nos sentimos seguros, y que esta pequeña isla será siempre como un peñón revolucionario de granito contra cuyas rocas se estrellarán todas las conjuras, todas las intrigas, todas las agresiones. Y que sobre ese peñón revolucionario siempre ondeará una bandera que diga ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!

- ¡Qué hermosas palabras! -dijo Ariel- Sí, -contesté- así era Fidel… le gustaba dar acentos proféticos a sus discursos ¿Qué los hizo cambiar, realmente? ¿Cuál fue el factor decisivo que detuvo la insurrección armada en todo el continente? ¿Fue la muerte de El Ché? En realidad fue el hecho de que la Unión Soviética había llegado a una serie de pactos de coexistencia con Estados Unidos. A partir de la crisis de los misiles, los soviéticos se fueron entendiendo con los norteamericanos y renunciando a pronunciarse a favor de los movimientos armados en América Latina. Con respecto a este punto hay quienes dicen que los líderes de la Unión Soviética tenían un doble discurso: por un lado habían prometido a los americanos no hacer ni fomentar acciones armadas en América Latina y por otro lado a la Inteligencia Soviética le encantaba la onda de Fidel de los movimientos armados y todo eso… porque sabían del papel importante que jugaba la guerrilla en la persuasión y en la negociación con los americanos.

- En efecto, como ya les he repetido varias veces, la guerrilla era una arma de disuasión; imagínense los trasornos que provocaba volarles un oleoducto o tumbarles una central hidroeléctrica o secuestrarles un empresario… los problemas que traía aquello a las empresas norteamericanas

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- Déjame contarte, Leonardo, lo que vi el año 2003, cuando fui a Venezuela. Yo trabajaba como vendedor de productos agrícolas y la empresa acostumbraba hacer demostraciones a los clientes. Me enviaron a dar unas charlas - ¿A qué ciudad fuiste? -pregunté a Enrique, el hijo de Ariel quien se había sumado a la conversación - Una por el Golfo de Venezuela, en el Caribe, muy calurosa, se llamaba…

- ¿Maracaibo?

- Si, esa, Maracaibo ¡Tremendo calor! Llamaron mi atención dos cosas: el poco conocimiento de los agrónomos de allá y sus forma de gastarse los viáticos.

Durante una de las charlas yo empecé a presumir de los productos nuestros. Les decía que a pesar de la poca extensión territorial de Ecuador éramos líderes mundiales en la producción de bananas, cacao, flores, camarón, etc. Eran unos 50 ingenieros que me miraban con cara de bobos y pregunté ¿Qué producen ustedes? ¿Cuál es su mayor producto? Entonces empezaron a mirarse entre sí hasta que uno de ellos desde el fondo de la sala espetó con acento local: ¡Yocreoqueajonjolí!

- ¡Qué cómico! ¿Y cómo gastaban? -preguntó Ariel - En eso sí eran expertos. Parecía que tenían presupuestos de viáticos sin límites y cada comida y cada cena eran unas bacanales, con parrillada, mariscos, vino…

Allí eran yo el aprendiz y ellos los expertos en restaurantes, platos y bebidas - ¿Cuajó el negocio? ¿Hiciste la venta? -Pregunté - ¡Qué va!... No vendí nada. No era eso lo que les interesaba. Hicimos unas fumigaciones en avioneta por una zona cercana pero no les interesaba en absoluto. Regresé con las manos vacías y la barriga llena…

Mientras escuchaba a su hijo, Ariel se abstraía pensando en cómo una sociedad, un país, una nación entera cambia su destino gracias al esfuerzo de un hombre. Comentó eso y puso como ejemplo a Uruguay y el rumbo virtuoso impuesto por Batlle y Ordóñez y a Costa Rica con su Presidente Figueres Ferrer, quien eliminó el Ejército y fomentó la educación…

- A pesar de que posteriormente protegió a un criminal buscado por el FBI, llamado Robert Vesco, quien después vivió en Cuba por diez años y supuestamente ligó al Gobierno cubano con los narcos de Colombia -acoté - Ambos fueron descendientes de catalanes. Los dos fueron productos de revueltas militares y ambos gobernaron por varios períodos; pero en vez de envanecerse con el Poder, cambiaron el curso de la Historia de sus países. Debieron tener una

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rara virtud, que es exclusiva de la grandeza: la resistencia al culto, al adulo de los comensales de palacio -añadió Ariel - ¿A qué te refieres? -preguntó Enrique - Pienso que muchos venezolanos son hijos bastardos de un país caótico -le contestó su padre- Ellos producían cacao y café en los siglo XVIII y XIX. Fue la época de los mantuanos, una casta de “grandes cacaos”, igual a la que hubo aquí en Vinces a comienzos de siglo pasado… Las clases dominantes durante la Colonia siempre negaron la educación, la escondieron de todo el mundo. Fíjate que fundaron la primera universidad venezolana siglos después que lo hicieron México y Perú.

Luego vino la larga guerra de independencia con sus traiciones (comenzando con Simón Bolívar quien entregó a Miranda a las autoridades españolas), caudillismos, ambiciones y secesiones sin tregua. Tras la llamada Tercera República, Bolívar se deshizo de otro rival, Manuel de Piar Gómez, hijo ilegítimo de una de las hermosas Musas Aristigueta -una mantuana- y, según decían, del Príncipe de Braganza. Lo mandó a fusilar con el beneplácito de montones de envidiosos a quienes les ganaba al póker El resultado de la independencia fue que la tierra y su gente ya no perteneció a los españoles sino a los caudillos militares. Después se creó la Gran Colombia, el sueño precisamente de Francisco de Miranda. En la Gran Colombia se pegó con saliva durante diez años a Venezuela, Nueva Granada (la actual Colombia), la Audiencia de Quito y la Provincia Libre de Guayaquil -vuestra patria- Luego desde el año de 1819 hasta 1870 reinó el caos total en Venezuela. En esa época se metió el primer veneno en el alma de los venezolanos: el culto a la personalidad, comenzando con el endiosamiento de Simón Bolívar, fomentado por Guzmán Blanco durante el “guzmancismo” que duró hasta 1988 y ahora bandera ideológica del chavismo. Luego vino la “Revolución Restauradora” de Gómez, otro narcisista sin misericordia, un indio de corbatín parecido físicamente a Hugo Chávez, el cual desarrolló una enorme infraestructura física e inició la explotación petrolera, en 1930 - ¡Qué bien!

- No, ¡qué mal! -continué- El petróleo fue la perdición de Venezuela. Por algo el mexicano Lázaro Cárdenas lo llamo “excremento del demonio” La inmensa riqueza que la explotación petrolera trajo al país produjo el abandono total del campo, una colosal corrupción y una política de clientelismo que Chávez elevó a niveles continentales, ¡cediendo 170.000 millones de dólares a sus “aliados” en poco más de diez años de los cuales fueron a Cuba más de 13.000 cada año!

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Después de Gómez vinieron nombres más actuales, más conocidos: Betancourt, Pérez-Jiménez, Caldera, Leoni, Herrera-Campins, Carlos Andrés Pérez…

Hubo uno, cuyo nombre no recuerdo, quien después de la caída de PérezJiménez creó un diabólico “Plan de Emergencia” por el cual ¡se daba un salario “mientras conseguían trabajo”, a todos los campesinos y obreros que lo solicitaran!, originando como es lógico un masivo éxodo rural a las ciudades, con la consecuente marginalidad y el incremento del clientelismo político - ¡Qué mierda! -comentó Enrique - Así es. Luego vino el boom de los 70 tras la Guerra del Yom Kipur, la de Moshé Dayán ¿Recuerdas?

- No - Eres muy joven ¿Cuándo naciste? ¿En qué año?

- En 1978 - ¡Claro!, eso fue en 1973 Ya desde 1960 Venezuela dependía casi totalmente del petróleo. Después de la creación de la OPEP en los 60, se constituyó la Corporación Venezolana del Petróleo -luego PDVSA- y empezó el frenesí; luego la guerra de 1973 produjo el embargo petrolero de los árabes y los precios internacionales se quintuplicaron en una noche. Nunca se había dado el caso de que un Gobierno no sepa qué hacer con tanto dinero, a pesar de lo cual Carlos Andrés Pérez, según leí por allí, triplicó la deuda externa - ¿Qué hicieron? ¿Cómo se gastaron todo?

Esa era la época de la “Venezuela saudita”. Mandaban a ver hielo a Escocia para beber el güisqui y en las tiendas de Miami los conocían como los “tabarato” y los “damedós”. Cuando los veían entrar en alegre tropel a los moles decían “allí vienen los tabarato”, “por aquí pasaron los damedós”. Y mientras el pueblo recibía también sus migajas cayó la producción agrícola y de todo tipo hasta el punto de que llegaron a importar más del 85% de lo que comían. En otras palabras, desde hace 60 ó 70 años, cada venezolano, rico o pobre, mamó prendido de una teta de PDVSA - Luego vino Chávez…

- No. Luego vino el narcotráfico colombiano, después Chávez Cuando era Subteniente en 1975 estuvo destacado hasta 1977 en Barinas; y desde 1977 hasta 1978 en el vecino Apure un poco más al sur, un estado fronterizo con el departamento colombiano de Vichada en la remota orinoquía colombiana, asiento y refugio de las FARC y del narcotráfico

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Es imposible que no haya tenido contactos con los cárteles y con las FARC en esa zona durante esos años y han aseverado que financiaron su campaña política - ¿Has escuchado del Cártel de Los Soles?

- No ¿Qué es?

Son unas linduras del Ejército Bolivariano cuya figura más conocida por 2014 fue “El Pavo” Carrillo. Fue Jefe de la Policía Militar desde 2000, durante la primera presidencia de Chávez, y Director de la DGPM desde 2004 durante la segunda.

Según la prensa mundial, Carrillo y “Los Soles” han facilitado el trasiego de droga hacia EE.UU y Europa, han acogido a los capos, especialmente unos del Cártel del Norte del Valle, en territorio venezolano y han lavado montañas de dinero utilizando las cuentas de PDVSA. Desde 2008 el Departamento del Tesoro de EE.UU puso a Carrillo en la temida “Lista Clinton” de narcotraficantes requeridos por la Justicia de ese país.

Después de un par de años incluyó al ex Ministro de Defensa Gualberto Criollo y después al General Aníbal Patriano y a Ramón Montaño, todos gente de confianza de Chávez y altos funcionarios de su Gobierno. Criollo -creo que también “El Pavo” Carrillo- acompañó a Chávez en el primer intento de golpe contra la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez en 1992. Ya en el Poder, Chávez promovió a Carrillo a General de Brigada y lo puso a cargo de la estratégica Inteligencia Militar.

Posteriormente lo ascendió meteóricamente hasta Comandante de las FF.AA y Ministro de la Defensa - Criollo, por su parte, -añadió Ariel- estuvo implicado en el “escándalo de la valija” ¿Recuerdas? cuando agarraron a uno en Buenos Aires con 800.000 dólares enviados por Chávez a Néstor Kirchner y su esposa, la actual Presidenta de Argentina…

Después, cuando EE.UU metió a Patriano en la “Lista Clinton” por acusaciones relacionada con las FARC y el narcotráfico, Chávez puso el grito en el cielo dijo que era una maniobra estadounidense ¡para invadir Venezuela!

- ¡Qué idiotez! Imagino que le creyeron… ¿Qué pasa en PDVSA? - Es la vaca lechera de todos los venezolanos y el mayor centro de corrupción el chavismo y de todos los gobiernos anteriores desde su creación a fines de los 70 respondió mi amigo.

Carlos Andrés Pérez la fundó con el propósito de explotar, refinar y vender el petróleo; fue fuente inagotable de divisas y dueña de las reservas probadas más grandes del mundo. En el primer decenio de este siglo, según las evidencias argüidas por la prensa internacional, fue lavandería de miles de millones de dólares

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de inconfesable origen. PDVSA era una colosal mina de oro; fue propietaria del 100% de las acciones de Citgo, empresa que refina petróleo y comercializa derivados en los EE.UU y también dueña del 50% de otras dos similares en Alemania y Suecia En 2014, sin embargo, parece mentira, fue tal el despilfarro que ya no alcanzaba todo el dinero recaudado, ¡por lo que comenzaron a negociar la venta de Citgo! ¡Increíble!

- ¿Fue motivado por la escasez de 2014?

Así fue. Quizá también tratando de evitar su embargo por las deudas. En 2013 y 2014 faltaba de todo. Producto del desbarajuste provocado por los venezolanos, no sólo por el Gobierno de El Sustituto Entonces, quienes pudieron dejaron las tetas de PDVSA y se le prendieron de la yugular. En los “moles” de Caracas, por ejemplo, se veía a cada rato nutridos grupos de desarrapados esperando ser contactados por los empresarios de las agencias de viajes, quienes les mandaban al exterior a pasar un fin de semana con unos 3.000 dólares comprados a 6 Bolívares, que era el cambio oficial. Gastaban unos 500 a 700 dólares, se divertían de lo lindo y regresaban con el vuelto, que los avispados promotores vendían a 80 y 150 Bolívares. El resultado era que convertían 18.000 Bolívares en quizá 200.000, por cada becario y por cada viaje.

Otros agarraban dólares regulados exhibiendo falsos manifiestos de importación y los negociaban a precios más de 10 veces mayores; o simplemente vendían lo importado a precios de dólar libre ¡Gran negocio!

- ¿Entonces fue cuando El Sustituto mandó a saquear los almacenes?

- ¡Exacto!

Claro que todo eso fue causado por el control de las divisas por parte del gobierno, pero eso es algo natural allá ¿Qué podemos esperar que ocurra en un país cuya única fuente de dólares es una compañía estatal? Otro problema grave fue el contrabando hacia Colombia de los combustibles de origen venezolano. Decían que el contrabando de gasolina era durante esos años un negocio más productivo que el mismo tráfico de estupefacientes - ¿Por qué les dicen Los Soles?

Primero decían “Cártel de El Sol” por el emblema único que distingue a los Generales de Brigada del Ejército Venezolano; sin embargo, cuando los ascendieron a Generales de División portaban dos soles en sus uniformes. De allí vino el nombre en plural. Fue una denominación que señalaba a una organización conformada por Generales del Ejército y de la Policía venezolanos

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- ¿Hubo más evidencias contra los “Los Soles”?

- Muchas, reunida por la DEA norteamericana, sobre todo en los años más recientes -intervino Ariel Sus conexiones con las FARC quedaron en evidencia con la captura de los discos duros de “Mono Jojoy” donde se apreciaron los negocios de armamento de “El Pavo” con Briceño, Raúl Reyes, Tirofijo, Timoleón Jiménez y hasta con dos de los personajes que negociaron “la Paz” en la Habana en 2014-2015, Iván Márquez y Rodrigo Granda “El Canciller” - ¿Y de las relaciones con los narcos colombianos?

También hubo. Fueron sorprendidos por la DEA muchos militares activos, en labores de contrabando de drogas a veces haciendo uso de vehículos oficiales.

Recuerdo que después de la crisis provocada por la inexplicable fuga en 2005 de un testigo clave llamado “El Boyaco”, Chávez expulsó a la DEA del territorio venezolano acusándola de “apoyar el narcotráfico” y “hacer inteligencia en contra del Gobierno”.

La verdad es que la DEA era una dolor en el trasero para el Gobierno de Chávez. Interceptaron barcos, aviones, avionetas, todo tipo de transportes con ingentes cargas de droga y facilitaron algunas capturas en Europa y otras partes del mundo. En una ocasión, todavía en vida de Chávez, fue descubierto un enorme cargamento en un avión de uso oficial. No supieron cómo explicar eso. Pero lo peor para Los Soles fue cuando habló Wallid Makled, por 2010 - ¿Quién es? ¿Es ese su nombre?

Sí. Wallid Makled García. Un acaudalado empresario venezolano de origen sirio, el cual escapó de una redada donde cayeron sus hermanos con 400 kg de cocaína y fue capturado en 2010 en Colombia, siendo extraditado después de casi un año a Venezuela.

La “Familia Makled” fue un poderoso grupo empresarial dueño de grandes compañías de transporte aéreo y terrestre; Wallid, por su parte, obtuvo “con sobornos” -según él mismo dijo- la concesión del puerto de Puerto Cabello, en el Estado de Carabobo al este del Golfo de Venezuela. Algo motivó a este raro personaje, el cual era uno de los narcos más buscados del mundo, a declarar en plena Cadena Univisión que amasó su fortuna de 1.200 millones de dólares mediante negocios facilitados por el Cártel de Los Soles- “Si yo soy narcotraficante, entonces todo el gobierno de Venezuela es narcotraficante” -dijo - ¿Dónde está ahora?

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Refundido en Venezuela, quizá vivo. Juan Manuel Santos lo entregó a Chávez en 2011. También era requerido por la justicia norteamericana, pero el Presidente colombiano argumentó que Caracas había realizado primero la solicitud - ¿Y Carrillo?

El escándalo de 2014, cuando “El Pavo” Carrillo estuvo detenido en Aruba, mostró la desesperación de El Sustituto para evitar de caiga en manos de la DEA. Amenazaron a la pequeña isla con todo hasta que consiguieron que el Gobierno holandés lo devuelva antes de que el Departamento de Estado le ponga las manos encima.

*** El Sustituto que dejo Raúl Castro a cargo de Venezuela tras la muerte de Chávez, durante la visita del crucero lanzamisiles Moskva, el orgullo de la flota rusa en el Mar Negro, confirmó en una de sus malhumoradas diatribas sus deseos de aumentar la cooperación técnico-militar con Rusia.

Esta “cooperación” era en también un negocio personal y parte principal del despojo descomunal impuesto a ese abatido país, el cual había sido obligado a adquirir a cambio de varias decenas de miles de millones de dólares, montañas de armas pesadas entre las cuales hubo varios aviones cazabombarderos Sukhoi Su-30 construidos para “combate de superioridad” en misiones de largo alcance; algunos tanques T-90 de combate con 46.5 toneladas de peso y casi 10 metros de longitud, los más modernos en servicio en los ejércitos de la Federación Rusa; muchos tanques T-72M, unos monstruos ruso-checos dotados de telémetros láser TPDK-1 para medir distancias; veloces tanques S-25 con grandes ruedas de goma para transporte rápido de tropas; un sinnúmero de vehículos blindados VMP fuertemente armados capaces de transportar ágilmente una escuadra de soldados al campo de batalla; hordas de transportadores de tropas BTR, con 14 toneladas de peso y dotados de motores V-8 turboalimentados; grandes cantidades de sistemas de misiles TOR M-1 “todo tiempo” diseñados para atacar aviones, helicópteros, misiles crucero, municiones guiadas, vehículos aéreos no tripulados y blancos balísticos de corto alcance; algunos lanzamisiles S-125 Pechora tierra-aire con alcance efectivo hasta 10.000 metros para la defensa antiaérea; varios lanzamisiles S-300, considerados por Rusia como los sistemas de defensa más modernos y autónomos disponibles en el mundo; muchísimos lanzamisiles Igla tierra-aire portátiles guiados por infrarrojos; manuables lanzacohetes múltiples BM-21 y BM30, de los cuales Rusia posee 5.000 unidades, Ecuador 12 y la pobre Cuba 100; algunos cañones Msta-S de 55 mm; varios helicópteros de ataque artillados MI-35

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de gran tamaño apodado “tanque volador” de los cuales Brasil posee 12 y Cuba 15; una cantidad desconocida de submarinos de clase Amur de quinta generación, mucho más silenciosos, con novedosos sistemas de combate y tripulados por 18 a 21 personas, con 2.700 toneladas, 72 m. de eslora y un costo, dependiendo del modelo y de las extras, de unos 100 millones de dólares; y, finalmente, más de 100.000 fusiles Klashnikov AK-46, los más usados en los conflictos a lo largo y ancho del planeta durante los últimos 40 años - Toda “la plata” de Venezuela está en realidad en Rusia… ¿Para qué tanto armamento? Obviamente que no fue para combatir la delincuencia; ni siquiera para arrasar -como hicieron- a la oposición. Esas armas fueron para reforzar la presión de las renovadas FARC-EP contra el Gobierno y el Ejército colombianos, otrora el más poderoso de Suramérica. Fueron, a fin de cuentas, para liquidar, con el apoyo de sus aliados internos al Ejército Colombiano, el único obstáculo para su proyecto de la “Avanzada Revolucionaria Continental”

*** El interés de Putin era diferente. Simplemente se había reeditado la vieja rivalidad ideológica sostenida antes y durante la Primera Guerra Fría con la élite gobernante china. Sólo que esta vez la Segunda Guerra Fría no fue “ideológica” ni se desarrolló sobre los siete mares del orbe, sino en Suramérica. De hecho, mientras los imperialistas rusos, los gerontócratas cubanos y los zafiócratas venezolanos manejaban a tres manos el Caribe simulando interesarse en combatir el “narcotráfico”, los chinos entraban a saco por todo el continente. En pocas palabras, mientras los rusos se pavoneaban como idiotas en el Caribe, los chinos se desbocaban en tierra firme, en un subcontinente que tenía más del 25% de la tierra cultivable, cerca del 10% de las reservas de petróleo y más del 40% de los yacimientos de cobre y plata en el mundo, un apetitoso recurso torpemente explotado por castas políticas venales, núcleos económicos codiciosos y corruptos y camarillas revolucionarias analfabetas - En cambio, el pobre Mr. President, parecía cucaracha en baile de gallinas, contando los días para que termine su trágico mandato Después de este comentario prosiguió la tranquila velada de fin de año. Eran los días en que ocurrían los hechos que cambiarían las vidas de todos. Más tarde llegó Miguel Ángel…

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(30) “Avanzada Revolucionaria Continental” La concepción insaciable y de dimensiones planetarias de Fidel Castro es un clásico ejemplo del modo como piensan los hombres como él, del modo como lo hicieron siempre a lo largo de la Historia. Jamás le bastó su triunfo en Cuba y desde el primer día de su prolongado reinado se sintió constreñido en los límites geográficos de la isla. Necesitaba exportar su revolución, como haría más tarde en Nicaragua. Así, en 1967 el Comandante dijo ante todos nosotros, en su discurso en OLAS -Este continente trae en su vientre una revolución; tardará más o menos en nacer, tendrá un parto más o menos difícil, pero inevitable. Nosotros no tenemos la menor duda…

El fracaso del proyecto de OLAS de ese año (un sueño enardecido e Fidel detenido por la realidad de entonces, por los convenios bajo la mesa de soviéticos con los norteamericanos y por la trágica muerte de El Ché Guevara en Bolivia) no detuvo sus aspiraciones continentales de ser el único e indicutibe partero de la revolución ante la Historia. En vez de aplacarse, el año siguiente, 1968, fue el de la “ofensiva revolucionaria” que llevo a la “sovietización” total de la isla, con un solo Partido, el Comunista, con la Asamblea Nacional del Poder Popular como versión caribeña de “los soviets” y con el Primer Ministro; es decir, Fidel Alejandro Castro Ruz, como exégesis local del “Premier” soviético.

Así había sido y así había funcionado. Así funcionó para nosotros los cubanos.

Después, Fidel y “la revolución” sobrevivieron negociando con todo: trasiego de droga colombiana y armas soviéticas, robo de marfil y diamantes africanos, ventas al mejor postor de movimientos armados y aupados por el Departamento América, etc. Así se finanició mal o bien la Revolución después del retiro de los soviéticos, hasta que Fidel logró vender a Chávez, y luego Raúl a la cúpula gobernante que dejó aquel, su know-how, sus derechos de autor acerca de cómo hacer para quedarse indefinidamente en el Poder.

Si nos ponemos a analizar, ese know-how no era poca cosa. Fidel Castro ha sido en Suramérica, en especial en Venezuela, una especie de Papa del Marxismo, una figura comparable a la de los Jefes de la Iglesia Cristiana bajo cuya autoridad moral y doctrinaria los reyes europeos buscaban ampararse para consolidar sus estatus. Fidel se ganó eso a pulso y no estuvo dispuesto a regalárselo a nadie, de

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modo que Chávez, después de adoptar el discurso “revolucionario” y apoyarse en eso, debió sentirse amenazado por la posibilidad de ser desautorizado por el Sumo Pontífice, por el Vicario de la Revolución a través de cuyas palabas hablaban todos los héroes y santos que ofrendaron sus vidas por la “Patria Grande”.

Posteriormente el control de Cuba sobre Venezuela fue ejercido de modo más directo por el MININT y la policía política cubanos, quienes movilizaron las hordas de motorizados que costituyeron la esencia de la represión sobre los venezolanos e implementaron la versión llanera de los CDR - ¿Cómo prescindir de ellos, Ariel? ¡Imposible!

Poco después de que supe de los planes del Estado Mayor Venecubano los comenté con mis amigos, ese fin de año en casa de Bella Paz - Escuchen, Ariel y Miguel Ángel… -les dije, aprovechando que La Bella se había ausentado brevemente con Enrique- Yo no he desocupado completamente mi escritorio en La Habana. Tengo 25 años huyendo de Fidel y de Raúl, pero no rompí mis vínculos con los muchachos del Servicio Secreto. Ellos me han enterado de cosas que ustedes deben saber…

- Tienen planes… para Ecuador, principalmente para la costa, donde hay tanta producción y riqueza. No sé si se han enterado bien de los afanes que siempre tuvo Fidel por América Latina -¿Ya leíste, Ariel, aquel libro de Enrique Ros llamado Castro y Las Guerrillas en Latinoamérica?- Pues bien, esos afanes no se han sosegado, a pesar de su edad si es que aún vive. Y si no está vivo, persiten en la mente de Raúl y otros jerarcas de la cúpula venecubana Eran los viejos proyectos de Fidel para erigirse en el “partero” de aquello que llamó “revolución continental”, a los cuales jamás renunció a pesar de que se estrellaron una y otra vez contra la realidad militar y política de América Latina.

Proyectos que habian sido retomados con circunstancias que eran extremadamente favorables para ellos…

- ¿Ellos? ¿Quiénes? -Preguntó Ariel cuado se lo menconé, mientras Miguel Ángel escuchaba, calmado y con su estilo sosegado que hacía pensar que estaba perfectamente enterado ya de todo - ¿Quiénes? Pues la burocracia, el Estado Mayor Venecubano, sobre todo la élite criminal venezolana, la cúpula de “Los Soles” con “El Pavo” Carrillo a la cabeza, la cual se ha apoderado -junto con sus colegas de lo que queda del MINFAR cubano- de “la conducción del proceso bolivariano”.

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Ellos tenían todo el armamento del mundo y se iban a apoyar en la armada que mentenía Putin en el Caribe y en las FARC fortalecidas tras “La Paz Mortal” con Juan Manuel Santos. Iban a acabar con el Ejército Colombiano. Nadie ni nada los detendría después…

- Fusilarán a El Sustituto si lo creen necesario, acabarán con la débil “oposición” interna e iniciarán la “Avanzada Revolucionaria Continental”, comenzando con ustedes, Ecuador. Les sobrarán armas y motivos, esgrimirán consignas revolucionarias y no dudo que tendrán inicialmente apoyo local que les facilitará la tarea - ¿Cuál tarea? -interrumpió Ariel- ¿Cuál? Muy simple, coseguir dinero como sea: extorsión, saqueo, narcotráfico, narcoproducción, lo que hiceron durante sesenta años en Colombia…

- Viene Bella Paz, luego continuaremos… -indicó Ariel; y mientras mi recordado amigo abría la puerta a La Bella quien se había ausentado a comprar algo para el desayuno acompañada con Enrique, pude ver en el rostro resuelto de Miguel Ángel que ya había decidido lo que iba a hacer. Igual que yo.

Mi plan era simple: Advertir a Ariel, encomendar a José Luís que avise a don Amílcar y que les facilite la vía de escape, antes de que sea demasiado tarde. Yo no podía hacer nada de eso porque sospechaba que después de que esto se convierta en territorio venecubano mi cabeza otra vez tendría precio. Además, Anti me conocía muy bien desde 1974 cuando fui su Profesor de marxismo en La Habana.

Yo también zafaba, de regreso a Chile, donde llegué ese mismo enero de 2017, hace tres años, por segunda vez huyendo de los mismos personajes.

*** Cuando concluímos la charla y entró Bella Paz percibí una mirada enérgica que cruzó con su hijo, una mirada de quien ya sabía todo... En un momento que se ausentó Ariel, me dijo - Leonardo: Miguel Ángel, los muchachos y yo deseamos hablar con usted. Venga mañana a mediodía con José Luís Vásconez. El ya aceptó. Los esperaremos Ariel y yo ¿Cómo supo ella de José Luís? ¿La tenía informada Ariel? ¿Conocía de la amenaza? ¿Quiénes eran “los muchachos”? Por alguna razón el tono de su voz y su aplomo me hicieron recordar el talante impasible de Tony De la Guardia, que

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provocó mi respeto durante la reunión del MINFAR ante el Fiscal Colomé y el Ministro Pepe Abrantes, previa al dictámen que lo llevó a la muerte.

El 2 de enero se celebró la reunión, a la 11 de la mañana. Participaban, además de Ariel y La Bella, Miguel Ángel, José Luís y yo, tres hombres con aspecto inconfundiblemente manabita. Uno se presentó como Gerardo. Hablaba con dificultad debido a un severo trauma cerebral que había sufrido recientemente “en un accidente con la moto”. Era un muchacho blanco, inmenso y sólido a quien Ariel abrazó al despedirlos. Si bien como dije, hablaba con dificultad, sus palabras eran claras, simples, lúcidas y lacónicas. Había sido policía en la provincia de Santa Elena, unos 200 km al occidente de Guayaquil y hace uno dos años había sido dado de baja y apresado en La Roca por motivos que no aclaró, de donde fugó y lavó su nombre, endeudándose para untar las manos de los jueces con 6.000 dólares que pidió prestados y que pronto canceló.

Otro de los jóvenes era igual de corpulento y un poco más grueso, a quien llamaban Macondo. Era un amable muchacho, padre de tres niños pequeños -igual que Gerardo- inteligente y muy cuidadoso, quien en un momento criticó afablemente a Miguel Ángel por su temeridad y el poco esmero como cuidaba su vida - Andas de amigo con los policías del pueblo, Miguel -le dijo-; no confíes en ellos, son viles por naturaleza, sólo conocen la traición… Pregúntale a Gerardo - Así es -añadió el otro- Los conozco bien El tercer extraño era un montubio “chono” de raza manabita, rubicundo y flaco de unos 40 años, procedente de El Empalme. Probablemente participaba en delegación del Abogado Rumbea Matelli, un conocido líder campesino de la nación montubia, viejo amigo de Ariel y de Vásconez. El chono era alto, lampiño y curtido, llevaba puesta una guayabera blanca muy limpia con mangas largas y puños almidonados y jamás abrió la boca ni se despojó del sombrero. No vimos siquiera una vez parpadear a sus ojos claros y vidriosos. Solamente saludó, con respeto, a Bella Paz tocando la ancha ala de su sombrero mientras pronunciaba con su áspera voz de tonos altos la palabra- Tigra…

- Pase, don Camacho, siéntese -dijo ella a modo de saludo y dirigiéndose a mí, dijo - Leonardo, sabemos perfectamente cuales fueron sus intenciones al venir este fin de año a Buena Esperanza y a mi casa; y se lo agradezco. Se lo agradecemos.

Quiero que nos cuente que sabe usted, qué está pasanso y qué ocurrirá. Yo se quién es usted, sé que huye hace 25 años de la dictadura que hay en su país y también sé que no es lo que aparenta. Sé que usted mantiene vínculos con la Inteligencia Cubana y sabe pefectamente los planes actuales del Gobierno de

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Venecuba, ese monstruo creado por los mayores delincuentes y narcotraficantes de la región…

- Mire, Leonardo, estos muchachos, los hombres de la organización de don Camacho -lo miró afectuosamente con sus pequeños ojos duros- mi hijo y yo no tememos a Dios ni al Diablo; y mi marido el Doctor Ariel, quien también es su amigo, yo sé cuanto usted lo aprecia, siente igual. Sin embargo, nosotros necesitamos saber todo ¿Entiende usted?

- Por supuesto - respondí- conozco todo, se lo dije a Ariel y se lo repetiré…

Bella Paz me recordó también, en ese instante, a Haydeé Santamaría y otras destacadas mujeres cubanas, quienes antes de amarrarse con el régimen de Castro tenían ese liderazgo natural implícito en su actitud más ese humor ambiguo, ese talante duplicado, en fin… esa doble personalidad de amantes y guerreras - Es cierto -continué- Huyo hace un cuarto de siglo de Fidel y Raúl, pero como dije hace poco, no he desocupado del todo mi escritorio en el MININT de La Habana.

Conservo amigos, recibo información y estoy enterado de los planes que ellos llaman la “Avanzada Revolucionaria Continental”, que no es más que una reedición a escala continental de la “Ofensiva Revolucionaria” que implementó Fidel el año 1968. Lo ha dicho Ariel: las viejas ideologías no mueren; más bien renacen periódicamente con más fuerza “como la Hidra de Lerna”… en este caso La Hidra del Caribe, pero eso no viene al caso discutir ahora…

Les expliqué con más detalle todo lo que sabía, desde el carácter insistente y la índole fantasiosa y maníaca de los burócratas militares cubanos hasta los alcances inconcebibles de la mente de Fidel, si es que aún vivía. Les expliqué como había sido de fácil para la cúpula militar cubana incendiar latinoamérica durante 50 años en condiciones menos ventajosas que las que se les presentaban ahora que ya son al fin dueños de la riqueza venezolana, que están apoyados por la Armada de Putin y, en fin, ahora que el “Imperio Norteamericano”, decadente y en franca retirada del escenario latinoamericano, ya no les representaba mayor contención.

Les dije que me atrevía a pensar que el escenario latinoamericano post “Acuerdos de Paz”, particularmente en la región del Caribe, Venezuela, Colombia y Ecuador, sería de una gran violencia. Ariel lo sabía, parte de lo que sostenía venía de conversaciones que había tenido con él; al punto de que podía sostener que después de unos años cambiaría hasta el mapa político de la región…

Les recordé que todas las veces que Colombia buscó la paz terminó envuelta en la guerra y que la ocasión actual prometía más violencia y devastación debido a que las FARC se habían fortalecido demasiado durante el repliegue -como nunca antes lo habían hecho- debido al flujo de armamanto y dinero proveniente de

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Venezuela. Ariel callaba mirándome y me hizo sentir como como un alumno que rinde una prueba…

Cuando terminé de hablar, después de que se despidió el hombre de El Empalme, mientras Miguel Ángel miraba a traves de la ventana y Ariel contemplaba el vuelo de un solitario zunzún en el jardín junto abierto portón que iluminaba el comedor, “los muchachos” de La Bella develaron su índole y los alcances de su organización… Finalmente, La Bella me dijo que Ariel tenía períodos breves de “ausencias” desde hace unas pocas semanas, pero que era un hombre culto y valiente y que confiaba completamente en su dirección. Luego conversé con él y con José Luís…

- ¿Has leído a Orwell, George Orwell, el inglés? ¿No? -me preguntó sin dirigirse a José Luís- Fue un escritor del grupo de artistas que anduvieron por París en los años bohemios de juventud de Hemingway, de Henry Miller y de todos esos que dieron brillo a la cultura del primer tercio del siglo XX. ¿Leíste la “Fiesta móvil” de Hemingway sobre esos años? ¿No? Bueno... Orwell, en un fin de año igual al reciente pero hace ochenta, decidió “ir a España a matar fascistas” cuando se iniciaba la Guerra Civil. Se alistó en una brigada trostskista y conoció las dos caras del comunismo: una poética de los milicianos y otra falaz de la dirigencia soviética, preñada de metiras y de una cínica manipulación informativa. Estuvo a punto de ser fusilado, no por los nacionalistas de Franco sino por los soviéticos y su visión posterior, fuertemente antiestalinista, fue plasmada en dos obras enormemente exitosas: “Animal Farm” (Rebelión en la granja) y otra titulada “1984”. La primera es una alegoría de la corrupción de los ideales estalinistas y la segunda, “1984”, escrita en 1949, fue una visión profética sobre una sociedad totalitarista situada supuestamente en un futuro lejano a Orwell, justo en 1984, ya más de tres decenios atrás de nosotros. De allí nació el término “orwelliano” para referirse al escenario planteado por los gobiernos totalitarios, cuyas omnipotencia y perennización se basan en el uso insistente de todos los medios propagandísticos a mano, justo lo que esta ocurriendo ahora en Latinoamérica.

Un ejemplo de ello es Nicaragua, donde Danilo Saavedra se mantiene “mutado” en el Poder con todos los recursos publicitarios posibles, religiosos y de todo tipo, rezando en público con evangelistas charlatanes, regalando a la derecha de su país truculentas leyes antiaborto, coqueteando con los Castro, cediendo soberanía a Putin, usando la hechicería y la superstición en apoyo de lo que llaman “La Revolución del Amor”… etcétera y veinte etcéteras más …

- La “Hidra del Caribe”, como la nombraste acertadamente, Leonardo, ha sufrido mutaciones que la han fortalecido. Del monstruo han brotado tres nuevas cabezas que escupen un nutrido fuego publicitario: la primera canta sobre “La Paz”, un viejo instrumento que ha servido para desarmar a las democracias, para luego

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hacerles la guerra. Lo estamos viendo en Colombia. La segunda vocifera sobre la “Justica Social” que ciertamente ha declinado de manera notable allí donde la “riqueza” solamente es accesible a las nuevas oligarquías conformadas por los individuos cercanos al Poder mientras los demás hacen colas en las tiendas vacías. La tercera cabeza es más poderosa y entona sin desmayar alabanzas al asistencialismo cristiano abonado por la “Teología de la liberación” y exhibido en el Foro de São Paulo de manera exhuberante por Frei Betto, antes de renegar del “electoralismo”…

Añadí que ese descarado “clientelismo” de la Hidra sólo ha prosperado, por alguna razón, en los países ampliamente católicos, provocando a un comentario impertinente de José Luís, que Ariel no contestó - Es lógico. Si no fuera así sería la “Ateo-logía de la liberación” ¿No crees Ariel?

En ese momento regresó La Bella incorporándose a la conversación, tras despedir a Gerardo y los otros dos. Dirigiéndose a José Luís, dijo - José Luís, cuando llegue el momento ¿Estará lista la ruta de salida?

- Si… “Tigra” -contestó, mientras Ariel lo miró extrañado por el apodo usado por Tresojos para contestar a su mujer- Todo está listo y pronto hablaré con don Amílcar…

- Miguel Ángel no está “tan solo” -comentó Ariel al despedirnos- como me dijo aquella vez, cuando me relató que mataron a Farías, a Pollomareado, Pepelucho, a Amiguito... Tiene toda una organización. Ahora veremos cuánto puede hacer con su gente. Supongo que será una guerrilla de atentados selectivos. Es lo que saben hacer… ¡Ah! Y trata de manejar bien, mientras puedas, al jodido de Tresojos… Ahora tenemos que despedirnos, para siempre ¡Buen viaje! Y suerte… hermano.

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(IX) EL BESO DEL DIABLO

(31) La rutina del furor - ¡Ganamos! -exclamó, sin perder su talante calmado, Juan Manuel Santos, el Economista reelegido en junio de 2014 para un trágico período que no alcanzó a terminar - ¡Ganamos! -repitió el coro de cercanos, incluyendo Martín y Esteban, los hijos varones de Juan Manuel. En ese momento Santos ya tenía avanzado desde su primera presidencia el proceso que devino en los llamados “Diálogos de Paz”, los cuales venían a ser ya el tercero… séptimo- ¡Quién sabe! -intento pacificador de la historia del conflicto.

Todo el mundo ha deseado siempre la paz, epecialmente los colombianos, aunque pocos de ellos creían que era posible después de tantos fracasos anteriores.

Todos recordaban que cada vez que hubo un intento de paz se había reactivado la violencia del mismo modo como cada vez que la nación había elegido un nuevo Presidente, los violentos habían “despedido” al que salía. Era la repetición inclemente de las “despedidas” salvajes y de las “paces” mortales.

La rutina del furor fue siempre implacable. En 1981, poco antes del trágico fallecimiento del Presidente ecuatoriano Jaime Roldós, la Ley de Amnistía ofrecida por Julio César Turbay y continuada por Belisario Betancur provocó la mayor virulencia del M-19 y de las FARC vista hasta entonces, incluyendo el recordado bombardeo con morteros de la Casa de Nariño. Luego cuando Turbay insistió y creó una Comisión Nacional de Paz, pocos días después los del M-19 secuestraron un avión en Medellín, lo cargaron con armas y lo hicieron acuatizar en las selvas del sur. Después, en 1982 cuando la Comisión propuso y el Gobierno implementó la recordada Ley 474 de Amnistía, continuó el furor de la guerrilla provocando la renuncia masiva de los Comisionados y el desmantelamiento del proyecto.

Salió Turbay y entró Belisaro Betancur en 1982, pero el anhelo de la paz seguía íntegro en los corazones de la gente, tanto que el lema de la “Paz Nacional” de Betancur se impuso al de la “Paz Liberal” de Alfonso López Michelsen, quien buscaba nuevamente la Presidencia ¿Cómo podríamos criticarlos?

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Betancur no obtuvo “Paz” alguna. Tampoco los colombianos. El Gobierno hizo otro intento e impulsó los “Acuerdos de Corinto” en 1984, comprometiéndose a un cese bilateral del fuego con la cúpula del M-19 y con el EPL maoísta. Sin embargo, esta vez fueron sectores del Ejército opuestos a la tregua, quienes atacaron varios campamentos del M-19 y emboscaron a dos comandantes, uno de ellos apellido Pizarro, precisamente mientras se dirigían a reunirse con la Comisión. Así, a comienzos de 1985 recrudeció la violencia a tal punto que en noviembre de ese mismo año desdichado ocurrió la cruenta toma del Palacio de Justicia en Bogotá por un comando del M-19.

A partir de ese momento la guerra se generalizó en todo el país contra los distintos grupos subversivos, excepto las FARC que estaban dedicadas a crecer como los Alien de las películas, en el vientre de la selva. En esos meses el M-19 atentó contra el Ministro de Gobierno y un grupo escindido de las FARC asesinó en el Cauca a 168 de sus propios hombres, acusándolos de colaborar con las Fuerzas Armadas. Antes de que termine el año, el Ejército golpeó al Frente 5 de las FARC en Urabá y mato a 22 de sus integrantes en una emboscada, pese a que había una tregua pactada. La situación empeoró durante todo el Gobierno de Turbay y en esos años irrumpió violentamente el escenario nacional el “narcoterrorismo”, después del asesinato de Lara Bonilla y de la firma del temido Tratado de extradición.

Empero los colombianos seguían creyendo en La Paz, poniendo una vez más sus esperanzas en Virgilio Barco, el nuevo valedor - ¡Pobres! ¡Una vez más! ¿Cómo culparlos?

Betancur fue “despedido” siguiendo la tradición violenta de la guerrilla y fue electo en 1986 Virgilio Barco Vargas, un ingeniero liberal de 65 años de edad, quien reinició otra vez- ¿La cuarta… quinta vez? -las “Conversaciones de Paz”. Desde ese año hasta el 2000 la violencia fue creciente por parte de los subversivos, de los narcos y -por añadidura- de las Autodefensas de Pablo Escobar Gaviria y de Gonzalo Rodríguez Gacha. Así fue como Barco tuvo que afrontar los numerosos atentados guerrilleros y el brutal terrorismo vinculado con el narcotráfico. Con todo, las negociaciones por la paz fueron algo exitosas al final de su mandato, al lograr al menos la desmovilización de la guerrilla del M-19 -Jaime Bateman ya había muerto siete años antes- y del Ejército Popular de Liberación (EPL) el grupo marxista-leninista-trotskista-enveroxista-guevarista, cuyos líderes máximos, los hemanos Óscar William Calvo y Jairo Calvo -su último comandante- también habían desaparecido - Muerto el perro se acaba la rabia -debió pensar entonces Alvaro Uribe, el futuro Presidente colombiano partidario de la endlösung para la guerrilla.

En 1990 llegó el gobierno de César Gaviria, quien una vez posesionado dejó

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entrever que el elevado costo económico y humano de la guerra ameritaba la búsqueda de una salida alterna en la que el fortalecimiento de la justicia sería un elemento clave. Sin embargo la FARC estaban ya bajo el mando de “Manuel Marulanda” tras la muerte de Luís Alberto Morantes Jaimes, “Jacobo Arenas”, su ideólogo fundador, quien sufrió un infarto precisamente mientras arengaba a los guerrilleros insistiendo en otro diálogo de paz con el recién electo Presidente Por esos años, mientras Fidel y Raúl Castro veían aparecer los grabados “8A” en las paredes de La Habana, Leonardo Valdés dejaba atrás los graffitis escapando de la isla hacia Bulgaria y Elisabeth Gijón retornaba a Buena Esperanza, abandonando a Julián para ser nuevamente “La Bella”, simultáneamente la guerra de las FARC contra el Estado colombiano ascendía al clímax mientras se impulsaban dos nuevos fracasos en Caracas y Tlaxcala.

El escalamiento progresivo del conflicto, terminó por abrir de nuevo la posibilidad de dialogar con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, primero en Caracas en 1991 y luego en Tlaxcala, México, en 1992. Ambos bandos intentaron infructuosamente llegar a un acuerdo, pero el irrespeto a las exigencias mutuas, las violaciones al cese de hostilidades por parte de las guerrillas y la renuencia del gobierno a discutir la agenda en el orden que pedían los insurgentes, condujeron, una vez más, las deliberaciones a un punto muerto, reiniciándose el conflicto por enésima vez, más encarnizado.

El gobierno de Barco dio cabida en la sociedad civil a la guerrilla del M-19 y dejó avanzadas las negociaciones con los tres grupos armados menores de la Coordinadora Guerrillera: el EPL, el PRT y el Quintín Lame. Después del repliegue de estos grupos logrado por el Gobierno posterior de Gaviria las dos ligas mayores el ELN y las FARC- continuaron las acciones armadas y la reacción del Ejército fue durísima.

El número de homicidios alcanzó en este momento su punto cumbre. De 24.300 asesinatos en 1990 se pasó a 28.300 en 1991, con una tasa de 81 homicidios por cada 100.000 habitantes. En Medellín con 8.954 crímenes se alcanzó el récord de 381 por 100.000 habitantes. Esto condujo al aumento de la capacidad bélica del Ejército. Se importó armamento por casi 500 millones de dólares, se crearon 21 nuevas unidades contraguerrillas y varias Brigadas Móviles integradas por soldados profesionales, cuyo número pasó de 2.000 en 1990 a 15.000 en 1993.

A pesar de los ingentes esfuerzos del gobierno que multiplicó los recursos del sector defensa y reclutó miles de nuevas tropas, el conflicto no se detuvo. La insurgencia contaba con 16.000 hombres y más de 60 millones de dólares al año, producto del secuestro y la extorsión a ganaderos, industriales y contratistas del sector petrolero. Ya las FARC habían crecido demasiado; la magnitud de sus

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ataques demostraban un poderío que lucía imposible someter por la vía armada en los 18 meses anunciados por el Ministro de Defensa. En abril de 1993 las FARC celebraron su octava conferencia - Reajustaremos el plan estratégico -declaró “Manuel Marulanda”, “Tirofijo”- y pasaremos a la guerra de movimientos. Para esto juntaremos los Frentes en cinco Bloques y dos Comandos Conjuntos. El Comando General se encargará de dirigir la ofensiva y redactar las normas de funcionamiento de los Estados Mayores. Los Frentes operarán como Compañías Móviles de combate ¡Basta de andar huyendo en la selva! Usted, Víctor -se dirigió al “Mono Jojoy”- continuará en el Bloque Oriental en Meta, Guaviare, Cundinamarca, Casanare, Arauca, Vichada, Guainía y Vaupés; usted, Luís Edgar -habló a “Raúl Reyes”- tendrá el Bloque Sur, así estará en el Putumayo, cerca de sus amigos de Ecuador; usted “Timochenko”, sí, usted Londoño, guiará el Bloque Norte de Sucre, Magdalena, Atlántico, Guajira y César; “Iván Márquez” tendrá el Nor-occidental, el más potente, en Antioquia, Córdoba, Choco y el eje Cafetero; y el Sur-occidental será de “Alfonso Cano”, en Valle, Cauca y Nariño. Olvidaba el Bloque Central de Tolima, Huila y Quindío ¡Es suyo también, Guillermo!...

La primera consecuencia de la reorganización de las FARC se vio en el “Septiembre Negro” de 1993. Después en 1994 “despidieron a Gaviria”. Pese a la violencia imperante al final de ese Gobierno 504 milicianos se acogieron a la paz en Medellín; les siguieron dos Frentes del ELN, la Corriente de Renovación Socialista y el Frente Manuel Garnica Narváez. A su vez, la fracción del EPL comandada por Francisco Caraballo ("Armando Ramírez", "Pacho", "El Negro" o "Lorenzo"), quien había sido capturado y condenado, se dislocó sin un mando claro y terminó por desbandarse dos años después.

La historia de Caraballo es representativa de los protagonistas de este período. Es un hombre delgado, moreno, con anteojos y aspecto de Profesor rural, excepto por su mirada intensa. Fue negociador en los Diálogos de Tlaxcala, en México, hasta el fin de los mismos provocado por su mismo grupo, el EPL, cuando secuestraron al ex ministro Argelino Durán Quintero, quien sufrió un mortal ataque cardiaco durante su cautiverio, en mayo de 1992. Caraballo supuestamente se había desmovilizado, pero continuó comandando a 300 armados, siendo capturado junto con su esposa en 1994 y condenado a 38 años de cárcel acusado de rebelión, secuestro y terrorismo, y a 29 más por los raptos de Beatriz Elena Turbay y del mayor del Ejército Luís Demetrio Yépez. Logró salir con libertad condicional en 2008 tras haber pagado 14 años, siendo alojado en la "Casa de Paz" de Medellín.

Como vemos, la política de desmovilización resultó pobre en sus resultados.

Al menos 600 antiguos militantes del EPL, 400 de ellos sólo en Urabá, fueron asesinados por las FARC y por sus correligionarios que no se entregaron. Una gran

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parte de los que no perecieron, empujados por la persecución se enrolaron en las Autodefensas y constituyeron -junto al niño Juan David, el infortunado hijo de Blanca Lidia- el núcleo inicial de las AUC. Luego de que las FARC “despidieron a Gaviria” con múltiples ataques al ejército, con la misma música dieron la “bienvenida” a su sucesor, Ernesto Samper Pizano. Por desgracia, este Abogado y Economista bogotano fue acusado de recibir financiación con dinero procedente del narcotráfico, según lo que se pudo escuchar durante el desarrollo del Proceso Judicial 8.000 de 1995.

El Proceso 8000 causó el retiro de la visa norteamericana de Samper en 1995, mientras era Presidente de Colombia. Después, en 2014 el ubicuo político “mutó” convirtiéndose en Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) tras ser electo por el “Consejo de Jefas y Jefes de Estado”, pasando a ocupar su nuevo centro de operaciones, ubicado 14 km al norte de Quito, en el edificio Néstor Kirchner (bautizado así en memoria del esposo fallecido de Cristina, una de las “Jefas”) el cual cuenta con más de 20.000 metros cuadrados de construcción y 14.000 de espacios verdes con espejo de agua y todo. La enorme obra costó “43 millones de dólares” (incuyendo la estatua de Nestor, con brazo abierto, saco abierto y corbata voladora, ignaugurada en 2014 por su emocionada viuda, cuyo costo bordeó el millón) y es parte del compejo “Mitad del Mundo” proyectado durante la delirante bonanza petrolera que terminó abruptamente en 2015.

Este mismo Samper fue quien hizo las declaraciones por cuenta de UNASUR a finales de 2015 que justificaron la acitud del Gobierno de El Sustituto cuando cerró la frontera colombo-venezolana, catástrofe que marcó el inicio de la Segunda Guerra Fría.

Tocó al siguiente Presidente, Andrés Pastrana, electo en 1998, arreglar el caos y mejorar la moral del Ejército tras dos años de contínuas derrotas frente a una insurgencia venida a más en medio del desconcierto del cuatrienio de Samper.

Ademas, desde el norte, a base de masacres colectivas, avanzaban los paramilitares de Castaño durante todos esos años que vieron la expansión de su accionar en el tiempo de la cruenta guerra de Rodríguez Gacha contra los “comunistas”.

En el suroriente de Colombia el Estado sólo controlaba las capitales provinciales; el resto escapaba casi totalmente de su arbitrio. Pastrana comenzó cambiando la cúpula militar para mejorar la moral de la tropa y reestructuró completamente el mando militar. Todo eso, sumado a la restauración de las operaciones de la DEA norteamericana, suspendidas en 1996 cuando el gobierno de Samper fue descertificado, mejoró la confianza de Washington.

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Un mes antes de su posesión, cuando era ya Presidente electo, Pastrana se internó en la selva para conversar con “Manuel Marulanda” “Tirofijo” para iniciar la distensión. Simultáneamente dialogaba con una comisión del ELN, pero pocos días después ese grupo rompió sus compromisos e inició una campaña de atentados que se agudizó el mes siguiente, agosto de 1998, desluciendo la asunción del nuevo gobierno. Una ola guerrillera sin precedentes comovió al país, mostrando un claro desaire a las gestiones de paz.

Pese a todo continuaron las negociaciones y las FARC lograron el reconocimiento político que deseaban además de la evacuación del Ejército de la llamada “Zona de Distensión del Caguán”, un territorio del tamaño de Suiza, que quedó en sus manos. Sin embargo antes de que se terminara el despeje total del área mencionada, lanzaron su más atrevido plan de guerra al tomarse por asalto Mitú, una capital departamental ubicada en medio de la selva del Vaupés.

Aproximadamente 1.500 hombres de las FARC se lanzaron contra la exigua guarnición compuesta por 120 elementos y tras 12 horas de feroces combates la posición fue copada, con un saldo de 16 muertos y 61 capturados, entre ellos el mismo Comandante de la Policía Nacional del distrito.

El contraataque de las FF.AA no se hizo esperar. Luego del desembarco nocturno de 220 efectivos de fuerzas especiales seguido por la llegada de medio millar más de uniformados a 60 km de Mitú, avanzaron en medio de enfrentamientos hacia el poblado, apoyados por un inmenso dispositivo aéreo, retomándolo tras el repliegue de los guerrilleros, quienes huyeron hacia el Guaviare con no menos de un centenar de bajas. Fue el primer descalabro serio sufrido por el Bloque Oriental del “Mono Jojoy” en el curso de la cadena de triunfos logrados desde que “Marulanda” le ratificó su dirección durante la Octava Conferencia en Guaviare, en 1993 cuando fue incluido en el poderoso Secretariado.

Otra vez, en enero de 1999 continuaron las negociaciones en Caquetá, llamadas “Diálogos del Caguán”, ensombrecidas debido a que al encuentro ignaugural no compareció “Manuel Marulanda”, dejando a Pastrana en situación embarazosa. Esta actitud de “Tirofijo” fue una señal de advertencia al Gobierno en contra de la concesión de un estatuto político similar, junto con garantías de amnistía, a las organizaciones paramilitares, unos 7.000 hombres agrupados desde abril de 1997 como las Autodefensas Unidas de Colombia bajo el mando de Carlos Castaño.

Por su parte, las AUC habían desencadenado en la víspera una campaña de masacres contra civiles sospechosos de simpatizar con la guerrilla, con el propósito de obligar al Gobierno a sentarse también con ellos en una mesa de negociaciones, tratando de obtener beneficios políticos en plano de igualdad. Fue el pretexto para un nuevo alejamiento de las FARC, que retomaron las acciones con fuerza

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inusitada. La guerra ya fue total. De hecho, como había ocurrido otras veces y como ocurriría después hasta el agotamiento total de ambos bandos en el primer cuarto del siglo siguiente, las negociaciones de Paz reactivaban la Guerra.

En medio de todo esto, en agosto visitó Colombia el Secretario de Estado norteamericano, quien llevó a Pastrana un ofrecimiento de ayuda militar de parte de la administración de Clinton. Fue el inicio del Plan Colombia encaminado con dos únicos y concretos propósitos: aplastar al narcotráfico y aplastar a la guerrilla.

Los europeos rechazaron completamente el proyecto.

- La “Primera Guerra Fría”, como la llamas tú, Ariel, dejó ese legado debido a que el equilibrio nuclear hizo imposible un enfrentamiento entre las potencias. Por ello se contra-balanceaban mediante el mantenimiento de estos conflictos en otros lugares. Así, la guerrilla colombiana fue aupada por Alemania y Francia; fue propiedad de ellos. Con eso mostraban el “filo del hacha” a los americanos; eso les daba capacidad de negociación Ese proceso de paz, cada vez más desprestigiado, sufrió el golpe final de manos de las FARC, las cuales habían visto una oportunidad en la evacuación militar del inmenso territorio selvático designado como zona de distensión, ahondando su campaña bélica y causando -entre enero del 2000 y agosto de 2002la muerte de dos mil civiles -incluyendo aquellos que fallecieron por causa de la “pipeta” lanzada por la gente de “El Manteco” en la lejana Bojayá- y una cifra cercana de uniformados. Por ultimo, en febrero de 2002 secuestraron al senador Eduardo Géchem Turbay, haciendo aterrizar el avión que lo transportaba en una carretera. Esto justificó el mismo día de febrero, la decisión de Pastrana de terminar la parodia de paz y mantener la solución de fuerza - Por eso he tomado la determinación de no continuar el proceso de paz con las FARC... Manuel Marulanda -dijo- yo le di mi palabra y la cumplí, siempre la cumplí, pero usted me ha asaltado en mi buena fe y no sólo a mí sino a todo el pueblo colombiano... Decretamos una zona para sostener las negociaciones, cumplimos con la promesa de despejarla de las Fuerzas Armadas y usted la ha convertido en una guarida de secuestradores, en un laboratorio de drogas ilícitas, en un depósito de armas, dinamita y carros robados... He decidido poner fin a la zona de distensión a partir de la 00:00 am -miró su reloj- del día de hoy...

La aviación castigó duramente los campamentos subversivos desde la madrugada del 21 de febrero -el día siguiente de la alocución de Pastrana- mientras veinte mil soldados avanzaron sobre las cabeceras municipales despejadas, recuperándolas en menos de 24 horas. La bandera de las FARC, que había sido izada en el centro de San Vicente del Caguán, fue echada abajo marcando con ello el epílogo de otro proceso frustrado. Las docenas de operaciones de bombardeo y

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los combates en tierra terminaron con más de 350 insurgentes, muertos, rendidos o capturados, mientras el grueso de sus fuerzas se replegaba a las áreas selváticas contiguas Los atentados del 11 de septiembre de 2001 tornaron más enconada la posición del Gobierno norteamericano, pero las FARC ya estaban más fortalecidas que nunca gracias al amparo de la zona de distensión y de tres años de dilaciones; así fue como optaron por ampliar y urbanizar el conflicto, estrechando el cerco sobre Bogotá, Cali y Medellín. Exactamente lo mismo que ocurrió después de la “Paz Mortal” de La Habana.

Ese fue el terreno que pisó Álvaro Uribe, un partidario de la “solución final” contra la subversión. Era el momento de proponer eso, internacionalmente y localmente. La población ya no soportaba más violencia y engaños. Esa fue la época de la masacre de Bojayá y de los secuestros de Ingrid Betancourt, su fórmula vicepresidencial Clara Rojas y del senador Géchem Turbay…

- La nacionalidad francesa de la señora Betancourt quizá mostró a los europeos que tampoco ellos tenían control alguno -acotó Ariel Álvaro Uribe Vélez llegó al Poder en 2002 con una contundente victoria de

primera vuelta, movilizando a los colombianos en torno al lema “mano firme, corazón grande” que resumía la reiterada inconformidad del país frente al fracaso de los procesos de paz, que en lugar de debilitar el Poder de la insurgencia, multiplicaban sus zonas de influencia y estimulaban la expansión del paramilitarismo. Inició su gobierno con un Estado de Conmoción Interna decretado tras algunas acciones especialmente virulentas de las FARC y lo continuó con una política especialmente dirigida al fortalecimiento de las FF.AA y a la ampliación de sus atribuciones. Luego vino la infausta negociación con los paramilitares que regó la violencia por todas partes.

Sin dejar de lado la dirección de mano dura encaminada a combatir la subversión (rasgo esencial de la política de seguridad instaurada por Álvaro Uribe y su Ministra de Defensa, Martha Lucía Ramírez), el Gobierno emprendió el proceso de negociación con los grupos paramilitares, que debía terminar en el desarme, la desmovilización y la reinserción de los combatientes a la vida civil.

Probablemente eso liberó al Ejército de la mitad de su carga y lo dejó con más fuerza para combatir a los subversivos, pero fue perjudicial para la población y sobre todo- para nosotros, los vecinos. Desde que “jubilaron” a más de 30.000 asesinos, lo cual concluyó en 2006, empeoraron rápidamente las condiciones de seguridad en Ecuador. Es fácil adivinar cómo y por qué ocurrió.

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Mientras el proceso de paz se abría camino, los paramilitares (igual como hacían las FARC y el mismo Gobierno muchas veces) también incumplían el cese de hostilidades acordado en Santa Fe de Ralito. Al menos 2.400 civiles fueron ejecutados por esta organización entre 2003 y 2005, la mitad de ellos en masacres colectivas. Además, ocurrió un hecho insólito que había sido predicho por muchos periodistas en Colombia y por autoridades estadounidenses: los inextinguibles capos del narcotráfico estaban comprando Bloques enteros y montando exenciones falsas para hacerse pasar como Jefes paramilitares y de ese modo recibir status de delincuentes políticos, legalizando su situación en la reinserción y también esquivando la temida extradición a los EE.UU - Esa debió ser la clave del asesinato de Carlos Castaño Gil En efecto, luego de que “El Pelado” Carlos Castaño les retiró a los demás comandantes las atribuciones como interlocutores en las negociaciones con el Gobierno, quizá se disponía a denunciar la progresiva infiltración del narco en su organización. Es probable que por ello haya sido mandado a asesinar por su propio hermano “El Profe” Vicente Castaño, en abril de 2004, hecho en el cual participó el añorado hijo de la maestra Blanca Lidia Cardoso y del Profesor Fidel Saúl Moreta Meneses, el rubio montañés afincado en El Prodigio y padre la desaparecida Sandra y de la sabia Maricarmen.

Luego de la desaparición de Carlos Castaño el proceso de negociación fue asumido por Salvatore “El Mono” Mancuso, quien tomó la vocería de las AUC y firmó en mayo de 2004 un segundo pacto en Santa fe de Ralito, llamado Acuerdo de Fátima. No obstante, la inesperada extradición a los EE.UU de ese Jefe paramilitar en 2008 junto con trece más, entre ellos Rodrigo Tovar “Jorge 40”, Diego Murillo “don Berna”, “Pablo Sevillano”, “Cuco” Vanoy, “Gordolindo” y Carlos Mario Jiménez el “Macaco”, sembró la desconfianza entre los cuadros inferiores, quienes optaron por el bandolerismo, conformando las nuevas bandas criminales emergentes bautizadas BACRIM por el mismo Presidente Uribe.

En julio de 2006, antes de tomar posesión por segunda vez, Álvaro Uribe nombró a Juan Manuel Santos Calderón Ministro de Defensa Nacional. Bajo la dirección de Santos la fuerza pública colombiana ejecutó los operativos militares más certeros contra las FARC jamás vistos hasta entonces, que terminaron en la muerte de "Negro Acacio", de "Martín Caballero" y de “Raúl Reyes”, la desmovilización de “Karina” y la liberación de la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, tres estadounidenses y once militares.

Tras la “Operación Fénix”, el más grande golpe a las FARC hasta entonces, que causó la muerte del comandante “Raúl Reyes” en territorio ecuatoriano, un juez sureño dictó orden de captura contra el ministro Santos y otros miembros de

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la cúpula militar colombiana. La orden generó reacción en Colombia y su Gobierno la repudió. El Presidente ecuatoriano, por su parte y con el apoyo del locuaz Hugo Chávez, defendió la orden de captura y pidió a la Interpol el arresto de Santos, petición que fue rechazada por el organismo internacional.

Hacia octubre de 2009, según el Gobierno colombiano, las FARC mantenían por lo menos doce campamentos en la provincia ecuatoriana de Sucumbíos y, además, cerca de dos mil subversivos se refugiaban allí para evadir la ofensiva de las fuerzas militares de Colombia. La respuesta de El Presidente sureño fue insólita - Uribe nos quiso acusar de contubernio y de albergar lo que llama “terroristas”. Es un insulto. El país que más los alberga es Colombia, narcotraficantes, paramilitares y guerrilla; las FARC tienen en Colombia quinientos campos. ¿Quién alberga a quién?

- ¿Cómo habría llamado la hija de Aristóteles e esa argumentación? ¿Sofisma? ¿Silogismo? ¿Paralogismo? ¿Tautología? ¡Quién sabe! El hecho es que Colombia acusó a su vecino de albergar a sus fugitivos y eso nada tuvo que ver con cuántos fugaban de su territorio Finalmente, el 18 de mayo de 2009 Santos renunció a su cargo para habilitarse en su aspiración presidencial. De hecho, su candidatura fue la otra opción tras la negativa de la Corte Constitucional para la segunda reelección de Álvaro Uribe. Por eso el ex Presidente fue premiado indirectamente por los colombianos con nueve millones de papeletas, la más alta votación obtenida jamás por algún candidato.

Después de su contundente triunfo electoral de 2010, la guerrilla organizó a Juan Manuel Santos una serie de ataques como la “bienvenida” acostumbrada, ante lo cual el Presidente expresó con su agradable voz ronca y cascada - Hay la sensación entre mucha gente que esto es algo con lo que quieren darle la bienvenida al nuevo gobierno. Si esa es la bienvenida, ustedes van a ver la respuesta a esa bienvenida Así, en septiembre de 2010, las fuerzas regulares bombardearon un campamento del frente 48 de las FARC donde murió Domingo Biojó -su comandante- y el mismo mes se ejecutó la operación Sodoma donde se dio de baja a Jorge Briceño Suárez el “Mono Jojoy”, comandante del Bloque Oriental e importante miembro del Secretariado.

La Gestión de Álvaro Uribe -el Plan Colombia- dejaba un balance general ventajoso para la institucionalidad y para la sobrevivencia del Estado, lo cual se expresaba simplemente con una cifra: en 2008 las FARC quedaron reducidas a

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poco más de 7.000 combatientes, contra los 18.000 a 20.000 que tenían en el año 2000. Además la mayoría de los Comandantes Históricos habían sido “retirados”.

La guerrilla necesitaba urgentemente un nuevo Plan de Paz. Así fue como empezaron desde 2011 los diálogos entre las FARC y Juan Manuel Santos, los cuales se iniciaron con recadillos ocultos que iban y venían y después continuaron con las “conversaciones secretas” en La Habana entre delegados de ambas partes. Luego de la denuncia del Senador y ex Presidente Álvaro Uribe ocurrida en agosto de 2012, reconocieron la existencia de las conversaciones, las cuales se tornaron formales. Al mes siguiente Santos dijo - No se repetirán los errores del pasado – Por su parte, Timoleón Jiménez declaro que las FARC llegaban - Sin rencor ni arrogancia…

El proceso siguió hasta que estuvo bien avanzada la segunda presidencia de Santos y al mes siguiente de la firma se formalizó en La Habana la creación de la Sexta República Popular Bolivariana de Venecuba.

Después… ya sabemos lo que sobrevino tras la Paz Mortal. Fue terrible. La guerrilla y el Ejército colombianos se detrozaron mutuamente; y ya sin tutela alguna y sin oposición posible, Rusia y Venecuba ejercieron soberanía a dos manos sobre los territorios que dejaron los regulares. Juan Manuel Santos, el Presidente colombiano, por su parte, no pudo o no tuvo tiempo para salirse del “Proyecto de Paz” urdido por los violentos. Cayó en la vieja trampa de la “Paz” esta vez del “Canciller” y su gente, los decrépitos gobernantes venecubanos y la élite militar del Estado híbrido. Después de debilitar y desmoralizar al otrora sólido Ejército y de permitir el rearme de las FARC, debilitadas tras el Plan Colombia, sucedió una ola de violencia jamás vista, ni siquiera en ese sufrido territorio.

Según las palabras de un comentarista colombiano en CNÑ, las FARC y Santos no creyeron jamás en La Paz: los violentos querían a Colombia y el Presidente soñaba secretamente con el Premio Nóbel y quizá después con la Secretaría General de las NN.UU. Después fue cuando todos pudimos darnos cuenta que los violentos nunca desearon el Poder, al menos el formal. Tampoco la Patria solamente, porque se regaron como lava ardiente por los territorios vecinos, constituyéndose en autoridades de facto sobre cada barrio y cada calle de las regiones que ocupaban.

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(32) La escoria ardiente Jairo Antonio Gómez dejó tras sí sus sobrenombres de guerra y pasó la frontera de Ipiales en 2012 -pocos años antes de los terribles sucesos que ocurrieron tras La Paz Mortal- internándose en Ecuador ya cedulado como local.

Tenía 32 años de edad y casi 20 de experiencia con las armas, primero como “Purachepa” el niño afortunado de Pereira, después como el fiero “Culebrón” de las Autodefensas Campesinas de “Jabón”, “don Diego” y “Alacrán” y luego -seis años atrás- en la antigua Venezuela, como custodio de tanqueros y contrabandista de gasolina a órdenes del cártel de oficiales militares de ese país - Ahora resulta que soy Jairo Antonio Gómez Gómez -dijo a su mujer- y ahora sí creo que usted ya no me verá más, Marta Celia. Ahora soy ecuatoriano ¡Qué güevada!; usted sólo cuide a Juana Luisa ¿Qué edad tiene ya?

- Déjese de hacerse el bueno, Jairo, a usted nunca le importó nadie, menos su hija.

Sólo cuidese usted, cuidese mucho. Y para que sepa, ella cumplirá en estos días los once - Pues en cuanto tenga le enviaré unos dólares. Para que celebre bien, después me organizaré para mandar más -concluyó y colgó el teléfono sin esperar respuesta.

Mantenía con Marta Celia una extraña lealtad distante, inusual en un soldado como él- En fin, es la única mujer que he conocido -se justificaba- lo demás fue sólo putas y capiras que tumbé por allí Llegó directamente a Guayaquil, donde lo habían enviado. Allí conoció a quien llamaban don Antonio -Anti sus allegados-, su nuevo Jefe. Era visiblemente mayor -ya andaba por los 60 años- aunque se veía tan fuerte y ágil como él - Tanto que nos hicieron odiar a los comunistas, allá en Colombia, y vengo a caer otra vez bajo el mando de otro de ellos, este cubano viejo -pensó con desprecio.

En esa época, Jairo Antonio lucía también muy jóven y su rostro no delataba todo lo que había hecho durante parte de su infancia y su vida de adulto. Cuando Anti vio su cara de niño y su aspecto colorado, delgado, alto y fuerte, pensó sin querer en la reciente petición de El Abogado, la cual ya no le pareció tan descabellada

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- Abogado -llamó al privado que le había dado el personaje- tengo el hombre para su proyecto - Bien, confiaré en su juicio. Esta noche mismo lo llevaremos a que se conozcan.

Hay una reunión en el Club de la Unión. Vaya a las nueve. Diga que son mis invitados -colgó - Te introduciré en los mejores círculos de Guayaquil -dijo Anti a “Culebrón”dejarás las armas por ahora. Anda y que te compren ropa -señaló a su choferLlévate a este al Hotel Colón. Entra por la puerta de las tiendas y cómprale ropa en Hugo Boss. Que se mida un traje. Dile a “la man” que administra que le escoja uno, con camisa de cuello y corbata a su gusto. Ella lo cargará a mi cuenta…

*** Cuatro años después y cumplida su misión con Marco Vinicio, la misma noche en que Jairo Antonio Culebrón acabó a golpes de puño con el jurista mataron en la frontera norte, cerca del cruce a Ipiales, a un sujeto que eligieron al azar, le destrozaron la cara a tiros y dejaron con el cadáver el documento de identidad de Jairo Antonio Gómez Gómez, obtenido fraudulentamente en Tulcán en 2012.

Ejecutada esa formalidad y cuando se desarrollaban los hechos terribles que ocurrieron tras la firma de “La Paz” en La Habana, Anti puso otra vez a Jairo Antonio en la acción armada, al mando de un grupo heterogéneo de locales -gente bisoña pero temible, aun para él- de colombianos ex paramilitares y ex comunistas.

Todos eran más o menos de su edad- Aquí vamos a matarnos -pensó mientras analizaba el aspecto de los guerrilleros de la “Teófilo”. Debía avisparse otra vez; pronto.

Antonio Ignacio Torres Mera, como buen tungurahuense y orgullo de su difunta abuela -La Lucía- siempre fue visionario para los negocios y si fue Centroamérica su universidad, ahora era Ecuador el lugar perfecto para un especialista como él. Después de la firma de La Paz, como ya vimos, Colombia agudizó La Guerra y se fragmentaron los Frentes y Columnas de las FARC de tal modo que no tuvieron más remedio que poner los pedazos a la venta. Anti compró un residuo de armas, que traían pegado un hombre, de la Teófilo Forero -el antiguo y aguerrido Frente 27- y logró juntar catorce de esos con diez paramilitares, cuatro venecubanos -uno de ellos mujer- y un número variable de locales, alrededor de treinta

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- Estos no son como los del FMLN; allá había mística revolucionaria -pensó Anti mirando a su tropa- pero se divertirán haciendo lo que saben y además ganarán plata -y alzando la cabeza les habló…

- Para los que aún no conocen la zona, les comento que nos han asignado parte de una Provincia llamada “Las Riveras” allí pondremos orden, ¡nuestro orden!, allí aplicaremos mi autoridad. Pasarán la noche aquí y partiremos mañana.

Ubíquense -señaló una puerta tras de la cual había un salón amplio lleno de literas y un baño común.

Aparte de sus convocados, Jairo Antonio -Culebrón- conocía a un par de paras de la época de don Diego y “Jabón” y pensando que quizá habría intercambiado plomo con algunos de los comunistas agarró una litera apartada de ellos, algo que también hicieron espontáneamente los demás -Sólo falta que el cubano viejo -todavía lo llamaba así- nos ponga a nosotros al frente -pensó con desdén sin que sus reflexiones afecten sus maneras- ¡A la mierda! -murmuró- Sólo robaremos gallinas…

Los “paras” venían de varios puntos de Colombia y los comunistas eran gente de “El Paisa” que venían de la sierra de Huila, al sur-occidente de Colombia, aunque ninguno debía ser originario de allí. Habían combatido en las selvas del Meta y en las sierras donde nace el Magdalena. Al principio fueron gente seleccionada para protección del antiguo Secretariado, pero después su Frente se nutrió con lo que agarraba en el camino, sobre todo niños que obligaban a combatir.

*** Entre los Paras, Culebrón simpatizaba con “Manofría”, Juan David, quien le contó que había sido ecuatoriano, nacido en una pequeña ciudad costeña, cercana por allí, llamada “El Prodigio”. Le narró que después de su fuga del hogar había vagado poco tiempo por Ipiales, en la frontera con Colombia, antes de ser secuestrado por gente de los Castaño y forzado a combatir como el más joven de su Ejército de niños. Había resistido milagrosamente casi veinte años de ardua lucha convirtiéndose, como él mismo y todos esos sobrevivientes, en otro fiero asesino que justificaba con creces su “chapa” de guerra.

Su Jefe “Monoleche” contaba que cuando se inició con las armas Juan David se había caído para atrás, pero rápidamente pudo llegar a manejar un AK-47. sólo la primera vez el culateo del arma lo tiró de culo con violencia. La segunda se apalancó por atrás con su pierna flaca y disparó con precisión, ganándose el mote que lo señaló toda la vida.

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Inicialmente Juan David “Manofría” había estado bajo las órdenes de “El Pelado” Castaño, quien había matado a “Rambo”, su hermano mayor, con la ayuda del mismo Monoleche, también conocido en sus andanzas como Jesús Ignacio Roldán Pérez y ahora Jesús Ignacio Vargas Vargas con cédula de ecuatoriano comprada por Anti y extendida en la oficina de registros de la Provincia del Carchi.

“Vargas Vargas” andaba por los 50 años y sería ahora el Jefe inmediato de Manofría, como lo fue también en las Autodefensas.

Diez años antes de su retorno, cuando tenía 22 años Juan David se había salvado de morir mientras participaba en el ataque a Carlos “El Pelado” Castaño en Rancho al Hombro, Antioquía, cuando este tramaba su desmovilización con el Gobierno haciendo el teatro y lloriqueando por los “excesos lamentables” que había cometido. Se decía que “El Pelado” fue ajusticiado por “Móvil Cinco” -a quien también conocía Culebrón- en un comando donde también participó “Monoleche”, quien como sabemos fue antiguo aliado de Carlos en el fratricidio de Fidel “Rambo” Castaño y después colaborador de Vicente “El Profe” Castaño, el hermano intermedio, en la cadena de crímenes que acabó con esa familia…

- ¡Que güevada, oiga! -dijo Culebrón- en fin... “lo pasado pisado” como decía Marta Celia…

Después de la eliminación de “El Pelado”, Juan David había trabajado dos años protegido por “Monoleche” en los Águilas Negras, la estructura de “El Profe”, hasta la misteriosa desaparición de este en 2006, quizá para evitar la cárcel después de la desmovilización. Luego de que “El Profe” se hizo humo, Jesús Ignacio “Monoleche”, Juan David “Manofría” y unos treinta más conformaron la ultima generación de paramilitares de Colombia, dedicados por entero al bandolerismo, ya sin nombre alguno.

Durante los casi ocho años que duró esa actividad habían hecho cosas inimaginables, siempre guiados por su instinto de sobrevivencia, hasta que fueron llamados a Ecuador por Anti y “Culebrón”. De todos modos, bien sea por causa de La Paz o por causa de La Guerra, el “tranquilo negocio” que tenían en Colombia iba a terminar tarde o temprano y la sangre derramada ya les formaba gruesas costras en el alma. Era el momento de cambiar.

*** La historia de Luís Carlos “Pepudo” -otro de los históricos convocado por Anti a través de “Culebrón”- no era diferente. Nacido en 1962, era un poco mayor que Monoleche cuando llegó a Ecuador. Primero fue cadete en la escuela de la Policía y luego mando medio en la estructura de “El Mexicano” Gonzalo Rodriguez Gacha,

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cayendo preso poco antes de la muerte del capo y saliendo en 2013 después de cumplir una condena de 24 años y confesar su participación en más de 300 homicidios. Vino por varias razones, más que nada huyendo de un fatal destino que tenía asegurado en la tierra de sus andanzas. Así fue como decidió bajar su perfil en Las Riveras.

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(33) El beso del diablo La Escuadra de Anti quedó conformada por Pepudo como asesor, como contacto con la Comandancia venecubana o chavezolana- ¡como mierda sea que se llame!, dijo Anti irritado- y como segundo de a bordo; y por Jairo Antonio Culebrón -con otra cédula de identidad-, Manofría, El Perro, El Plomero, Cucaracha y Unoymedio como Jefes de Grupo, todos Paras, mejores para el negocio que los comunistas. Los venecubanos -Anti sabía que eran gente de El Pavoservirían como enlace, para trasmitir sus ordenes. Cada Jefe tuvo alrededor de doce soldados, entre nativos, comunistas y paras de menor valía, todos perros suyos, feroces y decididos - ¡Pobres serranitos! -se dijo pensando en los escasos y mal entrenados policías destacados en su provincia- poco tienen para oponerse a esta gente y a los que reclutaré alla. Se alinean o sucumben…

El plan elaborado por la Dirección General de Inteligencia Venecubana DGIV para los cantones de la costa era simple. Ocuparlos de facto para instalar la moral revolucionaria y la doctrina socialista del Comandante Chávez. Lo primero era organizar a las fuerzas populares, es decir la delincuencia, la única manejable ya que todo lo que pudiera haber con trazas de organización estaría contaminado con ideas burguesas. Había mucho material.

En la mañana siguiente, cuando llegó al cuarto de literas, a las 5:30, ya estaban todos vestidos y listos, esperando. Mientras su chofer repartía unas bolsas con una botella de jugo y un sánduche a cada uno, llamó a los venecubanos aparte y puso sobre una mesa un plano de Las Riveras - Aqui trabajaremos; todo esto pertenece a la Avanzada Revolucionaria Continental. Sólo los pueblos que quedan a los lados de la carretera, desde Villegas hasta el río Toachi, antes de llegar a... -miró el mapa- Luz de Dios y Santo Domingo, no serán responsabilidad nuestra, por ahora -y añadió recordando el primer baño de violencia de su niñez junto a ese río y pensando en el viejo odio que sentía por José Luís Vásconez- pero eso pronto se arreglará…

Luego agarró una gran tijera y cortó el mapa transversalmente en cuatro pedazos -igual como hizo una vez en el El Salvador, excepto que aquella vez cortó

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en cruz- dando un pedazo a cada uno de los venecubanos. El trozo inferior, numero cuatro, quedó a cargo del comandante Alberto Canosa y abarcaba Babahoyo principalmente; el siguiente se manejaría con el comandante Jesús González y abarcaba Vinces y una rica zona bananera y maderera que incluía Pueblo Viejo; el cuarto siguiente quedaba a cargo del comandante Julio Rosas y manejaría la delicada población de El Empalme, asiento de Rumbea Mateli -viejo conocido suyo- con sus fieros montubios chonos y de semi-organizados delincuentes locales; y el de más arriba, numero uno, que incluía la productiva zona de Villegas sería el puesto de la comandante Clarita Guillén, la más inteligente y despiadada, quien tendría que lidiar con “Tresojos” cuando llegue el momento. La gente de Culebrón atacaría esa zona.

Las acciones en Villegas fueron fulminantes, más o menos el patrón que se siguió en los otros poblados. Llegaron en cuatro Dodge Ram, asesinaron al Alcalde, a los Consejales y al personal de la Municipalidad con los que vieron de sus familiares -unos treinta en total- y se sentaron delante de la silla del Jefe Policial.

Anti elaboró el sanguinario plan recordando el “acto de presencia” que ejecutó en 1992 -cuando él ya estaba semi retirado de la guerra- el atrevido asesino de Galán, Jaime Rueda Rocha, con una partida de hombres en Puerto Boyacá, algo similar a lo que él mismo había hecho alguna ocasión en El Salvador.

- Señor Comandante -espetó con violencia Clarita- esta provincia, como todas las de Ecuador, es ahora responsabilidad del nuevo Gobierno Revolucionario Continental, con sede en La Habana, capital de la Sexta República Popular Bolivariana de Venecuba, fundada bajo la inspiración de nuestro eterno Comandante Supremo, su excelencia Hugo Chávez Frías, cuyas ordenes son transmitidas a nosotros a través del Gobierno Central y a todos ustedes a través nuestro; y de cuya infinita gloria usted ni nadie podría dudar sin sufrir las consecuencias ¿Ha entendido?

Mientras la Comandante respaldada con ocho hombres decididos y bien armados celebraba esa reunión, Inti y Culebrón se ocupaban de algo más delicado: el hampa local - Mira Camones y todos ustedes -dijeron a Culebrilla y a un grupo de más de veinte, tirando delante de ellos un cuerpo completamente desollado e irreconocible- este se llamaba Junior Garaicoa y era un burgués hijo de la gran puta. Los hemos librado de él y de ahora en adelante los negocios se harán exclusivamente con nosotros. Así lo ha decidido nuestro eterno comandante Hugo Chávez Frías y no habrá más explotadores abusivos que se aprovechen del pueblo, que son también ustedes. Para tí Camones, tengo un regalo especial por alla atrás, en otro cuarto…

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*** Tuvo las primeras dificultades el grupo dos de Julio Rosas. Un día después de la muerte de Miguel Ángel, cerca de las nueve de la noche una partida de alrededor de cincuenta montubios, animados por su viejo líder, el Abogado Efraín Rumbea Mateli, atacaron hacia donde estaban los soldados de Anti, montando sus veloces cabalgaduras y disparando sus 30-30, con lo cual lograron herir gravemente a Rosas y eliminar a nueve colombianos - Parecían llaneros de Boves. Salieron de la nada y se nos vinieron encima con sus carabinas y machetes. Sus espuelas brillaban pegadas a los pies descalzos. Había unas seis mujeres, las más arrojadas de todos, que incitaban a los demás mientras se nos venían encima. Nos dimos plomo duro…

Rumbea Mateli, un anciano extravagante con el cabello largo y blanco cayó primero que los demás, pesadamente, tras recibir una ráfaga de la AK-47 de Cucaracha. Las seis “Tigras” cayeron a su alrededor - No hay que confiarse, Jefe, son cientos, quizá miles de montubios organizados por el viejo que murió - Lo tendré en cuenta -respondió Anti en el teléfono móvil- primero hay que saber quién les avisó -dijo para sí pensando, sin saber bien por qué, en Vásconez, cuya vieja amistad con Rumbea concía desde los años de “Vencer o Morir”.

Sin embargo no tuvo tiempo para enterarse de nada porque segundos después y un minuto pasado de las nueve de la noche, el grupo de Macondo le cayó encima.

*** La gente de La Bella, de Gerardo y de Macondo dejó malherido a Anti pero todavía no le había llegado la hora al tungurahuense. Sobrevivió, igual que tantas veces en Centroamérica, a las balas de sus enemigos. Fue llevado a Guayaquil donde recibió los primeros auxilios antes de ser embarcado hacia La Habana, ciudad que para entonces era la próspera capital de la Sexta República Popular Bolivariana de Venecuba. Nunca se incorporó nuevamente a la accción, aunque eso no salvó a los cantones de La Costa ecuatoriana de otros -cientos- como él.

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(34) El atentado Dos días antes de ser atacado por la gente de Macondo y luego de la escueta y brutal presentación de los principios de la Avanzada Revolucionaria Continental con el pleno del hampa de Villegas, Anti llevó a Culebrilla y a Fulton Camones a una habitación contigua donde esperaban seis muchachos, todos de alrededor de catorce a quince años de edad y de talla muy pequeña - Mira Camones -dijo dirigiéndose a los dos por igual- te he preparado tres “parrilleros” con sus respectivos motoristas para que cobres tu cuenta en Buena Esperanza a Miguel Ángel Subía -este maldito sabe todo, pensó Culebrilla-, estos no se rajarán ni fallarán como ocurrió con los que envió el inútil que desollamos… ese que está en el otro cuarto. Mañana harán el trabajo

*** Aún antes de la noche de La Revelación de agosto cuando comieron los cangrejos preparados por Bella Paz, Ariel le había pedido (pensó hacerlo sólo una vez, porque no había razón para repetir una cosa así) que se ausente del pueblo.

Isabella, la hermana de Miami le había propuesto esconderlo un tiempo en Villa Clara, en Cuba, donde Sidney, su marido, tenía parientes; y de allí quizá jalarlo a Miami - “En Cuba se consigue todo con un poco de dinero” -había dicho Sidney.

También Pacífica Cabello, la pudiente prima de Bella Paz y dueña del comisariato Maxi le había ofrecido generosamente enviarlo a Panamá. Él mismo intentó vivir en Guayaquil donde estuvo encubierto alrededor de ocho meses. Pero regresó - Debes cuidarte Miguel Ángel, debes pensar también en tu madre; cuidate por ella, no sólo por ti. Le romperás en corazón si permites que te maten -le dijo Ariel cuando tuvo la oportunidad - No hay mayor peligro -había contestado Miguel Ángel- la amenaza viene sólo de uno que queda todavía, pero ya lo están cazando en Villegas. ¡Ah! También de

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otro llamado Junior, quien se declaró mi enemigo sin que yo sepa por qué -Ariel recordó, porque nada era capaz de olvidar, que Bella Paz le había conversado brevemente que el tal Junior visitó a Miguel Ángel en su escondite de Guayaquil y le obsequió una pistola de 9 mm, preciosa, nueva y con permiso, como muestra de aprecio - ¿No se había declarado tu amigo el tal Junior? -le dijo abservando el rostro del muchacho extrañado por los detalles que conocía - Si, pero “El Manito” es un tipo raro. Ahora conozco de buena fuente que otra vez trama algo contra mí. Se folla a una Camones, debe andar enamorado, tal vez sea por eso… En todo caso, salgo de esos dos y no tendré nada que temer Ariel no estuvo de acuerdo con lo que dijo Miguel Ángel; no le creyó y pensó que quizá ni el mismo muchacho creía sus propias palabras, pero no volvió a insistir. Ignoraba que Miguel Ángel tenía una buena razón para permanecer en Buena Esperanza, la cual había conocido la ocasión cuando Junior Garaicoa, “El Manito”, lo visitó en Guayaquil - Traigo un mensaje para ti, Miguel Ángel, de parte Culebrilla y Fulton y de toda la pandilla -le había dicho- Me han dicho que debes volver a Buena Esperanza y esperar la muerte allá, cualquier momento; porque si no vas, si te quedas aquí o en otro sitio vas a enterarte de la muerte de cada uno de tus familiares, que son muchos, comenzando por tu madre y tus hermanos. Para que veas que no es cosa mía, te traje esta 9 mm para que te defiendas cuando llegue el momento…

El hijo de La Bella también tenía otras preocupaciones. Había recibido información de unos colombianos que vivieron en Buena Esperanza y que trataban de medrar -quién sabe en qué y cómo- por Lago Amargo, en la amazonía ecuatoriana, el gran surtidor de crudo y de violencia. Ellos lo tenían informado hace algún tiempo atrás del movimiento de gente en la frontera de Ipiales y de la catástrofe que estaba incubándose en Colombia; en fin, de la grave amenaza que se cernía sobre la costa ecuatoriana y en particular sobre Buena Esperanza, su pueblo, lo único que le interesaba. Era por ellos que Miguel Ángel conoció el significado de esos minúsculos círculos rojos que empezaron a aparecer a mediados del año en los postes de alumbrado - ¡Oiga, vea, Miguel Ángel! -le dijeron- no vaya usted a creer que esos puntos son simples maricadas de los chinos de su barrio o bufonadas de algún hijueputa por allí; póngase pilas que esa vaina están haciendo los manes de norte, para repartirse el camello en su pueblo ¿Me entiende usted?

Para entonces Miguel Ángel ya no tenía a todos sus amigos de confianza; habían muerto la mayoría de quienes lo respaldaron durante los diez años que duró

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su guerra contra el hampa, aquellos muchachos silenciosos que vio Ariel parados detrás del hijo de La Bella cuando se sentó frente a ellos en el bar de Pedro baldeón y tamborilló la mesa antes de salir sin decir palabra alguna. Ariel supuso que lo hacía para estudiar a la pareja de su madre cuando en realidad había sido (después se lo mencionó brevemente Bella Paz) con el propósito de marcar territorio, de hacer conocer a todos mediante códigos explícitos que el hombre que acompañaba a su madre estaba bajo su protección.

*** No pudiendo contar con sus amigos cercanos ya desaparecidos, Miguel Ángel se reunió con un pequeño grupo de seis policías jóvenes y costeños- Porque, como hubiera dicho el Doctor Carlos Julio Arosemena Monroy, el letrado ex Presidente guayaquileño, “no hay moreno de labranza ni serrano de confianza” -y les comunicó lo que sabía - Parece que esto nunca acabará, hermano -confesó por separado a uno, el más cercano- Contuvimos diez años a los narcos de Villegas y ahora nos caerán los norteños con todo. En fin, como dicen ellos… “¡Que vaina!” aquí nacimos y aquí quedaremos; vamos a llevarnos a los que podamos para que la muerte se sienta orgullosa de tenernos, cuando cargue con nosotros…

No les dieron tiempo a armarse y organizarse. Al menos eso fue lo que creyó Anti. Uno de los muchachos, Pepe García, el más cercano a Miguel Ángel, fue llamado a la comandancia de Babahoyo ante la presencia del General Carlos Alberto Moreta, nombrado Jefe Policial de Las Riveras por gestión del difunto Doctor Marco Vinicio - Cabo García -le dijo- queda usted arrestado con cargos de conspiración y asociación ilícita - A su órden, Comandante -respondió No tardó Moreta en hacer, personalmente, lo que sabía; y el oficial no pudo evitar, antes de sucumbir a la tortura, confesar los “planes” de Migel Ángel y sus compañeros. Moreta escuchó lo que quería escuchar y García dijo lo que creyó que le evitaría el dolor. Así funciona eso.

*** Poco antes de El Atentado, José Luís se presentó ante el hijo de La BellaMire, Miguel Ángel -dijo- usted no me conoce; soy José Luís Vásconez, amigo de

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Ariel Romero -Miguel Ángel lo miró atentamente. Era un hombre mayor, con aspecto extrañamente juvenil, con la cuenca de un ojo vacía y con una dicción muy clara y directa de locutor de radio- Lo quiero prevenir sobre algo que está ocurriendo, que afectara a su pueblo y a toda la provincia…

Varias semanas antes, Tresojos se estaba organizando para su nueva misión.

Por recomendación de Leonardo Valdés se había presentado ante la Comandancia Revolucionaria Continental para reclamar para sí la zona de Villegas. Tenía toda una vida de méritos par eso pero le dijeron que esa zona ya pertenecia a Anti y que sólo le podía conceder una franja de lo que estaba un poco más al norte. Justo lo que deseaba.

Tresojos fue un hombre extrañamente ingenuo y orgulloso a la vez, que no pudo mutar. Su destino hace evocar una frase de Camus, cuando renegó de su fiera altivez que lo había perjudicado mucho y que trató en vano de corregir hasta el momento en que reconoció que era imposible, porque igual que otros inexorables señalamientos del destino, había una fatalidad de los caracteres.

Nada hay más exacto cuando hablamos de José Luís Vásconez, antes y después de su conversión en Tresojos provocada a fuerza de patadas. Así como la tortura no lo acobardó la pobreza tampoco pudo cambiarlo. Muchas veces quiso imponerse principios y conductas ajenos a su temperamento y siempre fracasó; y cuando fue a Venecuba a reclamar algo para sí, lo hizo sin las certezas homicidas que movieron hombres como Anti. Él sólo quería salvar a Ariel y a los suyos.

La rigidez -mejor sería decir firmeza- del espíritu de José Luís fue mantenida incólume a pesar de la pérdida de su ojo derecho, de los mareos contínuos, de las interminables crisis de neuralgia facial y de la pobreza extenuante de él y su familia; a pesar de todo eso y mucho más que desconocemos. Esa firmeza hizo que José Luís mentenga siempre el mismo espíritu desprendido, juvenil, valiente y algo cándido que lo impulsó una mañana a irse hacia La Habana para convertirse aventurero y agente cubano en ambos lados del Atlántico.

Conservó, además, su frescura hasta avanzada edad debido a que su alma jamás se contagió con la envidia, el verdadero cáncer de las sociedades y de las doctrinas. Camus, el autor de esa definición, no se apropió del mérito de esa afortunada inmunidad. La atribuyó a su familia, que aun siendo analfabeta le inculcó un orgullo natural y sobrio que nunca pudo olvidar, y también al sol africano que abrigó su infancia. José Luís, en cambio, ya sabemos que no tuvo un hogar verdadero y sus RAÍCES TRÁGICAS ya son por demás conocidas. En su caso, su historia personal fue su tesoro y su confort se asentó sobre un orgullo que mantuvo casi siempre en silencio, pocas veces con impaciencia y raramente con furor.

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La amistad lejana pero invariable entre José Luís y Ariel se basaba en sus diferencias y en el reconocimiento de las mismas. Cuando eran niños y José Luís visitaba constantemente a Ariel en su cama de enfermo, le preguntó qué desaba ser, en qué quería convertirse cuando sea adulto, ante lo cual aquel bromeó fingiendo arrogancia- En un hombre de consulta La pretenciosa respuesta irritó jocosamente a José Luís porque le pareció “de burgués” y porque él estaba determinado a ser un revolucionario profesional.

Luego y después de tantos años y de tantos países recorridos y luchados en dos continentes, José Luís reconocía a Ariel la riqueza intelectual que había adquirido y Ariel a su vez apreciaba en su amigo sus verdaderas dotes humanas, poco reconocidas por la mayoría de quienes lo trataron. Además, José Luís amaba a quienes consideraba en cualquier aspecto mejores que él, provocando el reconocimiento de alguna inferioridad suya una muda fidelidad en lugar de envidia o resentimiento.

*** El día siguiente de la reunión de Anti con los Camones, Miguel Ángel estaba rodeado con un grupo de amigos en la calle central de Buena Esperanza, junto a un puesto callejero de venta de pollos, hasta alrededor de las 10:30 PM cuando se despidió el último. Luego por unos instantes agarró un balero que le hizo bajar la cabeza, concentrado en ensartar el barrilito sin advertir la proximidad de los tres motociclistas que se detuvieron junto a él. Después, en la morgue policial le econtraron nueve proyectiles, todos en la cabeza. Sin embargo, en lo que le dejaron de cara quedó intacta la sonrisa única de él y de su madre, que Ariel apreció en el velatorio. Ariel notó con regocijo la sonrisa bella y serena de la mujer que amaba.

Supo así que el hijo de La Bella había presenciado su propia muerte sin miedo ni rechazo. Después cuando pase el duelo se lo iba a decir a Bella Paz, quien no quiso verlo en ese estado.

La gente durante el velatorio de Miguel Ángel fue generosa en leyenda, como siempre ocurre. Hubo quien dijo que no se ausentó de Buena esperanza y esperó su muerte sin huir debido a que fue impedido por una amenaza - Mira, Subía -le habían dicho-, no te puedes ir del pueblo. Esperanos allí, porque si no te encontramos mataremos a alguien de tu familia - Esa debió ser la razón -pensó Ariel cuando lo supo- de la sonrisa tranquila y satisfecha que se llevó hacia la muerte

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Esa debió ser también la razón de la denuncia que dejó asentada ante la Fiscal de Villegas, Sonia Mackliff, amiga suya, con la lista pormenorizada con los nombres de quien él creía que serían sus asesinos. Finalmente esa debió ser la razón para que Miguel Ángel deje preñadas a ocho muchachas del pueblo y a una de Guayaquil, cuyos hijos nacieron exactamente un mes después de su muerte, todos varones y con la misma sonrisa de él y de su madre - Señora Bella -preguntó la primera en el velatorio, sobándose la panza- ¿Cómo haré ahora para inscribirlo como hijo de Miguel Ángel?

- No te preocupes, lo haremos con el certificado de defunción -contestó La Bella Sin embargo no era tan fácil. La leyes serranas eran más enredadas que la buena fe de Bella Paz y de las gentes de Buena Esperanza. Los oficinescos dijeron que la muchacha debía demandar por la manutención a los familiares del difunto, luego harían la exhumación del cadáver para extraer muestras de ADN y seguir un proceso judicial largo y costoso para lograr lo mismo que ambas partes deseaban: simplemente que Miguel Caleb lleve el apellido Subía - No tienes el dinero ni yo permitiré que molesten a Miguel Ángel -sentenció La Bella; y allí hubiera quedado todo de no ser por la intervención del padre de Miguel Ángel, Alfredo Subía Martínez, quien esa misma mañana había llegado de los Estados Unidos a llorar a su hijo lejano - Lo hare yó. No toquen a Miguel Ángel -se ofreció- Le daré el apellido Un mes después -un lunes- Alfredo estuvo a las nueve en punto parado fuera de la oficina de Registro Civil de Santa Ana, para llevar al niño a la oficina donde los esperaban los funcionarios. Allí el hombre canoso, mayor y acabado, acompañó a la hermosa muchacha (quien fue desde el recinto La Alegría del Congo donde fue a parar con sus padres) e inscribió al niño como suyo - Se llamará Miguel Caleb Subía Matamoros, hijo de Alfredo y Roxana, nieto de Bella Paz; y tendrá la sonrisa de su abuela y de su padre verdadero, que en paz descanse - ¡Qué generoso! -comentó Ariel- ¿No pensó en las demandas por manutención, cuando todo esto termine? ¿No temió por su sueldo en EE.UU, de por sí exíguo?

- No, Ari -contestó La Bella- Él sabe como somos. Lo sabe desde la época en que no se le exigió dinero ni nada para Miguel Ángel. Él quiere pagar eso Tampoco pensó en egoismos ni tuvo falsos temores cuando le tocó llevar un día tras otro a siete exuberantes muchachas más, todas vecinas de Buena Eperanza y ahora radicadas en otros remotos puntos entre Las Riveras y Manabí, con sus

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hijos varones al Registro Civil, agotando todas las combinaciones posibles para los nombres - ¿Como se llamará la “criatura”? -preguntó el martes, otra vez, el funcionario - Se llamará Ángel Caleb Subía Quinteros, hijo de Alfredo y Melissa - ¿Como se llamará este otro? -preguntó al día siguiente, miércoles, mientras crecía su asombro - Se llamará Miguel Ángel Caleb Subía Losada, hijo de Alfredo y Johanna - ¡Y a este! ¿Cómo lo llamaremos? -dijo el jueves - Inscríbalo bajo el nombre de Ángel Miguel Subía Fonseca, hijo de Afredo y Génesis -dijo el abuelo, ya familiarizado con los términos de uso legal - ¿Otro más, señor? -preguntó el viernes el escribano - Asiente el nombre de Caleb Miguel Subía Anchundia, hijo de Alfredo y María Paula -contestó Alfredo sin prestar atención a la sonrisa del funcionario - Muy bien, repitió el empleado: Caleb Miguel Subía Anchundia, hijo de Alfredo Subía Martínez y María Paula Anchunda Ramírez… mañana no abriremos, señor, lo esperaré el lunes próximo… Dios mediante La chica de Guayaquil era sin duda la más intrépida y hermosa- ¿Quién es? pregunto Ariel cuando la vio en el velatorio- Es una chica de Guayaquil; está embarazada de Miguel Ángel -contestó Bella Paz. La bella jóven estaba sentada junto a la puerta de la casa de don Amílcar Castaño, sola y seria. Fuera, dentro de un viejo Honda Civic, la esperaba su hermano, con el motor encendido - ¡Que valiente! –murmuró Ariel, debió amarlo mucho.

Su hijo debió nacer meses después, junto con los demás, pero jamás se supo algo de el niño. Sólo algunos amigos de Miguel Ángel sabían que fue la chica dos veces por semana a dejar flores en la tumba, lo cual continuó durante mucho tiempo a pesar de los peligros, más allá del que abarcará esta historia. Los muchachos que habían sido conocidos y de algún modo subalternos de Miguel Ángel le ofrecieron protección mientras pudieron. Sin embargo sabían que ella seguiría yendo de cualquier modo.

Después de El Atentado, hicieron varias misas de requiem, reunidos todos, la primera vez sin oficiante en Las Piedras de Santa Ana, donde fueron a parar. Las demás ceremonias sí fueron según la usanza del pueblo católico, tras ir por separado y sin llamar la atención al bonito santuario del pueblo de Santa Ana, ahora a menos de una semana a caballo desde Las Piedras. La primera fue cuando se cumplía el mes, luego a los tres, seis y doce meses posteriores a la muerte.

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Después de que se recobró, Ariel no entendió por qué lo hacían, por qué “se torturaban de ese modo”, ni porque se habían arriesgado saliendo de Las Piedras.

No entendió hasta que el mismo lloró, lloró mucho toda una tarde, recapitulando todo algunos días después de que despertó, mientras recitaba para sí mismo la recordada Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernandez Gilabert. La paz y el consuelo que experimentó después de aquello le hizo entender para qué servían las misas y aquellas prácticas que eran el producto de dos mil años de experiencia de la Iglesia administrando el dolor de la gente.

*** Habían transcurido cuatro horas después del entierro de Miguel Ángel cuando los muchachos de La Bella agarraron a uno de los asesinos; era un adolescente sin nombre ni apodo, conocido por rondar por el barrio denominado Nueva Buena Esperanza, en la zona cercana al río Moreno que adorna el pueblo hacia el Este. No era de la lista que dejó Miguel Ángel a la fiscal Mackliff; más bien lo habían reconocido unos que presenciaron el crimen. Como ya sabemos, tampoco fue capturado por las autoridades, inexistentes por allí, sino por un grupo comandado por Gerardo, el expolicía duro y taciturno amigo del hijo de Bella Paz. Después de que les dio el nombre de su motorista lo retuvieron, para que no de aviso y hasta verificar su cuento -Luego le cobraremos a este lo que hizo, ahora no -dijo a su gente. A los otros cuatro no los conocía - ¿Quién te pagó? -le preguntaron- ¿De dónde salió la plata?

- ¿Quién, quién?... No sé, no sé -respondió gagueando pero extrañamente tranquilo mientras tenía el cañón de la magnum dentro de su boca- pero pero la la plata vino de Babahoyo, de la comandancia. La la trajo un “man” que que llaman Boquemuerto El “motorista” fue más explícito. Conocía a los otros cuatro sicarios, uno de Buena Esperanza y los demás de fuera del pueblo. Les pudo dar el nombre del que era de allí; los de los otros desconocía, pero después de una hora señaló uno desde el asiento posterior de la motocicleta, guiada por un ayudante de Gerardo, donde lo sentaron. En cuanto al pago, había sido recibido de “un man” de quien él conocía que era “sapo” de la Comandancia Policial y que tenía su puesto de “trabajo” en el parque central de Babahoyo, donde estacionan las motocicletas, frente a las farmacias. Era un “man” amarilloso, de pelo negro largo agarrado hacia atrás en coleta, que siempre usaba yin y sandalias de playa - ¿Boquemuerto?

-Si, ese

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- ¿Quién dio la plata a Boquemuerto?

- No sé, no preguntes tantas güevadas y mátame ya -replicó el muchacho Boquemuerto, en cambio, deseaba vivir y dijo que el dinero y las armas para la ejecución de Miguel Ángel -¡cien dólares para cada uno!- salieron de la misma Comandancia de Policía de Babahoyo y que la orden la había dado el “cubano viejo” que llaman Anti y que anda rodeado de “una bola” de colombianos - ¿Quién es ese? -preguntó Bella Paz a Gerardo y a Macondo esa misma tarde cuando le reportaron lo actuado- ¿Es el que vino a vernos la cara?

- Ese mismo -contestó Macondo - Pues vayan a mostrársela -ordenó.

*** - ¡Ya cayó uno, Ari, ya cayo el primero! -le dijo esa noche Bella Paz a Ariel; entonces fue cuando Ariel supuso que también la perdería a ella.

Entonces fue, también, cuando otra vez empezó a aparecérsele todas las noches, en grandes planos cercanos y cruzando pesadamente por la claridad del farol al frente de su casa, incapaz de posarse jamás sobre los oscuros árboles de mango, con hojas quemadas y sin frutos (que surgían por todos lados para desaperecer después como si fueran jalados por la tierra), porque volaba al revés, con las patas para arriba y con el enorme pico emitiendo raucos graznidos a la triste luna, el mismo pájaro sucio que vio hace años en el momento de su muerte, cuyas plumas grises y maltrechas caían desprendidas tras cada aletazo, con los cálamos pegados a coágulos oscuros.

*** Después del entierro de su hijo La Bella no pensó quedarse en el pueblo a terminar “el trabajo” con “los muchachos” porque no podía enviar solo a Ariel. Se había reunido con Amílcar después de que este habló con José Luís Vásconez y habían planificado la huida hacia Las Piedras de Santa Ana por la ruta norte.

Debían realizarse “las acciones” rápidamente, por lo que indicó que se actúe a las nueve de la noche, mientras Rumbea Mateli y su gente atacaban a Rosas, y mientras don Amílcar se reunía con la familia para informarles de la huida.

- Maten a todos los que puedan. Comenzando con Torres Mera y ese serrano de mierda, ese cobarde… Moreta, el que destrozó a Pepe. Será fácil si lo hacen

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simultáneamente. Ellos no esperan eso ni sospechan nada porque creen que después de que ha desaparecido mi hijo sólo quedamos una bola de cobardes y sometidos, como los pobres campesinos de la tierra donde vienen. Comiencen esta misma noche para que ya no puedan agarrar a mi familia ni a Vásconez.

Recuerden que a él se lo debemos todo. Protéjanlo si se da el caso.

Don Camacho puso unas gentes y los muchachos de Gerardo y de Macondo les enseñaron lo que debían hacer. Lo más fácil fue el trabajo con Moreta. Casi no hubo reacción y escaparon hacia la montaña con la Honda 850 que había sido de Miguel Ángel y tres potentes máquinas más.

- Durante el ataque al serrano, uno de los “colombianos”, ese que llamaban “Manofría”, nos facilitó la terea -narró a Gerardo uno de “los muchachos”- En vez de defender a su Jefe saltó tras él y lo degolló con su cuchillo mientras le gritaba al oído “ahora eres cosa mía, mujercita”. Después se cubrió de la lluvia de balas, nuestras y de ellos, con el cuerpo del serrano. Creo que logró huir Lo de Anti costo la vida a siete muchachos jóvenes que se movilizaron en cuatro motocicletas. Iban de parrilleros unos chicos de El Empalme y los motoristas eran de Buena Esperanza, completamente desconocidos por los colombianos. Uno pudo escapar - Hermano -contó a sus jefes- si no lo hacíamos ahora no lo hacíamos nunca. El hijueputa estaba confiadísimo…

***

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(X) LOS MUERTOS NO HACEN EL AMOR

(35) El éxodo reverso - Tú también, hijito querido, descansa en paz… y adiós para siempre. Yo regresaré por donde vine… llevándome a todos los demás -fueron las palabras de don Amílcar que nadie entendió hasta que comenzó el éxodo reverso.

Inmediatamente después de enterrar a Miguel Ángel, de cambiar de lugar a su madre María Olivia y a su hijo Mérido Asdrúbal y de soportar la misa express del cura, don Amílcar, el sagaz anciano a quien llamaban Tío Tigre, inició la segunda parte de su plan: volver al lugar donde nació, regesar a Las Piedras de Santa Ana, en la recordada Manabí. Así, con la misma decisión con que efectuó el traslado de los restos de su madre y su primogénito, dijo a Carmen - Nos vamos, mujer, a Las Piedras. Llama a todos Sus hijos llegaron esa noche, a las nueve conforme lo indicado, con sus parejas e hijos como acostumbraban para las celebraciones de la familia. Llegó León Reinaldo con su esposa Jessica Soraya; Tito Leodán con la suya -Nora Maribel- y con sus hijos Tito Kevin, Anaí Naomí, y Joao Julián; Luz Marina con sus hijos Junior -el mayor-, Llaume Antonio y Gregory; llegó la sobrina de Amílcar, Pacífica Cebello, con su esposo Juan Chonillo y sus cuatro hijos, Juan Ignacio, Génesis, Eliú y la pequeña Karen; y también acudió Asunción, la hija de la ausente Linda Carmina, con su hijo de brazos, un poco retrasada. Bella Paz no salió de su casa: asistía a Ariel, quien por primera vez en su vida estaba con fiebre.

Prendieron las luces y los adultos se sentaron alrededor de la mesa, mientras que los niños se ubicaron alrededor del mesón de la cocina. Carmen tenía lista ya una mazamorra, preparada con leche de maiz tierno -molido y colado- y leche pura de vaca, con especies de dulce, canela, pimienta dulce y clavo de olor. Guardó una jarra para Bella Paz, no para Ariel porque él no había superado todavía la Coca Cola glaseada y las galletas de chumbeque. Además estaba enfermo. Hizo humitas de dulce con choclo tierno, para los niños. Hizo chicha de achontilla con coco de chonta y plátano maduro y también preparó arroz con leche usando arroz flor de grano largo, leche de vaca y especies dulces. Más tarde preparó chocolate con pepas de cacao nacional de aroma fino, llevado por León Reinaldo de su sembrío

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- Bella Paz me matará si no le guardo -dijo.

Después de escuchar las palabras de Amílcar, sin preguntar ni protestar fueron a sus casas, prepararon unas cuantas mudas de ropa, algo de comida y agua para el camino y luego de poner candados ilusorios a las puertas esa misma noche abandonaron Buena Esperanza hacia el olvidado rancho del abuelo Gil Antonio.

Todos conocían la ruta escogida. Algunos creyeron que Pacífica no iría, o que demoraría en salir por los negocios que quizá todavía debía atender, pero la habían subestimado. La inteligente mujer desde hace un par de semanas ya estaba preparada; ella ya había decidido lo mismo para ella y su familia a quienes llevaría después a Panamá, donde hace casi diez años -luego de la ascención de El Presidente- ya preparó el terreno y pasó todo su dinero - Propuso a Miguel Ángel esconderlo en Panamá pensando que él podría hacerse cargo allá de sus negocios -pensó Bella Paz cuando se enteró. Afortunadamente nunca supo por qué su hijo se negó a todo. Al menos eso fue lo que supuso Ariel.

Fueron hacia el norte para agarrar la ruta a Manabí rodeando Santo Domingo.

Enrique, el hijo de Ariel, se fue con ellos acompañando a su padre, para después seguir a Guayaquil por esa ruta. Ese recorrido era más largo que por el sur -semi ocupado ya por la gente de Anti- pero era más seguro y fue el que les recomendó Vásconez, el extraño - Buenas tardes don Amílcar; mi nombre es José Luís Vásconez. Soy amigo de Ariel. Vengo a prevenirlo… -le había dicho un día antes de la muerte de su nieto amado. El anciano escuchó todo, con la misma cara de póker que exhibía cuando le iban a vender un furgón. No tuvo que confirmar las advertencias del forastero porque después de El Atentado él mismo ya sabía lo que estaba ocurriendo - No vaya por la ruta sur, don Amílcar, por favor. Esa es ahora tierra de asesinos.

El norte es más fácil por ahora Salieron de Buena Esperanza a las diez de la noche hacia Santo Domingo.

Cruzaron Fumisa donde aún había un débil destacamento policial en el que laboró el cabo Aquiles Carrizal; luego atravesaron sin detenerse por un sitio de altas cañas de bambú llamado Los Ángeles, donde unos siete años antes y en el día de las madres murió el muy querido futbolista negro y héroe de la Selección, Otilino Amador, en un lamentado accidente con su automóvil; siguieron por Linda Pilar y Luz de Dios y luego de 50-60 minutos doblaron a la izquierda por el distribuidor de tráfico, también sin entrar a Santo Domingo.

Quienes no la habían visto antes, se impresionaron gratamente por la amplitud y buena iluminación de la magnífica calzada. Pasaron El Carmen y se internaron en una zona montañosa y verde del norte de la provincia manabita, por

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donde seguía la amplia carretera. Si hubieran ido de día, a cada lado de la vía habrían apreciado las enormes montañas con vegetación virgen, pobladas de inmensos árboles muy juntos entre sí, donde aún no había llegado la sequía.

Pasaron Flavio Alfaro y hubieran querido entrar brevemente al mercado de Chone donde La Bella deseaba comprar un poco de natilla de maíz, pero a esas horas estaba cerrado. Más adelante, cruzando Portoviejo se les hizo más notable la ausencia de establecimientos en los lados de la vía. Muy poco vieron allí donde antes había comercios de todas las clases, vulcanizadoras donde se parchaba las llantas, ventas de artesanías, de hamacas y sombreros, pequeños restaurantes con ollas, sillas y mesas exhibidas en ambos costados. Les pareció que no estaban ya.

Pasaban las seis de la mañana cuando, uno tras otro, llegaron a Santa Ana, el pueblo de Amílcar. Era diferente a los demás. Limpio, ordenado y con parques de recreo bien decorados. La iglesia tenía dos altas torres de madera caoba barnizada y el interior unos bonitos vitrales de buen gusto. En ese momento cuatro dolientes llevaban un ataúd y debido a la hora había poca gente.

En Santa Ana desayunaron algo, dejaron cerrados los carros y en seguida se organizaron para ir a la finca de los abuelos Gil Antonio y María Olivia. Hace años que la sequía había dejado la tierra convertida en secadales llenos de sarteneja polvorienta y profunda, pero luego de nueve días, entre espinas, monte seco y malayerba encontraron la parcela, la cual estuvo custodiada por Pío Grinaldo García -el viejo peón quien rebasaba largamente los cien años- después por sus hijos y ahora por sus nietos, Pío Eulogio, Pío Viterbo y Pío Hipólito, quienes vivían cerca de allí con sus familias respectivas, a medio día a caballo.

Don Amílcar, sus familiares y Ariel a quien todos asistían -guiados por Pío Hipólito, el menor- se favorecieron por la brecha dejada una semana antes por un piquete de policías que fue a capturar a un temido cuatrero de la zona llamado Reyes Daza, el cual solo y arrinconado bajo amenazas por los Píos García se había parapetado en lo que fue la casa de Gil Castaño. Los había llamado Pío Eulogio y tardaron seis semanas, brújula en mano y a lomo de bestia, para llegar al sitio llamado Las Mellizas, el más cercano a Las Piedras, la finca de don Gil. Debieron construir puentes precarios sobre profundos cauces secos y polvorientos, donde apenas corrían magros riachuelos de agua y lodo, para que crucen las mulas.

Afortuadamente Reyes Daza se entregó después de negociar con la devolución de dos toros grandes, que eran la causa del reclamo, y se fue libre. Los policías, todos serranos fuertes y aguerridos se alegraron, aliviados por la noticia. Uno de ellos, quien estaba recién graduado en Latacunga y cumplía justo en Manabí su primera misión -donde creía que dejaría sus jóvenes huesos- se fijó en María Pía, una de las últimas hijas de Pío Eulogio, tan preciosa, rubia y con grandes ojos celestes como sus hermanas, pero más jovencita -de quince- como le gustaban, con un cuerpito

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maravilloso como nunca había soñado y dos lindos pies de princesa, delicados y con un profundo y hermoso arco a pesar de jamás haber disfrutado del calzado - Teniente -le preguntó el sagaz Pío Eulogio- ¿Le gusta la muchacha? -y antes de que el Teniente de policía Luís Washington Gutiérrez saque su arma para defenderse, le dijo suavemente- Llévesela, y si no le gusta déjela en Portoviejo, en casa de mi hermana. Ahora mismo le doy la dirección…

Pío Grinaldo, el viejo peón de Gil Castaño también le mantuvo habitable la casa durante medio siglo, tarea que también siguieron sus hijos y después su nieto Pío Eulogio y sus hermanos. Así fue que Carmen, Jessica Soraya, Nora Maribel, Luz Marina, Pacífica y Bella Paz no pasaron demasiados trabajos para adecuarla.

Asunción, la hija de la ausente Linda Camina, hacía poco o nada, por lo cual Bella Paz le dijo - ¡Asunción! ¡Por favor!, por lo menos ve y saca a cagar un perro -provocando la pimera carcajada general.

Recogieron lana de ceibos para rellenar los colchones; los niños mayores trajeron agua del exiguo arroyo carcano -que antes fue el caudaloso Río Culebrasen grandes latas brillantes que años atrás llegaron llenas de manteca del Perú y de galletas de La Universal, las cuales amarraron de dos en dos sobre los lomos de tres mulas que dejaron allí los policías; las mujeres sembraron plantas alrededor de la casa y pusieron masetas con flores silvestres por el amplio corredor de las hamacas, donde Carmen instaló diez tumbonas que trajo en las maletas. La misma tarde en que llegaron la casa y el campo circundante olía café recién colado. Mientras Bella Paz ayudaba en la adecuación, puso a Ariel en una hamaca, lo cubrió -por consejos de Carmen- con fragantes sábanas balsámicas, lavadas con fruta de Jaboncillo y hervidas junto con cáscaras de naranjas y mandarinas, y pasaba cada momento a verlo. Ella sabía que aunque lucía confuso ya estaba organizando sus olvidos.

- Pío Viterbo trajo una piedra de filtrar -dijo Carmen- Hay que decirle a Tito que haga un soporte para instalarla y un guardafrío para los quesos y fideos. Yo salaré la carne Si no fuera por la preocupación que tenía por la salud de Ariel, Bella Paz hubiera estado feliz recordando la casa de su infancia. La actual también tenía en la planta alta un lavadero de platos que consistía en una superficie hecha con madera dura, saliente desde una pared de la cocina a una altura de ventana, cubierta con un techito de bambú y con suave inclinación hacia afuera que terminaba en una rendija por donde se escurría el agua. Recordaba cuando Carmen las mandaba a buscar las cucharas, escapadas por la ranura, en el fango del patio

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- ¡Muchachas! -les decía entonces- No hay con qué comer… Bajen y busquen las cucharas que han dejado ir por el escurridero… ¡y pónganlas a hervir! ¡Por Dios!

-Ellas bajaban con un largo machete para tajar el lodo bajo el escurridero hasta que sonaban las cucharas, para así recogerlas.

Racordaba la lavacara de metal enlozado soportada por una estructura circular de hierro forjado y largas patas curvadas y decoradas que sostenían más abajo otro círculo pequeño donde su padre ponía la blanca jarra que usaba para el agua. Recordaba la gran tina hecha con tablas de laurel agarradas con remaches a dos zunchos circulares de hierro, donde se lavaba la ropa con cepillos hechos con mango de palo y cerdas de bejuco. Recordaba las brillantes lámparas Petromax con su delicada camisola de ceniza incandescente y los bellos mecheros de queroseno coronados con tubos barrigones de vidrio, cuya candela subía y bajaba con una redonda manija para regular la luz. Todos eran obsequios de los Píos para don Amílcar y sus hijos - Cuidado se te quebra el vidrio de la lámpara -le había dicho Amílcar cuando era pequeña- Ya lo lo tienes ahumado de tanto subir y bajar la mecha… ¡No la dejarás tranquila hasta que no la rompas!

Pío Hipólito -el guía- también llevó ocho fuertes escobones de bejuco para baldear el viejo piso de tablones de pino y ocho escobas suaves para barrerlo, hechas con hatos de paja cargada de semillas y amarrada con lindos cordeles de colores- Todavía se veían en el mercado de Buena Esperanza -comentó La Bella.

La tarde en que llegaron, Amílcar visitó a Pío Grinaldo y cuando vio sus ojos de perro viejo inexpresivos y vacios, sin pensamientos ni nada por atrás, dijo a León Reinaldo y a Tito Leodán - ¡Vámonos! Pío Grinaldo ya no tiene alma - ¡Pobre peón! -dijo Tito con un poco de humor negro- ya pronto lo verán en la “tierra de los acostaditos” Pasaron tres meses después del arribo y ajeno a los trabajos de todos Ariel luchaba con un olvido grande, el postrero que debía confinar. Trataba de expulsarlo y sólo conseguía manotear la humeante estela que dejaba el pájaro sucio detrás de sus revoloteos. Así había abierto un hueco oscuro donde pudo ver tallada sobre el viento una inscripción que variaba sin que él intervenga a idiomas que iba desconociendo más y más… hasta que mediante un esfuerzo de evocación logró reconocer... vivum non videbitis! No le preocupó el sentido ominoso del mensaje, porque en el lugar donde se estaba no creía en potencias mayores que la suya.

Había destruido su última omisión.

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Bella Paz, quien acudía -ya lo dijimos- a cada instante a vigilar los sueños de su amado, le vio una sonrisa suave y supo de imediato que estaba de regreso- ¡Dale!

Mi vida ¡Dale! Ya ven, pronto… -le dijo con afecto.

***

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(36) Una proposición Despertó y empezó a recordar todo. Lo primero que acudió a su mente fue la imagen que conservaba de su madre -Leonor- ya muy pequeñita y confinada en su cama, convertida en “una margarita sin memoria”.

Ella siempre fue la persona más inteligente que él pudo conocer. En los últimos años en que presenció el avance su ancianidad (hasta que él supuestamente fue víctimizado en El Incidente) observó como ella se fue reduciendo de tamaño a medida que se silenciaba por propia decisión, a medida que perdía la memoria - Mi madre me enseñó mucho sobre el Alzheimer -había reflexionado- Ella perdió la memoria, más no su elegante raciocinio que la mantuvo callada, avergonzada ante esos desconocidos que suponía que debíamos ser sus hijos - ¿Dónde está tu padre? ¿Por qué no viene? ¡Está bien!… él ya cumplió conmigo fue lo último que ella le dijo, meses antes de que él la viera por última vez y diez años después de que Enrique había fallecido - Creía que su marido la había abandonado -refirió a La Bella- Debió darse cuenta, quizá, de que cometía errores como ese, porque después fue callando hasta que finalmente no habló más. Después que olvidó también quién era yo, cuando me sentaba junto a su cama ella sólo me sobaba el dorso de la mano y me clavaba su mirada inteligente…

Luego recordó a su padre -Enrique-, caminando pequeño, erguido, con su cabeza redonda y su amplia frente muy visible sobre los anteojos sin montura que dejaban ver sus ojos bondadosos, sobre el andén por atrás de la casa (frente al dormitorio donde estaba confinado) virando con su mano derecha las páginas del libro que coronaba una preciosa pila de 3 ó 4 más que sujetaba sobre su mano izquierda, ajeno a todo lo que no era Napoleón, Saint-Just, Fouché y Talleyarnd, cuyas biografías le traía a su cama de niño enfermo con el mal de Sheuermann - Según mi primer recuerdo, mi relación con los libros fue un amor a primera vista.

Tendría yo unos cinco o seis años cuando en la casa de Cotocollao empecé a ojear uno llamado Naná, de Emilo Zola. Quizá llamaron mi atención las sensuales ilustraciones que Leonor retiró apurada de mi vista, pero en mi memoria tengo más grabados el lomo, el olor y el peso del volúmen… ¡encantadores!

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Después de despertar salió del dormitoro dispuesto a esperar las usuales dos horas y media, hasta que ella termine de dormir - ¡Que vaina! -pensó, pero no le quedó más remedio que desear- Si la levanto se pondrá de mal humor Salió sigilosamente de la casa con el propósito de buscar la tienda próxima para comprar pan fresco pero no vio calles ni personas. En el cielo opaco vio, esta vez muy arriba, al pájaro que volaba torcido y le pareció que se estaba despidiendo.

El pequeño comercio tampoco estaba ya- Se habrán cambiado anoche -pensó recordando haberla visto antes de dormir - ¡Extraño pajarraco!… -murmuró con fastidio- ¿Cuándo dejaré de verte? -En fin… regresó con las manos vacías expuesto a sufrir la regañina de La Bella- ¡No pudiste encontrar la tienda! ¡Por Dios, qué despistado! -le diría antes de iniciar la mañana con su primera carcajada.

Después de regresar se descalzó y caminó en silencio por la vivenda que no reconocía; pensó regar el jardín que vio más allá de las hamacas pero se detuvo por temor a despertarla ya que tendría que hacerlo por fuera y junto a sus ventanas.

Leyó un largo rato hasta que se quedó nuevamente dormido; luego encendió un hornillo de kerosén -igual al que tenía su madre en Los Torrentes- y se preparó café. Le gustaba la esencia que ella preparaba y reconoció con agrado que hacía de todos los detalles una cabal ciencia hogareña. También le gustaba encontrarlo todo siempre en el mismo lugar; se lo agradeció sin hablar - El café siempre con el mismo aroma y la azucarera limpia y hasta el tope, como si recién la hubiera llenado -murmuró con cierto júbilo, sintiendo que ella aun dormida debía sonreir- ¿Cómo evitará que el azúcar se humedezca? -pensó, mientras la veía salir ya despierta, de la alcoba - Mami, ¿cómo haces para que no se ponga boluda el azúcar? -la pregunta fue su saludo matutino- No se puede, Mi vida -respondió- la tiro y pongo otra, seca Ella, con la calma lenta que él adoraba -excepto en ocasiones como esta- se puso a cocinar dos tazas de arroz y después lo majó con fuerza hasta obtener una masa harinosa; luego frió con huevos y queso algunos “pastelillos” con una receta de Leonor Garcés que ella había perfeccionado y cuyo secreto obligó a Ariel a jurar que guardaría para siempre - Esto te lo llevarás a la tumba -le había dicho- nadie desayunará como nosotros

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El poceso era largo y Ariel se llenó de paciencia. Si ella adivinaba sus proyectos seguramente buscaría otras cosas que hacer para tenerlo todo el día con ganas - De eso se trata -había afirmado riendo en cierta ocasión- Esperó; ya lograría su propósito. Finalmente comió dos tortitas con café.

Después ella lavó los platos; luego metió ropa en la tina de lavar; más tarde hechó agua a tres azaleas y dos hortensias que había sembrado - Debo ponerlas en macetas -dijo mirando las “azalias”- El nombre es azaleas -le había corregido él. Eran hermosas. Las azaleas tenían flores muy tupidas color rojo fucsia y las hortensias tenían grandes flores blancas - Quiero azalias de todos los colores -dijo ella feliz- ¿Cómo voy a decir “azaleas” como tú? ¿Quién me entendería? Hay lilas, amarillas, rojas y color naranja. Hay otras con dos colores; he visto combinadas blanco y fucsia, ¡bellas, Mi vida! ¡Bellas! Las hortensias son también de varios colores. Tendré muchas, ya lo verás, mezclaré los colores; se verán hermosas Posteriormente sacó unas pesadas macetas con plantas, para que agarren solAyúdame Ari, no te quedes allí parado -y después metió otras por una escalera breve que él descubrió al frente de la casa; finalmente llamó a ayudar a Zulín y a Josué. Ninguno recordó a Miguel Ángel…

La mañana, con todas esas tareas, se fue, se perdió. Sin embargo, antes de que avance la tarde y cuando Ariel casi había perdido la esperanza, de pronto estaban en una bañera grande y rústica, desnudos. Él se recostó hacia la parte de atrás, junto a la tinaja del agua y ella se sentó en el borde. La atrajo para sí con gentileza y se aprestó a cumplir su precepción de sobar toda la tarde su trasero enjabonado - Ven Mami, acuéstate a mi lado, como hacíamos para ver televisión -dijo con dulzura y ella obedeció. Se acostó como pudo -la bañera estaba resultando muy estrecha- cubriendo parte del tórax de él con la mitad del suyo, de modo que él alcanzó vislumbrar sobre la espalda de ella (“su larga espalda fina”) el intrépido trasero enjabonado que debía sobar … “toda la tarde, sin nada… nada que hacer.

Lo que debió haber hecho el pobre Mr. President” Estuvieron largo rato así, cómodos y plácidos, hablando de sus cosas, de banalidades, como correspondía al momento. No pidió güisqui, ni cola, ni agua, ni nada para no dañar la postura que había logrado, ni interumpir la delicia de lo que estaba haciendo - Es lo bueno de la mujer delgada -pensó- puedes hacer lo que quieras con ella

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Mientras ella permanecía quieta cual gata a la que soban el lomo, él recordó lo placentero que resultaba comprar ropa a una mujer como ella. Bastaba ver las prendas en la vitrina vistiendo al maniquí para saber su talla; y luego le lucían mejor que en el exhibidor. Tembién recordó una tardecita cuando iban a salir a comer algo -o quizá a dar un paseo- en el departamento que ella alquilaba arriba de don Misis. Él estaba recostado en la cama mirando mientras ella se maquillaba la cara junto a la cortina de la ventana, aprovechando lo poco de luz que quedaba del día. Estaba más delgada -recién le habían sacado la vesícula- y más linda que nunca. Sostenía un pequeño espejo con la mano izquierda, mientras -con esa calma suya que hacía parecer que gozaba con cada movimiento- se pintaba con la derecha. Se había puesto un yin color mezclila que él recién la había traído en Berlín, ajustado y lascado en los muslos, con un pañuelo fucsia a modo de cinturón, cuyo extremo pendía por delante, y estrenaba una blusa corta que dejaba ver su ombligo pequeñito, mientras la luz formaba sombras tenues a cada lado de su abdómen- Todo lucía mil veces mejor que en el maniquí Entonces empezó a ocurrir lo de siempre, la bella rutina para la cual sentía que había nacido. Le buscó los labios y ella -algo raro- no se los negó el primer momento. Mientras se besaban, otra vez se puso a recordar el primer beso que ella le regaló. Habían hecho el amor ya muchos meses, quizá por uno o dos años, sin que ella le permita besarla plenamente. La relación era apasionada e intensa, pero no lo besaba, hasta aquella ocasión en que -por alguna razón que nunca dijo- lo hizo. Así fue como Ariel se enamoró, en ese instante. De hecho, pocos hombres podrían recordar el segundo mismo en que se apasionaron para siempre. Ariel, el memorioso, sí. Del mismo modo con aquella tarde, en la escalera de su casa, decidió dejar atrás su infancia, ese momento dejó su alma y su vida en manos de ella para siempre…

- ¡Ari! -protestó ella de repente- estás poniendo roja el agua, mancharás la tina, ¡tápate eso! -dijo, señalando el cuello de él donde manaba sangre por tres profundos cortes - ¡Tú, qué hablas, Mami! -dijo él, defendiéndose, y le mostró su mano derecha ensangrentada que retiró de la cintura de ella, de detrás, donde había un porfundo corte supuestamente infringido por el mismo resentido “Culebrilla”- mírate la espalda, estás igual…

Ella lo miró, entre furiosa y divertida- con ojos de cuchillo -como solía decir él- y siguieron amándose el resto de la tarde “como si fuese la útima vez”. Luego durmieron.

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(37) Los muertos no hacen el amor La mañana siguiente quizá era domingo -ya poco importaba eso- y se aprestaron a ejecutar la primera rutina preceptiva dictada para el día. Ella debía preparar el desayuno mientras él tenía que recoger agua para el jardín - Ahora se podrá pesada -pensó- con aquello de que traje muy poco, que necesita más, etc, etc -y la miró de tal modo fatigado que ella nada dijo, aunque se aprestaba a a hacerlo. Ariel sin hablar agradeció y ella sin escuchar pensó - De nada, Mi vida…

Se sentía cansado y sabía perfectamente el motivo: estaba muerto. No sabía cuándo, por qué ni cómo había ocurrrido; tampoco tenía idea alguna de que hacía en esa casa y tampoco por qué no tenía las heridas en el cuello, aunque el dolor persistía. Recordaba la tarde anterior en la bañera, antes de dormir, pero le parecía que había sido un ensueño - Ari, ven, está listo -oyó la voz aguda, un poco chillona de ella, que siempre le alegró al corazón. Lo llamaba a desayunar- Calenté más “pastelillos” ¿Sí deseas, verdad, Mi vida?

No contestó. Se sentó en algún lugar de la mesa -nunca buscaba el mismo asiento- y esperó callado. Ella entendió el silencio como una afirmación y siguió friendo su receta. Si fuese otra persona y no Bella Paz, el hubiese reclamado porque lo llamó sin estar lista, pero a ella no podía hacerle eso; además su cercanía, como siempre y más ahora, le hacía bien - ¿Tienes güisqui? -preguntó - Sí -dijo ella- por allí; traje algo, ya te busco. Tú no has de saber donde encontrar Así era ella; no le dijo “que era muy temprano”, “que aún no había desayunado” como hubiera hecho cualquiera otra. Mientras reflexionaba sobre eso recordó la ocasión cuando le había llevado una botella de güisqui con 5 litros de 12 años de añejamiento -¡Una delicia!-, de aquellas que se podían traer antes de la yihada aduanista-moralista de El Presidente- “No te la bebas con esas” -le había pedido- “Es sólo para nosotros” -le había advertido; sin embargo a la semana siguiente cuando el regresó, sólo quedaba un concho escaso en el fondo del enorme garrafón

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- ¡Que pasó! –peguntó - ¿Qué pasó? Pasó que las ociosas de “esas”, mis amigas, la descubieron y regaron “la bola” de inmediato; “adelantaron” mi cumpleaños. ¡Me cayeron!, Ari, ¡se bebieron todo! Una de ellas, Estela, borrachita, se retiraba abrazada de la botella, ¡con que cariño, la hubieras visto!, como si cargara su hijo de 5 años llevándose este último conchito que ves; y cuando le dije ¡Oye! Fulana ¿Dónde llevas eso? Me quedó mirando con cara de pícara, y me dijo: ¡toma!, ¡allí dejo para que le des a tu marido! Y soltó la carcajada Recordaba todo eso mientras tomó el frasco y se sirvió un vaso de Caña Manabita, lo que ella trajo - ¿Hielo? ¿Hay hielo? -preguntó, y ella dejó lo que estaba haciendo y le dijo que no, aunque él ya se había dado cuenta. Lo sintió triste y no le reprochó por preguntar, lo cual Ariel apreció mucho.

Desayunaron; Ariel sin leer porque con ella había superado ese mal hábito.

Después vino el ritual de jabonar platos, algo que el no hacía -aunque le agradecía que no los deje tirados y sucios sobre el fregadero- porque ese era su último refugio de varón que La Bella toleraba. Además le había escuchado mencionar su desagrado por los débiles - Esos “mandarinas”, Ari, como el esposo de una conocida mía que cocina mientras ella charla con las amigas - ¿Cuál amiga? ¿Quién es el esposo? -había preguntado - ¿Qué importa?, no seas “sapo”… -le había respondido Después de comer los pastelillos y beber su taza de café, se animó- Era hambre, no tristeza -bromeó para sí mismo y salió al jardín tras ella, quien ya sostenía la regadera verde, lo único de plástico en ese mundo campesino, comprada años atrás en TVentas de Villegas. Iba a decirle “ya te compraré otra más grande”, pero no tenía deseos de mentir. Entonces, empezó su confesión mientras ella escuchaba con respeto, acariciando con grueso rocío su jardín - Mami -empezó-, el “ángel” que te acompañó aquella noche ¿Recuerdas?, cuando aquel chofer se empecinó en dejarte tirada lejos de tu casa. Ese que te siguió en silencio y que tu no miraste siquiera, era yo. Desde entonces te amé; te amé tanto que me quedé contigo para siempre, a pesar de lo que ocurrió después -ella escuchaba, atenta, sin dejar de regar - Ocurrió que no pude llegar a la carretera, como tenía planeado, ni buscar un hotel. Me salió un chico por delante y no pude evitar que me cause una herida que me debilitó. Luego otros me subieron a una camioneta y me llevaron al brozal

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detrás del pueblo, y allí acabaron. No sé… mi amor, no sé por qué estoy aquí contigo. No lo sé. No sé cuánto tiempo estuve allí tirado, ni cómo llegué aquí. Yo sigo siendo ateo, mi amor, porque eso que ocurrió no puede ser “obra de Dios”.

Miguel Ángel supo todo, porque era inteligente como tú ¿Recuerdas esa vez, cuando encontraron al Camones?, ¿a Fulton?, ¿recuerdas cuando dijeron que lo había matado Rubianes, el marido de tu amiga? El cadáver que encontraron no era él, era yo, y no habían sido tres disparos de Rubianes en el cuello, sino tres heridas de puñal ¿De qué modo estaba aquella tarde, después, al otro día, contigo? No lo sé. Miguel se dió cuenta porque el maletín que encontró tenía mis inicales, ARG. Nada me dijo, solamente me mostró el maletin y me miró de un modo que jamás podré olvidar, dondequiera que yo vaya, o dondequiera que él esté -ella lloraba - ¿Alguna vez te mencioné el orígen de mi nombre? Mi padre, Enrique, nunca me dijo y jamás le escuché hablar de Rodó, un uruguayo, autor del libro que lleva el nombre Ariel. Cuando lo leí tendría yo unos 15 o 16 años; y el libro decidió cual sería el rumbo de mi vida. Es difícil terminarlo, de hecho, no lo hice, pero recuerdo una parte que dice así, más o menos: - “Ariel es la parte noble del espíritu, es el imperio de la razón y del sentimiento sobre la irracionalidad y la torpeza. Ariel es el entusiasmo generoso, el móvil desinteresado, la espiritualidad de la cultura, la gracia de la inteligencia; es el término ideal a que asciende la evolución humana, que rectifica en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán con el cincel preseverante de la vida”…

Ella callaba otra vez, ya no lloraba y había dejado de regar, escuchando pensativa y respetuosa. Ariel continuó - Cuando leí esas palabras me inpresionaron mucho y sentí que ese era mi destino, pero las olvidé hasta ahora, ya viejo, cuando volví a leerlas por mención de un amigo, arquitecto y sociólogo, Jaime Casanova, a quien no conoces ni jamás te mencioné. Entonces me di cuenta que eso es lo que traté de hacer toda mi vida, como si mi nombre significase un compromiso. Traté de hacer de la cultura el surtidor inagotable de buenos sentimientos y un modo seguro de alejarme de mi irracionalidad y mi barbarie. Creo que sólo el contacto cotidiano con la poesía, con la música, con el arte en general, es capaz de despojar la maldad de un ser cualquiera, de una nación cualquiera, del mundo entero. El arte es para mí el único modo de recuperar el alma de la raza - En el texto de Rodó hay otro pensamiento que dice, más o menos, así: “quien aprende a distinguir lo hermoso de lo feo, lo vulgar de lo delicado, tiene hecha la mitad de la jornada para distinguir lo malo de lo bueno”. Nosotros nos amamos por esa razón, porque somos igualmente capaces de distinguir la hermosura. Tú

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la ves en las flores, yo la vi en las palabras; tú en la música, yo en la poesía; tú apreciaste la belleza en las personas, yo en ti Calló un largo rato y ella quedó son moverse junto a él. El sol del mediodía se aproximaba, de modo que lo agarró del brazo y lo llevó debajo de la tupida veranera que creció en el patio a modo de cubierta, a un lado de la casa, sostenida por la malla de chanul que instaló Pío Eulogio meses atrás, sobre un par de largueros que puso sobre cuatro troncos, separados cuatro metros entre sí. La planta creció durante las lluvias y ahora ya cubría un poco el sol, cuyos rayos se filtraban entre flores blancas, rosa y amarillas. Se sentaron en un pequeño muro de piedras junto al grueso tallo que nutría la veranera y él prosigió - No recordaba lo que había sucedido, hasta que tú me relataste sobre el “ángel” de esa noche; aquel a quien “hubieras deseado conocer” como decías. Luego, cuando describiste al chofer del autobús, al cabro aquel que se negó a dejarte cerca de tu casa, poco a poco fue tomando forma mi recuerdo; y no pude ya evitar que inunde mi alma el horror por la actitud incomprensible de él y por la eficacia criminal de mi asesino. Entonces fue cuando tomaron forma los recuerdos en mi mente y cuando entendí mi terror al ver el maletín con la inscripción de plata con las letras ARG, las iniciales de mi nombre…

Ariel continuó hablando mucho tiempo más, hasta que el mediodía pasó y comenzó la fresca tarde. Bella Paz escuchó sin hablar ni hacer un gesto, hasta que el lo había dicho todo. Ya no lloraba, más bien lucía feliz, serena. Entonces dijo - ¡Ariel Romero Garcés! ¡Los muertos no hacen el amor!…

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(38) Tomando café…

Después de pronunciar esas palabras, Bella Paz Castaño, “La Bella” tierna y temible de esta historia, volvió a sujetar el brazo a su marido, el Dr. Ariel Romero, “Ari” para ella, quien ya no se apoyaba. Ariel la llevó al frente de la casa, para contemplar la tarde. Se sentaron en una silla doble que Bella Paz le había hecho construír, con tiras de madera sobre hierro, que a Ariel le recordaba la banqueta donde estudió casi toda la carrera, en el Parque Seminario, su arboleda preferida en Guayaquil. Había evitado mencionar a Bella Paz que dejó dos lindas niñas, hijas suyas y de Maricarmen, en Guayaquil; un par de muchachitas desoladas que dejaron de verlo para siempre después de “El Incidente”. Pero él ya no tenía certezas trágicas. Ella las había borrado todas con su afirmación.

Bella Paz había sembrado muchas flores- Ari, cuando tenga mi casa será con un jardín en la parte delantera -había dicho y él, allá en Buena Esperanza, la había complacido. Construyeron un cobijo pequeño y hermoso -Las casas grandes matan a las mujeres -dijo él y ella aceptó. Estaba adosado a la izquierda, de modo que quedó a la derecha un gran espacio para el auto, donde también creció una veranera. Por dentro y hacia atrás estaba el comedor, que continuaba con un patio adoquinado con bloques de colores al cual se llegaba a través de un gran portón, de modo que el parrillero externo servía también al interior. Entre la sala y el comedor estaba la cocina. Fue una idea original de Ariel que a ella de inmediato entusiasmó - Confío en tu buen gusto -le había dicho.

La pequeña cocina era un elemento hermoso que dominaba el interior; limitada hacia atrás y hacia adelante por dos arcos que ella hizo cubrir con batientes de madera. En la parte central había un largo mesón forrado con madera de chanul, durísima y con color caoba oscuro, sobre la cual lucían adornos y utensilios de cocina. Todo quedó bello. Cada vez que Ariel miraba algo, en una película o en alguna revista, lo fotografiaba para Bella Paz y ella de imediato lo pedía. Así fue como la familia del carpintero comió pollo durante largos meses.

El tamaño de las habitaciones era exacto porque Ariel las dibujó con los muebles a escala usando un programa que le había obsequiado un arquitecto. No obstante, cuando estaban en rústico y sin piso La Bella estaba desolada

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- Espera… ¡está bien!, ya lo verás -la calmaba, pero ella insistía. Preguntó a quien se le puso por delante si no estaban muy pequeñas las habitaciones, si le iban a caber los muebles en la sala…

- Todo está bien, chiquilla -le decía- espera a que pongan el contrapiso y a que blanqueen las paredes…

Al fin la pequeña casa quedó justa y preciosa y ella la mantuvo muy limpia y en tal perfecto orden que a él le recordaba su propia oficina de Guayaquil, su “Clínica de Diabetes” donde siempre se sintió tan cómodo. Ahora, en esta nueva vivienda que habían construído los hermanos de La Bella y los nietos Píos para él cuando despierte, ella había copiado el diseño, no tan bien como él lo hubiera hecho, pero a “fin de cuentas” como solía decir Leonor Garcés, le bastaba su presencia. Ella estaba allí.

La tarde estuvo fresca, tranquila, placentera. Ariel no mencionó más quejas ni las citas literarias que ella escuchaba con resignada paciencia. Más bien no hablaron. Ella tenía un modo de abrazarlo por arriba de los hombros que a él le provocaba los deleites infantiles que jamás había recibido de su madre, Leonor, la abnegada, práctica, enérgica e inteligentísima mujer de Enrique Romero, a quien no pudo ver morir. Sintió las piernas duras y sedosas de su amada y el calor aceitoso de su piel junto a la suya mientras las sombras de la noche invadían rápidamente el entorno rural, dejando que Ariel aprecie el mismo cielo que vio cuando era niño.

Puso su cabeza sobre las piernas de la Bella, recostado en la banqueta, dispuesto a mirar las estrellas a través de los rizos de su amada. Anteriormente, en ocasiones como esta, Ariel ya se había sentido turbado pensando en Maricarmen y en sus hijas que dejó en Guayaquil- ¿Qué habrá ocurrido? ¿Cómo estará su hijo Enrique? ¿Habrán sobrevivido? -Así fue como algunos meses después de despertar y cuando no podía controlar más su impaciencia, pidió secretamente a Pío Hipólito que viaje a Guayaquil y le traiga noticias, sin que alguien se entere- Aquí ni allá…

- Están muy bien, Doctor -le dijo Pío cuando volvió y Ariel no preguntó detalles; con eso le bastó. El no lo percibía, pero era en todos los detalles el hijo de su madre. Pío Hipólito también le dijo que no había visto colombianos - ¿Qué habrá pasado? ¿No se apagaron las luces del mundo? -pensó Ariel y en seguida le escucharon decir con fuerte tono estas palabras: - ¡A la mierda! ¡Que se ocupe de eso el que esté de Presidente! -Él solamente quería complir con el presagio de La Bella quien le había afirmado…

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- ¿Ya ves? Estás vivo y lo estarás por mucho, ¡mucho tiempo! Después moriremos juntos, tomando café…

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(XI) EL PRESENTE

(39) Profecía del presente - ¡Qué se ha creído! ¡Quiénes cree que somos! -pensó el hombre del camión militar ante el oficial de la Guardia Nacional Bolivariana. No podía permitir que lo revisenMi General -llamó por el móvil, sin mostrar enojo y sin permitir que el guardia le escuche- Estamos en el Puente, en la frontera. Aquí tenemos un guanajo verde que quiere hacerse el jalabolas…

- Mátalo -respondió Montaño Cruzaban el puente Francisco de Paula Santander que estaba ubicado sobre el estrecho río Táchira de lodosas aguas color marrón que entonces separaba el estado venezolano Táchira del departamento colombiano Norte de Santander. Los tres hombres que atravezaban la frontera en el camión asesinaron a los cinco elementos de la Guardia Nacional Bolivariana presentes, llevando tranquilamente hacia Venezuela su carga de cocaína, ahora perteneciente al Cártel de los Soles, para tomar la Ruta Africana hacia Europa. Era una operación más, de muchas que hacían diariamente, de trasiego de droga procedente del suroeste colombiano y transportada en avionetas pertenecientes a “Jabón” por gente del Cártel del Norte hasta discretos aeropuertos cercanos a la periferia de Cúcuta, desde donde era llevada a Venezuela por elementos de Los Soles hacia bodegas ubicadas en Aguas Calientes, ya dentro de su territorio.

- Esas güevadas eran bachaqueo de rutina cuando yo iba con gasolina y regresaba con droga, de un lado a otro de la frontera, más al norte, por la ciudad de Valledupar… -comentaba Jairo Antonio “Culebrón”- También eran operaciones de los Jefes militares y “Jabón”, a quien supuestamente matamos en enero de 2008, en Mérida Hasta su cierre definitivo ocurrido a finales de 2015, toda la parte norte de la frontera colombo-venezolana fue un límite muy poroso, asiento ordinario de las operaciones de toda clase de contrabandistas y de comerciantes legales desde muchos años antes de que el Subteniente Chávez fuese destacado en Barinas y

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Apure, entre 1975 y 1978. Como todas las fronteras suramericanas, sobre todo las costeñas y de selva, la del río Táchira era también asiento de la economía y de la vida de cientos de miles de esforzados hombres y mujeres que huían de la pobreza para refugiarse en la incertidumbre.

No habían transcurrido tres días cuando ocurrió otro incidente similar, unos pocos kilómetros más al sur en en el otro puente internacional llamado Simón Bolívar, que unía Villa del Rosario con San Antonio de Táchira. Murieron tres guardias más, resguardando los intereses de la gente del General Aníbal Patriano, el cártel rival - Todo el mundo quiere meterle el diente a nuestro negocio, Excelencia -dijo el General Montaño- Recuerde que nuestro afán no es el simple dinero. Habrá que cerrar de una vez eso y tomar el control de todos los pasos. De todos modos es zona llena de toda clase de bachaqueros y criminales, Excelencia - Está bien -respondió “El Pavo”- Dile a El Sustituto que siga con el plan…

El Plan ruso era simple. Provocarían al país vecino y medirían una vez más la capacidad de reacción de su Ejército, tal como hicieron años atrás el Alexander Molodchi y el Vasili Senko portando instrucciones concretas del Mariscal y del Mayor, los Jefes de las Fuerzas Estratégicas del Kremlin. Fue entonces cuando empezó el horror. La Segunda Guerra Fría suramericana se inició en ese poblado lugar de la frontera que había entre Colombia y la antigua Venezuela.

Al otro lado del mundo, en el lejano palacio y en la discreta oficina ubicada en su ala izquierda, tras la última almena de la gran muralla y en el extremo opuesto donde se yerguen las doradas cúpulas construídas por Iván el Terrible, el Mariscal Sidérov y el General Bekarevich, siguiendo indicaciones de El Premier jalaron la espoleta del General'nyy Plan del latinoamericanista Dr. Mikhail Vasilyevich Sidis (un genio de 24 años de edad, Profesor de la U.E. Lomonósov, que hablaba 12 idiomas) del Latinskaya Amerika Institut de San Petersburgo. Ellos iniciaron los eventos.

M.V. Sidis había recomendado (A) una alianza con el grupo más fuerte de varios que se disputaban el Poder en Venezuela; (B) la rápida penetración naval allí donde la débil administración de Mr. President dejaba espacio; (C) la creación de la Sexta República.

Previamente, El Sustituto debía ser desechado porque su presencia estorbaba a los proyectos que el Doctor M.V. Sidis ponía sobre la mesa de Sidérov y Bekarevich. Después de las imitaciones a Chávez, de los cuentos de pajaritos, de las bravuconadas y los continuos gazapos; después de que ya no tuvo “Imperio” al cual dirigir sus diatribas (Mr. President se había amigado con su mentor Raúl Castro) y

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de que Rajoy no le “paró bola”, volvió su discurso contra Colombia, tan repetitivo que hacia bostezar a la escasa comitiva femenina con cachuchas rojas que todavía lo acompañaba.

Después se organizó la ofensiva. Sidis personalmente entrevistó y escogió a cada uno de los mercenarios que manejarían el numerosísimo y poderoso armamento vendido por ellos a Venezuela. Encargó sólo a especialistas eslavos, veteranos fogueados en Ucrania, Chechenia y Afganistán, con larga experiencia en victorias y derrotas - Vencerán en Suramérica al Ejército que se les ponga por delante -dijo a El Premier y este se lo repitió a “El Pavo”, el nuevo Jefe invisible de la Sexta República Popular Bolivariana de Venecuba También en el Latinskaya Amerika Institut, esta vez de Moscú, se diseñó el plan de Paz de la Habana y se instruyó a la gente de Castro para dilatar lo más posible las conversaciones, hasta lograr el reforzamiento militar de la insurgencia.

Evitaron contactar con los delegados de las FARC, encargando la tarea a los cubanos, más duchos y confiables que los impredecibles guerrilleros.

Los eventos que ocurrieron alrededor de la Segunda Guerra Fría fueron, en sus más ínfimos detalles, perfectamente programados por M.V. Sidis y los expertos rusos. La primera consecuencia prevista fue el desplazamiento de la economía mundial hacia Asia, convirtiendo al Pacífico en el primer océano del mundo y a Suramérica en el territorio donde se inició el Hiperconflicto. Sidis había previsto que el sistema financiero de los EE.UU proliferaría sin control, sirviendo más al sector especulador que a las actividades productivas; y a medida que el déficit norteamericano sea sostenido cada vez más por Asia, colapsaría lentamente el Imperio tras lo cual ellos -los rusos- ocuparían rápidamente los territorios que los Amerikanskaya dejen expuestos.

No obstante algo ocurrió más allá de las predicciones del joven genio judíoruso. Él había aticipado que en ese débil y envejecido Primer Mundo se iniciaría la supremacía de los consumidores sobre los trabajadores y de los ancianos sobre los jóvenes; sin embargo no alcanzó a vislumbrar que el Tercer Mundo, sometido a la presión de grandes migraciones -sobre todo islamistas-, iba a ser el imperio de toda clase de fanáticos, de piratas -religiosos o nihilistas- y de criminales - La Bella y parte de su familia, los descendientes de los Píos y yo seguimos en Las Piedras de Santa Ana, refugiados de los cambios producidos por la entrada del Nuevo Isis más que por los depredadores venecubanos, quienes se diluyeron sobre la tierra quemada por ellos mismos después de 15 años de violencia Los rusos consiguieron sus propósitos sólo en parte. Lograron apoderarse de

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algo, manteniendo las acciones de la Segunda Guerra Fría contra los chinos hasta mediados de la década del 2030, cuando finalmente firmaron en Suecia sus acuerdos para dividirse lo que todavía era disputable de Mesoamérica, Suramérica y África Subsahariana, según las denominaciones aplicadas esas regiones por los militares de la Novyy Russkiy Akademii Nauk i Voyny, la Nueva Academia Rusa de Ciencias y de Guerra. El control que ejercieron, sin embargo, fue precario, limitándose a disuadir a los gobiernos indisciplinados y atacar sin muchas ganas a los grupos de piratas y fanáticos carentes de territorios.

El resto de las preocupaciones mundiales fue abarcado por la escasez de alimentos y de agua, que sobrepasó las deficiencias de energía y de materias primas. El petróleo -es fácil adivinarlo- jamás recuperó el precio que tuvo en las buenas épocas posteriores a la invasión a Irak, a comienzos del siglo XXI. No obstante, sus consecuencias en el cambio climático fueron gigantescas sobre el equilibrio de la naturaleza y necesariamente sobre la economía mundial - Al Hiperconflicto sucedió el Hiperimperio -hubiera dicho Leonardo Valdés si estuviera todavía con Ariel y La Bella Finalmente, por los años postreros de esta historia el mundo presenció el nacimiento de un Poder Global multi-céntrico y corporativo que desmanteló los servicios públicos, sobre todo sanidad y educación, y que en su pugna contra el Nuevo Isis terminó con la democracia y con los Estados mismos - Ese sería el único legado del Hiperimperio favorable para la libertad individual si no fuera por la naturaleza humana Ciertamente, fuera ya del control de los planificadores rusos, el Mercado sin Estado fomentó la economía criminal y la aparición mundial de todo tipo de cárteles, tornando el ejercicio privado del Gobierno en la mayor actividad económica, convirtiendo la época del Hiperimperio en la era de la Hipervigilancia, de la cual escapaban constantemente las bandas que Ariel, Bella Paz y los Píos veían pasar de vez en cuando por Las Piedras.

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(40) Elegía No murieron juntos como había sido el vaticinio de Bella Paz. Ariel lo hizo en 2043, a los 96 años de edad, la misma escogida por Leonor para dejarlos, una semana después de la partida de La Bella. Él falleció solitario como nació y con la lucidez que siempre tuvo. Recibió a la muerte -si puede decirse asi- con una íntima “confesión” de ateo ante Tito Leodán, Luz Marina y los tres Píos, quienes poco entendieron sus palabras ininteligibles, pronunciadas con voz muy baja - Me iré complacido con mi impermanencia -dijo Ariel- No enfrentaré a otro “ser supremo”, basta con los que tuve que sobrellevar en mi existencia. No soportaría la “vida eterna”. Para un perezoso como yo más confortable resultó la finitud - Amé a muchas mujeres -continuó- pero sólo me hice amar de dos, quienes me dieron más de lo que yo les devolví. Una fue Maricármen, quien a pesar de su temperamento apasionado me dio sabiduría; y otra fue La Bella, quien no obstante su corazón tumultoso me dio paz La Bella falleció a los ochenta, por causa de algo parecido a la tristeza que Ariel no supo interpretar, cuando dos años atrás ella calló para siempre. Tenia 78 años y se apartó de todo. Su delgado cuerpo conservó el vigor que siempre tuvo, pero por alguna razón inconcebible decidió permanecer sentada en un sillón, en el portal de las hamacas, con los delgados labios apretados y mirando las flores silvestres que crecían alrededor de la casa de Las Piedras. Únicamente para las hortensias, las rosas, las camelias y las margaritas que sobrevivían en su jardín mostraron amor sus pequeños ojos duros y de colores insólitos- Amarillo marrón, verde amarillo, verde marrón… ¡quién sabe!

- ¿Qué le habrá ocurrido a doña Justa? ¿Cómo habrá fallecido? -eran sus pensamientos cuando optó por ese silencio porfiado, implacable- ¿Qué habrá sido de Pocho, César y Augusto?, ¿habran sobrevivido? ¿Quién llevará flores a Miguel Ángel? … y mis nietos, los nueve Caleb, ¿dónde estarán? ¿Qué les habrá ocurrido?

Ariel, por su parte, pensó mucho en Maricarmen, aún antes de que se inicie el pertinaz silencio de La Bella. La hija de Aristóteles le había concedido un amor constante, intenso, devoto y honorable. Le dio un amor vehemente y cálido a pesar

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de que él correspondió con una pasión de luces y de sombras, de vacíos y plenitudes.

Por su parte, Maricarmen recordó con afecto a Ariel cada día, hasta su muerte en julio de 2033, cuando alcanzó los setenta y cuatro años de edad. Ocurrió en Lima, la capital del próspero Sur, donde buscó refugio para ella y sus dos hijas y donde fue bien recibida por amigos, colegas y pacientes.

- Moriremos después de muchos años, juntos y tomando café -había prometido La Bella a Ariel, dejando sin cumplir la segunda parte. El memorioso no le reprochó que lo abandone de ese modo y su última evocación fue para Lope de Vega, “el mayor ingenio del Siglo de Oro español”, quien decía…

- A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan los pensamientos. No sé qué tiene la aldea, donde vivo y donde muero, que con venir de mí mismo, no puedo venir más lejos…

* FIN *

Fernando Iturralde Mejía